LA CAJA DE MÚSICA 7 (UN RINCONCITO PARA COMPARTIR)

achl Dom Jun 28, 2020 11:43 am

Así empezó esto de la caja de música...

LA CAJA DE MÚSICA 7 (UN RINCONCITO PARA COMPARTIR) Marica11

maricarmen

Yo tengo desde hace años una caja de música dónde guardo cosas importantes, cosas que tienen un cierto valor para mi y con este hilo lo que pretendo es eso poner cosas que gustan, ya sean videos, imagenes, escritos, poesias, canciones, recetas, cosas que encuentras por ahí que te emocionan, que te hacen sentir algo o recordar algo y que quieres compartir con los demás y no sabes dónde ponerlo, en definitiva llenar este hilo con cosas que sean importantes para cada uno. Os invito a llenar la caja, me ayudáis?

achl Dom Jun 28, 2020 11:49 am

A otra cosa mariposa

Los zurcidos que sostenían su corazón terminaban por soltarse tras el último desengaño. Había soportado infidelidades, mentiras, triquiñuelas, carantoñas falsas y te quiero hipócritas, simplemente porque seguía enamorada de él

Podría odiarle, repudiarle como si la vida le fuese en ello, pero esto no constaba en el cuaderno de su idiosincrasia. Y dado al profundo amor que aún sentía por él, se ilusionaba imaginándose que, a corto o a medio plazo, podría ser posible que cambiase, que sabía que en el fondo también la quería, pero una súbita reflexión, quizá Deífica, le hacía estimar que de ninguna de las maneras estaba dispuesta a pasar de nuevo por otra tormentosa espiral.

Salía del ático que compartían y se sumergía en la marabunta, sin saber a dónde ir. No quería ver a nadie, tampoco tener que escuchar de las amigas: “te lo dije, no te quería, nunca te ha querido, tienes que mandarlo ya a la mierda…”. Una vorágine de pensamientos estaba a punto de explotar en su cabeza, vidriosa, empero, no podía evitar que un torrente de lágrimas corriese por sus mejillas, ni podía dejar de sentir un gran vacío que hasta le cortaba la respiración.

Sin saber cómo, se hallaba en el interior de un centro comercial de su ciudad, donde, entre otros variados comercios, había una librería. La Literatura se había convertido en una colega inseparable en sus largas y tristes noches en vela, capaz de aislarla de la amargura y de llevarla a algún lugar donde las personas creían en el amor. Se iba presurosa hacia el departamento de libros para que la informasen de lo que realmente necesitaba. En aquel departamento había miles de almas buscando lo mismo que ella. Con urgencia enfermiza necesitaba saber cuánto antes cómo digerir la ruptura, cómo sembrar un ápice de esperanza entre las cenizas. Absorta en los títulos, sentía cierta calma, pero no menguaba su dolor.

De pronto, veía cómo una chica clavaba su mirada en ella. Le devolvía la mirada y la desconocida le enviaba una sonrisa, que por segundos la reconciliaba con la vida. Pero la exigua calma tornaba a frustración por ver que de los ojos de aquella chica brotaba lascivia, a la vez que le hacía gestos obscenos, tocándose las tetas y la entrepierna, sin pudor y a pocos metros de ella. Huía consternada de aquel lugar, pero sorprendentemente, o no tanto, dado a que ella era una mujer guapa y con un buen cuerpo, iba siendo seguida por la otra, que lo más probable sería que era una desesperada lesbiana en busca de alguna presa.

Momentáneamente visualizó la imagen de su extinto esposo y también la de los pocos, pero intensos instantes con él en intimidad, pensando que ella era una mujer a la que sólo le gustaban los hombres y que ni remotamente le atraía la idea de pensar en un romance con otra mujer. Sentía una ira incontrolable.

En un arrebato de entereza se enfrentó a aquella chica mirándola con ojos de rechazo; mirada que, al menos, servía para que dejase de hacer obscenidades. Pero como parecía una pervertida y no cejaba en su afán de seducirla, se fue hacia ella y le propinó un fuerte gancho con el puño en la cara, el cual borraba de un plumazo toda lascivia.

-- ¡Y vete antes de que te rompa la cara entera! –gritaba, sin duda poseída por su condición de mujer femenina íntegra.

Sin oponer resistencia, limpiándose sangre de la nariz y la boca y con el cuerpo encorvado, la desconocida corría avergonzada y salía de la librería, empezando ella a sentirse mejor. Pero, aun eso, no atinaba a poner en pie de dónde le había salido semejante valentía para enfrentarse con decisión a alguien, incluso con violencia. Se justificaba diciéndose que había sido provocada de una manera tan cerda como inesperada.

De pronto tomaba una determinación. Tenía ya claro que no necesitaba ningún libro del departamento de ayuda para su caso.

Convencida y decidida, se fue con pasos firmes hacia una agencia de viajes, que también había allí, y ya en él escogió un punto de destino, para así empezar a escribir una nueva historia de su vida que, en ese preciso momento, acababa de comenzar.

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achl Dom Jun 28, 2020 11:59 am

LA CAJA DE MÚSICA 7 (UN RINCONCITO PARA COMPARTIR) Escrit13

Rita la recatada

Rita era una rellenita mujer de 37 años, guapa, alta, rubia, ojos grises, y disfrutaba de buen estatus financiero. Hasta aquí todo muy bien. Pero… ese pero que a veces no trae nada bueno consistía en que no podía tener sexo con su marido por haber padecido él, 5 años y meses atrás, un grave accidente que lo mantenía en cama, y vivo aún a base de medicamentos, siendo uno de ellos el que le causaba impotencia, para desgracia propia y desgracia de su siempre enamorada esposa que, sin comerlo ni beberlo, también sufría la inutilidad sexual de él.

Estaba intranquila aquella tarde. Le dio las medicinas a su marido y éste se quedó dormido en el acto, pues los efectos secundarios actuaban como un rápido somnífero. Y esto ocurría así siempre, invariablemente, durante aquel larguísimo período de tiempo.

Merced a esta situación desde el accidente, disponía de ciclos de 8 horas libres para hacer lo que le viniese en ganas. Pero se sentía mal por estar tan desocupada y porque no sabía cómo organizarse, y tanto tiempo así la tenía trastornada. Sólo el amor que le profesaba a su esposo la ayudaba a sobrellevar su inri. Y por si esto fuera poco, no tenía hijos el matrimonio, aun habiéndose casado once años atrás, cuando el marido estaba sano. Porque de haber tenido al menos uno, éste llenaría, en parte, el hueco que dejaba su esposo, prácticamente ausente.

Pero dejaba estos tramos de tiempo para hacer tranquilamente las tareas de casa, mientras veía sus novelas en la tele. A veces escuchaba música, leía algún libro o confeccionaba alguna prenda en su máquina de coser, sin miedo a perturbar el reposo de su marido, que tampoco era necesario porque éste perdía toda noción al ingerir las medicinas. La monotonía era el odioso motor de su vida, que, si le sumamos que no se relacionaba con nadie, las cosas estaban difíciles para ella.

Imbuida varias horas en la lectura de un libro, había apagado tarde la luz aquella noche. Avanzó hasta más de la mitad, y se prometió terminarlo durante el próximo descanso médico de su esposo, descanso suficiente para incluso comenzar un nuevo libro, o para hacer cualquier otra cosa, o varias a la vez.

Aquel día, sin embargo, no bien su marido se durmió, trató de leer, pero no se concentraba. Dejó el libro sobre la mesilla y se recostó entrelazando los brazos por detrás de la nuca. No podía sacarse de la cabeza lo que le había ocurrido en la cocina después de almorzar.
Al ser anormalmente un día muy caluroso de otoño y estando averiado su aparato del aire acondicionado, dejó la puerta de la salida a las escaleras abierta, con idea de que corriese un poco el aire. La calentura de su coño, sumada a la temperatura ambiental, hacían de su anatomía un calefactor excesivamente perturbador.

Mientras fregaba, su apuesto vecino de puerta se le acercó por detrás y, sin mediar provocación, la cogió de la cintura y presionó su polla contra el culo de Rita, sintiendo ella, entre sus convulsas piernas, una masculinidad vigorosa. Pero todo aquello se desarrolló tan rápido e inesperado, que no le dio tiempo a reaccionar. Imaginando el vecino que cedía, presionó más, diciéndole a lo bestia que iba a follarla allí mismo. Muy indignada, empujó violentamente al hombre y se apartó unos metros del fregadero.

Al alejarse, el vecino vio cómo sus nalgas succionaban el delantal entre las piernas. Rita alzó, desafiante, la cabeza haciéndose inalcanzable al deseo del intruso, al que echó a golpes e insultos de su casa, cerrando después la puerta con llave y cerrojo.

Sofocada y malhumorada, se persignó en el trayecto a su dormitorio. Una vez en él, se echó en la cama junto a su marido que, al verla tan nerviosa, apartó la mirada de la televisión y le preguntó, con tartamudeo en la voz, secuela de su terrible accidente.

-- ¿Te… pa…sa… al…go…, mi… a…mor…?
-- Nada. Sólo que estoy un poco cansada -mentía. No quería preocuparle.

“¿Hago mal con no decirle lo que me ha pasado? Pero si se lo digo, podría hundirle más aún”, se dijo para sí.

El corazón a toda vela, el cuerpo trémulo y la respiración jadeante hacían que aumentasen las tetas, a riesgo de romperse la fina tira del sujetador.

Cerró los ojos, para relajarse. Inútil. Le venían las imágenes de unas manos sujetándola por la cintura, sentía una dureza varonil en sus nalgas, sentía su propio desconcierto al escapar de unas garras, sentía un andar rápido rumbo a su presa...

Como media hora después recuperó un poco la calma, le dio un beso con los labios cerrados a su marido y le secó el sudor en torno a las cejas.

Pensó que debía hacer algo para quitar relevancia a lo sucedido, pero a más empeño por olvidarlo, más nerviosa se ponía.

Leer le era imposible, por lo que decidía preparar la cena, pero recordó aquello y como no se había tranquilizado del todo para irse a la cocina de nuevo, se puso a revisar la ropa sin planchar.
Puso la mesilla de la plancha y se sentó en el borde de la cama. Miraba el suelo, como queriendo hallar una respuesta en él. Quería olvidarlo, pero no lo conseguía. Tenía en la piel todo lo ocurrido, y cuando lo recordaba, un severo escalofrío la recorría de pies a cabeza. Esa ambigüedad entre la indignación y... “¡No, no!”, se decía.

Trataba por todos los medios ignorarlo, pero sabía que había sentido algo inédito en ella. Cuando el vecino le puso las manos en la cintura, tuvo la tentación de abrir las piernas y de cerrar los ojos a modo de entrega. Una fuerza inevitable la llevaba a caer al vacío. Pero podía más su condición de señora casada.

“¿Y si...? ¡No, no, por Dios!”, pensó.
“¿No sería que estaba desvariando?”, se preguntó.

Sin embargo, posible era un desvarío. Tanto tiempo desvelándose por su marido, la tenía estresada. Aun habiéndose tranquilizado un poco, volvía a caer en la confusión al sentir que un temblor le recorría todo el cuerpo.

“No pienses tontería”, parecía escuchar de su conciencia.

Se entregó a la inacción de pensamientos y cuerpo. Pero, súbitamente, el deseo volvía a la carga con la imagen de lo que le había ocurrido en la cocina. Se sorprendía al pensar en echar un polvo, y así paliar su fuego. Lo normal era dejarse llevar por lo que sentía, pero la torturaba el saberse una mujer fiel. Follar, aunque con un extraño, era carnalmente bueno, y necesario también, pero era pecado. Y ella era creyente y practicante.

Se puso en pie intentando esquivar al espejo; pero, sin poderlo evitar, vio su imagen como reto. Era guapa y con buen cuerpo, y con ese delantal pegado y corto, dejando a la vista los muslos hasta el comienzo de las nalgas, parecía apetitosa para todo hombre. El sostén entreabierto dejaba ver una buena parte de los empitonados pezones sobre la tela mojada por la transpiración. De su cuerpo resbaladizo, chorreaba voluptuosidad y lujuria.

Inocente a los estragos que podría ocasionar en los hombres, sus curvas invitaban al atrevimiento. Y aquella desnudez del triángulo, que se veía a través de la fina tela del tanga, clamaba lo suyo...

Evitaba mirarse al espejo, porque, de hacerlo, desnudaría los deseos ante quien no guarda secretos, porque todo lo sabe de uno. “¡No, Dios mío!”, se decía y a la vez se llevaba, horrorizada, las manos a la cabeza.

Cuando logró mantener la vista fija de su propio rostro ante el vidrio, sus confusos pensamientos se tornaron racionales: todo aquello era producto de... no se atrevía a pronunciarlo y menos a reconocerlo. Pero sabía sin decírselo que tenía mucha parte de culpa de lo que le estaba ocurriendo, independientemente de lo que había pasado en la cocina.

“Es que llevo ya mucho tiempo sin sexo”, se justificaba ante los ojos que la escrutaban despiadadamente. Sentía que su organismo le exigía más que velar con amor a su esposo enfermo, y por esto, las fuerzas atávicas de su cuerpo, inconscientemente traducían en coqueterías lo que su razón no quería reconocer.

Pero los hombres sabían leer el lenguaje de las formas y los movimientos femeninos, los hombres eran maestros en traducir las turbaciones en las mujeres, y esto era lo que leía en ella su vecino. Quería a su marido, y no era su culpa sentir ganas de él, que, por su estado imperecedero, pagaba ella también la abstinencia de sexo.

Y así quedaba siempre su presión interna, que no podía concluir lo que sus intentos buscaban, y por esto acababa afiebrada y todo se le tornaba hostil. Pensaba que un día más sin sexo y que llevaba ya más de 5 años. Y eso, a sus casi impolutos 36, la tenía desquiciada.

Las tierras en barbecho se expresan con malezas, que, coquetas, se apoderan de todo el sol

Le vino a la mente tan inoportuno pensamiento, y más inoportuno aún en aquellos momentos tan complicados para ella.

Pero, de pronto, su conciencia la sorprendía diciéndole que no era malo sentir un deseo carnal. Follar no implicaba pecado; al fin y al cabo, era un ser humano, una mujer de carne y hueso. Pero al tratar de asimilar este pensamiento, era rea de un vértigo tan incisivo que tenía que sentarse en el borde de la cama por el temor a caerse.

“Dame fuerza, amor”, decía en voz baja al marido, sabiendo que si gritaba no podía oírla y menos aún escucharla.

Su cuerpo se enfriaba y temblaba, pero por dos razones distintas: miedo al pecado y miedo a la infidelidad. Abrió el cajón de su armario y sacó una Biblia de él, para sí leyó un pasaje y rezó un Padrenuestro y tres Ave María Deducía que si pensaba tanto en ello era por... “¡no, Dios mío!”.

Cuando volvía a mirarse al espejo estaba ya más calmada. En cierto modo, veía a la Rita de siempre: una mujer sexuada sólo por su marido. Bebió un poco de agua, se puso bien el delantal y, yendo de nuevo hacia la cocina, se animaba: “tranquila, Rita, si vuelve a molestarte, dile que tú no eres una cualquiera, que lo perdonabas, que aquí no ha pasado nada, que seamos buenos vecinos”.

Su discurso la templó lo suficiente para irse como estaba vestida: tangas y delantal, y seguir con el fregado de la vajilla.

Apenas empezó un sonido de platos, escuchó unos pasos acercándose. El corazón se le disparaba, la sangre pintaba sus mejillas y la respiración se le entrecortaba. Lo sentía próximo, sin explicarse cómo había entrado al piso si estaba cerrada la puerta con llave y cerrojo… Sentía que la había estado expiando, que en definitiva la culpa la tenía Dios por haberle dado tanta hermosura. Sonrió y giró la cabeza para verle. Su sonrisa incluía disculpa y aquí no ha pasado nada. Haciendo varias negativas con la cabeza volvía al fregado.

“No puedo retener mis impulsos ante una mujer tan bella. No tengo gen que me proteja de un cuerpo tan voluptuoso”.

Escuchó esas palabras.

Ante semejante insinuación, lo sentía detrás y la cercanía le agarrotaba las manos, cogía insegura platos y vasos. Su coño era candela pura al ceñirla él de la cintura.

Mientras rumiaba una respuesta, una polla hacía presión contra su culo. Un mareo fugaz la dejaba vulnerable; se protegía recordando su discurso. Iba a comenzar a hablar, cuando su vecino se adelantaba:

“Carpe Díem. El lenguaje de tu cuerpo habla el mismo idioma que el mío, que me está diciendo que te folle”.

Volvía a sentir el vértigo que la acercaba al vacío en forma incontrolable. La cogía de las caderas y a la vez le metía la mano por debajo del delantal. La acarició hasta las rodillas, y trepó para meter la mano por debajo del tanga, hecho que respondía a sus vaticinios, por lo que podía obviar los preparativos porque la condescendiente humedad era suficiente.

“Estoy ahora mismo en la puerta del paraíso”, Decía él con voz excitada, mientras le iba mordisqueando el cuello.

Rita cerró los ojos, mientras él seguía alabando su belleza y esperando luz verde, aunque roja, pues su mano había aterrizado en el mismísimo coño. Imprimió más empeño a su osadía. Rita no se resistía ya, considerando el tiempo necesario para haberse defendido con dignidad, y por esto daba riendas sueltas a su animalidad. Él la tenía atrapada entre su cuerpo y el fregadero

Después de engrasar la entrada con sus salivas, llevó su polla al punto de convergencia. Rita sentía presión en su flor, pero no sabía qué hacer con las manos, que en virtud de cómo estaban las cosas, el fregado pasaba a un segundo plano.

Como quien se agarra a una débil rama para no caer al barranco, cogía con firmeza un rodillo de madera de cocina, pero la forzada postura hacía aparecer mata de vellos por un lado del tanga, mientras el vecino insistía en que no obrase en contra sus deseos.

Cuando alzó el rodillo para intimidarle, él le abrió bruscamente el delantal haciendo volar los botones. La rodeó con los brazos, sin percatarse de que ella tenía el rodillo en la mano, la giró quedando cara a cara. Por la rapidez en darle la vuelta no le dio tiempo a cerrar los muslos, fue cuando él interpuso entre ellos su erecta virilidad.

Mantenía los brazos por delante, sujetándose con una mano a la base del fregadero y la otra asida al rodillo. Caliente y deseoso, le miraba las tetas, pero como la empujaba hacia atrás, no podía asestarle el golpe definitivo. Se retenía mientras él le estimulaba los pezones con la lengua.

La cogía de la cintura y suave la empujaba contra el fregadero. Acercaba su duro miembro que, abriéndose paso, se colaba en el punto neurálgico. Entonces vino la sorpresa; él veía por última vez una cara altanera, y ella sentía por primera vez una polla “que no era la suya”, pero que empezaba a entrar venciendo sin dificultad la resistencia de los labios. Alzaba ella el rodillo, visualizando el cráneo. Fue entonces que él presionó más contra la intimidad de ella, invadiendo su sacro territorio con su virilidad. Gritaba de gusto al sentir que un trozo de carne sin hueso había avanzado más de lo que nunca había coronado su esposo. Un empuje más y Rita sentía en sus entrañas ese caldo eléctrico que da y engendra vida, soltando de pronto el rodillo destrozando en su caída platos y vasos.

-- ¡Ahhh! -gemía una feliz Rita con la mirada perdida, al recibir tan sabroso caldo. Se abrazó al macho que de nuevo la había hecho mujer. Buscó con su boca la boca de él, y la devoró. Y en esa singular foto quedaron unos segundos. Después, se agachó y le hizo un flamante limpiando a la polla, degustándola de nuevo, ahora largos segundos. Rita se puso en pie y, sin hablar, el brillo de sus ojos decía que la puerta de su casa estaría siempre abierta para él…

Abandonó el lugar del pecado y se fue a la ducha, y su vecino a su casa. Su marido continuaba dormido. Se tumbó a su lado mirando el techo. Iba experimentando su cara una extraña metamorfosis, empezando por una sonrisa contenida, pasando por un pesar, y culminando en desesperación al recordar que, por lo inesperado y porque hacía mucho que no lo usaba ¡no había tomado ningún anticonceptivo!

-- Ho…la, a…mor -la saludaba el marido apenas despertaba.
-- Hola -le respondía, satisfecha, poniéndose las manos abiertas sobre su vientre, palpitante, inquietante...

No debemos obcecarnos con lo que nos tenga preparado el destino. Lo único que vale es el día a día. Puede que Dios nos conceda más inviernos, o puede que éste que azota el mar contra el acantilado sea el último, pero mientras sigan golpeando las olas, nuestra ansia por vivir debe olvidar el tiempo que nos queda. Si perdemos el tren que de pronto se presenta, en una vía apropiada, el tiempo se nos escapa. Aprovechemos el hoy y no nos refugiemos en la incertidumbre del mañana.

LA CAJA DE MÚSICA 7 (UN RINCONCITO PARA COMPARTIR) Rita11

achl Dom Jun 28, 2020 12:06 pm

La puta Bárbara

LA CAJA DE MÚSICA 7 (UN RINCONCITO PARA COMPARTIR) Escrit14

Hay gente que nace rota, con defecto de fábrica. Bárbara no había nacido puta, ni siquiera en el sentido peyorativo de la palabra hacia mujeres que se dedican a alquilar su cuerpo. Ella, sólo había nacido bárbara.

Brava y tosca se había criado en un matadero de cerdos con su tío, hasta que él pensó que no podía criar a una chiquilla, y la echó de su casa.

Aunque ya en la calle, deseando estaba de salir de aquel matadero, de aquella casucha de madera podrida, de aquel estiércol, de aquellos olores…

Se fue a vivir con su abuela, muda de nacimiento, y el silencio se hizo ambiente. La abuela también criaba cerdos, pero empezaron a tener extrañas diarreas y su carne se hizo incomestible. La mujer dejó la explotación animal y sin consultarla, decidió explotar sexualmente a su adolescente nieta.

La llegada a la ciudad y el abandono de una casa oxidada, eran un trámite más en la trayectoria de Bárbara. Debía pasar como pudiese un tiempo, hasta lograr algo mejor. Pero sentía en el fondo que sus encantos eran engañosos. Quizá la oportunidad de ser diferente no llega nunca a personas como ella. O, quizás, la oportunidad de no ser indiferente.

Por mucho que se esmeraba en su nuevo trabajo, sus clientes no se acordaban de ella al día siguiente. Le parecía que era una suerte, pues poco contacto con ellos la alegraba, y de esta manera podía sobrevolar en calma todo el tiempo.

No admitía que la llamasen puta, era lo que era, pero a veces tenía la sensación de convertir en putada todo lo que tocaba.

LA CAJA DE MÚSICA 7 (UN RINCONCITO PARA COMPARTIR) La_pur12

achl Dom Jun 28, 2020 12:12 pm

Traición

Deseo que esta misiva llegue a ti y que raspe tu espíritu. No necesito perdonarte, no es mi perdón lo que necesito. Sólo hay algo que me llena de dolor: tu traición. Ojalá que no seas feliz. Quisiera vivir en ti como un remordimiento, y es por eso, que deseo que me odies. Sí, lo deseo mil millones de veces. Tú abrasaste mi amor. Tú tiraste mi rosa roja al volcán. Tú has conseguido que olvide mi ansia de amar. ¿Me amabas tanto como yo a ti? ¿Me amabas siquiera? O eras mío como un esclavo, como un botín de guerra, pasivamente, y sólo en mí el deseo. Tú no me has amado nunca. Amar es un deseo de morir en otro. Ojalá que mi recuerdo te persiga como una maldición. Y qué llores. Y que tu corazón no sea fértil para recibir la semilla de la felicidad. ¡No quiero volver a verte nunca más!

LA CAJA DE MÚSICA 7 (UN RINCONCITO PARA COMPARTIR) Triciz10

achl Dom Jun 28, 2020 3:32 pm

MICRORRELATO
Quien mal empieza…

Aquel individuo tenía una fuerza tan grande como su brutalidad. Se ganaba la vida a base de sablazos. Era adicto al vino, a las mujeres y a las peleas de tascas. A los 30 años se enamoró de una chica que aún no contaba los 20, pero su amor era agresivo. Ella le odiaba, pero él la acosaba con la procacidad de un sátiro. Dos hermanos de ella, un día le dieron una tremenda paliza, hasta dejarlo malherido. Esa noche se escondió y cuando al amanecer salieron sus agresores para acudir a su trabajo, entró a la casa y mató a la chica a puñaladas. Luego, huyó y anduvo romero y vagabundo durante dos lustros. Trabajaba, para sobrevivir, en lo que iba surgiendo. A los 40, quebrantado por su vida de borrachera y crápula, tuvo la suerte de colocarse de portero en un hotel de otra ciudad. Entonces usaba una barba, para tapar una herida que le cruzaba la cara, y mostachos. Vestido con el uniforme del hotel, parecía un militar revolucionario. Al los seis meses, se casó con una camarera del hotel, guapa y bastante más joven que él, pero en la noche de bodas murió de un infarto