LA CAJA DE MÚSICA 6 (UN RINCONCITO PARA COMPARTIR)

Me marché. Después de mucho tiempo luchando por mi relación, me marché.

No hubo enojos, ni lágrimas, ni explicaciones por ninguna de las partes. Sencillamente, cogí mis recuerdos con sus momentos, los puse alejados de mi corazón para que no me doliesen más y emprendí camino en soledad. Me llevé conmigo una maleta con pocos trapos y dos libros, además de lo puesto.

Siempre había pensado que si llegaba este momento iba a estar confusa y triste, pero me sorprendí al comprobar que sólo la tristeza aparecía. No había confusión, ni siquiera hice preguntas porque, en el fondo, siempre he sabido lo que estaba sucediendo y lo que, finalmente, sucedió.

Después de unas horas pensando en lo que ha ocurrido, me siento mejor, más ligera de emociones, con menos peso en el alma y una mente más libre. Ahora, por fin, sé lo que debo hacer. Ya no voy a gastar ni un trocito más de mi corazón en alguien que no lo merece. Si él no sabe valorarme, no voy a obligarle. No tiene sentido empeñarse en saciar la sed donde ya no queda agua.

Tener las cosas claras después de tanto tiempo es mi alivio. Poder decirme a mí misma “se acabó” es un triunfo, y lo grito para escucharlo bien y creérmelo. No es el final por el que yo había luchado, pero estaba en mi lista de posibles finales, es por eso, que ahora estoy preparada para asumirlo y afrontarlo. A veces, lo importante no es cómo acaba algo, sino que acabe.

Me senté al sol durante un buen rato, cerré los ojos y empecé a sonreír. Saber la verdad me da tranquilidad. Lo más importante para mí es que las infidelidades han salido a la luz, aunque no quise reprochárselo a él.

Pero, pensándolo bien, no son infidelidades, son secretos. Ahora, la mejor manera de no hablar de las infidelidades es no preguntar por los secretos. No necesito respuestas, al menos, no de él. El hecho de saber que mis sospechas se han convertido en realidad es suficiente para olvidar todo lo bueno con él.

Sí, deshacerme de sentimientos, de dudas. El saber con certeza que ya no tengo ganas de seguir luchando me da paz interior. Por fin, después de tanto tiempo, tengo claro el camino a seguir. Podría pensar que no es un final feliz después de todo el esfuerzo que he hecho. Tendría que ser diferente con él si me amase otra vez, siendo yo la única en sus pensamientos. Pero eso no va a suceder y yo lo sabía siempre, así que mi victoria es confirmarme que él no ha cambiado y que no cambiará Si se lo dijese, seguro lo negaría, así que mejor callar y seguir mi camino. Todo ha acabado, y eso es lo principal.

¿Por qué algunas personas no valoran lo que tienen? ¿Por qué se acomodan tanto en una relación pensando que nunca va a acabar? ¿Por qué se creen con derecho a poner sus caprichos por encima de los sentimientos de su pareja? Ya paro, no sigo, he dicho que fuera preguntas, pero algunos porqués son inevitables, aunque no pienso mucho en ellos.

Seguí con los ojos cerrados bajo los rayos del sol, sonriendo, disfrutando de un nuevo principio después de un triste, pero esperado final.



Tras la decidida marcha de ella, él la echaba de menos, y lloraba desconsoladamente por haberla traicionado. Parece que aprendió a valorar lo que ha perdido. Demasiado tarde.

A los quince meses y dos días, encontró un hombre que le atraía, que los dos se atraían. Ella tenía miedo de establecer una nueva relación, pero se dio otra oportunidad. Al año de conocerse y tratarse, se percató de que ese hombre era muy diferente al de su anterior relación. Era el amor que siempre había soñado, el amor de su vida.

Ahora, tres años después de aquello, nuestra guapa e incomprendida protagonista está felizmente casada y con un bebé de quince meses. Hela ahí abajo…