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MI BLOC, QUE NO BLOG

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Mensaje  achl Mar Abr 24, 2018 11:11 am



Horror en la casa de la colina


Aquella casa se encuentra en lo más alto de una colina. El trayecto que conduce hasta ella es justo el que deja atrás el viejo Cementerio. Es el único acceso hasta ella. No existe otro


Inevitablemente iré por allí para ver esa construcción sombría, oscura y tétrica que se alza como baluarte a la desesperación, como única opción si decido dejar atrás la muerte. Pero no por ello mejor, ni mucho menos, satisfactoria.

Me aterroriza morir. No soporto saber que mi cuerpo será pasto de la putrefacción más espantosa, que gusanos inmundos recorrerán mi garganta y anidarán en las cuencas vacías de mis ojos, que mis pieles reventarán, para dar paso a los insectos que han surgido tras la eclosión de los millones de huevos depositados bajo ella.

Huiré del Cementerio, lugar elegido por todos los que no se atrevieron a ir más allá, por todos los que prefirieron la descomposición que aterroriza a mi alma antes que enfrentarse a ella: a 'la casa de la colina'.

Seguiré el camino sinuoso al anochecer, justo en el momento en el que la luz debe apartarse para dar paso a esa oscuridad absoluta. Justo cuando las últimas vetas del día se entrelazan con los primeros tentáculos de la noche.

Sentiré, al pasar por su lado, gritos estremecedores y silenciosos, como reclamando mi presencia de quienes moran bajo las frías e inertes losas de mármol y que tal vez hayan sido seres humanos alguna vez, pero que dejaron de serlos mucho tiempo, transformadas sus carnes en carroña devorada por insectos hambrientos, frenéticos, imparables.

Y continuaré caminando, pese a la tenaza que va oprimiendo mi corazón, en forma de desesperanza, pese a la oscuridad húmeda, viscosa, que me siento crecer en mi interior como un líquido nauseabundo que inunda mis entrañas.

Miraré al frente y la veré allí arriba, esperándome, segura de su terrorífica vida, con las columnas del pórtico cubiertas por completo de repelentes enredaderas muertas, con los escalones que conducen a la entrada, muy extrañamente húmedos, oscuros y pegajosos. Si me atreviese a tocarlos, si me atreviese obligar a mi ego el cumplir las exigencias de mi cerebro y los rozase apenas con la yema de mis dedos, notaría que la gelidez de su tacto paralizaría todo mi ser. Pero no lo haré, porque el pánico de lo que he dejado atrás y la terrorífica presencia de aquella casa me impulsarán a seguir adelante, sin poder hacer nada por evitarlo.

Veré las puertas inexistentes frente a mí cuyas oscuridades sólo revelan el vacío más angustioso, apoderándose de mi esencia. Unas gotas de sudor destiladas del mismo terror que anida en mi alma, rodarán calientes y apáticas por mi frente y junto a todas las fibras de mi cuerpo.

Las agujas de grima helada que se me fijan en la médula, me instarán a dar la vuelta, me pedirán desgañitadas que regrese. Pero no lo haré, daré el paso decisivo para adentrarme en las tinieblas de la inexistencia y así, intuyendo que ya es tarde para cualquiera otra cosa. Percibiendo que la casa succionará el más mínimo atisbo de mi esencia, de mi yo. Completamente sabedor, por fin, que el horror más espantoso, la descomposición más putrefacta y el infierno más enloquecedor, hubiesen sido preferibles a lo que me espera en su interior, ya que desde el mismo momento en que avance hacia las sombras vacías de la vida, en el mismo instante en el que me adentre en la oscuridad que me reclama, sabré que jamás volveré, ya que una vez allí sólo seré…



...la Nada Más Absoluta


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Mensaje  achl Mar Abr 24, 2018 11:21 am




La Parca apareció de ultratumbas


Se había acostumbrado y se lo imponía como norma vivir en soledad diaria y continua. Su vida era un alejamiento progresivo y continuado de la compañía de los demás, y del ruido de la ciudad. Cuando sus padres, su única familia, a la que se prestaba para diaria compañía, murieron

Entonces, sus treinta años se vieron libres de lo que para él representaba un penoso trabajo, que libre, al fin, de la obligada compañía, podía hacer lo que tanto deseaba: huir de aquellas calles, repletas siempre de gentes, de autos y de ruido. Se trasladó a vivir a un grupo de casas unifamiliares, recién edificado en una de las ladera de una enorme montaña, donde, con el dinero de la venta de la casa de sus progenitores, se compró una de aquellas casas apartadas de las demás, que estaba como las otras, ubicada en la suave pendiente montañosa y rodeada de un coqueto jardín, además de un silencio denso y reconfortante.

Desde allí, desde su porche, podía ver en toda su amplitud la ciudad, que a lo lejos, se agazapaba bajo la muy densa capa de humo, con el infinito horizonte del mar al fondo y con lejana aparición de las tapias del Cementerio. Un lugar al que acudía, ahora con más frecuencia que nunca. En él hallaba la paz que necesitaba, pero era cuando caía la noche, cuando se hallaba en los mejores momentos de su vida.

Desde que vivía en su nueva casa, rodeado de vecinos tan alejados y desconocidos que nunca veía y quizá porque su trabajo nocturno le había viciado algo el cuerpo, acostumbraba a salir a pasear las noches, cuando sabía que no podía encontrarse con nadie. Y era feliz desplazándose por entre los árboles y las malezas desiertas, en medio de la noche, en medio de un enorme silencio, con unos pasos crujientes, que involuntariamente sobresaltaba a confiados animalillos del bosque o alguna pareja cupida 'resbaladiza,' que creyéndole una aparición, o un espectro del más allá, huía despavorida al verle, sin que él tuviera el más mínimo deseo de molestar a nadie y a nada. Nunca se lo había preguntado a sí mismo, pero lo que le ocurría ¿sería quizá una extraña enfermedad?

Jamás le preocupaba su manera de ser y de vivir, había sido siempre así y le gustaba como era, una sombra silenciosa, anónimamente alejada de los demás, e ignorante a más no poder de toda relación humana. La sola presencia de un ser vivo, aunque sólo un animal irracional, le inquietaba. Mientras tanto, pasaban días y años y cada vez se alejaba más y se perdía más sus relaciones con las vidas de los otros. Durante el día no conseguía la tranquilidad plena que tanto necesitaba, se encerraba en sus cuatro paredes, deseando que llegasen las sombras de la noche, para que, cuando se asomasen por la puerta, hiciera el tiempo que hiciese, perderse caminando en la oscuridad y vagar como una sombra andante.

Todas sus comidas las pedía por encargo, tratando por todos los medios de no ver a nadie ni relacionarse con nadie. Su paz interior, su ilusión por seguir viviendo la encontraba en las solitarias y oscuras calles y en los recovecos y rincones aislados de la montaña, y fue entonces en aquel tiempo cuando comenzó a frecuentar más el Cementerio, Placer mórbido, innato, que lo animaba. Lo descubrió en el entierro de los restos de un antiguo compañero de trabajo.

Aquella mañana llovía torrencialmente, y aun así, como era costumbre en él, se fue andando bajo su amplio paraguas hasta el Camposanto. Llegó allí temprano, era invierno y tardaba el alba. Las puertas del tétrico recinto, al encontrase éste en obras, estaban desmontadas y caídas en el suelo. No obstante, entró y se dedicó a pasear de un lado a otro por las callejas vacías con las paredes llenas de nichos y tumbas, esforzándose en lentos paseos, y en la semi oscuridad de la tormentosa noche en ver y leer los nombres y las dedicatorias de los difuntos.

Desde aquel día se acostumbró a tamaña macabra distracción, y cada madrugada encontraba la manera de entrar allí, y pasear una y otra vez por aquel silencio y aquella paz que tanto le reconfortaba.

Y fue en una de aquellas negras madrugadas cuando la conoció. Tranquilamente sentada estaba ella en las escalinatas de la subida a las terrazas superiores, a las que rodeaba un pequeño jardín. En su silueta negra de impermeable brillante y distante destacaba como un punto de luz en la noche una pequeña brasa de un cigarrillo. El amante de la noche se fue acercando, movido por la curiosidad que despertaba la presencia de una mujer en aquel sitio y a horas tan intempestivas y a la vez él, que no conocía el miedo, ni sabía de apariciones ni leyendas que se cuentan de los cementerios para asegurarse de si aquella visión era real o una macabra alucinación, se acercó más aún.

Lo primero que vio en ella al aproximarse fue una de sus manos, cuidada, fina, de dedos largos, elegantes. Fumaba y el humo que se espesaba por la humedad del aire, se enroscaba en su abundante melena negra que le caía adornando una cara serena, ausente de intranquilidad o miedo.

Había dejado ya de llover y las miles de estrellas de un cielo limpio se dejaban ver en el firmamento.

____Buenas noches -saludó.
____¿Espera a alguien? ¿Le ocurre algo? -añadió.

La joven, que aparentaba veintitantos, parecía no sorprenderse, ni por la llegada del hombre, ni por aquellas palabras que resonaron fuertes en el tétrico silencio y que hicieron eco entre las lápidas de tumbas cercanas.

La joven ni siquiera se movió para mirarle, sólo se limitó a recibirle con la indiferente mirada de unos ojos negros, profundos y hermosos, como la noche que les rodeaba, pero ausentes de sentimientos.

Mientras que el hombre que acababa de llegar y estar junto a ella, iba recordando sus tristes experiencias sexuales con putas carentes de sentimientos y movidas sólo por el dinero. Nunca antes había conocido en hondura a una chica. Su rara forma de vida le había alejado de todas las féminas, y ahora tenía a su lado una que era realmente hermosa y que parecía compartir con él sus extravagantes distracciones.

Como si la actitud silenciosa y serena de ella le invitase a sentarse, así lo hizo y comenzó una amigable charla que duró horas, justo hasta que las primeras luces del amanecer aparecieron en la lejanía. Entonces, ella fue la primera que se levantó con intención de despedirse.

____¿Volveré a verte por aquí? -preguntó ella.
____Por supuesto -respondió él.

Moviendo la boca para decir esto, labios gruesos y sensuales enseñando al hacerlo, una vez más mostró su blanca dentadura de dientes perfectos, blancos y brillantes.

____Por estos días tengo tanto trabajo que incluso me tengo que quedar aquí por las noches para no tener que madrugar tanto -dijo ella.

Era verdad. La luz de las pequeñas oficinas cercanas que estaban al otro lado del reducido jardín, permanecían encendidas. Entonces, cuando se incorporó pudo ver lo alta y esbelta que era y cómo se movía en la noche con movimientos felinos.

____Hasta mañana entonces. ¿Estará por aquí? -dijo él.
____Seguro. De eso no te quepa la menor duda -contestó ella.

Esperó a que ella entrase en su puesto de trabajo, apagase la luz y saliese, para, sin decir nada, acompañarla hasta la salida. Allí se separaron. Ella, desapareció en la oscuridad de la carretera que bajaba a la ciudad, y él, se quedó mirándola cómo lentamente se difuminaba hasta desaparecer majestuosamente en la distancia.

El hombre, amante de la noche, se había enamorado, y ya desde aquella noche no dejó nunca más de pensar en su enamorada.

Enigmática, misteriosa, segura de sí, valiente, era lo que esperaba encontrar en una mujer, y la recién conocida parecía tener esas cualidades. Sentía que pertenecía a aquella mujer desde el momento en que la llegó a conocer. Que él le pertenecía, se consideraba suyo. Aquella era, sin duda, la mujer de su vida.

Las horas les fueron eternas hasta la noche siguiente. Ahora esperaba la oscuridad como una ansiedad acuciante, como si en ello le fuese el resto de su vida. Por eso cuando de nuevo una esbelta figura se recortaba en la difusa claridad del mármol blanco de las escalinatas, el corazón le dio un vuelco. Hablaron, pero los ojos del él estaban más pendientes de esa enigmática mujer, como si no le importase otra cosa en la vida que aquellos oscuros y misteriosos ojos.

Hasta que sin decir palabra, en un gesto voluntario, le cogió la mano y la estrechó con vehemencia.

La sintió fría, desagradable, pero al hombre no parecía importarle. Ella, mientras, sin inmutarse, le miraba desde aquella distancia y frialdad de siempre, como desde lejos, desde otro lugar. Entonces, ella lo abrazó, se pegó a él con fuerza, con una fuerza extraña, impropia en aquel cuerpo, y le pasó unos brazos como tentáculos por la espalda. Antes de que sus labios se juntaran, el hombre de la noche sintió que se perdía en él un algo que no sabía entender. Su corazón empezó a latir con fuerza mientras un rayo de luna, reflejado en el rostro de su amor, le hizo removerse de un total espanto.

Ella estaba desfigurándose por momentos, estaba descomponiéndose a su vista. Su melena, antes abundante, se estaba convirtiendo en pelos hirsutos y descoloridos. Aquel cuerpo hermoso escapaba de sus brazos y desaparecía como por encanto su volumen de carnes prietas. Su corazón parecía enloquecer, sus latidos fuertes, como punzadas de un dolor que aumentaba, le herían la garganta. Ella, mientras reía, reía a carcajadas, con voz siniestra como de ultratumbas, que parecía venir de muy lejos, repitiendo.

____¡jajajaja! ¡Me buscabas tanto! ¡Por eso he venido a llevarte conmigo, jajajaja!

De repente, la mano delicada de ella, que ahora era una garra de acero, penetró como saeta en su pecho y le aferró el corazón con tanta fuerza que él se moría de dolor y asfixia. Se moría, y antes de caer al suelo, definitivamente muerto, aún pudo ver la macabra realidad del amor que creyó encontrar.

La mujer, ya no era sino un esqueleto descarnado, una calavera pelada de toda piel, con las cuencas de sus ojos negras. y un enorme agujero en una boca sin dientes. Había conocido y hallado a La Parca. Su amor era La Parca. La Parca que una noche vino a buscarlo, que se alegraba con una nueva conquista, riéndose, burlándose del mortal, cuyos ecos aún resonaba en sus oídos como macabra cantinela, cuando por fin perdió el mundo de vista.

Un infarto, uno de esos más de los muchos que matan cada día a cientos de miles de ciudadanos anónimos.


Esas mismas palabras, idénticas, calcadas, eran las que dijo el forense después de que levantaban el cadáver del hombre de la noche de aquellas escalinatas que subían a las cuatro terrazas de aquel Cementerio


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Mensaje  achl Mar Abr 24, 2018 11:30 am




La Parca me llevó consigo


Era la última noche de nuestras vacaciones, así que decidimos acabar con todas las existencias de alcohol que llevábamos en la autocaravana. Yo no podía beber mucho, ya que en cuanto emprendiésemos la marcha de regreso a casa, sería la primera en conducir


Así que tan sólo me tomé un par de chupitos de whisky. Cuando vencidos por el alcohol, cayeron todos desmayados en una semi inconsciencia, salí afuera para despedirme de aquel lugar.

Mi mirada se perdía entre las estrellas y la materia negra. El aire puro de la montaña me despejaba tanto que en ese instante me sentía capaz de resolver dos o tres cubos de Rubik (¡dos en una mano y uno en la otra!). Estaba a gusto, acompañada de la Madre Naturaleza, yo tan sólo era una más en aquél entorno perfecto.

____¡Crrrrrr…! ¡Crrrrrt...!
____¿Qué ha sido eso? -inútil pregunta.

Hay cosas que no lograré entender nunca y esta era una de ellas. Si en este preciso momento alguien me hubiese respondido... ¡un ataque al corazón sería la causa de mi muerte.

____¿Qué ha sido eso?
____Nada, tranquila, María, soy un lobo feroz. Sólo he pisado una rama sin querer.

En fin, que mis propios pensamientos hicieron quitarle hierro al asunto. Me repuse y apunté con la linterna hacia la dirección de donde provenían esos ruidos. Y…

Logré atisbar una prenda de ropa, y al aproximarme más para verificarla, descubrí un surco que provenía desde la autocaravana y que finalizaba donde descansaba la chaqueta de chándal de Manolo (uno de mis compañeros). Sin duda, era el rastro de un objeto pesado que había sido arrastrado. Me agaché y cogí una muestra de tierra, para ver si estaba fría o caliente, incluso la olí. Y, acto seguido, me puse a reír. Sin duda, vi demasiados episodios de KunFu en mi infancia. El humor siempre me ha servido para superar muchas situaciones difíciles de mi vida.

____!Cronchh... craccc...!

¿Ruidos de bisagra oxidada de puerta y luego portazo? ¡Y en medio de la montaña? La situación me superaba, así que salí disparada hacía la autocaravana, cual mujer bala del mejor de los circos. Al llegar, empecé a abrir la puerta. Imposible. Cerrada estaba con llave.

____¡Eh, chicos, abridme, por favor!

Nada. Habían bebido demasiado y no tenía yo ninguna esperanza de que lograse despertarlos. Así que intenté saltar por la ventana. Mientras lo hacía, quedé atónita! ¡Todos los chicos se habían evaporado!

____¡Como esto sea una broma, cabrones...! ¡Juro que os mato!

Pero mi interior me decía que algo horrible estaba pasando.

Me armé de gran valor y seguí el rastro que minutos antes había descubierto. Justo donde encontré la chaqueta. Así que rastreé la zona y di con una anilla metálica, que sobresalía unos centímetros del suelo. Tiré de ella y se abrió una trampilla, a la que seguidamente una luz se encendía, dando paso a un largo pasillo. Caminé por él unos cuantos metros, pero cuando vi que las paredes estaban salpicadas de un rojo sangre, el miedo me superó y salí de nuevo corriendo hacía la caravana. Me metí como pude a través de la ventana; como no tenía las llaves, sólo me quedaba esperar a que se hiciese de día y así poder pedir ayuda.

No pasó más de un minuto y mi propia respiración me aterraba, cuando alguien empezó a golpear constantemente el techo. El pánico me dominaba de tal modo que mis cuerdas vocales estaban bloqueadas; no podía pedir auxilio. Mi corazón no aguantaría más esta situación, así que como mejor pude volví a salir.

La última escena que mis ojos vieron fue a un hombre con barba larga, con cara de psicópata, y con las tres cabezas degolladas de mis compañeros, colgando de sus manos y siendo golpeadas una y otra vez contra el techo del vehículo.


Súbitamente, caí desplomada hacia el suelo, y poco a poco mi corazón dejó de responder...


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Mensaje  achl Miér Abr 25, 2018 11:54 am



Despampanante


Ojeando y hojeando el Diccionario Etimológico de la Lengua Española, veo la palabra despampanante.

¿Qué significa la palabra despampanante?

Pues significa algo que causa gran impresión, especialmente referido al aspecto físico de personas, por ejemplo: ‘una mujer despampanante’.

Es algo pasmoso, llamativo, que deja atónito por buena presencia u otras cualidades. Por esto definimos a un cuerpo escultural como un cuerpo despampanante (como el cuerpo insertado al final de este escrito).

Y es que despampanante viene de las palabras latinas ‘pampinus’, hoja de las vides, que significa ‘sin’. Con lo cual, si nos remontamos a la historia de Adán y Eva, resulta que despampanante sería la sorpresa causada cuando la pareja original perdió las hojas de vid que tapaban sus partes púbicas. El ‘pámpano’ es el taparrabos que al caerse te deja en bolas.

Dando por bueno y con razón que el significado exacto de esta palabra es ‘pasmoso o llamativo, que deja atónito por su buena presencia u otras cualidades’, despampanante es algo que es capaz de quitarle a uno la hojita o el pámpano de la vid que le cubre sus partes.

Y también existe el verbo ‘despampanar’, que además de su significado literal: ‘quitar los pámpanos a las vides’, también posee la acepción de ‘dejar atónito a alguien’, que es como más habremos usado este verbo.

Visto lo cual, a partir de ahora voy a usar más este deslumbrante adjetivo para aludir cualquier cosa que me deje, pasmado o asombrado, como si se me hubiese caído la hojita de parra…


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Mensaje  achl Miér Abr 25, 2018 12:36 pm




Me sodomizaron


Breves pero inolvidables momentos los de aquella noche, los cuales empezaban ya a escribir, sin siquiera yo imaginármelo, una nueva página en el diario de mi vida


Corría como una galga. ¡Es que iba a perder mi tren...!

Aquella reunión en el salón de juntas de mi holding de empresas era tan densa, tan monótona y tan aburrida que ya estaba harta de todo. Nuevos proyectos de ventas, nuevas imágenes de marketing, novedosos estilos de reclamos, nuevos productos en boga, números, números y más números. No veía la hora de que acabase todo aquello.

Y para más inri, esa misma noche tenía que viajar hasta Madrid para tratar de cerrar, en horas tempranas de la mañana del día siguiente, un importante negocio, que daría alas de oro a mi negocio.

El lujoso reloj digital de la pared de la sala de juntas marcaba las 21,20 horas PM. Sobresaltada y nerviosa, me levanté del sillón de Dirección. Mi tren partía a las 22,00 horas.

____¡Qué pierdo el tren! -anuncié a través de una exclamación.

Sin conceder más tiempo a otros comentarios de mis empleados, cogí mi agenda y mi maletín y salí a todo gas.

____¡Pídeme urgente un taxi! -le dije a mi secretario.

Entré a mi despacho, cogí la maleta, que había preparado de antemano, entré en los aseos de señoras, me retoqué un poco el pelo, me miré en el espejo grande mi figura y, presurosa, me encaminé hacia el ancho pasillo donde se hallaban los ascensores; en el panel de mando de uno de ellos estaban encendidos los pilotos verde y rojo, pero se apagaban y se encendían locamente, lo que me hacía pensar que algo ocurría y no sabía por qué se estaba demorando más de la cuenta. Pero me dijo uno de los guardias jurados del edificio que aquel ascensor se había parado solo, súbitamente, por lo que todo el trasiego de subidas y bajadas lo estaba soportando uno solo.

Cuando el ascensor llegó a la planta baja, ya esperaba a las puertas del suntuoso edificio un taxi con la puerta derecha trasera entreabierta.

____¡A la estación de Santa justa! -le dije al chófer-. ¡Pero dese prisa, por favor, que pierdo mi tren! -añadí.

Tras una furiosa carrera, en la que el coche público zigzagueaba en la Avenida de la Palmera, yo no dejaba de mirar la hora en mi reloj de pulsera.

Por fin, llegamos a la estación del ferrocarril y, sin preguntar al rechoncho taxista el importe del viaje, saqué de mi bolso una billetera y de ella extraje dos billetes, uno de 20 y otro de 10 euros, y enseguida se los dejé sobre el asiento delantero derecho, dándole las gracias por la celeridad.

El electrónico de la estación anunciaba la inminente salida de mi tren. '¡Y yo con estos tacones!', pensé. Me descalcé y me lancé en su persecución. El andén 13 parecía interminable.

En el momento justo en que el convoy iba a partir, trepé al vagón. Agitada, localicé mi compartimiento. Una vez en él busqué y encontré mi asiento, solté mis bártulos, y me dejé caer sobre él. Algunos minutos después, ya recuperado el aliento, vi que mis medias se habían roto. Puse en el asiento de al lado, que estaba desocupado, mi abrigo y mi maletín, me arreglé un poco el pelo, y revisé la maleta en busca de un nuevo par de medias.

Antes de ponérmelo allí mismo, pensé que lo correcto era hacer eso en el cuarto de baño, a la vez que me refrescaría un poco la cara y las manos. Cogí las medias, me calcé de nuevo los zapatos y salí hacia del aseo. Tuve que recorrer todo el pasillo hasta llegar. En el trayecto pude comprobar que una mayoría de los compartimentos se hallaba a oscuras, quizás sin pasajeros. Me estremecí al pensar en un tren corriendo sin personas en su interior, rodando en medio de la noche negra.

Al encender la luz, odié la estrechez del cubículo. Me desabroché la blusa, botón a botón. El agua salía semi fría de un diminuto grifo instalado en un pequeño lavabo. Un suave chorro, que recogí en la palma de la mano, era suficiente para refrescarme la cara y el cuello. No quería salpicarme la ropa. Me incliné más sobre el lavabo. Pero, de pronto, se abrió la puerta y alguien apagó la luz del interior. Instintivamente recordé que no había echado el pestillo.

Alguien se ponía detrás de mí. Una mano cálida me tapaba la boca. Otra mano se apretaba contra mis pechos y los tocaba suavemente. Sentía que se enganchaba el sujetador. Ese enganche, aunque delicado, me lastimó un poco los mamelones. Presa contra el lavabo, no tenía opción de defenderme. Relativamente sofocada, traté de separar al que fuese de mí. Sentía una presión sobre mis nalgas que, junto con el miedo, percibí unas ráfagas de excitación, que me subían por los muslos.

La misma mano que me acariciaba, buscaba afanosamente mi falda; tiró de ella hacía arriba y encontró el hilo del tanga. Oí el hilo de la costura al ceder, y eso hacía que aumentase mi ardor. Había en mí una mezcla de miedo y deseo. Mi vagina comenzó a mojarse con sus propios jugos. Desde ese momento, ya no quería gritar, ya no quería defenderme, ya dejé de resistirme...

Quizá el atacante percibió mi entrega, porque destapó mi boca. Sentía su aliento y sus caricias en mi cuello. Me volqué más sobre el lavabo. Quien quiera que fuese me estaba sujetando delicadamente por las caderas, ahora desnudas. Iba en alta progresión mi excitación.

Las palmas de sus dos manos se deslizaban por mi trasero, explorándolo en aquella oscuridad sofocante, le dejé hacer a su antojo, disfrutando yo también con cada uno de sus hallazgos.

Pero, de pronto, me soltó de las caderas, y fue entonces que escuché el sonido de una cremallera y sentía el calor caliente y húmedo de un miembro viril entre mis nalgas. No había que ser muy inteligente para darse cuenta de lo que iba a suceder a continuación y, precisamente por eso, aspiré con todas mis fuerzas, profundamente

Era un miembro de unas dimensiones mayores de lo normal, que ardía al penetrarme. Los dos empujábamos al mismo tiempo; él, para clavarlo en mi ano, y yo, para que me llegase hasta el fondo. Ahogué un gemido, pero no contuve un espasmo de doloroso placer. A la vez que me iba sodomizando, me iba acariciando los pechos y daba suaves golpes a las nalgas. Nuestras respiraciones se aceleraban.

____¡Más... más...! -dije, en una exclamación semi ahogada.

Los movimientos de él se agitaban más. El golpeteo de sus testículos contra mis nalgas me arrastraba a un climax, pero un climax explosivo y delirante. Mi cuerpo se contraía. ¡Hasta que estallé! Me inundó un chorro intermitente de un líquido viscoso. Continuaba con sus movimientos, y a cada intento, un jadeo, un suspiro ronco; hasta que el que fuese fue relajándose. Su virilidad empezaba a perder turgencia y a resbalarse sobre mi nalga. Aquel líquido caliente se escurría por mis piernas, que todavía temblaban.

Iba a decirle algo, cualquier cosa, mientras me soltaba y luego salía de aquel aseo, no sin antes darle a mi hermoso trasero dos deliciosos y hasta cariñosos besos. Cuando me rehíce asomé la cabeza al pasillo. Nadie a la vista. Después, cerré por dentro con cerrojo la puerta metálica del habitáculo.

Sin muestra de preocupación en mi cara, más bien todo lo contrario, sonriendo encendí la doble luz del aseo y me miré al espejo, subiéndome en un banquito metálico que había por allí. Entonces vi señales de marcas en mi cuello, mis brazos, mis muslos y mi espalda, pero todas suaves, sin rastros de sangre y ni siquiera arañazos ni cardenales evidentes.

Después de medio lavarme como mejor pude y de ajustarme más o menos bien mi indumentaria, debido a la estrechez de aquel sitio, empecé a caminar hasta mi compartimiento, espiando durante el trayecto en todos y cada uno de los que se hallaban iluminados. No pude reconocer a nadie.

Sentada ya de nuevo en mi asiento, una sensación de satisfacción y placer bullía en mis adentros. Sonriendo de nuevo, escribí en mi diario:

Esta noche, sobre las 22,25 horas, en el aseo de un tren, con destino a la capital de España, he sido sodomizada por alguien, pero de una forma delicada y yo diría que hasta con ternura. Tanta delicadeza y tanta ternura que en absoluto me importaría que ese alguien me sodomizase de nuevo


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Mensaje  achl Miér Abr 25, 2018 1:22 pm




Mi agridulce destino


Después de seis semanas de no saber nada de ella, decidí ir a verla de nuevo. En realidad no quería hacerlo, porque era una especie de agonía, de la cual no quería ser partícipe ni una milésima de segundo más. ¿Acaso no se daba ella cuenta? Evidentemente no. Para ella, yo sólo era sexo, para mí no, para mí ella era amor. Esto lo podría definir de muchas maneras, pero creo que la más acertada era esta: amor. La amaba con toda mi alma y en absoluto me importaba la diferencia de edades entre nosotros

El cielo se hallaba plomizo, encapotado, gris, como mis ojos, como mi ánimo… Para evadirme, encendía el móvil y me ponía los auriculares para oír música. Lágrimas Negras, versionada a violín Stradivarius por un muchacho cordobés, Paco Montalvo, sonaba. Un tema muy de acorde con mi actual situación. Aquel violín hablaba, y sus cuerdas me estaban ahogando.

Cogía entre mis cosas una fotografía de ella y la besaba. Rogaba mentalmente que estuviese en su casa y, sobre todo, que me escuchase, o que me gritase, que hiciese algo, pero que yo no le fuese indiferente.

Cerré la puerta de mi casa y me metí la llave en el bolsillo, pero con tanta fuerza que pensé que se iba a romper el forro. Cogí mi bici y empecé a pedalear hacia su casa, hacia mi salvación o hacia mi perdición. No lo sabía aún...

No tenía por qué apresurarme, y tampoco tenía por qué demorarme. Avanzaba a una velocidad constante, tan constante y tan rutinaria como se había convertido mi vida. Durante el trayecto iba recordando sus abrazos, sus besos, sus gemidos, sus palabras de comprensión, pero también su indiferencia, su rechazo a mis abrazos, a mis besos, a mis palabras...

Las primeras gotas empezaban a caer, mojándome la cabeza, los desnudos brazos y la bici. Al poco, desembocaba en chaparrón, por lo que me estaba empapando. El móvil y los auriculares se apagaban súbitamente. Estaban heridos de muerte, pero el agua de aquella lluvia torrencial, terminaba por matarlos. Lágrimas calientes me brotaban inconclusas, mezclándose con el agua fría que fluía por mis mejillas.

Recorridos a duras penas los seis kilómetros que separaban su casa de la mía, llegué con la convicción de que era la casa de mi amiga, la que me doblaba en edad y en sentimientos. Pulsé el timbre y, después de una impaciente espera, miré por una rendija y... ¡oh!, guapa y sensual venía hacia el portón caminando.

Traía un paraguas rojo. Llevaba ceñida camiseta y ceñidos vaqueros, exhibiendo la perfección de una anatomía de 44 años, y calzaba unas zapatillas transparentes. Sus delicados y nimios pies, que tanto me gustan, estaban decorados con uñas pintadas en rojo. Saltaba de puntillas, esquivando los charcos acumulados en el trecho hasta el portón. Abría y me miraba largamente, con ojos sorprendidos y cejas enarcadas, como si fuese una aparición lo que estaba viendo...

____¡¿Qué es lo que haces aquí?! -me preguntó, airada.
____Necesitaba verte. Y no me niegues la entrada que vengo chorreando.
____¡Pasa, pero eres un tonto y vas a coger una pulmonía!

Entré con mi bicicleta y ya protegido de la lluvia me sacudí la cabeza, rociando agua a mis alrededores.

____Voy a traerte una toalla -dijo y caminó hacia la vivienda, y yo detrás.

En el interior de su chalé se podía oler ese característico olor picante de las pasiones ocultas de una cuarentona y un veinteañero.

Regresó con una toalla grande y roja. La cogí de su mano y me sequé. La toalla olía a su perfume. Cerré los ojos y aspiré con fuerza.

____¡Sólo a un loco como tú se le ocurre venir hasta aquí en bici con este tiempo! ¡Y no me digas que no sabías que iba a llover! -me recriminó.

A su modo, seguía protegiéndome. Le sonreí, como un agradecimiento.

____¿No te gusta verme? Mira que aún estoy a tiempo de irme -dije, a la vez que le devolvía la toalla y me iba hacia la puerta de salida.

Me detuvo, poniéndose delante de mí.

____Ya que has venido hasta aquí, quédate al menos hasta que escampe -me pidió, acercándose más a mí, sonriéndome, seductora, y cambiando su talante.
____Anoche soñé contigo -añadió, súbitamente.
____Y yo cada noche. Pero no de la forma que tú estás pensando. Sólo vine porque quiero hablar contigo -respondí.

Por un instante, una estela de temor se asomó en sus ojos. No creo que fuese miedo a que la dejase. Era una mujer fuerte, o al menos me había demostrado más de una vez que lo era. Y no tenía por qué tener miedo; estaba en una excelente situación económica, y tenía una cara y un cuerpo espectaculares, así que podía conquistar fácilmente a cualquier hombre. Pero si realmente tenía miedo, no me lo iba a decir.

____¿Y de qué quieres hablarme? -me preguntó, pasados unos segundos.
____De algo que tú ya no sepas. Te amo. Te amo con toda mi alma.
____Ya estás otra vez con tu cantinela de siempre -protestó, apartándose de mí.

Alargué el brazo y la paré. Enmudeció mientras la estrechaba contra mi cuerpo, aún mojada mi ropa. La miré y le dije:

____No lo entiendes o no lo quieres entender. No es suficiente para mí con tenerme en tu cama, siempre que te pique. Yo quiero estar contigo en todos los sitios. Lo que siento por ti, es más que el mejor de los polvos. ¡Por favor, tómame en serio!
Se soltó bruscamente de mis brazos, y yo empecé a sentir un agobiante dolor en el pecho. Mirándome, preocupada, me dijo mediante una pregunta:

____¿No ves que lo que me estás pidiendo es un imposible? -y se apresuró a añadir-: tengo 44 y tú 22. En siete más, ya habré sobrepasado la barrera de los cincuenta, y probablemente mi clítoris no funcionará del modo que tú quieras y yo quisiera, por lo que buscarás a otra para tus desahogos. Fui engañada una vez, y te juro que no lo seré más. Que te quede claro.
____¡No buscaré a ninguna otra! ¡Seguiré enamorado de ti! -me sulfuré.
____¡Sal ahora mismo de mi casa! -me ordenó, como única respuesta.

Sin embargo su enérgica respuesta, me aproximé más a ella, llevé mi cara a la suya y la miré a los ojos, color de miel, y le dije:

____Tú no quieres que me vaya, así que no me lo pongas más difícil.
____¡Lárgate ya de aquí! ¡No piensas! ¡Eres un inconsciente!
____Impetuosa me ordenas, pero sin convencimiento. Lo sé porque te conozco más de lo que crees. Conozco perfectamente bien cada detalle tuyo. ¡¿Obligarme a que me vaya?! ¡Intenta echarme si puedes y eres capaz!

Dicho esto, le besé el cuello, suave y terso para su edad. Movió la cabeza y cerró los ojos. Sus manos hacían presión sobre mi pecho, tratando de que me apartase, pero poco a poco se iba aflojando la presión.

____No me hagas esto, por favor -un deseo, ‘calientemente sexual’, la calmaba.
____Sientes lo mismo que yo, lo que pasa es que no te atreves a reconocerlo -le dije, como si mi corazón contraatacase.

En un arrebato, le besé la boca; suave primero, y salvajemente después, acariciando su lengua con la mía. Me aparté, porque su respiración empezaba a agitarse.

Traté de tranquilizarla, abanicándola con una de mis manos. Los auriculares, aún en mis orejas, me estaban incordiando, así que violentamente me los quité y los arrojé fuertemente contra el suelo, junto con el móvil.

____¿Por qué tiras eso?-me preguntó, recuperando su respiración normal.
____No funcionan. Se los cargó la lluvia. Pero esto no importa ahora.

Súbitamente y con desesperación, sus manos se aferraron a mi espalda, intentando arañarme por encima de la camisa; la cual, rápidamente me quité. Mis dos manos se posaron en su cuerpo, recorriendo con lentitud cada curva de él, como si quisieran memorizarlo. Sus sentido se aflojaban de pronto y un profundo suspiro embriagaba mi oído izquierdo, cálidamente...

Entre una leve lágrima de ella y una suave sonrisa mía, en los brazos la llevé hasta la amplia y mullida alfombra roja del salón, bien extendida en medio de dos modernos y cómodos sillones reclinables con fundas rojas.

Una vez en la alfombra y ya con más libertad de movimientos, profundicé mis besos en su cuello, mientras que mi mano derecha transitaba por la parte más alta de sus duros y largos muslos...

Dejó escapar un gemido cuando accidentalmente mi boca rozó uno de sus erectos pezones por encima de la ropa. Y ahí podía corroborar una vez más que me sentía, que me amaba, que me deseaba, pero que luchaba desesperadamente contra sus propios sentimientos por no sentirme, por no amarme, por no desearme...

Sin embargo su aparente oposición, con ternura y no menos delicadeza me quitó la ropa, lo que me invitaba a quitarle la suya, contemplando una vez más la perfección de una madura desnudez. No me dio tiempo a ser el primero en iniciar lo que tanto ansiábamos, porque ella separó sus muslos provocando que mi lengua, como lanza, se hincase en su ya humedecida vagina...


Y seguidamente –gozando los dos al máximo- vino todo lo que dos amantes enamorados son capaces de inventar, saliendo de nuestras bocas los rugidos más grandes y prolongados de todas las veces que antes habíamos hecho el amor. Y en medio de tanto placer variopinto, ella, con los ojos bañados en lágrimas, me dijo que su voluntad le pedía a gritos que no nos viésemos nunca más, pero que su corazón y su carne estaban completamente sordos


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Mensaje  achl Vie Abr 27, 2018 9:00 am




Un viernes de octubre empezó todo

Esta historia, ¿cómo olvidarla? Recuerdo cada momento de ella como si hubiese sido hoy. A veces intento sacarla de mi cabeza, pero de nuevo regresa. No hay manera de desprendérmela. Mi nombre es Ana, y ahora tengo 20 años. Mis amigos dicen de mí que soy una chica guapa y que tengo un bonito cuerpo


Bueno, a continuación voy a contar lo mejor que sepa un episodio de mi vida que me cambiaba la misma cuando contaba sólo 16 años de edad. El resultado final de esta historia es lo mejor que me ha pasado nunca, pero el desarrollo es desagradable. Y esto me ocurría, indudablemente, por mi poca edad de entonces y también por ser una persona confiada con todo el mundo. Claro que me ha servido de lección…

Era un viernes frío y lluvioso del mes de octubre. Sentada en mi pupitre de mi cole me hallaba dibujando, mientras mi profe de Gramática explicaba, escribiendo en la pizarra, una lección.

____¡Ana! –me gritaba el profesor.
____¿Sí? -decía, sonriendo, mientras dejaba el lápiz sobre el pupitre.
____¡No voy a permitir que estés dibujando en mi clase!
____Ha sido sólo un momento, profesor.
____¡No es cierto! ¡Has estado todo el tiempo distraída y ocupada en otras cosas distintas a esta clase!

Aun su evidente enfado, se podía ver que no paraba de mirar mis piernas. Llevaba yo la típica falda escolar, pero como de unos quince centímetros por encima de las rodillas.

____Ya he dejado de dibujar, profesor–decía, aún sonriendo.
____¡Lo que debías de haber hecho era no empezar!

De pronto zumbaba el timbre de la salida del aula, y empezaban todos los alumnos, menos yo, a recoger sus cosas. Mi profe permanecía sentado en su sillón y me llamó.

____Ana, me he percatado de que no has tomado ni un solo apunte. No quisiera catearte, así que te dejaré faena para este fin de semana –decía mientras buscaba en su estantería, ya más calmado.
____Vaya –me decía a mí misma en voz baja, contrariada.
____Toma. Este es un vídeo que contiene algunas bases de la Gramática. Quiero que me traigas los apuntes el lunes próximo.
____¿Tan pronto? A nadie más le ha dado usted este vídeo.
____Es que nadie más ha estado ausente de mis explicaciones. Sólo tú.
____Está bien -respondía mientras me dirigía hacia la puerta.
____¡Un día de estos hablaré con tu padre! –de nuevo se había enojado.
____No se preocupe, yo se lo diré –salía de clase, dejándole con las ganas de seguir recriminándome.

Era la hora del recreo, pero me iba a mi taquilla, donde Javi, un golfete de 18 años, alto y guapo, y de dos cursos superiores al mío, me esperaba.

____Hola, Ana.
____Hola, Javi –contestaba, con mi típica sonrisa.
____¿Qué vas a hacer esta tarde? –añadía, y sus ojos miraban mis pechos.
____Esta tarde… esta tarde... Nada en especial. ¿Por...?
____Porque casualmente tengo el vídeo que te dio tu profesor. ¿Qué tal si lo vemos juntos? –me decía, sin dejar de quitar la vista en mis pechos.

La cosa era simple: iría a casa de Javi, vería el vídeo y haría los apuntes. Y así no lo vería tenía sola. Además, como Javi había aprobado el curso que yo estudiaba, cualquier duda podría aclarármela él.

____De acuerdo. ¿Dónde vives? –le preguntaba.
____Por eso no te preocupes, yo te llevaré -me respondía.

Aquella mañana seguía normal. Cada clase se me hacía eterna. Hasta que llegaba la hora de la salida. Javi tenía su flamante deportivo a la entrada del colegio.

____¿Nos vamos ya? –me preguntaba.
____Espera. Antes tengo que llamar a mi casa. No tardaré -le respondía.
____No tienes por qué hacer eso. Terminaremos pronto y yo te acercaré.
____En ese caso, cuando quieras.

Llegamos a su casa. Vivía solo en un chalet con todas las comodidades. Su familia era adinerada.

Entramos y nos acomodamos, Javi servía dos refrescos, ponía el vídeo y se sentaba a mi lado.

Hacia mucho calor, lo que me obligaba a tomar rápidamente la bebida. El vídeo era lento y pesado, y en cada escena me sentía con sueño. Peleaba conmigo misma por mantenerme despierta, pues no podía dejar de ver el vídeo e ir haciendo mis apuntes, para así evitar males mayores, además de que no quería quedarme más tiempo sola con Javi.

____¿Te sientes bien, Ana?
____Sí, sólo un poco mareada.

Pero, de pronto, sentía que iba perdiendo fuerza. No podía ni moverme. Unas manos empezaban a recorrer mi cuerpo, parándose y recreándose en mis partes íntimas. Intentaba apartarlas. Inútil. Estaba medio dormida. Las manos subían, parándose en mis pechos y luego en mi sexo. Trataba de soltarme con las pocas fuerzas que aún me quedaban.

____¡No me toques! ¡No me toques! –decía, medio inconsciente.
____Tranquilízate, Ana, todo va a ir bien.

Sólo esa frase podía escuchar en los labios de alguien, antes de sentir un extraño placer, para luego quedarme profundamente dormida.


A los nueve meses y once días de aquello paría yo un precioso bebé hembra: mi Ani, auténtica locura de sus abuelos maternos. Su padre aún no la conoce, ni ningún familiar de él. ¡Y ni falta que le hace a mi niña! ¡Es mía y sólo mía!


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Mensaje  achl Vie Abr 27, 2018 9:37 am



Necesitaba olvidar


El verano había empezado con muchísimo calor, y los extranjeros venían en masa y en tropel a pasar sus vacaciones en el pueblo costero donde yo vivía con mis padres y mis dos hermanos, mayores que yo

No era capaz de dejar de pensar en Rebeca y en lo que pudo haber sido y no fue. Mis amigos trataban de animarme, pero me encerré en mí mismo y no me apetecía salir. Había dejado de creer en todo. Pero una noche de un viernes vinieron tres amigos a mi casa para que fuésemos a tomar unas copas. Habían inaugurado una discoteca nueva y se hablaba bien de ella. Me animé a salir, pero más por ellos que por mí, así que, mientras esperaban en mi cuarto jugando a la play, me duché y me vestí sin ganas, pero, en un súbito ataque de conmiseración hacía mí, pensé que iba siendo ya hora de reaccionar y de pasármelo bien.

A aquella discoteca la llamaban Lucifer, y su decoración iba en consonancia con su nombre; era tenebrosa. Todas las camareras iban vestidas y maquilladas como los vampiros. Había allí bebidas raras, pero lo más importante para mí era que el local estaba lleno de chicas, y yo necesitaba conocer a alguna que me hiciese olvidar a Rebeca, al menos por una noche. Así que mientras mis amigos se iban a los aseos a empolvarse la nariz, escruté el horizonte y pude divisar un pequeño grupo de tres bellezas, sentadas y conversando entre ellas en uno de aquellos oscuros y lúgubres sofás que había. El problema era que nosotros éramos cuatro, pero lo solucionamos enseguida. Uno de mis amigos, el más enganchado, estaba a tope de coca, pues había estado metiéndosela, incluso en mi casa, y bailaba solo frenéticamente. Eso hacía que fuésemos tres, lo mismo que ellas.

Aquellas tres bellezas eran sevillanas, y tenían entre 18 y 20 años. Ya estaban con el puntito de alcohol, y yo también me afané en ello, pero la verdad es que soy el menos bebedor de todos mis colegas.

La charla terminó derivando en el sexo, y en el sofá habían chicas que ya lo habían catado. Menos una de ellas. Y yo. Algo que me venía de perla, pues mis hormonas estaban aullando tan fuertemente que temía que iban a provocar un escándalo en aquel lugar.

La que no había probado sexo aún, se levantó -se llamaba Triana- y se fue a la barra a pedirse un licor. Era guapa, simpática y con un buen cuerpo. Tenía un cabello negro liso, cayéndole sobre la espalda, y una sonrisa seductora. Mientras pedía su bebida, sus amigas me decían que me fuese a acompañarla. No me lo pensé. Me encaminé hacia la barra, y antes de que pudieran servirle en aquel tumultuoso gentío lo que había pedido, ya la había invitado yo a darnos un paseo por la playa.

Caminando descalzos por la arena, Triana me contaba que estudiaba la carrera de Periodismo y que estaba sacando buenas notas. Y también me contaba que no tenía novio, algo que no me importaba, porque lo que yo quería era probar sus labios para así tratar de olvidar y para hacer crecer mi autoestima. No pretendía alcanzar el cielo, pero al menos quería superar el nivel del mar.

La cogí de la mano, para así ver su nivel de resistencia. Me la apretó y yo me lancé. La acaricié y la besé. Sus besos no eran tímidos, lo que me hacía suponer que ella estaba esperando ese momento tanto como yo. En la playa había muchas parejas y, como la situación se estaba poniendo muy interesante para seguir la fiesta, nos fuimos a su hotel. Yo estaba ya en una nube. Esa noche iba a darle una oportunidad a mi amigo de siempre: mi pene.

Una vez en su habitación, nos abalanzamos y nos besamos hasta llegar a la cama. Me eché y ella se puso a mi lado, siguiendo besándonos. De vez en cuando dejaba salir un gemido, y sólo esto me proporciona placer. Únicamente se oía el sonido de nuestros besos. Las cosas se estaban poniendo demasiado calientes como para tener mis manos quietas, aun mi inexperiencia.

Le besé el cuello, embriagándome su aroma. Mientras me desabrochaba la camisa, se desnudada de cintura para arriba, y como no llevaba sostén aparecían unos senos de un tamaño medio, pero erguidos y bonitos. Primero empecé a tocárselos y luego pellizcarle los mamelones, sin dejar de besarnos apasionadamente. Sus mamelones reaccionaban rápidamente a mis estímulos, poniéndose firmes como soldados.

Tras estimularla con los dedos, pasé a algo más húmedo. Con la lengua empecé a describir círculos por todo el contorno de sus pechos, haciéndolos cada vez más pequeños, hasta llegar otra vez a los puntas y besarlas y a la vez darles pequeños mordiscos...

No quería dejarla insatisfecha. Llevaba desde los 15 años viendo películas porno, y todos los detalles que aprendí quería aplicarlos en ella. No me atrevía a bajar con mi lengua hasta su flor, y no creo que hubiese hecho muchas maravillas esa noche. Con mi experiencia sexual adquirida de los vídeos sabía cómo satisfacer el terreno privado de una mujer, pero no me atrevía a ponerla en práctica.

Pero todo eso forma parte de un pretérito próximo, cuyo podría hacerlo realidad en el presente, y más siendo yo uno de los protagonistas.

Mientras nuestras lenguas jugueteaban, sentía mi pene más duro que nunca, y cuando empezó a tocármelo por debajo de los calzoncillos, mi excitación era sublime. Quería que me sintiese dentro, me moría de ganas por eso...

Se tumbó boca arriba y yo encima. Seguía besándola. Se frotaba contra mi pene endurecido y pidiendo a gritos que la penetrase. Una excitación se apoderaba de mi cuerpo, y cuando veía su sonrisa picarona, más ansia tenía el animal de mi entrepierna. Nos desnudamos por completo y luego de ponerme un preservativo, la penetré despacio mientras una de sus manos lo guiaba. No me costó ponerme la goma, pues ya me había masturbado con condón, simplemente por probar.

Aquello era mejor de lo que creía. Movía mis caderas hacia adelante y atrás, procurando dejar inerte el resto del cuerpo, para no dificultar la tarea. Con sus brazos me rodeaba la espalda, y movía la cintura al mismo ritmo que yo.

Su boca permanecía en la mía. Me costaba alcanzar el tan deseado orgasmo, pero cuando al fin sentía que me venía, un placer recorría todo mi cuerpo, hasta que finalmente llegó la explosión. Fue entonces que supe en aquel momento que nací para sentir sensaciones como aquella.

Hay veces qué es fácil olvidar las penas con el sexo, ya que es la herramienta más útil que existe para eso, aunque momentáneamente...

Una vez que ambos coronamos, yo permanecía encima de ella, con mi pene aún dentro, pero decreciendo.


Los dos acabábamos de perder la virginidad y, por el gesto en la cara de ella, me di cuenta de que ambos estábamos deseando de volver a repetir lo mismo Y repetimos. Y varias veces más


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Mensaje  achl Vie Abr 27, 2018 5:35 pm



La red y sus rarezas


En uno de mis mensajes que leí ayer, un anónimo me pedía que me mease en su boca. No era la primera vez que recibía una petición de esta clase, ni a estas alturas de navegar tanto por la red me sorprendía nada, pero me daba por preguntarme: '¿qué es lo que pasaría si le dijese que sí, que acepto?'

No sé qué mosca me picaría, pero nunca habría imaginado que pudiese excitar mearse uno encima de otro, y menos todavía sin las connotaciones que puede ofrecer conocer antes a la persona en cuestión. La cosa es que le dije que si era de mi ciudad, le citaba esa tarde en los servicios de señoras del centro comercial 'la Palmera', al que tenía pensado ir de compras, y también le dije que confirmase la asistencia. Así se lo escribí, como una invitación de boda: ‘confirma tu asistencia’. Respondió afirmativamente, y agregó que como él lo había pedido, no quería perderse 'la oportunidad de su vida de ver realizado su sueño’.

Durante toda la tarde seguía con la idea en mi coco. No me sentía nerviosa y tampoco le daba vueltas a lo que ya había decidido, aunque nunca antes había quedado con un contacto de Internet.

Llegué temprano al centro comercial, hice unas compras y las llevé a mi coche. Luego, entré en varias tiendas para mirar ropa, y así ir haciendo tiempo. Pocos después de la hora convenida, me fui al aseo de señoras. Le había dicho que entrase en el cubículo más alejado de la puerta de entrada de los aseos y que la abriese cuando yo llamase con los nudillos y dijese ‘mensaje recibido’.

Había más mujeres allí, pero yo esperaba que él habría sido previsor y hubiese ido con tiempo para encontrar el momento oportuno de meterse en el cubículo sin que nadie le viese. Pero si no estaba en el cubículo cuando yo llegase, no le esperaría, me iría sin tomarme la molestia de perder más tiempo, ni de mirar en ningún otro cubículo.

Según me iba acercando, vi que el cubículo al que iba estaba ocupado. Eso era buena señal. Respiré profundamente antes de llamar. Apenas dije la contraseña, el cerrojo se abrió y la puerta se quedó entornada. Me aseguré de que no hubiese nadie más en el pasillo y empujé la puerta. Y allí estaba el sediento de mi pipé, mirándome, como si yo fuese una aparición. Mi instinto me había ayudado: era a simple vista un hombre normal, no parecía un loco ni un delincuente. Esto, y el saberme en un lugar público, era suficiente para decidirme a entrar a aquel espacio tan reducido. Cerré la puerta y ya dentro, él hizo ademán de presentarse, pero le corté el rollo.

____Ponte de rodillas y echa la cabeza hacia atrás -le dije en tono firme, a la vez que metía las manos bajo el vestido para quitarme las bragas.

Se quedó unos instantes sin reaccionar, como procesando mis palabras.

____¿Pero me quito la ropa antes? -me gustó su desconcierto.
____Sólo sácate el pene. Quiero ver si te excitas con esto –a bote pronto se me ocurrió esa marranada.

La situación en sí le debía provocar excitación, porque ya tenía erecto su pene cuando asomó por la bragueta. Pero yo, ni pestañeé, como si aquello no fuese conmigo.

____¡Venga, venga, date prisa, no voy a estar aquí hasta la madrugada! -le apremié indicándole el suelo.

Se colocó como le dije, arrodillado y con el trasero contra los talones y la cabeza hacia atrás. No parecía una postura muy cómoda, pero no protestó. El ponerme sobre él, con un pie sobre la tapa del váter y el otro en el cubo, que contenía papeles higiénicos, compresas y condones usados, mientras me sujetaba en la pared, me costó más de la cuenta. Cuando estaba preparada, alcé el vestido para no mojarlo, pero al mirar hacia abajo vi que su erección había cedido. Y eso me dio mucha rabia. Pero estaba decidida a continuar con su juego, que de pronto se había convertido también en el mío.

____¡Abre la boca y traga, cerdo! –medio chillé, con idea de humillarle más aún.

Me obedeció en lo de abrir la boca, pero no en lo de tragar, porque sólo podía tragar saliva. Mi vejiga se negaba a responder, no por falta de ganas de orinar, pues me había tirado toda la mañana bebiendo agua aguardando el momento clave, pero parecía bloquear mis músculos aquella extraña situación, a la vez que pensaba en mi dignidad. '¡Pero qué diablos, yo accedí, ¿no?, pues adelante con los faroles!'.

Por fin sentía relajarse mi uretra y veía que comenzaba a salir orina. Miré hacia abajo y vi que él adoptaba la postura para recibirla en la boca, mientras llevaba una de sus manos a su pene.

____¡Ni se te ocurra sobártela delante mía! -alcé un poco la voz.

El chorro salió con presión, y vi cómo rompía contra su cuello, mojándole toda la ropa y hasta los zapatos. Aquel tipo disfrutaba de lo lindo. Más que un niño el día de los Reyes Magos.

Duró mucho mi meada, y cuando acabé me percaté de que me sentía pletórica. Y más al ver su miembro hinchado, como deseoso de largar líquido seminal, como si fuese a reventar, y además todo mojado de meado, con un olor desagradable.

____Bésame ahora la entrepierna; ¡pero sólo besar, ni se te ocurra tocar! -le avisé, sin importarme ya el tono de mi voz.

Levantándose el trasero se incorporó lo suficiente para posar los labios en mi vagina y darle un sonoro beso.

____Gracias, muchas gracias -musitó.

Cogí un clinex de mi bolso, me limpié ahí abajo y lo tiré al charco que se había formado. Me vestí, con cuidado para no pisar el orín, ni a rozarme con aquel guarro.

____Cuando salga de aquí, puedes masturbarte -le dije mientras me recogía el pelo-. Y no olvides limpiar todo antes de salir e irte.

Abrí la puerta y salí de allí. Mientras me lavaba las manos en un lavabo próximo, oí un cerrar de pestillo. Sonreí pensando en que se la estaría destrozando con el olor de orín.

Después de algunos meses de aquel episodio, sigo recibiendo mensajes suyos. A pesar de no contestar ninguno, sigue escribiéndome. El último que me ha enviado ha sido un largo relato, en el que describe todo con pelos y señales. Me ha resultado tan guarro, tan adornado, tan lleno de sentimientos y con unas descripciones tan exageradamente halagadoras hacia mi persona, que no me ha quedado más remedio que contraatacar con mi versión de los hechos. Así que le envié un mensaje con el siguiente texto:


Yo llegué, me meé en tu boca y me fui. Sólo esto. Así de simple, y así de morboso. Sólo fue uno más de mis juegos sexuales


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Mensaje  achl Sáb Abr 28, 2018 10:11 am




Lo recuerdo todo


Recuerdo aquel cuarto y aquellas batidas de sexo en él un día lluvioso de abril. La lluvia dibujaba etéreos paisajes en el cristal de la ventana. La nevera ofrecía cervezas que anticipaban placenteros tragos, con los que se reduciría nuestra resaca. Y las blancas y negras teclas de un piano repartían por doquier la melodía de un 'Me embrujaste' de ensueño


Recuerdo en especial un beso y un suspiro, y también los caídos pétalos de una rosa en el olvido. Y te recuerdo muy especialmente a ti llegando al cuarto y oculta en los márgenes del tiempo, envuelta en la bruma de mis sueños.

Recuerdo tus sonrisas cómplices, tus insinuantes miradas de pecaminosa pasión, y la capacidad que poseías para hacer de un simple cuarto un palacio donde el deseo y la lujuria eran los majestuosos aposentos de nuestros juegos de amor.

Bebíamos aquellas estimulantes rubias. Tus movimientos eran como una fascinante coreografía de una sensualidad, eran seductores hechizos que me trastornaban los sentidos con la magia que sólo se desprende de una auténtica mujer: tú. Y sonreías ocultando la belleza en el enigma de tus labios, y en el negro absoluto de tus bellos y grandes ojos.

Sobraban las palabras, el silencio era el preludio de un altar donde la piel y el alma se unían en una excitante plegaria al placer. Era testigo directo de cómo la brisa de tu aliento se iniciaba en las rutas de la pasión, de cómo el más leve o insignificante vaivén era el sendero por el que suministrabas la savia que alimentaba todo mi ser. Era entonces cuando comprendía que podía pasar toda una eternidad atrapado en los brazos de la más hermosa de las mujeres. ¡Ironía de la vida!

Ahora no soy nadie, sólo la apariencia de algunos días deshechos en el pasado, y el agobiante fuego de una angustia inmisericorde. Siento que formo parte del vacío que modela tu ausencia y de las inquietantes sombras que se pegan al sufrimiento de un presente que se amamantan de las repulsivas mamas de la muerte.

Todavía continúas en mí, amándote. Todavía sigue mi pecho abierto, todavía siento mi desgarrado corazón desangrándose en el tuyo, que se transformaba en un cáliz hermoso del que bebía hasta calmar la sed, y tu vientre de platino era el plato del que comía los más exquisitos manjares.

Realmente habías conmovido algún rescoldo donde únicamente cabía la diabólica presencia de la llama infernal, y sabiendo que mi lucha no era contra ti, me aterraba sólo con pensar que se había acabado nuestro sueño de amor.

Había permanecido varios años camuflado entre las pesadillas. A duras penas había soportado nuestros miedos, pero de nuevo, y con la mayor ansia, la sed y el hambre de ti me arrastraban a querer recuperarte.


Es por eso que partir de ahora te buscaré y me expondré frente a todos los inconvenientes, buscando en la brisa de tu aliento el pasaje que burle al tiempo para que me permita volver a probar las apetitosas carnes de tu despampanante anatomía


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Mensaje  achl Dom Abr 29, 2018 4:43 pm




Luchaba para que aquella noche...[/size]


...no fuese un espejismo, luchaba para que se originasen más noches como aquella, y rezaba para que el destino lo hiciese posible

La recuerdo como si fuese hoy. Nos hallábamos paseando de noche en la playa. ¿El motivo? ¡Qué importa! Lo único que importa es que estábamos juntos. ¿Saben qué quizás por orgullo o quizás por hallar mejor ocasión, el caso es que nunca quería decirle que aquella noche había sido la noche más importante de mi vida?

Aún puedo oler y saborear la brisa de aquella idílica noche de verano. El cielo y el mar nos brindaban un espectáculo majestuoso. Y en medio de la noche, entre millones de estrellas, y algunas mirándonos enamoradas, y millones de olas, y algunas mirándonos provocativas, nos hallábamos ella y yo, paseando, sin prisas y sin preocupaciones...

Recuerdo su olor, mezclado con el familiar salobre que se desprendía del agua del mar. En un principio, mi intención era rememorarle esta historia a sovoz, pero mi corazón ha preferido guardar todos esos momentos para plasmarlos en estas líneas, y así ella los pueda leer y conservarlos.

Aún puedo sentir su mirada sobre la mía, y ver con pasmo cómo quería contar las estrellas. '¿Recuerdas la osa mayor?’ ‘¿A que no has olvidado la osa menor y la historia que te conté sobre ella?', le pregunté entonces. Y hoy, yo solo y nostálgico, miro las estrellas y todo me transporta a aquella mágica noche.

Recuerdo como una de mis manos cayó por 'accidente' encima de una suya. Mi dedo índice parecía tener vida propia; y cual fugitivo comenzó a recorrer la punta de sus mamelones. Al principio dudé, pues la amistad que por ella sentía era grande y no quería por nada perderla. Claramente sentía su reacción, como si una ligera descarga le hubiese llegado. Pensé en retirarlo, pero su manifiesta relajación era una invitación a continuar.

Me inventé una nueva constelación para ir ganando tiempo y poder subir de nuevo mi dedo. Ella, siempre deseosa, me seguía la corriente. Me llevé la otra mano a mi pelo, como queriendo disimular y enfrentarme al miedo de perderlo todo. Pero, 'bah!, de nuevo lo intenté. Total, si algún reclamo se producía, bien podría decirse que éramos buenos amigos con derecho a 'algo'. Como hoy se dice: ‘amigos con derechos’.

Mi respiración se agitaba. Los segundos se hacían largos. Cogía aire, y mi dedo de nuevo volvía a la carga. Y esta vez era mejor; ella lo esperabas, y noté cómo su respiración se hacía cada vez más acelerada. Nuestras caras expectantes..., pero por mucho que lo intentábamos, no nos atrevíamos a mirarnos, simplemente mirábamos el mar. Deslicé mi mano sobre la suya y mis dedos se abrían paso entre los suyos en una danza, suave, y rítmica, y sensual, y eterna… Pude sentir cada poro de su mano, el latir de su pulso y su respiración sincronizarse a la mía. La apreté más fuerte y sentí el calor de su piel. Nuestras almas bailaban un bolero. Con los ojos cerrados, me uní a ella en un solo pensamiento, un solo sentir, una sola respiración, un solo corazón, una sola alma. Y luego, no pudiendo aguantar más ninguno de los dos, nos fuimos hacia la orilla, nos besábamos apasionadamente y entonces... ‘eso’, que pasaba lo que tenía que pasar, que nuestros cuerpos se juntaban y se entendían. ¡Y culminaban!

Y desde aquella noche, sabíamos que queríamos ser el uno para el otro. Desde aquella noche, sabíamos que nunca podríamos vivir separados el uno del otro.


[size=16]No obstante nuestras ilusiones, hoy que me encuentro solo y lejos de ella, contemplando el mismo cielo y el mismo mar. Pero quiero recordarla como en aquella inolvidable noche, aunque la recuerdo como si fuese ahora mismo


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Mensaje  achl Dom Abr 29, 2018 5:42 pm




Un trabajo como otro cualquiera


Policía. Este sería mi papel representativo para acudir a mi trabajo. Por lo general, nunca cambiaba la rutina. Mi clientela femenina siempre se inclinaba por policía, y a veces por bombero, militar o boxeador


Me vestía con el clásico uniforme de oficial de la policía, cogía las llaves del coche y salía de mi casa. Cerraba la puerta, bajaba a la calle, me subía al coche, arrancaba el motor, y empezaba a avanzar por el Paseo de la Palmera, de Sevilla.

Trabajaba como striper para fiestas y cumpleaños hacía como un año. El trabajo no era gran cosa, pero se pagaba muy bien, mucho mejor que cualquier otro. La primera y única regla de un striper era la de ser un profesional en cuanto a no propasarse con ninguna clienta.

Llegaba a la dirección indicada. Estaba claro que allí era la fiesta, pues la música se escuchaba a lo lejos. Estacionaba el coche, apagaba el motor, quitaba la llave y salía de él, cerrando después la puerta del conductor. Ya ante la puerta de chalé, pulsaba el timbre y esperaba.

La misma cumpleañera abría la puerta. No imaginaba que me iba a encontrar con algo despampanante. Era una mujer madura conservada y bien hecha. Llevaba el pelo corto. Tenía un cuerpo verdaderamente colorista: guapa, pechos grandes y firmes y trasero prieto y redondo. Un escote impactaba a mi cara, como incitando a que lo mirase; la dueña de él me miraba y sonreía, y a su mirada y su sonrisa se le unían dos mujeres más, que, bailando con un vaso de whisky en la mano, me miraban de arriba a abajo.

____¡Pero, chico, entra ya! -exclamaba en un tono cordial la madura. Parecía alegre, quizás por el alcohol.
____Veo que es una bonita fiesta, pero no tan bonitas como vosotras. ¿Podría unirme a vuestro baile? –preguntaba sonriendo, desabrochando uno de los botones de mi camisa y moviéndome al ritmo de la música que sonaba
____¡Claro, oficial! -decía con un hablar nervioso una de las chicas.

Del tirón me arrancaba la camisa, dejando mi torso al aire. Las chicas daban gritos de exclamación, y con palmas acompañaban mis movimientos al compás de la música.

Con lentos movimientos, me quitaba después el cinturón de balas, y dejaba que mi pantalón se escurriese por mis piernas, desposeyéndomelo a la altura de los zapatos, quedándome tan sólo en tanga. Las chicas soltaban gritos, y dos de ellas se venían hacia mí, acariciándome el pecho, los brazos, los muslos y las mejillas. Y una tercera, tal vez la más atrevida, ponía una de sus manos sobre mi paquete y lo cogía.

Pero mis ojos se posaban en la cumpleañera. Aquella madura me había atrapado. Reía y miraba a la concurrencia, sirviéndose otro whisky. Por alguna razón, obvia por otro lado, podía adivinar que algo se le la había humedecido por ahí abajo.

Luego de una hora y media de show, me ponía de nuevo la camisa, ayudado por una de las chicas que había permanecido a mi lado todo el baile. ‘Mi madura’ se me acercaba de nuevo.

____Ven conmigo. Te voy a pagar lo que hemos acordado -me decía.

La seguía por uno de los pasillos de aquel lujoso chalé, hasta llegar a un dormitorio. Cerraba por dentro la puerta con pestillo. Debo reconocer que un nerviosismo me invadía, a la vez que una erección repentina e inoportuna se apoderaba de mí.

La madura cogía una billetera que había sobre un mueble antiguo de caoba, frente a la cama, contra la pared, y sacaba unos cuantos billetes.

____Aquí tienes los 800 euros acordados. Más 200 de propina, 1.000. Cuéntalos si quieres -decía, con una sonrisa nerviosa en los labios.
____No hace falta, señora -respondía-. Por cierto, ¿cuál es su nombre?
____¿Para qué quieres saberlo? –sonreía y me miraba-. Mi nombre no importa. El tuyo es el que realmente importa –añadía.
____Me llamo Adolfo -respondía.
____Bonito nombre -decía mirándome a los ojos y acercándose más a mí. La sonrisa en su cara permanecía inalterable.
____¿Como empezaste en este oficio?
____Como muchos otros chicos de mi edad. Estaba sin trabajo, y la idea me la daba un buen amigo que me acompañaba en el gimnasio.
____Espero que te guste tu trabajo -decía mirándome insinuante.

Sin ningún pudor y con total desparpajo, me cogía el bulto con su mano derecha.

____¡Oh! Si quieres ganar mucho dinero, no busques otro trabajo.

Su mano izquierda alzaba torpemente su vaso de whisky, cayéndose y haciéndose añicos contra el suelo. Sin prestarle atención, se separaba el escote, dejando ver sus pechos, sin dejar de mirarme a los ojos. Mi respiración se aceleraba. Quería hacerle el amor desde que me había abierto la puerta, pero no quería dejar de ser el profesional de siempre.

De pronto, apartaba la mano de mi entrepierna, y poniéndomela sobre mi pecho me daba un empujón, haciéndome caer de espaldas sobre la cama. Seguidamente, se me ponía encima y me lamía el cuello. Percibía una mezcla de olores a alcohol y a perfume femenino de los caros.

Intentaba apartarme, pero no podía; era como si hubiese perdido todo mi poder de decisión; ella me lo había arrebatado. La cogía de la cintura y deslizaba las manos hacia sus firme nalgas, cubiertas por una falda roja, como de unos diez centímetros por encima de las rodillas, que dejaba ver unos muslos morenos, tersos y torneados.

Me besaba en los labios, mordisqueándolos, acariciando mi lengua con la suya, en suaves movimientos circulares y constantes. Me abría la camisa y me besaba el torso. Mis dos manos alzaban su falda, y dos de mis dedos se colaban entre su entrepierna. No llevaba bragas, y su vagina estaba humedecida y palpitando.

De pronto, se tumbaba a mi lado sobre la cama, mirándome, incitándome, como si estuviese pidiéndome con los ojos que hiciese lo que yo quisiese con su cuerpo.

Me quitaba ella la camisa y el pantalón, quedándome en el tanga del baile, y luego se quitaba el sujetador, dejando sus tetas a la vista, desnudas, y yo le arrebataba la falda, terminando por desnudarla por completo.

Mis manos recorrían su vientre, subiendo a sus redondos senos, y luego de besarlos, le succionaba los mamelones, mientras le iba acariciando todo el cuerpo con las yemas de mis dedos. Gemía y hasta rugía sin parar...

Me apartaba de aquellas sensuales y adictas tetas, acariciándolas varias veces más, y mi lengua seguía hasta llegar a sus muslos. Besaba uno, después el otro, sin todavía tocar su tesoro, sólo unos amagos. Aquella madura ardía en deseo.

Me concentraba en la parte más alta de su vulva, su puesta en marcha, paseándose mi lengua de un lado a otro, arrancando aullidos a aquella preciosa madura. Lo lamía, le metía dos dedos en su vagina y seguía con mis juegos de lengua.

Su vientre subía y bajaba al ritmo de los gemidos y rugidos de sus movimientos en mi boca. Borracha de deseo y caliente como candela, me pedía que la la hiciese mía. Suponía que ya habría tenido dos orgasmos, por lo menos.

Me quitaba con lentitud el tanga y después saludaba a su puesta en marcha con la punta mi glande. Ella alzaba su pelvis y se metía mi miembro, que era recibido sin aduana y con las piernas abiertas de par en par.

Comenzaba a moverme mientras que, inclinado sobre sus pechos, acariciaba con la punta de la lengua todo lo que pillaba. Ella me tiraba fuertemente del cabello y se aferraba a mi espalda, y con sus diez uñas me la arañaba, provocándome algunas vías finas de sangre, pero no sentía ningún dolor.

Una sucesión de rugidos animalescos brotaban de su garganta, a medida que los espasmos de otro orgasmo invadían su vagina, extendiéndose por todo su cuerpo, al tiempo que contorsionándose a su antojo. Y yo sentía que venía también, de modo que me cogía el miembro, metiéndoselo en la boca, rojo carmín los labios. Dejándome llevar por la pasión del momento y por mis experiencias sexuales, al menos dos o tres veces por semana, descargaba bestialmente en su garganta.

Mientras me iba recuperando, ella llevaba uno de sus pechos a la boca, lamiéndose el pezón, bebiéndose el poco líquido viscoso que había caído sobre el contorno, pues casi todo le había entrado en la garganta, que luego lo saboreaba y se lo tragaba. Con las últimas gotas que quedaban en una de sus manos, se relamía los dedos. Y mirándome y sonriéndose, me decía:

____Espero volver a verte de nuevo. Y lo más pronto posible.
____Seguro. Puedes apostar, sin riego a perder, al 'SÍ'.

Y luego de decirle eso, empezaba a vestirme de nuevo, mientras le hacía un gesto, como haciéndole ver que mi miembro viril era sólo para ella.

Y así me lo proponía en adelante. Dos veces o tres al mes, previa llamada telefónica, me pasaba por su chalet y hacíamos de todo en todas sus versiones. Pero eso al principio, porque a medida que la iba visitando, nos íbamos cogiendo cariño, y era que desde entonces ‘hacíamos el amor’. También al principio recibía 1.000 euros por cada cita, pero pasados unos meses, yo no querría más dinero. Me estaba dando cuenta de que le estaba cogiendo mucho cariño. ¿Quizás enamorado?


Al año de conocernos me confesó que estaba enamorada de mí. Ella no tiene hijos y se quedó viuda a los 45 años, y actualmente cuenta 54. Tiene mucho dinero y propiedades rústicas y urbanas. Se llama Nuria. Me ha propuesto que nos casemos y que vivamos en su casa, pero esto es algo que me lo estoy pensando, y no es más que porque no quisiera hacerle daño, precisamente porque la quiero y porque tengo un alto concepto de la fidelidad, y no estoy yo muy seguro de no serle infiel, con lo cual le demuestro que soy un hombre honesto. Yo tengo ahora 26 años y el mes próximo cumpliré los 27


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Mensaje  achl Dom Abr 29, 2018 8:28 pm




Me excita ser su esclava

Dormía plácidamente, cuando de pronto sentía una mano decidida pero cálida acariciándome la espalda


Él había entrado sigilosamente a nuestro dormitorio a despertarme, como cada mañana desde que vivíamos juntos. Pero aquella mañana era un despertar diferente, pues me daba un leve masaje en las nalgas, mientras yo rehusaba a despertarme.

____Despierta, esclava mía, es hora ya de levantarse -un suave susurro en mi oreja, antes de recibir un mordisco, me hacía gemir.
____Cinco minutos más, por favor- respondía haciéndome de nuevo ovillo en la cama.
____¡Ningún minuto más! ¡Levántate ya, es una orden!

Las caricias cesaban y yo veía cómo él iba alejándose de la cama. Abrí los ojos y me tumbaba boca arriba, mientras me los frotaba, como de niña.

Sabía que esto le gustaba, y más cuando venía encendido y deseoso de mí. Le miraba mientras buscaba en un cajón de un mueble del cuarto; era el cajón donde yo guardaba los objetos para ‘nuestros juegos'.

Sonreía portando en la mano unas esposas de acero para las muñecas, y un antifaz negro para cubrirme los ojos.

Decididamente se acercaba más a mí y me destapaba, dando un tirón a la sábana que me cubría. Mi cuerpo completamente desnudo quedaba a su entera y total disposición.

____Me gusta que seas obediente y que hayas cumplido mis órdenes de dormir desnuda –decía y me acariciaba el vientre, bajando despacio hasta el monte de Venus con un delicado masaje durante el recorrido.
____Siempre cumplo tus órdenes -le respondía.
____Y siempre debe ser así -se erguía, ufano.

Golpeaba suavemente con la palma de la mano el interior de uno de mis muslos, y me decía con un gesto que me levantase. Me ponía en pie y me sentía pequeña frente a él. Me rodeaba y, sin dejar de mirarme, cogía mis manos por las muñecas, llevándolas a la espalda para después unirlas con las esposas que antes me había enseñado.

Cuando acababa de atarme, me cubría los ojos con el antifaz, privándome del sentido de la vista. Con cuidado, me guiaba de nuevo hacia la cama y me hacía tumbar boca abajo encima de ella. No podía verle, pero sentía que estaba disfrutando de lo lindo con la hermosa visión que la habitual postura ordenada por él le proporcionaba.

De nuevo sus manos paseaban por mi espalda, y esta vez hacia abajo. Las caricias me resultaban más placenteras por no poder ver lo que me estaba haciendo. De pronto, un fuerte gemido se escapaba de mi boca, no bien llegaba a mis partes más íntimas.

____¿Aún no hemos empezado y ya estás mojada? -me preguntaba.
____Es que aunque quisiera, no podría evitarlo. Sólo con tenerte cerca me mojo -respondía entre jadeos.

Un dedo se deslizaba con dificultad. Un gemido más fuerte todavía que el anterior se liberaba y se podía oír su sonrisa de satisfacción mientras lo iba moviendo con destreza por mi interior.

____¡Sabes que te tengo dicho que no hagas mucho ruido, o te escuchará el vecindario!
____Tampoco lo puedo evitar, pero lo intentaré.

Tenerlo detrás de mí, tocándome, acariciándome, me era muy excitante, y más porque no podía verle, ni tocarle, ni abrazarle, ni besarle...

Consecuentemente no tardaba en llegarme al primer orgasmo. Pero un leve sonido de desaprobación salía de su boca.

____¿A quién le has pedido permiso para 'irte' tan pronto?- me decía con esa pregunta, acercándose a mi oído izquierdo.
____Lo siento -respondía entre jadeos, tratando de recuperarme del brutal orgasmo que acababa de experimentar.
____Hoy estás de suerte porque estoy de buen humor, así que procuraré ser más benévolo con tu castigo y sólo te atizaré cinco latigazos.

Oía cómo deslizaba por mi espalda el cinturón que antes llevaba puesto. Eran los cinco azotes los que me elevaban a lo más alto del cielo, a punto de caer en un abismal placer. Una estocada, una simple estocada servía para entrar.

____¡Ahora sí! –me ordenaba, a la vez que se hundía en mí.

Un nuevo clímax sacudía mi cuerpo con más fuerza, haciéndome estallar en un gran torbellino de sensaciones. Una vez terminados mis espasmos, se retiraba, aún con una fuerte y pronunciada erección. Me desposeía del antifaz y me observaba con una sonrisa en los labios, cogiendo mi barbilla entre sus largos y ágiles dedos.

____Tú ya tuviste dos deliciosos orgasmos provocados por mí, pero yo aún no he acabada el primero, así que ya sabes lo que tienes que hacer.

Se ponía en pie ante mí y empezaba a repetir la misma escena, muchas veces realizada. Me relamía lujuriosamente mientras le chupaba la polla.

Gemía repetidamente al tiempo que cogía con fuerza mi pelo, y así me iba marcando el ritmo, la pauta y la medida.

Y de esta forma ocurría siempre, invariablemente. Y todo lo que me hacía me volvía loca.


Culminado nuestro BDSM particular, nos levantábamos, nos aseábamos y nos vestíamos, y después, cada uno regresaba a sus rutinas cotidianas


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Mensaje  achl Dom Abr 29, 2018 11:51 pm



Mi vecinita de arriba



¡Joder, este julio en mi ciudad, Sevilla, hace un calor achicharrante! Como ya me he cansado de dar vueltas y más vueltas en la cama y mi mujer se pega a mí como una lapa, me voy a levantar y me voy a ir a mi terraza, y a ver si allí corre un poco de aire, porque por muy acostumbrado que se esté de vivir en esta Sevilla de mi alma, y sabiendo como se las trae los veranito por estos pagos, no hay Dios que aguante este fuego


Ya en la terraza, enciendo mi magnifico móvil de alta gama: Apple, modelo 12 Mpx con cámara dual con gran angular y teleobjetivo, activo el navegador GPS y cargo el programa ese para contemplar las estrellas

Mi navegador GPS apunta a la más cercana, a la más espectacular, a la que parece más asequible, y mi miembro viril me va a decir inmediatamente el nombre de ella y la constelación a la que pertenece.

De pronto, veo una que brilla más que ninguna. No sé… no sé… Apostaría que no es una estrella. Tiene que ser... tiene que ser…  ¡Claro, coño, una mujer!, y esa mujer es mi vecinita del piso de arriba, que está más buena que el pan. Por algo me dice mi mujer que no la mire, ni siquiera de lejos…

Mi vecinita, Estrella de nombre, con rapidez de meteoro, aparece en bolas; bueno, no exactamente en bolas, con una camiseta negra, un tanga rojo, medio bajado, y sólo sujetado por detrás a mitad del trasero con sus manos. Con su mirada hacia el infinito y sus pechos empinados mirando hacia África, me pregunta:

____¿Está usted mirando las estrella, vecinito?
____Eso es lo que hago, vecinita
____¡Jo, qué manera más tonta de perder tiempo! Yo que usted emplearía el tiempo en algo mucho más reconfortante.
____¿Qué me quiere decir con eso, vecinita?
____ ¡Ande, ande, suba usted que le voy a enseñar, tan pronto llegue a mi casa, una impresionante estrella que yo sé que es la única persona de toda la urbanización que aún no conoce!
____¿Y qué hago con mi mujer, vecinita? ¿Qué le digo?
____Usted sabrá. Pero ella ya vino por aquí tres o cuatro veces.
____¡No me diga!
____Sí le digo.
____¡No me lo puedo creer, vecinita!
____Pues créaselo, vecinito. Ah, también subieron sus tres hijas.


¿Quién dice que no hay nada más rápido que la velocidad de la luz del reluciente vagina de mi despampanante vecinita?


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Mensaje  achl Lun Abr 30, 2018 2:59 am



[color=#006600]Nos pilló mi abuela[/color
]


Yo sólo tenía 16 años, pero aquel chico me miraba atrevidamente, directo a mis pechos, a mi trasero, a mi entrepierna… Tendría sobre 25 años, guapo, alto, rubio, macizo. No era un modelo, pero tenía una masculinidad y un atractivo que me atraían. Me sentía cohibida por su presencia, por lo que terminaba siempre bajando la cabeza, acelerando el paso hacia el chalé y sintiendo sus ojos pegados a mi trasero. Latía con fuerza mi corazón, pero no podía dejar de fantasear en cómo sería 'hacerlo' por primera vez con aquel desconocido, mientras mi tanga se humedecía

Llevaba diez días de vacaciones en el chalet de la playa de mi abuela. Luego de comer, venía el jardinero, tres veces a la semana para regar y arreglar las flores del jardín. Si bien sus manos eran grandes y fuertes, tenían sutileza para cuidar las flores, a las que parecía acariciar.

Sobre las once mi abuela me enviaba a que le llevase un vaso de zumo, que él se bebía de un solo sorbo, pero sin dejar de mirarme. Siempre intentaba entablar alguna charla amable, pero mi timidez me impedía quedarme mucho tiempo a su lado, y sólo le había dicho cosas como: 'hola', 'me llamo Alicia', 'me manda mi abuela', o 'adiós'.

Me preocupaba que pensase que era una nena tonta que le miraba despectivamente por ser supuestamente de una escala social inferior. Pero no. no era esa mi forma de ser.

Era mi último día de vacaciones y estaba decidida a hablar algo más con él. Quería decirle cosas. Por ejemplo, que no era una niñita de papá, sólo quizás algo tímida.

Mi abuela dejaba preparado el zumo antes de salir a hacer la compra, que aunque había dos asistentas en la casa, a ella le gustaba hacer ese cometido. Mi corazón se agitaba cuando yo llegaba el jardín. Tenía una mirada extraña cuando le daba el vaso. No le llegaba a hablar, cuando él me cogía de la cintura hasta pegarme a su torso y besarme en la boca. Sus carnosos labios hacían que yo abriese los míos. Su lengua se metía famélica buscando la mía, y sus manos me recorrían la espalda, las caderas y los muslos. Mi pequeño cuerpo parecía perderse en aquel hombretón. Nos tumbábamos en el verde y él empezaba a besarme el cuello. Me desabrochaba los botones de mi blusa y encontraba unos pequeños pechos que devoraba a su antojo. Hasta ahí era lo máximo que antes había hecho con un chico, pero aquel era un hombre que iba a por todo y yo estaba decidida a darle todo.

Mientras su lengua lamía mis mamelones, mis manos subían mi vestido blanco y me bajaban el tanga. Empezaba él a acariciarme la tibieza de mi frondoso pubis y la humedad de mi gruta. Se bajaba sus ceñidos vaqueros, que oprimían su espectacular anatomía, para encontrarme con un torso moreno y un miembro boscoso, y duro como una roca por la pasión del momento. Me separaba yo las piernas para que él se me echase encima. Ponía su pene justo a la puerta de mi vagina. La intensa emoción de ser poseída por primera vez me desbordaba. Estaba nerviosa, pero también deseosa. Antes de penetrarme me preguntaba si era virgen. 'Jo, ¿tanto se me nota?', pensaba. Le decía que no, pero creo que él se lo imaginaba, como lo demostraba su delicadeza en desvirgarme.

Había oído y leído sobre el sexo, pero sentirlo era otra cosa. Gemía de dolor, pero aguantaba estoica sus vaivenes viriles. Me deseaba y yo a él. Mi cuerpo de hembra se iba acoplando ante aquel macho, y mi carne juvenil, poseída por aquel hombre, era un mar de sensaciones que se iba desatando para pasar del dolor a la lujuria.

Me cogía con sus muslos y los atenazaba con mis piernas, y él se abría paso en lo angosto de mi himen. A sovoz me decía que era toda una mujer, una hembra guapa, mientras yo no podía más y sentía un calor envolvente de los pies a la cabeza. Mis gemidos aumentaban y él me poseía con más fuerza, pero controlada No podía evitar gritar ante mi primer orgasmo a la vez que por mis mejillas corrían unas lágrimas. Tampoco tardaba él en descargar. Sentía su líquido caliente caer dentro de mí, que se mezclaba con la sangre por el desgarro del himen.

Cuando acabamos me preguntaba si me había dolido y yo, valiente, le decía que no. Lo abracé agradecida mientras en la boca nos besábamos apasionada y delicadamente.

Inmediatamente después empezábamos a vestirnos. Pero algo ocurría que me sacaba de golpe del regusto que aún seguía sintiendo.

Mis gritos y mis gemidos habían llegado a oídos de mi abuela, que no podía creerse lo que estaba oyendo. Se iba presurosa hacia el jardín, y en el verde veía a su nieta semi desnuda junto al hombre que la había hecho mujer por primera vez, al que miraba y le decía que estaba despido, no sin antes propinarme a mí un cachete en plena cara. Pero nunca le contó a mis padres lo que me había ocurrido, y con el paso de los años me perdonaba, volviendo a ser su nieta preferida.

Pero me llevaba una enorme decepción, porque salir de salir jardinero de la casa me comunicaba mi abuela que estaba casado y con dos hijos, con lo que mi deseo por volver a tener sexo con él se iba al garete. ¡Y Menos mal que no me había dejado embarazada!


Ahora tengo 24 años y con frecuencia recuerdo con nostalgia a aquel mocetón, que había sido mi primer hombre, el mismo que me había regalado mi iniciación en el sexo. Siempre le desearé lo mejor


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Mensaje  achl Lun Abr 30, 2018 3:05 am




Nos pilló mi abuela



Yo sólo tenía 16 años, pero aquel chico me miraba atrevidamente, directo a mis pechos, a mi trasero, a mi entrepierna… Tendría sobre 25 años, guapo, alto, rubio, macizo. No era un modelo, pero tenía una masculinidad y un atractivo que me atraían. Me sentía cohibida por su presencia, por lo que terminaba siempre bajando la cabeza, acelerando el paso hacia el chalé y sintiendo sus ojos pegados a mi trasero. Latía con fuerza mi corazón, pero no podía dejar de fantasear en cómo sería 'hacerlo' por primera vez con aquel desconocido, mientras mi tanga se humedecía

Llevaba diez días de vacaciones en el chalet de la playa de mi abuela. Luego de comer, venía el jardinero, tres veces a la semana para regar y arreglar las flores del jardín. Si bien sus manos eran grandes y fuertes, tenían sutileza para cuidar las flores, a las que parecía acariciar.

Sobre las once mi abuela me enviaba a que le llevase un vaso de zumo, que él se bebía de un solo sorbo, pero sin dejar de mirarme. Siempre intentaba entablar alguna charla amable, pero mi timidez me impedía quedarme mucho tiempo a su lado, y sólo le había dicho cosas como: 'hola', 'me llamo Alicia', 'me manda mi abuela', o 'adiós'.

Me preocupaba que pensase que era una nena tonta que le miraba despectivamente por ser supuestamente de una escala social inferior. Pero no. no era esa mi forma de ser.

Era mi último día de vacaciones y estaba decidida a hablar algo más con él. Quería decirle cosas. Por ejemplo, que no era una niñita de papá, sólo quizás algo tímida.

Mi abuela dejaba preparado el zumo antes de salir a hacer la compra, que aunque había dos asistentas en la casa, a ella le gustaba hacer ese cometido. Mi corazón se agitaba cuando yo llegaba el jardín. Tenía una mirada extraña cuando le daba el vaso. No le llegaba a hablar, cuando él me cogía de la cintura hasta pegarme a su torso y besarme en la boca. Sus carnosos labios hacían que yo abriese los míos. Su lengua se metía famélica buscando la mía, y sus manos me recorrían la espalda, las caderas y los muslos. Mi pequeño cuerpo parecía perderse en aquel hombretón. Nos tumbábamos en el verde y él empezaba a besarme el cuello. Me desabrochaba los botones de mi blusa y encontraba unos pequeños pechos que devoraba a su antojo. Hasta ahí era lo máximo que antes había hecho con un chico, pero aquel era un hombre que iba a por todo y yo estaba decidida a darle todo.

Mientras su lengua lamía mis mamelones, mis manos subían mi vestido blanco y me bajaban el tanga. Empezaba él a acariciarme la tibieza de mi frondoso pubis y la humedad de mi gruta. Se bajaba sus ceñidos vaqueros, que oprimían su espectacular anatomía, para encontrarme con un torso moreno y un miembro boscoso, y duro como una roca por la pasión del momento. Me separaba yo las piernas para que él se me echase encima. Ponía su pene justo a la puerta de mi vagina. La intensa emoción de ser poseída por primera vez me desbordaba. Estaba nerviosa, pero también deseosa. Antes de penetrarme me preguntaba si era virgen. 'Jo, ¿tanto se me nota?', pensaba. Le decía que no, pero creo que él se lo imaginaba, como lo demostraba su delicadeza en desvirgarme.

Había oído y leído sobre el sexo, pero sentirlo era otra cosa. Gemía de dolor, pero aguantaba estoica sus vaivenes viriles. Me deseaba y yo a él. Mi cuerpo de hembra se iba acoplando ante aquel macho, y mi carne juvenil, poseída por aquel hombre, era un mar de sensaciones que se iba desatando para pasar del dolor a la lujuria.

Me cogía con sus muslos y los atenazaba con mis piernas, y él se abría paso en lo angosto de mi himen. A sovoz me decía que era toda una mujer, una hembra guapa, mientras yo no podía más y sentía un calor envolvente de los pies a la cabeza. Mis gemidos aumentaban y él me poseía con más fuerza, pero controlada No podía evitar gritar ante mi primer orgasmo a la vez que por mis mejillas corrían unas lágrimas. Tampoco tardaba él en descargar. Sentía su líquido caliente caer dentro de mí, que se mezclaba con la sangre por el desgarro del himen.

Cuando acabamos me preguntaba si me había dolido y yo, valiente, le decía que no. Lo abracé agradecida mientras en la boca nos besábamos apasionada y delicadamente.

Inmediatamente después empezábamos a vestirnos. Pero algo ocurría que me sacaba de golpe del regusto que aún seguía sintiendo.

Mis gritos y mis gemidos habían llegado a oídos de mi abuela, que no podía creerse lo que estaba oyendo. Se iba presurosa hacia el jardín, y en el verde veía a su nieta semi desnuda junto al hombre que la había hecho mujer por primera vez, al que miraba y le decía que estaba despido, no sin antes propinarme a mí un cachete en plena cara. Pero nunca le contó a mis padres lo que me había ocurrido, y con el paso de los años me perdonaba, volviendo a ser su nieta preferida.

Pero me llevaba una enorme decepción, porque salir de salir jardinero de la casa me comunicaba mi abuela que estaba casado y con dos hijos, con lo que mi deseo por volver a tener sexo con él se iba al garete. ¡Y Menos mal que no me había dejado embarazada!


Ahora tengo 24 años y con frecuencia recuerdo con nostalgia a aquel mocetón, que había sido mi primer hombre, el mismo que me había regalado mi iniciación en el sexo. Siempre le desearé lo mejor


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Mensaje  achl Lun Abr 30, 2018 5:41 am





Platos más suculentos


Una larga mesa rectangular, pomposamente equipada y adornada con flores frescas y costosas, y un amplio ventanal, desde donde se divisaba la blancura de la espuma del agua del mar, iluminada por las luces de las farolas del puerto, todo esto era para celebrar una cena, brindada por la adinerada familia de ella hacia la familia de él, de baja extracción

En aquella calurosa noche todos los asistentes eran testigos directos de las pasiones ahogadas durante mucho tiempo, sin rienda suelta por las diferencias de los padres de ella, al no admitirle a él como marido para su hija.

La tenue luz tintineante de las velitas, que decoraban la mesa, proyectaba un brillo especial a sus rostros, enardecidos, aquella noche más que nunca, por la intensidad de tan decisivo encuentro, que los dos jóvenes amantes sabían de antemano que era lo único que les quedaba para unirse con aquiescencia y felicidad.

Frente a frente los dos. Ella, dentro de un vestido negro largo, de marca, con escote ‘palabra de honor’. El, impecable, con un esmoquin burdeos (alquilado), a juego con su pasión.

Cualquiera, incluso ajeno a las dos familias podría percibir la atracción y el amor que sentía el uno por el otro. No había más que ver cómo cada vez que se rozaban bajo el mantel notaban cómo intentaban detener que saliese las lavas de sus volcanes, subiéndoles por sus entrañas unos deseos tan intensos que desdibujaban y a la vez desintegraban todo aquello que les rodeaba, hasta el extremo de hacerles sentirse completamente solos, si no fuese porque un barman, de un blanco inmaculado, se les había acercado para servirles una copa de vino y unas ostras, algo que había pasado desapercibido dada la enajenación bajo la que se encontraban.

El muchacho levantaba su copa para sorber el líquido, que ella contemplaba cómo se iba deslizando por su garganta. Sentía cómo el caldo se iba mezclando con sus salivas y su cálido aliento. Se imaginaba su lengua allí, fundida con la suya.

Toses discretas, con la idea de apartar un pensamiento pecaminoso, pero la mirada de él clavada estaba en la de ella, que, elevando su copa en un brindis, la obligaba a bajar la mirada hacia sus manos, que ahora las imaginaba jugando lujuriosamente con sus pechos, muy deseosos de ser tocados y acariciados

Ella, asustada por la estrepitosa intensidad de las sensaciones y de las emociones de aquel encuentro familiar, tan esperado y tan ansiado, deseaba fervientemente que no se desperdiciase ni una sola letra de la decisión de aquel momento.

¿A qué estarían dispuestos?

Pues sí, los dos estarían dispuestos a devorarse mutuamente, a dar un esquinazo a todo aquello que pudiese entorpecer su camino, y a lanzarse el uno contra el otro sobre la emperifollada mesa. Estarían dispuestos a arrancarse el vestido de seda y el esmoquin y a comerse, sin importarles el estruendo que podría causar la rotura de la costosa porcelana y el cristal fino Sevilla-Pickman, al estamparse contra el suelo. Ni, por supuesto, las miradas atónitas de los padres de ambos.

A todo eso y a más estarían dispuestos. A echarse sobre la mesa y a rugir a la luz de las farolas del puerto, en una cabalgadura desbocada que los llevase a un orgasmo estrepitoso y sonoro; a fundirse en un abrazo eterno, a mecer la locura del alma de ella y la cordura de él, a arropar en el mantel manchado la condena de su secreto.

Y a muchísimas más cosas, si no fuese porque querían la bendición de sus mayores. No estaban solos; estaban con sus padres y sus madres, y rodeados de suculentos y costosos platos variados, que no tenían intención de degustar.

Pero, viendo él que los progenitores de ella no se pronunciaban favorablemente, en un arrebato la sacaba del lujo de la indumentaria, de la suntuosidad del marco, de la pomposidad de la cena, y de todo lo que le sobraba. Le guiñaba un ojo y giraba la cabeza hacia el mar. Y, como un resorte, se levantaron de sus sillas, y corriendo se fueron a la playa, desparramando las ropas por el camino.


Ya en la orilla, el uno al otro, impacientes y diligentes, se sirvieron platos más suculentos, tratando de cambiar las diferencias familiares por el amor puro; y las clases sociales por el deseo y la pasión de los dos


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Mensaje  achl Lun Abr 30, 2018 11:01 am



El tiro por la culata


Se podía escuchar palmariamente desde la calle un violento portazo, y también se podía ver a un hombre caminando con pasos presurosos y hablando solo por el pasillo, como si llevase prisa. Y la llevaba en realidad. Pero una prisa loca por alejarse de aquella compañía. El hombre quería a su esposa, pero ésta no le echaba cuenta porque era una frígida compulsiva, y lo peor era que no quería cambiar. Hacía un repaso mental de 'las cosas’ que le habían pasado durante dos horas de esa noche, que, sin saber cómo, habían llegado a oídos de su esposa, pero este hombre no sabía que su esposa lo sabía, ¿Una trampa?


A la mañana siguiente fue a recoger a su esposa al aeropuerto. Aquel día había algo que celebrar. Se moría de ganas por ver la cara de su señora cuando viese el regalo sorpresa que le había comprado.

Pero su felicidad se rompía en añicos al sufrir el frío del beso del saludo. Se sentía como si estuviese en Siberia. Y la peligrosidad de la mirada de ella, parecía un silencioso aviso de la tormenta que se gestaba tras sus ojos.

El trayecto hasta el hotel lo hacían en el silencio más sepulcral, y él notaba que le costaba respirar.

Después de entrar a la suitte del hotel, sin darle tiempo a preguntarle qué estaba pasando, la sorpresa le golpeaba con fuerza.

____Le ruego que salga de esta suitte -decía ella con hiriente frialdad-. No acostumbro a compartir cama con necios –pero él no salió de allí.

Si existía una sorpresa mayor a la que estaba viviendo, no lo sabía. Y esto se veía en su cara, y más al escuchar lo que ella le decía a continuación:

____¿Qué parte no entendió? ¡Ah, ya! Debe ser que usted es sordo-mudo. Aunque no tengo ni idea de cómo será porque no le conozco de nada.

No había forma de que su cerebro sincronizase con su lengua. Daba un paso hacia ella, pero se quedaba quieto por su amenazante mirada.

Su corazón se abría el camino que su cerebro era incapaz de hacer.

____Cariño, tenemos que hablar -conseguía decir al fin.
Por toda respuesta le daba la espalda, yéndose al dormitorio. Trataba de seguirla, pero ella lo detenía tirándole con fuerza un envoltorio. No pudo ver lo que era hasta que llevaba la vista a lo que le había causado el susto. No se lo podía creer: un reloj de oro y brillante (el regalo sorpresa) posaba destrozado sobre el suelo, mientras la mujer soltaba una risita malévola.

____Mi risa ha hablado por mí, señor -decía en tono indiferente.
____Cariño, por favor, hay una explicación para...
____Claro –le interrumpía con cara de asco-. No me cabe la menor duda. Pero, francamente, no estoy interesada en escucharla.
____Cariño, te lo suplico, escúchame...
____Tengo cosas más importantes que hacer que escuchar sus patéticas explicaciones –decía, volviéndole de nuevo la espalda.
____Reina... -se detenía al ver que se giraba con ira en la mirada.
____¡¿Reina?! -se enfurecía- ¡Paso de ser reina de un reino de mierda!
____Cariño, sólo déjame explicarte algo...
____Si fuese usted inteligente, pero eso es mucho pedirle, me libraría del calvario de su presencia -sentenciaba con frialdad.
____¡No, no me iré hasta que no me escuches! -su paciencia se agotó y le habló más alto de lo conveniente en esos momentos.
____¡Si me obliga usted a escuchar lo que sea que quiera decirme, seré yo la que me vaya para no volver! -dicho esto, se alejaba hacia el baño.

Le costaba asimilar sus palabras. No quería perderla. Era tan esencial en su vida como el aire que respiraba. Pensaba que había sido un tonto por haberse acostado con Rita, la mujer de un amigo. Pero sonreía al recordar lo que ella solía decirle a menudo: 'en vez de cacarear tanto, lo que debes hacer es conquístame'.

Y la respuesta a eso fue...

____Te conquisté de novios y durante los cinco primeros años de casados, pero renuncié a ello, porque me percataba de que te habías acomodado al lujo que yo te había dado merced a mi dinero, y en ningún momento te dio por pensar en mis necesidades sexuales. Pero mi gran error ha sido no haber reparado antes en la malicia innata de las mujeres, y es por eso que caí en la red de añagazas que me tendiste, con la colaboración de la guarra de Rita. Por todo esto y por más que te diré cuando me dé la gana, ahora soy yo el que pasa de ti. Hablaré hoy mismo con mis abogados para que preparen los papeles de nuestro divorcio.

Dicho esto, salió de la suitte y del hotel, y ya en la calle llamó al marido de Rita y lo puso al tanto de la situación, el cual, como venía sospechando las infidelidades de su mujer, meses atrás la excluyó de su herencia.

Después se fue en busca de Rita, y cuando la halló, como era un hombre atractivo y seductor, y además millonario, le dijo que su encuentro sexual había afluido en que se había enamorado de ella, que por mucho que lo intentaba, no podía olvidarla, que quería que formalizasen una relación y que se iba a divorciar de su esposa, amiga íntima de Rita.

Rita habló con su marido y le dijo que se había enamorado del esposo de su amiga, y que por esto lo dejaba, que le pedía el divorcio. Su marido no puso obstáculos e inmediatamente ordenó a su abogado que presentase los trámites en el juzgado.

Estuvo saliendo y viviendo con Rita justo el tiempo en que los divorcios se habían firmados. Rita llegó a enamorarse profundamente de él.

Al día siguiente de la firma de los divorcios, los ex maridos, muy amigos de toda la vida, llamaron por separado a sus ex esposas y las citaron en una cafetería del centro, sin que ninguna de ellas supiese que iban a aparecer los dos juntos. Una vez reunidos los cuatro, con el consiguiente pasmo de ellas, nuestro hombre le dijo a las mujeres.


Siento decirles, señoritas, que existen dos documentos oficiales que afecta positivamente a nosotros y negativamente a vosotras; uno es un documento notarial de una irrevocable separación de bienes, y otro es un documento de una sentencia judicial de una exclusión de herencia, cuyos originales obran en nuestro poder. Y sin más hablar, las dejaron atónitas y mudas y, riéndose a boca llena, salieron los dos juntos de aquella céntrica cafetería


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Mensaje  achl Mar Mayo 01, 2018 3:25 pm




Probé y me gustó


Era una noche confusa pero intrigante. Veníamos planeando este viaje desde seis meses atrás. Mi amiga no venía nunca a visitarme, pero porque era de un pueblo distante del mío, aunque de tanto insistir accedió. La invité a que se viniese a pasar un finde conmigo. En mi casa tenemos suficiente espacio, y cuando mi hermana se casó y se mudó, utilizamos su cuarto para estos casos, de modo que no había problemas por falta de camas. Mi amiga informó a su madre de que se venía a mi pueblo y a mi casa tres días y dos noches


Su visita fue lo más novedoso para mí en muchísimo tiempo. Mi amiga es una mujer más bien clásica, pero tiene un especial toque sensual que no sabría definir; quizá su trasero duro y redondo, que parece decir ‘no te prives de tocarme’ o quizá sus pechos empinados, o quizá su exótica cara. Claro que hasta ahora no sabía yo que es bisexual, pero con una experiencia como esta es cuando te percatas, porque aun teniendo amigas en común con la misma tendencia sexual, jamás pensé que mi amiga acabaría siendo igualmente lesbiana y heterosexual

Apenas entró a mi casa se duchó largamente y después se cambió de ropa. Se puso una camisa negra ajustada, un minivaqueros azul y una sudadera azul oscuro, lo que la hacía estar frita de calor, y más teniendo en cuenta el trajín que había pasado en su largo viaje en autobús.

Mi padre trajo a nuestra casa una caja de botellines de cervezas, y nada más verla nos tomamos uno cada una. El resto lo dejamos para una mejor oportunidad. Habían dicho en la televisión que la temperatura por las noches en este fin de semana iba a subir, así que ya teníamos con qué sofocar los calores nocturnos.

El primer día pasó con total normalidad; con un botellín en la mano hablábamos de nuestras cosas íntimas, como buenas amigas que somos, nos poníamos al tanto de los chismes, cosa habitual vía móvil. Me contó que había tenido una relación con un chico un año menos que ella, pero que lo habían dejado, para ella irse con una mujer madura. Al chico le escoció bastante la separación, pero enseguida se recuperó. Mi amiga tiene 29 años y yo 27.

El segundo día, en cambio, fue en principio desconcertante, y no sabía por qué, pero todo el tiempo me sentía excitada, y me parecía extraño porque no era mi etapa hormonal y me faltaba una semana u ocho días para que me bajase la regla. Aun esto, sentía un desconocido palpitar en mi vagina, y más aún cuando veía a mi amiga ligerita de ropa, sin entender por qué…

Aquella noche era la segunda y última que mi amiga se quedaba a solas conmigo Al día siguiente tenía que cumplir con una visita a mi familia, a la que había prometido acudir, de modo que una vez que cenamos, nos atrincheramos en el cuarto de mi hermana, y allí tomarnos unas cervezas y conversamos. Nos bebimos cinco botellines cada una y como era de prever, ya empezaban a hacer su efecto, pero estábamos alegres, no borrachas. Tumbadas en un colchón sobre el suelo y viendo televisión, pasamos unas cuantas horas. Vestía yo un minipantalón y una blusa fina; y ella, una minifalda y una blusa, igual de fina que la mía, pero su escote era más atrevido, insinuante. Y las dos, descalzas y desinhibidas, reíamos y hablábamos de todo, de cualquier cosa...

Mi amiga cogió de repente otro botellín y se lo llevó a la boca. Me quedé mirando como bebía, hasta que cayó un poco de cerveza en su canalillo. Y ahí, ahí empezó todo. En un arrebato y sintiendo un insistente palpitar en mi entrepierna, del canalillo me puse a lamer gota a gota. Ella me miró a los ojos, pero se dio cuenta de que desvié los míos y los llevé a sus pechos, cuyos mamelones se transparentaban enteramente por la blusa mojada de cerveza; estaban empinados y parecían duros…

____No tiene perdón de Dios quien desperdicie, aunque una sola gota de cerveza -dije, como disimulando.

Sonrió, pero acto seguido se volcó adrede cerveza sobre sus pechos, loca volviéndome. De inmediato, se les remarcaron en su blusa. Tiré entonces de ella, la tendí en el colchón y busqué su boca con la mía. Me la ofreció y nos besamos largamente con una pasión inusitada. Lamía su lengua la mía enloquecedoramente. ‘Te cogí’, se diría para así,al tiempo que rasgaba mi blusa, levantando yo los brazos en línea recta para que sacase mis pechos. Una enorme sorpresa aparecía en los ojos de ella cuando vio que mis pechos eran más grandes de lo que imaginaba. No llevaba sujetador y los mamelones estaban deseosos, como pidiendo guerra...

Después de lamerme y mordisquearme a su antojo los pechos, su boca bajó despacio hasta mi entrepierna, a la cual lamió desesperadamente por todos lados, deteniéndose y recreándose en mi puesta en marcha. Pero mis manos no se quedaron quietas: una le acariciaba los muslos, y la otra pellizcaba su redondo trasero. Pero quiero hacer saber que mientras su fogosa boca me lamía por ahí abajo, los rugidos que salían de mi boca eran más satisfactorios y másplacenteros que los que recuerdo que había tenido con mi ex novio y con varias otras esporádicas relaciones masculinas que me habían surgido.

Nos explayamos a la carta, soltando rugidos de lobo. La miré entre feliz y pasmada. No sabía qué era lo que me había puesto de aquella manera, ni tampoco sabía que ella hubiese planeado esto a conciencia, pero muy lejos de rechazarlo, me gustó. Lamí su entrepierna todas las veces que me vinieron en ganas, con total disposición por parte de ella, y que yo veía que estaba gozando hasta la extenuación.

____¡Ni te imaginas lo que me pone el que disfrutes de mi total desnudez! -exclamó, como en un agradecimiento.

Como su vagina estaba completamente abierta y empapada a más no poder, en todo momento me decía que siguiese y que no parase. Cerraba los ojos y se entregaba a nuevas sensaciones, que sabíamos las dos que no tardaría en llegar. Con vaivenes rápidos alternados con suaves hice mía su flor con succiones que ni yo misma sabía que pusiese hacer. Mis manos se iban a sus duros y erectos mamelones, a la vez que ella besaba los míos. Después de haberle provocado no sé cuantos orgasmos seguidos, se incorporó y, besándome pasionalmente, me dejé desnudar completamente. Yo estaba caliente como nunca, algo que ella advirtió, así que hizo la misma maniobra que yo con ella, pero con más maña, más sabiduría lésbica, arrancándome aullidos inhumanos...

Y así nos mantuvimos hasta las tantas de la madrugada, que luego de dos descargas más cada una, el cansancio y el sueño hicieron su aparición y las dos nos quedamos rendidas y profundamente dormidas.

A las seis de la tarde del otro día, fui a despedirla a la parada del autobús. Al despedirnos, sólo cambiamos sonrisas y miradas cómplices. Triste pero feliz, mientras caminaba de regreso a mi casa, iba pensando:


Para salir un  poco de una monotonía fastidiosa y agobiante en este retrógrado pueblo, donde se critica todo y la mayoría de las veces sin motivo ni razón, por lo que sería mal visto practicar sexo con un hombre no estando casada con él, en ocasiones se hace necesario y casi obligado hacer el amor con una mujer, y mejor si ésta es una amiga, para así no levantar sospecha


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Mensaje  achl Mar Mayo 01, 2018 5:14 pm




Recuerdos que hacen daño


Acababan de conocerse y, precisamente, se estaban conociendo


Se hallaban sentados en el frío suelo, sin más luz en el cuarto que la que venía de la casa vecina. Las ventanas estaban cerradas. Hacía tiempo que habían quitado las cortinas, porque en aquella casa no hacían falta ya. Un cuarto conocido y a la vez desconocido, sin cama, sin armarios, sin ropas, sin mesillas… Vacío enteramente, salvo una colchoneta y ellos dos con las respiraciones aceleradas, sin contacto físico. Sabían que había momentos en los que era mejor hacer que arrepentirse y los dos preferían lo primero, cada uno con sus diferentes consecuencias.

Él se sentía nervioso, pero seguro de lo que hacía. Miró las paredes que podía distinguir del cuarto, y los recuerdos le llegaban, pero sin imágenes. Allí habían convivido antes de que se besasen por vez primera, allí habían vivido la derrota de los avatares, ribeteada por: ‘a ver qué pasa’. Allí él, sin flores, sin besos, había cambiado su ropa de calle por su pijama, se había metido en la cama y había dedicado su insomnio a su placer personal; pensando en que ella le besaba. Ahora todo era distinto, como una rutina rota. La maldición de su cuarto infantil se rompía porque él le cogía a ella la boca y la besaba. Ella accedía y abría los labios, con los ojos cerrados.

‘En estos párpado hay algo’, pensaba mientras se disponía a sacarle de la boca lo que quería callar. Ella llevó su boca a la entrepierna de él. Luego, besándole, subió hasta el pecho. La sensación era rara, diferente a las anteriores; de hecho, para los dos era un mal necesario. ¿Tenía que suceder? Era una bienvenida al mundo de los dos. Así se dice: ‘gusto en conocerte’, pero se callarán los nombres. La obvia animalidad de ambos se tornaba humana, en el tiempo pasado.

Debido a la oscuridad del cuarto y al frío suelo, los sentidos tenían que adaptarse a semejantes condiciones. Ella dejó de sentir las piernas cuando él bajó su lengua. Le restó mayor importancia a sus pechos, doloridos por los tirantes de la camiseta. Los ojos de ambos sufrían, porque no podían verse. En tamaña oscuridad molesta los dejaba entre distinguirse o total oscuridad, descubría sus pequeños senos, que con la lengua buscaba los pezones, que por vanidad trataba de poner a la luz y recordarlos siempre. Los mordisqueaba más de la cuenta, pero ella no se quejaba.

Era una sola historia pero cada uno vivía la suya. Ella planeaba controlar el asunto, pero él, con toda su fuerza, quería sacar lo máximo de ella, por así decirlo.
Ahora se subía en él y la cabeza estaba incómoda y el suelo frío. Juego de roles. Su mano por dentro de la bragueta de él, sólo para sentirla, pero sin llegar a tocarla. El vello estaba próximo pero ella sentía que el juego había terminado. Al ver traspasado el límite del límite, se mordía su propia boca y le decía que no. La historia era una ficción.

Y ahí están los dos, suspendidos en el centro de una historia que nunca debió haber empezado, dentro de un cuarto abandonado, sin conocerse y, encima, en ese momento, ausente el deseo.



'Las cosas no pueden quedar así', pensaba él. Pero ella pensaba a su vez: ‘se acabó'


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Mensaje  achl Mar Mayo 01, 2018 7:18 pm



Noche lujuriosa sin haberla premeditado


Si dos personas, del mismo o de diferente sexo, se abandonan a una pasión, todo puede ocurrir entre ellas

Era una fría tarde de un viernes de invierno, y, como otro día cualquiera, terminaba de llegar de la Facultad a mi humilde vivienda. Vivía sola. Había tenido que salir de mi pueblo y venirme a la ciudad de Sevilla, para poder estudiar la carrera de Arquitectura, y hacía ya seis meses de esto


Bueno, antes de seguir con mi historia me presento:


Me llamo Alicia y tengo 21 años; soy alta y morena y creo que simpática y con buenas hechuras. Pero a pesar de todo eso, no he logrado amistad con ningún chico, compañero de mi Facultad; todos se fijan sólo en mis hermosas tetas, y esto es algo me tiene tan acomplejada que incluso ya me he planteado seriamente dejar de salir con el grupo de ellos

A los pocos días de llegar a Sevilla conocí a una mujer, de más edad que yo: 38 años y Sara de nombre. Nos conocimos casualmente en mi facultad en una reunión profesional, a la que asistimos las dos y, finalmente acabamos sentándonos juntas. Compartíamos ideas sobre la arquitectura. La veía como mi hermana mayor. Me sentía bien a su lado. Y según ella, sentía lo mismo por mí. Quedábamos algunos findes, después de que yo salía de la Facultad y ella de su trabajo, e íbamos a tomarnos algo y a conversar. Nos contábamos todo con confianza. Ella sabía toda mi vida, y yo la suya. Era aparejadora y ganaba mucho dinero. Vivía sola en un lujoso ático en el mismo centro de la ciudad. Había tenido novio durante cinco años, pero las cosas no iban bien entre ellos y lo habían dejado, dos años atrás. Y desde entonces no ha vuelto a estar con nadie más.

Como he dicho antes era un viernes por la tarde, hacía frío y ya estaba oscuro el cielo. Aquella noche mis compañeros iban a salir. Me habían invitado a irme con ellos, pero lo rechacé poniendo como excusa que no me hallaba bien, pero esto no era cierto. Todos los que iban lo hacían acompañados de sus parejas, y yo estaba harta de estar siempre sola, pero no quería ser una  molestia para ellos. Y esto me entristecía.

Mientras iba caminando hacia la parada de mi autobús, saqué el móvil del bolso y llamé a Sara. Necesitaba contarle mis penas a alguien, y a quien mejor que a mi única amiga en Sevilla. La llamé y me dijo que por qué no nos veíamos para tomarnos algo y hablar un rato, y así no tendría que irme tan temprano a mi casa, máxime viernes siendo. Acepté.

Como venía siendo costumbre, quedamos para vernos en la cafetería en la que lo hacíamos siempre. Me apresuré para no hacerla esperar, pero mi autobús había pasado y no me apetecía permanecer en la parada con el frío que hacía, así que me fui hacia allí caminando con pasos rápidos.

Ya en la cafetería, Sara me estaba esperando sentada en una silla de una de una de las mesas. Me saludó, mano en alto, y me fui hacía ella. Cuando llegué a su lado me fijé en el modelo que vestía. Tengo que decir que Sara es una mujer guapísima y con un cuerpo despampanante, y que aparentaba menos años de los que en realidad tenía. Se maquillaba poco, sólo rímel en los ojos y una pincelada de colorete en las mejillas. De siempre vestía a la última moda: zapatos de aguja y ropa y todo de marca. El gusto por el vestir era algo que compartíamos, pero Sara tenía posibilidades económicas para poder comprarse lo que quisiese. Pero aquella tarde iba más arreglada de lo habitual: un costoso vestido, de esos arábigos, y una chaquetilla negra del mismo estilo. Estaba realmente espectacular. Veía que la miraba con fijación, pero sonreía y me decía:

____Pero siéntate, pequeña. No sé si me miras tanto porque estoy guapa o porque me queda fatal mi indumentaria.

Le gustaba llamarme 'pequeña'. Sonreí y le dije:

____La indumentaria te queda genial. ¿Pero a qué se debe este look de hoy? -la piropeé y luego le pregunté eso.
____Pues se debe a que he tenido una comida con mi equipo de trabajo, para tratar un asunto importante, y es por esto que me he esmerado en el vestir un poco más -me respondió.

Después de haber tomado un café, de conversar un buen rato y de contarle mis penas, para mi sorpresa me invitó a irme a su casa, a cenar con ella, y así no permanecer sola. No sabía qué decirle. Había estado ya en su ático dos veces, pero nunca de noche, y me preocupaba cómo regresar a mi casa, tan tarde y con la lluvia y el frío que hacía. Se apresuró a responderme que no me preocupase por eso, que ella me acercaría en su coche. Bromeaba sobre si podría quedarme a dormir en su casa…

Y en realidad no era mala idea. Su ático era mucho más acogedor que mi humilde piso de estudiante. Así que de nuevo acepté.

Cuando llegamos a su piso, empezó a preparar algo rápido para cenar, y nos sentamos a la mesa. Se esmeró en todo alegando, con una sonrisa en los labios, que yo era su 'pequeña invitada'.

Le tengo muchísimo cariño a Sara, sobre todo por su amistad y lealtad. Es una mujer encantadora, con la que es difícil llevarse mal. Durante la cena, no sabía por qué, no podía dejar de loar su belleza. Una belleza natural, marcada no sólo por su físico, del que destacaba sus grandes y bellos ojos grises, su sedoso cabello rubio, casi siempre con trenzas, y su espléndida figura, sino por su adorable carácter, capaz de hacer reír a la persona más triste del mundo.

Luego de cenar nos sentamos en el sofá. Seguía deprimida por sentirme tan sola y por verme alejada de mis padres, a los que sólo veía una vez  cada dos meses debido a que mi pueblo es el más alejado de la provincia y poco boyante mi billetera para más los desplazamientos. No pude evitar llorar, pero al ver Sara que me venía abajo, me consolaba rodeándome con sus brazos, y para mi sorpresa, 'y también mi placer', que todo hay que decirlo, me dio un cálido beso en los labios. Después me dijo:

____No voy a dejarte nunca sola. Recuerda que eres mi pequeña.
____No sé qué haría si no estuvieses a mi lado siempre -respondí.

No quería que acabase la noche. Me sentía protegida con ella. Pero no entendía qué me estaba ocurriendo. Me percataba que Sara había pasado de pronto a ser algo más que una amiga…

Cuando me dejó de abrazar, la miré a los ojos. Me sonrió y vi su perfecta sonrisa y después clavé mis ojos en los suyos. Tenían un brillo especial. Me sentía confusa, dudando de si la situación era real o estaba soñando. Sin saber cómo, lentamente llevé mi cara hacía la suya, para así rozar nuestras bocas. Fue sólo un segundo, pero un segundo en el cielo. Un pensamiento erótico me pasó por la cabeza. 'Y pude percibir su mensaje'. Regresé en mí y retiré la boca, temiendo su reacción. Sara me miró con una mirada extraña. Pensé que me iba a decir que me fuese de su casa. Pero no, no fue eso lo que sucedió...

Llevó su mano derecha a mi espalda, se acercó más a mí y comenzó a besarme. Suave al principio, pero después se apoderó su boca de la mía y empezó a morder suavemente mis labios, acabando en un apasionado e interminable beso, en el que la lengua de cada una se conocieron, y se saludaron de esta manera tan peculiar, pero excitante...

Pasamos así un rato, besándonos y acariciándonos, como si no hubiese un mañana. No nos decíamos nada. La palabra no estaba invitada. Cada vez más cerca la una de la otra, con los cuerpos pegados buscando pasión. De pronto, me cogió de la mano y me llevó a su dormitorio. Ya en él, me di cuenta de que la cosa iba a ir más lejos de lo que esperaba, pero que era lo que en realidad deseábamos, al menos lo deseaba yo...

Me tumbó en la cama poniéndose a mi lado, mientras se desabrochaba el vestido. Me quité la blusa y nos quedamos las dos en sostén. Seguíamos con nuestro juego de besos y de caricias, ahora con menos ropas. Puse mi mano en su cintura, para ir subiendo hasta sus tetas. Estaba deseando de tocárselas. Al hacer eso, ella hizo igual, así que nos desabrochamos la una a la otra los sujetadores, y así podíamos tocarnos de forma directa.

Besándonos, nuestros hermosas pechos se rozaban, pudiendo sentir así sus mamelones contra los míos. Empezó a besarme el cuello y, lentamente, iba bajando a mis senos, lamiéndolos cuanto quiso y mordisqueándome las puntas y provocándome la mayor sensación sexual que había sentido nunca.

Entre besos y caricias, nos quitarnos lo que sobraba de ropa, quedando completamente desnudas, pudiendo ver a mis anchas su increíble cuerpo. Si con ropa era bella, sin ropa más. Acaricié todas y cada una de sus pronunciadas curvas, y ella me seguía. Después bajé la mano a su entrepierna, levantando de vez en cuando la cabeza para mirarla a los ojos. Con dos dedos agité su puesta en marcha, lo que hacía que soltase rugidos.

No podía creer que lo que estaba pasando fuese real, como a veces había fantaseado, pero sin querer reconocerlo, estaba ocurriendo en realidad. Bajó también su mano a mi sexo,como una instintiva correspondencia. Sólo con rozar mi expectante feminidad mi excitación se ponía a mil, y entonces me vino un primer climax, que hacía que soltase un gemido, que ella también gozó. Nos mirábamos a los ojos sin dejar de darnos amor sexual la una a la otra, hasta que entre apasionados besos, suspiros, gemidos y rugidos, llegamos al orgasmo las dos al mismo tiempo. La palma de mi mano, cubierta de sus fluidos, que antes me habría sido repugnante, ahora era una delicia.

Nos miramos, intercambiando sonrisas febriles. Besándonos y entrelazando nuestras lenguas, me echó en la cama y me abrió las piernas. Sabía lo que me iba a hacer, y yo sentía una mezcla de morbo y vergüenza, que en el fondo me producía placer. Con mirada pícara, llevó su lengua abajo, lamiendo con igual maestría de actriz porno. Sus manos cogían las mías. Y eso me gustaba muchísimo. Me hacía sentirme segura.

Seguía jugando con mi punto G con la punta de la lengua, y, subiendo el ritmo, paralelamente iban creciendo mis gemidos. Su lengua recorría todo lo de abajo que pillaba al paso, lo besaba, lo lamía y después se recreaba. Otra vez sentía que iba a reventar al sentir que me venía de nuevo, pero me daba vergüenza descargar en su boca. Pero no pude aguantar y tuve tan goliat orgasmo que me hizo temblar. Me cubrí la cara con las manos por vergüenza. Pero ella me las cogió y las apartó.

____No te sientas mal, pequeña –y dicho esto, lascivamente me besaba en los labios, como dándome a probar mis propios jugos.

Tenía que devolverle el favor, así que la tumbé y le abrí las piernas. Nunca había hecho eso a una mujer pero la pasión me podía; así que, paso por paso, le hice exactamente lo mismo que ella a mí. Me excitaba ver que estaba así por mi culpa. Lamiéndole los senos después acabé por devorarla, haciendo que rugiese, hasta soltar descomunales rugidos de placer

Recuperado el aliento me puse encima suya, de tal manera que nuestras vaginas topaban, y así comencé a moverme, para ir subiendo el ritmo hasta acabar cabalgándola. Rugíamos. Me incliné hacia adelante para que nuestros pechos se uniesen a la fiesta y así poder besarla mientras gozaba. Podía sentir su olor, y ella lo vio en mis ojos, alcanzando ambas un nuevo pero sublime orgasmo. Mi amiga rubia quería más. Se incorporó, se puso frente a mí y entrelazó sus piernas con las mías, como tijeras.

Nuestros sexos pegados de nuevo, húmedos y sensibles, pero ahora de un modo más directo. Empezó a moverse sin parar, siguiéndola yo. Ahora podía sentirla dentro, sentir su calentura. La sensación era increíblemente excitante. Nos movíamos cada vez más rápido, gritábamos, gemíamos... Nuestras vergüenzas y nuestros pudores se habían ido a hacer gárgaras. En aquel momento culminante éramos una.

Jamás había escuchado a Sara decir palabras excitantes, cuyas me hacían explotar y menearme alocadamente. Me abalancé sobre ella y empecé a juguetear con su lengua en mi boca. Estábamos abrazadas y frotando nuestros sexos sin parar.

Tanto placer era el acabose, incontrolable. Nos fundimos entre intensos momentos. Caíamos rendidas sobre la cama y nos quedábamos profundamente dormidas, casi sin darnos cuenta....


A la mañana siguiente desperté entre sus brazos. La miré largamente, y ella sonreía relamiéndose los labios


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Mensaje  achl Mar Mayo 01, 2018 11:33 pm



Una amiga muy especial



¡Ay, Dios mío, cuánto me gustaría a mí tener un marido que me friegue los platos!


Eso me decía Pepita recostada sobre el fregadero y mirándome mientras yo fregaba los platos, los vasos, los cubiertos y una olla del almuerzo que habíamos tenido. La miraba, me sonreía y le decía que me gustaba cómo me hacía el amor.

Con su pelo recogido, sus pechos redondos con mamelones afilados, su falda corta, que dejaba ver unos muslos largos, fuertes y duro, y sus sandalias de cuero rojo, reía y me respondía:

____Y a mí me encanta tu cuerpo entero.

Acababa de fregar y me refrescaba la cara. Pepita me daba una toalla. Me secaba, me iba a la nevera, sacaba una cerveza y me tumbaba en el sofá. Pepita se sentaba a mi lado. Y tan guapa ella y tan sensual, ponía la mano en mi entrepierna y empezaba a jugar con lo que había por allí. Mientras me bebía la cerveza veía en la televisión que empezaba una película que no llamaba mi atención.

En vista de ello, dejaba mi botellín en la mesa, ponía la mano derecha en las nalgas de Pepita, tiraba del hilo del tanga y lo soltaba; y con la izquierda, cogía el mando y buscaba un canal de música para ambientar las escenas que estaban a punto de comenzar.

____Me gusta ponerme encima tuya y moverme -me decía.

Me acomodaba en el sofá. Ella se sentaba sobre mí con una agilidad y una destreza más propias de un malabarista. Se había quitado el tanga, pero seguía su mano en mi entrepierna, haciéndole diabluras. Me miraba:

____Chiquillo, acompáñame que me parece que hay alguien en la cocina -me decía de pronto.

Me hacía levantar de la mano de ella hacia la cocina, y ya allí, se ponía a noventa grados, en ángulo recto, brindándome su redondo y hermoso trasero, que siempre lo veía más apetecible que la vez anterior.

____Soy tu yegua, cabálgame y tírame del pelo.

Y en la cocina no había nadie, lo que quería era ensayar posturas nuevas simulando sacar ropa de la lavadora, con su respingón culo en pompa. Así que…, otra vez a follar; yo, desfallecido, y ella, riéndose.

____¡Jajajaja...! ¡Jajajaja…! Siempre te dejo hecho polvo.

La abrazaba y la besaba y le decía que parecía una mesalina.

____¿Y quién es esa? -me preguntaba, riéndose de nuevo.
____Averígualo -respondía, riéndome también.


¿Qué cómo había conocido yo a Pepita?

Pues la conocí años atrás por culpa de mi mejor amigo. Y esta historia es la historia de ese amigo, de Pepita y mía.

Hacía tres años, Pepe, amigo del colegio, coincidía conmigo en una fiesta de una amiga en común. Pepe era un buen tío, al menos para mí. No era chismoso y tenía un buen beber, y cuando consideraba que tenía que discutir con alguien por defenderme, discutía hasta desgañitarse con quien fuese, e incluso llegar a las manos.

Y en aquella fiesta hablábamos de todo; amores, trabajos, chicas, anécdotas, amigos que viven, amigos que ya no viven...

No sabía cuánto habíamos bebido. Serían las cinco de la mañana cuando salíamos de la casa de nuestra amiga, pero Pepe me invitaba a continuar la fiesta en su casa. Yo no podía porque tenía que estar a las ocho en mi oficina, pero tampoco era cuestión de defraudarle después de tantos años de amistad y algunos sin vernos, que Pepe quería presentarme a su mujer.

Llamamos a tele taxi.

Esperábamos a las puertas de la casa de nuestra amiga unos diez minutos, hasta que aparecía en la distancia un taxi con la luz roja de ocupado.

Su casa estaba a las afueras de la ciudad de Sevilla. Pepe era, como antes decía, un buen tío, amigo de sus amigos. Al llegar a la cancela de su lujoso chalet, sacaba de uno de los bolsillos del interior de su chaqueta unas cuantas llaves, como seis o siete, abría dos cerraduras, tres cerrojos y dos candados. Y eso me llamó la atención.

Casi amanecía. Al entrar veíamos encendida la luz del salón. Me decía Pepe que me pusiese cómodo. Le preguntaba por el baño. Señalaba con una mano borracha.

Entraba al baño y me miraba en el espejo mi cara cansada. Me enjuagaba la boca, me lavaba la cara, cogía una toalla y me secaba, y después me iba de nuevo al salón.

Pepe estaba sentado en un sillón. Yo me senté en otro. Había sobre la mesa de centro una botella de Chivas, dos vasos y unos cuantos dados de hielo dentro de un cubilete de plata con pinzas, también de plata. Amanecía. De pronto, aparecía una chica en bata. La miraba. Estaba pintada y era guapa, muy guapa. Nos levantábamos.

____Te presento a Pepita.

La expresión en la cara de Pepita mostraba un cabreo descomunal. Regla número uno: 'cuando dama no presenta cara amable, no busques mejillas, extiende mano'.

____Buenos días -le decía.
____Hola –me respondía, secamente, sin siquiera mirarme.

Breve la presentación. Volvía a mi sillón. Ella se esfumaba. Aun guapa, había algo en su cara que no sabía captar en aquel momento. Pepe me miraba, como esperando mi impresión sobre ella. Cogía un vaso, me echaba dos tacos de hielo y Chivas. Miraba a Pepe y le preguntaba:

____¿Cuánto lleváis de convivencia?
____Un año, un mes y seis días -decía, mirándome.
____¡Jo, qué bien llevas la cuenta! ¿Y cómo os va?
____Jodido a veces, feliz otras, pero sobre todo la amo.
____Pepita es muy guapa y, aun en bata, se adivina un buen cuerpo, espectacular.

Pepe me miraba, como molesto.

____Disculpa mi atrevimiento, Pepe -me apresuraba a añadir.
____No, tranquilo. Ciertamente Pepita es muy guapa y yo soy demasiado celoso. Tengo miedo de que me deje. La amo demasiado.
____A mí también me ocurrió algo parecido. Los celos son traicioneros, destruyen el amor -bebía un sorbo de whisky-. Y si sigo solo es porque no confío en las mujeres. Una relación se basa en la confianza. ¿Tú confías en Pepita?
____Poco. Esa es la pura realidad. Mi vida sentimental es una puta mierda. Pepita no es una mujer.

Traté de poner cara de sorpresa acordándome de mi inicial percepción. Pero sonreí cínicamente y le dije:

____¡Claro que no es una mujer, es un bombón! -me atreví a decirle de nuevo eso.
____Pepita es un travestí y antes se prostituía. Nos conocimos en un antro. La recogí y ahora vivimos juntos. Por eso desconfío. No quisiera desconfiar, pero desconfío.

Observaba que sufría al comunicarme eso. Sus ojos se ponían vidriosos.

____Ahora vengo –me decía y se iba hacia el cuarto de baño.

El alba anunciaba los primeros ruidos de del día. Las asistentas de los chalés salían a la compra del pan. Desde el ventanal de aquel lujoso chalet, se veía cómo empezaba el día en aquella urbanización de lujo, habitada por gente adinerada.

Pepe regresaba con la cara mojada. Le miraba y le preguntaba:

____Si no confías, ¿por qué vives con él? O ella, perdón.
____Porque la amo, ya te lo dije antes -me decía, resignado.
____¿Y ella no te ama?
____Creo que sí. Pero ahí está el problema. Es mucho más joven que yo, y a veces me sale con unas cosas…
____¿Cosas cómo qué?
____Me pide que la lleve a unos sitios horribles, esos sitios que llaman de ambiente. Se quiere traer aquí, a mi casa, a sus amigas, tres travestis horrorosas.

Le escuchaba. Sentía lastima de él. Y también de ella o de él.

____Disculpa, Pepe, pero creo que eres injusto con tu pareja. Pepita tenía su mundo antes de conocerte. ¿Qué mejor prueba de amor que dejar su mundo anterior y vivir contigo bajo tus reglas?
____¡Pero si en mi casa tiene de todo lo que quiera!
____¿Todo? ¿Qué es para ti todo? Casa, comida, ropa, comodidades, coche, dinero...
¿Pero qué me dices de su vida anterior?
____Esa vida es una mierda.
____Pecas de egoísta, Pepe. Ella te ama, pero tú quieres devoción y esto es algo que no viene solo, hay que buscarlo y ganarlo.

Miraba mi reloj: las siete y veinticinco. Me tomaba el último trago.

____Disculpa que corte esta conversación, pero tengo que marcharme ya a mi oficina. Espero volver a verte pronto de nuevo.

Me levantaba, y Pepe se levantaba.

____Me gustaría seguir hablando contigo -me decía.
____Y a mí, y para eso te di antes mi tarjeta. En ella consta mi móvil particular.
____Despídeme de tu mujer. Espero tu llamada –añadía y salía de allí aturdido.

‘Mi único amigo que tiene una relación así’, pensaba. Y pasaban los días recordando a Pepe y a Pepita como algo extravagante.

Pasados quince días, una tarde en mi oficina sonaba mi móvil particular. La llamada provenía desde una cabina pública.

____¿Sí?
____Soy Pepita
____¿Pepita? –preguntaba, extrañado.
____Sí, Pepita, la pareja de tu amigo Pepe.

Aquella voz, marcadamente sensual, me hacía sentir una extraña excitación. Tantas veces había abominado a esta clase de personas, y ahora en el dilema de no quedar mal con mi amigo por tener como pareja un travestí.

Dudada, pero seguía hablando por cortesía. Y también porque me atraía esa voz…

____¡Ah, Pepita! Perdona. ¿Cómo estás?
____¿Puedo hablar contigo en algún lugar?
____Bueno... ahora estoy ocupado, pero sí. ¿Dónde y cuándo?
____Ahora y en la calle Betis. Allí hay un bar de copas que se llama 'Eros'.
Miré mi reloj; las seis y media.

____Bien, de acuerdo. A las siete o siete y algo nos veremos en ‘Eros’.
____Te espero entonces.
____Seguro. Allí estaré.

Me quedaba sorprendido. Nunca pensaba recibir una llamada de ella/él.

'¿Y cómo ella o él sabe mi móvil? ¿Y para qué me llama?', pensaba. Tomaba un taxi. Sentía ansiedad y temor. Ansiedad por saber lo que quería, y temor porque la gente me iba a marcar al verme con un travestí. Aunque en Pepita era difícil notarlo.

'Me preocupa esta situación. Si Pepe se entera de este encuentro, voy a tener que vérmelas con él. Pero vamos a ver qué quiere esta chica o este chico. ¡Puta leche! ¡Esta persona, coño!’, pensé de nuevo.

Llegué a las siete y veinte. Busqué un sitio medio oscuro en aquel local, muy concurrido por cierto. Se me acercó un camarero.

____Agua mineral helada sin gas, por favor -le pedí.

Vino con el agua y me servía un vaso. El local era de mucho trasiego de gay, travestís, chulos y prostitutas. No me gustaba para verme con la mujer de un celoso. Miraba a un lado y a otro. No veía a nadie conocido, pero igual me sentía nervioso.

Veía su esbelta figura mientras entraba embutida en un vestido verde largo y ceñido, gafas enormes y zapatos blancos de aguja. Me gustaba su caminar. Los tacones la hacían destacar. Cuando me veía, levantaba la mano. Yo también alzaba la mía.

'¡Hostia, en qué lío me estoy metiendo!', pensé.

Cuando llegaba hasta mí me ponía en pie y extendía la mano, recordando nuestro frío encuentro inicial, en el que ni me miró. Pepita cogía mi mano, se me acercaba más y llevaba su cara a la mía. No la besaba, sólo juntaba mi mejilla con la suya.

____Gracias por venir –me decía.
____¿Qué ocurre? ¿Le pasa algo a Pepe?
____Le pasan tantas cosas...
____Cosas cómo qué...
____Pepe es un malvado. Hemos terminado.
____Pepita, Pepe te ama…

Se acercaba el camarero, y ella pedía agua mineral, igual que yo.

Tenía que defender a mi amigo. Uno nunca sabe qué pasa con la gente. Me sentía extraño, atraído intensamente por aquel travestí.

____Pepita, el día que te conocí, Pepe me decía antes de verte que eres su vida. Te quiere, quizás demasiado…

Sacaba un clinex de su bolso y con la delicadeza de una dama se quitaba las gafas y lo pasaba por su ojo herido. Era la respuesta a mi defensa de Pepe.

____Pero… ¿por qué?
____Me escapé el sábado para verme con mis amigas. Pasear un rato, caminar, ver tiendas, escaparates. No le dije nada, o peor aún, no le pedí permiso. Al chalé llegué a las once de la noche, con mis bolsas. A Pepe le compré un regalo. Como no tengo llave llamé y me abrió. Al verme me cogió del cuello y me gritó: '¡siempre serás una zorra!'. Me soltó y le dije que era un cobarde y que si volvía a maltratarme lo mataría. Me dijo que por qué salí sin su permiso, que su casa no era un burdel. Le respondí que no tengo llaves para tantas cerraduras, y además que él no me deja hacer copias, y que cuando él sale me deja encerrada. Y de nuevo me cogió del cuello, me golpeó y encolerizado me dijo: '¡aquí mando yo, perra; si nunca aprendiste a respetar, aprenderás ahora!'.

Sacaba un clinex. El otro estaba mojado de lágrimas y manchado de rímel y carmín.

____Bebe agua y no llores más. Me pregunto que alguna razón ha debido haber para que se comportase así.
____Pepe es un pobre diablo. Cuando le conocí sentía vergüenza por estar conmigo. Sufría cuando me veía con otro cliente, pero después me buscaba y me daba dinero. Me pedía que no saliese con nadie, y sólo con él. Casi seis meses pasamos así.
____¿Y por qué aceptaste irte a vivir con él?
____Hay tantas cosas... Te cansas de tantas batidas de la policía, te cansas de pagar protección, te cansas de chulos, te cansas de putear... ¿Sigo?
____No, ya es suficiente.
____¿Por qué me llamaste a mí?
____Ese día escuché lo que hablasteis. Me gustó tu forma de pensar, me caíste bien.
____No lo parecía. Tu cara decía otra cosa.
____Eso era para despistar a Pepe.
____Vale. ¿Pero por qué me llamaste a mí? -repetí.
____Porque no tengo a quien recurrir. Mi familia hace años que se olvidó de mí. La última vez que vi a mis padres, y de esto hace ya más de dos años, me amenazaron con mis hermanos. Me ordenaron que desapareciese del mapa o me denunciarían y me vería obligada a emigrar. No tengo amigas. Las únicas que puedo llamar amigas sólo son para las juergas nocturnas. Ahora estoy parando en una pensión de mala muerte. Necesito que me ayudes.
____¿En qué te puedo ayudar?
____Necesito dinero. Un préstamo.

'En mi vida, ante los problemas, siempre evalúo el problema y después lo que puede significar ayudar a alguien. En este caso, un travestí, ex prostituta… Después está Pepe, amigo de la infancia. ¡Dios, qué follón!', pensé.

____Mejor será que yo hable con Pepe y a ver si consigo que se arreglen las cosas entre ustedes de nuevo.
____Lo último que quiero es que alguien interceda por mí. Necesito ese préstamo, y si tú no puedes o no quieres ayudarme, sinceramente te digo que no sé qué va a ser de mí. Pero si hablas con Pepe, mis planes se irán a la mierda.

Bebía un poco de agua a la vez que trataba de descifrar lo que estaba planeando. Pero me era imposible. No veía en sus ojos un solo gesto en el que se pudiesen adivinar sus reales intenciones. Sólo veía una señorita tan fina que no parecía un travesti. En todo caso, no podía ocultar que me gustaba y me excitaba. Y mucho. Sin pensarlo dos veces le decía:

____Está bien. Acepto.

Me sonreía con cara de un sincero agradecimiento y me cogía la mano con tanta ternura que sentía instantáneamente una aceleración en todo mi cuerpo.

Miraba mi reloj; las ocho menos cuarto.

____Tengo que regresar a mi oficina. ¿Cómo lo hacemos para los detalles?
____Yo te llamaré a las nueve.

Nos despedíamos. Ella o él, salía primero. Esperaba unos minutos y salía yo. Parte de la tarde me la llevaba pensando en qué tendría en la mente. ‘¿En qué empleará ese dinero? ¿Un negocio? ¿Una estafa? ¡¿Un crimen?!’, pensaba.

Pensaba también en mi amigo Pepe. ¡Qué imbécil por enamorarse de una persona tan complicada que le puede acarrear algún problema! ¡Encerrarla, golpearla, qué idiota! Y pensaba en mí, por aceptar aquel trato. Se me juntaban varias cosas: curiosidad, excitación y lascivia. Sobre todo lo último. Recordaba los sermones de mis padres: 'si practicas sexo anal, puedes contraer sida'. Al final, si me ocurría algo, me jodía yo solo. ¡Y al puto agujero!

Sonaba mi móvil. Iban a dar las nueve.

____Soy Pepita.
____¿Dónde quedamos?
____Estoy en La Alameda de Hércules. En la Pensión Alameda, cuarto 12.
____En veinte minutos llego. Salgo ahora mismo.

Salía de la oficina y cogía un taxi. Conocía muy bien aquella zona. Era una zona de hospedajes para prostitutas. En mi época universitaria iba por allí para calmar mis 'calenturas'. En aquellos entonces, por 300 o 400 pesetas, o quizás 500, conseguías sexo rápido, no muy bueno, pero sexo al fin y al cabo.

Al llegar, un viejo canoso de la recepción me ofrecía condones. Rehusaba y pasaba. Buscaba el número doce. Un segundo piso: oscuro, paredes negras y puertas rojas. Olía a meado, tabaco y humedad. Llamaba a la puerta.

Me abría Pepita, con el pelo enrollado en un moño. Un cuerpazo embutido en un vestido verde transparente y ceñido. No llevaba ropa interior. Aun su cara herida y sin maquillar, me seguía gustando a rabiar.

Me quedaba mirándola. Ella me sonreía.

Se me acercaba más y me daba un beso en los labios con los suyos cerrados. Se me ponía tiesa. Su perfume era de esos de los caros. Mi experiencia en regalar perfumes me daba esa certeza.

En una pequeña mesa había una botella de plástico de litro y medio de Coca Cola, y tres o cuatro vasos de plástico. Me servía uno. Tomaba un sorbo.

Se sentaba frente a mí de esa forma tan peculiar que adoptan las mujeres para subir los pies en el sofá, como gatas dormilonas.

____Bueno, hablemos de negocios –me decía.
____Antes, dos cosas -respondía-. Siento mucho que Pepe te haya pegado; y la otra... ¿cómo has conseguido mi número de móvil?
____Rebusqué en el escritorio de Pepe y vi tu tarjeta.
____¡Vaya! Eres una chica muy atrevida.

Me sonreía y se acomodaba en el sofá.

____Ahora sí, hablemos de negocios –le decía.
____Quiero vengarme. Pepe cree que con el dinero todo lo puede resolver y todo lo puede comprar. Él piensa que me compró y que soy un mueble más de su casa. No puedo pensar, no puedo tomar decisiones, sólo estoy para darle gusto en la cama o donde le apetezca y cuando le apetezca.
____¿Cuál es el plan? ¿Dónde entro yo en este melodrama?
____Necesito que me prestes 6.000 euros. Te iré pagando en diez meses, 600 por mes. Con ese dinero, daré la entrada para un piso. Si antes no lo sangré, lo sangraré ahora. Me iré sin decirle nada, cuando crea que ha alcanzado el cielo conmigo. Con lo que le saque, te pagaré y adelantaré lo del piso. Y en diez meses seré libre.
____Ah, una cosa más, quiero que hables con él y que le digas que estoy triste y arrepentida y que deseo regresar -agregaba.
____¿Cómo? –le preguntaba, intrigado.
____Le dices que te llamé, que hablé contigo y que estoy viviendo en una pocilga. He vuelto a mi vida anterior, pero esto último no se lo digas.
____Interesante tu plan, ¿pero qué te hace pensar que yo me fíe de ti?

Su cara cambiaba. Me miraba y sus ojos se encendían.

____¿Tú crees que soy una basura?
____No, pero Pepe es mi amigo.
____Pepe no es amigo de nadie. Quien pega a una mujer, merece un buen castigo.
____Así debe ser. ¿Pero y yo? No tengo motivo para traicionarle. Pepe nos presentó y ahora voy a colaborar contigo para hacerle daño.

Bajaba los ojos y quedaba en silencio. Sentía que la había acorralado con lo último que le decía. Finalmente, alzaba la cabeza y me miraba:

____Cuando era un niño, mi padre me decía que los hombres siempre deben tener palabra. Bueno, pues ya soy un hombre, como tú, y lo único que tengo es mi palabra. Tienes la palabra de un travestí. Pero no te vas a arrepentir si es que tienes la voluntad de ayudarme. Mi palabra es todo lo que te puedo ofrecer, por ahora...

Después de decirme eso, la tomaba más en serio.

____¿Tienes una cuenta bancaria para ingresarte el dinero? –le preguntaba.
____Sí, pero mejor te envío el número por correo electrónico.

Buscaba un papel en aquel antro de mierda, lo hallaba y lo rompía en dos partes. Cogía un bolígrafo que estaba sobre la mesa y escribía su correo en una, y yo ponía en la otra el mío, y después cambiábamos los papeles.

____A la espera quedo de tu cuenta –le decía
____Sí, pero antes apunta lo que vamos a hacer paso a paso.

Me dictaba paso a paso lo que íbamos a hacer para terminar con una amistad de la infancia y ganar la amistad de un travestí que quería vengarse.

Me levantaba, se levantaba descalza y me abría la puerta. La miraba. Su perfume me ponía de una excitación insospechada...

____Adiós, Pepita. Tranquilízate. Y cuídate.
____No hemos firmado ningún papel. Me da miedo que me falles.
____No te fallaré. Tu palabra me basta.

Se me acercaba más, la estrechaba suavemente y me daba un beso en la boca, pero esta vez abierta, cuyo beso lo sentía intenso y caliente. Era la primera vez que me besaba en la boca alguien que no fuese una mujer. Ahora la abrazaba fuertemente, y me llamaba la atención la dureza de su cuerpo. Nos separábamos.

____Ea, ya está firmado el papel –le decía, sonriendo.

Ella/él también sonreía.

____Adiós.
____Adiós.

Se iban cumpliendo todos los pasos del plan. Pepita me enviaba el número de su cuenta por correo, le transfería yo el dinero y le confirmaba el ingreso, también por correo.

Llamaba a Pepe.

Ya tenía el libreto de todo lo que le iba a decir. Lo invité a comer en un restaurante de Triana, cerca del Altozano y del Puente de Triana.

Llegaba puntual. Hablábamos de fútbol y de otras cosas. Acabamos de comer y, en base a mi guión, soltaba la pregunta del millón:

____¿Cómo se encuentra Pepita?
____Bien. Está en casa.
____¿Y cómo vas tú con esos celos?

Veía en su cara cierto fastidio. Y eso era justamente lo que quería: fastidiarle con mis impertinencias.

____En realidad, nos hemos peleado y se ha acabado lo nuestro.
____Pero tú la amas de verdad, ¿no?

Le presionaba con preguntas, y Pepe hacía lo que hace todo el mundo mientras tiene un vaso con agua o con alguna bebida en la mano y tiene que decir algo sin meditarlo: mirar el vaso como si en él estuviese escrita la respuesta.

____Y siempre la voy a amar -respondía, al fin.
____¿Por qué entonces no te arreglas de nuevo con ella?
____Es que se ha ido y no sé dónde está. La hice daño, la lastimé, la ofendí, y yo me siento muy mal por todo eso.
____Lo sé.

De pronto, ponía su vaso sobre la mesa.

____¿Y tú cómo lo sabes?

Trataba de concentrarme. Sabía perfectamente mi libreto, pero no podía dejar ninguna huella de sospecha.

____Pepita me llamó y me dijo algo similar. Me añadió que te quiere, que peleasteis, que te faltó el respeto y que por eso decidió marcharse.
____¿Cómo consiguió tu teléfono?
____Eso sí que no lo sé –por primera vez en mi vida mentí.
____¿Sabes dónde está ahora?
____Me dejó su dirección y me pidió que te buscase y que te la diese. En realidad, mi invitación a comer tenía como objetivo decirte esto.

Me miraba. Su mirada me recordaba a un perro que yo quería mucho y al que le gustaba que le cepillase el pelo. Siempre me miraba así mientras lo cepillaba. Era una mirada de agradecimiento, y de satisfacción también.

____Eres un buen amigo. Y en cuanto a Pepita... la amo de veras.
____¡Entonces... ve a recogerla, joder, y deja ya de pelearte más con ella!
____Eso voy a hacer. Gracias. Muchas gracias, amigo.

En ese momento me sentía como un Judas cualquiera después de cobrar las 30 putas monedas.

En los siguientes meses me comunicaba con Pepita vía correos. Religiosamente cumplía sus pagos mensuales. Mi deseo por ella permanecía. Un sábado, Pepe me invitaba a comer en su casa, y también para ver en la televisión un clásico Sevilla-Betis. Llevaba una botella de Chivas etiqueta negra, para tomar una copa durante el partido. Llegué a las dos en punto, según acordado. Me abría la puerta Pepita, más guapa y más maciza que nunca, y al mirarla me hacía un guiño.

____Hola, Pepita –le decía.
____Hola. Pasa, siéntate y ponte cómodo.

Ponía en su mano la botella de Chivas. La televisión estaba en las previas del partido. Salía Pepe, nos abrazábamos y retomábamos nuestra charla, preguntándonos sobre los amigos del barrio; fulano, citano, mengano… y de todos o casi todos los chismes de veinte años atrás.

Terminamos de almorzar. Todo estaba bueno. Cogía el whisky, servía tres vasos y cínicamente proponía un brindis por la amistad. Había empezado el partido. Nos levantamos y nos fuimos al salón para verlo más cómodos. De repente, aparecía Pepita portando una bandeja de plata y sobre ella la botella de Chivas, un cubilete con hielo y dos vasos de talla fina ‘Pickman La Cartuja’. Miraba a Pepe y le decía:

____Ya mismo regreso. Voy a recoger un poco la cocina.

Veíamos el primer tiempo bebiendo un whisky cada uno. Y como Pepita se había ido a la cocina, Pepe aprovechaba para decirme:

____La semana que viene me voy a Milán. Tengo allí un negocio importante, y necesito residir allí mismo. Me llevaré a Pepita.
____¿Y qué dice ella? ¿Está de acuerdo?
____Aún no se lo he dicho. Buscaré una oportunidad para ello.

Me quedaba callado. Pepe estaba echando todo a perder de nuevo.

Acababa el partido. Por cierto, ganó el Betis 2-4. Me levantaba y le decía a Pepe que me disculpase y que me despidiese de Pepita. Salía de la casa pensando en qué iba a hacer ella con la variación que podía alterar sus planes.


Pepe se va el 15. Después enviará a por mí. Todo sigue según lo previsto. Te llamaré el miércoles. Un beso. Pepita.


Eso decía el último correos de Pepita. El 15 era domingo. Le habían preparado los amigos una despedida. Me invitaban. Dudaba, pero aceptaba. A las doce llegaba. Ellos llevaban ya allí un rato. Veinte años después, nuestro barrio estaba poblado de nuevos edificios y galerías. Pepe estaba semi borracho. Me veía, se me acercaba y me abrazaba fuertemente..

____¡Hola, mi buen amigo mío! –me dijo, con exagerada grandilocuencia.
____Hola, Pepe. Ya veo que estás con media papa.

Me servía medio whisky y me lo bebía del tirón.

____Espero te vaya bien en Milán con ese negocio nuevo.
____También yo lo espero.

Me mosqueó su énfasis al decirme: ¡hola, mi buen amigo mío! Se acercaban a nosotros otros amigos y seguíamos bebiendo en grupo. Pasada una hora le decía a Pepe:

____Buen viaje. Avísame cuando regreses para comer juntos.

Me retenía, nos apartábamos del grupo y me decía:

____Lo sé todo. Pero a pesar de eso, te considero mi mejor amigo.
____¿Qué sabes? –le preguntaba.
____Que contactas con Pepita y que tenéis un plan para joderme.
____Yo no tengo ningún plan. Sólo un negocio con ella, eso sí, ¿pero joderte...?
____Espera un momento -me decía.

Se alejaba dando tumbos y regresaba con dos whisky. Me cogía del brazo y me llevaba a un lugar aparte. Se quedaba con un vaso y me daba el otro.

____Valoro mucho en ti que siempre tienes la mejor respuesta a la peor pregunta. Por eso eres mi amigo. Esa cualidad es más que suficiente para valorarte.
____¿Cómo sabes que me comunico con Pepita?
____Fácil. Mandé instalar un GPS con un transmisor en su móvil.

Le miré beber whisky. 'Me asquea que controlen de forma tan mezquina a alguien, y en este caso, alguien que él mismo dice que ama', pensé.

____Salud, Pepe.
____Salud, amigo.
____¿Pepita no ha venido?
____No le gustan estas fiestas. Prefiere quedarse en casa.
____¿Sigues encerrándola?

Agachaba la cabeza. Se hacía un silencio expectante.

____No, ya no la encierro. Todo cambió cuando regresó. Gracias a ti.
____¿Y tampoco le pegas?
____Tampoco le pego.
____Cuando me buscó, estaba enferma de soledad y resentimiento.
____¿Me puedes decir cuál es el plan que tiene ella? -cambió de tema.
____No puedo. No te va joder. Creo que va ser bueno para ti. Si entiendes lo que te quiero decir. Ahora le das amor. Y si no, mejor quédate solo.

Nos despedíamos. Nos prometíamos no decir nada de lo hablado.

Sólo me quedaba confiar y esperar.

Pepe se fue a Milán. Contaba yo los segundos esperando la llamada de Pepita el miércoles. Me llamaba y me daba su nuevo domicilio, al que raudo me iba.

La encontré en traje de faena, con un pañuelo sobre la cabeza. Traté de buscar al hombre que había tras la apariencia femenina y no lo veía por ninguna parte. Ese acertijo constante aumentaba mi lívido.

____Hola.
____¿Todo bien?
____Todo bien. Vine a conocer tu casa nueva.
____La estoy arreglando. He traído algunas cosas mías del chalé de Pepe. El resto lo voy a vender, y con ello bastará para pagarte lo que resta del préstamo.
____Justo de eso quería hablarte. Dejemos lo del préstamo. Págame cuando puedas y como puedas, y si no quieres no me pagues nunca.

Pepita dejaba de hacer lo que estaba haciendo.

____Te di mi palabra. Eres la única persona en toda mi vida que ha creído en mí. Y voy a cumplir con mi palabra.
____Me siento mal haciendo negocio con la pareja de un amigo a sus espaldas.
____No estamos haciendo nada malo. Es sólo un negocio.
____¿Cuándo te vas?
____En un mes, más o menos.
____¿Cómo os lleváis ahora?
____Ha cambiado. Pero no siento amor por él, sólo un compromiso, que cumpliré.
____Él te ama.
____Pero es un bruto. ¿Qué pasa si vuelve a pegarme y a encerrarme?
____Pues regresas de Milán...  y punto.
____¿Por qué no me pides tú que me quede contigo aquí, en Sevilla?

Su cara sin maquillar, su pañuelo floreado cubriéndole el cabello, su ropa sencilla... todo se iluminaba.

____No puedo enamorarme de ti. Sería mucho peor que Pepe. Ni siquiera permitiría que te tocase el aire.

Se me acercaba y me abría lentamente la camisa. La atraía hacia mí.

____¿No estás operada?
____¿Eso importa?

Me besaba y yo la besaba con pasión.

____¿Qué ves tú en mí?
____Una mujer hermosa.
____Eres un buen tío, y además estás muy bueno.

Me iba quitando la ropa lentamente. Yo intentaba hacer lo propio, pero con temor. Parecía que ella se daba cuenta de ello. Me abrazaba aún más y nos tendíamos semi desnudos sobre el sofá.

____¿Qué temes?-me preguntaba ella.
____Que me sorprendas.

Mi inexperiencia con travestís era evidente. Pepita, sin separarse de mí, me decía:

____Han pasado infinidad de hombres por mi vida: heterosexuales puros, como tú; maricones que te quitan la ropa y se la ponen ellos, y esos que 'les da igual la carne que el pecado'. No tengas miedo. Soy mujer, sólo que no me la corté porque este negocio así lo exige. Pero la tengo bien recogida en la parte de atrás y sólo la usaré si tú me lo pides.

Llevaba su cara hacia la mía, me miraba a los ojos y añadía:

____Me gustas mucho, y te adoro porque siempre has creído en mí.
____He creído en ti porque me hablabas con el corazón.

Mis sinceras palabras se ahogaban en sus besos. Ella lo hacía todo. Yo sólo la seguía. Una experiencia inolvidable. Nunca había sido bisexual, ni me gustaban las penes ajenos, pero Pepita me volvía loco...

Con el paso de los plazos, cumplía su palabra y saldaba su cuenta, como me había prometido. Me sentía orgulloso de tenerla, o tenerlo como amiga o amigo, qué más daba. Mejor, como buena persona y responsable que era. Esto era lo más correcto. Por cierto, Pepita tenía una responsabilidad poco habitual en la gente con la que se había relacionado durante años. Pero Pepita era Pepita. Y punto y aparte.

Ninguno de los dos nos hacíamos promesas eternas de amor, ni ataduras absurdas, pero ambos sabíamos que nos gustábamos y que nos amábamos...

Pepita será siempre para mí una amiga muy especial. Cada vez que viene a Sevilla, una o dos veces al mes, nada más pisar el aeropuerto de San Pablo me telefonea, 'y no sólo para saludarnos’. Y si los lectores quieren saber el resto, que pongan a trabajar su imaginación...


¡Miren, miren, pero miren detenidamente esta fotografía, y a ver quién tiene cojones de decir que Pepita no es una mujer!


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Mensaje  achl Jue Mayo 03, 2018 8:17 am

¡Malditos violadores!








Este escrito lleva implícito un léxico ciertamente malsonante, atrevido, insultante, ‘camilojosecelista’, y además puede que incurra en amenazas u otras cosas similares

Voy a hablar, sin cortapisas, de los hijos de la gran puta violadores y pederastas. Con éste sutil piropo justifico en parte el prólogo.

Resulta que han detenido al violador del ascensor por unas nuevas agresiones, tras puesto en libertad 4 años atrás con la aplicación del ‘rollo Parot’. ¿Sorpresa? No. El del ascensor es un repugnante que lleva violando desde, que se sepa, sus 19 años. El mismo que pasó por la cárcel y no se reinsertó, al que soltaron, como a tantos otros, corriendo el riesgo de que diese otra vez con sus huesos en el truyo más pronto que tarde.

Por si lo ignoran, el funcionamiento del Estado de Derecho permite que las penas se apliquen con ‘Función Moralizadora’. ‘Has sido un niño malo y vamos a castigarte’. Esto le dicen, por ejemplo, al que ha robado un coche: 1 año a la sombra. Asesino, has matado a tu mujer, así que 15 años al talego’. Porque todos tenemos que pagar por daños causados, para que así queden tranquilos los de fuera y para que entiendan los propios causantes que los actos delictivos tienen sus consecuencias.

Pero hay gente que no saben o no quieren aprender porque son el último escalón de la escoria humana. A saber: el secretario general de las Juventudes Socialistas de Elche, es un asqueroso niñato que ha sido detenido ayer por intercambiar pornografía que incluía, ojo al terrible dato: ¡bebés recién nacidos! ¡Qué degenerado!

Me había imbuido a fondo en un libro sobre los comportamientos de los pederastas y los pedófilos. Pero, aterrado, di por concluida la lectura; la sobrecarga emocional me hacía daño.

Les hablo ahora de un sujeto valenciano, al que otro hijo de puta, amigo íntimo de él, de igual calaña, o peor aún, le pagó un viaje a Estados Unidos ¡para que violase a su hijito de 4 añitos, porque él estaba harto de violarlo. ¿Es esto un bulo? ¡Cuánta atrocidad junta! Así que pueden imaginar el asco que me da esta gentuza.

Un oficial de la policía científica para casos específicos de violación y pederastia, primo de mi ex mujer, me aconsejó que abandonase esta lectura porque si, por casualidad, topase con un vídeo de este tipo y me diese por echarle un vistazo, no podría volver a dormir. Y eso que esta es la primera (y la última) vez que verbalizo esto.

Pues estos putos depravados, que no les llega la sangre a irrigar el cerebro, están en la calle. Me da lo mismo que sean violadores de adultos o de niños. Bueno, no, claro que no. Los que violan niños, que les rompen la infancia y el futuro, que les crean traumas que les persiguen hasta la tumba y que a veces aceleran el proceso, llevándoles al suicidio, merecen una hoguera lenta, prendidos de los huevos. Y me da exactamente igual que sean curas que padres de familia, porque cuando el mismísimo Satanás se reencarna en alguien que destruye lo más inocente que existe, que es un niño, no merece otra cosa.

La calle está llena de gente perversa. Desde los gilipollas integrales de ‘La Manada’, y sus imitadores, que van a fiestas con planes para violar a chicas, hasta el violador del estilete. Pero nuestro Sistema Penal les trata como chorizos comunes, y eso que han demostrado con creces que sus comportamientos maníacos son anormales.

¿Me van a decir a mí que es lo mismo un violador (como Gregorio Cano, ‘el violador de la Verneda’, con 57 violaciones a su espalda, condenado a 167 años de truyo y que sólo ha cumplido 20, y que sale hoy, 3 de mayo, y que sin ningún tipo de escrúpulos sometió a una niña de 9 años a torturas sexuales, que un pobre hombre, que, por pura necesidad, ha introducido su zarpa descuidera para sisar un poco de comestible en algún supermercado?

Díganme a la cara que es igual masturbarse viendo cómo sufre un niño que quemar fotos del Rey. Díganme que el Código Penal nos protege de un pederasta, compulsivo, famélico y sediento, tras 5 años de abstinencia por encarcelamiento y a 50 metros de él viva mi nietecita Aitana. Díganme que una de mis hijas, o una sobrina o una amiga, o mi vecina, vaya a una fiesta y no regrese porque una pandilla de drogadictos va de garito en garito buscando víctimas. Díganme que con un encierro de, por ejemplo, 5 años en el Centro Penitenciario Sevilla 1, eso se cura.

Hay que empezar a debatir muy en serio el tema de la castración química, el tema de anular los impulsos sexuales de los agresores, el tema de establecer un censo y control de los ex presidiarios con delitos sexuales, y que los servicios de Medicina Mental de nuestro bendito país den un paso adelante y estén capacitados para decir, sin miedos, que estas bestias nunca se reisertarán, que están mal de su puta testa, que algo en sus cocos no funciona, que no deben vivir en sociedad, que las penas de sus delitos deben cumplirlas en un psiquiátrico, por el bien de todos. Porque una sociedad sana no hace daño a niños, ni consiente que se lo hagan.

Hay dos tipos de personas que cometen delitos sexuales: el infeliz y desgraciado paciente psiquiátrico con una ristra de antecedentes por mor de un entorno deprimido, familia desmembrada, consumo de dogas... que comete delitos sexuales de igual forma que roba o menudea con drogas. Y luego tenemos al que de verdad da para horas de noticias: el tío perfectamente integrado a la sociedad, con profesión, estudios, y a veces carrera profesional de éxito, incluso con esposa e hijos. De estos dos tipos, para mí, el segundo es el verdadero peligro: ‘un lobo en un gallinero’, consciente de que lo que hace es un horror. Por eso aprende a ocultarlo, a relacionarse sólo con los que son como él y a pasar desapercibido. Si bien no debemos olvidar que el objetivo de la cárcel es la reinserción, esta clase de delincuentes está integrada en la sociedad. Así que, ¿cuál debe ser la pena que se les imponga? Seamos honestos. De un día a otro, a un pederasta no va a dejar de gustarles lo niños. No hay tratamiento. No hay cura. ¿Se puede saber qué hacemos con ellos? ¿Matarlos?  Pues sí, ¡matarlos!

Estoy seguro que, como todo hijo de vecino, su nivel de sadismo acaba de dispararse para aportar unas ideas que respondan a esta pregunta, que seguro dejan a la castración como la más piadosa. Pero no hacen falta genitales para violar a niños, o para disfrutar viendo como otros los violan. Si la reinserción no es una opción, cierto tipo de reclusiones se me antoja civilizado.

Si no, sigan leyendo…

Tendrían cama-techo-pan e incluso tv. Esto parece benévolo, pero los pequeños detalles hacen la diferencia.

No habría reloj en celda, así que la única forma de medir el tiempo sería con el cambio de personal de seguridad o con las comidas.

Desayunarían, almorzarían y cenarían todos los días; pero, eso sí, todos los días lo mismo.

Tendrían lectura en igual medida que tv. Nada nuevo habría para ellos. Sus vidas acaban ahí.

No habría calendario. Más o menos pueden averiguar que estamos en Navidad, o en verano o en invierno, pero siempre les quedará la sensación de algo que no llega pero que se están perdiendo.

Y así podría seguir hasta el infinito.

En realidad es: muerte en vida-ataúd mental-tortura eterna; eso sí, sin violencia física ni psicológica.

Sus vidas fenecieron, no bien fueron dictadas sus sentencias. Sólo les queda esperar que el cuerpo se vaya rindiendo viendo pasar el reloj en una burbuja efímera que nunca explota, viviendo siempre el mismo momento desde el día en el que les declararon culpables.

¡A los crueles malnacidos, impresentables, despreciables, hijos de puta, cabrones, se les acabó el mundo!

Quizá  únicamente así puede que haya un mínimo de justicia. Con las víctimas teniendo la oportunidad de enderezar sus vidas y los verdugos atrapados (si modifican el Código Penal, lo ideal es que sea eternamente), les daría cierto sosiego para batallar con fe por volver a empezar.

Ni psicólogos ni policías científicos del departamento de pederastia y violaciones. Estas letras las ha escrito y serán divulgadas por el justiciero sentido común de:


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Mensaje  achl Vie Mayo 04, 2018 10:48 am




El Andalú



Hoy estoy guarnío. Y lo que más me gusta de estar guarnío es poder decir que estoy guarnío. Es una expresión que me encanta, como tantas otras tan andaluzas. Cuando te hartas de comer, acabas engoñipao. Cuando riegas mucho las macetas, las dejas enguachinnás. Nunca pido churros, pido calentitos. De niño nunca iba a las atracciones, sino a los cacharritos o a las cunitas. A los pesados se les dice jartibles, y cuando no iba al cole, lo que hacía era rabona, ¡qué coño peyas, ni peyas! A lo largo de mi vida he conocido a apollardaos o gilipollaos, no a tontos, y a más ennortaos que a despistados, y a ningún antipático, sino a malajes o desaboríos. La mentira no es mentira es engañifa. Aquí lo mucho es una jartá, o una pechá, y lo poco es una mijita, y la gente no pasea, da vuerta. Lo que está muy sucio está empercochao y lo que limpias bien lo dejas escamondao. Si se te va la olla te quedas majarón, y si das la lata te llaman pejigueras. Los borrachos, que son papaos, no caminan, dan camballás, y la gente no odia la mentira, sino el falserío. Lo roto está descuajaringao y lo pasado de fecha revenío, los cobardes son jiñaos, y lo muy visto está muy manío. Por estas expresiones y miles más, cada vez me gusta más mi andalú, y quien diga que no sabemos hablar que aprenda a entendernos, y seguro que le coge gustito. Ah, que conste que una tontería es una chuminá.




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Mensaje  achl Miér Mayo 09, 2018 8:09 pm







Gambrinus

Gambrinus era el ayudante de un vidriero de la ciudad de Kortrick, en la antigua Flandes


Su amor secreto se llamaba Margarita, la hija del maestro vidriero, aunque por su condición de aprendiz no podía aceptarle. Con el corazón roto, el muchacho abandonó el taller. Buscó consuelo en la música, se compró una viola y aprendió a tocarla. Al año siguiente participó en los conciertos de las fiestas del verano. Con la intención de burlarse de él, los habitantes de Kortrick asistieron al concierto. Margarita también fue y su presencia le puso tan nervioso que no pudo tocar ni una nota. Desencantado y triste, se fue al bosque decidido a ahorcarse...

____El orgullo de una mujer no es un motivo de suicidio -dijo una voz. Gambrinus descubrió la figura de un diminuto anciano.
____No os conozco y me dais un consejo. ¿Quién sois?
____Me llaman Ruud" - respondió el anciano.
____¿Y que deseáis de mí?
____Vengo del País de los Seres Pequeños, de las regiones subterráneas de la Tierra, y deseo ayudaros.
____Extraña es vuestra amabilidad. ¿Y en qué queréis ayudarme?
____A olvidar a la dama que os atormenta -respondió Ruud.
____Algo querréis a cambio.
____Vuestra vida. Pasados 70 años vendré a buscaros y llevaros conmigo a los mundos subterráneos.
____De acuerdo. Pero deseo que mi estancia en la tierra sea feliz.
____Esperad un momento.

Y como por arte de magia, hizo aparecer una enorme extensión de tierra tupida de varas de abedúl sobre las que trepaban unas plantas con flores amarillas. Al fondo se distinguía una construcción de piedra.

____¿Qué es esto? -preguntó Gambrinus.
____Una plantación de lúpulo, y al fondo una fábrica de Cerveza. La flor de esta planta curará tu mal de amor. -Ruud llevó a Gambrinus al interior de la fábrica y le enseñó a fabricar cerveza:
____Con cebada y lúpulo harás vino de Flandes y le llamaremos Cerveza.
Ruud le ofreció una jarra de aquel líquido. Gambrinus se lo bebió de dos tragos y de pronto le embargó una sensación de bienestar. Por primera vez dejó de pensar en Margarita.

Al otro día volvió a Kortrick y compró un terreno donde plantó lúpulo y construyó una fábrica de cerveza.

Un domingo de verano invitó al pueblo a probar cerveza y los habitantes de Kortrick empezaron a sentirse alegres.

Gracias a ese elixir mágico, Kortrick se hizo famoso. Se instalaron fábricas por todo el país, y el vino de cebada se extendió por los Países Bajos, Italia, Alemania, Escocia, Inglaterra, España...

El Rey Holanda concedió a Gambrinus el título de Duque de Brabante y Conde de Flandes.

Pero el título que más le llenó fue el que le otorgaron los habitantes de Kortick: ‘Rey de la Cerveza’. Gambrinus se olvidó Margarita y vivió en paz hasta los 90 años. Entonces, una mañana se presentó Ruud. Le reconoció enseguida y, sin mediar palabra, dejó su castillo y partió hacia el País de los Seres Pequeños. Ya allí, su tamaño menguó y vivió eternamente.


Cruzcampo – La cerveza del Sur



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