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SÓLO CINE

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Mensaje  achl Mar Oct 19, 2021 10:50 am




EL ENGAÑO -Los ensayos de Cate McCall-
Kate Beckinsale - Nick Nolte.
James Cromwell - Mark Pellegrino.
Clancy Brown - Dale Dickey.
Brendan Sexton III - Isaiah Washington

Presenta una historia donde esta cadena de corrupción se evidencia a través de las experiencias de Cate, una abogada que, tras haber sido suspendida por alcoholismo, regresa a trabajar con el fin de ganar de vuelta la custodia de su hija.




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Mensaje  achl Miér Oct 20, 2021 6:30 am




ASESINATO EN LA ISLA
Jackie More - Jordi Vilasuso
Brian Gross - Barbie Castro
Jacy King - Alea figueroa

Durante unas vacaciones de ensueño en un paraíso tropical, un pareja de turistas se encuentran con lo que podría ser un peligroso asesino en serie buscado por la policía.




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Mensaje  achl Miér Oct 20, 2021 9:51 am




MADRE E HIJO
Luminita Gheorguiu - Bugdan Dumitracje
Iinca Goia - Viad Ivanov

En una vieja casa aislada, situada en un paraje bucólico fantasmagórico de tonalidades pictóricas, un hombre joven dispensa atenciones a su madre enferma. Cuando vuelven a casa, el hijo alimenta la madre como si se tratara de un bebé y conversan sobre el sentido de la muerte y el miedo al sol.





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Mensaje  achl Jue Oct 21, 2021 6:26 pm




TAL COMO ERES

Una novela romántica juvenil con la que descubrirás que la vida, a veces, es tan simple como aceptar a alguien tal y como es. Kevin y Clara son mellizos y pelirrojos; son parecidos, pero no iguales. Kevin tuvo que irse de casa con catorce años, ya que sus padres no aceptaban tener un hijo trans.





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Mensaje  achl Vie Oct 22, 2021 11:51 am



LOS FANTASMAS DE HAVRE
Bárbara Cabrita - Fréderic Diefhental
Nicolás Marié - Marie Bunel

En un apartamento en Le Havre, una ciudad portuaria en el noroeste de Francia, se halla un cuerpo momificado en una chimenea. La policía Ariane y su compañero Lesage se encargan de la investigación. La trama se complica cuando intentan identificar al difunto. Una respetable familia local parece estar vinculada al caso.




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Mensaje  achl Vie Oct 22, 2021 12:00 pm



MENOS ES MÁS
Janina Fautz - Ulrike C. Tscharr
Bennos Fürmann - Palina Rojinski

Frank Schuster ha construido una vida de prosperidad para su familia, pero su adicción al trabajo hace que pase poco tiempo con ella. Solo después de un accidente de coche será capaz de recapacitar.




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Mensaje  achl Lun Oct 25, 2021 6:24 pm




MUJERES DE TEATRO
Rosita Quintana - María Victoria
Roberto Cobo - Armando Silvestre
Emilia Guiú - Rosita Fomés

En un día normal para los estándares del Club Nocturno, mientras todo mundo baila se escucha un disparo y un agente de artistas (Carlos Valadez) es asesinado. Ahora solo falta descubrir quien lo mató, quien tenía motivos, quien le tenía envidia, quien lo amaba sin ser correspondido, y de las únicas que se sospecha es de las mujeres.




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Mensaje  achl Lun Oct 25, 2021 6:32 pm




MIENTRAS EL CUERPO AGUANTE
Blanca de Castejón - Carlos Riquelme
María Victoria - Pompín Iglesias
Alejandra Mejer - Consuelo Monteagudo

Documental dirigido por Fernando Trueba que se acerca a la vida del cantautor y filósofo Chicho Sánchez Ferlosio a través de testimonios y de sus propias canciones. La película pretende ser una reflexión sobre la vida de determinados artistas; artistas, pintorescos y polifacéticos, de vida anárquica y bohemia.



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Mensaje  achl Lun Oct 25, 2021 6:38 pm




LA DIOSA ARRODILLADA
María Félix - Arturo de Córdoba
Rosario Granados - Fortunio Benanova

Un millonario obsequia a su esposa la estatua de una mujer desnuda como regalo de aniversario nupcial. La modelo que posó para crear la misma resulta ser su amante, quien le exige que disuelva su matrimonio. Unas circunstancias misteriosas convertirán en viudo al hombre y su amante lo presionará para que la despose amenazàndolo con revelar un terrible secreto..




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Mensaje  achl Lun Oct 25, 2021 6:45 pm




39 ESCALONES
Robert Donat - Madeleine Carroll
Lucie Mannheim - Peggy Ashcroft

Richard Hannay es un turista canadiense de visita en Londres. Al final del espectáculo musical "Mr. Memory" conoce a Annabella Smith, una chica que está huyendo de unos agentes secretos. Él accede a esconderla de sus perseguidores, opero cuando llega la noche, los agentes consiguen acabar con ella.




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Mensaje  achl Dom Oct 31, 2021 9:05 am



PERVERSIDAD
Joan Bennett - Edward G. Robinson
Dan Duryea - Rosalind Ivan

Cross es un empleado de banca desilusionado con la vida que lleva y sólo encuentra consuelo pintando hermosos cuadros. Conoce a una mujer de la que se enamora perdidamente sin ser correspondido, ya que vive dominada por un tipo autoritario



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Mensaje  achl Dom Oct 31, 2021 3:42 pm




Mi herida no para de sangrar

Después de reflexionar y de leer de algo acerca de este asunto que me ocupa, llego a la radical conclusión de que todo lo trascendente tiene su origen en hechos banales. Es difícil, y a veces imposible, recordar el principio, la causa primera de los fenómenos que nos marcar de por vida. Solo podrían ser dos o tres los más importantes de verdad, y esto es una cosa irrefutable.

Recuerdo perfectamente cómo descubrí mi herida. Y no creo que mi caso sea un caso singular. Pasa que no todas las personas se observan a sí mismas, con esa frecuencia que debe ser casi obligada.

Una mañana cuando entré al cuarto de baño de mi casa, vi que en el espejo se reflejaba un rasguño, no mayor que una uña de un adulto, que de pronto me había aparecido en el pecho, un poco más arriba del corazón. Al principio no le eché cuenta porque no recordaba cómo me la había hecho, y además por su perfecta posición vertical. Al otro día la olvidé por completo.

Hasta que, al cabo de una semana, una sensación molesta, que no llegaba a picores, me recordaba su presencia. Me sorprendía a mí mismo frotándome por encima de la camisa, como en un acto reflejo similar a ese que provocan los insectos sobre la piel. Pero cuando me miré de nuevo al espejo, no podía ocultar que quedé estupefacto; el rasguño se había extendido hasta la medida de un dedo índice de un adulto, y la piel de sus alrededores aparecía enrojecida. Desinfecté toda esa parte a conciencia, más sorprendido que preocupado porque estaba pensando en una pregunta para la que no tenía una respuesta. “¿Cómo se ha alargado de esta forma sin que me haya dado cuenta de nada?”.

Lo cierto es que en este periodo de mi vida tenía mucho trabajo; siempre estaba con decenas de pequeñas, y no tan pequeñas tareas pendientes, de toda índole. Por eso y porque soy poco dado a las hipocondrías, este extraño suceso quedó en un segundo plano, debido también a la acelerada rutina de días cargados de responsabilidades, días que parecían manojos misérrimos de horas conseguidas en la beneficencia, en lugar de días verdaderos.

La preocupación me llegó por sorpresa en mi oficina, y ocurrió al intentar bajar un archivador de una estantería. Un perfecto círculo de sangre, pequeño pero evidente, crecía en la pechera de la camisa. Presuroso me fui hacia el aseo, impulsado por la angustia; ya allí, me desabroché los botones de la camisa, e involuntariamente di un paso atrás. El rasguño era ahora una ranura en la carne de un horrendo color purpúreo. En su parte media, unas gotas de sangre manaban, deslizándose por la ranura hacia abajo. Me la limpié como buenamente pude y volví a mi trabajo, pero con la cabeza como si fuera una centrifugadora desrielada. Quedaba poco tiempo para salir de la oficina. Nadie me hizo ningún comentario sobre mi camisa mojada de agua y manchada de rojo.

Cuando llegué a mi casa, de nuevo tuve que afrontar, ahora desde un prisma lastimero y absurdo, las relaciones con mi mujer. Estábamos atravesando una de nuestras fases de distanciamiento; en los últimos días no nos hablábamos: encontronazos, discrepancias, chillidos, faltas de respeto… conformaban el meollo de nuestra crisis, la cual se había enrevesado y casi solidificado de tal manera que no había por donde cogerla. Y a todo esto llego yo con mi camisa manchada de sangre por una herida que no dejaba de crecer, pero que no tenía un motivo claro.

— Mira cómo me he puesto la camisa –me atreví a decirle a mi esposa.
— Yo la veo bien –dijo tras un leve vistazo, casi sin mirarla.

Volvíamos de nuevo a las trincheras. Un día más.

- ¡¿Y esto también lo ves bien?! -grité a la vez que mostraba el sangrante tajo púrpura.
— ¡Oye tú, a mí no me grites, ¿vale?! –reaccionó con ira-. ¡Si has tenido un mal día lo pagas con otra! ¡ ¿Te enteras?! ¡Eres insoportable! –y, sin más, se fue hacia la puerta de la calle, cogió su bolso, dio un portazo y salió. ¿Quizás a su trabajo?, pienso que no, porque era demasiado temprano. Pero ni ella me dijo a donde iba, ni yo le pregunté. Total, para qué…

La realidad es que me quedé solo en casa, desorientado, en pie, sin saber qué hacer; pero, eso sí, como un patético Cristo mirándose una línea de sangre que rodeaba desde el esternón hasta el ombligo.

Volví a curarme, pero al ver la herida más de cerca no pude evitar un fuerte escalofrío. Era una herida salvaje, que no se parecía en nada que antes hubiese visto, como si la carne se hubiese abierto hacia afuera; ni cortada, ni quemada, abierta. Y en todo este tiempo atrás, no había dejado de sangrar; de hecho, sangraba más todavía.

Pero para mayor extrañeza, no me sentía débil ni mareado, lo que hubiese sido normal por esa pérdida imparable de sangre. En un segundo transformé la blancura del lavabo en una siniestra carnicería. Mi anatomía se activó con mil alarmas. Presioné la herida con las vendas que encontré, y después salí de casa corriendo e invadido por el pánico, y calculando mentalmente cuánto tardaría en llegar a urgencias, e intentando adivinar la cantidad de sangre que una persona puede perder antes de caer desplomada, muerta.

Sin embargo, no fue una buena idea echar a correr, porque mi corazón empezó a bombear con fuerza, y la sangre se disparaba como un cañón del infierno al exterior. Las vendas pasaron a ser un asqueroso amasijo sanguinolento, que chorreaba al compás de mi carrera desesperada.

— ¡Socorro, socorro! ¡Ayúdenme, por favor! –gritaba tan alto como podía-. ¡Estoy desangrándome…!

Pero la gente, en lugar de acercarse a prestarle auxilio a alguien en riesgo de muerte, se apartaba. ¿Qué era lo que temían de un hombre malherido? ¿Cómo se supone que uno debe pedir ayuda cuando está a punto de morir, pero sin sobresaltar a nadie?

Mientras corría, se me iban saltando las lágrimas, de puro miedo, de impotencia. La sangre manaba sin freno, como un río innatural. Nadie en la Tierra ha albergado semejante cantidad de sangre en su cuerpo. Algunos transeúntes se habían detenido, pero solo para mirarme, a mí, no al caudal aterrador que iba vertiendo por la calle, encharcando todo a mi paso, como un horror imposible escapado de un inframundo. ¡Me miraban a mí, como si yo fuese un pobre loco! Nunca antes había sentido tan palmariamente la profunda soledad en la que nos encontramos en momentos así.

Me paré a recobrar un poco de aliento frente a la puerta principal de mi ambulatorio, con las manos sobre las rodillas, mientras que de mi pecho seguía manando un inagotable río de sangre. Jadeando entré al edificio, casi sin fuerzas.

— Un médico, por favor –me escuché decir.

Ahora me atendieron urgentemente, llevándome sin pérdida de tiempo a una sala. Pienso que sería por mi aspecto de desesperación al entrar con el pecho al descubierto y un caminar tambaleante, y no por lo horrible de mi herida, a la que nadie hacía el más mínimo movimiento por impedir un masivo desangramiento. Solo las vendas empapadas, que continuaban apretando, se interponían entre la sangre y el exterior.

Tras sentarnos en su consulta, el médico me habló:

— Dígame, ¿qué le ocurre?

“¿Han perdido todos la cabeza o la estoy perdiendo yo?”, pensé.

— ¿Usted tampoco ve este chorro de sangre que brota de mi herida? –dije al médico, mientras las paredes me daban vueltas-. ¿Es que no está viendo cómo estoy poniendo todo? ¿O es que me están tomando el pelo? ¡Haga usted algo, por favor! –ya no podía más.

Durante largos segundos, aquel médico me escrutaba con ojos analíticos. Eran ojos que habían visto a cientos de pacientes, a lo largo de los años de su vida profesional.

Después de esa extensa observación, me dijo con rotunda determinación:

— Usted no tiene ninguna herida en el pecho, señor.
— ¡¿Qué?! –no podía creer la ofensa que estaba escuchando.

Sin pensar, cogí la bola de vendas y la estampé con todas mis fuerzas contra la mesa, haciendo un tremendo ruido de impacto húmedo, que salpicó toda su consulta y a nosotros, y más al médico. Mi mano izquierda ocupó el lugar de las vendas, pero la sangre seguía escapándose entre mis dedos.

El médico no se esperaba mi insolente reacción. Creo que, gracias a su profesionalidad, tardó poco en recuperarse de la impresión.

Con voz pausada, tranquilizadora, me propuso una oferta:

— Si usted me lo permite, le daré una prueba irrefutable de que no tiene ninguna herida y de que, por supuesto, no estamos aquí para divertirnos a su costa. Si después de la prueba sigue pensando lo mismo, no tendré más remedio que reconocer esa enorme herida que no deja de sangrar y que por lo tanto debía de haberle matado hace unas cuantas horas.
— De acuerdo, doctor.

De pronto, tuve la firme sensación de que todo esto era una vuelta de tuerca más en esta confabulación, esta broma inhumana, pero decidí seguirle el juego, y tal vez así, de él consiguiese ayuda.

— ¿Cuál es esa prueba, doctor?

Abrió las dos puertas de un armario vitrina para guardar el instrumental que tenía en la mano. En la cara interior del armario, cada una de las puertas estaba revestida de una lámina de espejo.

Mi propia imagen me impactaba de lleno. Estaba demacrado, mostraba un aspecto francamente horrible. Veía mis dos manos, una sobre la otra, haciendo presión, las costillas se me marcaban en la piel. Pero no había herida y ni gota de sangre por ninguna parte. Y mientras veía, atónito, aquel reflejo, seguía sintiendo un fluir de sangre entre los dedos. Sangre que no aparecía en el espejo.

— ¿Me cree ahora? –me preguntó, sonriendo débilmente.
— No hay sangre –musité.
— Claro, hombre. Tranquilícese, su vida no corre peligro.

La evidencia irrefutable que mostraba la imagen del espejo, contradecía la sensación que me transmitía las manos, los antebrazos y el resto del cuerpo, que eran bañados por la sangre que seguía manando.

Eché la vista abajo, y la sangre seguía ahí, tan roja ella. En un modo alternativo me miraba el cuerpo y el espejo, mis manos y el espejo, mis apelmazados pantalones y el espejo, repetidas veces, y los resultados persistían. Percibía dos realidades contradictorias a la vez.

— ¿Co…cómo es… posible…? –tartamudeé-. ¿Qué me está ocurriendo?
— No se preocupe más. Dígame, ¿cómo se ve en el espejo?
— Sin sangre por ningún lado.
— Bien, eso es lo más importante. Yo también lo veo así.
— Pero sigo sangrando. Es lo que siento, es lo que veo ahora mismo, apenas dejo de mirarme al espejo. Todo sigue con sangre…
— ¿Puedo preguntarle si consume drogas?
— Nunca, ni siquiera fumo, ni bebo alcohol.
— Vamos a ver, señor… ¿En estos últimos tiempos está viviendo usted una fase de su vida especialmente estresante?
— Sí, doctor, eso sí.

El charco bajo mi silla se extendía a una velocidad inexorable.

— Ya… Entiendo…
— ¿Cómo es posible ver y sentir de una forma permanente algo que no existe? –mi voz temblaba. Estaba muerto de miedo.
— Verá usted, señor, el cerebro no es un órgano infalible. A veces yerra. La mente puede sufrir un amplio abanico de trastornos de gravedad y sin posibilidad de tratamiento. Comprendo que esta alucinación que le aqueja es, además de particularmente elaborada, angustiosa en extremo. Pero no tiene que preocuparse. Hay casos con peor pronóstico que el suyo. Usted debe saber que de ser real su hemorragia, sería mortal de necesidad, ¿verdad?
— Eh… sí, claro.
— Y usted ve en el espejo que se trata de un error subjetivo en la percepción de su cuerpo. ¿No es así?
— Aún me cuesta creerlo, pero sí, así es, doctor.
— Por eso le digo que no tiene de qué preocuparse. La elaboración podría haber sido catastrófica de seguir viendo la herida también en la imagen del espejo.
— ¿Cree usted que algún día dejaré de ver todo eso? –me volví a mirar, asqueado, en el espejo.
— Seguro. Pero tiene que darse tiempo, tener paciencia por nítida que sea su percepción. Tiene que acostumbrarse, quitarle importancia hasta que desaparezca. Esto es más normal de lo que la gente cree. Se trata de una reacción psicosomática causada por el estrés y puede adoptar muchas formas: ceguera, parálisis, tartamudeo… En su caso se ha manifestado así, pero podría haber sido de cualquier otra manera. Un estrés puede llegar a ser muy dañino.
- Es increíble -susurré, mientras el suelo se alfombraba de rojo.
— Ahora le pasaré con un colega –dijo levantándose del sillón-. El doctor López. Es bueno en su trabajo, y no lo digo porque sea mi amigo –sonrió amable-. Siga al pie de la letra las indicaciones que él le dé, y ya verá como pronto todo esto quedará en un susto.
— Gracias –le tendí la mano, pero sabía que lo ponía en el compromiso de ensuciarse con el apretón, como de hecho ocurrió. Pero eso parecía no importarle.
— Venga, le acompaño -sus pasos chapoteaban en el suelo.
— Disculpe, doctor. ¿Podría prestarme una bata suya para cubrirme? -me sentía indefenso y estúpido-. Mañana se la traeré. Limpia, por supuesto.
— Claro, hombre, y así de paso me cuenta usted que tal le ha ido con mi colega.
— Gracias por todo, doctor.

Me llevó hasta la consulta de su amigo, el psicólogo López. Él entró antes para conversar en privado con él, y poco después me hizo pasar.

— Cuídese mucho –se despidió al pasar junto a mí con una palmadita en el pecho, dejando su huella de sangre en la reluciente bata que me había prestado.

Pasaron muchos meses y muchas cosas desde aquel aciago día, el cual no debió existir. Meses de terapia, fármacos, cambios vitales… Me divorcié, me despidieron del trabajo, y además tratamientos variados. Aseguro que he puesto mi mayor empeño en este trabajo: curarme. Empero, el médico del consultorio se equivocó. La herida no ha dejado de sangrar en ningún momento desde el día que se abrió. En todo este tiempo, sin duda, he crecido como persona. En esto sí que puedo decir que todos los terapeutas me han ayudado grandemente, que no en devolverme a mi estado de conciencia anterior.

Puede uno llegar a acostumbrarse a ensangrentar todo a su alrededor, siempre que la gente que te rodea actúe sin prestarte atención. Dicen que a todas las personas, en algún momento de su vida, le toca padecer una herida que transforma todo lo que llega después. Dicen que la cuchilla que la abre puede ser un hecho pequeño, un pensamiento inconsciente, los residuos de un sueño, y que desde entonces dejamos de ser quienes estábamos destinados a ser.

Esta mi herida es interna, aunque puede que sea yo una extraña excepción de una regla inexistente, y es el cuerpo el que se encarga de que seamos ignorantes a la hemorragia, fagocitando la sangre de nuestra identidad originaria, que malvive moribunda junto a nosotros, hasta que dejamos de vivir. Un lamento sempiterno y sin consuelo. Solo cuando el cuerpo falla o la sangre es mucha, llega a nuestra consciencia en forma de tristeza, pero sin causas aparentes.

Creo firmemente en esa teoría, pero no por su sentido poético, ni tampoco por afinidad con mis creencias, sino por la experiencia trascendente que viví; una visión que no volvía a repetirse, como única oportunidad que se me otorgaba para ver la realidad, más allá de mis sentidos, y que fue así:

Estaba en los primeros meses de mi tratamiento. Era una tarde del mes de junio. Caminaba por las calles enseñando de nuevo a mi mente a pensar y a dirigir la atención hacia las ideas y los hechos distintos a mi perpetuo y constante derramamiento de sangre. Como si un velo, que solamente yo veía transparente, hubiese caído encima de mis ojos.
Ante mí, descubrí un mundo superpuesto, el que conocía y moraba. Al igual que mi herida siempre había estado ahí, aunque no lo percibiese, me quedé paralizado ante la gran revelación. En segundos mis fosas nasales se convirtieron de fuertes vaharadas de hedor a un plasma sanguíneo, cual cobre quemado. Las ventanas de los edificios lloraban un fino manto de líquido rojo, que fluctuaba a la luz del sol. De sus balcones, cornisas, tejados o de todo a la vez, como en los días de tormentas, chorreaba la sangre con estrépito, transformando las calles en ríos espesos. Y excepto los niños, los adultos que alcanzaba mi vista sangraban profusamente.

Algunos, como mi caso, desde una herida en el pecho; otros, desde la mitad de la frente bañándose desde el pelo a los pies en una siniestra ablución. Las mamás empujaban los cochecitos de sus bebés como mártires lapidadas. Los autobuses circulaban como unos depósitos rodantes de sangre, cuyo nivel máximo se podía ver en los cristales de las ventanillas, y cuando llegaban a una parada se liberaban de pasajeros, como una suerte de menstruación aberrante; salpicaban los vehículos a los transeúntes, sin que ninguno protestase por ello; las alcantarillas vomitaban un exceso inasumible, aviones cruzaban el cielo con su estela blanca y fina nube rojiza adherida al fuselaje.

La imaginación no puede crear por sí misma esa oscura grandiosidad de lo que vi. Imposible. Y allí, en mitad de un escenario infernal e inconcebible en otros tiempos, me sentía por primera vez, desde que esta pesadilla mías empezó, acompañado. Hasta ese justo momento sabía que era miembro de la sociedad pero no era hasta ahora que me sentía irrevocablemente dentro de ella. Tras estas imágenes, el velo retornó a mi visión. Ya no volví a ver nunca más a mi ciudad sangrar.

Aquel amable médico de mi ambulatorio, que indudablemente tenía sus propias teorías, se equivocó conmigo (hasta la gente más docta yerra). Mi herida no ha desaparecido con los años, ni mi sangre ha dejado nunca de verter. Y mi visión no era un trastorno de la percepción o de los sentidos, sino un don, un don único y desconocido y solamente concedido por el don de la Naturaleza (o de Dios, según los creyentes como yo). Y de cuyo don ignoro su propósito final, como también ignoro el mensaje último que contiene, pero sé que voy a dar las gracias al cielo cada día por haber sido un privilegiado por ver lo que el resto de la humanidad por sí misma jamás podrá llegar a ver.




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Antonio Chávez López
Sevilla agosto 2011



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Mensaje  achl Dom Oct 31, 2021 4:31 pm




AMENIDADES

¡Tu marido otra vez,
que pesaíto, joder!

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Mensaje  achl Dom Oct 31, 2021 4:33 pm




AMENIDADES

¡Toma, ladrona!

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Mensaje  achl Dom Oct 31, 2021 4:36 pm




AMENIDADES

Querida malquerida

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Mensaje  achl Dom Oct 31, 2021 4:38 pm




AMENIDADES

¡Sigue, sigue,
quién era su ligue!

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Mensaje  achl Dom Oct 31, 2021 4:52 pm




PERVERSIDAD
Edward G. Robinson - Joan Bennett
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Cross es un empleado de banca desilusionado con la vida que lleva y sólo encuentra consuelo pintando hermosos cuadros. Conoce a una mujer de la que se enamora perdidamente sin ser correspondido, ya que vive dominada por un tipo autoritario




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Mensaje  achl Dom Oct 31, 2021 7:10 pm




DILLINGER

Lawrence Tierney - Anne Jeffreys
Elisha Cook - Edmund Love

En 1933 cinco agentes del FBI son acribillados a balazos. Melvin Purvis, un importante miembro de la agencia, jura vengarlos y se dedica a perseguir a John Dillinger y su banda. Un par de años después John Dillinger será abatido a balazos a la salida de un cine.




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Mensaje  achl Lun Nov 01, 2021 10:27 am




MERCADO DE LADRONES
Richard Conte - Valentina Cortese
Le3e J. Cobb - Bárbara Lawrence

Nick Garcos, un camionero que se gana la vida transportando fruta en durísimas condiciones, decide no someterse a las presiones de los dirigentes de sindicatos mafiosos que en su día estafaron y mutilaron a su padre.




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Mensaje  achl Lun Nov 01, 2021 12:26 pm




LOS TORAJIDOS
Burt Lancaster - Ava Gardner,
Edmond O'Brien - Albert Dekker,

Una vez terminada la Segunda Guerra Mundial un soldado veterano y boxeador en declive llamado 'El sueco' (Burt Lancaster), encuentra dificultades para reincorporarse a la vida civil. Un día conoce a la novia de un gángster, la irresistible y misteriosa Kitty Collins (Ava Gardner)




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Mensaje  achl Lun Nov 01, 2021 8:27 pm




LA MUJER DEL CUADRO
Edward G. Robinson - Joan Bennett

Richard Wanley es un profesor de filosofía felizmente casado que espera la próxima titularidad de su departamento mientras su esposa e hijos parten de vacaciones. Richard se siente ya mayor y ni sueña con aprovechar esa libertad. Se limitará a leer y a salir con sus fieles amigos.






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SÓLO CINE - Página 10 Empty Re: SÓLO CINE

Mensaje  achl Mar Nov 02, 2021 1:13 am




LUNA NUEVA
Cary Grant - Rosalind Russell
Ralph Bellamy - Gene Lockhart

Una de las más aclamadas periodistas de Chicago, exmujer del editor donde trabaja, le comunica que va a casarse y abandonar su profesión. El editor tratará de evitar perder a la mujer que ama y a su mejor reportera, a toda costa.




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Mensaje  achl Mar Nov 02, 2021 5:45 pm




UNA INVITADA EN CASA
(SEMILLA DE ODIO)

Anne Baxter - Ralph Bellamy
Aline MacMahon - Ruth Warrick

La convaleciente Evelyn (Anne Baxter), hace la vida insoportable a su familia cuando vuelve al hogar un verano, y aflora su victimismo que la convierte en una terrible tirana. Lo que demuestra que su enfermedad, más que física, es mental, y tiene como dolorosa consecuencia la de hacer padecer a los demás.




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SÓLO CINE - Página 10 Empty Re: SÓLO CINE

Mensaje  achl Mar Nov 02, 2021 5:53 pm




UN MARIDO IDEAL
Rupert Eve - JUlianne Moore
Minnie Driver- Cate Blanchett

Sir Robert Chiltern lo tiene todo: es un político brillante, un verdadero caballero y el marido ideal de la seductora Lady Chiltern. Todos admiran la armonía de su matrimonio. Pero cuando la malvada señora Cheveley le amenaza com desvelar un secreto oscuro de su pasado, todo parece desmoronarse.




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Mensaje  achl Jue Nov 04, 2021 11:17 am




LA PROMESA VERDE
Natalie Wood - Marguerite Chapman
Walter Brennan - Robert Paige

En los años 40, el Sr. Matthews (interpretado por un soberbio Walter Brennan), viudo con 4 hijos, decide dejar su hogar en busca de un lugar mejor donde poder instalarse como granjero y donde poder echar raíces.
Una vez encontrado, se empeñará tercamente en utilizar en su hacienda los métodos tradicionales de trabajo, desoyendo los consejos de sus vecinos y sus propios hijos, quienes le recomiendan adaptarlos a las nuevas tecnologías y avances. Además, impondrá su particular visión de lo que debe ser la convivencia familiar, mediante la mano dura y la ley de la obediencia ciega, llegando incluso a enfrentarse a su primogénita, Susan (Natalie Wood), cuando trate de romper su relación con un joven de la localidad. Pero todo cambiará cuando, debido a avatares del destino, se vea forzado a dejar la actividad de la granja en mano de su hijo. Interesante película familiar que describe las diferencias en la forma de pensar de 2 generaciones y cuya moraleja puede resumirse en "adaptarse o desaparecer".





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