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MI BLOC, QUE NO BLOG

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Mensaje  achl Miér Abr 18, 2018 9:58 pm




Aquella Sevilla de los años mozos


Es muy corriente oírme decir a mí que me encanta, que me fascina mi ciudad, y es porque siempre he sido un enamorado de ella. Nada hay mejor que caminar a través de los duendes de sus calles para quedar completamente extasiado

Omitiendo hablar de sus numerosos tesoros artísticos, que han sido y son loados a diario por gente más cualificada en el menester que yo, me detengo en el embrujo de sus noches, en su adorable clima, casi los doce meses, dotado de una salsa densa que envuelve y que termina impregnando las narices y los labios.

Sus bellas mujeres, primorosamente equipadas para cada ocasión, que empezaban comportándose como damas, y que concluían abalanzándose literalmente encima de uno.

Yo, sin ninguna modestia, y con mi siempre impecable indumentaria y mi siempre educación, y mi respeto, y mi ‘gancho’, cada vez que podía y me dejaban 'remataba' mis veladas nocturnas.

La gente masculina que encontraba al paso se iba entregando al tono sentimental del ambiente, pero con la decadencia del desgastado e ingenioso bon vivant.

Cuando me percataba de que no lograba captar la atención de alguna damisela de bella estampa, recurría a mi tesoro, y sin rodeos le hablaba a la primera que se venía hacía mí de intríngulis románticos, destapando apolillados sentimientos.

A pesar de mi timidez en la juventud y ahora también, soy un tipo seductor, aunque en la actualidad me auto conforme con ser un espectador del sexo femenino, al que le embriaga el olor a hembra, y quizá con ello recupero un poco de la juventud de mi antaño, que, por desgracia, nunca más volverá,

‘¡Chiquilla, eres lo mejor hecho que he visto en mi vida!’ -decía con el mismo énfasis y arrebato con los que pasaba a la acción.

‘¡Ninguna tan despampanante como tú!’ -seguía con mis caramelos.

Luego de tan precisos requiebros, en su momento, siempre lograba ser conquistado, que no conquistador. Porque, a ver, no seamos memos y vayamos de tenorios; los hombres no conquistamos a las mujeres, ellas nos conquistan. Claro que para esto debemos tener algo disímil para que les merezca la pena conquistarnos. Toda mujer, sin excepción, no se fija en cualquiera. Ellas son tenedoras de un sexto sentido, del que carece el sexo masculino, que les propicia habilidad y seguridad. Y cuando una hembra pone el ojo en un macho, difícilmente se le escapa; lo consigue sin el más mínimo esfuerzo. Y si le falla esta táctica, recurre al sexo, literalmente hablando, y ya no hay escapatoria posible.

Estas palabras anteriores son suficientes para saber las dotes ocultas de las féminas de la Sevilla de mis años jóvenes, porque ellas no necesitaban más para hacer valer su poder de seducción y de dominación.

Fijaba mis ojos en la lozana fachada de alguna, que me miraba con la curiosidad de hembra sabedora de sus encantos. Mientras ella medía sus palabras, dejaba caer yo el largo de mi brazo en su cuerpo, para ir explorando el relleno de su esqueleto.

Sentía ella una agitación en su cuerpo. La atraía, e incluso la buscaba. Yo lanzaba un hondo suspiro, haciéndola ver que a sus primores me rendía. Pero, por desgracia, la libido, en su punto más álgido, no siempre me acompañaba, y era por esto que a veces no lograba alcanzar la dureza animal. Pero no me preocupaba. No todos los días era uno un semental.

Me acercaba a ella, para evitar la posibilidad de un desencanto. Posaba mi mano en su espalda, y poco a poco la dejaba resbalar para que se pasease por sus nalgas.

Con disimulo le hablaba de la belleza de, verbigracia, La Catedral, La Torre del Oro, El Alcázar…, o de cualquier otro monumento de la ciudad, pero no ponía interés en ello, sólo lo hacía porque topábamos con alguno de esos monumentos.

Seguía yo con mi plan de ataque, dejando todo al azar, pues la planificación en este menester nunca fue mi fuerte. El camino, la mirada insinuante, el gesto seductor, el abrazo espontáneo, el beso, leve o enroscado, normalmente, por no decir siempre, era ella la que marcaba la pauta y la medida.

Según dónde fingía entusiasmo, no desmesurado porque no yo era quien llevaba el mando. Ella lo intuía, y lo entendía, y lo comprendía, pero también se iba dejando atrapar en mis redes.

La tensión iba disminuyendo a medida que avanzaba la noche, y sin importar nada ni nadie, allí estábamos los dos: ella, ¿deseosa?, y yo deseoso cogía su mano, que no retiraba; llevaba mi boca a la suya, que tampoco se resistía al contacto. Y mi canario, al loro estaba para un posible banquete dentro de su jaula.

Las calles se hallaban baldías a determinadas horas del día, especialmente cuando hacía frío. Nos estudiábamos en silencio, pero yo me miraba en sus ojos, de iris más celadores que ladinos. Si se le ocurría parlotear, arremetía contra su boca, cerrando ella sus ojos, sin decir nada, sólo gemir...

Con sutil impaciencia le abría su cremallera y dejaba caer la tela. Sus interrogadores ojos, condescendientes me fijaban, pasmados y expectantes. Con mirada retadora, una de mis manos viajaba a sus senos, y un imperativo deseo, venido de las calderas de Pedro Botero, la obligaba a que abriese las piernas.

Seguía acariciando sus senos, e insistía en esas glándulas hasta que ella superaba la timidez; luego llevaba un dedo a su pubis, hundiéndolo allí, jugando con sus labios. Mi mano actuaba con firmeza, y dando un paso más, dos de mis dedos, aventureros, se iban a saludar lujuriosamente a la parte más alta de su vulva.

Gemía, y yo listo estaba para todo Era mi turno. Sacaba el canario y suavemente lo metía en su jaula. Ella mordía mi boca, ebria de concupiscencia; y yo, flotando me derramaba en forma incontenible. Y era en ese instante cuando se autentificaba la expresión del triunfo.

Mis ojos, agostados por la pasión, capturaban todos mis vaivenes.

Dicen que los ojos son el espejo del alma, pero esto es otra cuestión.

Se abrazaba a mí, y yo libaba todas las reacciones que pudiese expresar. Su mirada, incrédula, negaba el apego. Su mente intentaba desmentirlo, pero lo negaba, como también negaba la experiencia de ser de nuevo mujer, olvidando su primera vez...

Culminada la gran gesta, caminábamos cogidos de las manos, quedando adornado el cielo con el primoroso olor de los azahares...


Y todo aquello junto y en armonía iba a parar a su erizada hondura femenina, repleta a tope de deseos sexuales, que ella no esperaba, pero que deseaba y que finalmente le resultaba de lo más placentero y con un ansia desmesurada por repetir


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Mensaje  achl Miér Abr 18, 2018 11:15 pm




El reflejo de mi conciencia

¿Qué sabes tú de amor? ¿Qué sabes tú de caricias? ¿Qué sabes tú de abrazos? ¿Qué sabes tú de la ruta hacia sus labios? ¿Qué sabes tú de una respiración excesivamente agitada y de un anhelo más que estremecedor? ¿Sabes tú algo de eso, niña? ¿Sabes tú, niña, lo que es que te devoren con una mirada en una intimidad tan pequeña y saturada que no sabes cómo salir ni quieres salir de ella? ¿Se te han nublado a ti, niña, los sentidos entre los brazos de él? ¿Has jadeado tú, niña, sedienta de más y más? ¿Me puedes decir qué es lo que sabes tú de todo esto, niña? Me preguntaba, acongojado, mi reflejo, una y otra vez y muchas veces seguidas, sin ninguna compasión hacia un alma de virgen rota


Caída, olvidada, tirada sobre mi cama; pequeña, aún sin florecer, no sabía nada. Era como un pajarillo trémulo, sin un lugar en la tierra, ni en el cielo. Un calor extraño me subía por el cuerpo y se alojaba en mis mejillas rojas y virginales, pero no tenía desahogo. No había manera de deshacerme de su presencia, anhelante y oculta. No había manera de rescatarme de ese calor frío e inútil. Y mi reflejo, cruel, seguía preguntándome.

Tenías que llegar tú. Y llegabas. Y mi reflejo se callaba, amenazado. Sabía que frente a tus ojos no eran sólo el olvido y la pasión. Él adivinaba en tus labios un destino irremediable para los míos.

Se daba naturalmente como agua que fluía, sin que nos diésemos cuenta. El reflejo, mudo ante nosotros, y el calor en aumento. Entonces, dejaba las puertas abiertas, porque, como siempre estaba cuidando de mi flor, no dejaba que nadie me lo notase, cual cofre podrido albergando monedas de oro. Por eso te dejaba las puertas abiertas, por eso te hablaba desde mi silencio. Tu piel sobre mi piel, desnuda, que ardían, tus ojos sobre una luz visible, que despedían, verbigracia, mis muslos albos o mis febriles mejillas. Ignorabas cómo podías y querías precipitar sobre mí tus labios ávidos de piel perfumada de niña-mujer. También yo quería, pero no podíamos, eso nos decían cuando éramos niños. Estaba en los albores de mi juventud, en plena virginidad adolescente, enfrentándome a todos esos tabúes que desde la adolescencia deformaban nuestros deseos.

¿Y qué sabes tú de amar? Me seguía preguntando tercamente mi reflejo. De pronto, había vuelto a su cruel interrogatorio.

____Sé que para amar hay que ser libre y dueño de uno, para regalarse al otro -le dije, valiente yo.
Y a la vez, tus labios se encontraban con la piel de mi cuello, tus manos empezaban a recorrer mi suavidad curvilínea de niña-mujer, nunca antes tocada, ni valorada, ni usurpada. Ni tampoco amada.

No importaba lo que dijesen los otros, lo que nos inculcaban desde niños, la culpabilidad y el silencio, y la represión de uno mismo...

Nunca fuimos tan inocentes y esencialmente puros, que cuando unidos y enredados entre las sábanas.

Quizá no sabía yo nada de amar, pero entre los jadeos de aquella noche... ya sabía amar más que nadie. Y también sabía lo que era ser amada.

Nunca fui más hermosa que entre sus abrazos, desnuda y carnal, que tú bajabas tu aliento y tu mirada, albergándome en el interior de tu cuerpo.

Desde aquella noche en que le planté cara a mi reflejo, nunca más volvía a interrogarme. Por fin, lograba silenciarlo


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Mensaje  achl Miér Abr 18, 2018 11:28 pm



Ella y sus recuerdos

Ella había dejado ya de contar sus pasos desde hacía tiempo. Dejaba atrás a la gente y entendía lo mucho que le amaba el silencio tras verse sin el, en lo diferente que se veía todo después de pasar tan sólo unas horas de nostalgia

En aquel lugar se sentía inadvertida, y acogida y sola a la vez.

¿Cómo podía desear tanto un estado tan triste? La soledad la dejaba sin máscara, y así podía verse a sí misma, presentada a través de un charco en el suelo.

El sol se asomaba por el horizonte, iluminándole el rostro, reviviendo el color de su iris de multicolores. Ese momento, ese justo momento era el de cerrar los ojos y esbozar una sonrisa.

Había estado mucho tiempo buscando y resulta que lo tenía todo delante de sus narices. Volvía a sonreír, quería saborear el momento sólo una vez más, quería volver a mojar y recrear sus labios en los recuerdos de antes. Porque eran tan diferentes...

¿Por qué un dios no podía enamorarse de un mortal? Quizá precisamente era eso lo que hacía de la situación tan especial.

A pesar de una diferencia tan abismal, aguardaba un sentimiento entrañable. Sólo por esa noche...

Después, todo volvería a ser como antes. Todo volvería a transcurrir como si nada. Pero, eso sí, con una sonrisa dibujada en su historia


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Mensaje  achl Miér Abr 18, 2018 11:44 pm



La habitación 130

Se sentían tremendamente felices en aquella habitación de hotel, en la serrana localidad natal de ella. Era, para ellos, como si el aire de su apasionamiento lo empujasen cada vez que los dos podían a aquel oasis en el que se sentían libres, liberados, dichosos…


Claro que sus vidas eran muy complicadas. Los dos tenían compromisos y obligaciones insoslayables que les impedían dar riendas sueltas a su amor con libertad, a cielo abierto ante las atentas e incisivas miradas de la gente del lugar. Era por eso que habían decidido construir, tras la puerta y las paredes de aquella bendita 130, un mundo en el que refugiarse.

A veces, él, mucho mayor que ella, se comportaba como un joven núbil, y ella se complacía en descubrirlo, como si eso fuese nuevo para los dos. En ocasiones era ella la que se mostraba tímida y esquiva, pero él la seducía y le iba enseñando cómo amar con verdadero amor a un hombre.

Había días en que experimentaban una pasión controlada, y otros en que se amaban con desesperación, como si despidiesen de la vida y del amor. Y en algunos de aquellos encuentros, les anochecía abrazados encima de una de las dos camas, besándose, riéndose y charlando, cual sólida pareja que dispone de todo el tiempo del mundo.

Desde aquella 130 viajaban por el mundo, hacían planes, recordando el presente de ellos y planeando un futuro, ensoñado más que posible. Pero todos sus encuentros tenían un mismo denominador común: terminaban abrazados, besándose durante un rato, y a veces horas.

Hablaban de sus hijos, de sus problemas personales, de coplas… De todo. Pero también gustaban del silencio, del disfrute de la mutua compañía, en la que el contacto de sus cuerpos era una manera hermosa de expresarse su amor. Sonreían, reían, carcajeaban. Ambos tenían un buen sentido del humor. Pero no toda la gente de su entorno sabía entenderlo y menos comprenderlo. Pero ellos se entendían y se comprendían: eran dos almas gemelas.

Se preparaban y se comían bocadillos, con el pan y los fiambres que ellos mismos se llevaban a la 130, acompañados de cervezas o refrescos, como aparentando una normalidad cotidiana, como si vivieran juntos. Ella cogía una revista y leía en voz alta, con la cabeza de él sobre su regazo, porque eso les gustaba a los dos. Y para él, la risa de ella era como un bálsamo, una melodía que lo mantenía unidos al deseo de seguir saboreando esas maravillosas venturas. Aunque a veces ella no lo tenía muy claro…

Ella, una de aquellas tardes, estaba especialmente dulce y complaciente. Y eso volvía loco a él, que la adoraba cuando la veía contenta. Ella estaba madurando bien su relación, como el membrillo que su madre guardaba para perfumar la ropa y que se mantenía amarillo y redondeado durante meses. Por esto, llevaba su nariz al cuello de ella y aspiraba su fragancia, cargada de recuerdos de la niñez.

Mientras se besaban, normalmente cerraban los ojos, pero se pensaban, a la vez que se decían, una y otra vez, cuánto se amaban. Y él iba más allá y con voz quebrada por la emoción le decía, enfático:

____¡Eres mía! ¡¡Yo soy tuyo…!

Una de esos días, mientras estaban abrazados en el sosiego de su soledad compartida, él recogió con el índice de su mano derecha una lágrima que resbalaba por la mejilla de ella:

____¿Qué te pasa, mi vida?
____Nada. No te preocupes -respondió sonriendo, pero con tristeza en los ojos. Pensaría en si este amor tan profundo que sentía tendría un final…

Pero él no quería que aquella insinuante lágrima mermase la felicidad que sentían en esos momentos.

Sólo quería inundarla de todo lo bueno, a la vez que hacerla reír, porque la risa de ella, para él, era como el sol que entraba por aquel ventanal de la 130…


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Mensaje  achl Jue Abr 19, 2018 11:37 pm




Decidió irse con él


El tiempo se detiene en el justo momento en el que la vida deja de surgir, en el justo momento en el que los sueños dejan de existir, en el justo momento en el que ni siquiera tú mismo te crees que tienes que seguir viviendo


‘La vida sigue'.

Escuchaba susurrar estas tres palabras a todos los seres vivientes que vagaban a mis alrededores en aquella calurosa tarde de julio, en el momento en el que las palabras eran como agujas que tejían con hilos de dolor mi nuevo y renaciente corazón. Y las palabras se las lleva el viento, hasta en la más inmensa de las calmas. Los susurros no sirven de freno para parar la caída, ni las lágrimas expresan el miedo a que ya no existas. Solamente se escucha un silbido del vacío. La nada impregna de ira todas las heridas. Y mientras tanto, transcurren los días…

Nací cuando le vi por primera vez. Veinte primaveras contaban aquellos ojos, de los que pude gozar de su mirada, y toda una vida por delante en la que quizás podría pasar a su lado. La ingenuidad y la inocencia eran las partes más apegadas a mí, las partes más importantes de todos mis latidos.

Era un chico feliz, sonriente, amable, respetuoso, educado, y sobre todo satisfecho y agradecido a la vida. La miel alimentaba el color de sus ojos, y el sol se escondía en las nubes mientras éstos parpadeaban. Su pelo era del color del castaño, chirriante de fuerza; y su sonrisa... ¡su sonrisa era la alegría de su vida, el móvil de sus sueños, el símil de lo perfecto! Pero su belleza no se guardaba en apariencias, sólo mostraba lo que su corazón escondía. Era grande, sincero, chispeante… Una de esas personas que con sólo su presencia le pone color a la vida.

Le conocí casualmente en una de las oportunidades que brinda la vida, en uno de los trenes que no se pueden dejar escapar. Y el tiempo se detenía en el momento que le vi marchar, sabiendo que sería la última vez que lo hiciese. Se tiñó el cielo de gris, sin dejar un rayo de sol a la vista; las nubes se alineaban en forma de corazón, y yo cerraba los ojos creyendo que si no le veía sería fantasía. Pero cuando los volvía a abrir, se había ido, y lo único que a aquellas alturas aún quedaba en el aire, era un abominable vacío, que desde aquel día protagoniza mis días. No dudé en gritar su nombre para romper el silencio pero la respuesta era mi propio eco. Estaba rodeada de personas y me sentía sola, como si se hubiese llevado hasta el último resquicio de vida que me quedaba, y tan sólo tenía fuerzas para llorar.

Nunca me habían gustado las gafas de sol, pero me las ponía para ocultar mis ojos, ahogados en dolor. Y no podía pronunciar palabra alguna.

Salí de aquel lugar, sin vida, sin saber a dónde ir. Mis pies sólo usaban la inercia para llevar mi cuerpo. Y mi mente andaba perdida en algún lugar de aquel cementerio, intentando buscar el alma que terminaban de arrebatarle o, en su defecto, hallarme yo con su alma. Seguían rociando lágrimas mis ojos, y mi estado de ánimos pedía a voces la máquina del tiempo para poder volver a dar marcha atrás.

La gente que iba a mi lado permanecía callada, siguiéndome y aprovechando todos los cruces de miradas para enviarme un ‘lo siento’. Sin hablar me llevaban al coche y reiniciamos el viaje de vuelta. Quería pensar que aquella tarde sólo habíamos ido al cine y acabábamos de regresar de ver una película triste, y por esto las caras largas, porque las imágenes no eran reales, que no pertenecerían al baúl de mis recuerdos, que no estarían en el cajón de mis olvidos, y que no acabarían de dibujar la última pincelada de mi realidad. No eran míos los pensamientos, no los sentía como parte de mí, quería que todos esos pensamientos se fuesen de golpe.

Quería que volviesen a ser las 9 de la mañana de aquel 3 de julio, que él mirase al frente y no dejase que el sueño, la música, o lo que le pudiese haber llevado hasta la muerte, le arrebatase la vida. No lograba distinguir nada en el ambiente, sólo era presa de la mayor de las tristezas.  

____Leticia, ¿estás bien? -y entonces desperté.

Miré hacia el sillón trasero del coche y vi a mis dos mejores amigas, que me miraban fijamente. Sólo pude asentir con la cabeza. Volví a mirar al frente y lloré de nuevo. Una de ellas me cogió de los hombros, sin decirme nada. Tampoco había nada que decir. Le di las gracias por estar conmigo en aquel momento. También quería gritar mi dolor, pero nada de esto podía hacer. Aún no valoraba lo que acababa de pasar, aún nada había medido, no había pensado nada, en cada parpadeo sólo aparecía la imagen de él. Sólo oía su voz, sólo olía su olor… Y lo más triste es que sólo podía sentir su vacío. Llegamos a casa y directamente me fui a la terraza. Miré el cielo con la vista obnubilada y lancé un ‘te amo’ silenciosos desde lo más hondo de mi alma. Recordé uno de los whatsapp que me envió que se despedía con un 'te amo'.

Ahora, una de las estrellas es su nuevo hogar, y fui yo quien le imaginé mirándole y dedicándole un adiós. Por bonita que mi mente pintase la situación, en mi corazón sólo retumbaba ese adiós. No pude dormir en toda la noche. Caí rendida a las ocho. Dormía poco y la semana pasó entre forzadas sonrisas. No estaba preparada para dejarle ir de mi vida. No me consolaban los consejos de los amigos. Fuertemente me agarraba a toda esperanza de que eso no fuese verdad, al menos para mí.

Todas las noches del verano me sentaba en la terraza y miraba una estrella, que yo había marcado como nuestro punto de encuentro. Había cogido por norma que cuando más sola me sentía me iba la terraza para sentirme más cerca de él. Y una de aquellas noches estaba más sola que nunca.  

Para mi sorpresa, los sentimientos que salían de mi corazón empezaban a instalarse como luces independientes detrás de mí y sólo un sentimiento que brillaba más que todos juntos, diseñaba hacia nuestra estrella la ruta de la felicidad. Estaba a punto de dejar este mundo en el que la felicidad era el único sentimiento que a mi vida no pertenecía, para terminar con todos los sufrimientos. Pero cuando me levanté para dejarme llevar por esa ruta, miré atrás para despedirme de la vida, y de pronto me vi con todos los sentimientos brillando en la silenciosa penumbra, y detrás de las luces cegadoras vi a mi madre, a mi padre, a mis amigas, y a todos las personas que me amaban formulándome un mar de infinitos momentos que aún me quedaban por vivir. Por sus mentes afloraban recuerdos recordándome que, aun todas aquellas luces,  había una luz más fuerte, el sentimiento más grande: la vida.

Dirigí mi cara hacia el amor de mi vida, recopilando de cada poro de mi piel hasta la última gota de las fuerzas que me quedaban. Le miré a los ojos por última vez, le di mi corazón en carne viva, y siendo presa de aquella triste soledad, sólo pude gritar: ¡llévame contigo, mi amor!

Y su espectro relató su final…

Y después, a pesar de que sus padres estaban pendientes de ella permanentemente, pero sin que les diese tiempo a detenerla, sin pensarlo se lanzaba al vacío desde la terraza de su piso de la décima planta del edificio. La altura y la inercia de la caída despedazaban contra el duro asfalto todo su cuerpo


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Mensaje  achl Sáb Abr 21, 2018 10:52 am

Dilema lésbico




Al entrar a aquella casa, lo primero que se me ocurrió pensar era que estaba loca por haber aceptado su invitación. Y lo segundo fue que nunca imaginé que tuviese tanto dinero


El lujo me rodeaba por doquier. Un magnífico chalé, decorado con la más refinada elegancia; un amplio garaje donde había dos autos de alta gama y una motocicleta de mucho caballaje, una cancha de tenis, un campo de golf de 8 hoyos, un amplio jardín, de ensueño, una piscina olímpica; y, para atender todo eso y para la casa, un servicio doméstico compuesto por seis personas...

'No, no, esto no es la típica fiesta universitaria. Esto es algo más selecto. ¿Dónde me he metido?' -pensé.

Nunca había salido de mi cuarto de la facultad. Siempre fui la típica chica tímida que sólo destacaba en el colegio por ser una empollona.

Odiaba a los hombres. Más de uno se había aprovechado de mí. Tres en concreto. En realidad, más que un hombre era un hastial el que rompió mi virginidad de una forma tan brutal que me hace llorar cada vez que lo recuerdo.

Me siento realmente confusa. Mi amiga Silvia, ex compañera de cuarto, me dijo que me lo pasase bien, que la anfitriona de la fiesta era muy popular y estaba interesada en mí. '¿En mí? ¿Por qué? ¿Para qué?' -pensé de nuevo.

Lo que querrá es reírse de mí, que no es lo mismo, pero, aun mi protesta a Silvia, me prestó un traje muy ceñido de seda fina, a la moda.

Cuando llego a la puerta principal del suntuoso chalé, un muchacho alto y guapo, vestido de sirviente, me recibe. Mira en la lista, cuando, con torpeza e inseguridad, pronuncio mi nombre completo, y entonces él ciñe los ojos, me mira y me pide que le siga.

La gente anda revuelta por todos lados, inventando una locura tras otra, pero aquel muchacho se asegura de que llegue sana y salva a uno de los sitios más tranquilos de la impresionante mansión.

Me lleva por un pasillo y me deja en un lujoso cuarto, que era como sacado de las mil y unas noches, y me anuncia.

____¡La señorita Triana! -y desaparece como por magia.

Casi instantáneamente, la anfitriona se aproxima a mí. Apenas sé nada de ella, pero en la universidad todo el mundo la conoce.

Inesperadamente, me saluda dándome un beso en la boca.

____¡Triana, por fin en mi casa...!
____¿Pero... pero... tú... tú quién eres…?

____Me llamo Manuela, pero llámame Ma. Es más íntimo.

Me lleva a un sofá grande; bueno, más bien una enorme almohada sobre el suelo. Me sirve un té, tan aromático y relajante que hace que los nervios de mi estómago desaparezcan.

____No recordaba cómo te llamabas, pero en la facultad todos lo saben.
____Ninguno de ellos me importa, sólo me importas tú.
____¿Yo? ¿A qué viene esto? No sé de qué vas. Mira, no te da derecho el invitarme a tu fiesta para reírte de mí -Ma parece confundida. Me mira con tal intensidad que me turba. Mis mejillas se sonrojan.
____Quizás me he precipitado, pero es que no es fácil acercarse a ti. Me contaron lo tuyo, eso de... ya sabes... y...
____¿Y te doy pena?
____No, Triana, no. Yo... -parece nerviosa y tensa.
____Me gustas -añade de repente, sin ambages.
____¡¿Quééééé?!
____¡Qué me gustas, joder, y mucho! Ya lo he dicho, así que ahora eres tú la que puedes reírte de mí. Silvia me dijo que tú también sentías por mí, por eso monté esta fiesta, para verte. Silvia me comentó que se aseguraría de que vinieses, y ya estás aquí -pasmada me quedé, como si yo fuese la reina del universo.
____¿Para verme?
____Sí, para verte -y de repente se lanza y me besa de nuevo en la boca. Muerde mis labios y seguidamente rasga mi vestido y me lame los pechos, que se empinan, como deseosos de su lengua.

Mi corazón se acelera. Se desviste y luego me desviste a mí, o más bien, arranca lo que queda del vestido. Me echa sobre el almohadón y me besa con pasión. Estoy confundida. Inmoviliza mis muñecas y enseguida se puso encima de mí, y comenzó a danzar al compás de sus deseos.

____Oh -consigo articular cuando se queda quieta.- Hay tanto deseo en tu mirada... -le digo en voz baja.
____Me gustas... -repitió, mirándome a los ojos.
____No te arrepentirás de esto... Te lo juro -añadió.

Me silencia toda respuesta con más besos, y no se detiene hasta que me escucha gemir de placer.

Cuando por fin se detiene, me mira fijamente a los ojos. Por un momento temo de nuevo ser víctima de una novatada.

____Si esto te está gustando, ya verás lo que te tengo preparado...

Súbitamente las luces van menguando hasta que la estancia se ilumina sólo por una lucecita anaranjada, como el color de las paredes.

Hay allí una enorme cama y un pequeño yacuzzi. Me levanta, y me lleva al yacuzzi. Hace que me sumerja en las burbujeantes aguas. De pronto, todo aquel cubículo huele a sales de baño y a incienso. Todo ello embota mis sentidos.

Se sumerge en el agua y poco después emerge y coge de una bandeja dos copas. No sé qué contienen. Echa unas gotas y me da a probar. Ella bebe de mis labios. Tímidamente, intento detenerla.

____No entiendo nada. Explícame... -se para en seco y me mira.
____Silvia me dijo que quizá no estarías preparada, que debía ir despacio. Pero llevo meses planeando esto. Tanto tiempo esperándote y tú como si nada, no me veías, no parecías interesada en mí. Cuando Silvia me dijo que...
____¿De qué conoces tanto a Silvia? -la interrumpí.
____Me hice su amiga cuando me enteré de que tú eras su compañera de cuarto. Quería saber de ti... -respondió, como si fuese evidente.
____Pero yo... -me tapa los labios con sus finos y alargados dedos. ‘¡Dios! Es tan bella, tan perfecta. ¿La chica más espectacular de la facultad fijándose en mí? Esto es una novatada o una encerrona, seguro’ –pienso de nuevo.
____Es una broma, ¿no? -intento salir de duda. Ella endurece la voz.
____No es broma, pero Silvia es una zorra. Tengo celos de ella. Parece que no soy la única interesada en ti. Ella también.
____Bu… bu… bueno, ella se portó bien conmigo y... siempre era tan tierna y tan agradable que... -parece enfadada. Sale del yacuzzi. Se tapa con un albornoz verde y yo la sigo tapándome con mi roto vestido -intento llegar hasta ella.
____Estoy realmente confundida. La más pringada de la facultad, es invitada a una fiesta tan elegante y por la propia dueña...
____Pero ambas estábamos en la universidad.

Tras pensar unos segundos detenidamente, añade:

____¿Has tenido sexo con Silvia?


No necesito pensar. Recuerdo que una vez que Silvia estaba borracha y me obligó a hacer 'cositas' con ella. No sabía que eso se hacía entre mujeres. Lo había oído, pero mi familia siempre ha sido muy tradicional... muy… En fin... -asustada la miro como si fuese un fantasma.

____ ¿Qué haces aquí Silvia?

Viste elegantemente con traje largo azul, que hace juego son sus ojos. Su cabellera cobriza cae en cascada libre, mientras que Ma lleva el pelo recogido y a juego con su vestido, morado y negro. Sus ojos son violetas, y tras sus lentillas aparece el color del mar.

¿Y yo? Bueno, me describiré como una chica con el cabello negro azabache, con ojos grandes marrones y con un cuerpo corriente.
____¿Cómo qué hago aquí? Es una fiesta, y me gusta –responde Silvia.
____Tú has preparado esta novatada, ¿verdad? -miro a Ma. Parece enfadada.
____Dile que la deseo, que la quiero; bueno, que no es lo que ella piensa.
____Dijiste que sólo la besarías y que probarías pedirle salir, pero si ella no quiere...
____Te mentí. Quiere, así que ayúdame -dice recobrando la mirada de gata traviesa.

Quedo clavada. Miro a Silvia. Se me acerca como aquella vez. Pone música y al ritmo de la misma empieza a quitarme el vestido de mi mano y luego se quita el suyo

Ma me sujeta por detrás con suavidad; siento su cuerpo desnudo pegado al mío. El calor que emano y siento es como la lava de un volcán.

Comienzo a sentir dolor y placer al mismo tiempo; dolor porque me pide algo que de momento no estoy dispuesta a darle, me niego; y placer porque después, Ma me besa en la boca y comienza a acariciarme y a lamerme los pechos.

Entonces, ni puedo ni quiero resistirme.

Silvia se arrodilla ante mí.

____Llevo ya mucho tiempo deseando repetir esto -y, acto seguido, noto un placer punzante en mi sexo.

Cierro los ojos, y al compás de la música la mujer más hermosa que he conocido me hace el amor. A mí, a una don nadie.


____Sólo una vez hicimos el amor, pero yo no sentí nada -respondo con miedo a la pregunta que me hizo Ma.
____¿Cómo que no sentiste nada? Pues a mí me gusto mucho -escucho la voz de Silvia, detrás de mí.

Asustada la miro como si fuese un fantasma.

La tenue luz que se cuela por la ventana, me despiertan de golpe.

No podía distinguir dónde me hallaba. Pero ahora caigo: en la casa de Ma, en una la fiesta. ¿Pero qué ha pasado? Intento ponerme en pie, y vestirme, me incomoda estar desnuda, no puedo moverme.

A mi lado está Silvia, durmiendo plácidamente. Está completamente desnuda, bajo un albornoz que la cubre hasta la cintura. Está espectacularmente bella .

Al otro lado veo la descansada silueta de Ma. Lleva una fina toalla enroscada en su perfecto busto.

Las dos parecen felices, las dos parecen exhaustas. Y yo también.

Intento levantarme, y a duras penas lo logro. Me visto con mi roto vestido y salgo en busca de algo que llevarme a estómago, y al baño a despejarme.

Cuando consigo ambas cosas, veo que la casa aún está por limpiar. En el salón me esperan Ma y Silvia. Sus aviesas sonrisas me dejan estupefacta.

____Era una novatada, ¿verdad? -pregunto apenada. Ellas permanecen en silencio. Hasta que Ma dice:


Ojalá fuese eso, una novatada como dices, porque si lo fuese, todo resultaría más fácil para ti el creerte lo que ha pasado. Pero no es ninguna novatada. Y ahora dime, ¿a quién prefieres de las dos? Me pregunta, expectante


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Mensaje  achl Sáb Abr 21, 2018 12:22 pm




El amor la llevó a lo que siempre quería ser


Creía que había perdido su odio, hasta que 16 años después lo volvió a recuperar, y entonces se desató con furia una tormenta


Era un día normal, como cualquier día en la vida de una estudiante de una ciudad pequeña: levántate de la cama, despierta a tu hermano, haz las dos camas, dúchate, vístete, achucha al enano para que termine de desayunar, mira que el perro tenga comida y agua, desayuna, vete al colegio, no pienses; sobre todo esto, no pienses... Ella misma se decía que estaba loca.

Su nombre clínico era una depresión crónica. Su madre solía decirle a menudo que simplemente era una paranoica. Esto era, más bien, un improperio de la estúpida señora, que siempre hablaba más de la cuenta.

Hacía relativamente poco tiempo que ella, la hija, tenía una relación sentimental con su mejor amigo, Carlos.

Buscando que la dejasen en paz y también a Carlos, se inventó ésta relación, que no llegaría a nada. Y lo peor era que ambos lo sabían y, aunque trataban de fingir que se amaban, la verdad salía a relucir en el hecho de que siempre preferían calentarse las manos en los bolsillos, en vez de entrelazárselas. Durante las noches dormían cada uno en su casa; en el cine cada cual se sentaba, indiferente, en su butaca y ni tan siquiera palomitas compartían; a ella le engordaban, y él era alérgico.

Perdón, aún no la he presentado...

Tiene muchos nombres, pero en el instituto todos la conocían como Tina. Carlos era el chico más guapo y más aplicado de último curso, y a ella aún le faltaban varias asignaturas del curso anterior. No se caracterizaban por ser una pareja armoniosa, ni siquiera en sus inclinaciones sexuales. Pero esto era algo que a nadie importaba y que pocos o ninguno conocían.

____¿Has visto a esa?

Marta, la mejor amiga de Tina, se hallaba apoyada en la taquilla contigua a la de su compañera, masticando chicle, y su efluvio se mezclaba de vez en cuando con su respiración y con el sonido de sus palabras.
Tina se giró para ver pasar a quien aludía Marta; era una chica del último curso. Tina la conocía porque estaba en la misma clase que Carlos.

____No pareces muy contenta hoy -dijo aquella chica.

Tina volvió a su taquilla a buscar una cosa, haciendo caso omiso de lo que le decía su conocida, pero no apreciada.

____Marta es una chica heterosexual, es como darse contra la pared -susurró entre dientes -habló de nuevo aquella conocida.
____Perdona, pero hay gente que ignora su condición -dijo Tina.
____Sí, eso le pasa mucho a los políticos... -farfulló, molesta.
____No entiendo por qué te opones a mi relación con Samanta...
____Sólo me preocupo por ti -respondió-. No quiero más encontronazos. A este paso, todo el mundo se enterará de que somos... de otro costal -cambió el rumbo de la frase al ver qué pasaba un grupo de alumnas de la ESO. Marta arrugó la nariz, en señal de protesta
____El no salir del armario te va a matar, cariño -ahora se interpuso entre la dueña y la taquilla. Con un gesto altivo le quitó la llave-. No puedes vivir permanentemente huyendo de lo que somos -añadió.
____Mi terapeuta lo llama 'rectificación de la propia imagen'. No me voy a convertir en lo que no quiero convertirme -añadió.
____¿Dónde has leído eso? ¿En comecoco.com? No tienes ni idea. Debes dejar esas sesiones, no te hacen nada bien. Échale un buen polvo a Susi y ya verás qué pronto se te quitan las depresiones.
____¡Qué me dejes en paz!

Trató de quitarle las llaves, pero Marta la esquivó y las tiró lejos. Tina fue tras ellas mientras su amiga quedaba parada de brazos cruzados. Al agacharse, se encontró con unas manos en torno a sus llaves.

____Se te han caído -una cara guapa, una tez morena, un pelo negro y lacio y unos ojos verdes; un cuerpo escultural: era Susi.

Se quedó sin palabras. Detestaba esa sensación y también detestaba ella. Mutuo era el sentimiento. Pero después descubrían que el odio no es un sentimiento contrario al amor, sino que era algo apasionado que despierta el fuego, un sentir que arrasa por dentro y acaba con todo. Un fuego eterno, un fuego de pasiones que revivió 16 años más tarde, para ocurrir lo que entonces pospusieron para mejor ocasión.


Oscurecía temprano, o tal vez llegaba tarde. 16 años con su conciencia dormitando, escondida en el muladar de los recuerdos. Casi todo lo había conseguido: una casa, un trabajo, su propia galería de arte: unos cuantos cuadros desgarrados por la tinta, varias esculturas retorcidas en orgasmos homéricos y en silencio…

En sus cuerpos se plasmaba toda esta pasión, toda esta carne, que habían olvidado y que habían evitado durante 16 años. 16 larguísimos años con sus larguísimas húmedas noches, con sus paranoicas visiones de una desconocida mujer morena que atrapaba su alma, que se comía su carne cruda, que la reventaba en sueños y que le hacía el amor una y otra vez hasta dejarla rota, seca, fuera de combate...

Se despertaba completamente empapada, y con ansias de una ducha de agua fría o de seguir durmiendo durante tres días más. Nunca supo quien era la desconocida, jamás la encontró, quisiera o no, aquella muchacha le recordaba su lado olvidado, su instinto primario le despertaba un odio hirviente que no era sólo una máscara que ocultaba la verdad primigenia de una persona sensible, y oculto dentro de su caparazón. La verdadera Tina pugnaba por salir a la superficie. Quería gritar, quería salir corriendo, quería salir fuera de su cáscara, quería ser libre, quería volar... quería recordar lo que a base de pastillas había conseguido olvidar. Aunque había sido ligeramente feliz, sentía en su interior que tenía una deuda pendiente. Algo estaba por ocurrir que iba a cambiar el resto de su vida.

Su padre solía decirle que las personas van al teatro para escuchar lo que realmente ocurre fuera, pues sólo tras ese escenario podrían vislumbrar un abismo de verdad, lejos de la falsedad y la hipocresía del vulgo... Ciertamente a veces el único modo de decir la verdad es mintiendo como una bellaca. Tina estaba a punto de descubrirlo.

Hacía años que no iba al teatro pero algo la llevó aquella noche, quizá la empujase el aburrimiento, las palabras de su desaparecido padre, o el hecho de que alguien la invitase a ir.

Cuando puso los pies en el recinto supo de verdad el por qué de que había ido allí. Le bastó una simple mirada para ver de lejos el fruto de su inconsciencia, el objeto de sus pesadillas, sus fantasías ocultas, la propulsora de su auténtico yo, que a cada paso que daba hacia las gradas, estaba más fuera de su cáscara.

Susi allí estaba vestida con ligero atuendo blanco. Una rabia empezó a recorrer sus venas y pinchaba su sangre. Endulzó sus labios con el hierro de la propia. Los labios se le resquebrajaron debido al frío y a la sequedad, su lengua se tiñó de su escarlata, y ella se hundió en su butaca. Su sexo se estaba humedeciendo humedeció, hasta llegar a resultarle molesto. Intuía lo que iba a ocurrir y sabía el por qué de que había ido allí: a saldar una cuenta pendiente de 16 años atrás.

Una noche de mucho calor a punto había estado de cambiar el odio por pasión. La misma mujer que vestía de blanco y pronunciaba intrincadas y poéticas palabras la bella y hermosa Susi. Si la viese Marta...

Todo se cubrió de niebla, y apareció la sombra que se hacía más nítida a cada paso que daba hacia ella. Las luces se fueron apagando en forma intermitente, hasta dejar un leve destello que se paseó a sus anchas por la carne de la hermosa morena, que estaba quitándose el maquillaje, sin mirarse en el espejo. La intuía, conocía el destino, sabía que estaban allí, solas de nuevo, pero esta vez sería para unirse de una vez por todas.

____¿Te gusta el teatro de mi padre?

Era su explicación directa para la ausencia de gente tras la función. Dejó a un lado sus dudas, dejó por una vez que su odio saliese a flote. Susi la sujetaba mientras ella trataba en vano de descargar su rabia contra la culpable de todo de una absurda historia, la cual había ocasionado que su madre la hiciese ingresar en un hospital durante los mejores años de su vida, hasta que, queriendo o sin querer, olvidase lo único que de verdad siempre había querido. Susi vio en sus ojos su historia, en sus lágrimas su pecado, y en sus temblores su pasión, su deseo, su virginidad...

____Eres virgen... -lo dijo casi sin darse cuenta.

Tina quedó paralizada, con su sexo palpitando, enloquecido y húmedo. Enrojecida por la vergüenza, intentó zafarse y salir corriendo, pero apenas se sostenía. Susi la besó tiernamente, a la vez que bajó sus manos por la espalda de ella, hasta llegar a abrazar la redondez de su culo.

Tina suspiraba. Su odio luchaba contra la pasión que hervía en su corazón, en sus venas, arrasándolo todo quedando eclipsados aquellos 16 años de depresión. Sus palabras y sus caricias, anestesiaron su mente. Quería a Susi, la única persona, con la que quería morir de deseos, de orgasmos, de humedades...

Tembló, aunque Susi estaba convencida de lo que hacía, Tina se moría de ganas, de miedo. Sintió una mano de Susi recorrer su cuerpo por encima de la ropa. Apenas si respiraba, estaba acelerada y la angustia la mordía. Susi paraba y la miraba.

____¿Qué te pasa, cariño?

Tiritaba de amor frente a sus palabras. Se abrazaba más a ella con ansias de sentirse querida. Le confesaba con suave voz que se hallaba asustada aunque había soñado muchas veces con ese momento, tantos años soñando que se hacía mujer entre sus dedos...

Susi acarició sus labios con sus largos dedos finos y después los besó. La cogió entre sus brazos y la condujo al escenario. Improvisó un lecho, que cubrió con pétalos de flores y una suave manta. La desnudó lentamente mientras Tina temblaba, la besó, la mimó y la acarició mientras le susurraba bonitas palabras. Cogió entre sus manos sus pechos, turgentes y ávidos de besos, devoró su carne, recorrió cada curva de su cuerpo y hundió su lengua en la parte más sensible de su anatomía. Tina lloraba de placer. Sentía que su cuerpo se convulsionaba. Susi la alejó de todo y la llevó, por fin, a la paz que llevaba tantos años buscando. Por fin había tocado el cielo y Susi era su ángel de la guarda. Esa misma noche la hizo mujer, le quitó la pureza, y a cambio le brindó la libertad, le recordó todo lo olvidado, y le hizo aceptar lo estipulado en un contrato de una felicidad incumplida: aceptación, paciencia y entereza.

Al poco tiempo de aquello se casó con Susi, demostrando así al mundo entero que un verdadero amor nunca se olvida, y que el mundo juega sus cartas para hacernos topar con él todas las veces que quiera, y así darnos cuenta de que si encontramos ese amor verdadero no debemos dejarlo escapar nunca.

Tina había estado dormida 16 años, que bastaron y sobraron para entender que su odio siempre había sido amor; que de no haberlo aceptado, se hubiese destruido. Pero con su aceptación había alcanzado paz y visión entera de la vida, como nunca antes había sentido. Y ahora era feliz.


Y lo seguiría siendo de por vida, si su corazón y el de su único amor, Susi, siguiesen palpitando el uno por el otro


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Mensaje  achl Sáb Abr 21, 2018 1:52 pm



Bondaje-Disciplina-Dominación-Sumisión-Sadismo-Masoquismo

Voy a intentar modelar la eliminación y la descortesía de los que llaman 'los viejos mitos, los demonios y los miedos', que desde siempre han acompañado a este tipo de relaciones, que trata de uno de los mayores placeres que experimenta el ser humano; el sexo. Mi idea es destapar una de las prácticas más antiguas: alcanzar el placer primitivo a través de la dominación. Imagino lo que pensarán en sus camas, envueltos en el calor y la suavidad de sus sábanas, leyendo esto. Algunos, con ansía; otros, con pudor, y una mayoría, simplemente, por curiosidad

Cuando nos hablan de estas prácticas sexuales, nuestra subconsciencia nos abruma con iguales adjetivos tenebrosos: denigrantes, humillantes y depravados, junto con los artilugios de fustas, correas, cadenas, e incluso sangre.

¿Cómo enterrar esta serie de estigmas, comparándolos con otros estigmas?

¿Serán unos estigmas de unas relaciones más estandarizadas, o más arraigadas en nuestros días?

Su competidor es el AMOR, y sólo son tres las versiones del rey indiscutible:

El matrimonio.
La relación de pareja o amantes.
Los ‘follamigos’, llamados así por esta generación, lujuriosamente vanguardista.

Las comparaciones se irán haciendo a medida que se vayan pasando las páginas. Ni mucho menos pretendo que al terminar de leer esto os hagáis practicantes de esta clase de relaciones. Ni por asomo lo había pensado. Cuando escuchéis de alguien, cercano o lejano, hacer alguna mención de cualquiera de estas tres relaciones, que las miradas detractoras, no intenten desprender desprecio, ni prejuicio, como si de un psicópata o similar se tratase.

El personaje principal de este relato, será el encargado de ir sepultando todos estos estigmas, las comparaciones con su competidor el AMOR y el erotismo de este tipo de prácticas:

El BDSM (Bondage y Disciplina; Dominación y Sumisión; Sadismo y Masoquismo

El protagonista era un personaje de otras categorías literarias, cinematográficas, o poéticas. Su estilo no pertenece al género de una novela erótico-romántica. Ha sido una apuesta arriesgada meter la seducción de este personaje, dando con ello algo nuevo al lector, rescatando este personaje olvidado.

Antes de empezar, voy a reservar mis primeras letras para dos preguntas con igual semántica, pero a disímiles destinatarios, eso que se conoce como ‘pregunta espejo’. Es sólo una pregunta recíproca, simétrica como el vidrio del espejo. Empezaré con los hombres para seguir después con el público femenino:

El espejo

¿Qué hombre no ha fantaseado alguna vez en su más ingenua intimidad con tener lo mismo que los emperadores romanos o los faraones?

Ahora estoy refiriéndome al ‘poder de la dominación', tan primitivo que parece que nuestra sociedad contemporánea ha olvidado ya, o no se atreve a hacerse con este poder del antaño. Quizás pueda deberse a que en nuestras vidas ajetreadas, llenas de números y de letras en nuestros aparatos electrónicos, no hay espacio suficiente para atraparnos en ella.

El poder, siempre de la mano de su milenaria compañera la seducción y su longeva amiga la elegancia. Poder que permitía a nuestros antepasados el poder elegir entre cualquier mujer de aldea, pueblo o villa, para que un Marqués de turno iniciase con el ritual en su suntuoso castillo. El poder para cumplir con cada una de las fantasías más ocultas de nuestros egos, por morbosas o extremas que fuesen.

Pero no podemos ni debemos olvidar el pilar básico de esta clase de relaciones: la obediencia hacia la persona que nos está dominando; una obediencia tan férrea que no podemos denominarla sólo como respeto, tiene un nombre más específico: lealtad.

Es el momento de lanzar la pregunta espejo

¿Qué mujer no ha fantaseado con sentirse dominada por un hombre? ¿Cuántas de estas fantasías tan, tan lubricantes, que humedecen nuestros sueños, nunca les han dado cobijo? Sentirse como un hombre vuelven a sus principios más primarios, y así aislar el último grito del hombre del XXI: metro-sexualidad. A estos hombres no les preocupan en absoluto si tienen su brazo derecho o izquierdo más corto que el otro; hombres que expresan su masculinidad con algo más que no sólo levantando pesadas pesas entre máquinas de acero, para asemejarse a los exánimes maniquíes de las tiendas de ropa.

Hablo de esos hombres que aún, al día de hoy, no han renunciado a ella. Hombres que no tienen miedo de unirse con su testosterona, e incluso de asfixiarla. Hacer que la mujer que comparte su lecho, que se enreda en sus sábanas, se sienta sucia, ultrajada y humillada. Que algunas se sientan de nuevo, o por primera vez otras, lo que la sociedad contemporánea les ha arrebatado durante todos esos años, de una forma tan insultante como cobarde.

Este anhelo no es otro que sentir algo diferente: salir del rutinario y monótono sexo del matrimonio o pareja. Practicar un tipo de sexo salvaje e indecente que un buen número de féminas ansía; perder la noción de todo entre el aroma a sexo prohibido, resbalando por su vaporosa piel, ignorando las arcanas intenciones de los hombres, y sólo dejándose llevar como podrida madera de una balsa en el océano, sin rumbo, pero con la seguridad abrumadora de ver cómo en el timón están esos capitanes. Sentir como las mujeres, al estar bajo la sumisión de los que llaman amos, vuelven a recrear y relucir la indecencia de la mujer de antes. Un sexo diferente, impredecible al arquetípico de la pauta de las Compañías de Pornografía, siendo sus escenas tan simples tan predecibles como la sota, el caballo y el rey de la baraja española.

Disfrutar del sexo, sin tener que al acabar dar explicaciones de lo sucedido, sin que las mujeres no se sientan más humilladas que la propia humillación del sexo con sus dominantes, desterrando en los momentos de anhelos el protocolo estandarizado, por no sabemos quién. Un grupo de gente que de la noche a la mañana no se sabe en qué época, propusieron que a la mujer en la cama su trato debería ser tan dulce y tan respetuoso como el de una reina. Sólo se aceptaban besos, caricias y palabras hermosas. Se me antoja... ¿este grupo de personas puede ser la gente VIP?

Una vez que he acabado de preguntar esas dos preguntas, os propongo un último argumento antes que os seduzca esta historia fantasiosa.

Los pensamientos que he hecho mención, imagino serán que las relaciones BDSM se basan en el más pecaminoso vicio, siendo el sexo su única finalidad.

Y ahora, una pregunta

¿Qué porcentaje damos al sexo en nuestra relación de pareja?
Seguro que la media es de un 80-90%. Los que hayan coincidido con tal porcentaje, su relación de amor es más lasciva que una de BDSM.

¿La razón? Solamente nos hemos centrado en el porcentaje de amante. ¿Dónde se encuentra el porcentaje de la compañera y amiga?

El porcentaje del sexo en una relación de pareja debería ser el 33%, siendo unísono al de la amistad y al de la compañera. ¿Y el 1% restante?: las rencillas. En cambio, en una relación de dominación, el porcentaje no llega al 50%. ¿Qué relación es más lasciva y lujuriosa?


Las mujeres que practican este tipo de sexo se sienten vulnerables, porque son tratadas de una forma vejatoria, además de ser humilladas con algunos adjetivos desdeñosos, de desprecio


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Mensaje  achl Sáb Abr 21, 2018 3:25 pm




Mi último curso en el instituto


Lo tuve muy claro apenas le vi

Sentado en el sillín de su flamante motocicleta de alta cilindrada: guapo, moreno, alto, bronceado, esbelto, altivo, observador, y con una vanidosa  expresión de triunfador, así era él. Un irritante niño de papá que hacía que mis hormonas se pusiesen a danzar. ¡Jo, que burra me ponía! ¿Hace falta decir que me encandiló a primera vista? En ese justo momento miraba, celosa, cómo él rodeaba la cintura de avispa de una de sus conquistas del instituto.

Iba con su torso descubierto, en un exitoso intento por exhibir su forma física. Mis dientes se deslizaban por mis labios, con la idea de dejarme marca. '¿Cómo es posible que con tan sólo un día de curso, haya podido perder la cabeza y el coño por un tío? ¿Y quién es ese tío?', me pregunté para mi interior, a la vez que alzaba la cista y con los ojos fijos en él.

Pues era un chico que cursaba en mi instituto, pero yo, muy extraño en mí, no me había fijado antes en él. Era el tipo ideal para aquella rubia, aparentemente descerebrada. Y digo 'aparentemente' porque sabía yo de todos sus devaneos. Estaba en la clase 'A' del último curso, y yo en la 'B'. Lo que no dejaba claro era que le faltase casi toda la mollera, y que su pelo rubio era teñido. Sabía que no me quedaría sin una respuesta por parte suya. Y así fue. No tardó en decirme:

___¿Es que no le conoces? Es Alfonso Miguel Milano
___¡Uff, pues ese Alfonsito está buenííííííísimo!

Alargué intencionadamente una de las ‘íes’ de esa palabra, de modo que terminó convirtiéndose en algo jocoso.

Aquel curso no estaba yo muy animada para comenzar de nuevo las clases. Luego de un verano con ansia de sexo, acabé sin comerme una rosca. La coqueta casa de mi abuela en Rota (Cádiz) no me dio el empujón necesario para pasar las vacaciones que una chica sensual como yo debe tener. En cierto modo, me fastidiaba el no poder contar a mis amigas algún rollo del verano. En mi mes de vacaciones, lo único que medio me mereció la pena era un socorrista sevillano, de 30 años; no estaba nada mal, pero era demasiado mayor para mí. Sólo hablábamos a veces, achuchones y besos furtivos incluidos, pero sin llegar a más... Y no porque él no quisiese, que estaba deseandito de meterme mano.

Sin embargo, en este último curso estaba viendo las ventajas sexuales que me ofrecía mi instituto de siempre.

La nueva conquista del tal Alfonsito era una chica de un aspecto físico muy similar al mío: ojos y boca, grandes, rostro sensual, además de simpática y dicharachera, pero su melena rubia sólo le llegaba a los hombros. Y se pintaba más que yo. Siempre muy ocupada ella en ocultar sus pecas, bajo un kilo de colorete. En pocas palabras, era la nenita más alocada de todo el instituto.

Me invadían unas súbitas ganas, que quedaban sólo en eso: en ganas, de arrastrar por los pelos a aquella rubia, que ahora empezaba a contonearse frente a él. La tía vestía minifalda, que tapaba menos de lo que enseñaba, luciendo piernas bronceadas del sol estival. Aunque su estatura no sobrepasaba la mía, me sentiría más segura de haber podido comprobarlo poniéndome a su lado, y así ver si medía medio milímetro más que yo.

Con lo que nunca podría competir con ella era con las dos tallas más de sujetador que usaba. No podía negar que era una absoluta provocativa, de la que se sabía en todo el instituto que 'se lo hacía' con los tíos en el asiento trasero de los coches, en moteles y en discotecas, incluso cobrando.


Pero yo ya tenía muy claras las cosas: ‘antes de que termine este curso, me voy a tirar a ese tío’


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Mensaje  achl Sáb Abr 21, 2018 3:44 pm



En la librería de mi pueblo


Acabé de ducharme. Sequé todo mi cuerpo. Me perfumé entera. Pero mi vagina seguía teniendo olor a vagina. Metí mis pechos en un generoso sujetador. Me puse un traje rojo corto. Salí de mi casa. Crucé la calle. Llegué a la librería. Mi amiga Paula cumplía años y yo quería regalarle un libro picantón. La campanilla de la puerta sonó, pero, al igual que otras veces, Pepe, el maduro propietario de la librería, ¡qué estaba buenísimo!, ni tan siquiera me miró...


Entre los pasillos miraba títulos, sin idea de cuál escoger. Quise preguntar a alguien, pero nadie había, salvo Pepe, que simulaba estar limpiando el polvo. Al fin vi uno sobre sexo, que sobresalía en lo más alto de una estantería. Pepe me indicó con la vista que cogiese la escalerilla. La cogí e inicié a subir. Mis caderas se movían de un lado a otro, provocativas. Mis pechos rebotaban. El olor de mi vagina viajó hasta Pepe. Su miembro se llenaría de deseos. ¿Estaría pensando en mi dulce entrepierna, en mis duras nalgas y en mis hermosas lolas queriéndose salirse de la prisión del sostén? Creo que sí, porque subiendo escalón a...

...escalón, mis ojos posados en aquel libro, una mano tibia se aferró a mis nalgas, erizándolas. Otra mano se aferró a mis pechos Mis mamelones eran ya como roca. Miré hacia abajo. Y allí estaba Pepe. Nuestros olores se entremezclaron. El temor a caernos hizo que nos sostuviésemos el uno al otro. Yo no podía más. Chorreaba lujuria. Mi mano derecha buscaba una bragueta...


Un fuerte jadeo liberador rompió el silencio. Aquel guapo maduro me hizo mujer


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Mensaje  achl Dom Abr 22, 2018 9:30 pm




Enamorado despechado

El hacendado cliente de la puta llegó al piso, que él le había regalado a ella, y pasó directamente a la alcoba; supervisó la cama revuelta -como de haber habido en ella más de una persona- y la vio dormida. Salió de la alcoba y se fue al salón, sacó un folio y una pluma de su portafolios, se sentó y escribió esto que sigue…


Una noche más te encuentro sumergida en la serenidad de mis sábanas. Desnuda yaces en la guarida que mi pasión ha ido forjando. Un punto de encuentro para caminos divergentes. Una manera de acallar a la rutina y dar voz al placer. Ahí, mis pesares desaparecían hasta el momento en el que era consciente de que no volveré a verte. Hoy he llegado más tarde de lo acostumbrado y es por esto que el sueño se me ha adelantado en tu conquista.

Bruscamente me he puesto a tu lado y he observado cómo rincones de tu espectacular anatomía asoman para disfrute de mis ojos de tonalidades lascivas. El destello de la lámpara del salón hace brillar tus muslos, que la penumbra esconde tu fruto prohibido, mi único alimento. Tu manoseada espalda por tu chulo reposa curvada a la espera del frenesí de mis dedos. Aunque adivino que te haces la dormida, no puedes borrar de tu cara la repulsa ansiedad de dejarte llevar por el más feroz de mis instintos, el que ahogaba mi angustia y desataba tu placer. Tu boca entreabierta confiaba en encender la yesca que envolvían mis entrañas, avivando el calor que fervientemente se desplazaba por mis desatadas arterias. Aunque callada, tu actitud desafiante pide a chillidos morir arrollada por el tren que mi billetera puede impulsar; sí, ese tren que silba a la entrada y la salida de tu túnel, ese tren que espira blanca niebla al llegar a tu estación.

A diferencia de otras noches, no enloquecí mientras me quitaba la ropa. Enjaulé al animal que quería devorarte y liberé a otro animal desconocido por ti, un animal cargado de ira. Quería conquistar los paraísos que aún desconocía del mapa de tu anatomía; surcarte sin que se pudiese notar el balanceo de mis olas; encontrar reposo en tu vientre, enredarme entre el pelirrojo de tu pelo, escalar tus senos, sin temor a caerme; divisarte desde tus pezones, barrer tus muslos con mi saliva y después saciar mi sed en tus labios, los de arriba y los de abajo; perderme entre tus nalgas, bañarme en el agua que emana de tu poza, cubrir tus senos con los impulsos de mi lengua, hacer de tu ombligo mi nido y abrigarme con el fuego que habita en tu piel, vaciarme para desvanecer tus sentidos, desvivirme por exprimir, uno a uno, tus deseos; desangrarme para que hacerte el amor fuese pura poesía.

Sé que lo habrías sentido. Sé que en algún momento ibas a saltar de tu sueño a mi delirio. Tu flor comenzaría a temblar con el vaivén de mi pene, impetuoso. Tus ojos se nublarían al son de mis respiraciones aceleradas, una capa de sudor nos fundiría en uno. Los silencios se teñirían de dulces gemidos y de un relinchar de aquel viejo somier. La pared proyectaría una película de sombras, que pelearían enzarzadas en un movimiento salvaje. La explosión semántica no tardaría en llegar, pero tú seguirías pensando en que aquello no era del mundo real.

Empapado de placer y embriagado de sublimes sensaciones, alojaría mis huesos cerca de los tuyos, clavaría mis ojos en tu boca y dejaría caer por ella un beso hondo que distraería a las agujas del reloj por un momento, que parecería infinito.


Cuando la puta se despertó, se levantó de la cama y después leyó lo que interpretó como un ataque de cuernos. Al final del mismo folio y con el mismo bolígrafo, escribió lo siguiente...


Me he puesto mi bata. En la mesilla he encontrado un cheque, que reza mi nombre con la firma de un hombre celoso y la suma de ¡10 míseros euros!, como pago a no sé qué. Cabreada, he contemplado mi desnudo en el espejo grande del baño y he decidido que nunca más quiero verle. Mi interés por su dinero se ha convertido en odio. He cogido el cheque y lo he partido en mil pedazos.


Los sueños de los ilusos deben despertar de su letargo, pues nunca se hacen realidad



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Mensaje  achl Dom Abr 22, 2018 10:20 pm




Enamorado impotente complaciente

Veo cómo te enfundas en tu ceñido vestido, guiñándome un ojo con picardía. Te calzas suaves sandalias, tan ligeras como tus pasos, mientras te pintas una sonrisa que destaca tu mirada con apenas un toque de sombra en los párpados. Estás hermosa. No son sólo tus formas, tus curvas sensuales, tus esbeltas piernas, tus delicados pies,, ni tus ágiles manos, que vuelan rápidas de oreja a oreja, ajustándote los zarcillos; no es sólo tu cabello, a punto de desplegarse en cascada de oro; es tu mirada, tu ligereza, tus movimientos, y todo lo que se presta a una luz interior cuando te despides de mí, dejándome un beso en la punta de tu dedo, soplando amorosa sobre él rumbo a mi boca. Te vas hacia la puerta. Vas a cumplir nuestro deseo, a derrochar sexo, y yo seré feliz. Un último guiño al cerrar la puerta y desapareces de mi vista, no de mi mente, no de mi vida...

Sigo tus pasos en mi cabeza. Veo cómo llamas a un taxi, y en apenas unos minutos llegas a tu destino. Puedo oír el timbre del local, puedo imaginar la amistosa recepción, y ver tu entrada. Puedo ver cómo saludas a las caras y las manos que te reciben, puedo ver cómo pides una copa, y cómo empiezas una amistosa charla. Puedo ver las miradas de los que te miran, posándose en tu cuerpo, parándose en tus pechos, en tus muslos. Puedo sentir la de uno que se para en tus ojos y te sonríe con los suyos. Veo que con él hablas. Parece tímido, pero, al poco, la conversación se hace más directa, más íntima, más profunda...

Lentamente os acercáis a la pista. Sus brazos te abarcan con deseo y los tuyos lo atraen hacia ti. La música os invita a suaves movimientos y vuestras caras se van acercando. Ya sientes, ya sentimos, vuestros alientos muy cerca, y tus labios se abren para fundirse con los suyos, sin que éstos te devoren todavía. Son suaves, como los tuyos, y se posan sobre ellos con deseo. Le devuelves el beso, con esa delicadeza de la que sólo tú eres capaz, y después las bocas hablan por sí solas, sin sonidos ni palabras. Labios, dientes, lenguas, manos, danzan, arrullados por la música que flota en el aire. Vuestros cuerpos siguen atrayéndose, hasta ser uno, mientras vuestras manos van recorriendo territorios aún desconocidos, alternando suavidad con firmeza y caricia con pasión...

No estoy allí, pero sé que apenas os habéis separado unos centímetros para volver a miraros a los ojos, y dar el siguiente paso. Os dirigís hacia el rincón dedicado a los ritos amorosos, y allí sigue vuestro amorío que ahora se acompaña con la retirada sin perder la armonía, sin cesar los besos, sin dejar las caricias sobre las prendas que os cubren. Frente a frente, desnudos seguís acercándoos, seguís compartiéndoos. Os dejáis caer dulcemente como pluma sobre un lecho, y proseguís una lenta y cadenciosa carrera en vuestras exploraciones. Ya no son sólo bocas que se besan, nuevos horizontes buscáis ahora, nuevas hendiduras, esas que dan y reciben placer, que comparten disfrutes, que llevan hasta la escalada de un gozo que sólo acaba en el éxtasis.
Es entonces cuando suena mi móvil. Veo tu número y sonrío, y lo enciendo sin hablar. Merced al móvil, oigo tus suspiros y sus gemidos, y así puedo ver claramente lo que mi imaginación me decía. Por tus susurros rumio que su lengua te recorre premiosamente, que sus labios se detienen en esa parte de tu cuerpo y dejan su fugaz impronta con un beso más apasionado. Oigo los sonidos diferenciados, separados por un ligero espacio: el que va de su lujuriosa boca a tu poza. Tus silencios intermitentes me confirman que le correspondes de la misma manera, y yo siento, sin saber explicarme cómo, vuestros estremecimientos, vuestros temblores, vuestras mil y una sensaciones que reafirman la fiebre que empieza a consumarse. Un sísmico, una aceleración de gemidos, e incluso rugidos, unas explosiones que preceden a ese corto pero significativo silencio, roto por un rumor de serenos pero pasionales besos. Mi móvil enmudece.

Y ya no puedo pensar, no me queda imaginación y entro en unas ensoñaciones dulces, vislumbrando tu rostro entre las brumas. Pero, pasado no mucho rato, suena la llave en la puerta de nuestra casa, y entras como una tromba. Te abalanzas sobre mí y me besas en los labios, la cara, el cuello, el torso. Me miras y te miro, me sonríes y te sonrío. Abres mi pijama y me lames el pecho y también ahí abajo, donde mis sentidos se esfumaron hace tiempo, lo que me impide darte el placer que mereces, como el gozo que acabas de sentir a través de un desconocido, pero que sé me has dedicado. Mi boca se eleva y besa la tuya, y te abrazo compartiendo iguales lágrimas de emoción y ternura. Gracias de nuevo, amor. Esta noche, en la distancia, en otros brazos, con otros labios, con otro cuerpo, has gozado y a mí me has vuelto a hacer feliz...


Te quiero, amor mío


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Mensaje  achl Dom Abr 22, 2018 11:00 pm




Entrégate


Tumbada sola un poco más atrás del rompeolas de una playa solitaria, sólo escucho el sonido de las olas llegando a la orilla

Respiro hondamente. El olor a sal me embriaga. Siento en mi piel el calor de los rayos de sol acariciándome. Y también siento cómo la brisa marina envuelve todo mi cuerpo. Mis pezones reaccionan. El contacto con la tela del bikini hace que se estremezcan. Es un dolor leve y placentero.

Mis ojos se cierran por culpa del sol. Mis otros sentidos se activan y están alerta.

De pronto noto algo. ¡Me están tocando! Me asusto y me quedo quieta. No me atrevo a abrir los ojos. Una mano cálida está acariciando mis muslos, presiona recorriéndome el cuerpo. Se para en los pechos. ‘¿Estaré soñando? No quiero despertar ‘¿Pero quién eres?’. Unos labios se me acercan y me callan con besos. Son labios carnosos, y sabios también. Quiero morderlos. Mi piel se eriza, pero mis sentidos siguen en alerta. Siento calor, pero ahora es de mi interior. Soy un volcán en erupción… Dos manos adaptan mi cuerpo, y un miembro viril me penetra con suavidad... Una boca se acerca a mi oído y me dice a sovoz:


Entrégate. Vamos a enjugar juntos el verbo gozar


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Mensaje  achl Lun Abr 23, 2018 12:00 am



Esa es la mujer


Raras veces se cruza en el camino de tus sueños una mujer que por su propia decisión quiera ser para ti durante toda la vida, y a uno le entra unas ganas terribles por conocerla, para amarla, para rozar su piel, para besar su boca. Y yo confieso que me bebo los vientos por encontrar a esa mujer. Me entra un deseo desmesurado por dar con ella para desnudarla espiritualmente, y así unir nuestros corazones; y para desnudarla físicamente, y así unir nuestros cuerpos


Esa es la mujer a la que quiero devorar a besos, saborear su boca y que mis dedos dibujen su figura bajo la luz de la luna.

Esa es la mujer que hace que el poder de la adrenalina se agregue al de la pasión.

Esa es la mujer a la que quiero estrechar contra mí, eternamente.

Esa es la mujer a la que la excitación de penetrarla por debajo de la falda deje escapar un gemido apagado.

Esa es la mujer a la que ansío explorar todo su cuerpo, acercándome a su entrepierna para sentir su calor.

Esa es la mujer a la que quiero que mis besos la recorran, parándose en sus deliciosos pechos, hasta llevarme al paraíso.

Esa es la mujer con la que deseo el gran final, que me gusta retardar.

Esa es la mujer a la que le abriré la blusa y le desabrocharé su sujetador, para ver y sentir sus palpitaciones.

Esa es la mujer a la que besaré todo su cuerpo, hasta quedarme extasiado.

Esa es la mujer a la que quiero llegar a su alma y a su corazón.

Esa es la mujer a la que mi lengua la saludará entera, liberando gemidos.

Esa es la mujer a la que con mi boca bajaré su tanga, destaparé su flor, la besaré y la saborearé para catar sus mieles

En mis sueños, me quito los pantalones. Me aproximo a su oreja izquierda (la oreja que oye el placer) y con voz sutil le preguntaré ‘¿me deseas?’ Y cuando baje su boca hasta mi entrepierna, la apartaré, levantaré su cuerpo, le abriré los muslos y la poseeré, sintiendo al unísono el milagro del amor carnal.

Luego la atraeré hacia mi cuerpo y me la comeré a besos, hasta hacerla enloquecer, hasta que nuestros cuerpos se incendien con tanta intensidad que yo me reviente entero dentro de ella.

Y todo esto anterior expuesto es sólo un aperitivo de la infinidad de veces que vamos a disfrutar el uno del otro.


Y la encontré, pero ni siquiera crucé una palabra con ella, Salí corriendo. Y me mudé urgentemente a otra ciudad


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Mensaje  achl Lun Abr 23, 2018 9:56 am




Mi sueño nunca cristaliza


Sueño dormida y despierta que alguien hace vibrar las cuerdas del violín de mi cuerpo. Y es un sueño que se repite a menudo, casi a diario, y siempre a la misma hora: las tres de la madrugada; y siempre la misma música, música clásica; y siempre el mismo instrumento: violín Stradivarius, y siempre todo oscuro, aunque mis sueños se producen de día


____¿Quién eres?
____¿Quién quieres que sea?

Me doy la vuelta. No veo nada, pero noto una presencia, oigo una música y noto un arco de violín deslizarse por mi espalda.

____Dime, ¿quién quieres que sea?
____No lo sé. ¿Quién crees que quiero que seas?

Y de ahí no salía la cosa.

De pronto, una respiración agitada suena junto a mí. Me giro de nuevo, pero no consigo ver a nadie, sólo sigo oyendo una música de un violín.

____¿Qué sientes?
____¿Qué?
____¿Que qué sientes ahora mismo?
____No lo sé… ¿Dónde estás? No puedo verte.
____Inténtalo.
____Lo intento, una y otra vez, pero nada.

Y así una madrugada tras otra...

Más silencio, más oscuridad, más música. Un arco de violín no para de pasearse por mi espalda. Me giro por tercera vez, pero sigo si ver nada, sólo oigo música, parece que ahora más cerca...

____¡¿Quién eres?! ¡¿Dónde estamos?! -pregunto con desesperación.
____Dímelo tú. Tú me has traído.
____¿Traerte yo? ¿Pero dónde estamos? ¿Y quién coño eres tú? ¡No soporto más esta extraña situación!

Me sujeta fuertemente por detrás. Me coge de la mano. Aparta el pelo de mi cuello lo acaricia, y de pronto todo me da vueltas. Un torbellino de sensaciones recorre mi cuerpo. Empieza a besarme, y sus besos son peor que un martirio chino.

Baja lentamente por mi espalda y reconozco que soy incapaz de moverme.

Pero, de pronto, ya no escucho la música.

____¿Quién eres?

No hay respuesta. Con la respiración entrecortada me giro por enésima vez, y en esta vez topo contra un violín. Lo siento, pero sigo sin ver a nadie. El arco acaricia mi cara y parece que su contacto incendia cada centímetro de mi piel.

Al fin toco el arco, fabricado con crin de caballo. Sin percatarme, estoy tumbada en la cama. Me quita la blusa. Suspira. Segundos más tarde, la parte más pronunciada de esta especie de batuta se pasea entre mis pechos. Y de nuevo vuelve ese fuego abrasador. No puedo hablar. Mi calentón es monumental, y quien quiera que sea que toque ese violín, parece divertirle. Suelta una risa y… desaparece.

____¿Dónde estás? -me levanto de la cama a ciegas y tropiezo con él. Me alza en los brazos y me besa como si no hubiese un mañana. Me sujeta con firmeza. Me pone sobre una mesa. Me quita las bragas y empieza a degustar el apetitoso manjar ante sus ojos...

Creo morir. Este tío juega en otra liga. Mueve su lengua como pez en el agua. Come en el lugar exacto y la comida exacta. Pero justo cuando estoy a punto... se detiene y desaparece de nuevo.

____No me gusta este tipo de bromas -y apenas acabo la frase me tumba más, se abalanza sobre mí y devora mi boca. Una mano sujeta mi cabeza y la otra baja a mi sexo. Y de nuevo el mismo juego. Recorro su espalda. ¡Menuda espalda! Llego a su culo. ¡Menudo culo!

Estaría tocándole todo el tiempo. Consigo colarme en su entrepierna, y cumple con creces con el pronóstico. Maravillosamente dotado. De nuevo comienzo a perder el sentido, y otra vez un orgasmo a medias.. ¡Será capullo! Y sin tiempo de rechistar me penetra con fuerza las veces que le vienen en ganas. '¡No pares, por Dios, no pares!' -grito para mis adentros.

Mi espalda se arquea y pide más y más, sin parar. Nota mi exigencia y me sujeta con fuerza. El ritmo aumenta a un grado enloquecedor. Nuestras respiraciones galopan como caballos salvajes. No lo puedo evitar. Mis uñas se clavan en su espalda, sin control, sin medida, sin cesar. A él le gusta. Aprieto, y su miembro crece. De nuevo, una llamarada lo incendia todo y estallo en mil pedazos.

Recupero el aliento y le pregunto de nuevo.

____¿Quién eres?
____¿Yo?
____Sí, tú, ¿quién si no?
____Yo…. Yo soy un sueño -responde al fin.


Bañado mi cuerpo en sudor, y mi vagina empapada con sus propios juegos, abro los ojos de par en par sentada en la cama. No estoy asustada, pero... ¡no, no puede ser! Miro el reloj: ¡las tres y diez de la madrugada! ¡Venga ya! ¿Un sueño? ¡No me jodas!


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Mensaje  achl Lun Abr 23, 2018 8:14 pm




Fontanero rápido y eficaz


Tenía 20 años. Regresaba en su coche hasta su casa después de haber hecho su sexto servicio. En el maletero llevaba una caja azul metálica con sus herramientas. De pronto, sonó su móvil y aparcó en el arcén


____Iba ya de recogida, pero dígame. Ah, es urgente. En este caso, deme su domicilio. Ok. En diez minutos estaré ahí -luego de anotar la dirección soltó un… ¡coño!

Es que eran muchísimas horas y mucho el cansancio acumulado. Desde la seis de la mañana no había parado, y ahora eran más de las nueve de la noche. No obstante, se comprometió a este nuevo servicio.

Poco después... ¡ding-dong...!

____¿Qué ha pasado? ¿Ha cortado usted el agua? -le preguntó.
____Sí, sí, pasa, pasa... –parecía nerviosa, anhelosa...

La señora tendría sobre unos 40 años: guapetona, rubia y un buen cuerpo. Cuando abrió la puerta, sólo llevaba sujetador y bragas transparentes, que dejaban ver mamelones hermosos y un pubis poblado de risitos. Se dio la vuelta y lo precedió hacia la cocina.

La siguió, percatándose de que estaba ereccionado: un paquetón abultaba la parte delantera de sus pantalones vaqueros. Al llegar a la cocina, vio un charco de agua por debajo del fregadero. Se arrodilló para poder verificar la procedencia del mismo. Una vez comprobada, miró con cierta intriga a la señora, como preguntándose: '¿qué querrá esta? Y se produjo así porque se dio cuenta de que la avería había sido provocada...

Mientras trabajaba no podía evitar llevar la mirada hacia aquella negrura en aquella entrepierna. Y la dueña de la negrura le miraba a su vez desde la encimera, con los ojos lujuriosos y acariciándose los pechos por encima del sostén.

Al chico se le caían goterones de sudor en aquel sitio tan estrecho. Abrió su caja de herramientas y sacó un serrucho y un soplete de gas.

Enfrascado en el fregadero, ella se agachó y, de la caja, cogió una lima con mango grueso y largo. Él la miraba furtivamente: ¡separándose las bragas se había introducido el mango entero en su vagina y, metiéndoselo y sacándoselo, soltaba rugidos!

Embelesado miraba la escena. La madura soltó el mango empotrado y con las manos libres se quitó las bragas. Miró al chico y le dijo:

____Sácamelo.
____¿Quééé? -sólo acertó a responder ésta pregunta.

En vista de la poca decisión de él, ella lo sacó casi a rastras del encajonamiento en el que estaba, quedando después tendido en el suelo mojado. Se puso a horcajadas sobre de él, con la punta metálica sobresaliendo aún de una vulva espumosa.

____¡Sácamelo ya, joder! -repitió, airada y con alta fiebre sexual.

Él, con su mano derecha mojada, cogió el mango y lo sacó lentamente y después lo puso en el suelo.

____¡Y ahora desabróchate!

Al ver la señora aquella tranca, la sacó de la bragueta y se lo metió en la boca, al mismo tiempo que se acariciaba los mamelones. Luego se abrió los muslos y cabalgó cual amazona hasta llegar a un simultáneo orgasmo, soltando él un chorro espeso. Luego de eso, se retorcía tanto que tuvo que sujetarse al cuello de su ardiente clienta.

____¡Ya, mi niño, ya! -se levantó y, mirándole de nuevo la tranca, se relamía los labios lujuriosamente.
____Ahora tengo que salir. Cuando acabes, puedes lavarte en el cuarto de baño, que está al fondo del pasillo, y cuando te vayas, cierra bien la puerta. Toma, esto es por tus servicios. Haz hecho un buen trabajo. Gracias por todo, guapo -y le lanzó un beso con la palma de la mano, y con la otra mano dejaba encima de la encimera un billete.

Como antes le había dicho que cobraba 40 euros por servicio, se sorprendió al recibir 100. Y cuando salió de aquella casa, estaba triplemente contento: por haber arreglado la avería, por haber hecho el amor gratis y por darse cuenta de que este era el mejor servicio que había hecho en su corta vida de fontanero.


Estaba muy cansado y también muy feliz, y no sólo, ’evidentemente’, por haber recibido más dinero del que en realidad esperaba. Y desde aquel día, deseando estaba siempre de que en aquella casa se produjese alguna avería que necesitase de 'sus servicios'


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Mensaje  achl Lun Abr 23, 2018 8:55 pm



Grandioso culo el de mi compañera de pupitre

[b]Lo que recuerdo con más claridad, y también con nostalgia (nostalgia por decir algo, como se verá al final) de mi remota adolescencia, es un culo reposando en un pupitre escolar de madera. Miraba aquel culo restregarse y retreparse, como si estuviese inquieto. Y como esto me preocupaba, dejaba conscientemente que aquel trozo duro de carne con redondeces hermosamente marcadas, hiciese de mí un esclavo[/b]

Desde Adán y Eva, la masa cárnica castiga a los hombres, como lo que más. Si no, pensemos en los padres y las madres; en el culo de ellas y en las manos de ellos, cómo se buscan y cómo se encuentran y cómo se saludan cuando las que mandan, las mujeres, permiten el saludo.

‘Sí, el roce es lo adecuado’, pensaba entonces. Pero si el roce es largo y con regodeo, ocurre que los dedos se embelesan con la carne, y entonces la cosa es sensacional. Es por eso que un padre como el mío, convierte el culo de su mujer, mi madre, en su diversión favorita.

Aquel culo posado en un pupitre hacía de mí un esclavo, repito, y me sentía feliz. No era tanto que quisiese un culo como aquel para mí; es decir, en lugar de mi culo, no tanto esto como que quería aferrarlo siempre, apretarlo siempre, esto exactamente: penetrarlo, desfondarlo en su belleza. Los hombres podréis entender lo que estoy diciendo, no tanto las mujeres, que también ellas lo entienden, pero, con demasiada frecuencia, no lo comprenden, o lo que es peor, no quieren comprenderlo.

Pepa era la dueña de aquel culo. Diosa de un grandioso culo y más que grandioso, suave como el beso de un beso. Sentía amor por ella. Enamoradillo andaba yo por aquellos entonces, pero no me percataba de la situación porque me faltaba el nombre apropiado para saber lo que realmente sentía.

____A ese le gusta Pepa -decían los otros, pero no eran sus evidentes encantos lo más importante para mí, ella en sí era lo primero, al margen de su culo.
____No -me defendía y los insultaba: es una atrevida y una provocativa -intentaba encontrar la palabra exacta.- Una ramera -sentenciaba, triunfal.

Si decía ramera, en vez de limitarme a pensarlo, la gente se horrorizaba más allá del término. No me importaba que riesen, que se mofasen de mí o que el director me enviase a casa. Sólo pensaba en Pepa, y en su culo, sin preocuparme de si su ama era ramera, porque en un ataque de ira, se lo decía, pero que no lo creía.

Aquel Santísimo Culo me tenía cogido por los huevos. Lo confieso ahora, porque antes, en mi adolescencia, no era capaz de decir nada.

Una tarde, de vuelta del colegio, coincidimos Pepa y yo en el camino. Me empeñé en acompañarla hasta su casa (vivía a las afueras de la ciudad). Me miró, sonrió y desde el principio intentó enredarme con un jueguecito: se ponía a mi lado, muy pegada a mí y empezaba a erotizar todo su cuerpo con un contoneo demasiado inmaduro, demasiado inseguro...

Pero sólo tenía diecisiete años. Igual que yo. Y a estas edades...

Había pensado pedir a Pepa que me enseñase su culo, pero denudo, sin bragas, así, sin más rodeos. No estaba convencido de que accediese, pero me pareció que tenía que intentarlo.

Pero en cuanto empezó con sus pucheritos y sus lindezas de adolescente fatal, me sentí desplazado, atravesado por una sensación apabullante de insatisfacción. Sólo quería ver su culo y no estaba dispuesto a pagar el precio que parecía empeñada en exigirme, que era que me recrease en su jueguecito. Pero si para mí sólo era mi vecina de pupitre, cabreada porque su propio culo llamase tanto la atención entre todos los adolescentes del colegio. Su jueguecito era que atendiese su ruego soterrado, que me complaciese en sus gorgoritos de una Lolita barata. Y en ello insistía con una insistencia que rozaba lo agobiante.

Pero yo, a lo mío, a lo que tenía en mente desde tiempo atrás.

____Enséñame tu culo -solté al fin.

Me miró, sorprendida. Se detuvo y luego clavó sus ojos en los míos, con un resto de no sé qué en la comisura de los labios.

____¡¿Qué has dicho?! -me preguntó, airada.
____¡Joder, que estoy lampando por ver tu hermoso culo!

Repetí, pero esta vez más firme, más enérgico. Estaba completamente obsesionado...

____¡Eres un grosero! -respondió.- ¡Discúlpate ahora mismo!

Entonces mi mano -no yo, mi mano- se fue hacia aquel bulto duro bajo la falda de ella y... lo apretó. Y no sólo eso, también lo pellizcó y lo retorció hasta hacer gemir a su ama hasta revolverse. ¿De placer, quizá?

____¡Estás loco! -me chilló en la cara, no muy convencida.

Pero no se movió ni un centímetro de mi lado. Se quedó allí mirándome, con un gesto en el que la sorpresa daba paso a la curiosidad, y después al deseo más absoluto... Y así hasta la pura, dura y sencilla ansia perversa.

Pasados unos segundos, me dijo, con voz persuasiva:

____Vuelve a hacerme eso de nuevo, por favor.

Y entonces no fue mi mano, sino mi pelvis, quien se posó a conciencia en aquel culo perfecto, esta vez él mi esclavo y no a la inversa.

____Te amo -le dije al oído, a la vez que mi pelvis se fundió con su culo.

Pepa se retorcía, disfrutando, sin duda


Y ahí abajo, al pie de esta mini historia, os muestro una fotografía reciente del culo de mi esposa Pepa, a sus 33 años


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Mensaje  achl Lun Abr 23, 2018 10:29 pm




Inesperado trabajo y 'muy bien' remunerado


Mi trabajo no era gran cosa, pero me facilitaba conocer a personas en la calle, y así me relacionaba para conseguir uno mejor pagado. Trabajaba en una cuadrilla de poda. Los días de lluvia y de viento nos quedábamos en el almacén revisando las herramientas, las maquinarias y las motosierras. Conseguíamos para todos algún dinerillo extra por vender la leña que cortábamos de los árboles


Aquel día, el camión donde llevábamos todo el material de trabajo, llegó más tarde de lo habitual. Después de desayunar lo habíamos descargado. Luego nos subíamos al camión y nos dirigíamos hacia el lugar destinado para la tarea.

En el trayecto bromeábamos con las cosas que le haríamos a una mujer. Los manoseos entre nosotros eran algo normal. Pero sólo bromas, no mariconeos.

Vimos en un nogal uno de sus potentes brazos roto hacia la calle, existiendo un peligro de caída, y como ya habían resultado heridas, incluso muertas algunas personas por ese motivo, descargábamos una motosierra grande y trabajábamos hasta derribar a aquella bestia vegetal.

Uno de los que tenía que trepar, con una de las potentes motosierras era yo y también Curro. Pepe se dedicaba a parar el tráfico, mientras durase el trabajo. Pasados pocos minutos, el brazo caía con tanto estrépito que hasta hacía temblar el suelo.

Por el fuerte ruido y el temblor, una vecina salió de su casa asustada. Vio el panorama desde su porche. Me vio desmenuzar la rama en sólo tres minutos, y también me vio bajarme de aquel enorme nogal.

El frío del otoño se hacía sentir. Antes de acudir al tajo, comprábamos una botella de coñac, para mantenernos calientes, pero aquel día nadie se acordó de comprarla, y yo me estaba muriendo de frío.

La vecina que se había asustado, vestida con un anorak rojo, entró de nuevo en su casa meneando excesivamente el culo. Era guapa. Tendría unos cuarenta y tanto años, y su culo era grande pero redondo, perfecto. Una de esas clásicas maduras que aunque no son precisamente unos bellezones, sí son lo suficiente para poder imaginarte una fantasía sexual con ellas.

Nosotros, absortos en nuestro trabajo y con las sonrisas clásicas, seguíamos con lo que estábamos enfrascados, pero grande fue nuestra sorpresa cuando aquella vecina salía de nuevo a la calle portando una bandeja con tres tazas de porcelana y sus cucharillas, una cafetera humeante y un azucarero con azúcar, todo a juego.

Mi sorpresa fue mayor cuando al mirarla vi que un tanga negro se traslucía a través de la tela ajustada, y también cuando vi dos mamelones firmes empujando la camiseta que llevaba. En la ojeada anterior, no me había percatado de eso. Y mi miembro viril al loro estaba.

Era habitual en nuestros trabajos que algunas vecinas nos ofreciesen un café o una leche caliente. Todos los del equipo éramos hombres con brazos fornidos, para poder manejar maquinarias pesadas o grandes motosierras, y los sudores por la dureza de nuestro trabajo nos hacían hombres apetecibles, como ya le habíamos escuchado decir a una cincuentona.

Me acerqué, aún con la motosierra encendida en mi mano. La apagué y la dejé en el suelo. Después cogí una de las tazas.

Los otros se habían servido ya y se bebían sus cafés conversando a varios metros de mi posición, de modo que estaban ausentes de nuestra posible conversación.

____Perdona por mi atrevimiento. Les vi trabajar muy duro a la intemperie y decidí prepararles algo caliente -me dijo.

Le miré la cara. 'No tiene ninguna arruga', me dije.

____Le agradezco su detalle, señora -respondí, revolviendo el azúcar de mi taza con una cucharilla de plata.
____Ese árbol te ha costado mucho esfuerzo, ¿verdad? -me preguntó.
____El árbol en sí no es lo que cansa, sostener en los brazos la motosierra encendida y en marcha, es lo que casi agota -respondí.
____Pobre -me dijo en un tono casi maternal-. ¿Qué edad tienes? Pareces joven.
____Cumpliré 21 años el mes próximo.
____¡Oh, eres un niño aún! -y esbozó una sonrisa insinuante.
____No tan niño. ¿Y usted cuántos tiene, señora? -le pregunté.
____A las mujeres no se les pregunta la edad. Pero no me digas señora. Mejor Carmen.
____Perdón, Carmen.
____Perdonado. Y también puedes tutearme. ¿Cómo te llamas?
____Jaime –respondí después de beberme el resto de café que me quedaba.
____¿Quieres un poco más de café?
____No. Muchísimas gracias. Ahora tengo que seguir trabajando.
____Al menos descansa un poco. Si necesitas algo, sólo tienes que pedírmelo.
____Ya que se ofrece, me gustaría ir al baño a mojarme el pelo y quitarme el aserrín del árbol, si no es molestia para usted -le dije.
____Ninguna molestia. Al contrario. Sígueme.  Pero no me hables de usted.

Mis compañeros me miraban con ojos de envidia, y sabiendo que probablemente no me quedaría ‘con los brazos cruzados’. Aunque mis iniciales intenciones no eran esas. Sólo quería quitarme toda la porquería de la cabeza.

Su casa era lujosa, y estaba a excelente temperatura por la potente calefacción. Olía a perfumador caro, y a vicio quizás. Carmen señaló el baño y me fui hacia él. Entré y cerré la puerta por dentro. Me mojé bien la cabeza, oriné y salí no bien terminé. Carmen esperaba en la puerta. Al verme de nuevo, se quedo mirándome fijamente.

____¡Qué bonito tu pelo! Con ese pelo y esos ojos que tienes, debes tener muchas mujeres rendidas a tus pies.

Le sonreí, como de agradecimiento por el piropo.

Me miraba el paquete y se relamía los labios con la punta de la lengua. Gesto que no era la primera vez que me lo hacían, pero esta vez me estaba gustando y excitando.

____Eres un muchacho muy hermoso -me dijo, con toda la naturalidad del mundo-. Te estuve espiando mientras estabas en el baño -y se acercó más a mí.
____¿Con qué intenciones me espió? -pregunté, aunque la respuesta era obvia.
____Diviértete averiguándolas -contestó acariciando mi bulto sobre el pantalón.

Le separé el pelo que le caía a un costado, y comencé a trabajarme la piel con la lengua. Carmen se estremecía, pero se apartaba poniéndome las manos en el pecho.

____Aquí no. Ven.

Me cogió de la mano y me dejé llevar hasta un dormitorio. La cama era enorme, y una televisión de 37 pulgadas de plasma se hallaba empotrada en la pared. Me lanzó con cierta vehemencia contra la cama. Caí de espaldas, rebotando levemente.

Se puso a mi lado y empezó a quitarme toda la ropa. Las manos le temblaban, como de impaciencia.

Después de haberme dejado en bolas se recreó con mis intimidades, tocándose ella su entrepierna por encima de la braga con dos dedos, que luego lamió lujuriosamente.

Le quité el sujetador y unas tetas de gran tamaño quedaron libres, con los pezones tiesos, que saboreaba y me iba excitando con los gemidos que ella iba emitiendo.

Le quité el pantalón del chandal, y unas bragas negras humedecidas en la parte delantera de abajo aparecían ante mis ojos, quizá por un orgasmo con urgencia.

Le separé las piernas acariciándole los muslos, pero se erguía y llevaba mis manos a sus pechos. Me dediqué a hacer lo que más me gusta hacer: lamer, bien lamidos, los cuerpos de féminas con la lengua, mientras la de turno se retorcía de placer.

Me cogió del pelo y llevó mi cabeza hacia su entrepierna, que besé por encima de las bragas y que luego bajé descubriendo una vagina abierta coño abierto, bien depilada y muy húmeda. Con mis dedos separé los labios, apareciendo un carnoso botón palpitante. Empecé a catarlo. Carmen se estaba acariciando los pechos, a la vez que gemía escandalosamente.

Cuando un nuevo orgasmo llamaba a pleno pulmón a su puerta, se levantó, acabó de quitarse las bragas y se puso a cuatro patas, mostrándome un redondo trasero.

____¡¡Hazme tuya!! -me dijo en doble exclamación.

Me humedecí con salivas la punta del glande y separé sus nalgas, mirando cómo su ano estaba abierto y mojado por el líquido de su orgasmo anterior. Se lo acaricié con mi miembro, y Carmen se hundió en el colchón, ofreciéndome todo su cuerpo. Y entonces empecé a penetrarla lentamente, pero sin detenerme.

Al moverme dentro de ella, le arrancaba aullidos de placer. Entonces me pedía más. Le hundí mi miembro hasta los testículos, emitiendo Carmen unos aullidos de placer que me taladraban todo el cerebro, volviéndome tarumba.

Así estuvimos varios minutos, hasta que descargué bestialmente. Retiré mi pene con igual lentitud que la había metido. Ella me puso boca arriba y se subió encima de mí, más humedecida que antes y empezando a hacer movimientos sobre mi vientre, volviéndome más tarumba que la vez anterior.

Jamás había visto una mujer madura moverse con tanta velocidad. Al poco, cuando sentía que le venían las contracciones de un nuevo orgasmo, dejé de contenerme y acabé yo también por segunda vez. Se bajó de mí y se recostó en la cama, con signos evidentes  de agotamiento.

Empecé a vestirme, sabiendo que mis compañeros se estarían preguntando qué diablos habría pasado conmigo, pero se lo imaginarían.

A aquella guapa y maciza madura le prometí con devoción y con convencimiento que regresaría de nuevo y lo antes posible.

Luego de darnos los últimos besos, cogió una billetera que había sobre la mesilla de noche, sacó de ella dos billetes de 50 euros, los puso en mi mano y me dijo:


Con eso podrás invitar a una cena a alguna chica de tu edad. Pero no dejes de visitarme, porque por cada vez que hagamos lo mismo que hemos hecho hoy, recibirás 100 euros


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Mensaje  achl Mar Abr 24, 2018 2:14 am



Dudas por quedarte sola. Dudas por venirte conmigo


¿Por qué?

¿Por qué ese pugilato permanente en tu interior?
¿Por qué tienes que renunciar a irte con quien amas?

¿Y por qué no?

¿Y por qué no huyes de tus ataduras y me das sin miedo la mano?
¿Y por qué no dejas tu mundo y vuelas al mío conmigo?
¿Y por qué vives en un corazón que no te quiere?
¿Y por qué no te vas de de unos brazos que no te dan calor?

¿Miedo a qué?

Miedo yo: de buscarte y no encontrarte, de no saber si volveré a verte, de que puedan zaherirte algunos comentarios ajenos, o alguna equivocada decisión tuya. Miedo yo, a que nunca más me vuelva a derretir con esa tu sonrisa, porque no te vea sonreír nunca más.

¿Pánico?

Pánico el mío: de que tus pasos sigan unos pasos que no sean los míos, de que tus labios dejen de nombrarme, aunque sólo sea para decirme que no te apetece hablar.

Y en ese intento desesperado de buscarte en la lejanía, me doy cuenta de que sólo puedo hablar conmigo, porque no te tengo en mis manos, ni en mis brazos, ni en mis labios, ni en otra cualquier parte de mi cuerpo...

Tú eres mi sueño, mis días, mis noches, mis ganas de comerme el mundo, pero contigo siempre a mi lado. Porque el mundo sabe que nos domina, el mundo sabe que puede hacer con nosotros lo que le venga en ganas; pero yo, mientras te pienso, el mundo no existe.

¿Mi tortura?

Bendita tortura que se apodera de mi mente. Bendita tortura que me persigue, se multiplica y se divide con sólo recordarte. Bendita tortura que me arrastra a un sin fin de sentimientos y de sensaciones, a la vez que me atormenta con esos recuerdos de tu piel.

Bendita memoria y bendita cordura, que cuando consigo salir del éxtasis de tus recuerdos, me susurra al oído que tú eres real, que tú existes, que tú sientes, que tú padeces, que tú me quieres, y te recuerda que tú sabes que yo te quiero...

Y en esta espiral de circunnavegación amorosa, termino por encontrarte. Me miras fijamente, altanera, y desafiante en doma, y veo cómo tus dudas se van apoderando de tus sueños. Y a medida que me voy acercando a ti, te revelas contigo misma, te ensañas contigo misma, te comes por dentro, y, sin fuerzas ya, me preguntas: '¿por qué?' Y yo te respondo:


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Mensaje  achl Mar Abr 24, 2018 2:25 am



Enamorado realista

El amor y el odio mueven los engranajes del mundo

Amar no es bidireccional, sino que proyecta un sentimiento hacia alguien o algo, por lo que el amor puede o no ser correspondido.

Mis palabras se vuelcan sobre una foto, llena de lágrimas, en la que queda grabado a fuego en mi alma nuestro único encuentro. Ojalá esa perla del tiempo se materialice, que entonces será cuando mi retina encuentre la tuya y tu voz acaricie mis sentidos.

Desde aquel día, intenté que fueses mía y, aunque en la vida hay misiones imposibles, le pedía al sino me diese otro mágico encuentro, pero siempre se interponía algo entre los dos. La única vez que nos vimos, no percibías mis enamoradas miradas, ni percibías mi afán por llegar a ti.

El dardo emponzoñado con el que Cupido sangró mi corazón, no llegó al tuyo, resbalando en una invisible coraza que se interponía.

Después de aquel octubre, la añoranza acompaña mis días, sin el calor de tu presencia, sin que bese tus labios y flagelándome tu ausencia. Pero me convenzo, a pesar de mi dolor, de que nada puede cuajar entre nosotros, siendo que te perteneces a ti misma.

Pero es malo hurgar en las heridas incurables. No es necesario pulverizar el ídolo, simplemente no adorarlo, y, al faltarle la base que lo mantiene en pie, por su propio peso caerá convirtiéndose en polvo.

[size=18]¿Será verdad que el amor no correspondido es la única clase de amor que permanece?[/siz
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Mensaje  achl Mar Abr 24, 2018 2:28 am


Enamorado realista




El amor y el odio mueven los engranajes del mundo

Amar no es bidireccional, sino que proyecta un sentimiento hacia alguien o algo, por lo que el amor puede o no ser correspondido.

Mis palabras se vuelcan sobre una foto, llena de lágrimas, en la que queda grabado a fuego en mi alma nuestro único encuentro. Ojalá esa perla del tiempo se materialice, que entonces será cuando mi retina encuentre la tuya y tu voz acaricie mis sentidos.

Desde aquel día, intenté que fueses mía y, aunque en la vida hay misiones imposibles, le pedía al sino me diese otro mágico encuentro, pero siempre se interponía algo entre los dos. La única vez que nos vimos, no percibías mis enamoradas miradas, ni percibías mi afán por llegar a ti.

El dardo emponzoñado con el que Cupido sangró mi corazón, no llegó al tuyo, resbalando en una invisible coraza que se interponía.

Después de aquel octubre, la añoranza acompaña mis días, sin el calor de tu presencia, sin que bese tus labios y flagelándome tu ausencia. Pero me convenzo, a pesar de mi dolor, de que nada puede cuajar entre nosotros, siendo que te perteneces a ti misma.

Pero es malo hurgar en las heridas incurables. No es necesario pulverizar el ídolo, simplemente no adorarlo, y, al faltarle la base que lo mantiene en pie, por su propio peso caerá convirtiéndose en polvo.

¿Será verdad que el amor no correspondido es la única clase de amor que permanece?


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Mensaje  achl Mar Abr 24, 2018 2:35 am



Funesta expedición

El viento susurraba palabras de muerte entre aquellos árboles el día en que todo ocurrió. La oscuridad cabalgaba inmutable entre el bosque. Aquel horroroso ser había vuelto a atacar: sus labios, manchados de sangre estaban, sus garras clavadas fuertemente a un delicioso e inerte hígado, y sus oídos saboreaban todavía sus gritos de dolor


Se hizo un nuevo día y la luna fue sustituida por un esplendido sol. Aquel era el gran día. Al fin podían ir a la excursión tan esperada, pero ninguno de ellos sabía que en aquella expedición se iniciaría el principio del fin de sus cortas vidas.

Silbaban una canción, muy pasada de moda. Cuando iban a empezar la segunda estrofa, divisaban a lo lejos un bosque acechante, bajo un fuerte sol.

Terminaban de instalar sus tiendas de campaña y decidían descansar. Los cantos de los pájaros resonaban en sus tímpanos, pero no adquirían una tranquilidad. En un armonioso ruido, el río dejaba ver los peces que se movían inquietos por su fondo. De pronto, se hizo la noche. Encendieron una fogata.

____¡¿Pero a quién están matando ahí?! -gritó ella al aire en el frío de la noche.

Armándose de valor, se ponía las zapatillas y salía a la espesura de la noche. El impacto era brutal, porque caía de bruces contra el suelo, sin poder ver al causante del ataque. Aquello no podía estar sucediendo. Dos horas antes, sus amigos habían montado el campamento a su lado, pero ahora no estaban allí sus tiendas de campaña.

Mirando a sus alrededor, salía corriendo en la oscuridad y trataba sofocar su voz interna, y también hallar el camino de su salvación. Miraba hacia una imponente haya y deseaba el no haberlo hecho. Aquel horrible ser, mezcla de bestia y hombre exorcizado, la miraba con unos ojos con sed de sangre.

Volvía a caer al suelo, pero conseguía apartarse de la trayectoria de sus firmes garras, que se clavaban en la húmeda tierra. El miedo la había dejado paralizada. Poco después, el monstruo estaba allí, listo para otro ataque. La subía del suelo y la cogía del cuello, pero ella daba una patada con las pocas fuerzas que aún le quedaban. La figura atacante reprimía dos segundos el dolor, los mismos que ella aprovechaba para zafarse de sus horripilantes garras. Fatigada, pasaba horas corriendo. Lo último que notaba era un dolor punzante en el vientre.

Una semana después, el guardabosque encontró el cadáver de una niña, de unos 16 años, colgado de un árbol....


A su cara le faltaban los globos oculares, la nariz y las orejas, y además su vagina presentaba signos de violación


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Mensaje  achl Mar Abr 24, 2018 10:41 am



Cándida caridad


El espejo de su raquítico cuarto de baño le devolvía una imagen que no quería ver y que sin embargo no podía ignorar


Frisando en los sesenta, se veían esenciales entradas en lo que en el antaño fuese una profusa cabellera. La barba, prolijamente recortada, enmarcaba una cara que podía considerarse como común, pero de ninguna de las maneras desagradable. Todo lo contrario, agradable a más no poder.

Pero no era su aspecto lo que deseaba evitar ver, era lo que ese aspecto ocultaba. Sentía que había perdido una buena parte de su vida, la mayor parte, la parte más importante y que el hecho de intentar algunos cambios a esas edades, no le daban los resultados apetecidos y esperados.

Había sido un hombre muy próspero en su juventud y durante muchos años de su adultez, pero la pésima gestión de su vida, con excesivos impagados de algunos de los clientes de su negocio, demasiados gastos improcedentes y 'ciertas amistades no recomendables', casi acababan por derrotarle.

Algunas veces la depresión le ganaba, aunque siempre sonreía e intentaba que su carácter resultase lo más cordial posible, incluso afectuoso. Sin embargo, por dentro su pena se extendía de una forma incontrolada.

Quería a su mujer, pero jamás se había adaptado a la vida de casado, y esto, día tras día, iba creciendo hasta llegar a la ruptura, en la que sólo fue ella, ¡la muy zorra!, la única favorecida. Es decir, la puntilla para él.

Su formación académica acumulada, encajaba a la perfección en el mundo actual de globalización, de especialización y de ingeniería, en todas las áreas, y sentía que era mucho lo que todavía podía aportar, pero nunca conseguía transmitirlo a ellos, a sus imaginarios empresarios.

Su estómago empezaba a hundirse por encima del cinturón, y las canas ganaban la guerra en la cabeza y la barba. Se estaba haciendo viejo con desmesurada rapidez.

Encendía allí mismo, frente a su espejo, el primer cigarrillo de la mañana, al que, sin duda, le seguirían al menos veinte más. El humo nuevo le obligaba a entrecerrar los ojos, y la imagen menguada en aquel espejo se hacía más soportable.

Interrumpía la rutina del aseo, para ir en busca de un café, y el silencio de la cocina le golpeaba el pecho, oprimiendo lo que él creía que debía ser su corazón. Añoraba su primer hogar conyugal, surtido durante bastantes años de todo, de lo superfluo y de lo normal, añoraba la presencia de sus hijos, añoraba... añoraba… y no paraba de añorar...

Pero un fuerte pitido de la cafetera lo arrastraba a la realidad, y en dos segundos su infame desayuno estaba listo. Era demasiado temprano aún, y el reloj no le impelía darse prisa. Un largo y tedioso día, con poco que hacer y un aburrimiento habitual, era lo que esperaba.

Sentado a la mesa de su inhóspita cocina, recordaba el sueño de esa noche; no era en él un magnate, ni un célebre artista, ni tan siquiera un hombre soñador, como en otros, era simplemente un humilde obrero, limpiador de aseos públicos, con un mono blanco y unos guantes azules, que malvivía de lo que buenamente dejaban los usuarios en un cartón, posado en el lavamanos, y aunque era el único 'ingreso' que tenía, lo odiaba con todas sus fuerzas.

Terminaba el café, y luego su aseo personal, con esa imagen mental de los guantes azules limpiando retretes. Un impecable traje gris marengo, una camisa azul y una corbata de seda, acompañado de unos zapatos de marca, todo esto del antaño, era lo que elegía para vestirse ese día, hasta llegar a su puesto de trabajo, que ya en él cambiaba por la indumentaria ya citada. Parado en el umbral de la puerta, echaba un último vistazo para asegurarse de que todo estaba... bueno, en relativo orden, y cogía el ascensor rumbo a la calle.

La misma gente borrega de todos los días andaba cabizbaja, sin rumbo fijo. Su calle estaba empapada por la intensa y permanente lluvia del la madrugada anterior, y todos los edificios parecían lavados y resplandecientes con los primeros rayos de un brillante sol de últimos de mayo.

Aquel aroma de churros calientes que salía de una cafetería, casi le desmayan. Con pasos largos apresuraba su llegada a la Puerta de Jerez. Como cada día, buscaba la sombra de un añoso árbol, plantado en un jardín próximo, y sobre sus exageradas raíces superficiales posaba su trasero.

Miraba a la gente pasar, apresurada, ignorándole, y el peso de sus penas hundía su cara entre las manos. Lágrimas discretas mojaban sus dedos, y la desesperación le ganaba la primera batalla del día.

Pensaba en ir a coger un diario del día en el puesto de su amigo Pepe, para leer un poco, y se imaginaba una lectura de numerosos anuncios clasificados, que ofrecían trabajos para los que él estaba perfectamente cualificado. Resignado y triste, alzaba con relativa dificultad su enjuto cuerpo, con la idea de ir a cumplir con su cometido. Pero una sorpresa congelaba su tristeza.

Ante él, una preciosa niña, de unos cuatro años, le miraba extasiada con un original bizcocho firmemente aferrado a sus regordetas manos.

Enjugaba sus someras lágrimas, y a su vez la niña ladeaba su cabeza. En casi media lengua que, sin embargo, le era entendible, le decía:

____No llores más. Toma -y tendía el bizcocho con forma de barco.

Lo cogía sin pensar bien en lo que hacía, y le sonreía a la cría, que dándose la vuelta, feliz, corría hacia su madre, cuya no le quitaba la vista de encima y que la esperaba en la cola del tranvía, a pocos metros de distancia, emocionada por el bello gesto de su pequeña gran hija.

Más lágrimas pujaban por regar sus ojos, pero se negaba a que saliesen. Miraba el tan oportuno como inesperado obsequio, y el peculiar bizcocho terminaba de tres bocados en su estómago, dejando ver sólo el ancla del barco.

Una sonrisa iluminaba la plaza, y parte de la ciudad, por lo menos desde el Puente de San Telmo, hasta el Puente de Triana, recorriendo el Paseo de Colón y la Plaza de Toros de la Real Maestranza, por un lado, y por el otro, el Paseo de las Delicias y el Paseo de la Palmera, hasta el estadio del Betis, el Benito Villamarín, club señero de la ciudad de Sevilla.

Se levantaba raudo y miraba al sol por encima de la terraza del Hotel Alfonso XIII, y Sevilla parecía retribuir su sonrisa.

Empezaba a caminar por el césped, recién cortado, de los Jardines de Cristina hacia la Avenida de la Constitución, pero a medio camino se detenía, daba un pequeño salto, juntando por detrás de su cuerpo los tacones de sus zapatos y...


...con su característico optimismo levantaba sus brazos hacia el cielo y saludaba efusivamente a su ciudad... ¡¡Buenos días, Sevilla!!


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Mensaje  achl Mar Abr 24, 2018 10:56 am






Su Gólgota diario

Las siete y media de la mañana....

____¡Daros prisa, que vais a llegar tarde!

Gritaba azuzando a sus hijos, que avanzaban por el pasillo con paso cansado y bamboleante. Cada mañana se levantaban aletargados, como sin energías, y ella repetía la misma cantinela de siempre:

____¡Esta noche a la cama a las nueve! ¡Así no habrá cansancios que valgan!

Andrés aparecía de pronto en la cocina, con prisa, envuelto en el aroma fresco de su colonia, el pelo mojado todavía, y vestido con una indumentaria, propia para acudir a su Instituto. Pronunciaba unos buenos días poco audibles, sin mirar apenas a su madre. Lo único que buscaban sus ojos era la cafetera. Su móvil no dejaba de lanzar pitidos. Entre semana, ni tan siquiera se sentaba a la mesa: se bebía de pie el café a la vez que iba mirando en su móvil los mensajes recibidos en su whatsapp.

A escasos minutos, la pequeña cocina se vestía de gala para acoger a Samanta, inmaculadamente vestida y exquisitamente perfumada. Con la mirada fija en el móvil, a poco si cae al suelo. Con ojos medio fruncidos, miraba a su madre. Mientras desayunaba, sin dejar de mirar su móvil, le decía que necesitaba unos botines nuevos, unos vaqueros de tubo, un vestido y un bolso para la fiesta de fin de curso, un... un... un… Su madre asentía mirándola, pero sin hablar. Sabía que quedaría tocada para el resto del día si le llevaba la contraria.

Apenas se cerraba la puerta de la calle tras las mochilas, la casa quedaba sumergida en un súbito silencio, como si la hubiesen sellado al vacío. El único ruido que la señora de la casa oía, a lo lejos, era un gorgoteo, seguro que de algún grifo mal cerrado. Se iba presurosa hacia el cuarto de baño y ya en él cerraba bien todos los grifos. De nuevo de regreso a la cocina, miraba la hora en el reloj sobre los azulejos. Aún le sobraba tiempo para llegar puntual a su trabajo eventual como asistenta doméstica.

Se servía su único café del día, lo saboreaba pausado y sola. Repasaba todo lo que tenía por delante: limpiar la casa, poner la lavadora, pensar en qué hacer de almorzar (para la cena improvisaba cualquier cosa), sacar los bajos a todos los pantalones de Samanta, que había crecido mucho en los últimos meses; revisar todas las ofertas de trabajo en cuatro páginas de empleo, seguir enviando currículo, comprobar si le habían respondido los señores de la entrevista de la que había salido tan contenta, convencida de que esta vez tendría suerte y la cogerían, llamar a varios sitios, en los que había solicitado trabajo, con la idea de que no se olvidasen de ella, que en su casa permanecía desesperada por encontrar un empleo fijo cuanto antes…

Agobiada, pero sacando ánimos, que ni sabía de dónde, dejaba su vaso vacío en el fregadero y se quedaba parada pensando en que una vez más tendría que hacer encajes de bolillos para llegar a fin de mes.

‘¡Creo que ya va siendo hora de que cambie mi situación!’, se decía para sí mirando al techo, e inmediatamente después salía de su casa, rumbo a su duro y mal retribuido trabajo en la calle


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Mensaje  achl Mar Abr 24, 2018 11:07 am




El muerto era un ‘vivo’


Mi nombre es Felix Lugo Pérez. Tengo 37 años y aún sigo soltero. Desde primeros de este año estoy de baja laboral, y permanezco todo el tiempo que puedo descansando en mi casa, porque tengo debilitado el corazón, con dos infartos a mis espaldas. Y después de esta verídica historia que relato a continuación, debo estar medicándome diariamente de por vida


Estaba sentado en mi sillón frente al fuego de la chimenea, observando el balanceo de las llamas, cuando recordé que tenía que echar un vistazo a mi correspondencia. Entre todas las cartas, una de ellas llamó especialmente mi atención. Provenía de los Pérez y Pérez. Recordaba aquel maldito linaje, al que, aunque lejanamente, también pertenecía. Por fin, el viejo conde había muerto. Para mi sorpresa, estaba invitado al velatorio, a celebrarse en la mansión familiar, en Motril (Granada), dos días después de recibir la carta

La numerosa familia Pérez y Pérez se remontaba al siglo XIV. Y a mí, aun estando en una remota rama del árbol genealógico, me pidieron que asistiese. Preso de la duda estaba en aquellos momentos, pero luego de aclarar conmigo mismo ciertas cosas, decidí asistir. Y mis dudas eran, básicamente, en que aquel bicho sangre azul, primo segundo de mi madre, se adueñó de toda la inmensa herencia de mis antepasados, e incluso de la que le correspondía a mi difunta progenitora.

Era una fría mañana de enero con un cielo gris, pero yo presagiaba un día feliz. Tras un cómodo viaje en tren, estaba frente a la mansión de los Pérez y Pérez. Se alzaba, inmensa, imponente, junto a un acantilado, donde las crestas de las olas golpeaban con frenesí las partes más bajas. Un sendero flanqueado por árboles viejos sin pelaje discurría hasta la misma puerta de la entrada.

Empecé a recorrer el sendero con anormal lentitud. Traté de retrasarme lo máximo posible en llegar, pues no quería ver concurrido el velatorio. Las piedras del camino parecían retorcerse a cada paso mío. Las sombras se alargaban, y el crepúsculo del horizonte se asemejaba a un tinte púrpura.

Alcé la mirada hacia el claro que se abría frente a la mansión, y vi que lujosos autos, unos seis, permanecían aún estacionados. Crucé con paso firme el estacionamiento y me detuve justo enfrente de la puerta principal.

Entré a la mansión a la vez que tres personas salían del vestíbulo, luego de ofrecer sus condolencias a la condesa. Tras saludar cortés a los inquilinos y a los invitados, avancé por el tramo del pasillo que conducía al dormitorio del conde.

Me encontraba parado en el umbral, inmóvil, mirando el macabro lecho. La sombra proyectada por el candelabro que iluminaba el cuarto, bailaba alrededor de la cama del cadáver, como si fuese un ser de ultratumba acechando a su víctima.

El cuerpo petrificado yacía sobre una pomposa cama, vestido con esmoquin negro, camisa blanca y palomita blanca, de la que colgaba un medallón, por algún mérito hipócrita en alguna cruzada. Sus manos mostraban enfermiza palidez, y reposaban alargadas. En el dedo anular de la mano izquierda tenía incrustado un grueso anillo de platino con el escudo heráldico del apellido y diez diamantes puros, seguro que de la herencia familiar. Su poco pelo, cuidadosamente y pulcramente peinado como en vida, según un foto que yo tenía, pues nunca le vi vivo en persona,

Aun teniendo el cuerpo sin vida de aquel malvado ante mis ojos, no podía creerme que estuviese realmente muerto.

Era de suponer que su habitación estuviese vacía. Nadie apreciaba a aquel bastardo. Durante toda su existencia, había atormentado la vida de todos los que se hallaban a su alrededor. Aún podía sentir la malaleche del condenado aristócrata.

La fría expresión de su semblante sólo era alterada por la diabólica imitación de una sonrisa humana. Sus finos labios se encontraban estirados, como victoriosos, incluso muerto. Intenté apartar los ojos del occiso, pero algo me lo impedía. Tras manifestar una fuerte oposición, de su nefasta influencia conseguía liberarme.

Al volver a mirar aquella mueca sonriente, se deslizaba un gélido escalofrío por todo mi cuerpo, y sus oscuros ojos parecían escudriñarme, hundidos en sus órbitas

‘¿Cómo puede ser posible que un humano pueda producir aún tanto horror a pesar de que ya está muerto? ¡Ojalá ardas entero en el infierno, malnacido, cabrón!', me pregunté y me dije para mi interior

Luego que este pensamiento emanase de mi mente, un crepitar de las velas parecía estremecerse, realzando el tormento del aquel sitio maldito. Me estremecí, pero me repuse para entregarme al cometido para el que había acudido al velatorio.

Me acerqué más al cuerpo del conde, al mismo tiempo que el resplandor del cuarto centelleaba sobre su cara, dándole, más aún, un semblante falsamente cálido. Vi en su mano izquierda el costoso anillo. Dudé unos momentos, pero, al ver cómo lucía injustamente en aquel agarrotado dedo, la duda se disipaba, volviendo a poner la creciente repugnancia que sentía en su debido lugar.

Mi conciencia estaba de acuerdo conmigo en ese momento.

Sentía entre mis dedos el gélido cuerpo del finado, al intentar sacar el anillo. Parecía fundido en el propio dedo. No conseguía sacarlo.

Terribles nervios se apoderaban de mí. Temía que alguien entrase al cuarto justo en ese momento. Cogí con más firmeza la mano e hice girar el anillo en el dedo. Luego de tres intentos, logré que se desprendiese de la rígida extremidad. Mientras miraba el platino y los diamantes, la expresión en mi cara era de triunfo.

'Me llevo este anillo, que le robaste a mi madre, carroña', me dije.

Una lengua de fuego danzante sobre las velas se alargaba hacia un lado, en forma tétrica. Pero ante mi triunfo, decidí no prestar atención a eso.

Me sentía feliz y satisfecho.

Iba a salir ya del cuarto, cuando oí un leve golpe que alteró el sobrecogedor silencio del lugar. Me giré a ver qué era. Me quedé petrificado. No me sentí nada aliviado al cerciorarme que era la fría mano del difunto, al golpear el féretro, lo que originó el ruido. Algo había cambiado en los ojos del conde; ya no escudriñaban sólo los míos con ira, se hallaban más altivos y parecían salirse de sus órbitas, como si intentasen hipnotizarme.

Deseché toda idea supersticiosa de mi cabeza y salí al pasillo, el cual no se veía más reconfortante. Aun ello, anduve con paso rápido. El resto de invitados estaba en la cocina. Me fui hacia el grandioso salón principal de la mansión. Todavía me sentía nervioso por el escalofriante momento del robo.

Al abrirse frente a mí el espacioso salón, una poderosa sensación de vértigo se abría paso a través de mi subconsciente. Me apoyé en la puerta. Debía serenarme. Todo había terminado. El conde estaba muerto. Y yo podría regresar a Sevilla, a mi casa, con mi anillo. Con estos pensamientos revoloteando en mi interior, me senté en un suntuoso sillón junto a una no menos suntuosa chimenea.

Del techo pendía una enorme araña de bronce, donde, al final de cada una de sus patas, crepitaban las llamas alocadamente.

Debí quedarme traspuesto, quizá por mi corazón, pues tanto los familiares como los invitados se habían marchado ya. Un repulsivo silencio se cerraba contra mí.

De pronto, el sepulcral silencio era roto por algo deslizante que provenía del pasillo. Mi espalda se pegaba al sillón al oír un sonido acercarse por el pasillo. En aquella mansión todo parecía siniestro. Y vivo. Todo sonido se asemejaba a algo agonizante que emergía del sótano. Muy entero y sereno tenía que mantenerme.

'Lo más sensato sería irme ahora mismo de aquí', pensé.

Pero, de pronto, un ruido seco se produjo cuando unos largos dedos se aferraron al marco de la puerta. Una señal indicaba que anteriormente uno de aquellos dedos había llevado un anillo. Angustiado, deduje que era la mano del conde.

Me erguí ante tan horrible escena. El aristócrata arrastraba penosamente sus pies y trataba de acercase a mí. Sus ojos no sólo me escudriñaban, como antes en su lecho, sino que palpitaban, coléricos y centelleantes, bajo una repulsiva expresión de una desesperada agonía. Traspasó el umbral, tras varios pasos, extendió los brazos en el aire, como en una constante amenaza.

____¡¡Está vivo!! ¡¡Está vivo!! ¡¡Este hijo de puta no ha muerto!! -grité.

Frente a mis propios gritos, mi corazón dio un vuelco. Mi mano se posó firmemente sobre mi pecho. Mi corazón, enfermo, no podría soportar aquel creciente terror que se iba apoderando de mi persona. Miré, enloquecido, cómo sus blanquecinos dedos temblaban ante la desesperación de asirse a mi cuello, con crueldad. La locura y la maldad no habían desaparecido en el alma del conde. Sin duda, aquel maldito ser quería recuperar su anillo.

Me hallaba paralizado. Las manos del conde se cerraron fuertemente alrededor de mi cuello. Su expresión cambió a una horripilante risa que, curvada en los extremos, se levantaba hacia los pómulos, enfatizando su demencia, enfermiza locura en vida, podrida y mórbida en muerte.

____¡¡Deja de reírte, maldito bastardo!! -grité de nuevo.
____¡¡Aparta de mí tu mirada!! -volví a gritar.

Pero mis gritos no eran escuchados por nadie. Mi garganta no emitía ningún grito más. Mi cerebro le dijo a mi corazón que lo mejor para mi salud era que me tranquilizase.


Pero todo ese horror final se lo imaginó mi subconsciente. Lo que no se imaginó, que es real, es que el anillo de platino y diamantes está ahora en mi poder, cuyo valor es incalculable. Y mi felicidad es inmensa, pero no por tener semejante joya a mi disposición, pues no tengo problemas económicos, sino por haber saldado la herencia de mi madre


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