LA CAJA DE MÚSICA 6 (UN RINCONCITO PARA COMPARTIR)

En España también hay mujeres rubias...


Soy rubia, rubia. Pero de esas rubias que se tiñen. Mi pelo sigue siendo rubio, a mis taitantos años. Aunque parezca una tontería, es algo con lo que hay que aprender a vivir. Si viviese en Suecia, no tendría problemas, pero aquí… Me paso la vida escuchando los chistes y comentarios acerca de rubias y su ausencia de inteligencia. Menos mal que tengo sentido del humor y, aun siendo rubia, pillo los chistes. Mi propio hermano se dedica a mandarme whatSapp y correos con todas las tonterías que encuentra sobre rubias. Qué le voy a hacer, es mi destino en esta vida.

Quisiera poder decir que esta leyenda urbana de que somos tontas no es cierta, pero ha habido épocas y situaciones en las que lo he dudado… o me han hecho dudar. Me he percatado de que cuando a una morena le ocurre algo absurdo, no pasa nada, pero cuando me ocurre a mí, todo el mundo se apresura a decir “rubia tenías que ser”, por eso acabé pensando si será verdad ese mito. Menos mal que siempre hay alguien que me dice “no te preocupes, yo no soy rubia y me pasó esto y lo otro”; realmente me ayuda a no sentirme un rara avis.

Debo reconocer que ser tan rubia y con ojos azules me hace vivir situaciones simpáticas. Me confunden con una extranjera más veces de lo que yo quisiera; tal vez por eso estudié inglés, para poder entender lo que me decían.
Un mediodía llegué a la estación de tren y vi que había mucho revuelo. “¿Habrá pasado algo?”, pensé. Ya era la hora de salir, pero el tren no arrancaba. Descubrí la razón tan importante que hacía que un tren saliera un par de minutos tarde, cuando vi salir del bar de la estación al maquinista diciendo:

--¡Hamilton se ha salido en una curva!

Ah, bueno, la Fórmula 1, razón más que suficiente para que un tren se retrase, cómo no… Jo, qué país. Por un momento llegué a pensar que no nos iríamos hasta que acabase la carrera, pero no fue así.

Salimos, al fin, pero, en el tren, el caos no era distinto al de la estación. La gente iba y venía por los pasillos con sus MP3-radio y sus móviles-radio a mano alzada intentando conseguir cobertura. No me parece normal moverte buscando señal si ya estás en un vehículo en movimiento, pero sólo es una opinión de rubia, así que puedo estar equivocada. Yo me senté, tranquila, con mi MP3, escuchando música y leyendo un libro, ajena a la carrera, a Hamilton, a su curva y a la madre que los parió, cuando de pronto escucho a alguien decir:

—Te compro la pila.

Levanté la vista y vi a un chico, en pie ante mí, que al mirarme a los ojos debió confundir mi expresión de “¿eh? ¿es a mí?”, por “mi no entender”, pues me dijo, a la vez que hacía mímica:

—I buy your paila… battery

Sonreí mientras me quitaba los cascos y le dije:

—Sí, te la doy.

Suspiró aliviado por no tener que echar mano otra vez de sus dotes bilingües. Saqué la pila de mi MP3 y se la di mientras le daba una lección gratis de inglés.

—Si, eso, battery, no paila —dijo riéndose.

Después de darme las gracias, en español, se fue a disfrutar de lo que quedaba de carrera.

Durante una época de mi vida, me molestaban estos equívocos. No me gustaba que me prejuzgaran por mi aspecto. Por ser rubia, ya tenía que ser por cojones extranjera y, además, tonta del culo, porque daban por sentado que no había aprendido español.

Fue una niñería enfadarme por eso, así que decidí aceptarlo -como si tuviese otra elección- y, hoy por hoy, incluso me lo paso bien con estas situaciones.

Acumulo anécdotas para después contarlas en reuniones familiares.

En los primeros balbuceos amorosos, todo es candidez y ofrecimiento...


Te ofrezco mis pensamientos; los que me hacen reír al recordar algo divertido, los que me preocupan, los que me motivan a seguir adelante día a día, los que me entristecen, los que me traen tu imagen y tu olor, los que duelen, los que me relajan, los que dejan mi mente en blanco, los que no me dejan dormir, los que analizan, los que me hacen saltar al vacío, los que olvido.

Te ofrezco mis decisiones, todas; las acertadas y las equivocadas, las importantes y las superfluas, las que son para toda la vida, las que me llevan a hacer tonterías, las que me hacen feliz, las que me hacen sentirme estúpido, las que tomo solo, las que consulto con los demás. Porque cada decisión que tome a partir de ahora te puede afectar a ti, a nosotros.

Te ofrezco mis miedos; los reales, los que me quitan el sueño, los que se inventa mi mente, los que nacen cuando nos enojamos, los que me provocan risa porque me doy cuenta de que son ridículos, los miedos infantiles, a lo desconocido, a las decisiones equivocadas, a perderte.

Te ofrezco mi cuerpo, cada poro de mi piel, en la salud y en la enfermedad, para que lo acaricies, lo beses, lo arañes, mientras está en forma y cuando lo deje de estar, para que le lleve a tu extremo del placer, para que le hagas estremecer con un sutil roce de tu piel, con tu mirada, con tus labios, con un susurro. A cambio, prometo hacer lo mismo con tu cuerpo, con cada poro de tu piel.

Te ofrezco mis ilusiones, mis tristezas, mis momentos divertidos y los aburridos, mis horas de sueño, mi lucidez, mi ausencia, mis silencios, mis risas, mis lágrimas, mis cansancios, mis enfados, mi paciencia, mis “te quiero” y mis “déjame en paz”, mis madrugones, mis días de no hacer nada, mis “eso lo arreglo yo”, seguidos de “¿tiene que ser ahora?”, mis aficiones, mis desganas, mis ganas de entenderte aunque no siempre lo consiga, mi época de barba y bigote, mis fotografías de la infancia, las comidas con mi familia que no siempre nos apetecerán, mis ideas absurdas, mis “te sigo amando como el primer día”, mis mentiras aunque las odies, mis verdades a medias aunque me odies, mi sinceridad y sus consecuencias.

Te ofrezco mis brazos, de refugio, para rodearte, abrazarte, consolarte, excitarte, para finalizar un enfado y empezar una apasionada reconciliación, para que te olvides del mundo, para que sientas que yo soy tu mundo y que tú eres el mío.

Todo te lo ofrezco y, aun así, me parece que no es nada. Pequeñas cosas con las que construir nuestra cotidianidad Te ofrezco todos los momentos que pueda estar contigo y los que estemos separados, para que los transformes en recuerdos porque, al fin y al cabo, de eso está hecha la vida, de momentos y recuerdos.

La música es amor; el amor es música...


Acaricias mi piel desnuda recorriendo con tus manos cada curva de mi cuerpo. Marcas con ternura las formas de mi cintura. Con tus dedos, rasgueas mi ombligo suavemente, consiguiendo una melodía suave, sensual. Me dejo llevar. Cierro mis ojos y estiro mis brazos, que se van transformando en fino mástil para que formes notas en cada traste.

Mi cadera se adapta a tu cuerpo para que me abraces sin miedo; la música empieza a salir por cada poro de mi piel. Mantengo los ojos cerrados, y ahora me abandono al ritmo de tus manos que siguen acariciando mi cuerpo de madera estremeciéndose a tu contacto.

Y como las guitarras también sueñan su propia música, yo, que soy guitarra, tu guitarra, sueño con una melodía eterna a tu lado con infinitas caricias.

COCINA
Potaje de garbanzos