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MI BLOC, QUE NO BLOG

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Mensaje  achl Dom Mayo 14, 2017 11:13 am



En el andén 10


Sólo faltaba media hora para que llegase el tren


Iba con paso rápido entre las tiendas de la estación más grande del ferrocarril de España: Atocha. Pensaba en las mil y una cosas que contarle no bien bajase del tren; en cómo se abrazarían y se besarían en el mismo andén, sin importarle en absoluto la gente aglomerada; en proclamar su amor a los cuatro vientos...

También pensaba en si iba a ser de su gusto su nueva minifalda blanca ibicenca, que tanto dejaba lucir sus bronceadas y largas piernas, así como su camiseta verde de generoso escote. Y ese atractivo conjunto destacaba más, yendo acompañado de unos zapatos verdes de tacón alto.

Tan absorta estaba en sus pensamientos, que no reparaba en la hora. De modo que cuando le dio por mirar el reloj, sólo faltaban quince minutos para la llegada del tren, en el que él venía desde el Sur, con la ilusión de pasar un buen fin de semana con ella en Madrid, sólo para amarla y pasarlo bien los dos juntos y después regresaría de nuevo a su ciudad, Sevilla.

Alegre y feliz decidió comprarle algún regalo personalizado para su dormitorio, y así la recordaría en todo momento, ‘como a ella más le gustaba que la recordase’.

Se inició a ver, sin mucha atención, varias de las tiendas. Había prácticamente de todo: joyas, bisuterías, trajes de señora y de caballero, zapatos para ambos sexos, perfumes, ropa de buena y regular calidad, y cientos de trastos inútiles que seguro serían abandonados al poco tiempo de haberlos comprado. Pero nada la convencía. ‘En estas tiendas no hay nada que me guste para ti, cariño’, pensó.

Miró de nuevo el reloj. Sólo quedaban diez minutos y todavía no había encontrado ningún regalo apropiado. Aquel tren, lento iba acercándose hasta el andén 10.

Pero, de pronto… ‘¡sí, esto sí!’, exclamó para sí, mientras cogía una pequeña lámpara de bronce, con una caperuza también de bronce, en forma de punta. ‘¡Esto te gustará!’, exclamó para sí de nuevo. A su hombre siempre le había gustado el efecto que causaba una pequeña luz, y el ambiente tan acogedor e íntimo que proporcionaba. Algunas veces habían hecho el amor, en el apartamento de ella, mientras su alcoba estaba iluminada por una lámpara igual o parecida a la elegida como regalo.

De repente, por megafonía se podía escuchar una voz aflautada anunciando la inminente llegada del tren procedente de Sevilla en el andén 10.

La muchacha comenzó a correr con su flamante lámpara en una de sus manos sin envolver pero metida en una bolsa de plástico, ya que no les quedaba papel de regalo en la tienda, además de que no podía entretenerse más.

Abriéndose paso entre las personas de la enorme sala de espera seguía avanzando con paso acelerado hacia la zona de llegadas, en cuya aguardaban los de diferentes trenes. Preguntando, llegó al lugar donde el público esperaba el tren procedente del Sur.

Decenas y decenas de viajeros se bajaban de los vagones, y una expectación iba creciendo en todos los interiores de la esbelta y espectacular chica. Sus nervios eran ya incontrolables y hasta le temblaban las manos. Un prolongado escalofrío recorría todo su cuerpo, y más aún cuando sus ojos miraban con feliz ansiedad la escalera mecánica que transportaba a los viajeros del tren que ella esperaba. No paraba de mirar, sin pestañear, hacia la hilera de pasajeros.

‘¡Allí, allí, allí está!’ Lo vio y, a no más de diez metros su chico la buscaba con la vista entre aquella multitud, que se encontraba en amena espera conversadora, sin, por el momento, conseguir visualizarla.

Ella levantó la mano, moviéndola de derecha a izquierda, y una sonrisa en los labios de él le decía que acababa de reconocerla. Cuando la escalera mecánica llegó a su fin, ella corriendo se fue hacia su chico y, al llegar se abrazaron y se besaron con tantas ganas que cayeron al suelo, debido sobre todo a la efusión de la impaciente muchacha.

Pero sin echar demasiada cuenta y preocuparle que se hubiesen caído, seguía besándole hasta que se percató de que su hombre no respondía a sus besos; y los brazos, que al principio rodeaban con fuerza su cuerpo, ya habían aflojado.

Apoyándose en una pierna de alguien que había por allí, se puso en cuclillas y separó su cara de la de él, viéndola pálida y con la mirada fija en el infinito. Le sacudió de lado a lado la cabeza con la idea de que reaccionase, pero fue entonces que observó que sus propias manos estaban ensangrentadas. Aterrada, se limpió como pudo ambas manos en la minifalda e intentó, inútilmente, que el muchacho volviese en sí…



...en el último e inservible intento vio horrorizada cómo la afilada caperuza de la lámpara se había salido de la bolsa de plástico y ahora estaba fuertemente clavada en la base del cráneo del que pocos minutos antes era su amor


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Mensaje  achl Dom Mayo 14, 2017 11:29 am



¡Qué hambre tan atroz!

Esta historia ocurrió en el siglo XIX, en Irlanda. En el Condado de Fermanagh nació el protagonista, Pears, un joven campesino, de baja extracción, que, para medio ganarse la vida, compaginaba su trabajo en el campo con pequeños hurtos. Hasta que un día todo cambió para él. Corría el año de 1886 cuando…


Un momento. Antes os voy a poner en situación.


El Imperio Británico era el dueño y señor del mar, y entre los más recónditos rincones de este Imperio: Australia, y entre los más recónditos rincones de Australia: Tasmania, por nombrarla de alguna forma, la cloaca del Imperio.

Pero el Imperio Británico necesitaba urgentemente colonizar incluso las cloacas, y sus colonos eran los presos: los borrachos, los ladrones, los asesinos, los violadores, los estafadores, los traidores... y toda esa clase de gente de mal vivir. Muchos de ellos, después de cumplir sus condenas se quedaban allí con un trozo de terreno, donde poder construir una pequeña granja o un huerto en medio de una inmensa zona despoblada


Ahora sí, retomo la historia del Pears.

Corría el año de 1886 cuando Pears cometió 'un gran error': robó una gallina, y no fue el único que cometió, ya que lo pillaron. La pena por ese 'gran delito' fue cinco años de trabajos forzados en Australia.


Bueno, si habéis visto la película Papillón, os podéis hacer una idea. El penal de Macquarie, lugar al que fue enviado el pobre Pears, no era precisamente un lugar de recreo, de relax, porque a un lado estaba el océano, y al otro, miles y miles de hectáreas de una selva despoblada, con grandes zonas pantanosas y ciénagas, donde los guardias eran más canallas todavía que los presidiarios, cuyos morían a consecuencia de los trabajos forzados, los malos tratos, el hambre o las enfermedades

¡Qué horror! ¡¿Qué le esperaba a Pears?! No era de sorprender que los presos tuvieran permanentemente en su cabeza fugarse, aunque de ese lugar decían que los carceleros no se molestaban en perseguir a los fugados, pues el propio terreno se encargaba de ellos, ya que nadie era capaz de sobrevivir allí. No obstante, Pears pensaba que su condena era demasiado desproporcionada y no estaba dispuesto a cumplirla, si es que podía evitarlo. Pasó diez largos años encarcelado, hasta que llegó el momento de la fuga. La planeó junto con otros siete reclusos y 'amigos': Dalton, Boe, Ken, Trav, Brown, Green y Mother. De manera que los ocho, que se llamaban unos a otros como 'amigos', se fugaron un día de madrugada.

Las provisiones que consiguieron reunir duraron apenas tres días y cuando se acabaron, los ocho 'amigos' ya no lo eran tanto. Un día a Green se le ocurrió decir ‘como siga esto así, no tendremos más remedio que comernos unos a otros’. Nadie hizo caso, pero con el paso de los días... ¡qué hambre tan atroz!

Llegó un momento en el que Green y Trav se fijaron en Dalton. El delito que había cometido para acabar así, fue la traición; era un chivato de cuidado, así que qué mejor candidato, siendo Dalton la víctima, seguro que no podría contar lo que pretendían hacer. De modo que sin mediar palabra, Green cogió su hacha y… ¡zas! Le cortó la cabeza.

Cuando Green y Trav contaron lo ocurrido a todos los demás, se horrorizaron. Pero ¡qué hambre tan atroz! ‘Si ya está muerto, por lo menos que su cuerpo sirva para que nosotros podamos vivir’, dijeron. Dicho y hecho. Green lo abrió en canal y… bueno, creo que me ahorraré los detalles. Su cadáver fue repartido a partes iuguales entre todos. Ese fue el final de Dalton, el final de uno de los ocho, pero, claro, aún... quedaban siete...

Seguían pasando los días y no encontraban por ninguna parte ni granjas, ni asomo de civilización, ni que decir, alimentos. Con lo cual, el hambre volvió a aparecer. ¡Qué hambre tan atroz!

Entonces se fijaron en Brown y en Ken, parecían débiles y seguro que no aguantarían. ¿Y si…? ¿Cómo debieron ser las miradas de las que fueron objeto Brown y Ken, que se les encendieran todas las alarmas? No lo dudaron un segundo. Ambos echaron a correr como locos, sin siquiera pararse un segundo para descansar

Entonces se originó una situación dantesca: Brown y Ken corrían desesperadamente, para salvar sus vidas, en medio de aquellos pantanos mientras que los restantes cinco los perseguían en una alocada carrera con la idea de darles caza para comérselos. Esta persecución duró un día. Finalmente, consiguieron escapar, pero al poco tiempo fallecieron por pura desnutrición. Pero, al menos, salvaron sus cuerpos... quedaban cinco...

Green, con su hacha afilada, no volvería a perder una ocasión. El hambre les atenazaba. Y la ocasión no se demoró. Boe se separó uns momentos del grupo, situación que aprovechaba Green para seguirle; sigilosamente se acercó por detrás y… ¡zas! Le cortó la cabeza. Esta vez, el resto del grupo no tuvo tanto escrúpulo. Del tirón los cuatro se abalanzaron sobre el cuerpo de Boe, caliente aún, cual manada de lobos salvajes, y dieron cuenta de él... Por lo tanto... quedaban cuatro...

Dos días después estaban en la misma situación. El siguiente en el punto de mira era Mother; de los cuatro era el más callado, el más sumiso, el más gregario y esto fue su final. Green se acercó a él por la espalda, pero esta vez no fue tan sigiloso. Mother se dio cuenta e intentó evitar el golpe, pero no lo logró del todo, se quedó herido, con un tajo en el cuello, tirado sobre el suelo. Los otros tres se acercaron lentamente y no retrasaron su agonía, Green se aproximó más a él y... ¡zas...! quedaban tres...

Claro, como era natural, Trav ya no se fiaba de ninguno de los dos que le acompañaban.  Pero el astuto de Pears provocó una fuerte discusión y… ¡zas!... quedaban dos...

Habían transcurrido un mes de aquel canibalismo, y únicamente quedaban dos. ¿Imagináis la situación? Ni que decir que Green y Pears no se quitaban ojo. Pasó un día de absoluta tensión, hasta que en la noche del segundo día, Green no pudo soportar más el cansancio y el sueño y dio una cabezadita: su última cabezadita, que Pears aprovechó para quitarle el hacha y.... ¡zas! quedaba uno... Precisamente el protagonista de esta historia: Pears, que secó al sol un brazo de Green y se tiró a la aventura y así estuvo durante poco tiempo, hasta que la policía dio con él y volvió de vuelta al penal.

Aunque corrían rumores de canibalismo, no se pudo demostrar, de modo que, antes de cumplirse un año de su captura, volvió a escaparse y esta vez acompañado de un preso llamado Cox.

Días más tarde, la policía volvió a cazar a Pears. Y esta vez sí fue acusado del asesinato de Cox y de haber practicado canibalismo con sus restos. Lo más curioso del caso es que cuando lo pillaron no sólo llevaba en su zurrón el resto que quedaba de Cox, ¡sino también embutidos de cerdo! Es decir, en esta ocasión no mató y devoró por hambre... ¡le había cogido el gusto a comer carne humana!

Ante tal situación, Pears lo confesó todo: se había comido a seis personas. Lo declararon culpable y lo condenaron a morir en la horca. Ahorcamiento que se llevó a cabo en el patio de la misma cárcel de donde se fugó.

Sus últimas palabras antes de ser ejecutado fueron estas:


La carne humana es deliciosa. Su sabor es mucho más exquisito que el de cualquier pescado, o el de las carnes de cerdo o ternera


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Fuente: Internet
Adaptación y Redacción:
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Mensaje  achl Mar Mayo 16, 2017 11:27 am




¡Jo, vaya puta racha!


Aquella lluvia torrencial e insistente y aquellos granizos que con tan mala leche golpeaban contra mi ventana durante toda la noche, eran presagio de que hoy iba a amanecer, para mí, otro día de perros.

En cuanto salí a la calle, mis mejillas se inundaron de lágrimas. Una tras otra intentaba quitármelas. Inútil. No lloraba de tristeza, de impotencia y de rabia contenida, lloraba por todo junto.

Estimado lector. ¿Nunca te ha pasado que alguien te ha hecho sentir tan condenadamente pequeño, muchísimo más que simple hormiguita?

Hablaba sola indignada. Tenía frío, pero no me puse mi chaleco porque la sangre me hervía por dentro y quería sentir aire en mi cuerpo, y a ver si así me calmaba de una puta vez.

Caminaba en la calle con un cigarrillo en la boca. Hábito que tenemos los fumadores. Cuando estamos nerviosos fumamos pero no estoy yo segura de si esto excita más aún. Había mucha gente en la calle, pero ni la veía ni la oía: absorta en mis propios pensamientos furiosos. Pensaba en mil y una cosas de insultar a un tío, cinco o seis formas disímiles de matarle, y siete u ocho para destrozar 'su precioso coche'.

Entré en un bar. Pedí, tomé y pagué un leche calentito y a ver si con esto me relajaba y volvía la temperatura a mi cuerpo.

Me senté en taburete, me tranquilicé un poco y escribí estas líneas, para desahogarme. No podía hacer otra cosa. Aunque ese cabrón sea odioso, grosero, desagradable y mogollón de cosas más, le quiero.

Por más vueltas que le doy, me resulta difícil pensar que ese tío, que se supone está ahí para que caminemos juntos, se pueda comportar de un modo tan hijo de puta y tan despreciable.



Bueno, ya sólo queda menos de una semana, y si todo va bien, fin de la historia. ¿Pero y si no?



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Mensaje  achl Miér Mayo 17, 2017 2:32 pm





¡Deseando estoy de que culmine mi sueño!

Sueño que alguien hace vibrar delicadamente las cuerdas del violín de mi cuerpo. Y es un sueño que se repite con demasiada frecuencia, casi a diario, y siempre a la misma hora de la madrugada: las tres y diez. Y siempre la misma pieza de música, y siempre el mismo instrumento: un violín, y siempre está todo oscuro...

____¿Quién eres?
____¿Quién quieres que sea?

Me giro. No veo nada, pero siento una presencia, oigo una música y noto un arco de violín deslizarse por mi espalda.

____Dime, ¿quién quieres que sea?
____No lo sé. ¿Quién crees que quiero que seas?

Y de ahí no salía la cosa.

De pronto, una respiración agitada suena junto a mí. Me giro de nuevo, pero no consigo ver a nadie, sólo sigo oyendo una música.

____¿Qué sientes?
____¿Qué?
____¿Que qué sientes ahora mismo?
____No lo sé… ¿Dónde estás? No puedo verte.

Y así una madrugada tras otra...

Más silencio, más oscuridad, más música... Un arco de violín no para de pasearse por mi espalda. Me giro por tercera vez, pero sigo si ver nada, sólo oigo la música, parece que ahora más cerca...

____¡¿Quién eres?! ¡¿Dónde estamos?! -pregunto con desesperación, con determinación.
____Dímelo tú. Tú me has traído.
____¿Traerte yo? ¿Pero dónde estamos? Y, ¿quién coño eres? ¡No soporto más esta extraña situación!

Me sujeta fuertemente por detrás. Me coge de las manos. Retira el pelo de mi cuello, lo acaricia, y de pronto todo me da vueltas. Un torbellino de sensaciones recorre mi cuerpo. Empieza a besarme, y sus besos son peor que un martirio chino. Baja lentamente por mi espalda y reconozco que soy incapaz de moverme.

Pero, de pronto, ya no oigo la música.

____¿Quién eres?

No obtengo respuesta. Con respiración entrecortada me giro por enésima vez, y en esta topo contra un violín. Lo siento contra mí, pero sigo sin ver a nadie. El arco acaricia mi cara y parece que su contacto incendia cada centímetro de mi piel.

Al fin toco el arco, fabricado con crines de caballo. Sin percatarme, estoy tumbada en la cama. Me quita la blusa. Suspira. Algunos segundos más tarde, la parte más pronunciada de esa especie de batuta se pasea entre mis senos. Y de nuevo vuelve ese fuego abrasador. No puedo hablar. Mi calentón es sublime, y quien quiera que sea que toque ese violín, parece divertirle. Suelta una risa y… desaparece.

____¿Dónde estás? -me levanto de la cama a ciegas y tropiezo con él. Me alza en brazos y me besa como si no hubiese un mañana. Me sujeta con fiereza. Me pone sobre una mesa. Me quita las bragas y sin más empieza a degustar la apetitosa comida ante sus ojos...

Creo morirme. Este tío juega en otra liga. Mueve su lengua como pez en agua. Come en el sitio exacto y el producto exacto. Pero justo cuando ya estoy a punto... se detiene y... desaparece de nuevo.

____No me gusta este tipo de bromas -y apenas acabo la frase me tumba más, se abalanza sobre mí y devora mi boca. Una mano sujeta mi cabeza y la otra baja a mi sexo. Y de nuevo el mismo juego. Recorro su espalda. ¡Menuda espalda! Llego a su culo. ¡Menudo culo!

Estaría tocándole todo el tiempo. Consigo colarme en su entrepierna y... cumple con creces con el pronóstico. Maravillosamente bien dotado. De nuevo comienzo a perder el sentido y… otra vez un orgasmo a medias... ¡Será capullo! Y sin tiempo de rechistar, de queja, me penetra con fuerza las veces que le vienen en ganas. '¡No pares, por Dios, no pares!' -grito para mis adentros.

Mi espalda se arquea pidiendo más y más, sin parar. Nota mi exigencia y me sujeta con más fuerzas. El ritmo aumenta a un grado enloquecedor. Nuestras respiraciones galopan como caballo salvaje. No lo puedo evitar. Mis uñas se clavan en su espalda, sin control, sin medida, sin cesar. A él le gusta. Aprieto, y su miembro crece y crece. De nuevo, una llamarada lo incendia todo y estallo en mil pedazos….

Recupero el aliento y le pregunto de nuevo.

____¿Quién eres?
____¿Yo?
____Sí, tú, ¿quién si no?
____Yo... yo soy un sueño -responde al fin.


Bañado mi cuerpo en sudor, y mi vagina empapada con sus propios juegos, abro los ojos de par en par sentada en la cama. No estoy asustada, pero... ¡no, no puede ser! Miro el reloj: ¡las tres y diez de la madrugada! ¡Venga ya! ¿Un sueño? ¡No me jodas!


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Mensaje  achl Miér Mayo 17, 2017 2:55 pm



Pensamientos míos para ti
Los mismos tuyos para mí

Permíteme que te adore. Permíteme el acceso a tu carne, para tu placer. Quiero aprovechar mi tiempo, respirar tu aroma antes de probar la sal de tu piel. Quiero inhalar tu excitación mientras mis labios se deslizan por tu boca, sintiendo hasta que haya consumido cada milímetro de ella. Quiero  ser el único en sentir tus orgasmos, amorosos y pasionales. En los momento de buena comunicación íntima, quiero contarte una historia con mi lengua y con el calor de mi aliento, y todo ello junto con el deseo de que llegues al máximo placer. 

Te extraño más de noche, cuando todo se encuentra tranquilo y el silencio me recuerda que no estoy durmiendo a tu lado.

La paz es una mentira, sólo hay pasión. Ganamos fuerza a través de la pasión. A través de la fuerza, ganamos poder. A través del poder, ganamos la guerra. A través de ganar la guerra, nuestras cadenas se rompen, y la fuerza nos libera.

No pensemos en lo que puede suceder en un mes. No pensemos en lo que puede suceder en un año. Vivamos en el día a día y hagamos lo imposible para estar cerca de donde queremos estar.

Duermo mejor cuando estoy en tus brazos. No sé lo que es. Tal vez sea la forma en que tu pecho se adapta a mí, o tal vez la forma de tus manos acariciándome mi espalda, algo que me hace estremecer. Tal vez sea la forma en que mi cabeza encaja en tus brazos, o tal vez la forma en que tu cuerpo irradia tal cantidad ardiente de calor que me hace ser tuyo. No sé lo que es. Pero sé que duermo mejor cuando estoy en tus brazos.

Es simple, mi vida. Sólo quiero una razón para levantarme soñador por la mañana, y después una razón para regresar alegre a nuestra casa por la noche.

Quiero ser la última persona que te bese. Esto quizás pueda sonar fuerte, como a una especie de ultimátum o algo así. Lo que estoy tratando de decirte es que eres todo para mí y nadie se atreverá a arrebatarme lo que es mío.

Pregúntame lo que quieras, que yo te responderé con un beso.


Me asusta. ¿Por qué? ¿Por qué me preguntaste? Porque te pregunto cosas que ni siquiera me atrevo a preguntarme a mí.

Pídeme algo por lo que sientas curiosidad por conocer.


La mujer que quiero se desgarra a pedazos cuando me ama.


Tengo miedo de la manera que me haces sentir, ya que nunca he sentido de esta manera.


Siempre serás adicta a mí. Yo represento todos los pecados que nunca tuviste el coraje de confesar.


Deja de culparte por nada. La vida te fastidió. Tú a ella no.

Tienes algunos complejos dentro de tu cabeza. Deja de permitir que alguien te diga que no puedes brillar.

Suerte tengo de tener a alguien próximo a mí que me dice adiós, pero que en realidad es un hasta luego.

Por favor, sin que yo te lo pida, haz que se abra tu blusa.

Eres realmente buena en no dejar que reconozcan tus valores.

Recuerda que tú eras hermosa antes de que te lo dijera yo.


Si deseo que seas otra persona, perderás la persona que eres.

Lo que quiero es que te necesites a ti misma y que necesites ser indispensable para alguien. Alguien que
se coma todo su tiempo por ti. Alguien adicto a ti. Una adicción mutua.



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Mensaje  achl Jue Mayo 18, 2017 3:17 pm



El día a día es lo que vale


Esta es la historia de Dolores: hermosa mujer de cuarenta años, casada, que no podía gozar de su marido por haber padecido él, años atrás, un accidente laboral que lo tenía en cama, y vivo a base de medicamentos, cuyos le producían impotencia sexual


Estaba intranquila. Le dio las medicinas a su marido y éste se durmió en el acto; los efectos secundarios actuaban como un rápido somnífero.

Merced a esta situación, desde el accidente, Dolores tenía intervalos de ocho horas libres para hacer lo que le viniese en ganas.

Por lo general, dejaba ese tiempo para hacer las tareas de casa mientras veía sus novelas en la tele. A veces, escuchaba música, leía algún libro o confeccionaba alguna prenda en su máquina de coser, sin temor alguno a perturbar el reposo de su marido, que tampoco era necesario pues éste perdía toda noción al ingerir los medicamentos.

Imbuida varias horas en la lectura de un libro, había apagado muy tarde la luz en esa noche. Avanzó hasta más de la mitad, y prometió acabarlo durante el próximo descanso médico de su marido.

Ese día, no obstante, no bien su marido se durmió intentó leer, pero en absoluto se concentraba; dejó el libro sobre la mesilla y se recostó en la cama, entrelazando los brazos por detrás de la nuca. No podía sacarse de la cabeza lo que le había ocurrido en la cocina luego de comer. Al ser, anormalmente, un día caluroso de otoño y careciendo en su casa de aire acondicionado, dejó la puerta de salida a la escalera abierta, con la idea de que corriera un poco el aire.

Un vecino de puerta, 'amigo' del matrimonio, se acercó a ella por detrás cuando estaba fregando y, sin mediar provocación, la cogió de la cintura presionando su pelvis contra las nalgas de ella, que sintió por encima del delantal una vigorosa masculinidad entre sus piernas, pero todo fue tan inesperado y rápido que no pudo reaccionar. Al creer ese vecino que ella cedía, presionó más, preguntándole, sin rodeos, si quería ser poseída allí mismo. Dolores, indignada y sacudiendo las manos húmedas, se apartó del fregadero.

Al retirarse, el vecino vio cómo sus nalgas succionaban el delantal entre las piernas. Dolores alzó desafiante la cabeza, haciéndose inalcanzable al deseo del intruso, al que expulsó de su casa, cerrando después la puerta.

Sofocada, entró a su cuarto echándose en la cama junto a su marido, que apartó la mirada de la televisión y le preguntó:

____¿Te pasa algo?
____Nada. Sólo que estoy cansada -mintió. No quería preocuparle.

'¿Hago mal con no contarle lo que me ha ocurrido?' Se preguntó para sí. 'En realidad, puedo decirle que he sentido algo muy fuerte'.

Acelerado el corazón, el cuerpo trémulo y la respiración jadeante, hacían crecer los pechos, como si quisieran soltar los botones del delantal.

Cerró los ojos con idea de relajarse. Inútil. Le venía una imagen de manos sujetándola por la cintura. Sentía la dureza varonil de aquel que la quería violar. Sentía su propio mareo al escapar de esas manos, sentía su andar acelerado rumbo a su pieza...

Como media hora después, recuperó la calma, le dio un beso en la frente a su marido y le secó el sudor en torno a las cejas.

Pensó que debía hacer algo para quitarle relevancia a lo acontecido, pero a más empeño por olvidarlo, más turbada se mostraba.

Leer le resultaba imposible, así que se dispuso a preparar la comida, pero recordó el suceso y como aún no se había tranquilizado del todo para irse a la cocina de nuevo, se puso a revisar la ropa sin planchar.

Puso la mesa de plancha y se sentó al borde de la cama. Miraba el suelo, cómo queriendo encontrar una respuesta en él. Trataba de olvidar aquel incidente, pero no lo lograba. Tenía en la piel lo ocurrido y, cada vez que lo recordaba, un escalofrío la recorría de pies a cabeza. Esa ambigüedad entre la indignación y... '¡No, no puede ser...!', pensó

Por más que hacía por desconocerlo, sabía que había sentido algo inédito en ella. Cuando el hombre posó las manos en su cintura, Dolores tuvo la intención de abrir las piernas, e incluso cerró los ojos por una fracción de segundos, a modo de entrega. Una fuerza inevitable la invitaba a caer en el vacío. Pero pudo más su pudor de señora casada.

'¿Y si...? ¡No, por Dios...! ¡No!... -pensó.
'¿No será que estoy desvariando?' -pensó de nuevo, preguntándose.

Era posible, tanto tiempo desvelándose por su marido la tenía estresada.
A pesar de haberse calmado, volvió a caer en la confusión, sintiendo que un temblor recorría su cuerpo.

'¡No pienses tonterías, Dolores!', le decía su conciencia.
Se entregó a la inacción de pensamiento y cuerpo. No pensaba en nada; pero, de pronto, la conciencia se recuperaba con la imagen de la cocina. Se sorprendió por pensar en la posibilidad de tener un rollo para sofocar sus calores. Lo natural era dejarse llevar por lo que sentía y la torturaba su postura de mujer fiel. Aquello, siendo carnalmente bueno y necesario, era pecado mortal. Y ella era católica, creyente y practicante.

Se puso en pie, quiso evitar el espejo; pero, en segunda instancia, vio su imagen como reto a los hombres. Era guapa, atractiva y con ese delantal pegado y corto, dejando ver sus largas y bien torneadas piernas hasta el comienzo de las nalgas, le parecía apetitosa para todo hombre. El escote desabotonado dejaba a la vista buena parte de los senos, cuyos pezones de punta luchaban por romper la tela humedecida por la transpiración. El cuerpo resbaladizo chorreaba voluptuosidad y lujuria.

Inocente a los estragos que podía ocasionar en los hombres, sus curvas invitaban al atrevimiento. Y aquella desnudez del triangulo, que apenas se veía entre los botones del delantal, clamaba lo suyo...

Esquivaba la mirada porque de hacerlo desnudaría los deseos ante quien no guardaba secretos porque todo lo sabe y conoce respecto de ella. '¡No Dios mío...!', se dijo, llevándose, horrorizada, las manos a los ojos.

Cuando logró mantener la vista fija ante su propia imagen, esos confusos pensamientos se tornaron racionales y lógicos: todo aquello era producto de... y, no se atrevía a reconocerlo. Empero, sabía sin decírselo que tenía mucha parte de culpa de lo que estaba experimentando en ese momento independientemente de lo que había sucedido en la cocina.

'La verdad es que llevo mucho tiempo sin sexo', se justificó ante los ojos que la escrutaban despiadadamente. Sentía que su cuerpo le exigía más que abrazar con amor al marido enfermo y por eso, las fuerzas atávicas de su cuerpo, conscientemente traducían con coquetería lo que su razón no quería reconocer. Y los hombres sabían leer el idioma de las maneras y movimientos femeninos. Los hombres eran maestros para traducir las turbaciones de las mujeres, y eso es lo que leía en ella el vecino. Amaba a su marido, y no era su culpa sentir ganas al contacto de él, que, debido a su enfermedad sufría impotencia, sin visos de recuperación.

Y ahí quedaba siempre esa presión interna, que no podía concluir lo que sus intentos buscaban. Terminaba afiebrada, con mal genio y todo se le tornaba hostil. Recordó que llevaba más de dos años sin probar hombre.

'La tierra en barbechos se expresa con sus malezas, que coquetas, se apoderan de todo el sol'.

La mirada del espejo la sorprendió diciéndole que no había nada de malo sentir deseo; aquello no implicaba pecado alguno, porque al fin y al cabo, era humana: una mujer de carne y huesos.

Al asimilar ese pensamiento fue presa de un vértigo tan incisivo que tuvo que sentarse de nuevo en el borde de la cama.

'Dame fuerzas, mi amor', le decía en voz baja al marido, sabiendo que si gritaba, él no podría escucharla.

Su cuerpo se enfriaba y empezaba a temblar por una razón muy distinta: miedo al pecado, miedo a la infidelidad. Abrió el cajón del escritorio, leyó un pasaje bíblico y rezó un Padrenuestro y tres Ave María; entendía que si pensaba tanto en ello era por... '¡No, Dios mío, no!'.

Cuando volvió a mirarse en el espejo, se hallaba más calmada, en cierto modo, veía a la Dolores de siempre. Aquella mujer sexuada sólo para su marido. Bebió un vaso de agua, se puso bien el delantal y al disponerse a ir a la cocina se animó: 'serénate Dolores, si te vuelve a molestar le dices que no eres una cualquiera, que lo perdonabas y que aquí no ha pasado nada y que seamos buenos vecinos'.

Ese discurso la templó y le dio fuerzas para salir tal como estaba y seguir con el fregado de la vajilla.

Apenas comenzó el sonido de los platos, sintió pasos acercándose por el patio. El corazón comenzó a acelerarse, la sangre le pintó las mejillas y la respiración se le entrecortaba. Lo sintió venir y entrar a la cocina. Luego, notó que la había observado varios minutos, que le pedía disculpas, que la culpa de todo la tenía Dios por darle tanta belleza. Rió y giró la cabeza para verle. En la risa incluía disculpa y aquí no ha pasado nada. Haciendo negativas con la cabeza, volvió al fregado.

____No puedo retener mis impulsos ante cuerpo tan bello, te pido perdón, no tengo gen que me proteja de la belleza de una mujer tan voluptuosa.

Al escuchar ese detalle de caballerosidad, sintió que se ponía detrás de ella, a un metro. La cercanía le agarrotaba las manos: cogía platos, vasos y cubiertos con inseguridad. Sus mejillas estaban encendidas cuando él la ciñó de la cintura.

Rumiando la respuesta, la apretó contra sí. Un mareo fugaz la dejó con la mente en blanco. Al volver las capacidades racionales recordó el discurso preparado. Iba a decir la primera palabra, cuando él se adelantó y le dijo a sovoz:

____Carpe Diem. El lenguaje de tu cuerpo habla igual idioma que el mío, que me está diciendo que te posea.

Volvió a sentir el vértigo que la acercaba al vacío de forma incontrolable. Él la cogió de las caderas y deslizó una mano por debajo del delantal. La acarició hasta las rodillas, y después trepó para meter la mano cual cuña por debajo de las bragas, hecho que respondía a sus vaticinios por lo que podía obviar los preparativos: la condescendiente humedad era más que suficiente.

____¡Estoy a las puertas del Paraíso! -le dijo, mordiéndole el cuello.

Cerró los ojos. Él seguía loando su belleza, esperando luz verde aunque roja por haber llegado hasta... Imprimió más empeño a su atrevimiento Dolores no se resistía y, considerando el tiempo necesario para haberse defendido con dignidad, dio riendas sueltas a su animalidad. Seguía con las manos sobre el fregadero. Él la tenía presionada entre su cuerpo y el mueble redondo de aluminio.

Luego de estimular la entrada, el violador dirigió su glande al punto de convergencia. Ella lo sentía presionar vanamente en busca de la entrada. No sabía qué hacer con las manos, pues en ese momento y en virtud de cómo estaban las cosas, el fregado pasaba a un segundo plano.

Como quien se coge a débil rama al caer por un barranco, ella cogió con firmeza un rodillo de cocina, a la vez que asomaba su vagina por encima de la espuma del fregadero, mientras el vecino insistía en que no obrase contra sus deseos.

Cuando alzó el rodillo para rechazarlo, él bruscamente abrió el delantal, haciendo volar los botones. Luego, haciendo demostración de su fuerza, la rodeó con los brazos y sin percatarse que ella tenía rodillo en mano, le dio la vuelta quedando cara a cara. Por la inercia del giro, no pudo cerrar las piernas y él interpuso entre ellas su virilidad.

Dolores mantenía los brazos por detrás, sujetándose con una mano del fregadero y con la otra fuertemente asida al rodillo. Él quedó mirándola desafiante, y ella vio cómo le miraba los pechos antes de acariciárselos. Como la empujaba hacia atrás, no podía asestar el golpe definitivo y se retuvo mientras él le estimulaba los mamelones con la lengua.

La cogió de la cintura, la alzó y la sentó en el borde del fregadero, acercó su erecto pene que, abriéndose paso, se coló en el punto neurálgico

Entonces vino la sorpresa. El vio por última vez una cara altanera; por su lado, ella sintió por última vez la penetración de un macho cabrío porque, cuando comenzaba a presionar el glande, y cuando vencía la resistencia de labios en flor, ella alzó el rodillo por detrás de la espalda visualizando el golpe en dirección al cráneo. En ese momento, él presionó aún más la intimidad de ella e invadió el territorio bendito con toda su virilidad. Gritó Dolores de dolor al sentir que el miembro la dilataba y avanzaba más allá del espacio que nunca había conquistado su esposo. Embestidas después ella sintió el caldo eléctrico y soltó el rodillo, rompiendo varios platos.

____¡Ahhh!- exclamó ella con la mirada perdida al soportar ese enajenado ritmo de empuje. Adelantando la mano que había tenido prisionera con el rodillo, dio otro grito y se abrazó al cuello de su violador.

Abandonó el lugar de pecado y él se fue. Se duchó y acabó de fregar. Su marido seguía dormido. Se echó a su lado mirando el techo. Su cara iba experimentando una extraña metamorfosis; empezando por una sonrisa contenida, pasando por una breve preocupación, para culminar en total desesperación al recordar que, por lo inesperado... ¡no se había tomado ningún anticonceptivo!

____Hola, mi amor -la saludó el marido cuando se despertó.
____Hola -contestó, medio sonriendo y poniendo las manos abiertas sobre su vientre palpitante, inquietante...


Es malo obsesionarse con lo que pueda deparar el destino, y es bueno achacar la suerte al esfuerzo. Lo que vale es el día a día. Puede que Dios nos conceda más inviernos o puede que éste, que azota el mar contra las rocas de los acantilados, sea el último; pero mientras golpeen las olas, es fatal pensar en el tiempo que nos queda sólo amparado en la esperanza. Si perdemos el tren que se presenta, el tiempo se escapa. Aprovechemos el hoy, y no nos refugiemos en la incertidumbre del mañana


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Mensaje  achl Jue Mayo 18, 2017 9:42 pm



Criticarme las hace felices


Tengo treinta años y el médico me ha dicho que el tabaco me va a matar pronto. Casi puedo escuchar a las vecindonas:

De Rosita dicen que sus pulmones son tinta china
-empiezan.

De chica odiaba que me llamasen Rosita. Odiaba a mis padres, de hecho odiaba en general. Con diez u once años, era una experta en renegar de todo. Siempre he sido igual: pelo negro industrial, como el negro que se ve si se quemase un neumático. Siempre, mi corte de pelo a la altura de los hombros; rímel negro, para resaltar el color miel de los ojos; camiseta negra y vaqueros negros ajustados, con los pies enfundados en zapatos negros de tacón. Tacones cada vez más altos a más años de edad. Como si fuera inconformista de cintura para arriba, y pija de cintura para abajo. Hasta llegar a la actualidad, viviendo en un piso compartido con un tío al que lo mejor que le podría pasar es que resbale en la ducha y se diese un golpe en los cojones. Casi puedo escuchar a las de siempre:

Es su compañero de piso. Estará destrozada -¡qué sabrán ellas!

Destrozada. La gente es falsa. Gente que te rodea y sonríe, y te masacra cuando no estás delante. La misma gente que te saluda efusivamente.

¿Tinta china? Esa lo que es un putón verbenero -y habla siempre la más puta.

Esto es sólo un ejemplo. El otro día me senté en mi sillón para ver tele, a eso de las diez de la noche. Pero alcé mi culo y me fui a dormir dos horas después. Me arropé, di dos vueltas en la cama y me levanté para orinar. Cuando pasé por el cuarto de estar, mi compañero de piso tenía el cojín, en el que yo había estado apoyada, cogido con las dos manos y lo estaba apretando contra su cara, con los ojos cerrados. A veces he visto mi ropa interior revuelta. Es sólo un ejemplo. Oler lo que toco o lo que he llevado puesto ese día es cuando te avergüenzas de alguien como para dedicarle un ripio. Ni sé cómo se llama, Javi, José o algo con J. Somos el matrimonio ejemplar. A este tipo de matrimonios lo provoca el tío de la inmobiliaria al decirte lo que va a costar tu independencia. El alquiler te obliga a confiar en alguien aunque sólo en el dinero. Eso es amor para muchos: encontrar la pareja económica ideal. 'Amor moderno'. En este tipo de amor puedes odiar a tu pareja, ponerle los cuernos; sólo basta con que a final del mes pongas tu sueldo a su disposición y él el suyo a la tuya. Hay quien acaba confundiendo ese amor con uno de verdad, y los hay quienes incluso se casan. Quizá porque el amor poético ha muerto, por falta de credibilidad. Pero no pasa nada; con ese tipo de amor todo tipo de pareja es aceptado homosexuales, lesbianas... da lo mismo; y hasta acaba siendo verdad lo de que el amor no tiene edad. Y no la tiene, sólo se trata de dinero. Un precio lo suficiente elevado puede hacer trizas toda poesía. ¡Bienvenidos a este tipo de amor! Menos preocupaciones, sólo una cuestión práctica, apenas una suma. ¿Quién dijo que el amor es complicado? 'Dime lo que cobra tu pareja y te diré si te quiere'. Quizá de esto las parejas liberales, tríos, orgías..., todo ello se está normalizando. Imaginan a tres o a cuatro compartiendo piso, y al final acaban… eso, follando. Otra de las pruebas que demuestra que el amor y el sexo son de disímiles galaxias.

Todas esto nos ha enseñado, sin quizá querer, la anónimo-dependencia, la necesidad de hallar a alguien conocido o no, para poder pagar el piso a medias. 'Dependencia para poder conseguir independencia'. Porque ni independizándote consigues independizarte. Mira yo, por lo menos a mis padres les podría pedir algún dinero o un favor de vez en cuando.

Mi esperanza actual, es un hombre. Y mi vía de escape... una mujer: Eva, mi antigua colega de la universidad con la que aún conservo amistad, a la que se lo cuento todo pues es lo suficiente lejana a mi pandilla como para poder conversar sin tener que imaginar luego a todo bicho viviente que me conoce chismorreando sobre mí. Hablar con ella es como escribir un diario con la posibilidad de que nadie lo va a leer.

Una mañana de sábado, luego de haber salido Javi o José, o como coño se llame, suena el teléfono. Es Eva. Puedo hablar tranquila:

____Hola Evita. Todo bien. Seguro. ¿Qué tal te va a ti? Me gustaría matar a mi compañero de piso, pero necesito su dinero…
____Ya -sonríe-. ¿Pero es que no te lo follas?
____No me hagas vomitar. ¿Sigues yendo al taller de Literatura?
____Sí, pero últimamente todo lo que escribo me parece una mierda.
____De todas formas, si escribes alguna vez algo bueno se te reconocerá cuando ya estés muerta, o algo así…
____Gracias por el ánimo.
____Ha pasado muchas veces.
____Ya… ¿Has llamado a ese tío?

Ese tío es mi esperanza. Ahora mi esperanza está volcada en un tío que parece valer la pena, que me cae bien. Trabaja como funcionario, lo cual es digno de admiración, pues yo a estas edades, ya me habría suicidado si lo fuera. Y en sus ratos libres trabaja de canguro. Es algo así como un mito en su barrio. He salido con él un par de veces. Y un par de veces, es un par de veces, no es frase hecha. Porque la tercera me está costando. Por aquello de esperar a que me llame él, porque le toca a él.

____No, no lo he llamado. Hace quince días que no sé nada de él.
____Entonces no tendrás tanto interés como dices.
____Sí lo tengo, pero también tengo orgullo.
____Bueno, te cuelgo ya, que no me dejan hablar tranquila. Y llama a ese tío. Anda, haz algo, ¡Muévete, coño…!

Miro el teléfono con gana de tirarlo por la ventana, pero marco el número del funcionario. Lo bueno es que con sus horarios sé si va a estar libre. Al tercer tono se oye un clic, un niño grita. Oigo respiración en el auricular.

____¿Sí?
____Ho… Hola…
____Hola.
____Soy Rosita.
____¡Ah, hola, Rosita!

'¡Dios, que no ponga tanto énfasis en el nombre!', pienso

____¿Estás ocupado?
____Estoy en casa de un vecino haciéndole un canguro. Es un follón. Son gemelos y tienen seis años.
____Bueno… te llamaba por si querías salir esta noche a algún sitio… Si… si quieres, ¿A qué hora acabas?

Estoy en la puerta de un cine. Tendría que haberme traído algo de abrigo. El funcionario no llega. Tengo la piel de gallina. Me he puesto demasiado rímel, y me he hecho una raya en las medias, de las que se ven desde el otro lado de la calle; no sé si vendérselo como recurso estético, o decirle la verdad. Voy entera de negro. Una quinceañera gótica de treinta años. Como mínimo es desconcertante. Nunca tuve la voluntad de cambiar de hábitos con la ropa. Y él va a llegar con sus vaqueros baratos y cualquier camisa. Si alguien nos ve no diría que tenemos algo en común en lo del vestir. Pero ya sabes lo que pasa con la gente:

Esa tía debería dormir en un ataúd, debería fumar dentro de un ataúd, debería follar dentro de un ataúd -ya están ahí de nuevo.

El médico me dijo, no hace mucho, que con mi ritmo de cigarrillos al día era milagro que aún no me hubiese dado un infarto. Teniendo en cuenta el estado de mis pulmones. Tinta china.

¡Que se joda! Ella se lo ha buscado -y dale que te pego.

Ya llega al funcionario. La gente no puede evitar mirarnos antes de entrar en el cine. A la gente le encanta comparar su vida con la tuya, y le basta con ver cómo llevas el pelo o qué ropa te has puesto, y después se siente feliz. Esto no varía. Siempre ocurre lo mismo.

Por suerte el funcionario no parece ser así, y es justo eso lo que me gusta de él, su visión poco definida de las cosas, del mundo, de la vida; como si se conformara con hacer dos buenas acciones al día y punto. Lo que para los yankis sería un Boy scout. Lo que tan poco erotiza a la mayoría de las mujeres: la bondad no camuflada.

Y porque nada en la vida es sorpresa, efectivamente, el funcionario llegó con sus vaqueros baratos, una camisa y sus buenas intenciones. Beso en cada mejilla, su mano derecha en mi brazo izquierdo, apenas apretando. Y, después, alzamos la vista hacia la cartelera. Ocho salas.

Mientras vemos la película me siento el hombre, salida, dudando sobre si tengo que tocarle más de la cuenta, sobre cómo reaccionaría si se la cojo e incluso si se la acaricio un poco. Porque él no parece excitado. No sabe que igual le estaría haciendo una paja, sin importarme nada la gente y él se dejase, por supuesto.

¡Es un putón verbenero, vaya si lo es!
-no paran.

Igual se la chuparía. Pocas veces la he chupado, pero a él se la chuparía.

No puede estar sola, necesita siempre un tío -¡son escoria!

Si llevase falda y hubiese poca gente, me bajaría la braga y me sentaría en su bragueta.

¡Guarra! ¡Eso es lo que eres, una guarra!
-ya me hacen reír.

Quizá tire de su brazo a media película, me lo llevo a mi casa y…

¡Ninfómana! ¡Eso es lo que eres, una ninfómana! -y ellas, unas odiosas.

Pero en lugar de ser yo, lo que hago es intentar seguir la película. Como esa gente, que me juzga sin saber nada de mí.

Pasa al final que la película acaba. El funcionario me acompaña hasta la puerta de mi casa. Me da un beso en la boca, con cero pasión. Pero algo es algo. Pero se va y me deja con ganas de…

¡Puta! ¡Eso es lo que eres, una puta![/b] -¡y vosotras unas mal folladas!

...hacerle saltar los ojos... follando. 'Me gusta, me gusta mucho! Aun con lo del romanticismo patológico.

¡Zorra! ¡Eso, una zorra!
-mejor zorra que quedarme a tres velas.

Lo que me dijo el médico es que un día podía notar un dolor muy fuerte, bajando por el brazo izquierdo, como un colapso. Es una posibilidad. Si te pasa, me dijo, tienes que tener a alguien cerca. Con un infarto no puedes echarle ovarios y coger tu auto para ir al hospital. O eso, me dijo, o dejas de fumar radicalmente. Pasa que el funcionario ha dejado pasar tres días sin llamarme. Lo está haciendo otra vez. Coño, ¿no puede llamarme? Así no voy a adelantar nada. Cada vez me gusta más el tabaco. Puedo pasar sin sexo, sin amigos, sin calefacción, sin muebles… ¡Pero no me quiten el tabaco! Hay que tener siempre un paquete de reserva. No esperes a que se te acabe para comprar, porque nunca sabes si tendrás una máquina a mano. Es tan bueno que podría hasta matarte, como esas gentes que se suicidan por amor. El tabaco y el enamoramiento, consumen. Y yo ahora tengo las dos enfermedades. Da igual si la cuestión es física o es química porque siempre tengo mono de los peores vicios.

Así que una vez más he vuelto a llamarle yo y hemos quedado, no puedo evitar preguntarle por qué no me llama él. El bar está lleno de gente que sale a las seis del trabajo, y aquí estamos los dos. El funcionario duda.

____No lo sé -dice-. Es... que… no se me dan... muy bien estas cosas…
____Pues el otro día me besaste muy bien -intento animarle.

Sonríe, coge su taza, bebe, la deja en el posavasos y vuelve a sonreír:

____Bueno, gracias. Es que creo que se me da mejor tratar con niños que con gente adulta. Me encanta ver sonreír a los niños.

Vale, alto. Congela la imagen del funcionario mientras vuelve a su café. En circunstancias normales, su último comentario me hubiese repateado. Ese rollo de: 'me encanta ver sonreír a los niños'. Pero esto no deben ser circunstancias normales. Con él todo parece siempre escenas de Friends. Así que le digo que me gusta, que me llame cuando le apetezca, que no me molestará, que me envíe mensajes estúpidos cuando quiera. Porque me gusta, ¡joder!. Porque quiero verle más a menudo. ¡Y porque quiero follármelo, coño ya!

____Vale. Tomo nota -responde.

Y yo pienso: '¡qué lindo!'. Luego me dice que esta noche no puede salir, que está agotado, y todo eso que dices cuando no te apetece hacer algo. No me lo tomo a mal, porque esto debe haber sido un mal trago para él. Su taza tiembla mientras la coge. Y aunque 'me lo haría' con él en este momento hasta en el aseo del bar, merece un descanso.

Por la noche, en mi casa, me siento más serena, en relación a la cuestión del funcionario. Veo futuro con él. Sólo le falta terminar de abrirse. Fumo tapada con una manta mientras veo la luz de los coches, que pasan por la calle, proyectarse en el techo, entrando y haciéndose más fuerte hasta que se esfuma. Suena mi móvil sobre la mesilla. Me acomodo en la cama Lo cojo. Es Eva. Me dice que es importante que ponga la tele. Me levanto y me dirijo hacía la sala de estar. ¿Qué canal?, le digo a mi móvil. Eva me habla atropelladamente. Javi o José o como se llame, está dormido en su sillón. Tengo que sacar el mando de debajo de... Pongo el informativo. En pantalla salen fotos en blanco y negro: caras. ¿Lo estás viendo?, me dice Eva. Voy a contestar desconcertada cuando veo que una de las caras que desfila, una y otra vez, por pantalla es la del funcionario. ¡Mi funcionario! Le grito al teléfono qué es lo que pasa. En el informativo han pasado ya a otra cosa y no me he enterado de nada. Y Eva me dice:

____La poli han desmantelado una red de pornografía infantil.
____¿Qué qué...?
____Han registrado unas veinte casas en toda la ciudad.

Eso me dice Eva. Veinte casas, incluyendo la del funcionario. Quizá sí que hay sorpresas en la vida. Lo malo de estas cosas es que nunca acabas de probar tu inocencia en el caso de ser inocente; si eres una vez pederasta, lo eres para siempre, aunque lo hayan inventado. 'Se me da mejor tratar con niños que con gente adulta'. Eso me dijo el muy hijo de puta.

Además de zorra, una pederasta, un desecho
-¡iros ya al puto carajo!

Me hago ovillo en el suelo, rezando para que el asunto no me salpique. Rezando y cagándome en to lo que se menea. Y a gente sigue:

Ella es la que lleva lo de los niños, él sñoli es un pringao -me sulfuro, pero callo.

Cuelgo sin un adiós a Eva. Una acusación de crimen sería un oasis en el desierto en comparación con esto. Si mi nombre sale a escena, vendrán a hablar conmigo; tartamudearé, dudaré, no sabré qué decir, la calma no mantendré. Me auto inculparé con declaraciones tontas. Te hacen miles de preguntas, y tú sólo puedes responder: 'yo no sé nada sobre esto'.

¡Qué la detengan y se pudra en la trena![/color] -mala leche como virtud.

Saco un pitillo y empiezo a fumar. Borro el teléfono del funcionario de mi móvil, aunque no sirva de nada. Podría bloquear sus llamadas, pero no sé hacerlo. Hasta ahora mi mayor preocupación era el tabaco, pero ahora es un alivio que me quitase de en medio. Me gustaría ser como esas gentes que no tienen problemas para elegir un bando aunque no sepa la verdad, aunque no esté ni cerca de saberla.

Mi compañero de piso se despierta. Me nota nerviosa.

____¿Qué te pasa? -me pregunta.

Me vuelvo hacia él.

____Oye -le miro a los ojos y le pregunto-. ¿Tú cómo coño te llamas?
____David.
____¿David?
____Sí, David.



¡Hay qué coño, David! ¡Pues, mira David de los cojones, desde este mismo momento métete tus asquerosas manos en tus huevos y nunca más vuelvas a tocar mis bragas! ¡¿Entendido?!



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Mensaje  achl Mar Mayo 23, 2017 9:49 pm




Operación canaria negro

Esa noche, Lis y Mar se acicalaron para ir de fiesta, como cada sábado. ‘Al fin y al cabo, a sus 18 años, tienen que vivir la vida’, eso decía la madre de Lis, ex cabaretera en las noches calientes canarias. Drogas y libertinaje eran parte de sus vidas. Y el sexo por dinero, un motivo más para sus alocadas aventuras.

Ambas procedían de familias humildes que vivían en Santa Cruz. Desde niñas, habían asistido al mismo colegio, aunque sólo Mar había terminado la ESO. Si bien las dos se habían embarazado a temprana edad, fruto de un ‘descuido’, era Mar la más centrada de las dos; trabajaba en una tienda de ropa de caballeros a cuya iban donjuanes engominados que la invitaban a salir, para ver si podían catar algo de su espectacular palmito, exhibido, para disfrute del género masculino, en una minifalda, que no tapaba casi nada, y una blusa con pecaminoso escote. Pero ella sólo tenía ojo para el padre de su hijo, sin importarle demasiado que fuese un maldito drogadicto que la inició en la droga. La sedujo y la enamoró a los 16 años y siempre hallaba el modo para encamarse con ella, sin saber la propia Mar que él tuviese sexo con otras chicas e incluso con hombres.

Lis, en cambio, no trabajaba fuera de casa. Convivía con su hijo y con su madre, la cual a veces era mantenida por un adinerado platanero, maduro y casado, quien se jactaba con sus obreros de ‘ser el amo del cuerpo de la madre de Lis', cuya trabajaba a veces como azafata en eventos, pero también 'se lo hacía' con el platanero, aunque sólo por dinero.

Ese día se había tirado toda la tarde haciendo el amor con el platanero, y estaba ya harta de él, pero siempre se iba 'satisfecho'. Casi de niña, había aprendido cómo complacer a los hombres, dándoles lo mejor de su anatomía y sus técnicas amatorias, vestida con lencería fina, regalo de él. Los 150 euros que el platanero le dio esa tarde, los empleó en comprar comida para su hijo, loable por su parte que cambiase una transacción putera en una necesidad perentoria.

A las diez de la noche, Lis y Mar se fueron a tomar unas copas, fumarse unos porro y danzar un poco. Y como Lis había tenido ya bastante sexo esa tarde, quedando casi lesa por la brutalidad del platanero, motivó a Mar a darse ‘un homenaje’ con alguno de los machos que siempre la invitaban a ello. Pero el destino no quiso esto para ellas, quiso que pasasen la noche más desenfrenada de sus vidas; sexo, droga y alcohol, eran la razón de tal desenfreno. Noche que tardarían en olvidar, si es que llegaban a conseguirlo…

Hacía un poco de frío en esa noche, por lo que decidieron vestir vaqueros muy ajustados en vez de las infartantes minifaldas que solían usar. Tacones altos, escotes y espaldas al aire, además de  sensuales figuras, hacían de ellas un auténtico espectáculo, que incitaba a girarse a los hombres, e incluso a algunas mujeres para recrearse y para decirse para sí: ¡jo, qué hembras!

Iban en busca de un taxi que las llevase a la discoteca, cuando un Ferrari deportivo, que las venía siguiendo, frenó justo al lado de ellas. De pronto, se bajaron los cristales opacos, y un mulato estiró su largo y musculoso brazo y las siseó. En realidad, eran dos: altos, fornidos y vestidos elegantes, pero informalmente; uno al volante, y el otro en el asiento trasero.

Acostumbradas a que las puteasen y a rechazar propuestas de maduros deseosos de sus curvilíneos palmitos, dispuestas estaban a seguir su ruta, pero acudieron al siseo, por pura curiosidad. El mulato las saludó, primero, y luego les dijo: ‘hola, bombones, ¿queréis ganaros una buena pasta?’. 

Mar pensó que era atrayente la oferta, pero que imaginaba que buscaban putas. A Lis, en cambio, se le iluminaron los ojos; un cóctel de tipos cachas, más pasta gansa, era el no va más. Mar, conociendo bien a Lis, se adelantó en responder: ‘no gracias, no somos prostitutas; váyanse, por favor’. El mulato no se arrugó, y mostrando un fajo de billetes de 100 dólares, le dijo... ‘sólo queremos pasarlo bien; tenemos seis de estos para ustedes’. Esa frase sonó como la mejor música en los oídos de la ambiciosa Lis. Después de todo, el mulato estaba buenísimo, y fuese lo que fuese, se había revolcado con tantos tíos a cambio de regalos o pagos de sus facturas, que no se sentía una puta. Miró a Mar, adivinando su respuesta: ‘¡olvídalo!’. ‘¡Venga, tía, es un buen dinero y si el otro está tan bueno como ése, pasamos un rato con ellos y luego nos vamos a la disco!’, le dijo, persuadiéndola. Mar a punto estuvo de irse sola, pero cuando el otro, con una planta impresionante, salió del coche y les ofreció 1.000 dólares, motivada por ese dinero, que igual le servía para satisfacer sus caprichos, aceptó y decidiéndose también porque de pronto le entró la curiosidad de averiguar por sí misma ese mito de los negros, en cuanto al tamaño de su miembro viril. 

Se subieron al Ferrari y cogieron rumbo a un motel, a las afueras de Tenerife. Con aquellos mulatos, de unos 30 años, hablaban en español. Les dijeron que eran puertorriqueños y que estaban en Canarias de vacaciones; que buscaban chicas liberales para pasarlo bien. Lis, más osada, se inició en el cuello del que iba al volante. Mar, más previsora, les dijo que antes les diesen el dinero prometido. El mulato que iba atrás sacó de un bolso mil dólares para una y mil dólares para la otra, cuyas, gratamente sorprendidas al comprobar que eran mil por cada, se miraron sonrientes sin decirse nada y se guardaron el dinero. Pensarían que habían hecho un buen trato y que se prestarían a sus clientes sexuales.

Mientras Lis le indicaba al que conducía cómo se llegaba al motel, el de atrás sacó una botella de ron del mismo bolso y ofreció un trago a cada una. Mar pensó que era justo lo que necesita para soltarse. El mulato que iba a su lado no paraba de mirar su apetitoso canalillo.

En aquel bolso había prácticamente de todo: dinero, ron, whisky, vasos de plástico, cocaína, condones, pastillas, viagra, sialis, vibradores, consoladores, cámaras de vídeo… Porque resulta que aquellos dos mulatos trabajaban para una multinacional de la pornografía.

El primer trago le vino bien a las dos. Lis quería acelerar la cosa, largando pronto a su improvisado amante. Tenía práctica en con quien se acostaba, y en un pis pas le cortaba el rollo, así que su plan era acabar enseguida,  e irse disco. Y no porque no le gustasen aquellos mulatos, no era eso, los dos estaban para comérselos, pero por ciertas experiencias anteriores, sabía que esa mezcla de sexo, alcohol y dinero no derivaba en nada bueno. Por el momento, quería ver cómo se iba dando la noche, y de paso cómo le iba a Mar con el otro que, por cierto, ya estaba besándole en la boca.

Lis nunca había besado en la boca a un negro. Pensaba que esos labios gruesos y esa trituradora lengua parecían devorar. Pero se dejó querer y, poco a poco, le iba gustando, hasta el punto que se dijo para sí: 'si todo sale bien, igual puedo seguir arrendando mi cuerpo a mulatos macizos como estos'.

La boca del mulato buscaba ahora sus pechos. Desatado el sostén, con ávida lengua mordisqueaba los mamelones. Lis, siempre osada, llevó una mano al mienbro de su acelerado amante, quien vio cómo su socio de batallas lo estaba pasando de puta madre: conducía con una mano, mientras la otra hurgaba en el sexo de Mar, cuya había separado sus muslos. ‘Ese dedo suyo’, casi de la largura y anchura de su enorme falo, lo utilizó para esta ocasión; pero por la fuerza que lo movía, parecía que iba a atravesar sus vaqueros. 

Llegaron al motel, y uno de los mulatos dejó su DNI en recepción y pidió una suitte. Subieron en el ascensor hasta la misma. Aquella suitte era la indicada para las pretensiones puertorriqueñas: dos camas enormes, sillones, jacuzzi, dos cuartos de baño, espejos en paredes y techo... Lis y Mar se fueron a uno de los baños, y mientras tanto uno de los mulatos instaló tres cámaras inalámbricas ocultas, sin haberle dicho a las chicas que iban a ser grabadas en todo momento.

Mientras Lis se aseaba sus partes íntimas en el bidé anatómico, y Mar hacía lo propio en la bañera, le dijo: ‘tenemos que 'hacérnoslo' enseguida si queremos acudir a la disco’. Mar asintió, pero en realidad lo que deseaba era gozar al máximo de su guapo y cachas mulato.  

Al cabo de unos diez minutos, las dos chicas salieron del baño, y ya estaban los mulatos listos para ‘la acción’. Pero antes, entre los cuatro, se bebieron media botella de ron, al tiempo que cada chica y su chico se desvestían y se metían mano. El calor del ron era el perfecto deshibidor.

Acababan de desnudarse, cuando uno de los mulatos dejó sobre la mesilla la botella y chilló: ‘¡venga, chicas, a lo que veníamos!’. Y, sin más, empezó a manosear por todos lados el cuerpo de Lis, parándose en su trasero. Sobre la marcha, le abrió bruscamente los muslos para poner a cien la palanca de sus labios inferiores. En ese momento, Lis pensó que por la pasta que soltaron, les pedirían hacer de todo. Su mulato bebió otro trago y se dejó caer boca arriba en la cama, esperando, sin duda, la boca de Lis para una felación.

Mar estaba ya en la otra cama. El otro mulato era más sensible: la besaba con ternura, mientras la llevaba en brazos al jacuzzi, donde no cabían los dos, debido a la envergadura de él. Mar no paraba de mirar su falo verticalizado, hasta que decidió lamer la parte rosada; aquel miembro empinado parecía un periscopio asomándose en el jacuzzi. Acarició su pecho negro hasta llegar a su miembro, que cogió con las dos manos e intentó metérselo en la boca, sin éxito. Lis, también estaba en sabrosa degustación. Su mulato le cogió la cabeza y la condujo hasta sus 25 centímetros de carne; sentía como una boa en su garganta. Antes de seguir, retiró a Lis y se levantó: ‘¡tomaremos algo más fuerte!’. Entonces sacó de aquel bolso (Mary Poppins), una cajita plateada, y le dijo a las dos que se acercasen. Esa cajita contenía cocaína pura. Hizo cuatro rayas sobre la mesilla, y las chicas, su compañero y él esnifaron, algo que no era nuevo para ellas porque en la discoteca ya la habían probado, auspiciada por el papá del hijo de Mar. El negro de Lis sacó del bolso una tercera botella de ron, pero como estaban en camas separadas, cogió cuatro vasos de plástico.

En ese punto de la sesión, ellas estaban medio borrachas y medio drogadas, sobre todo porque desconocían que todo ron ingerido contenía restos de varias drogas, además de un potente incentivo sexual, usado sólo para sementales, y esta explosiva mezcla fue la que causó un efecto fulminante en ellas, que no podían sostenerse, y sin poderlo evitar se tiraron a sus camas moviendo la mano como llamando a sus machos para que las penetrasen y así poder sofocar la calentura. 

Antes, el mulato que instaló las cámaras, las graduó para grabar cada detalle de cada rincón de las camas. Seguidamente, ambos cubrieron sus penes con finos pero resistentes forros. Luego, ‘cada oveja con su pareja’. El otro, asumiendo su papel de actor porno, penetró a Lis, que gozaba de lo lindo. Mientras el de las cámaras se fue a devorar la almeja de Mar, que se retorcía de gusto, pero pidió que la penetrase. Entonces cambió la boca por su tranca, y entera se la metió; Mar gritaba con más dolor que placer. Luego, misionero, y Mar, rugiendo, tuvo su primer orgasmo. A cuatro patas, se acoplaron bien, fusionando genitales. Mar lo sintió entero y a punto de otro orgasmo estuvo. Una de las cámaras filmó unos primeros planos de la gruta húmeda de Mar, recién bombeada por aquel torpedo, y el estado en el que quedó su vagina. A una seña del otro mulato, sacó su pene del sexo de Mar, se levantó y fue en busca de vaselina, que la tenía, ¡cómo no!, en el mismo bolso. Primero, se la aplicó en su pene y en su dedo, metiéndolo después por el ano de Mar, quien aceptó gustosa aquella invitación. Ya había probado el anal, pero no con un pene de semejantes proporciones, por lo que le fue inevitable sentir mucho dolor. A punto de explotar, sacó su verga del ano de Mar y se quitó el preservativo, saliendo, como un disparo, espeso y abundante semen contra cara y pecho de la chica, cuya pasó el dedo sobre sus senos y cogió un poco, se lo llevó a la boca, lo saboreó y se lo tragó. Otra cámara trabajaba a destajo: grababa el vaivén de la tranca en el ojete juvenil de Mar, grababa poniéndole a su mulato el preservativo con la boca, los quejidos reales... Y todo ello quedó listo en un vídeo que entre lo dos mulatos armaron.

Luego el turno de Lis. El mulato, recién 'satisfecho', fijó de nuevo una cámara mientras engrasaba con su saliva el agujero trasero de Lis, que a la vez tenía un consolador en su sexo hambriento y que lo sostenía cuando era encajada por retaguardia. Chillidos, rugidos, gemidos y performance anal, en un vídeo estaban ya. Sintiendo tan peculiar aleación, seis primeros planos de una enorme verga plastificada y llena de semen, era lo penúltimo que retuvo en su ensamblaje aquella cámara lujuriosa.

Luego de otro trago, los mulatos decidieron cambiar de pareja, y esta vez sin forro, con idea de subir el tono de la película. ‘Parejas lujuriosas, ovejas sueltas’. Cada mulato por separado penetrando cada uno a cada una, y las chicas sólo se limitaban a  abrir instintivamente las piernas. Y para remate final, hicieron un flamante limpiado a tan impresionantes miembros.

Un reloj ficticio pero piadoso, colocado imaginariamente en los genitales de aquella dos bestias mulatas, entregadas sin control al sexo, marcó que con seis horas de ‘operación canaria negro’ era suficiente. Las chicas, luego de los exhaustivos limpiados, quedaron completamente exhaustas, porque si a esa intensa sesión de sexo, añadimos droga y alcohol, la cosa no era para menos…

Luego de todo eso, a los dos mulatos nos les hubiese importado seguir las horas que fueses necesarias, pero optaron por ducharse y por vestirse, recogiendo sus bártulos y dejando a sus víctimas durmiendo, pero antes de marcharse las taparon con sábanas. Finalmente, aunaron los vaqueros, las blusas y los bolsos de las chicas y luego perfumaron el cuarto. ¿Y de dónde salió ese perfume? Jajajaja... De dónde sino del ya famoso bolso.

Ya pagada la habitación, antes de salir rumbo al aparcamiento el mulato actor le dijo al otro que por qué no subían de nuevo a la suitte y recogían el dinero que les habían dado a esas chicas. El otro, jefe de la operación, contestó concreto: ’no, correría la voz y en lo sucesivo habrá problema para enrolar en nuestras filas a nuevos yogures; además, eché una ojeada al vídeo y ha sido un éxito, por lo que la multinacional va a ganar centenas de miles de dólares más de los invertidos en las dos muchachas’.


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Deducción

Y así, de esta manera tan vil, tan embaucadora y tan traicionera, a Lis y a Mar, dos chicas liberales, con buenos cuerpos pero dos chicas dieciochoañeras, al fin y al cabo, las convirtieron en carne fresca en alquiler, para lucro económico de los que se esconden y nunca dan la cara.

Cuando Lis y Mar se dieron cuenta que habían sido utilizadas por una red muy poderosa, llenas de rabia quisieron poner el asunto en conocimiento de la policía. Pero las detuvo algo que le llegó de improviso: un paquete que contenía una cuantiosa suma de dólares para cada una, bajo la amenaza de que si no aceptaban el dinero y denunciaban, ‘las consecuencias podrían ser fatales’.

Las ya consolidadas en el porno, las chicharreras Lis y Mar, aun habiendo ganado bastante dinero, indefensas siguen estando. Mientras tanto, el rulo porno sigue pisando fuerte para que sigan siendo deseadas en el mundo de corrupción contra la juventud, después de visionar el vídeo de aquella lujuriosa noche de sexo, droga y alcohol en una habitación de lujo de un motel de lujo…


Epílogo

A modo de moraleja

Se comenta por todas partes lo horrible que es el mundo de la droga, y realmente lo es, pero no se habla tanto del mundo del porno; sobre todo de la encarnizada busca y captura de jóvenes, de ambos sexos, que carecen de un mínimo imprescindible para poder sobrevivir.


¿Hasta cuándo el argentino Francisco y los mangantes e irresponsables dirigentes mundiales permanecerán con la venda frente a semejante atrocidad?
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Mensaje  achl Miér Mayo 24, 2017 4:10 pm



Siempre igual

No sé, honestamente, por qué sigo peleando batallas inútiles que nunca podré ganar y que me llevarán a una guerra de la que no voy a salir bien parada, sino más bien con múltiples lesiones de gravedad que me van a perseguir el resto de mi existencia.

Me pregunto si a estas alturas debería haber aprendido que las batallas que peleo no son, necesariamente, cuestión de ganar o de perder porque son perdidas para ambas partes y las dos sólo luchan por observar quien hiere más al otro, o quien sale menos leso.

Todo empieza con una palabra fuera de lugar, o una mirada, o quizá un gesto. A veces, es el simple hecho de no hacer o decir nada y el ring del primer asalto pita. Si supiese de antemano en qué va a desencadenar el asalto, lo detendría muchísimo antes de que empezase, pero dadas las circunstancias, para cuando me doy cuenta, sólo consigo ver que estoy muy dentro de la boca del lobo, rodeada de dientes y de los cadáveres de mis otros errores, y salir de allí no parece ni remotamente una opción porque cada palabra que pronuncie, solamente logrará empujarme más dentro de las manos del boxeador, con el que peleo, el cual, por cierto, es más grande y fuerte que yo, sin mencionar que tiene una capacidad de pelea superior a la mía. ¿Y qué va a pasar? Voy a caer en el KO más rápido de la historia y empezaré a suplicar piedad mientras me arrastro por carbones calientes rezando para no empiece el segundo asalto, y cuando creo haberlo logrado... ¡ring, segundo asalto!

Cada vez que un asalto nuevo comienza, batallo sin cesar por controlar a una abominación horrible que vive dentro de mí y que busca a toda costa librarse de las cadenas que tanto me ha costado ponerle. Lo monstruoso que vive conmigo, sólo sirve para una cosa: destruir... y es muy bueno en eso, como toda buena abominación, y es entonces cuando al escuchar el ring empieza a luchar contra las cadenas, y un hombre pequeño, para el tamaño de la bestia en sí, lucha para mantenerle encadenado.

Es bueno preguntarse entonces si la batalla está ya siendo perdida por infinitos números de derrotas en contra. ¿Por qué no soltar a la bestia? ¿Por qué dejar que sume más derrotas a la lista interminable de batallas perdidas? Quizá sea que me guste acumular derrotas, que quizá a veces me gusta hacer lo que me complace, quizá es porque no estoy diseñada para vivir encadenada a decisiones ajenas, o a probar otras cosas, o no lo sé... Quizá sea, simplemente, que me guste perder...

Mi oponente, que siempre es el mismo, posee la habilidad de recordar cosas ocurridas cientos de años atrás, y aun así, olvidar cosas pasadas apenas con un minuto de diferencia. Y en esa capacidad inexorable de memoria yace su verdadero poder; yo, por otro lado, no consigo recordar qué cené ayer, ni mucho menos que pasó mes atrás. Sin importar lo feo, lo grande, o las marcas que pudiesen haber quedado de dichas batallas, casi siempre suelo olvidarlas y me aferro al final de ese capítulo cuando me quito la armadura y decido que me voy a curar yo misma mis heridas a la vez que guardaré en un lugar lejano de mi memoria cada palabra y cada hecho ocurrido entonces.

Y olvidar pareciese lo más sensato, pero cada vez que olvido es como si se repitiese la historia sin querer, o quizá queriendo desde lo mas hondo, tan hondo que desconcierta y lo desconozco. Y después de pelear con un gigante y levantarse del campo de batalla, sin fuerzas, sin armas, sin un mínimo de orgullo, sin nada... ¿Qué queda?

Queda recoger las piezas que tú mismo dejaste romper; queda recoger lo que restó de aquello que solías ser y que ya no eres mas; queda volver a ver a la bestia y darse cuenta de que, por ausencia de práctica, no es tan grande como parecía, y que quizá nunca lo fue...


Queda guardar todo lo ocurrido en una caja de cristal, donde puedes mirarlo día y noche, recordarlo, vivirlo, sentirlo, y ver cómo te destroza una y otra vez, pero sin que puedas tocarlo, sin que puedas cambiarlo, y sólo destinado a repetirlo por siempre


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Mensaje  achl Jue Mayo 25, 2017 5:28 pm




Club travesti de carretera


Este tipo de club, que cada vez abunda más, es uno de los muchos que hay en las carreteras de la geografía española, y creo que en las carreteras de muchos países de los cinco continentes, y que incluso son más frecuentados que los cabaré, donde supuestamente trabajan, sirven y 'atienden' sólo mujeres, siendo muchas de ellas auténticas bellezas, pero de cara y de cuerpo, además de juventud


Las paredes eran horrorosas, pero guapos candelabros dorados adornaban lo ruin. Una negra lámpara en el techo, iluminaba el salón, con tres sofás de armiño amarillo. Sobre un gran bracero de bronce, los rubíes enfurecidos parecían dientes de dragón. Se quemaban semillas de alucema y de incienso. En una mesa, un jarrón chino. ¿Qué escena aparecía?: 'dos pescadores pescaban un pez espada, que hería a uno de ellos en cara y manos; gotas carmesí en una blusa remangada, y el mar se bamboleaba entre olas blancas de espuma'. En el jarrón, hortensia rosa con pétalos secos. De las mesas caían manteles hacia el suelo. En los sofás, putas semi desnudas y cubiertas de polvo, rapadas al cero, pero doradas, salvo en un antifaz que les cubría los ojos, que eran de color azul.

Estaba Trini, de grandes senos y de lengua viperina. Conocía por su nombre los venenos, y su lengua era sucia como los falos que ya había lamido. Sabía insultar. Se había defecado en la cara del último cliente porque no le dio propina. Le mentó a la madre por los cuernos del padre, antes de lanzar al aire un hermoso gargajo amarillento. Se contoneaba cual serpiente y era la endemoniada del grupo, como la cima del Himalaya ¡Qué tetonas tenía la tía!, capaces de amamantar a todo un ejército de legionarios sedientos de leche de teta. Y entre sus opulentos muslos, la cripta de su sexo depilado exigía un cohombro marino, eternamente erecto.

Sentada en un piano blanco, dorada como poniente, Conchi, la madrileña, que en su mano derecha sostenía una copa con anís. La decían la madrileña, pero había nacido en Cádiz, Jamás había ido a Madrid. Había denunciado a la policía a un tipo del GRAPO, que se había encaprichado de ella en su visita al club. Llevaba el terrorista cheques por un valor de diez millones de pesetas, pero Conchi era puta por afición, y su cartilla jamás había estado en rojo. Rojos, sus labios, que ahora cataban anís. Mientras hacía el amor, era hembra que cazaba cual tigre-araña la espalda del cliente de turno, al que atenazaba con las piernas cual escorpión mutante, cuyos labios eran puro veneno. Moraban en sus ojos negros seis panteras rabiosas, pero su cuerpo era el de un ángel. ¿Cuántas pollas había bebido ya esa noche? Ninguna aún, por eso, anís en su boca, porque sus labios estaban secos y ella cabreada porque después de varias horas trabajando, aún no había degustado el sabor de un macho.

Sonaba en el reloj las tres de la madrugada y un cisne blanco en la azotea vomitaba su luz, enormemente ebrio. Curra se miraba en un espejo. Hoy había cocinado un conejo, que ella misma se ocupó de matarlo y pelarlo. ¡Qué soberbia la tía! Rapada al cero parecía un marine yankee; y lo era, porque era hombre, pero su culo había recibido ya el falo de cientos de machos. En realidad se llamaba Pepe, y era de Jerez. Con doce años, había chupado ya su primera verga. ¿Era gato o gata? Gata, pero sufrió horrores en su circuncisión. Ese día era como un pájaro al que le mutilan el sexo con alicates. No tenía tetas, pero su culo había recibido más semen y más vaselina que los que contienen los bancos de espermas. ¡Qué buen maromo podía haber sido si no fuese puto! Coleccionaba mariposas, y nunca bebía alcohol porque padecía del corazón. Era hembra en la cama, sedienta de deseo, esclava absoluta. En su pecho, tatuada había una cruz. Y sólo 'se lo hacía' por dinero. Belleza endeble que si tuviese navaja sería felina.

Lis ojeaba una revista del corazón, en cuya portada una Infanta de España proclamaba su divorcio. Tenía zarcillos de oro puro en las orejas. Repito que todos estos angelitos se hallaban rapados y dorados. El polvo de oro los hacía exóticos, como pájaros semi demonios. Lis era pequeñaja y traviesa, escondía una libélula en su pecho, y sus mamas, repletas de miel de higuera, conocían el significado del pellizco. Acababa de estar con un cliente y había triunfado. ¡Qué felación tan chachi le había hecho por 50 pavos! El tipo era gordo, peludo y con mostachos mexicanos y andares patosos. Se empeñaba en decir... ¡manita, manita!, mientras lo succionaba entero. Pero no había sido generoso con ella. Había pagado, pero no le había dado propina, y Lis trinaba. Por eso le dio una patada al gato. Leía que la Infanta Elena estaba ya harta de su marido, pero que en la actualidad era muy feliz. También Lis quisiera degollar a algunos hombres y cortarles el pescuezo, como a gallinas.

Laly temblaba porque era su primera noche. En sus labios había una amapola virgen, y sus dientes no conocían aún el quid de la mordedura. ¿Quién te penetrará esta noche por vez primera? Juan te robó el virgo, y Pepe y Jorge, y Federico, y Carlos, y Adolfo, y Felipe, y Ramón y Rodrigo, y Enrique…, pero nunca 'te lo hiciste' por dinero. Tus pechos son hermosos, como peras inmensas, y hay en tu pubis un olor a romero y salvia. Es tu pureza como la de la azucena mustia; y en tus ojos, la noche y la luna destilan su fría incógnita.


Sólo un cuadro, de autor anónimo, era a esas horas testigo directo del perfecto crimen que la alcoba escondía


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Mensaje  achl Dom Mayo 28, 2017 12:03 pm



El día a día es lo único que cuenta[/size]

[size=16]Esta es la historia de Rita: una guapa y hermosa mujer de treinta y seis años. Estaba casada, pero no podía disfrutar de su marido por él haber padecido, tres años atrás, un accidente laboral, que lo mantenía en cama, y vivo a base de medicamentos, cuyos le producían impotencia sexual

Ese día estaba intranquila. Le dio las medicinas a su marido, y éste se durmió en el acto; los efectos secundarios actuaban como somnífero. Y merced a la situación desde el accidente, Rita tenía intervalos de ocho horas libres para hacer lo que le viniese en ganas.

Solía dejar ese tiempo para hacer las tareas de la casa mientras veía sus novelas en la televisión. A veces, escuchaba música, o leía algún libro, o confeccionaba alguna prenda en su máquina de coser, sin temor alguno a perturbar el descanso de su marido, que tampoco era necesario ya que él perdía toda noción al ingerir los medicamentos.

Imbuida varias horas en la lectura de un libro, había apagado muy tarde la luz esa noche. Avanzó en el libro hasta más de la mitad, y se prometió acabarlo durante el próximo descanso médico de su marido.

Ese día, no obstante, no bien su marido se durmió, intentó leer, pero en absoluto se concentraba; dejó el libro sobre la mesilla y se recostó en la cama, entrelazando los brazos por detrás de la nuca. No podía sacar de su cabeza lo que le había ocurrido en la cocina luego de almorzar. Al ser, anormalmente, un día muy caluroso de primavera y estando averiado en su vivienda el aire acondicionado, dejó la puerta de salida a las escaleras abierta, con la idea de que corriera un poco de aire.

De repente, su vecino de puerta, 'amigo' del matrimonio, se acercó a ella por detrás, mientras estaba fregando y, sin mediar provocación, la cogió de la cintura, presionando su pelvis contra las nalgas de Rita, cuya sintió por encima del delantal una vigorosa masculinidad en sus nalgas, siendo todo tan inesperado y rápido que no pudo reaccionar. Al creer ese vecino que Rita cedía, presionó más fuerte, preguntándole, sin rodeos, si quería ser poseída allí mismo. Rita, indignada y sacudiendo las manos húmedas, lo empujó y se apartó del fregadero, y al alejarse, él vio cómo sus nalgas succionaban el delantal entre las piernas. Desafiante, levantó la cabeza, haciéndose inalcanzable al deseo del intruso, al que expulsó de su casa, cerrando después la puerta con llave y cerrojos.

Nerviosa, entró a su cuarto y se echó en la cama junto a su marido, que apartó la mirada de la televisión y le preguntó:

____¿Te pasa algo?
____Nada. Sólo que estoy cansada -mintió. No quería preocuparle.

'¿Hago mal con no contarle lo que me ha sucedido?, pero puedo hundirle más aún si le cuento que he sentido algo muy fuerte', pensó.

El corazón muy acelerado, el cuerpo trémulo y la respiración jadeante le hacían crecer los senos, y a punto estaba de estallar la tela del sostén.

Cerró los ojos con idea de relajarse. Inútil. Le venía una imagen de manos sujetándola por la cintura. Sentía la dureza varonil de aquel que la quería violar, sentía su propio nerviosismo por escapar de esas manos, sentía el caminar acelerado de él rumbo a su pieza...

Como veinte minutos después de eso, medio recuperó la calma, le dio un beso en la frente a su marido y le secó sudor en torno a las cejas. Meditó que tenía que hacer algo para quitarle importancia al asunto, pero a más empeño en ello, más turbada se ponía.

Leer le resultaba imposible, así que se dispuso a preparar la comida, pero recordó el suceso y como aún no se había tranquilizado del todo para irse a la cocina de nuevo, se puso a revisar la ropa sin planchar.

Puso la mesa de planchar y se sentó al borde de la cama. Miraba el suelo como queriendo encontrar una respuesta en él. Trataba de olvidar aquel incidente, pero no lo lograba. Tenía en la piel lo ocurrido y, cada vez que lo recordaba, un escalofrío la recorría de pies a cabeza. Esa ambigüedad entre la indignación y... '¡No, no puede ser...!', pensó, martirizándose.

Por más que hacía por desconocerlo, sabía que había sentido algo inédito en ella. Cuando su vecino puso las manos en su cintura, tuvo la intención de abrir las piernas, incluso cerró los ojos, a modo de entrega. Una fuerza inevitable la incitaba a caer en la tentación, pero pudo más su voluntad y su pudor de mujer casada.

'¿Y si...? ¡No, no, por Dios...! ¡No!... -pensó.
'¿No será que estaba desvariando?' -pensó de nuevo, preguntándose.

Era posible, tanto tiempo desvelándose por su marido la tenía estresada.
Aun habiéndose calmado un poco, volvió a caer en la confusión sintiendo que un temblor recorría todo su cuerpo.

'¡No pienses tonterías, Rita!', parecía escuchar de su conciencia.

Se entregó a la inacción de pensamiento y cuerpo. No pensaba en nada. Pero de pronto la conciencia volvió a la carga con la imagen de la cocina. Se sorprendió por pensar en la posibilidad de tener un rollo para sofocar su calentura. Lo más normal era dejarse llevar por lo que sentía, pero la torturaba su condición de señora fiel. Eso, siendo carnalmente bueno y necesario, era pecado mortal, y ella era creyente y practicante.

Vio su figura en el espejo como reto. Era guapa y con buen cuerpo, y su delantal mojado, pegado y corto, traslucía los muslos. Se veía apetitosa. Su escote entreabierto, dejaba a la vista más de la mitad de los pechos, cuyos pezones amenazaban con desgarrar el sostén, humedecido por la transpiración. Su cuerpo resbaladizo chorreaba voluptuosidad y lujuria.

Inocente a los estragos que podía ocasionar en los hombres, sus curvas invitaban al atrevimiento. Y aquella desnudez del triangulo, que apenas se veía entre los botones del delantal, clamaba lo suyo...

Evitaba mirarse al espejo porque, de hacerlo, desnudaría el deseo ante quien no guardaba secretos, porque todo lo sabe y conoce respecto de ella. '¡No Dios mío, no...!', se dijo llorando y llevándose, horrorizada, las manos a los ojos.

Cuando logró mantener la vista fija ante su propia imagen, esos confusos pensamientos se tornaron racionales y lógicos: todo aquello era producto de... no se atrevía a reconocerlo. Pero sabía sin decírselo que tenía parte de culpa de aquello que estaba experimentando, independientemente de lo que había sucedido en la cocina.

'La realidad es que llevo ya demasiado tiempo sin sexo', se justificó ante el espejo, que la escrutaba despiadadamente. Notaba que su cuerpo le exigía más que abrazar al marido enfermo, y era por eso que las fuerzas atávicas de su anatomía, conscientemente traducían con coqueterías lo que su razón no quería reconocer. Y los hombres sabían leer el idioma de las maneras y los movimientos femeninos. Los hombres eran maestros en traducir las turbaciones de las féminas, y eso era lo que leía en ella el vecino. Amaba a su marido, y no era su culpa sentir ganas de hacer el amor con él que, debido a su eterna enfermedad, sufría impotencia sin posibilidad alguna de recuperación.

Y ahí quedaba siempre esa presión interna, que no podía concluir lo que sus intentos buscaban. Terminaba afiebrada, con mal genio, y todo se le tornaba hostil al pensar que llevaba más de tres años sin catar macho.

'La tierra en barbechos se expresa con sus malezas, que, coquetas, se apoderan de todo el sol', se dijo para sí este inoportuno pensamiento.

La mirada del espejo la sorprendió diciéndole que no había nada de malo sentir deseos, y que no implicaba pecado, porque al fin y al cabo ella era humana, una mujer de carne y huesos. Al asimilar este pensamiento fue presa de un vértigo tan incisivo que tuvo que sentarse nuevamente en el borde de la cama.

'Dame fuerza, cariño', decía en voz baja al marido, sabiendo que si gritaba, él no podía escucharla.

Su cuerpo empezaba a temblar por razones distintas: miedo al pecado y miedo a la infidelidad. Abrió el cajón del escritorio y sacó de él una Biblia, leyó un pasaje y después rezó un Padrenuestro y tres Ave María. Deducía que si pensaba tanto en ello era por... '¡No, no, Dios mío, no!'.

Cuando volvió a mirarse al espejo, estaba más calmada. En cierto modo, veía a la Rita de siempre, una mujer sexuada sólo para su marido. Bebió agua, se puso bien el delantal y al disponerse de nuevo a irse a la cocina se animó: 'serénate Rita, si te vuelve a molestar le dices que no eres una ramera, que lo perdonabas, que aquí no ha sucedido nada y que seamos buenos vecinos'. Este guión la templó y le dio fuerza para irse tal y como estaba vestida y seguir con el fregado de la vajilla.

Apenas comenzó el sonido de los platos, sintió pasos acercándose por el patio. El corazón comenzó a acelerarse, la sangre le pintó las mejillas y la respiración se le entrecortaba. Lo sintió venir y sin saber cómo entrar a la cocina. Luego, imaginó que él le pedía disculpas, que la culpa de todo la tenía Dios por darle tanta belleza. Giró la cabeza y sonrió. Esa su sonrisa incluía disculpa, y punto y final. Haciendo negativas con la cabeza, volvió al fregado.

____Lo intento, pero no soy capaz de retener mi impulso ante cuerpo tan esbelto. Te pido perdón, pero no tengo gen que me proteja de la belleza de una mujer tan voluptuosa.

Al escuchar tal insinuación, notó que se ponía detrás de ella. Su cercanía le agarrotaba las manos: cogía, insegura, platos, vasos, cubiertos... Y sus mejillas se encendieron cuando él la ciñó de la cintura.

Rumiando ella una respuesta, él la apretó contra sí. Mareo fugaz la dejó con la mente en blanco. Al volverle el raciocinio, recordó el discurso que había preparado. Iba a decir la primera palabra, cuando él se adelantó y le dijo a sovoz:

____Carpe Diem. El lenguaje de tu cuerpo habla el mismo idioma que el mío, que me está diciendo que te posea en este momento.

Volvió a sentir el vértigo que la acercaba al vacío en forma incontrolable. La cogió de la cintura y deslizó la mano por debajo del delantal. Acarició sus nalgas y trepó para luego meter la mano cual cuña por debajo de las bragas, hecho que respondía a sus vaticinios, por lo que podía obviar los preparativos: la condescendiente humedad era más que suficiente.

____Estoy a las puertas del Paraíso -dijo él, besándole el cuello.

Cerró los ojos. Él seguía loando su belleza, esperando luz verde, aunque roja por haber llegado hasta la mismísima vagina. Imprimió más empeño a su osadía. Ella ya no se resistía y, considerando el tiempo necesario por haberse defendido con dignidad, dio vía libre a su animalidad. Seguía con las manos en el fregadero, él la tenía aprisionada entre éste y su cuerpo.

Después de estimular la entrada, el violador dirigió su glande al punto de convergencia. Ella lo sentía empujar vanamente en busca de su flor, pero no sabía qué hacer con las manos porque en ese momento y en virtud de cómo estaban las cosas, el fregado pasaba a un segundo plano.

Como quien se agarra a débil rama para no caer a un barranco, cogió con firmeza un rodillo de cocina a la vez que juntaba fuertemente los muslos, mientras él le iba diciendo que no obrase contra sus propios deseos. Pero cuando alzó el rodillo, para intimidarlo, bruscamente él abrió el delantal, haciendo volar los botones. La rodeó con sus brazos y, sin percatarse de que ella tenía rodillo en mano, le dio la vuelta quedando cara a cara. Por la violencia del giro, nuevamente se le abrieron los muslos, y entonces él interpuso entre ellos su dura virilidad.

Mantenía los brazos por detrás, sujetándose con una mano al fregadero y con la otra asida al rodillo. Él quedó mirándola desafiante, y ella vio cómo clavaba sus ojos en los pechos. Como la empujaba hacia atrás, no podía asestarle el golpe definitivo, y se retuvo, pero él la cogió de la cintura, la alzó y la sentó en el borde del fregadero, acercó su erecto miembro que, abriéndose paso, se coló en el punto neurálgico

Entonces vino la sorpresa. Él vio por última vez una cara altanera; por su lado, ella, sintió por última vez la penetración del macho, porque, cuando empezó a presionar el glande, venciendo la leve resistencia de los labios inferiores, alzó el rodillo por detrás de la espalda visualizando el golpe en dirección al cráneo. Entonces presionó más aún la intimidad de ella hasta invadir ese territorio bendito con su virilidad. Gritó de dolor al tiempo que comprobó que aquel miembro había avanzado más allá del espacio que jamás había coronado su esposo. Dos embestidas después, ella sintió ese caldo eléctrico y soltó el rodillo, rompiendo platos y vasos.

____¡Ahhh! -exclamó ella con la mirada perdida al soportar ese enajenado ritmo de empuje. Dio un grito, ahora de placer, llevó su boca a la de él y se la comió a besos, buscando su lengua con la suya.

'Luego' abandonó el sitio de pecado y fue a ducharse. Seguía dormido su marido. Se echó a su lado, pensando y con los ojos bien abiertos. Su rostro iba experimentando una extraña metamorfosis; empezando por una risa contenida, pasando por una ligera preocupación, para culminar en una inmensa desesperación por recordar que, por lo inesperado y porque hacía tiempo que no lo usaba ya... ¡no se había tomado ningún anticonceptivo!

____Hola, mi amor -la saludó el marido cuando se despertó.
____Hola -contestó, medio ausente y poniéndose las manos en su vientre, palpitante, inquietante...


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No deberíamos obsesionarnos con lo que nos vaya a deparar el destino. Lo que vale es el día a día. Puede que Dios nos conceda más inviernos, o puede que éste, que azota el mar contra las rocas de los acantilados, sea el último, pero mientras sigan golpeando las olas, no es aconsejable pensar en el tiempo que nos queda, sólo amparados en la esperanza. Si perdemos el tren que se nos presenta en toda vía, el tiempo se nos escapa. Aprovechemos el hoy, y no nos refugiemos en la incertidumbre del mañana
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Mensaje  achl Dom Mayo 28, 2017 12:12 pm



El día a día es lo lo único que cuenta

Esta es la historia de Rita: una guapa y hermosa mujer de treinta y seis años. Estaba casada, pero no podía disfrutar de su marido por él haber padecido, tres años atrás, un accidente laboral, que lo mantenía en cama, y vivo a base de medicamentos, cuyos le producían impotencia sexual


Ese día estaba intranquila. Le dio las medicinas a su marido, y éste se durmió en el acto; los efectos secundarios actuaban como somnífero. Y merced a la situación desde el accidente, Rita tenía intervalos de ocho horas libres para hacer lo que le viniese en ganas.

Solía dejar ese tiempo para hacer las tareas de la casa mientras veía sus novelas en la televisión. A veces, escuchaba música, o leía algún libro, o confeccionaba alguna prenda en su máquina de coser, sin temor alguno a perturbar el descanso de su marido, que tampoco era necesario ya que él perdía toda noción al ingerir los medicamentos.

Imbuida varias horas en la lectura de un libro, había apagado muy tarde la luz esa noche. Avanzó en el libro hasta más de la mitad, y se prometió acabarlo durante el próximo descanso médico de su marido.

Ese día, no obstante, no bien su marido se durmió, intentó leer, pero en absoluto se concentraba; dejó el libro sobre la mesilla y se recostó en la cama, entrelazando los brazos por detrás de la nuca. No podía sacar de su cabeza lo que le había ocurrido en la cocina luego de almorzar. Al ser, anormalmente, un día muy caluroso de primavera y estando averiado en su vivienda el aire acondicionado, dejó la puerta de salida a las escaleras abierta, con la idea de que corriera un poco de aire.

De repente, su vecino de puerta, 'amigo' del matrimonio, se acercó a ella por detrás, mientras estaba fregando y, sin mediar provocación, la cogió de la cintura, presionando su pelvis contra las nalgas de Rita, cuya sintió por encima del delantal una vigorosa masculinidad en sus nalgas, siendo todo tan inesperado y rápido que no pudo reaccionar. Al creer ese vecino que Rita cedía, presionó más fuerte, preguntándole, sin rodeos, si quería ser poseída allí mismo. Rita, indignada y sacudiendo las manos húmedas, lo empujó y se apartó del fregadero, y al alejarse, él vio cómo sus nalgas succionaban el delantal entre las piernas. Desafiante, levantó la cabeza, haciéndose inalcanzable al deseo del intruso, al que expulsó de su casa, cerrando después la puerta con llave y cerrojos.

Nerviosa, entró a su cuarto y se echó en la cama junto a su marido, que apartó la mirada de la televisión y le preguntó:

____¿Te pasa algo?
____Nada. Sólo que estoy cansada -mintió. No quería preocuparle.

'¿Hago mal con no contarle lo que me ha sucedido?, pero puedo hundirle más aún si le cuento que he sentido algo muy fuerte', pensó.

El corazón muy acelerado, el cuerpo trémulo y la respiración jadeante le hacían crecer los senos, y a punto estaba de estallar la tela del sostén.

Cerró los ojos con idea de relajarse. Inútil. Le venía una imagen de manos sujetándola por la cintura. Sentía la dureza varonil de aquel que la quería violar, sentía su propio nerviosismo por escapar de esas manos, sentía el caminar acelerado de él rumbo a su pieza...

Como veinte minutos después de eso, medio recuperó la calma, le dio un beso en la frente a su marido y le secó sudor en torno a las cejas. Meditó que tenía que hacer algo para quitarle importancia al asunto, pero a más empeño en ello, más turbada se ponía.

Leer le resultaba imposible, así que se dispuso a preparar la comida, pero recordó el suceso y como aún no se había tranquilizado del todo para irse a la cocina de nuevo, se puso a revisar la ropa sin planchar.

Puso la mesa de planchar y se sentó al borde de la cama. Miraba el suelo como queriendo encontrar una respuesta en él. Trataba de olvidar aquel incidente, pero no lo lograba. Tenía en la piel lo ocurrido y, cada vez que lo recordaba, un escalofrío la recorría de pies a cabeza. Esa ambigüedad entre la indignación y... '¡No, no puede ser...!', pensó, martirizándose.

Por más que hacía por desconocerlo, sabía que había sentido algo inédito en ella. Cuando su vecino puso las manos en su cintura, tuvo la intención de abrir las piernas, incluso cerró los ojos, a modo de entrega. Una fuerza inevitable la incitaba a caer en la tentación, pero pudo más su voluntad y su pudor de mujer casada.

'¿Y si...? ¡No, no, por Dios...! ¡No!... -pensó.
'¿No será que estaba desvariando?' -pensó de nuevo, preguntándose.

Era posible, tanto tiempo desvelándose por su marido la tenía estresada. Aun habiéndose calmado un poco, volvió a caer en la confusión sintiendo que un temblor recorría todo su cuerpo.

'¡No pienses tonterías, Rita!', parecía escuchar de su conciencia.

Se entregó a la inacción de pensamiento y cuerpo. No pensaba en nada. Pero de pronto la conciencia volvió a la carga con la imagen de la cocina. Se sorprendió por pensar en la posibilidad de tener un rollo para sofocar su calentura. Lo más normal era dejarse llevar por lo que sentía, pero la torturaba su condición de señora fiel. Eso, siendo carnalmente bueno y necesario, era pecado mortal, y ella era creyente y practicante.

Vio su figura en el espejo como reto. Era guapa y con buen cuerpo, y su delantal mojado, pegado y corto, traslucía los muslos. Se veía apetitosa. Su escote entreabierto, dejaba a la vista más de la mitad de los pechos, cuyos pezones amenazaban con desgarrar el sostén, humedecido por la transpiración. Su cuerpo resbaladizo chorreaba voluptuosidad y lujuria.

Inocente a los estragos que podía ocasionar en los hombres, sus curvas invitaban al atrevimiento. Y aquella desnudez del triangulo, que apenas se veía entre los botones del delantal, clamaba lo suyo...

Evitaba mirarse al espejo porque, de hacerlo, desnudaría el deseo ante quien no guardaba secretos, porque todo lo sabe y conoce respecto de ella. '¡No Dios mío, no...!', se dijo llorando y llevándose, horrorizada, las manos a los ojos.

Cuando logró mantener la vista fija ante su propia imagen, esos confusos pensamientos se tornaron racionales y lógicos: todo aquello era producto de... no se atrevía a reconocerlo. Pero sabía sin decírselo que tenía parte de culpa de aquello que estaba experimentando, independientemente de lo que había sucedido en la cocina.

'En verdad, llevo demasiado tiempo sin sexo', se justificó ante el espejo, que la escrutaba despiadadamente. Notaba que su cuerpo le exigía más que abrazar al marido enfermo, y era por eso que las fuerzas atávicas de su anatomía, conscientemente traducían con coqueterías lo que su razón no quería reconocer. Y los hombres sabían leer el idioma de las maneras y los movimientos femeninos. Los hombres eran maestros en traducir las turbaciones de las féminas, y eso era lo que leía en ella el vecino. Amaba a su marido, y no era su culpa sentir ganas de hacer el amor con él que, debido a su eterna enfermedad, sufría impotencia sin posibilidad alguna de recuperación.

Y ahí quedaba siempre esa presión interna, que no podía concluir lo que sus intentos buscaban. Terminaba afiebrada, con mal genio, y todo se le tornaba hostil al pensar que llevaba más de tres años sin catar macho.

'La tierra en barbechos se expresa con sus malezas, que, coquetas, se apoderan de todo el sol', se dijo para sí este inoportuno pensamiento.

La mirada del espejo la sorprendió diciéndole que no había nada de malo sentir deseos, y que no implicaba pecado, porque al fin y al cabo ella era humana, una mujer de carne y huesos. Al asimilar este pensamiento fue presa de un vértigo tan incisivo que tuvo que sentarse nuevamente en el borde de la cama.

'Dame fuerza, cariño', decía en voz baja al marido, sabiendo que si gritaba, él no podía escucharla.

Su cuerpo empezaba a temblar por razones distintas: miedo al pecado y miedo a la infidelidad. Abrió el cajón del escritorio y sacó de él una Biblia, leyó un pasaje y después rezó un Padrenuestro y tres Ave María. Deducía que si pensaba tanto en ello era por... '¡No, no, Dios mío, no!'.

Cuando volvió a mirarse al espejo, estaba más calmada. En cierto modo, veía a la Rita de siempre, una mujer sexuada sólo para su marido. Bebió agua, se puso bien el delantal y al disponerse de nuevo a irse a la cocina se animó: 'serénate Rita, si te vuelve a molestar le dices que no eres una ramera, que lo perdonabas, que aquí no ha sucedido nada y que seamos buenos vecinos'. Este guión la templó y le dio fuerza para irse tal y como estaba vestida y seguir con el fregado de la vajilla.

Apenas comenzó el sonido de los platos, sintió pasos acercándose por el patio. El corazón comenzó a acelerarse, la sangre le pintó las mejillas y la respiración se le entrecortaba. Lo sintió venir y sin saber cómo entrar a la cocina. Luego, imaginó que él le pedía disculpas, que la culpa de todo la tenía Dios por darle tanta belleza. Giró la cabeza y sonrió. Esa su sonrisa incluía disculpa, y punto y final. Haciendo negativas con la cabeza, volvió al fregado.

____Lo intento, pero no soy capaz de retener mi impulso ante cuerpo tan esbelto. Te pido perdón, pero no tengo gen que me proteja de la belleza de una mujer tan voluptuosa.

Al escuchar tal insinuación, notó que se ponía detrás de ella. Su cercanía le agarrotaba las manos: cogía, insegura, platos, vasos, cubiertos... Y sus mejillas se encendieron cuando él la ciñó de la cintura.

Rumiando ella una respuesta, él la apretó contra sí. Mareo fugaz la dejó con la mente en blanco. Al volverle el raciocinio, recordó el discurso que había preparado. Iba a decir la primera palabra, cuando él se adelantó y le dijo a sovoz:

____Carpe Diem. El lenguaje de tu cuerpo habla el mismo idioma que el mío, que me está diciendo que te posea en este momento.

Volvió a sentir el vértigo que la acercaba al vacío en forma incontrolable. La cogió de la cintura y deslizó la mano por debajo del delantal. Acarició sus nalgas y trepó para luego meter la mano cual cuña por debajo de las bragas, hecho que respondía a sus vaticinios, por lo que podía obviar los preparativos: la condescendiente humedad era más que suficiente.

____Estoy a las puertas del Paraíso -dijo él, besándole el cuello.

Cerró los ojos. Él seguía loando su belleza, esperando luz verde, aunque roja por haber llegado hasta la mismísima vagina. Imprimió más empeño a su osadía. Ella ya no se resistía y, considerando el tiempo necesario por haberse defendido con dignidad, dio vía libre a su animalidad. Seguía con las manos en el fregadero, él la tenía aprisionada entre éste y su cuerpo.

Después de estimular la entrada, el violador dirigió su glande al punto de convergencia. Ella lo sentía empujar vanamente en busca de su flor, pero no sabía qué hacer con las manos porque en ese momento y en virtud de cómo estaban las cosas, el fregado pasaba a un segundo plano.

Como quien se agarra a débil rama para no caer a un barranco, cogió con firmeza un rodillo de cocina a la vez que juntaba fuertemente los muslos, mientras él le iba diciendo que no obrase contra sus propios deseos. Pero cuando alzó el rodillo, para intimidarlo, bruscamente él abrió el delantal, haciendo volar los botones. La rodeó con sus brazos y, sin percatarse de que ella tenía rodillo en mano, le dio la vuelta quedando cara a cara. Por la violencia del giro, nuevamente se le abrieron los muslos, y entonces él interpuso entre ellos su dura virilidad.

Mantenía los brazos por detrás, sujetándose con una mano al fregadero y con la otra asida al rodillo. Él quedó mirándola desafiante, y ella vio cómo clavaba sus ojos en los pechos. Como la empujaba hacia atrás, no podía asestarle el golpe definitivo, y se retuvo, pero él la cogió de la cintura, la alzó y la sentó en el borde del fregadero, acercó su erecto miembro que, abriéndose paso, se coló en el punto neurálgico

Entonces vino la sorpresa. Él vio por última vez una cara altanera; por su lado, ella, sintió por última vez la penetración del macho, porque, cuando empezó a presionar el glande, venciendo la leve resistencia de los labios inferiores, alzó el rodillo por detrás de la espalda visualizando el golpe en dirección al cráneo. Entonces presionó más aún la intimidad de ella hasta invadir ese territorio bendito con su virilidad. Gritó de dolor al tiempo que comprobó que aquel miembro había avanzado más allá del espacio que jamás había coronado su esposo. Dos embestidas después, ella sintió ese caldo eléctrico y soltó el rodillo, rompiendo platos y vasos.

____¡Ahhh! -exclamó ella con la mirada perdida al soportar ese enajenado ritmo de empuje. Dio un grito, ahora de placer, llevó su boca a la de él y se la comió a besos, buscando su lengua con la suya.

'Luego' abandonó el sitio de pecado y fue a ducharse. Seguía dormido su marido. Se echó a su lado, pensando y con los ojos bien abiertos. Su cara iba experimentando una muy extraña metamorfosis; empezando por una risa contenida, pasando por una leve preocupación, para culminar en una inmensa desesperación por recordar que, por lo inesperado y porque hacía tiempo que no lo usaba ya... ¡no se había tomado ningún anticonceptivo!

____Hola, mi amor -la saludó el marido cuando se despertó.
____Hola -contestó, medio ausente y poniéndose las manos en su vientre, palpitante, inquietante...


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No deberíamos obsesionarnos con lo que nos vaya a deparar el destino. Lo único que cuenta es el día a día. Puede que Dios nos conceda más inviernos, o puede que éste, que azota el mar contra las rocas de los acantilados, sea el último, pero mientras sigan golpeando las olas, no es nada aconsejable pensar en el tiempo que nos queda, sólo amparados en la esperanza. Si perdemos el tren que se nos presenta en toda vía, el tiempo se nos escapa. Aprovechemos el hoy, y no nos refugiemos en la incertidumbre del mañana
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Mensaje  achl Lun Mayo 29, 2017 1:03 pm



Ardiente pintos, ardiente su pintura

Su corazón retumbaba, como en una fiesta a todo color. Una fiesta orquestada por la enorme sensación de que había tocado el cielo.

Su piel rozaba cubriéndola como manto tibio, pero su mirada quería poseer sus ojos. Su sed la devoraba cada segundo que pasaba. Sus ojos, aleonados, la dominaban.

Las manos de aquel ilustre pintor las usaba también como un escultor que modelaba la arcilla fresca, húmeda -así era ella, como su carne, igual-. Sus manos delineaban sus formas para amar cada poro de su cuerpo.

Blanda y fresca inicialmente, pero a los pocos minutos hervía entre sus muslos esa humedad del néctar que mutuamente disfrutaban. Y hasta sus cabellos lamía, como si elaborase tatuaje meticuloso.

Con su miembro viril, que entraba profusamente, pero con tanta ternura en su entrepiernas, que ella le absorbía hasta sus últimos alientos, jadeante y silenciosa.

Después, su ansiosa boca recibía ese atributo entregado, como un alma líquida, para que una parte de él nunca olvidase, ya que habitó entre sus estremecimientos y la hizo cómplice de ser muy amada hasta sembrar su esencia líquida.

El pintor ardía por ella y no quería detenerse nunca.

'Veo que aún conservo la pasión del primer amor; veo que todavía soy el hombre poeta', pensaba cegado en su éxtasis.

La destrozaba, enajenadamente, con esa parte tan intima de su cuerpo, ambos jadeantes. No pararían jamás, como si participaran de un maratón cuya meta ya la habían cruzado y seguían en el cielo.

Su cuerpo elástico le daba más placer y más resistencia para recibir las violentas contorsiones que el célebre pintor le enclavaba.

Luego de ese trote, ella automáticamente se ponía boca abajo, para que él retome con el mismo ritmo de su cabalgadura.

Después… el cielo de sus pechos sobre sus muslos, su aliento que le embargaba a otro tipo de universo que un hombre únicamente puede vivir con la mujer que ama.

Así acabó su primera cita impensada, completamente desnudo el pinto,r abrazando a ella como un ser indefenso, contemplando su piel trigueña, cobriza cual inca. Candorosa, sensible y circunspecta a su voluntad. Su abanico azabache que poseía por caballera humectada y empapada por la gran lengua lamedora de ilustre pintor.

Ella seguía tumbada, como si esperase la mirada de Tiziano para ser eternizada en lienzo.

Y los niveles horizontales de su figura, fulgurosa por el sudor y los rayos del sol abrasador. Mirarla así, en tal escena, trajo en él la esperanza de un nuevo destino a su vida...


Su cuerpo, jadeante, y él seguía acariciándolo como si quisiese tocar el sueño en el que ella navegaba


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Mensaje  achl Lun Mayo 29, 2017 1:05 pm



Ardiente el pintor, ardiente su pintura

Su corazón retumbaba, como en una fiesta a todo color. Una fiesta orquestada por la enorme sensación de que había tocado el cielo.

Su piel rozaba cubriéndola como manto tibio, pero su mirada quería poseer sus ojos. Su sed la devoraba cada segundo que pasaba. Sus ojos, aleonados, la dominaban.

Las manos de aquel ilustre pintor las usaba también como un escultor que modelaba la arcilla fresca, húmeda -así era ella, como su carne, igual-. Sus manos delineaban sus formas para amar cada poro de su cuerpo.

Blanda y fresca inicialmente, pero a los pocos minutos hervía entre sus muslos esa humedad del néctar que mutuamente disfrutaban. Y hasta sus cabellos lamía, como si elaborase tatuaje meticuloso.

Con su miembro viril, que entraba profusamente, pero con tanta ternura en su entrepiernas, que ella le absorbía hasta sus últimos alientos, jadeante y silenciosa.

Después, su ansiosa boca recibía ese atributo entregado, como un alma líquida, para que una parte de él nunca olvidase, ya que habitó entre sus estremecimientos y la hizo cómplice de ser muy amada hasta sembrar su esencia líquida.

El pintor ardía por ella y no quería detenerse nunca.

'Veo que aún conservo la pasión del primer amor; veo que todavía soy el hombre poeta', pensaba cegado en su éxtasis.

La destrozaba, enajenadamente, con esa parte tan intima de su cuerpo, ambos jadeantes. No pararían jamás, como si participaran de un maratón cuya meta ya la habían cruzado y seguían en el cielo.

Su cuerpo elástico le daba más placer y más resistencia para recibir las violentas contorsiones que el célebre pintor le enclavaba.

Luego de ese trote, ella automáticamente se ponía boca abajo, para que él retome con el mismo ritmo de su cabalgadura.

Después… el cielo de sus pechos sobre sus muslos, su aliento que le embargaba a otro tipo de universo que un hombre únicamente puede vivir con la mujer que ama.

Así acabó su primera cita impensada, completamente desnudo el pinto,r abrazando a ella como un ser indefenso, contemplando su piel trigueña, cobriza cual inca. Candorosa, sensible y circunspecta a su voluntad. Su abanico azabache que poseía por caballera humectada y empapada por la gran lengua lamedora de ilustre pintor.

Ella seguía tumbada, como si esperase la mirada de Tiziano para ser eternizada en lienzo.

Y los niveles horizontales de su figura, fulgurosa por el sudor y los rayos del sol abrasador. Mirarla así, en tal escena, trajo en él la esperanza de un nuevo destino a su vida...


Su cuerpo, jadeante, y él seguía acariciándolo como si quisiese tocar el sueño en el que ella navegaba


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Mensaje  achl Miér Mayo 31, 2017 6:44 pm



Lina la recomendó a los señores García

Llegué a la casa de los García al atardecer, a la hora convenida. Mi amiga y maestra, Lina, había concertado una cita para que yo comenzase a abrirme paso en mi nuevo oficio de masajista, con nuevas técnicas japonesas. Me había encauzado en un estilo de vida pura, basado en la filosofía y los medicamentos orientales. Y así me empleaba en dar alivio a mis semejantes. Por supuesto, cobrando por mis servicios.

Tenía yo por entonces veintiocho años, y ese día me encontraba nerviosa, puesto que los García era gente famosa y adinerada y quería causarle buena impresión como profesional en masajes.

Para esa ocasión, y como era verano, me puse blusa y minifalda verde, ropa interior y sandalias negras. Cabello azabache y piel morena, hidratada con aceite, y brazos y tobillos adornados con pulseras de bisutería fina, que había adquirido en mi último viaje a Ibiza, eran mi imagen al completo.

Llamé a través del portero electrónico del portón del suntuoso e inmenso chalé, que se levantaba entre pinos centenarios en una urbanización VIP a las afueras de Sevilla. Me abrió una doncella con cofia, y a pocos metros de ella se acercaba hacia la entrada la señora García: una esbelta mujer, elegante, refinada, amable y frisando en los sesenta. Pasé, junto con ella, a la casa, cuya se hallaba reluciente, fresca y silenciosa.

Según me dijo, empezaría primero el masaje a ella, y luego a su marido, Don Alfonso, que estaba en cama atacado de lumbalgia. Imaginé que la señora quería comprobar mi capacidad, antes de someter a su esposo a mis enérgicas manos.

Me llevó a un cuarto, con cama alta. Supuse era su dormitorio, pues habían objetos femeninos sobre un mueble del fondo. Se tumbó, supina, vestida sólo con camisón celeste, y procedí con el masaje, empezando, como solía hacer, por nuca y sienes. Su energía estaba en equilibrio, por lo que no hacía falta trabajar con excesivo dispendio por mi parte.

Relajada estaba ella. Me habló de Lina, de cómo se conocieron, de su esposo y de trivialidades. Su cuerpo iba cediendo a la leve presión de mis palmas. Su piel era blanca, cuidada y perfumada con Quizás Quizás Quizás, de Loewe. Toqué todos los puntos del cuerpo, en especial los pies, que la llevó a un estado de máxima relajación, dejándose mecer por el tintinar de mis pulseras. Una vez que acabé con ella, luego de tres cuarto de hora, la tapé con una sábana, y se quedó dormida. Cerré despacio la puerta y me encaminé hacia un cuarto donde antes ella me había presentado a su marido.

El cuarto era amplio y lujosamente equipado. Una brisa movía la cortina de un ventanal entreabierto. Don Alfonso yacía desnudo, con sólo calzoncillos. Admiré en silencio aquel cuerpo bronceado tendido. Llevaba bloqueado dos días, tras haber estado cortando el césped de su jardín, según me dijo Lina. Él era algo más joven que su esposa: alto, bello... Con esfuerzo, lo puse boca abajo y me inicié a masajear la zona dolorida, empezando en los discos, con ligera presión. Su aura rebosaba energía.

El contacto con su piel causó hormigueo en mis pezones, se me erizaron. Maldije mi camisa transparente, bajo la cual era difícil disimular mis hermosos, aunque erguidos senos. Mientras movía las manos por su columna, mis senos toparon con su espalda. Ya tenía los pezones erectos, la aureola grande y oscura, pegada al sostén. Vi que se aceleraba su respiración. Pasé a las piernas y a los pies, evitando el contacto con los muslos, y así ir observando si cesaba mi excitación. Pero no me concentraba; un muy fuerte deseo se adueñaba de mí, flaqueando mi fuerza. Entonces llegó el momento de darle la vuelta para así continuar con el resto del masaje, de nuevo de la cabeza a los pies.

En estas técnicas japonesas, los genitales no entran en contacto con las manos; quedan suspendidos en el aire para dejar fluir la energía sobre ellos, sin tocarlos ni presionarlos.

Don Alfonso permanecía en silencio, y sólo me miraba, mientras su pecho se iba llenando de aire con la respiración entrecortada. Vi palmariamente que estaba muy excitado, y esto produjo una palpitación en los labios de mi sexo. Para seguir el masaje sobre vientre y piernas, me arrodillé en el borde de la cama, rozándole una rodilla al tenderme sobre él. Seguí hacia el bajo vientre, en la zona de la pelvis.

Vi cómo su duro pene empujaba bajo los slips. No nos decíamos nada, con la mirada nos entendíamos. Desde ese momento, mi contacto cesó, pero alzó una de sus manos y me cogió un seno por encima de la blusa, cuyo pezón era roca. Lo acarició con las yemas. Cerré los ojos para sentir más placer del que me estaban dando sus dedos. Yo estaba ya mojada y con los labios vaginales hinchados. Me escurrí hasta su pene, que rozó uno de mis senos y luego se posó en el rosado glande, lo que hizo que se pusiese más duro y más empinado. Con mis labios, deseosa lo lamí. Don Alfonso gemía y gemía...

Su mujer estaba al otro lado del pasillo y por eso temía se diese cuenta de todo, pero el deseo mutuo era incontrolable. Así que me alcé la falda, mis muslos firmes a caballo sobre sus caderas; aparté el tangas mojado a un lado; cogí su tieso pene y lo metí en mi vagina, con gemidos apagados. Le dije que yo llevaría las riendas, con la idea de que no empeorase su espalda Comencé a cabalgar con ritmo lento, introduciéndome entera su 'fogosa', mientras él frotaba mi clítoris con dos dedos y con la mirada fija en el rebote de mis pechos. Llegó a un orgasmo, sin pronunciar palabras ni sonidos. Cuando me dirigía hacia su escritorio,para vestirme, me dijo de repente que quería verme completamente desnuda, a lo que respondí que temía que nos sorprendiese su señora, pero que si quería saciar su curiosidad que volvería otro día, aprovechando la posibilidad de que su señora no estuviese en la casa. ¡Ingénua yo por tanta cautela!

Mientras iba por el jardín en dirección al portón, la señora salió a despedirme y después me pidió que regresase para concluir el tratamiento de Don Alfonso, que para entonces ya estaría más aliviado y porque ella también necesitaba un nuevo masaje para sentirse más liberada con mis técnicas. 

Regresé semana después. Era un día fresco, aun verano siendo, así que me metí en un vestido verde de entretiempo, abotonado por delante, y una chaqueta de punto también verde. Los García esperaban cada uno en su cuarto. La casa estaba en penumbra, con las ventanas entornadas. Saludé a Don Alfonso, que seguía en la cama. Me correspondió sonriéndome y penetrando con los ojos más allá de la botonera de mi vestido. Inicié el masaje a la señora. Lucía camisón de raso, celeste y con tirantes. Relajada, esperaba el contacto de mis manos. La vi tranquila. Esta vez no parloteaba, sólo mantenía los ojos cerrados, concentrada en los efectos que mis masajes le estaban procurando.

Me atraía sobremanera su piel blanca, cuya cedía bajo el fuego de mis palmas. Cuando concluí mi sesión con ella, abrió los ojos, cuyos tenían un brillo especial. De pronto, ‘sorprendentemente’, cogió mi mano derecha y la llevó directamente a su vagina. Me miró, con esa clase de miradas que sólo corresponde a un deseo sexual, y después me dijo con voz dulce y suave:

____Sigue ahí y no pares, por favor. 

Seguí acariciando los labios vaginales; estaban tersos, calientes, y el clítoris encendido. De pronto, se bajó el camisón y sacó sus pechos, pequeños y firmes y con los pezones de punta. Mientras lamía su clítoris, excitándome el sabor, ella hacía igual con mis pezones. Pensando en el gusto que le iba dar, me excité, Llegó al éxtasis. Tras agradecerme mi entrega y luego despedirnos, la cubrí con sábana. Ella se giró y se quedó dormida, aliviada...

Don Alfonso, impaciente esperaba caliente. Le dije que primero debía curarle la espalda, y que luego ya veríamos. Tendido boca abajo, hice contacto con la zona lumbar, donde la inflamación ya no existía. Acabé, y él se incorporó; le tocaba iniciar el juego.

____¡Desnúdate! -dijo con voz decidida y cargada de deseo.

Me desabroché provocativa los botones, y el vestido cayó. Él me miraba callado pero sobaba su pene, enarbolado bajo la sábana. Me quité el sostén y aparecieron mis senos. Me subí a la cama y puse mi sexo en su boca. Empezó a lamerlo furiosamente. Tanto placer me estaba dando que tuve que apoyarme en la cabecera. Y él no paró hasta no escuchar mis rugidos y sentir que el fluido que salía de mi vagina avanzaba discontinuo por mis muslos.

Me echó en la cama y empezó a recorrer, con boca hambrienta y lengua salvaje, todos y cada uno de los rincones de mi anatomía Lamía mis pezones erizados, se perdía su rostro entre mis senos, para después bajar a mis muslos. Se colocó encima mía y con un rápido vaivén de piernas, abrió las mías y metió con ansia en mi sexo deseoso su pene poderoso. Arremetía con fuerza golpe tras golpe. Con mis piernas enlazadas a su espalda lo sentí en lo más hondo, contagiándome su calentura, cuya me hacía temblar. 

Mantuvo este ritmo acelerado más tiempo de lo normal para su edad, acometiendo con el mismo ímpetu hasta que, finalmente, gozamos de un intenso e inmenso orgasmo. Quedamos así unos minutos. Medio repuesto, buscó y cogió un bloc y una pluma de la mesilla de noche, escribió unas letras y extendió la mano.

____Ese es el domicilio de un amigo mío. Él también necesita un masaje de estos tuyos -me dijo con voz cansada.

Me dirigía ya hacia la puerta de salida al jardín, rumbo a la calle, cuando la señora García me detuvo y luego puso un sobre en mi mano. Me miró y me dijo:

____Este dinero es para ti por todos tus maravillosos servicios. Y muchas gracias por haberte molestado en desplazarte hasta mi casa que, como has podido comprobar, se encuentra a más de quince kilómetros de la ciudad

Cuando me entregó aquel sobre me sorprendí, habidas cuentas de que mis servicios me los había abonado ya Lina. Confundida y sin pensar más por el momento en ello, entré a mi coche. Pero ya dentro me pudo la curiosidad, por lo que presurosa y nerviosa rasgué el sobre y... ¡Dios, 2000 euros, en 4
billetes de 500, había adentro! Y también, un papel escrito en el que se podía leer...


Querida, mi marido y yo te esperamos, al menos una vez al mes


Aun mi tímida negativa, cuando, envuelta en sábana me fui hacia el escritorio de Don Alfonso, junto a su dormitorio, e iba a empezar a vestirme, luego de aquel 'masaje que tanto le relajó', a hurtadillas me hizo con su móvil una foto de mi cuerpo entero, pero de espalda, cuya foto, mezcla entre amabilidad y osadía, me la pasó a mí Whatsapp desde el suyo


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Mensaje  achl Jue Jun 01, 2017 5:28 am



Aun mi tímida negativa, cuando, envuelta en sábana me fui hacia el escritorio de Don Alfonso, junto a su dormitorio, e iba a empezar a vestirme, luego de aquel 'masaje que tanto le relajó', a hurtadillas me hizo con su móvil una foto de mi cuerpo entero, pero de espalda, cuya foto, mezcla entre amabilidad y osadía, me la pasó a mí Whatsapp desde el suyo

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Mensaje  achl Sáb Jun 03, 2017 11:59 am






Asquerosamente cotidiano



Esa decisión personal de contar a una persona, muy avenida (padre-madre-hijo-hija-hermano-hermana-esposo-esposa…), alguna noticia o comentario de esos de tipo 'privado', que a su vez le fue confiado bajo promesa, e incluso juramento, es cada vez menos fiable su silencio


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Mensaje  achl Sáb Jun 03, 2017 12:12 pm




¿Cuándo será posible...

....de una vez por todas, que las noticias que no contengan morbo tengan la misma resonancia, o más, que las que lo tienen?


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Mensaje  achl Sáb Jun 03, 2017 12:27 pm




Para guardarnos las espaldas



Se hace necesario y obligado que cuando hablemos sobre algo que parezca y nos parezca verdadero, pero que a su vez no estemos completamente seguros, nos pronunciemos con los adverbios de duda: quizás, tal vez, acaso, probablemente…



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Mensaje  achl Sáb Jun 03, 2017 1:28 pm




¿Por qué te quiero?


No es el color ni el olor de tu pelo,
ni la carnosidad pecaminosa de tus labios,
ni la grandeza atrayente de tu boca,
ni la firmeza de tus grandes y bellos ojos,
ni la suavidad incitadora de tu cuello

Es todo tu conjunto: tu tú, tu dulzura,
tu sonrisa, tus palabras, tu hermosura,
tus ardientes besos, ¡mi gran locura!,
tus manos y tus brazos, mi armadura

Eres íntegra tú, de todas formas,
sin lados concretos, sin sombras,
es cada partícula de tu piel...

LO QUE MANTIENE ENAMORADO
A ÉSTE, DE TU AMOR PRENDADO



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Mensaje  achl Sáb Jun 03, 2017 1:32 pm




Si la amas, díselo



Qué delicia de oleaje,
qué mareo que provoca,
qué hermosura de paisaje;
¿dónde me saco el pasaje
para viajar hasta tu boca?

Si tu boca en un anzuelo,
pescado seré bendito,
que si por tus labios muero,
por tus besos resucito...



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Mensaje  achl Sáb Jun 03, 2017 1:37 pm



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Tu boca a mi imaginación vuelve loca



Tu boca me enamora, delicada,
tu boca realmente deliciosa,
siempre me sabe sabrosa,
y a veces preocupada.

Tu boca que me besa de pasada,
tu boca que me lame y no reposa,
desnudando mi lengua deseosa
y mis labios en forma descarada.

Si me besas despacio, sin premura,
si me besas ahora demasiado,
tendré que cogerte por la cintura
y ocurrirá lo por los dos deseado.

Y con los besos más enamorados,
encendidas tu boca y comisura
gozan de los labios que han probado,
con mucho amor y más ternura.



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Mensaje  achl Sáb Jun 03, 2017 1:41 pm






Si ella te pregunta… 


…dile que la estoy olvidando, 
pero no le digas nunca 
que te lo he dicho llorando

Mi pobre y triste corazón 
ha pasado más noches en vela, 
y ella, sabiendo bien la razón, 
pensaría que es mi cantinela

Obstinado dicen que soy, 
porque siempre pienso en ella, 
pero todo, todito todo lo doy 
por estar junto a mi estrella

Dicen que un amor hacendado
la sedujo y la ha sabido enamorar,
¡qué tristeza para mí que él haya logrado 
lo que yo no he podido lograr!



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Mensaje  achl Dom Jun 04, 2017 7:13 am




Algunos conceptos vistos en
masculino y en femenino



ZORRO Héroe justiciero
ZORRA Puta
PERRO
Mejor amigo del hombre
PERRA Puta
AVENTURERO Osado, valiente, arriesgado
AVENTURERA Puta
CUALQUIER Fulano, Mengano, Zutano
CUALQUIERA Puta
CALLEJERO De la calle, urbano, citadino, urbanita
CALLEJERA Puta
HOMBREZUELO
Hombrecillo, mínimo, pequeño
MUJERZUELA Puta
HOMBRE PÚBLICO Personaje prominente
MUJER PÚBLICA Puta
HOMBRE DE LA VIDA
Hombre de gran experiencia
MUJER DE LA VIDA Puta
HÉROE Ídolo
HEROÍNA Droga
ATREVIDO
Osado, valiente
ATREVIDA Insolente, desvergonzada
SOLTERON Codiciado, inteligente, hábil
SOLTERONA Quedada, poco deseada
DIOS Creador del universo
DIOSA Ser mitológico de culturas supersticiosas
SUEGRO Padre político
SUEGRA Vieja entrometida
MACHISTA
Hombre viril, macho
FEMINISTA Amargada, resentida
DON JUAN Hombre galante, seductor
DOÑA JUANA La señora de la limpieza


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Mensaje  achl Dom Jun 04, 2017 7:38 am



SINÓNIMOS MASTURBACIÓN
MASCULINA




abusar del sospechoso
amor propio
apalear al obispo
apuñalarse la ingle
autosatisfacerse
cascársela
castigar al hermano pequeño
cinco contra uno,
cinco nudillos estilo libre
darle a la bomba del pis
darle a la palanca
darle al manubrio
darle leña al calvo
darse un homenaje
debastar el tronco
desenvolver el salchichón
disparar contra la luna
echar cinco a uno
echar un solitario
echarse un pulso espumoso
ejercitar la colita
encerar el instrumento
estrangular el pollo
estrujar el dentífrico
follada de puño
franelear
hacer correr la pólvora
hacer el amor con quien más quieres
hacer eructar al gusano
hacer mayonesa
hacer un solo
hacer vomitar al calvo
hacerse la mano
hacerse la puñeta
hacerse una alemanita(¡Hale, manita)
hacerse una gayola
hacerse una paja
lenguaje guarro por señas
los cinco contra el calvo
limpiar tuberías
machacársela
meneársela
moldeado de plástico caliente
molestar al cerdito
molestar al hurón
onanismo solitario
ordeñar el lagarto
pegarle un tirón
pegarle una sacudida
pelar el apio
pelar el plátano
pelársela
pelear con la anguila
pulir el tronco
puñetazo al míster
quitarse el calambre del músculo
remar con el pepinillo
rumba de la página pegada
sacar brillo al casco
sacar el polvo
sacudidas espumosas
solo de flauta
tener la salchicha como rehén
tocar el órgano
tocar la flauta del pis
trabajar el willy
trabajo manual
violarse la palma
zumbarle al chorizo
zumbar el salami



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