RELATOS
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Re: RELATOS
ATAQUE MASIVO (JOSÉ MANUEL ALONSO IBARROLA)
El enemigo estaba allí, fuertemente atrincherado y protegido por numerosas baterías, que cubrían con su fuego todo el valle. Era preciso atravesarlo con cargas furiosas de caballería. El Alto Estado Mayor calculó que serían precisas cinco oleadas, cada una de ellas con cinco mil hombres. Teniendo en cuenta que el enemigo causaría un sesenta o un setenta por ciento de bajas, era lógico suponer que la quinta oleada llegaría a su destino. Dadas las órdenes pertinentes se iniciaron las cargas. La batalla no se desarrolló según el cálculo previsto y lo cierto es que para la supuesta última y definitiva oleada sólo quedaban dos soldados. Preguntaron éstos si la carga tenían que hacerla al galope forzosamente, como las anteriores. Vistas las circunstancias, se les dio plena libertad para hacer lo que quisieran. Y los dos soldados, pie a tierra, cansadamente, arrastrando de la brida a sus respectivos caballos, se lanzaron contra el enemigo, hablando tranquilamente de sus cosas…
El enemigo estaba allí, fuertemente atrincherado y protegido por numerosas baterías, que cubrían con su fuego todo el valle. Era preciso atravesarlo con cargas furiosas de caballería. El Alto Estado Mayor calculó que serían precisas cinco oleadas, cada una de ellas con cinco mil hombres. Teniendo en cuenta que el enemigo causaría un sesenta o un setenta por ciento de bajas, era lógico suponer que la quinta oleada llegaría a su destino. Dadas las órdenes pertinentes se iniciaron las cargas. La batalla no se desarrolló según el cálculo previsto y lo cierto es que para la supuesta última y definitiva oleada sólo quedaban dos soldados. Preguntaron éstos si la carga tenían que hacerla al galope forzosamente, como las anteriores. Vistas las circunstancias, se les dio plena libertad para hacer lo que quisieran. Y los dos soldados, pie a tierra, cansadamente, arrastrando de la brida a sus respectivos caballos, se lanzaron contra el enemigo, hablando tranquilamente de sus cosas…
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Re: RELATOS
EL ÁNGEL (JUAN EDUARDO ZÚÑIGA)
La mujer cruzaba la gran plaza en cuyo centro se alzaba la columna rematada por una enorme estatua, un ángel con las alas desplegadas que parecía a punto de volar.
La mujer solitaria cada mañana ponía en él sus ojos admirados, temiendo que en las ráfagas de otoño o en las nieblas del frío, desapareciera y no lo viese más, y aunque sabía que para el ángel ella tan sólo era un punto negro en la inmensidad de la plaza desierta, le rogaba la acompañase en el largo trayecto cotidiano.
Y fue tal su vehemencia que el ángel la escuchó y entendió su insistente llamada y un día descendió de la columna y fue hacia ella con pasos vacilantes. Ante aquella figura gigantesca con las alas abiertas, la mujer sintió nacer la esperanza de ser correspondida pero al acercarse el ángel, vio que tenía los ojos vacíos.
Aun así, ella le preguntó: “¿Vienes conmigo?”, pero el ángel titubeaba, no respondió y poco después volvió a su lugar en lo alto de la columna.
Se quebró el fugaz proyecto de amor: ella sintió que terminaba su vida y estuvo a punto de hundirse en la tierra al comprender que no había sido mirada, que el ángel no vio nunca su gesto enamorado. Pero pensó en el deber del trabajo y en el camino que la esperaba recorrer como cada día y se resignó a seguir adelante. Ya nunca más buscaría el amor, ni el ángel bajaría al suelo.
Los solitarios cruzan la inmensa plaza pero ninguno hacia él levanta su mirada; saben que el ángel que está allí es ciego, un ángel solitario como ellos.
La mujer cruzaba la gran plaza en cuyo centro se alzaba la columna rematada por una enorme estatua, un ángel con las alas desplegadas que parecía a punto de volar.
La mujer solitaria cada mañana ponía en él sus ojos admirados, temiendo que en las ráfagas de otoño o en las nieblas del frío, desapareciera y no lo viese más, y aunque sabía que para el ángel ella tan sólo era un punto negro en la inmensidad de la plaza desierta, le rogaba la acompañase en el largo trayecto cotidiano.
Y fue tal su vehemencia que el ángel la escuchó y entendió su insistente llamada y un día descendió de la columna y fue hacia ella con pasos vacilantes. Ante aquella figura gigantesca con las alas abiertas, la mujer sintió nacer la esperanza de ser correspondida pero al acercarse el ángel, vio que tenía los ojos vacíos.
Aun así, ella le preguntó: “¿Vienes conmigo?”, pero el ángel titubeaba, no respondió y poco después volvió a su lugar en lo alto de la columna.
Se quebró el fugaz proyecto de amor: ella sintió que terminaba su vida y estuvo a punto de hundirse en la tierra al comprender que no había sido mirada, que el ángel no vio nunca su gesto enamorado. Pero pensó en el deber del trabajo y en el camino que la esperaba recorrer como cada día y se resignó a seguir adelante. Ya nunca más buscaría el amor, ni el ángel bajaría al suelo.
Los solitarios cruzan la inmensa plaza pero ninguno hacia él levanta su mirada; saben que el ángel que está allí es ciego, un ángel solitario como ellos.
Habanera- Admin
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LITERATURA (JULIO TORRI)
El novelista, en mangas de camisa, metió en la máquina de escribir una hoja de papel, la numeró, y se dispuso a relatar un abordaje de piratas. No conocía el mar y sin embargo iba a pintar los mares del sur, turbulentos y misteriosos; no había tratado en su vida más que a empleados sin prestigio romántico y a vecinos pacíficos y oscuros, pero tenía que decir ahora cómo son los piratas; oía gorjear a los jilgueros de su mujer, y poblaba en esos instantes de albatros y grandes aves marinas los cielos sombríos y empavorecedores.
La lucha que sostenía con editores rapaces y con un público indiferente se le antojó el abordaje; y la miseria que amenazaba su hogar, el mar bravío. Y al escribir las olas en que se mecían cadáveres y mástiles rotos, el mísero escritor pensó en su vida sin triunfo, gobernada por fuerzas sordas y fatales, y a pesar de todo fascinante, mágica, sobrenatural.
El novelista, en mangas de camisa, metió en la máquina de escribir una hoja de papel, la numeró, y se dispuso a relatar un abordaje de piratas. No conocía el mar y sin embargo iba a pintar los mares del sur, turbulentos y misteriosos; no había tratado en su vida más que a empleados sin prestigio romántico y a vecinos pacíficos y oscuros, pero tenía que decir ahora cómo son los piratas; oía gorjear a los jilgueros de su mujer, y poblaba en esos instantes de albatros y grandes aves marinas los cielos sombríos y empavorecedores.
La lucha que sostenía con editores rapaces y con un público indiferente se le antojó el abordaje; y la miseria que amenazaba su hogar, el mar bravío. Y al escribir las olas en que se mecían cadáveres y mástiles rotos, el mísero escritor pensó en su vida sin triunfo, gobernada por fuerzas sordas y fatales, y a pesar de todo fascinante, mágica, sobrenatural.
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Re: RELATOS
A CIRCE (JULIO TORRI)
¡Circe, diosa venerable! He seguido puntualmente tus avisos. Mas no me hice amarrar al mástil cuando divisamos la isla de las sirenas, porque iba resuelto a perderme. En medio del mar silencioso estaba la pradera fatal. Parecía un cargamento de violetas errante por las aguas.
¡Circe, noble diosa de los hermosos cabellos! Mi destino es cruel. Como iba resuelto a perderme, las sirenas no cantaron para mí.
¡Circe, diosa venerable! He seguido puntualmente tus avisos. Mas no me hice amarrar al mástil cuando divisamos la isla de las sirenas, porque iba resuelto a perderme. En medio del mar silencioso estaba la pradera fatal. Parecía un cargamento de violetas errante por las aguas.
¡Circe, noble diosa de los hermosos cabellos! Mi destino es cruel. Como iba resuelto a perderme, las sirenas no cantaron para mí.
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Re: RELATOS
10X1 (ALFREDO ARMAS ALFONZO)
El hombre de mirada que se escondía y la boca que instilaba saliva paró al niño entre el resquicio de la puerta entornada; no era de allí porque después se supo que nadie le conocía. Le dijo que le daba el puño de metras, el rollo de hilo de elevar papagayo, la moneda grande, el trompo con la franja azul, ah y los caramelos, todos los caramelos que él quisiera de la lata. El niño sólo tenía que entrar si quería hacer el negocio y jurarle después que no le diría nada a nadie.
El niño se le encimó un poco y le hundió en el ojo más sanguinolento la espina de pescado que recién acababa de recoger de entre los desperdicios de la venta diaria junto a las montañas de durmientes de ferrocarril que cargan los barcos de la costanera. Por todo el resto de su existencia el sujeto cargó consigo su cuenca vacía a través de la cual podía advertirse el interior del alma totalmente desolada e interminable.
El hombre de mirada que se escondía y la boca que instilaba saliva paró al niño entre el resquicio de la puerta entornada; no era de allí porque después se supo que nadie le conocía. Le dijo que le daba el puño de metras, el rollo de hilo de elevar papagayo, la moneda grande, el trompo con la franja azul, ah y los caramelos, todos los caramelos que él quisiera de la lata. El niño sólo tenía que entrar si quería hacer el negocio y jurarle después que no le diría nada a nadie.
El niño se le encimó un poco y le hundió en el ojo más sanguinolento la espina de pescado que recién acababa de recoger de entre los desperdicios de la venta diaria junto a las montañas de durmientes de ferrocarril que cargan los barcos de la costanera. Por todo el resto de su existencia el sujeto cargó consigo su cuenca vacía a través de la cual podía advertirse el interior del alma totalmente desolada e interminable.
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Re: RELATOS
LA PRISIONERA (JUAN EDUARDO ZÚÑIGA)
Estoy en el jardín de un antiguo palacio que no sé de quién fue ni cuál es hoy su dueño. La tarde es húmeda, y otoñal el ocaso; en el blando suelo las hojas mueren adheridas al barro. No hace viento, no oigo ningún ruido entre los árboles que forman paseos en los que mudas estatuas, sobre pedestales de hiedra, alzan su desnudez.
Quisiera recorrer este extraño jardín, pero estoy quieto. Nadie lo visita, nadie hace crujir el puentecillo de madera sobre el constante arroyo. Nadie se apoya en las balaustradas del parterre ante la fila de bustos que la intemperie enmascaró con manchas verdinegras.
Estoy ante la gran fachada cubierta de ventanas que termina en altas chimeneas sobre el oscuro alero del tejado. Todo en ella muestra haber sufrido los ataques del tiempo pero estos rigores no dañaron a la única ventana que yo miro. Cada día, tras los cristales, aparece ella, su delicada silueta, y aparta la cortina de tul y largamente pasea su mirada por los senderos que se alejan hacia el río. Vestida de color violeta, siempre seria, eternamente bella, conserva su rostro juvenil, su gesto de candor, atenta a la llegada de alguien que ella espera. Inmóvil, tras el cristal, no habla, no muestra si acepta mi presencia, acaso no me ve. Resignada se dobla mi cabeza sobre el hombro mordido por las lluvias; desearía que sus dedos me rozasen antes de que su mano se haga transparencia. Desfallece mi cabeza enamorada; tras mis ojos vacíos atesoré palabras y palabras de amor dedicadas a ella. Acaso un día logren mover mis labios de durísima piedra.
Estoy en el jardín de un antiguo palacio que no sé de quién fue ni cuál es hoy su dueño. La tarde es húmeda, y otoñal el ocaso; en el blando suelo las hojas mueren adheridas al barro. No hace viento, no oigo ningún ruido entre los árboles que forman paseos en los que mudas estatuas, sobre pedestales de hiedra, alzan su desnudez.
Quisiera recorrer este extraño jardín, pero estoy quieto. Nadie lo visita, nadie hace crujir el puentecillo de madera sobre el constante arroyo. Nadie se apoya en las balaustradas del parterre ante la fila de bustos que la intemperie enmascaró con manchas verdinegras.
Estoy ante la gran fachada cubierta de ventanas que termina en altas chimeneas sobre el oscuro alero del tejado. Todo en ella muestra haber sufrido los ataques del tiempo pero estos rigores no dañaron a la única ventana que yo miro. Cada día, tras los cristales, aparece ella, su delicada silueta, y aparta la cortina de tul y largamente pasea su mirada por los senderos que se alejan hacia el río. Vestida de color violeta, siempre seria, eternamente bella, conserva su rostro juvenil, su gesto de candor, atenta a la llegada de alguien que ella espera. Inmóvil, tras el cristal, no habla, no muestra si acepta mi presencia, acaso no me ve. Resignada se dobla mi cabeza sobre el hombro mordido por las lluvias; desearía que sus dedos me rozasen antes de que su mano se haga transparencia. Desfallece mi cabeza enamorada; tras mis ojos vacíos atesoré palabras y palabras de amor dedicadas a ella. Acaso un día logren mover mis labios de durísima piedra.
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Re: RELATOS
EL ARTISTA (OSCAR WILDE)
Una tarde le vino al alma el deseo de dar forma a una imagen del “Placer que se posa un instante”. Y se fue por el mundo a buscar bronce, pues sólo el bronce podía concebir su obra.
Pero había desaparecido el bronce del mundo entero; en parte alguna del mundo entero podía encontrarse bronce, salvo el bronce solo de la imagen del “Dolor que dura para siempre”.
Era él quien había forjado esta imagen con sus propias manos, y la había puesto sobre la tumba de lo único que había amado en la vida. Sobre la tumba de lo que más había amado en la vida y había muerto había puesto esta imagen hechura suya, como prenda y señal del amor humano que no muere nunca, y como símbolo del dolor humano que dura para siempre. Y en el mundo entero no había más bronce que el bronce de esta imagen.
Y tomó la imagen que había formado y la puso en un gran horno y se la entregó al fuego.
Y con el bronce de la imagen del “Dolor que dura para siempre” esculpió una imagen del “Placer que se posa un instante”.
Una tarde le vino al alma el deseo de dar forma a una imagen del “Placer que se posa un instante”. Y se fue por el mundo a buscar bronce, pues sólo el bronce podía concebir su obra.
Pero había desaparecido el bronce del mundo entero; en parte alguna del mundo entero podía encontrarse bronce, salvo el bronce solo de la imagen del “Dolor que dura para siempre”.
Era él quien había forjado esta imagen con sus propias manos, y la había puesto sobre la tumba de lo único que había amado en la vida. Sobre la tumba de lo que más había amado en la vida y había muerto había puesto esta imagen hechura suya, como prenda y señal del amor humano que no muere nunca, y como símbolo del dolor humano que dura para siempre. Y en el mundo entero no había más bronce que el bronce de esta imagen.
Y tomó la imagen que había formado y la puso en un gran horno y se la entregó al fuego.
Y con el bronce de la imagen del “Dolor que dura para siempre” esculpió una imagen del “Placer que se posa un instante”.
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Re: RELATOS
MICRO-CUENTO (GUILLERMO CABRERA INFANTE)
-Usté, vamo.
-¿Qué pasa?
-El salgento que lo quiere ver.
-¿Para qué?
-¡Cómo que pa qué! Vamo, vamo. Andando.
-Salgento, aquí está éte.
-Está bien, retírate. ¿Qué, cómo anda esa barriga? Duele, ¿no verdá? Ah, pero te acostumbras, viejo. Dos o tres sacudiones más y nos dices todo lo que queremos.
-Yo no sé nada sargento. Se lo juro y usted lo sabe.
-No tiene que jurar, mi viejito. Nosotros te creemos. Nosotros sabemos qué tú no tienes nada que ver con esa gente. Pero te he traído aquí para preguntarte otra cosa. Vamo ver: ¿tú sabes nadar?
-¿Qué?
-Que si sabes nadar, hombre. Nadar. Así.
-Bueno, sargento… yo…
-¿Sabes o no sabes?
-Sí.
-¿Mucho o poco?
-Regular.
-Bueno, así me gusta, que sea modesto. Bueno, pues prepárate para una competencia. Ahora por la madrugá vamo coger una lancha y te vamo llevar mar afuera y te vamo echar al agua, a ver hasta dónde aguantas. Yo ya he hecho una apuestica con el cabo. No, hombre, no pongas esa cara. No te va a pasar nada. Nada más que una mojá. Después nosotros aquí te esprimimos y te tendemos. ¿Qué te parece? Di algo, hombre, que no digan que tú eres un pendejo que le tiene miedo al agua. Bueno, ahora te vamos devolver a la celda. Pero recuerda: por la madrugá eh. ¡Cabo, llévate al campión pal calabozo y ténmelo allá hasta que te avise! Oye: y va la apuesta.
-Usté, vamo.
-¿Qué pasa?
-El salgento que lo quiere ver.
-¿Para qué?
-¡Cómo que pa qué! Vamo, vamo. Andando.
-Salgento, aquí está éte.
-Está bien, retírate. ¿Qué, cómo anda esa barriga? Duele, ¿no verdá? Ah, pero te acostumbras, viejo. Dos o tres sacudiones más y nos dices todo lo que queremos.
-Yo no sé nada sargento. Se lo juro y usted lo sabe.
-No tiene que jurar, mi viejito. Nosotros te creemos. Nosotros sabemos qué tú no tienes nada que ver con esa gente. Pero te he traído aquí para preguntarte otra cosa. Vamo ver: ¿tú sabes nadar?
-¿Qué?
-Que si sabes nadar, hombre. Nadar. Así.
-Bueno, sargento… yo…
-¿Sabes o no sabes?
-Sí.
-¿Mucho o poco?
-Regular.
-Bueno, así me gusta, que sea modesto. Bueno, pues prepárate para una competencia. Ahora por la madrugá vamo coger una lancha y te vamo llevar mar afuera y te vamo echar al agua, a ver hasta dónde aguantas. Yo ya he hecho una apuestica con el cabo. No, hombre, no pongas esa cara. No te va a pasar nada. Nada más que una mojá. Después nosotros aquí te esprimimos y te tendemos. ¿Qué te parece? Di algo, hombre, que no digan que tú eres un pendejo que le tiene miedo al agua. Bueno, ahora te vamos devolver a la celda. Pero recuerda: por la madrugá eh. ¡Cabo, llévate al campión pal calabozo y ténmelo allá hasta que te avise! Oye: y va la apuesta.
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Re: RELATOS
MICRO-CUENTO (GABRIEL GARCIA MÁRQUEZ)
La historia que más me ha impresionado en mi vida, la más brutal y al mismo tiempo la más humana, se la contaron a Ricardo Muñoz Suay, en 1947, cuando estaba preso en la cárcel de Ocaña, provincia de Toledo, España. Es la historia real de un prisionero republicano que fue fusilado en los primeros días de la guerra civil en la prisión de Ávila. El pelotón de fusilamiento lo sacó de su celda en un amanecer glacial, y todos tuvieron que atravesar a pie un campo nevado para llegar al sitio de la ejecución. Los guardias civiles estaban bien protegidos del frío con capas, guantes y tricornios, pero aún así tiritaban a través del yermo helado. El pobre prisionero, que sólo llevaba una chaqueta de lana deshilachada, no hacía más que frotarse el cuerpo casi petrificado, mientras que se lamentaba en voz alta del frío mortal. A un cierto momento, el comandante del pelotón, exasperado con los lamentos, le gritó:
-Coño, acaba ya de hacerte el mártir con el cabrón frío. Piensa en nosotros, que tenemos que regresar.
La historia que más me ha impresionado en mi vida, la más brutal y al mismo tiempo la más humana, se la contaron a Ricardo Muñoz Suay, en 1947, cuando estaba preso en la cárcel de Ocaña, provincia de Toledo, España. Es la historia real de un prisionero republicano que fue fusilado en los primeros días de la guerra civil en la prisión de Ávila. El pelotón de fusilamiento lo sacó de su celda en un amanecer glacial, y todos tuvieron que atravesar a pie un campo nevado para llegar al sitio de la ejecución. Los guardias civiles estaban bien protegidos del frío con capas, guantes y tricornios, pero aún así tiritaban a través del yermo helado. El pobre prisionero, que sólo llevaba una chaqueta de lana deshilachada, no hacía más que frotarse el cuerpo casi petrificado, mientras que se lamentaba en voz alta del frío mortal. A un cierto momento, el comandante del pelotón, exasperado con los lamentos, le gritó:
-Coño, acaba ya de hacerte el mártir con el cabrón frío. Piensa en nosotros, que tenemos que regresar.
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Re: RELATOS
ÁRBOL DE FUEGO (HIPÓLITO G. NAVARRO)
Es el niño primero de la clase, extraño niño de sobresalientes y matrículas. Por las tardes abunda en su sustancia, y en el parque soslaya la facilidad de los cerezos y los arces y trepa, con dificultades, a lo más alto de un árbol del fuego.
Abajo, intuyendo la caída que algún día tendrá que llegar, espera sin prisas otro niño, éste más discreto tras sus gafas: el que fantasea en la clase en el último pupitre bajo el mapa, donde nunca llegan los premios del maestro.
Es el niño primero de la clase, extraño niño de sobresalientes y matrículas. Por las tardes abunda en su sustancia, y en el parque soslaya la facilidad de los cerezos y los arces y trepa, con dificultades, a lo más alto de un árbol del fuego.
Abajo, intuyendo la caída que algún día tendrá que llegar, espera sin prisas otro niño, éste más discreto tras sus gafas: el que fantasea en la clase en el último pupitre bajo el mapa, donde nunca llegan los premios del maestro.
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Re: RELATOS
LA VIOLETILLA (JUAN RAMÓN JIMÉNEZ)
Nos trajeron de regalo un palomo blanco, “para que nos lo comiéramos”. ¿Quién, después de verlo y acariciarlo, se lo comía? Se lo dimos a los dos niños del jardinero para que lo criaran.
-¿Qué haréis con él?
María, la mayorcita, La violetilla como le decíamos, grisucha y graciosa, con sus ojos verdes, su pelo pardo con aceite, y sus dientes amarillos, saltó al momento:
-¡Cuidarlo, zeñorito!
Pero el padre mató al palomo aquella misma tarde y se lo comió la familia, digo, él y el niño, Faneguillas, que tenía todo su mimo. La madre y la niña se contentaron con olerlo, agradables a la fuerza.
Al día siguiente, cuando entré, estaban los niños sentados en el umbral jugando a los alfileritos.
-¿Y el palomo? –les pregunté ansioso.
El niño se puso de pie, y sacando la barriga, se dio una palmada en ella:
-¡Aquí, gualdado!
Y La violetilla María, sonriendo triste, copiaba a su hermano:
-¡Aquí guardado, zeñorito!
Nos trajeron de regalo un palomo blanco, “para que nos lo comiéramos”. ¿Quién, después de verlo y acariciarlo, se lo comía? Se lo dimos a los dos niños del jardinero para que lo criaran.
-¿Qué haréis con él?
María, la mayorcita, La violetilla como le decíamos, grisucha y graciosa, con sus ojos verdes, su pelo pardo con aceite, y sus dientes amarillos, saltó al momento:
-¡Cuidarlo, zeñorito!
Pero el padre mató al palomo aquella misma tarde y se lo comió la familia, digo, él y el niño, Faneguillas, que tenía todo su mimo. La madre y la niña se contentaron con olerlo, agradables a la fuerza.
Al día siguiente, cuando entré, estaban los niños sentados en el umbral jugando a los alfileritos.
-¿Y el palomo? –les pregunté ansioso.
El niño se puso de pie, y sacando la barriga, se dio una palmada en ella:
-¡Aquí, gualdado!
Y La violetilla María, sonriendo triste, copiaba a su hermano:
-¡Aquí guardado, zeñorito!
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Re: RELATOS
YO VÍ MATAR A AQUÉLLA MUJER (RAMÓN GÓMEZ DE LA SERNA)
En la habitación iluminada de aquel piso vi matar a aquella mujer.
El que la mató, le dio veinte puñaladas, que la dejaron convertida en un palillero.
Yo grité. Vinieron los guardias.
Mandaron abrir la puerta en nombre de la ley, y nos abrió el mismo asesino, al que señalé a los guardias diciendo:
-Éste ha sido.
Los guardias lo esposaron y entramos en la sala del crimen. La sala estaba vacía, sin una mancha de sangre siquiera.
En la casa no había rastro de nada, y además no había tenido tiempo de ninguna ocultación esmerada.
Ya me iba, cuando miré por último a la habitación del crimen, y vi que en el pavimento del espejo del armario de luna estaba la muerta, tirada como en la fotografía de todos los sucesos, enseñando las ligas de recién casada con la muerte…
-Vean ustedes –dije a los guardias-. Vean… El Asesino la ha tirado al espejo, al trasmundo.
En la habitación iluminada de aquel piso vi matar a aquella mujer.
El que la mató, le dio veinte puñaladas, que la dejaron convertida en un palillero.
Yo grité. Vinieron los guardias.
Mandaron abrir la puerta en nombre de la ley, y nos abrió el mismo asesino, al que señalé a los guardias diciendo:
-Éste ha sido.
Los guardias lo esposaron y entramos en la sala del crimen. La sala estaba vacía, sin una mancha de sangre siquiera.
En la casa no había rastro de nada, y además no había tenido tiempo de ninguna ocultación esmerada.
Ya me iba, cuando miré por último a la habitación del crimen, y vi que en el pavimento del espejo del armario de luna estaba la muerta, tirada como en la fotografía de todos los sucesos, enseñando las ligas de recién casada con la muerte…
-Vean ustedes –dije a los guardias-. Vean… El Asesino la ha tirado al espejo, al trasmundo.
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Re: RELATOS
FORMAS DE PASAR EL TIEMPO (JULIA OTXOA)
A L.K. después de aquello, le era difícil respirar. Le producía un extremo dolor soportar la existencia propia y la de los demás. Una terrible incógnita, el porqué de todo. Así que sin tener la menor idea de qué hacer con su vida, cogió el primer tren para Dublín, buscó trabajo, conoció a una mujer, se casó y tuvo hijos.
Nota: Todo lo demás, incluido ese dato, puede ser aleatorio, es decir, que bien puede el personaje coger un tren para Oslo, Londres, Barcelona, o no cogerlo. Y también puede no casarse. Es decir, todo es accidental y fortuito, menos el dolor y la angustia, que han de ser fijos.
A L.K. después de aquello, le era difícil respirar. Le producía un extremo dolor soportar la existencia propia y la de los demás. Una terrible incógnita, el porqué de todo. Así que sin tener la menor idea de qué hacer con su vida, cogió el primer tren para Dublín, buscó trabajo, conoció a una mujer, se casó y tuvo hijos.
Nota: Todo lo demás, incluido ese dato, puede ser aleatorio, es decir, que bien puede el personaje coger un tren para Oslo, Londres, Barcelona, o no cogerlo. Y también puede no casarse. Es decir, todo es accidental y fortuito, menos el dolor y la angustia, que han de ser fijos.
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Re: RELATOS
LAS PATRONAS
Las patronas de las sirvientas son complicadas. Se disgustan por cualquier cosita. Piensan que a cada paso les roban, se burlan de ellas, las espían. No les gusta que las cosas cambien de lugar ni que las sirvientas metan gente a la casa. Odian que la muchacha utilice sus baños, sus jabones, sus peines, el refrigerador, los sillones, las sillas, el teléfono, las camas, el pasillo, la entrada, la salida, las llaves de la casa, al esposo y a los hijos adolescentes. Quisieran tener un ángel maravilloso por sirvienta. Los maridos de las patronas de las sirvientas son más complicados y les da lo mismo esposa, sirvienta, que ángel.
Las patronas de las sirvientas son complicadas. Se disgustan por cualquier cosita. Piensan que a cada paso les roban, se burlan de ellas, las espían. No les gusta que las cosas cambien de lugar ni que las sirvientas metan gente a la casa. Odian que la muchacha utilice sus baños, sus jabones, sus peines, el refrigerador, los sillones, las sillas, el teléfono, las camas, el pasillo, la entrada, la salida, las llaves de la casa, al esposo y a los hijos adolescentes. Quisieran tener un ángel maravilloso por sirvienta. Los maridos de las patronas de las sirvientas son más complicados y les da lo mismo esposa, sirvienta, que ángel.
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Re: RELATOS
LA UÑA (MAX AUB)
El cementerio está cerca. La uña del meñique derecho de Pedro Pérez, enterrado ayer, empezó a crecer tan pronto como colocaron la losa. Como el féretro era de mala calidad (pidieron el ataúd más barato) la garfa no tuvo dificultad para despuntar deslizándose hacia la pared de la casa. Allí serpenteó hasta la ventana del dormitorio, se metió entre el montante y la peana, resbaló por el suelo escondiéndose tras la cómoda hasta el recodo de la pared para seguir tras la mesilla de noche y subir por la orilla del cabecero de la cama. Casi de un salto atravesó la garganta de Lucía, que ni ¡ay! dijo, para tirarse hacia la de Miguel, traspasándola.
Fue lo menos que pudo hacer el difunto: también es cuerno la uña.
El cementerio está cerca. La uña del meñique derecho de Pedro Pérez, enterrado ayer, empezó a crecer tan pronto como colocaron la losa. Como el féretro era de mala calidad (pidieron el ataúd más barato) la garfa no tuvo dificultad para despuntar deslizándose hacia la pared de la casa. Allí serpenteó hasta la ventana del dormitorio, se metió entre el montante y la peana, resbaló por el suelo escondiéndose tras la cómoda hasta el recodo de la pared para seguir tras la mesilla de noche y subir por la orilla del cabecero de la cama. Casi de un salto atravesó la garganta de Lucía, que ni ¡ay! dijo, para tirarse hacia la de Miguel, traspasándola.
Fue lo menos que pudo hacer el difunto: también es cuerno la uña.
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Re: RELATOS
BORGES Y YO (JORGE LUIS BORGES)
Al otro, a Borges, es a quien le ocurren las cosas. Yo camino por Buenos Aires y me demoro, acaso ya mecánicamente, para mirar el arco de un zaguán y la puerta cancel; de Borges tengo noticias por el correo y veo su nombre en una terna de profesores o en un diccionario biográfico. Me gustan los relojes de arena, los mapas, la tipografía del siglo XVIII, las etimologías, el sabor del café y la prosa de Stevenson; el otro comparte esas preferencias, pero de un modo vanidoso que las convierte en atributos de un actor. Sería exagerado afirmar que nuestra relación es hostil; yo vivo, yo me dejo vivir, para que Borges pueda tramar su literatura y esa literatura me justifica. Nada me cuesta confesar que ha logrado ciertas páginas válidas, pero esas páginas no me pueden salvar, quizá porque lo bueno ya no es de nadie, ni siquiera del otro, sino del lenguaje o la tradición. Por lo demás, yo estoy destinado a perderme, definitivamente, y sólo algún instante de mí podrá sobrevivir en el otro. Poco a poco voy cediéndole todo, aunque me consta su perversa costumbre de falsear y magnificar. Spinoza entendió que todas las cosas quieren perseverar en su ser; la piedra eternamente quiere ser piedra y el tigre un tigre. Yo he de quedar en Borges, no en mí (si es que alguien soy), pero me reconozco menos en sus libros que en muchos otros o que en el laborioso rasgueo de una guitarra. Hace años yo traté de librarme de él y pase de las mitologías del arrabal a los juegos con el tiempo y con el infinito, pero esos juegos son de Borges ahora y tendré que idear otras cosas. Así mi vida es una fuga y todo lo pierdo y todo es del olvido, o del otro.
No sé cuál de los dos escribe esta página.
Al otro, a Borges, es a quien le ocurren las cosas. Yo camino por Buenos Aires y me demoro, acaso ya mecánicamente, para mirar el arco de un zaguán y la puerta cancel; de Borges tengo noticias por el correo y veo su nombre en una terna de profesores o en un diccionario biográfico. Me gustan los relojes de arena, los mapas, la tipografía del siglo XVIII, las etimologías, el sabor del café y la prosa de Stevenson; el otro comparte esas preferencias, pero de un modo vanidoso que las convierte en atributos de un actor. Sería exagerado afirmar que nuestra relación es hostil; yo vivo, yo me dejo vivir, para que Borges pueda tramar su literatura y esa literatura me justifica. Nada me cuesta confesar que ha logrado ciertas páginas válidas, pero esas páginas no me pueden salvar, quizá porque lo bueno ya no es de nadie, ni siquiera del otro, sino del lenguaje o la tradición. Por lo demás, yo estoy destinado a perderme, definitivamente, y sólo algún instante de mí podrá sobrevivir en el otro. Poco a poco voy cediéndole todo, aunque me consta su perversa costumbre de falsear y magnificar. Spinoza entendió que todas las cosas quieren perseverar en su ser; la piedra eternamente quiere ser piedra y el tigre un tigre. Yo he de quedar en Borges, no en mí (si es que alguien soy), pero me reconozco menos en sus libros que en muchos otros o que en el laborioso rasgueo de una guitarra. Hace años yo traté de librarme de él y pase de las mitologías del arrabal a los juegos con el tiempo y con el infinito, pero esos juegos son de Borges ahora y tendré que idear otras cosas. Así mi vida es una fuga y todo lo pierdo y todo es del olvido, o del otro.
No sé cuál de los dos escribe esta página.
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Re: RELATOS
LA COSA (LUISA VALENZUELA)
Él, que pasaremos a llamar sujeto, y quien estas líneas escribe (perteneciente al sexo femenino) que como es natural llamaremos el objeto, se encontraron una noche cualquiera y así empezó la cosa. Por un lado porque la noche es ideal para comienzos y por otro porque la cosa siempre flota en el aire y basta que dos miradas se crucen para que el puente sea tendido y los abismos franqueados.
Había un mundo de gente pero ella descubrió esos ojos azules que quizá –con un poco de suerte- se detenían en ella. Ojos radiantes, ojos como alfileres que la clavaron contra la pared y la hicieron objeto –objeto de palabras abusivas, objeto del comentario crítico de los otros que notaron la velocidad con la que aceptó al desconocido. Fue ella un objeto que no objetó para nada, hay que reconocerlo, hasta el punto que pocas horas más tarde estaba en la horizontal permitiendo que la metáfora se hiciera carne en ella. Carne dentro de su carne, lo de siempre.
La cosa empezó a funcionar con el movimiento de vaivén del sujeto que era de lo más proclive. El objeto asumió de inmediato –casi instantáneamente- la inobjetable actitud mal llamada pasiva que resulta ser de lo más activa, recibiente. Deslizamiento de sujeto y objeto en el mismo sentido, confundidos si se nos permite la paradoja.
Él, que pasaremos a llamar sujeto, y quien estas líneas escribe (perteneciente al sexo femenino) que como es natural llamaremos el objeto, se encontraron una noche cualquiera y así empezó la cosa. Por un lado porque la noche es ideal para comienzos y por otro porque la cosa siempre flota en el aire y basta que dos miradas se crucen para que el puente sea tendido y los abismos franqueados.
Había un mundo de gente pero ella descubrió esos ojos azules que quizá –con un poco de suerte- se detenían en ella. Ojos radiantes, ojos como alfileres que la clavaron contra la pared y la hicieron objeto –objeto de palabras abusivas, objeto del comentario crítico de los otros que notaron la velocidad con la que aceptó al desconocido. Fue ella un objeto que no objetó para nada, hay que reconocerlo, hasta el punto que pocas horas más tarde estaba en la horizontal permitiendo que la metáfora se hiciera carne en ella. Carne dentro de su carne, lo de siempre.
La cosa empezó a funcionar con el movimiento de vaivén del sujeto que era de lo más proclive. El objeto asumió de inmediato –casi instantáneamente- la inobjetable actitud mal llamada pasiva que resulta ser de lo más activa, recibiente. Deslizamiento de sujeto y objeto en el mismo sentido, confundidos si se nos permite la paradoja.
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Re: RELATOS
LA ELECCIÓN TARDÍA (EDUARDO LIENDO)
A los veinte años decidió rebelarse contra la fatalidad del azar. Comprendió que la casualidad era una maldición, la negación de toda verdadera libertad. Había meditado intensamente en una terrible reflexión de Séneca: “La casualidad cuenta mucho en nuestras vidas porque vivimos por casualidad”. Alguien –pensó con suficiencia- debe enfrentarse al caos, no debo ceder a la arbitrariedad, ninguna fuerza ajena a mi propia determinación regirá mi destino.
Entró en su habitación y durante días y noches de intensa creación, escribió el futuro Diario de su vida; en sus páginas no dejó espacio para lo fortuito, llenó las horas, y los minutos de las horas y los segundos de los minutos y las fracciones de los segundos. Escogió minuciosamente sus hábitos, expectativas, sobresaltos, satisfacciones, nostalgias, sueños, coitos, sorpresas, gestos, viajes, accidentes, pesadillas, enemigos, visiones; nada olvidó, ni siquiera su postre predilecto. Sólo vaciló ante su muerte, ningún fin le parecía justo para un hombre libre, para quien se atrevía a desafiar resueltamente cualquier intromisión del azar. Por eso, dejó en blanco la última página del Diario hasta encontrar la justa solución.
Así venció al caos, metódica, inexorablemente, se cumplió su existencia de acuerdo a la suerte que se había señalado. Ningún hombre, por elevado que fuese su rango o la grandeza de sus hazañas, fue más soberano. Sólo él había derrotado a los caprichosos dioses, sus egoísmos, sus cíclicos humores, sus insoportables injerencias.
Fue infinitamente libre para escoger su muerte, pudo sumirse en una meditación eterna sobre el dejar de ser, el ser otro, el no ser ya. Repasó todas las posibles formas de la cesación de la vida, las malas y las buenas muertes, las dulces, las neutras y las insufribles.
Entonces, asumió la tardía determinación, abrió el Diario y escribió en la página vacía: “Me muero de fastidio”. Sobre la silla quedó un esqueleto ensimismado.
A los veinte años decidió rebelarse contra la fatalidad del azar. Comprendió que la casualidad era una maldición, la negación de toda verdadera libertad. Había meditado intensamente en una terrible reflexión de Séneca: “La casualidad cuenta mucho en nuestras vidas porque vivimos por casualidad”. Alguien –pensó con suficiencia- debe enfrentarse al caos, no debo ceder a la arbitrariedad, ninguna fuerza ajena a mi propia determinación regirá mi destino.
Entró en su habitación y durante días y noches de intensa creación, escribió el futuro Diario de su vida; en sus páginas no dejó espacio para lo fortuito, llenó las horas, y los minutos de las horas y los segundos de los minutos y las fracciones de los segundos. Escogió minuciosamente sus hábitos, expectativas, sobresaltos, satisfacciones, nostalgias, sueños, coitos, sorpresas, gestos, viajes, accidentes, pesadillas, enemigos, visiones; nada olvidó, ni siquiera su postre predilecto. Sólo vaciló ante su muerte, ningún fin le parecía justo para un hombre libre, para quien se atrevía a desafiar resueltamente cualquier intromisión del azar. Por eso, dejó en blanco la última página del Diario hasta encontrar la justa solución.
Así venció al caos, metódica, inexorablemente, se cumplió su existencia de acuerdo a la suerte que se había señalado. Ningún hombre, por elevado que fuese su rango o la grandeza de sus hazañas, fue más soberano. Sólo él había derrotado a los caprichosos dioses, sus egoísmos, sus cíclicos humores, sus insoportables injerencias.
Fue infinitamente libre para escoger su muerte, pudo sumirse en una meditación eterna sobre el dejar de ser, el ser otro, el no ser ya. Repasó todas las posibles formas de la cesación de la vida, las malas y las buenas muertes, las dulces, las neutras y las insufribles.
Entonces, asumió la tardía determinación, abrió el Diario y escribió en la página vacía: “Me muero de fastidio”. Sobre la silla quedó un esqueleto ensimismado.
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Re: RELATOS
ROBERT FULGHUM
En las islas Salomón, en el sur del Pacífico, algunos lugareños practican una forma única de tala de árboles. Si un árbol es demasiado grande para ser talado con un hacha, los nativos lo hacen caer a gritos. (No tengo a mano el artículo, pero juro que lo he leído.) Los leñadores con poderes especiales se suben a un árbol exactamente al amanecer y, de pronto, le gritan con toda la fuerza de sus pulmones. Lo harán durante treinta días. El árbol muere y se derrumba. La teoría es que los gritos matan el espíritu del árbol. Según los lugareños, da siempre resultado.
¡Ay, esos pobres inocentes ingenuos! ¡Qué extraños y encantadores hábitos los de la jungla! Gritarles a los árboles, vaya cosa. ¡Qué primitivo! Lástima que no tengan las ventajas de la tecnología moderna y de la mentalidad científica.
¿Y yo? Yo le grito a mi mujer. Y le grito al teléfono y a la segadora de césped. Y le grito a la televisión y al periódico y a mis hijos. Incluso se dice que he agitado el puño y le he gritado al cielo algunas veces.
El hombre de la puerta de al lado le grita mucho a su coche. Y este verano le oí gritarle a una escalera de tijera durante casi toda una tarde. Nosotros, la gente educada, urbana y moderna, le gritamos al tráfico y a los árbitros y a las facturas y a los bancos y a las máquinas…, sobre todo a las máquinas. Las máquinas y los parientes se llevan la mayor parte de los gritos.
Yo no sé lo que hay de bueno en ello. Las máquinas y las cosas siguen en su sitio. Ni siquiera darle patadas sirve a veces para nada. En cuanto a las personas, bueno, los isleños de Salomón pueden apuntarse un tanto. Gritarles a cosas vivas puede hacer que muera el espíritu que hay en ellas. Los palos y las piedras pueden romper nuestros huesos, pero las palabras rompen nuestros corazones.
En las islas Salomón, en el sur del Pacífico, algunos lugareños practican una forma única de tala de árboles. Si un árbol es demasiado grande para ser talado con un hacha, los nativos lo hacen caer a gritos. (No tengo a mano el artículo, pero juro que lo he leído.) Los leñadores con poderes especiales se suben a un árbol exactamente al amanecer y, de pronto, le gritan con toda la fuerza de sus pulmones. Lo harán durante treinta días. El árbol muere y se derrumba. La teoría es que los gritos matan el espíritu del árbol. Según los lugareños, da siempre resultado.
¡Ay, esos pobres inocentes ingenuos! ¡Qué extraños y encantadores hábitos los de la jungla! Gritarles a los árboles, vaya cosa. ¡Qué primitivo! Lástima que no tengan las ventajas de la tecnología moderna y de la mentalidad científica.
¿Y yo? Yo le grito a mi mujer. Y le grito al teléfono y a la segadora de césped. Y le grito a la televisión y al periódico y a mis hijos. Incluso se dice que he agitado el puño y le he gritado al cielo algunas veces.
El hombre de la puerta de al lado le grita mucho a su coche. Y este verano le oí gritarle a una escalera de tijera durante casi toda una tarde. Nosotros, la gente educada, urbana y moderna, le gritamos al tráfico y a los árbitros y a las facturas y a los bancos y a las máquinas…, sobre todo a las máquinas. Las máquinas y los parientes se llevan la mayor parte de los gritos.
Yo no sé lo que hay de bueno en ello. Las máquinas y las cosas siguen en su sitio. Ni siquiera darle patadas sirve a veces para nada. En cuanto a las personas, bueno, los isleños de Salomón pueden apuntarse un tanto. Gritarles a cosas vivas puede hacer que muera el espíritu que hay en ellas. Los palos y las piedras pueden romper nuestros huesos, pero las palabras rompen nuestros corazones.
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Re: RELATOS
FRANZ KAFKA Y LA NIÑA (JOSEFA DE SARRIONANDÍA)
Imagínate a Franz Kafka en una calle de Praga. No, no es Praga, es otra ciudad. Imagínatelo en una calle de Berlín.
En el noviembre de 1923, él y Dora Dymant cambiaron de casa –Grunewaldstrass, 13- y alquilaron dos habitaciones en casa de un médico.
Imagínate a aquel escritor, afectado ya por la tuberculosis, paseando por la calle en una tarde nublada y tranquila.
Una niña llora en la acera. Franz Kafka se acerca a la niña, que oculta su cara bajo mechones pelirrojos. Llora porque ha perdido su muñeca.
-No, no se ha perdido –le dice Franz Kafka. Que no se ha perdido, que no llore, que la muñeca ha tenido que marcharse de viaje y que no se ha despedido de ella porque los adioses son tristes.
-Hace poco me he encontrado con tu muñeca –dice Franz Kafka-, a la salida de la ciudad. Y me ha dicho que te ha escrito.
Imagínate a la niña secándose las lágrimas con las manitas. La niña, desde la profundidad de sus ojos azules, mira al hombre moreno, al extraño mensajero.
El mensajero, Franz Kafka, sube calle arriba con su traje negro y paso lento, para perderse, como el más misterioso de los mensajeros, tras la esquina de la calle.
La niña, durante las semanas siguientes, recibió las cartas de la muñeca, en las que le contaba un viaje extraordinario, cada vez desde más lejos.
Imagínate a Franz Kafka en una calle de Praga. No, no es Praga, es otra ciudad. Imagínatelo en una calle de Berlín.
En el noviembre de 1923, él y Dora Dymant cambiaron de casa –Grunewaldstrass, 13- y alquilaron dos habitaciones en casa de un médico.
Imagínate a aquel escritor, afectado ya por la tuberculosis, paseando por la calle en una tarde nublada y tranquila.
Una niña llora en la acera. Franz Kafka se acerca a la niña, que oculta su cara bajo mechones pelirrojos. Llora porque ha perdido su muñeca.
-No, no se ha perdido –le dice Franz Kafka. Que no se ha perdido, que no llore, que la muñeca ha tenido que marcharse de viaje y que no se ha despedido de ella porque los adioses son tristes.
-Hace poco me he encontrado con tu muñeca –dice Franz Kafka-, a la salida de la ciudad. Y me ha dicho que te ha escrito.
Imagínate a la niña secándose las lágrimas con las manitas. La niña, desde la profundidad de sus ojos azules, mira al hombre moreno, al extraño mensajero.
El mensajero, Franz Kafka, sube calle arriba con su traje negro y paso lento, para perderse, como el más misterioso de los mensajeros, tras la esquina de la calle.
La niña, durante las semanas siguientes, recibió las cartas de la muñeca, en las que le contaba un viaje extraordinario, cada vez desde más lejos.
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Re: RELATOS
EL CIELO GANADO (GABRIEL TRISTÁN TABOADA)
El día del Juicio Final, Dios juzga a todos y a cada uno de los hombres.
Cuando llama a Manuel Cruz, le dice:
-Hombre de poca fe. No creíste en mí. Por eso no entrarás en el Paraíso.
-Oh Señor –contesta Cruz-, es verdad que mi fe no ha sido mucha. Nunca he creído en Vos, pero siempre te he imaginado.
Tras escucharlo, Dios responde:
-Bien, hijo mío, entrarás en el Cielo; mas no tendrás nunca la certeza de hallarte en él.
El día del Juicio Final, Dios juzga a todos y a cada uno de los hombres.
Cuando llama a Manuel Cruz, le dice:
-Hombre de poca fe. No creíste en mí. Por eso no entrarás en el Paraíso.
-Oh Señor –contesta Cruz-, es verdad que mi fe no ha sido mucha. Nunca he creído en Vos, pero siempre te he imaginado.
Tras escucharlo, Dios responde:
-Bien, hijo mío, entrarás en el Cielo; mas no tendrás nunca la certeza de hallarte en él.
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Re: RELATOS
TRAGEDIA (VICENTE HUIDOBRO)
María Olga es una mujer encantadora. Especialmente la parte que se llama Olga.
Se casó con un mocetón grande y fornido, un poco torpe, lleno de ideas honoríficas, reglamentadas como árboles de paseo.
Pero la parte que ella casó era su parte que se llamaba María. Su parte Olga permanecía soltera y luego tomó un amante que vivía en adoración ante sus ojos.
Ella no podía comprender que su marido se enfureciera y le reprochara infidelidad. María era fiel, perfectamente fiel. ¿Qué tenía él que meterse con Olga? Ella no comprendía que él no comprendiera. María cumplía con su deber, la parte Olga adoraba a su amante.
¿Era ella culpable de tener un nombre doble y de las consecuencias que esto puede traer consigo?
Así, cuando el marido cogió el revolver, ella abrió los ojos enormes, no asustados sino llenos de asombro, por no poder entender un gesto tan absurdo.
Pero sucedió que el marido se equivocó y mató a María, a la parte suya, en vez de matar a la otra. Olga continuó viviendo en brazos de su amante, y creo que aún sigue feliz, muy feliz, sintiendo sólo que es un poco zurda.
María Olga es una mujer encantadora. Especialmente la parte que se llama Olga.
Se casó con un mocetón grande y fornido, un poco torpe, lleno de ideas honoríficas, reglamentadas como árboles de paseo.
Pero la parte que ella casó era su parte que se llamaba María. Su parte Olga permanecía soltera y luego tomó un amante que vivía en adoración ante sus ojos.
Ella no podía comprender que su marido se enfureciera y le reprochara infidelidad. María era fiel, perfectamente fiel. ¿Qué tenía él que meterse con Olga? Ella no comprendía que él no comprendiera. María cumplía con su deber, la parte Olga adoraba a su amante.
¿Era ella culpable de tener un nombre doble y de las consecuencias que esto puede traer consigo?
Así, cuando el marido cogió el revolver, ella abrió los ojos enormes, no asustados sino llenos de asombro, por no poder entender un gesto tan absurdo.
Pero sucedió que el marido se equivocó y mató a María, a la parte suya, en vez de matar a la otra. Olga continuó viviendo en brazos de su amante, y creo que aún sigue feliz, muy feliz, sintiendo sólo que es un poco zurda.
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Re: RELATOS
MICROCUENTO (ITALO CALVINO)
El emperador Carlomagno se enamoró, siendo ya viejo, de una muchacha alemana. Los nobles de la corte estaban muy preocupados porque el soberano, poseído de ardor amoroso y olvidado de la dignidad real, descuidaba los asuntos del imperio. Cuando la muchacha murió repentinamente, los dignatarios respiraron aliviados, pero por poco tiempo, porque el amor de Carlomagno no había muerto con ella. El emperador, que había hecho llevar a su aposento el cadáver embalsamado, no quería separarse de él. El arzobispo Turpín, asustado de esta macabra pasión, sospechó un encantamiento y quiso examinar el cadáver. Escondido debajo de la lengua muerta, encontró un anillo con una piedra preciosa. No bien el anillo estuvo en manos de Turpín, Carlomagno se apresuró a dar sepultura al cadáver y volcó su amor en la persona del arzobispo. Para escapar de la embarazosa situación, Turpín arrojó el anillo al lago de Costanza. Carlomagno se enamoró del lago de Costanza y no quiso alejarse nunca más de sus orillas.
El emperador Carlomagno se enamoró, siendo ya viejo, de una muchacha alemana. Los nobles de la corte estaban muy preocupados porque el soberano, poseído de ardor amoroso y olvidado de la dignidad real, descuidaba los asuntos del imperio. Cuando la muchacha murió repentinamente, los dignatarios respiraron aliviados, pero por poco tiempo, porque el amor de Carlomagno no había muerto con ella. El emperador, que había hecho llevar a su aposento el cadáver embalsamado, no quería separarse de él. El arzobispo Turpín, asustado de esta macabra pasión, sospechó un encantamiento y quiso examinar el cadáver. Escondido debajo de la lengua muerta, encontró un anillo con una piedra preciosa. No bien el anillo estuvo en manos de Turpín, Carlomagno se apresuró a dar sepultura al cadáver y volcó su amor en la persona del arzobispo. Para escapar de la embarazosa situación, Turpín arrojó el anillo al lago de Costanza. Carlomagno se enamoró del lago de Costanza y no quiso alejarse nunca más de sus orillas.
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Re: RELATOS
RETRATO (ADOLFO BIOY CASARES)
Conozco a una muchacha generosa y valiente, siempre resuelta a sacrificarse, a perderlo todo, aun la vida, y luego a recapacitar, a recuperar parte de lo que dio con amplitud, a exaltar su ejemplo, a reprochar la flaqueza del prójimo, a cobrar hasta el último centavo.
Conozco a una muchacha generosa y valiente, siempre resuelta a sacrificarse, a perderlo todo, aun la vida, y luego a recapacitar, a recuperar parte de lo que dio con amplitud, a exaltar su ejemplo, a reprochar la flaqueza del prójimo, a cobrar hasta el último centavo.
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Re: RELATOS
EL COMPONEDOR DE CUENTOS (MARIANO SILVA Y ACEVES)
Los que echaban a perder un cuento bueno o escribían uno malo lo enviaban al componedor de cuentos. Éste era un viejecito calvo, de ojos vivos, que usaba unos anteojos pasados de moda, montados casi en la punta de la nariz, y estaba detrás de un mostrador bajito, lleno de polvosos libros de cuentos de todas las edades y de todos los países.
Su tienda tenía una sola puerta hacia la calle y él estaba siempre muy ocupado. De sus grandes libros sacaba inagotablemente palabras bellas y aun frases enteras, o bien cabos de aventuras o hechos prodigiosos que anotaba en un papel blanco y luego, con paciencia y cuidado, iba engarzando esos materiales en el cuento roto. Cuando terminaba la compostura se leía el cuento tan bien que parecía otro.
De esto vivía el viejecito y tenía para mantener a su mujer, a diez hijos ociosos, a un perro irlandés y a dos gatos negros.
Los que echaban a perder un cuento bueno o escribían uno malo lo enviaban al componedor de cuentos. Éste era un viejecito calvo, de ojos vivos, que usaba unos anteojos pasados de moda, montados casi en la punta de la nariz, y estaba detrás de un mostrador bajito, lleno de polvosos libros de cuentos de todas las edades y de todos los países.
Su tienda tenía una sola puerta hacia la calle y él estaba siempre muy ocupado. De sus grandes libros sacaba inagotablemente palabras bellas y aun frases enteras, o bien cabos de aventuras o hechos prodigiosos que anotaba en un papel blanco y luego, con paciencia y cuidado, iba engarzando esos materiales en el cuento roto. Cuando terminaba la compostura se leía el cuento tan bien que parecía otro.
De esto vivía el viejecito y tenía para mantener a su mujer, a diez hijos ociosos, a un perro irlandés y a dos gatos negros.
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