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LA CAJA DE MÚSICA 10 (UN RINCONCITO PARA COMPARTIR)

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Mensaje  achl Lun Sep 06, 2021 8:02 pm




AMENIDADES

¿Y esta rata quién la mata?

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Mensaje  achl Lun Sep 06, 2021 8:08 pm




AMENIDADES

¡Y el cabrón m regaló un ramo de narcisos
después de un mes sin aparecer por el piso!

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Mensaje  achl Lun Sep 06, 2021 8:13 pm




AMENIDADES

Según señalan las taurinas ordenanzas,
esta tarde sale de sobrero en la Maestranza

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Mensaje  achl Lun Sep 06, 2021 8:38 pm




Te tuve y te perdí

Me pregunto yo si quería el jersey y le pregunté si no tenía frío, y su respuesta fue que no. Me lo dio, me lo puse y se marchó. Pensando en eso ahora debí dejárselo, sabía que tenía frio, lo sentía en sus manos cuando me lo devolvía.

Al dormir, la podía sentir respirar en mi espalda, me alejaba y volvía a conciliar el sueño. Pensando en eso, ahora creo que estaba llorando, quizás debí dejarla recostarse sobre mi hombro.

La vi reírse muchas veces de mis chistes, la oí reírse muchas veces de mis insultos y de mis pesadeces. Pensando en eso, ahora sé que no lo disfrutaba tanto, eso lo supe cuando bajaba la cara.

Mentí muchas veces para defenderla de otros, y hacía eso porque pensé que estaba bien lo que hacía. Pensando en eso, ahora sé que gané su confianza con cada mentira, aunque no me lo dijera.

Dejé muchos te quiero por parte de ella sin vuelta, sé que entendía que también la quería. Pensando en eso, ahora creo que solo quería escucharlos de regreso.

Me preguntó si estaba bien, respondí con “más o menos”. Pensando en eso, ahora sé que solo quería que respondiera "sí".

Me llamó preguntando si quería algo, dije que no. Al rato llegó con una revista erótica y un paquete de tabaco. Pensando, ahora sé que son pocas las que hacen eso para complacer.

Pregunto tantas veces que siempre obtengo la misma respuesta, seguía preguntando aun cuando sabía que cambiaría de idea en el último minuto. Pensando en eso, ahora debí mantener el "sí" y no cambiarlo por el "no".

La vi preocuparse por mi tantas veces, por si estaba bien, por si había comido, por si necesitaba algo, por si había tenido un buen día. Pensando en eso, ahora sé que nadie hace lo que ella hacía.

Tenía miedo, lo sabía, lo veía en su cara cada día, en cada palabra, en cada mensaje. Pensando en eso, ahora quizá debí haberle dicho que no tuviera miedo no era la solución, quizá la respuesta era enseñarle que no había nada de qué temer.

Me preguntó si me iría, me lo preguntó una y mil veces, me dijo que me necesitaba y le prometí que no me iría. Pensando en eso, ahora sé que no huir a esto fue lo mejor que pude hacer por ella.

Un día no la vi más, pensando en eso, ahora sé que ese día llegaría, pero hui. Sabía que me iría solo, no quería que lo hiciera, quería que fuera eterno, quería que estuviera ahí siempre con ella.



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Antonio Chávez López
Sevilla mayo 2001



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Mensaje  achl Lun Sep 06, 2021 8:51 pm



Agridulces sentimientos


Como un frío antártico que arrasa y corroe el metal, así llegaste tú a mí. Disfrutando de la ignorancia del amor y de amar, así llegaste tú a mí. Corroíste mi inocencia y me diste vuelos para suspirar de amor, llorar de amor, reír de amor....

Resulta fácil caminar sin plantearte lo que se deja atrás, pero yo, tan kamikaze de ordinario, me adentro en ti para auscultar tu pasado, y el futuro de no haber optado pasarlo contigo a mi lado. Imagino, sonriente, con los ojos puestos en seguir hacia adelante, pero sin algo concreto para ser mejor, como lo era contigo antes

Si hoy pudiese decirte algo para tu futuro, sería esto:

Déjame ahora morir en tus brazos, para después volver a suspirar y a poder besarte. Déjame amarte y adorarte, y que de mi amor salga tu felicidad, que ella llamará a nuestra felicidad.

Déjame a tu lado, porque, por fin, soy alguien; alguien con un corazón achicharrándose por tu amor.


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Antonio Chávez López
Sevilla agosto 1998



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Mensaje  achl Lun Sep 06, 2021 8:58 pm




Anoche soñé contigo

Y no es nada nuevo el hecho que soñase contigo. Pero no quiero que se rompa esta significativa tradición. Y sabe muy bien que éramos tú y yo los que aparecíamos en mi sueño.

Vi tu imagen, y tú sabías que no era tu sueño. Aun así, me cogiste de la mano; y no solo eso, me acariciaste la cara con tus dedos, y me miraste con tus expresivos ojos, y me sonreíste, y te mordiste el labio inferior, esos tus carnosos labios. Y yo te envolví con mis brazos...

Y había complicidad en tu mirada. Y sabías que al despertar me acordaría de lo soñado y pensaría en ti. Porque sabes que sigues aquí, conmigo, a mi lado, a pesar de tú estar allá y yo acá...

Y en mi sueño había amor, deseo y pasión. Y tú también me buscas en tus sueños, con las mismas intenciones que yo en los míos.

Pero hoy, despierto, la realidad es la que es: que cada uno se acuesta en su casa, en su cama y en su ciudad; aunque, eso sí, pensando los dos en los mismos sueños...

Desde que nos conocemos nos pertenecemos, pero sabemos que nunca podremos vivir juntos, más allá de nuestros sueños.


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Antonio Chávez López
Sevilla octubre 2007




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Mensaje  achl Lun Sep 06, 2021 9:09 pm



Efímero pero intenso

Todavía recuerdo aquella fría brisa de otoño, aquellos esqueléticos árboles, aquella ligera niebla, aquella lluvia, aquellas lágrimas del cielo de aquellos días... Era un otoño como otro cualquiera, pero desde aquel otoño ningún otro otoño venidero sería igual.

Estabas sentada en un banco con un árbol a cada lado. Al fondo, unas montañas, vestidas de blanco, y más cerca unas solitarias calles, cuyas expelían un penetrante olor a humedad.

No distinguía bien tus rasgos faciales ni el contorno de tu cuerpo, pero podía ver la claridad de tu cabello argén.

Sentía un fuego en mi interior, un interés por conocerte y un temblor de mis piernas. Me aproximaba a ti para verte más de cerca, para oír tu voz, para respirar tu mismo aire. Avanzaba unos pasos y percibía tu aroma a azahar. Instintivamente, cerraba los ojos para sentir el aroma más profundamente. Segundo después, los abría.

Pero ya no estabas. Me quedaba aturrullado. Elevaba un poco mi cabeza con la vista al suelo como si tus huellas hubiesen quedado impresas en éste. Llegaba hasta el punto de ver cómo cruzabas la esquina y te ibas como una brisa, como un soplo de viento. Me quedaba en el banco acompañado por el desconcierto y mirando al frente con la vista perdida.

El cielo se teñía de gris, pensaba que le había emitido de algún modo mi agonía. El aire se volvía más frío a la vez que el viento ganaba la fuerza suficiente para que los cantos de los pájaros callasen, para que los niños regresasen a sus casas y para que yo siguiese en el mismo sitio.

Miraba de nuevo al suelo, intentando ver tus invisibles huellas, y se cruzaba ante mis ojos un lazo del mismo color que el pelaje de un oso polar, de vacías páginas, o del mismo color con el que vestían las montañas en las frías épocas del año. Me apresuraba a cogerlo, era fino, lo aproximaba más a mí y me llegaba el intenso y fresco olor a azahar. Me sentía emocionado cual si hubiese encontrado el mayor de los tesoros. Y así era.

Al otro día, volvía al mismo lugar donde te encontraba. Y allí estabas, sentada en el mismo banco con las piernas cruzadas y la mirada ausente.

Iba caminando hacia ti, mientras iba tragando saliva, mientras el frío sudor se hacía presente, mientras mis latidos iban creciendo, y así, una invisible fuerza me robaba la voluntad.

Cada paso acortaba la distancia, cada paso hacía que todo lo anterior se volviese más intenso. El caso es que me paraba delante de ti. Seguías en la misma postura, que me permitía poder contemplarte.

Tu esbelto cuerpo era sumamente delicado, como las alas de la mariposa. Tus finas manos, como secas ramas de árbol.

—¿Qué haces? -te limitabas a preguntar haciendo que me sobresaltase.
—Perdona, creo que ayer se te cayó esto –te decía, en tono nervioso.

Te entregaba el lazo. En ese momento rozabas las yemas de tus dedos con las mías, podía sentir tu fragilidad y la suavidad que te arropaba como si de una pluma de un pájaro se tratase.

Tu voz resonaba como una dulce melodía, como el suspiro de un viento, como el susurro de un agua cristalina. No podía contenerme por más tiempo...

—¿Sabe dónde queda La Catedral? -interrumpías mis pensamientos, sin embargo, no podías ofrecerme mejor pregunta.

—Por supuesto, déjame acompañarte –me ofrecía.

Me contabas que no conocías Sevilla, que eras de Madrid y que habías venido por razones personales, que te gustaba dar paseos a la luz de la luna, con el fin de mirar las luces del cielo, cuando éste era negro, e imaginar que cada una de ellas era un mundo. Te interesaba el Arte y la Literatura. Uno de tus sueños era escribir tu vida, tu historia, tu biografía.

Mientras te hablaba no podía dejar de mirarte. Tenías la cara pálida cual muñeca de porcelana, tu melena argén cubría la mitad de tu espalda. Tu nariz y tus ojos daban la impresión de sumergirse en un río profundo, tus labios carmesí incitaban besarlos sin parar.

Se me ocurría llevarte a un insólito rincón de Sevilla, en el cual se veía un bello jardín -Jardines de Murillo- con árboles que parecían competir por la vertical distancia y un césped de yerba verdísima, tan limpio que daba la impresión de estar purificado.

Entonces me decías que te apetecía irte, que era tarde. Pero no quería que te fueses, no quería que te apartases de mí. Y cuando ya te habías dado la vuelta, te cogía de la mano, volvía tu cara hacía mí y antes de que abrieses los ojos te besaba.

Sentía cómo tu esencia se iba apoderando de mi cuerpo, sentía tu piel, tu aroma, tu calor, tu corazón latía junto al mío, sentía que el tiempo se paraba, que no había nada ni nadie, sólo tú y yo.

A partir de ese entonces, la relación era por día más estrecha. Sentía que estábamos conectados, sentía que entre nosotros no había límites. Los días parecían horas y las horas segundos. Cada instante era efímero, pero realmente inolvidable.

Conocía tus miedos, igual que tú los míos. Una sonrisa tuya bastaba. Te estremecías siempre que escuchabas las palabras de un piano. Te veía todos los días al despertar, tus párpados abrirse tan intensamente como una flor en la mañana y cerrarse por la noche, para volver a abrirse al día siguiente.

Aún recuerdo aquella primavera en que paseamos por los aledaños Guadalquivir. Era un cálido día y los solares rayos acariciaban las nubes y jugaban a crear sombras. Las flores se marchitaban, con el fin de volver a renacer. Mientras te sentabas en un banco para sentir más cerca las aguas del río y para notar la brisa que traspasaba tu cuerpo, recuerdo que ponías tu mano derecha sobre el agua para sentir su frescura.

Y yo me aproximaba a ti para compartir tu silencio conmigo.

Hasta que llegaba aquel fatal día, que jamás llegaba a entender. No le encontraba ninguna explicación...

Era un caluroso día de verano y el despejado cielo dejaba asomar el sol, y las calles solitarias sevillanas dejaban de serlo, y el día no podía ser más bello junto a ti.

Estábamos sentados en el mismo banco en que nos conocíamos, en el banco que percibía tu aroma y todo se volvía de otro color, donde aún recuerdo el contacto de la yema de tus dedos con las mías...

Tenía cogida tus manos con las mías, estabas entre mis brazos mientras te besaba. De pronto veía un abatimiento en ti, tus pulsaciones iban en descenso, te costaba respirar.

Me sentía confuso, alterado. Te pedía que dijeses algo, lo que fuese. Tartamudeabas. Viendo tan inútil esfuerzo, posaba mis dedos en tus labios rogándote que hablases.

—¡Por favor, no te vayas sin decirme te quiero! -te decía, con melancolía.

Y una lágrima se abría paso en tu cara. Elevabas tu mano, acariciabas mi cara y yo notaba el hielo en tus dedos.

Comprendía que no podía hacer nada. Invadido por la frustración besaba tus labios por última vez y tú cerrabas los ojos para siempre.

Incineraba tu cuerpo y después rociaba tus cenizas sobre el Guadalquivir, para que pudieses seguir sintiendo la brisa, para que escuchases al viento bailar con las hojas, para que siguieses queriendo a Sevilla tanto como yo a ti, y para te quedases en mi ciudad para siempre.

Antes de morir te prometía que cumpliría tu sueño. Quizás no conocía tu vida, tu historia... pero conocía nuestra vida, nuestra historia.

Y hoy, un año después de tu muerte, he cumplido mi promesa. He escrito nuestra historia. Y Jamás olvidaré tu rostro, tus ojos, tus labios, tu aroma... Porque aún sigue resonando la melodía de tu voz en mí. Porque me lo enseñaste todo, todo lo que necesitaba saber de la vida.

Nunca desaparecerá de mi memoria la imagen de aquella chica sentada en uno de los asientos corridos de aquel banco que navegaba por el Guadalquivir. Siempre la echaré de menos.


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Antonio Chávez López
Sevilla enero 2007





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Mensaje  achl Lun Sep 06, 2021 9:31 pm



Enamorado realista

El amor y el odio mueven los engranajes del mundo.

Amar no es bidireccional, sino que proyecta un sentimiento hacia alguien o algo, por lo que el amor puede o no ser correspondido.

Mis palabras se vuelcan sobre una foto, llena de lágrimas, en la que queda grabado a fuego en mi alma nuestro único encuentro. Ojalá esa perla del tiempo se materialice, que entonces será cuando mi retina encuentre la tuya y tu voz acaricie mis sentidos.

Desde aquel día, intenté que fueses mía y, aunque en la vida hay misiones imposibles, le pedía al sino me diese otro mágico encuentro, pero siempre se interponía algo entre los dos. La única vez que nos vimos, no percibías mis enamoradas miradas, ni percibías mi afán por llegar a ti.

El dardo emponzoñado con el que Cupido sangró mi corazón, no llegó al tuyo, resbalando en una invisible coraza que se interponía.

Después de aquel octubre, la añoranza acompaña mis días, sin el calor de tu presencia, sin que bese tus labios y flagelándome tu ausencia. Pero me convenzo, a pesar de mi dolor, de que nada puede cuajar entre nosotros, siendo que te perteneces a ti misma.

Pero es malo hurgar en las heridas incurables. No es necesario pulverizar el ídolo, simplemente no adorarlo, y, al faltarle la base que lo mantiene en pie, por su propio peso caerá convirtiéndose en polvo.

¿Será verdad que el amor no correspondido es la única clase de amor que permanece?


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Antonio Chávez López
Sevilla octubre 2003




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Mensaje  achl Lun Sep 06, 2021 11:30 pm




AMENIDADES

Demasiao crecidita
está ya esta mocita

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Mensaje  achl Mar Sep 07, 2021 7:50 pm




AMENIDADES

Con semejantes y tamañas otorgaciones,
difícil es no entregarse sin contemplaciones

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Mensaje  achl Mar Sep 07, 2021 7:55 pm




AMENIDADES

Ven a España en el verano
pa que me echen... una mano

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Mensaje  achl Mar Sep 07, 2021 7:57 pm




AMENIDADES

Una preñez sin un marío
es peor que tirarse al río

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Mensaje  achl Mar Sep 07, 2021 8:02 pm




AMENIDADES

Trescientas veces me violaron
y las trescientas me gustaron

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Mensaje  achl Mar Sep 07, 2021 11:05 pm



Después de conseguir un Oscar

El coche subió la pronunciada cuesta y se paró frente a su casa. Se asomó a su ventanilla y besó en la mejilla a un señor, que había salido a su vez del suyo.

—¡Mi querido Ray! Tienes la habilidad de aparecer cuando más te necesito.
—No estaba lejos –sonrió. Anoche, mientras tomaba café en la cafetería de enfrente de la Academia, te vi en la televisión. Gracias por la dedicatoria.
—De nada –respondió a la vez que se bajaba del coche-. Estoy molida. Creo que me voy a ir directamente a la cama.
—¿Te encuentras bien?
—Bien, pero muy cansada.
—Entonces me iré si no me necesitas.
—Vale. Besos a Susan y a su bebé..

Asintió y la vio entrar a su casa antes de dar la vuelta el coche. "No estoy de acuerdo con algunas cosas que hace y dice, pero estoy feliz porque, por fin, es ella”, pensó.

El teléfono sonó apenas entró al salón.

Era su madre, una señora capillita anticuada que vivía en Nueva York y que no se llevaba bien con su hija

—¡Qué amoral lo que hiciste! –así la saludó-. ¡No podré ir por la calle con la cabeza alta! ¡Has dado la nota en todo el país! ¡Y bla... bla... bla...! ¡Y bla… bla… bla…!
—¡Adiós, viuda de Din, y esposa de no sé quién! -y colgó. Su madre debió quedarse con un teléfono mudo en la mano.

De nuevo sonó, pero no lo cogió, lo desconectó. Al cabo de un rato, volvió a conectarlo, y al poco vibró otra vez, pero como ahora parecía que el zumbido era el característico de las llamadas locales, contestó.

—¿Sí?
—¿Vivian?

Enseguida conoció la voz al teléfono.

—Soy su secretaria –mintió, cambiando el tono de voz-. ¿De parte de quién?
—Robert Gross.
—Usted era su antiguo agente, ¿no?
—Sí. Dile a tu jefa que se ponga que tengo buenos negocios para ella.
—No puede. Va camino de Las Vegas -mintió otra vez.- Pero me encargó que si usted llamaba que le recordara que tiene que devolverle el borrador de una novela que le dejó en su oficina. Y también me dijo que no tuviera ningún reparo en enviarle directamente al carajo –soltó una carcajada y colgó.

Mientras se deleitaba con lo que acababa de hacer, el teléfono sonó nuevamente. Y esta vez sí le agradó, a pesar de los pesares, la llamada. Era Jackson, su amigo homosexual y el ex director que la expulsó de una obra que iba a representar en Broadway.

—Hola, -entró suave-. Sé que no tengo perdón, pero no podía dejar pasar algo así.
—¿Quién te dio mi teléfono? –eso fue lo primero que contestó, en forma de pregunta.
—El taxista que nos llevó en su taxi hasta el lago verde del Central Park. ¿Recuerdas?
—¡Claro, jajajajaja! –su memoria se fue inmediatamente a ese episodio.
—Me alegro que hayas alcanzado la cima –adquirió un tono serio-. Pero, ¿a que ha sido alto el precio del éxito? –añadió, preguntando.
—Sí, muy alto–respondió.
—Te advertí, recién empezabas en esto que tenías que llevarte bien con los viejos verdes y los maricones. Y aunque éste maricón que te habla no se portó contigo como un "tío", sabes que te quiere –hizo una pausa-. Pero ahora te llamo porque me alegro de tu éxito –sollozos se oían y después seguía la voz-. Oye, mi querida Vivian, yo sigo viviendo en el mismo lugar. Un beso para tus labios cerrados. Adiós.
—También yo te quiero. Cuando vuelva a Nueva York te veré –y colgó, conteniéndose las lágrimas.

Al poco, otra vez el teléfono. Esta vez era su agente.

—¿Con quién hablabas todo el tiempo? He estado llamando cada minutos -le dijo, y sin esperar respuesta, añadió-: eso que hiciste fue una buena estrategia. En todos los años que llevo en esto no había visto surgir una estrella en una noche.
—No fue una estrategia.
—Bueno, eso no importa ahora. Ven mañana a mi oficina. Tengo muchas ofertas en firme en las que tú puedes imponer tus condiciones.
—¡A la mierda el dinero! –contestó y colgó.

No había caminado tres pasos, rumbo a la cocina, cuando… ¡ring, ring, ring…!

Ahora era su mejor amigo y ex amante, el mulato Sam.

—¡Hola, Vivian! ¡Esto sí que me gusta para ti! –así la saludó. Y siguió-: te felicito. Pero lo hago por teléfono, no vaya a ser que en persona tengamos problemas uno de los dos o los dos, como ocurría en los viejos tiempos –sonrió.
—Gracias, Sam –le devolvió la sonrisa-. Lo más adecuado que puedo responder ahora es que te deseo que lo mejor de tu pasado sea lo peor de tu futuro -no había dejado aún el receptor en su lugar cuando se apresuró en añadir-: ¡no cuelgues! –pero había colgado ya. Solo quería preguntarle cómo había conseguido su teléfono…

Al poco, nueva llamada. Ahora era su ex marido, un famoso escritor millonario.

—Hola -carraspeó-. Esta vez has sido tú misma. No sé si me creerás si te digo que me alegro que hayas logrado el más alto honor para un escritor. Yo no lo conseguí aún.
—Gracias. En esto de escribir me queda mucho que aprender de ti -y añadió: supongo que para alguien tan importante como tú no te habrá supuesto obstáculo averiguar mi número teléfono.
—Eso no es cierto –contestó-. Yo ya soy viejo y vivo del pasado. Tu generación, y tú al frente, es la que pita hoy -agradeció la gentileza, pero hizo caso omiso en cuanto a lo del número de teléfono.
—Es ley de vida –respondió, sin recabar más sobre lo otro.
—Obviamente –se quedó en silencio unos segundos, después le preguntó-: por cierto, ¿tiempo atrás no has estado enredada en un asunto grave, de cárcel incluso?
—Así fue, pero pude salir del trance.
—¿Por qué no acudiste a mí?
—No era necesario. Gracias –colgó, sin darle opción a la réplica. No quería remover más la mierda de su pretérito.

No hizo más que colgar cuando otra vez sonó el ya un poco gastado timbre.

El psiquiatra Taylor estaba al otro lado del hilo.

—¿Cómo se encuentra la señorita Vivian?
—Bien, doctor Taylor. Y en parte, gracias a ti –sonrió, y añadió a través de una pregunta una frase muy sobada ya en esa noche-: ¿cómo conseguiste mi teléfono?
—De la gente famosa y adinerada, todo el mundo se ocupa en saber sus señas.
—A lo de famosa, bah. Y a lo de adinerada, paso.
—¿Te parece poca riqueza el hecho de que ya estás bien?
—Por supuesto que no y te estoy agradecida por todo, Frank. Ya iré a hacerte una visita. Pero ahora, si me disculpas, estoy muy cansada y me voy a ir a echarme un rato –mintió con esa disculpa.
—Me parece bien. Espero verte pronto. Sabes que te aprecio. Cuídate.

Por un momento pensó que necesitaba una secretaria, al menos en esa noche, porque a los pocos segundos de colgar, el timbrecito volvía a hacer de las suyas.

Era Rut, su ex "amiga íntima"

—Hola, cariño. Me ha costado dar este paso porque no sabía si querías hablar conmigo. Enhorabuena. Mereces el premio conseguido y más -eso fue lo único que dijo.
—¡Claro que quiero hablar contigo! Además, tengo intención de ir pronto a Nueva York. Te llamaré y comeremos juntas.

Imaginándose que la que sonaba sería la última llamada, descolgó por enésima vez.

—¿Si?
—¿Puedes dedicar un minuto de tu costoso tiempo a un viejo amigo?
—¡Tony Moix!

A Moix, que era productor de cine y teatro, se le notaba interés en la voz. Pero le agradó a Vivian que se hubiera acordado de ella.

—Te lo dije. Ahora solo falta reunirte conmigo. Entre los dos nos comeremos el mundo.
—Todo se andará. Te veré pronto, y gracias por confiar en mis posibilidades. Tú siempre tan amable.

Pero, súbitamente, se sentía decaída. Casi todas las personas que la habían llamado era por motivo de interés personal. Seguía sufriendo, aunque de distinta forma, las secuelas del éxito, que era, aun no pareciéndolo, un peso que debía sobrellevar de por vida, si es que quería seguir en su carro. La gloria no estaba tan bien asfaltada como se le habían pintado. En esta vida, por suerte o por desgracia, todo tiene un precio.

De pronto, como si el teléfono quisiera azucararle los ánimos, poco después recibió una nueva llamada que le sirvió para rememorarle un episodio, más de recuerdo que de otra cosa, de su pretérito. Procedía de Italia y la voz que hablaba desde el otro lado del hilo era la de Gina Capello, la esposa del famoso productor italiano Renato Bianchi.

—¿Qué tal se encuentra mi bellísima galardonada?
—¡Gina! –ésa exclamación era la respuesta al saludo recibido.
—Mi felicitación por tu Oscar. Sé la alegría que debes sentir en estos momentos, porque, como sabes, yo también disfruté de un premio así. Pero en Italia puedes tener "otra clase de oportunidades", aparte de la de escritora y actriz. Además de que estarías protegida por uno de los hombres más poderoso de mi país. Y por su esposa, por supuesto.
—Gracias pero no –contestó y añadió-: desde que me levanté de la suntuosa cama de la deslumbrante suite del espectacular Sant Regis, decidí que en mi vida solo mando yo. Y es por eso que no quiero que nadie se adueñe de mí.
—No queremos ser dueños de nadie. Solamente que pienso que aquí puedes acabar de realizarte. Y te lo dice una mujer que tiene experiencia en esto. También tuve tu edad y pasé por ‘ciertas cosas’, de las que nunca me arrepentiré, porque, en definitiva me han servido para llegar a la posición social y económica en la que ahora me hallo. Pero, ante todo, quiero que sepas que te quiero.
—Y yo. Pero insisto en mi postura.
—Bueno… Si es esa tu decisión… Un beso. Ciao.
—Otro para ti. Adiós –y colgó.

Vivian, para conseguir llegar a lo más alto, hasta alcanzar el oscar, tuvo que pasar por algunas camas, y la cama de ese millonario y lujurioso matrimonio italiano era crucial para su propósito.

El aparato telefónico empezó a sonar de nuevo. Pero ni caso. Se limitó a arrancar el cable a y meterlo en su acuario, pensando que en realidad no sabía el porqué de preguntar a todos los que la habían llamado los medios para averiguar su teléfono. Pero sin dar más importancia a su pensamiento se fue a su dormitorio. En la mesilla buscó y encontró un cigarrillo de marihuana, lo encendió y empezó a fumárselo sentada en un peldaño del porche, a la vez que miraba hacia la ciudad. La noche era cálida. De repente, sus ojos empezaron a humedecerse…

Y sentada en el escalón siguió fumándose el pitillo. Entre chupada y chupada se secaba los ojos. Pero, súbitamente, comenzó a llorar en forma desesperada, como nunca antes había llorado. Una tremolina de pensamientos contrapuestos se agolpaban en su cabeza, mientras a lo lejos, las multicolores luces de Los Ángeles tililaban resplandecientes a través de sus sentidas lágrimas.

Batallando contra sus lágrimas, medio se repuso. El primer pensamiento que le vino a su mente fue el de dos personas: Rut y Ray. No estaba de acuerdo con el consejo de Rut de que lo necesitaba era un hombre que la mantuviera; ella era lo suficiente valedora como para mantenerse a sí misma. Y ahora mejor, porque, además de lograr el oscar, también obtenía, junto con el premio, una cuantiosa suma de dólares, y ya era considerada una escritora de prestigio, con lo cual se la rifaban los agentes y las editoriales.

Pero sin embargo le atraía poderosamente la idea de unirse a un hombre, a pesar de haberle dicho a Rut que le gustaba permanecer sola. Y quien mejor candidato que Ray, que sabía que la amaba y que estaba enamorado de ella. No pensaba en la diferencia de edad; al fin y al cabo, se había casado con su ex, que le llevaba 26 años, y Ray 15. Sabía que no estaba enamorada de Ray, pero lo apreciaba mucho y se amparaba en que con el paso del tiempo acabaría por enamorarse de él porque era un hombre honesto, honrado y trabajador; un hombre bueno, en definitiva Tenía dudas, pero se planteó seriamente el ir a buscarlo…


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Mensaje  achl Mar Sep 07, 2021 11:49 pm



No tiene sentido seguir viviendo así

—¿No te das cuenta de que apareció por casualidad, de que nada de esto estaba planeado, de que todo ha sido sin pensar?

—Sí me he percatado, pero tú llevas seis meses escondido en tu puta madriguera, y todo es para nada. No eres la misma que antes movías el mundo con sólo mirarlo. Era probable pensar que un día llegasen a destrozarte el alma. Eres una masoquista. ¡Sí, eso es lo que eres, una masoquista! Te envuelven muchos halos de masoquismo. En realidad, te gusta ser masoquista. No le encuentro otra explicación.

—Tú no sabes nada, tú no sabes lo que es sentir, tú no sabes amar desde las entrañas, tú no sabes lo que es la sensación de un pinchazo en la boca del estómago, cuando te hieren. Sólo te dedicas a flagelarme, cuando no sabes lo que es estar como estoy yo. No es justo, pero, en realidad, nadie sabe de qué forma puedo ayudarme, y tú crees que lo más acertado es tu terapia de choque, pero debes de saber que no funciona, que nunca ha funcionado. Llevas tiempo intentándolo, ¿y de qué te ha servido? De nada. Absolutamente de nada.

—Creo que el martirio que tienes ahora, te lo has ganado a pulso por idiota. Te avisé, te lo dije, pero, como eres una jodida cabezota, hasta que no chocaste contra el muro no has parado. Te arrastrabas mientras te pisoteaban, así que tú sola te estabas aniquilando. Es mucha la frustración para que puedas entenderlo. Es duro ver a alguien que has amado destruirse de esta forma, y solo por tu puta cabezonería.

—¿Piensas en serio que era cabezonería? Con decirme esto, me estás demostrando que no me conoces, tal como siempre decías que me conocías, y tampoco eres capaz de descubrir qué es lo que no estás ocurriendo, qué es lo que podemos hacer para amarnos, querernos. Sinceramente, por más que me esfuerzo, no te entiendo. ¿Cómo lo haces para no sentir, para no amar, para no querer? ¿Cómo te las avía para proteger tu corazón? ¿Puede saberse cuál es tu secreto?

El diálogo seguía, pero todo llevaba a un mismo punto, un punto de la nada. Yo era la masoquista, yo era la que me destruía . Nadie me conocía. Estaba ya harta de todo. Así que decidía irme a mi cuarto; y ya en él, cerraba la puerta por dentro con pestillo, me tumbaba en la cama y me ponía a pensar.

Y pensando y pensando me disponía a beberme de un tirón mis últimos comentarios y a intentar dormirme, aun sabiendo de antemano que cuando cerrase los ojos, en mi mente aparecería él, tan hiriente que me dolería, y al final, sería como los demás.

Me quedaría en silencio una noche más, y la verdad era que no sabía si podía aguantar más en silencio. Me daba miedo, miedo a que estallase, a que las frustraciones se escapasen y se mostrasen públicamente.

Empero, aunque soy consciente, aún estoy viviendo una farsa. Durante meses me he encerrado en banda, me he encasillado, me he fabricado mi propio mundo, me he aislado y me he protegido yo misma. Y esto no puede ser bueno, pero era lo mejor que podía hacer para intentar que mi vida, cogida con unos alfileres ensangrentados, no caiga de nuevo, y, por supuesto, que no me pisen, como me pasa siempre. Al fin y al cabo, él lleva mucha parte de razón cuando se atreve a decirme sin rodeos esas palabras tan duras...

Estoy saturada de vivir en semejante situación, pero no de vivir normalmente. Así que no me queda de otra. En estos momentos estoy como un coche cuando se halla en punto muerto; si me empujan hacia atrás, sin mirar, sin precaución, caigo; si me meten una velocidad, ando.

Conscientemente me estoy dejando arrastrar por unas intuiciones absurdas, que solo sirven para envolverme en una tupida coraza que no dejan pasar los daños, y ni tan siquiera el llanto, y, además, sin por mi parte combatir contra los que me lo han causado. Y ya ven, este es mi Gólgota, mi calvario, mi INRI… Y así transcurre mi jodida existencia, tan triste como eso, tan real como mi vida misma. ¡Mi vida es una mierda!


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Mensaje  achl Miér Sep 08, 2021 12:04 am



Recuerdos que matan

Recuerdo un cuarto y unas batidas de sexo en un día frío y lluvioso de abril. La lluvia dibujaba etéreos paisajes en el cristal de la ventana. La nevera ofrecía rubias cervezas que anticipaban un placentero trago y así reduciría la resaca. Y las blancas y negras teclas de un piano, repartían la melodía de un "Me embrujaste" de ensueño.

Recuerdo en especial un beso y un suspiro, y también los caídos pétalos de una rosa en el olvido. Y te recuerdo a ti, llegando al cuarto, oculta en los márgenes del tiempo, y envuelta en la bruma de mis sueños.

Recuerdo tus sonrisas cómplices, tus insinuantes miradas de pecaminosa pasión, y la gran capacidad que tenías para hacer de un simple cuarto, un palacio, donde el deseo y la lujuria eran los majestuosos aposentos de los juegos de amores.

Bebimos estimulantes rubias. Tus vaivenes eran la fascinante coreografía de la sensualidad, eran unos seductores hechizos que trastornaban mis sentidos, con la magia que solo se desprende de una auténtica mujer. Y sonreíste ocultando la belleza en el enigma de tus labios, y en el negro absoluto de tus grandes y bellos ojos.

Sobraban las palabras, el silencio era el preludio de un altar, en donde la piel y el alma se unían en una excitante plegaria al placer. Era testigo directo de cómo la brisa de tu aliento iniciaba los caminos de la pasión, de cómo el más leve o insignificante vaivén, era el sendero por el que suministrabas la savia que alimentaba todo mi ser. Fue entonces cuando comprendí que podía pasar toda la eternidad atrapado en los brazos de una hembra hermosa, la más hermosa entre todas las hembras. ¿Ironía de la vida?

Pero ahora, no soy nada, tan solo la apariencia de unos días deshechos en un pretérito y en un agobiante fuego de una angustia inmisericorde. Y, ahora, presiento que formo parte del vacío que modela tu ausencia, y de las inquietantes sombras que se pegan al sufrimiento de un presente que se amamanta de los repulsivos pechos de la parca.

Aún sigues en mí, amándote. Aún sigue mi pecho, abierto, y aún noto mi desgarrado corazón, desangrándose en el tuyo, que se convirtió en un hermoso cáliz del que bebí hasta calmar la sed, y tu vientre de platino en el plato del que comí los más exquisitos manjares.

Realmente conmoviste rescoldos, donde solo cabe la diabólica presencia de una llama infernal, y sabiendo que mi lucha no era contra ti, me aterra solo con pensar que se ha acabado nuestro sueño de amor.

He permanecido algunos años camuflado entre pesadillas. A duras penas he soportado nuestros miedos, pero de nuevo y con más ansia, la sed y el hambre de ti me arrastran a querer recuperarte.

Es por eso que te buscaré afanosamente y me expondré ante todos los inconvenientes, buscando en la brisa de tu aliento el pasaje que burle al tiempo, para que me permita volver a catar la apetitosa carne de tu cuerpo.


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Mensaje  achl Miér Sep 08, 2021 12:23 am



Sin embargo, más incomprensión
que incompatibilidad


Se sentía una estúpida. Observando por la ventana las estrellas, quietas, serenas en un cielo sereno, nunca podía disfrutar de la noche. Pero aquella quietud no podía entrar, no cabía en su revuelto espíritu, algo que de ninguna de las maneras se planteaba.

Se había dejado engañar otra vez, y ya eran demasiadas veces de lo mismo. Ni siquiera había intentado contarle su ilusión para aquel día, y era una ilusión lo que llevaba. Llegaba con su plan resuelto, y ya le había dado luz verde. Feliz, se había olvidado de todo y solo esperaba su compañía. Poco más esperaba.

¿Pero cómo podía ser posible que no se diese cuenta? Y esto mismo era algo que se había dado en muchas otras ocasiones anteriores.

Bueno, en realidad, la culpa era suya por haberle acostumbrado a un asentimiento alegre. Quizás pensase que en aquella cabecita y aquel corazoncito no había nada propio, solo su ego. Quizá no se le había ocurrido que también ella era una persona individual. Algo que siempre se debe tener presente para la buena marcha de una relación, ya amistosa, ya sentimental.

¿De quién era la culpa? ¿No era de ella por ser estúpidamente feliz por solamente ver que contaba con ella y que la quería? Seguramente que si la hubiese amado de verdad, las cosas habrían sido diferentes…

Ella no le había hecho caso a su propia individualidad desde hacía mucho tiempo, y ésta comenzaba a rebelarse y empezaba a rugir, dando verdaderas patadas. Y le dolía. Le dolía sobre todo por entender que si no hacía algo no podía decirle todo el amor que sentía. El amor se pudriría en su interior ahogado en una sensación de engaño que lo inutilizaba. Se convertiría en ira, en un deseo de rabiosos ataques. Y eso era injusto. Era injusto para él y era injusto también para ella.

Ella le profesaba amor, pero él nunca le decía que la amaba. Siempre un te quiero. Y un te quiero le sonaba ahora a posesión, a un deseo de tener, no de de amar.

Ella nunca le había querido tener, se conformaba con verle feliz. Y tampoco iba a permitirle que la tuviese, que la confundiese con un objeto de su posesión.

Al día siguiente, también haría ella sus propios planes. Él se enteraría de que también ella tenía planes, ilusiones, deseos, ideales... Un mundo propio.

Y con ese propósito ilusionante se había dormido, por fin, y había descansado.

Al despertarse, se hallaba con una mañana radiante. El sol entraba a raudales por la ventana. El día olía a frescor y a novedad. ¿Pero qué le pasaba? ¡Ah, sí!

Algo muy fuerte en sus adentros la empujaba de una forma acuciante a ponerse a trabajar por su individualidad, por su amor propio, por su ego, por su orgullo…



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Mensaje  achl Miér Sep 08, 2021 12:27 am



Tristeza

Todo pasa tan rápido que da la sensación de pararse.

Cada noche, en mis ausencias del sueño, me sumerjo en las aventuras de recomponer este puzle en el que se han convertido mis días A veces, me considero un valiente, y otras veces un cabezota que nada entiende y que asustado se miente.

Y qué decir de los días en los que cansado te sientas y juegas a tientas con el dolor: te llenas los bolsillos de tristezas y dejas de confiar en tus sueños y en tus proezas.

Tal vez he querido volar más alto de lo que los sueños suelen alcanzar, o tal vez me encapriché de un imposible una vez más.

Hago de tripas corazón y al desánimo me niego a darle la razón, así que me vacío los bolsillos y vuelvo a soñar con tesón.

Después me incorporo y, aunque estoy triste y lloro, empiezo a caminar otra vez.


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Mensaje  achl Miér Sep 08, 2021 12:47 am



Agonía en una vida joven

Realmente no sé por qué estoy aquí pensando, ausente de mí misma y de todo cuanto me rodea. Escribiendo, tal vez por escribir, o quizás por rellenar algunas lagunas de mi vida, de las que nunca he querido hablar. Intentando ahuyentar, una vez más, los fantasmas que se empeñan en regresar para ahogar los quejidos de mi alma, alma maltrecha ya de tanta agonía, y los latidos de mi corazón, hartos, muy hartos ya de tanto sufrir.

Lo que estoy haciendo en este momento es adentrarme en un mundo creado por mi fantasía, aferrándome con fuerza a... quién sabe qué realmente. Pero da igual.

Imagino sueños, pero no puedo dejar de vivir la realidad que cada día se presenta por sorpresa, sin avisar y sin preguntar si quiero verla. Pero ahí está puntualmente frente a mí, para que no me olvide de ella.

A veces, quiero hablar sola; otras, quiero gritarle a todos que me dejen en paz. No quiero ver lo que me espera, quiero estar sola sin hablar, sin que nada pueda tener la más mínima oportunidad de hacerme daño, sin que mi corazón y mi alma se desgarren una vez más, por desesperación. Pero otras veces, las más, me tranquilizo, para seguir después atormentándome sin piedad.

Quizás no esté yo muy segura de lo que hago aquí; puede que nada, puede que todo, solo sé que el pasado está donde debe estar y que mi futuro lo seguiré escribiendo yo. ¿Pero qué es lo que quiero escribir? Las dudas me corroen, me destrozan, van a ser mi final...

Intento desesperadamente reponerme, pero ya no hay nadie ni nada a lo que aferrarse, y lentamente me apago. Se me acabaron los motivos para seguir viviendo, pero soy demasiado cobarde para acabar con mi vida. Y creo que sería lo mejor, ¿pero cómo, dónde y cuándo puedo hacerlo?

Trato de hallar el valor para irme definitivamente. Es el único modo de lograr que no tengan que preocuparse por mí. Y así todos quedamos en paz: ellos, por verme morir; y yo, por imaginarme ya muerta. Esta vida no es para mí. Me ha superado...

Sigo sin entender el motivo de mi absurda existencia.

Otro día más de desánimos, desesperanzas, desilusiones y decepciones con la vida. Me siento muy perdida. Ya no quiero nada de la vida, ya no necesito nada, ya no espero nada... En realidad, no sé por qué narices sigo aquí, ni para qué siguen amaneciendo los días para mí. ¡Esto es un sinvivir!

Estoy cansada, muy cansada, toda una vida dando amor, regalando mi tiempo, mi esfuerzo, mi ilusión, pidiéndole a la vida solo un poco de lo mismo que di y, al final descubro que el amor, el respeto, el derecho a ser persona, el derecho a la justicia en mi vida solo se reducen al volumen de mis ingresos.

Nada tengo. Nada soy.

No quiero ya seguir luchando. Me veo condenada a padecer cada día hasta que me extinga completamente. Pero que no se demore mucho. Mi deseo es desaparecer de este mundo cuanto antes.


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Mensaje  achl Miér Sep 08, 2021 3:08 pm



HORROR A LA CARTA

Cabezas gritando



Desperté. Era todavía de noche. Me hallaba tendido sobre la hierba en la caída del valle. La luna brillaba con su fulgor blanco en la oscuridad. Las estrellas eran como ojos que, extrañamente, se desplazaban en una línea recta, parpadeando.

Me incorporé. Un olor a podredumbre arrastrado por el viento me golpeó en la cara. Bajé la vista hacia la hondonada: decenas o quizá centenas de cabezas empaladas en estacas que emanaban del suelo como colmillos de madera, se extendían hasta donde mi vista alcanzaba.

En el centro del valle se levantaba una casa antigua y solitaria. Su tejado, a dos aguas, estaba a gran altura, una altura casi imposible de coronar. En la planta de arriba, una de sus ventanas se hallaba iluminada por una luz amarillenta. Tras los cristales, se podía distinguir una gruesa sombra, que no sabría justificar con nada en concreto pero me sentía observado desde allí arriba.

Una nube de moscas, como una ola de un mar negro, se agitaba entre las cabezas. Su zumbido era desapacible y execrable. Sentía un impulso ciego e inexplicable que me conminaba a llegar a aquella casa, aunque tamaña acción supusiese adentrarme en tan nauseabundo lugar.

Mis pies avanzaban hacia la casa. Me cubría la nariz y la boca con la mano para que las moscas y el hedor no me asfixiasen.

Sorteaba las cabezas, intentando no centrar la visión en ellas, pero me era imposible de evitar. Algunas me miraban con ojos lechosos, mostrando sus dientes, su carne en jirones colgantes; otras, exhibían negras cuencas, de cuyas incesantemente entraban y salían moscas, algún indeterminado bichillo y gusanos. A mi paso oía lamentos casi inaudibles, unos quejidos ahogados, palabras sin sentido.

El espanto de verme rodeado me dominaba por completo, pero yo no me detenía. Una de las cabezas, que parecía de una mujer, gorjeaba algo que sí entendía:

—¿Dónde está mi cuerpo?

Me estremecía, haciendo mía su pregunta.

—¿Ya has vuelto? –preguntó otra, con voz de dolor.

Seguía caminando y tratando de no pisar cabezas. Las moscas zumbaban rabiosas, topaban contra mi cara, cual furiosa y repulsiva marea. Y, al igual que ellas, el fuerte olor a descomposición iba y venía, intensificándose por momento en que iba conteniendo a duras penas las arcadas. Y todo ello, por no pararme ni un solo segundo en la infame blasfemia que suponía aquel campo de pesadilla.

Al fin conseguí alcanzar el umbral de la casa. A sus pies –y digo a sus pies, porque sentía estar más frente a la presencia de un ser vivo que de un edificio- miraba hacia arriba, y desde allí no me parecía una casa, sino una torre infinita que se levantaba hacia los ojos de un cielo nocturno. La luna blanca había engordado como un globo enfermo e innatural. La luz de la ventana, según se podía ver, estaba encendida.

Ese sentimiento de angustia indeterminada que me acompañaba desde que desperté, se agudizaba más. Era como la percepción de que un terror incomprensible e ignoto me acechaba sin cesar y que estaba a punto de aparecer una alerta en mi cuerpo a la que no había manera de responder, o acallar. El instinto me llevaba hacia la entrada de la casa, pero cada uno de mis pasos flotaba, como si fuera un sueño, en una creciente atmósfera de irrealidad, sin sentido ni lógica.

La puerta de la casa era la tapadera de un ataúd. ¿Y si eso era una visión admonitoria de mi destino o aviso para no internarme entre las paredes? Mi temor era mucho mayor, sólo con pensar que tenía que quedarme allí fuera a merced de una amenaza invisible que estaba seguro que pronto me cazaría si no hacía algo por evitarlo. A mi espalda dejaba el rumor del campo de cabezas, y me disponía a tirar del la cubierta de herrumbre que servía de picaporte. Pero temblaba mi mano cada vez más, tan pronto me acercaba. Al abrirse hacia adentro, observé que la puerta estaba cubierta de diminutas palabras cinceladas, en un idioma desconocido por mí.

Sentía como si estuviese introduciéndome dentro de un enorme animal. Una corriente de aire, templado y sucio, recibía en la cara, y creía volver a respirar por primera vez en siglos, como siglos llevaba agolpándose moho y suciedad y polvo en un recibidor de paredes verdosas mugrientas que pulsaban levemente, como si hubiese quedado algo atrapado en ellas. Un angosto pasillo se internaba en la oscuridad, y a mi derecha, una escalera de altos peldaños de piedras llevaba al piso superior. Eso era todo lo que alumbraba la titilante llama de un candil, bien incrustado en la pared, a mi derecha.

El miedo y la sensación irreal de estar viviendo una pesadilla, colapsaban mi cabeza, pero mis sentidos estaban ajustados y precisos, obedientes a mi voluntad, y firmes en la definición de todo cuanto me rodeaba. La voz de la intuición decía que tal vez hubiese salida en el piso de arriba, donde el cuarto iluminado, así que empecé a subir escalones, cuando distinguí una forma en la pared, bajo la luz del candil.

—¡Cielo Santo! -susurré.

Medio enterrado, bajo la inmundicia que cubría la pared, estaba el cuerpo
de Mario, y a su lado, un poco más abajo, la cara de Dani; dos amigos de la infancia que hacía años que no veía. Estaban como los recordaba, pero sus expresiones eran extrañas. Dani clavó en mí su mirada durante unos segundos, que fueron para mí como aquellos años que habían pasado ya, antes de bajarla al suelo. Dejaba un mensaje plantado en mi cerebro que no sabía interpretar en aquellos agobiantes momentos.

Seguía subiendo la escalera de piedra podrida; y según subía, con trabajo, y a pesar del deseo irracional de llegar arriba y mis esfuerzos, sentía que no avanzaba. Una pálida luz del recibidor iluminaba el trecho que pisaba, aunque enseguida la dejé atrás, sumergiéndome en una total oscuridad. Tanteaba cada escalón antes de apoyar el pie con una mano, y siempre sobre el muro, y de cuando en cuando echaba la vista atrás para tener al menos una referencia de la luz, que era como un quinqué en el fondo de un pozo.

“¿Cómo puede ser tan innaturalmente alta esta casa?”, me dije, en forma de pregunta, para mis adentros.

Con prudencia, avanzaba por aquella absurda escalera infinita. De pronto vi algo delante de mí en los escalones que habría de alcanzar. Era una luz y sobre ella se recortaba una silueta humana que comenzaba a bajar, al igual que yo, apoyándose en la pared. Me quedé parado a medida que la claridad que acompañaba a aquella efigie, que creía de mujer, iluminaba los escalones, acercándose a mí. Sus pasos eran inseguros, como a saltos, y enseguida descubrí el por qué. Quedé boquiabierto al reconocer sus rasgos, estando ya a mi lado: ¡era mi abuela!, a la única que reconocí, y en su mirar había un reproche amargo, desgastado por el tiempo. Pero de lo que más me horroricé fue ver que no tenía manos, como si hubiesen sido cortadas, lo mismo que los pies. Bajaba sobre sus muñones planos, diría que aún sangrantes.

Y no se detenía ni un segundo mientras me atravesaba con su mirada. Pegué mi espalda contra la pared, sobrecogido.

—¿Por qué no vienes a verme? Será porque ya no me quieres.
—Ab…abuela, es que yo no pue…-intentaba explicarme.
—¡No… ya no me quieres…! -dijo para sí, pero audible, y en su voz había dolor, tristeza y amargura.

El corazón se me iba encogiendo mientras la miraba en su descenso, y yo bajando a trompicones acompañado de la luz. Pensaba que no volvería a verla nunca más. Trastornado, emprendía la marcha, sintiendo como si la oscuridad de la escalera fuese una cascada etérea con el agua negra, que inundaba mi razón y mis sentidos.

Ignoro durante cuánto tiempo seguía subiendo con la mente perdida en aquel torbellino de confusiones, en el que se alternaban por segundo el presente y el pasado, y los recuerdos de la niñez se iban hilvanando con los sueños de una noche ancestral, fragmentos de memoria y pesadilla, imágenes de luctuosos momentos que creía olvidados en un caótico telar de angustia que me envolvía.

El telar se difuminaba, dejándome comprobar que había llegado a lo más alto de la escalera. Me hallaba en mitad de una sucia sala en penumbra. El techo, pude verlo, estaba oculto bajo una repulsiva masa de telarañas.

Algo se movía con dificultad por dentro de un lado a otro. Los escalofríos me recorrían, intentando imaginar qué podría ser. En cada pared de las salas –y eran cinco- había dos puertas, y sólo por una de ellas se esparcía una luz amarillenta. La misma luz que había visto desde el exterior. Entré sin saber lo acertado o no de mi elección.

Era un cuarto pequeño que me transmitía una inexplicable sensación de familiaridad, ya que nunca había estado allí. No hallé ninguna fuente de luz, sólo una lámpara, como esperaba, había en aquel lugar. Vi el objeto que proyectaba su sombra junto a la ventana: era un sillón grande con un respaldo alto y tapizado, con lo que parecía una piel estirada. Notaba que había alguien sentado en él mirando al exterior, pero no podía verle la cara desde donde estaba. En el otro lado, había una mesa-camilla con sus faldones verdes. Me acerqué un poco más, sin poder creer lo que estaba viendo: allí sentada estaba mi madre, mi pobre y encogida madre parecía un ovillo concentrado con profundas arrugas, cuyas habían desdibujado cruelmente sus facciones. La reconocí gracias a que sus ojos despedían amor.

Me acerqué a ella con veneración, y temeroso de que mi abrazo pudiese romper algo más en su cuerpo tan frágil. Cuando ya casi estaba a su lado, oí algo tras el respaldo del sillón, como un susurro. Intenté rodearlo, para ver quién había sentado. Pero mi madre me habló:

—No, déjalo, está ocupado –dijo, con voz triste y cansada.

La volví a mirar conmocionado por su raquítico aspecto y por lo que el paso del tiempo había hecho con ella.

—Ya tienes la comida en la mesa y la ropa limpia en tu armario –me dijo, con voz trémula.

De pronto comenzaba a llorar, cubriéndose los ojos con las manos.

—¿Por qué lloras, mamá? –la congoja me oprimía la garganta. ¡No llores más, mamá, por favor te lo pido!

Pero seguía llorando, inconsolable. La veía a través del velo de mis propias lágrimas. Pero, de repente, un rumor llegó desde el exterior, acompañado de un temblor, breve pero continuado, que recorría toda la casa. Fui a apoyarme en el respaldo del sillón, intentando ver qué ocurría a través de la ventana. A pesar del cristal, escuchaba gritos de las cabezas, gritando con desespero.

Algo inconmensurable se aproximaba tras la montaña rocosa, precedido de una luz rojiza, como hipnótica. Quien se sentaba en aquel sillón, unía sus gritos a los de aquellas macabras cabezas. Con los ojos abiertos como platos, empezaba a entenderlo todo…

Desperté. Estaba sentado en un sillón, junto a la ventana, con un libro en las manos. Sentía que alguien se había apoyado en el respaldo, pero lo que estaba ocurriendo afuera impedía girarme; la visión de lo que se iba desarrollando más allá del horizonte, su magnitud, su significado…

Las piezas absurdas que retenía en mi cabeza empezaban a ensamblarse. Las incontables cabezas empaladas, allí abajo, gritaban en un frenesí de auténtica locura. Al principio sólo escuchaba su clamor inconexo, pero, poco a poco, entendía lo que todas chillaban:

—¡Ha llegado! ¡Ha llegado! ¡Ha llegado! –cientos de tonos desgarrados como en una horrenda cacofonía.

Finalmente, terminaba de entender todo perfectamente. Y entonces mis gritos se sumaban para siempre a los suyos.


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Antonio Chávez López
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Mensaje  achl Miér Sep 08, 2021 9:18 pm




AMENIDADES

Mi pequeña caravana
pa los fines de semana


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Mensaje  achl Miér Sep 08, 2021 9:26 pm




AMENIDADES

Ya veo que no te dijo Adela
que yo soy un parguela

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Mensaje  achl Vie Sep 10, 2021 12:54 am



LA CAJA DE MÚSICA 10 (UN RINCONCITO PARA COMPARTIR) - Página 16 Erztic73

Antes de conseguir un Oscar

Un año atrás...

El foco amarillo de tres mil vatios que resplandecía sobre la pequeña plataforma en la que estaba bailando, borraba el contorno de todo lo que había enfrente, y la estridente música apagaba los ruidos del cabaré. La cara y el cuerpo de Vivian estaban cubiertos de una capa de pátina, el sudor corría entre sus pechos, desnudos. Estaba próximo el final de su número. Respiró profundamente y soltó una sonrisa con los labios entreabiertos. Empezaba a sentirse exhausta. Le dolía la espalda, los brazos, y hasta los pechos a causa de las sacudidas. La música cesó de pronto, cogiéndola por sorpresa; alzó los brazos, en un típico gesto de cabaré, y se inclinó regalando a los entusiasmados espectadores un último escaparate de su espectacular cuerpo antes que apagaran las luces del escenario.

Retó con la mirada a los que se la comían con los ojos desde la barra del bar. Pero ellos bajaban la cabeza. Se produjo un atronador aplauso y un recrudecer de requiebros. Dejó caer los brazos y desapareció detrás del telón del fondo. La voz del encargado del club resonó en los altavoces.

—¡Damas y caballeros. Presentamos ahora a la estrella de este espectáculo, venida de Las Vegas. La mujer ardiente que todos querían ver y algunos y algunas presentes a algo más. La bomba rubia, la espectacular Lisa con su par de tetas del cuarenta y ocho!! –se podía oír un estruendo entre gritos y aplausos.

Lisa esperaba detrás del telón, con sus gigantescos pechos semi ocultos mediante la fina seda de un kimono. Sujetaba un pequeño frasco en una mano y una pajita en la otra.

—¿Qué tal el público de esta noche, Vivian? -le preguntó.

—Como siempre –respondió, poniéndose su bata de seda-. Pero es a ti a quien vienen a ver. Lo máximo que he podido hacer era empinársela un poco a los tíos y humedecer las bragas de algunas tías.

—Son unos cerdos -añadió Lisa. Metió la pajita en el frasco y la acercó a la nariz. Aspiró una vez con cada aleta nasal. Luego tendió la mano con esos productos, y le preguntó de nuevo:

—¿Sí?

Vivian movió la cabeza de un lado a otro.

—No, gracias. Si espiro eso, no podré dormir en toda la noche.

En vista de la respuesta, guardó ambas cosas en el bolsillo de su kimono.

—En este momento soy la tía más drogada que hay en la sala –dijo Lisa, súbitamente.

Vivian asintió, sonriendo.

Lisa y sus otras compañeras, salvo Vivian, utilizaban a menudo cocaína y anfetamina. Sin esto no podrían cumplir con su turno nocturno ocho horas, los siete días de la semana y todo el mes, según el contrato de cada una.

De pronto, Lisa se descubrió la parte superior del kimono y se volvió.

—¿Te gustan cómo me han quedado?

—¡Fantásticas! –exageró Vivian la nota para complacer.

Lisa se irguió y sus ojos empezaron a brillar cada vez más, a medida que la cocaína iba haciendo su efecto.

—Carol dice que sus tetas son más grandes, pero no es así. Las dos acudimos al mismo cirujano, que me dijo que ella, quizá por miedo, se detuvo en la cuarenta y seis, y que las mías son unas auténticas cuarenta y ocho.

Sabía que se refería a Carol Jones, una conocida topless de California. Lisa la odiaba con todas sus ganas, y solo porque disfrutaba de más popularidad.

—Suerte, Lisa -le dijo de pronto-. ¡Sal a ese hervidero y acaba con el cuadro! ¡Remátalos como tú sabes!

Lisa seguía mirándose sus tetas.

—Sé cómo hacerlo -le respondió-. Y el que no aplauda, le dejaré caer una de éstas en su cabeza y acabará en el hospital.

Pasó al otro lado del telón cuando la música de fondo cesó. El local quedaba a oscuras hasta que Lisa ocupara su lugar en el escenario. Poco después, se escuchó un rugido del público al encenderse la luz amarilla. La música empezó de nuevo a sonar, y enseguida arreciaron, a la vez, aplausos y silbidos.

Sonreía Vivian mientras iba hacia su camerino. El busto de Lisa era lo que habían venido a ver. Ahora, el público se encontraba a sus anchas.

Cuando llegó, no había nadie en el camerino, que compartía con otras compañera. Cerró la puerta y abrió la mini nevera. La jarra de té helado estaba medio vacía. Cogió el balde y vació su contenido en el recipiente con té. Se sirvió un vaso y puso un poco de vodka. Se sentó y bebió un trago largo.

Sintiendo correr por la garganta el líquido helado, lanzaba un profundo suspiro de alivio. La mezcla de vodka y té era una ayuda; la reanimaba y al tiempo ayudaba a reemplazar todo el líquido perdido durante su actuación.

Acto seguido, se quitó la peluca de un tirón y se sacudió su pelo pelirrojo, dejándolo caer sobre los hombros. Las cabareteras profesionales no llevaban el cabello largo. Al respetable no le gustaba porque le tapaba las tetas.

Destapó un bote con crema y enseguida procedió a quitarse la espesa capa de maquillaje que le cubría la cara.

La puerta de su camerino se abrió de pronto, apareciendo el encargado del club. La miró a través del espejo, sacó un pañuelo y se lo pasó por el cuello.

—En la sala hace un calor sofocante -dijo-. Casi no se puede respirar.

—No protestes tanto –le dijo Vivian-. Estas últimas semanas te quejabas de que entraba poca gente.

—No, si no me quejo. No me sirve de nada. Al final, quien se lleva los berrinches soy yo -metió la mano en el bolsillo interior de su chaqueta y sacó un sobre que dejó caer sobre la mesita del tocador-. Ahí tienes lo de la semana pasada. Cuéntalo si quieres.

—Me fío de ti -respondió.

—Pero he podido equivocarme.

Abrió el sobre que contenía su paga.

—Y 640 -acabó de contar-. Bien -echó un vistazo al recibo. El total era 865 dólares, pero con las deducciones, la comisión y los anticipos, ése neto era lo que quedaba.

—Lo habrías duplicado si me hubieras hecho caso.

—No es mi estilo, Danny.

—Eres extraña, Vivian. ¿Puedo saber cuál es tu estilo?

—Te lo he dicho ya varias veces, pero te lo voy a repetir ahora. Soy una escritora en paro y una “bullanguera” transitoria.

—¿Otra vez con esas? ¿A qué Club vas ahora? –añadió.

—Debuto en Gary el martes próximo.

—¿En el Top-lees Gary, quizás?

—Sí, ahí.

—Buen cabaré. Lo conozco. Mucho trasiego y mucho dinero. Mi colega se llama Tom. Dale recuerdos de mi parte.

—Lo haré –se puso en pie al escuchar un ruido de aplausos. Danny se fue hacia la puerta de salida del camerino.

—Lisa consigue ponerlos a cien –lo miró y sonrió.

—Es buena –dijo-. Pena que no haya más como ella. Con un par así, podría retirarme en menos de un año.

—No seas tan ambicioso. Hasta ahora te ha ido bien.

—¿No te dejarías hacer una operación como la de Lisa –le preguntó, de pronto.

—Estoy satisfecha de mis tetas.

—Gana 1.200 a la semana por una actuación cada noche.

—Bien por Lisa –bebió un sorbo de su copa y agregó-: pero ella es ella y yo soy yo. No podría caminar con unas tetas de ese calibre. Me caería de bruces.

—¡Eres imposible! -sonrió Danny y salió del camerino-. ¡Mucha suerte en tu nuevo club! –añadió, como despedida, desde el pasillo.

—¡Hasta pronto, Danny!

Volvió de nuevo al espejo, acabó de quitarse el maquillaje y abrió el grifo del lavabo para lavarse la cara. Apuró su copa antes de encenderse un cigarrillo. Empezó a sentirse bien. “Quizá escriba un poco cuando vuelva al motel. Mañana es domingo y puedo dormir más tiempo. El vuelo de Chicago es el lunes a las cinco de la tarde”, pensó.

Cuando el taxi la dejó a las puertas de su motel, vio el auto plateado con los asientos de cuero negro.

El conserje de noche levantó la vista de los estadillos de las habitaciones.

—Señorita Vivian. Su amiga de Nueva York ha llegado hace un par de horas. Me permití entregarle su llave.

—Me parece correcto.

—¿Se irá mañana domingo? –agregó, preguntando.

—El lunes, señor Ford.

—Solo quería saberlo para hacer mis disponibilidades. Gracias.

Salió al exterior y comenzó a caminar por la corta vereda que conducía hasta su casita. Una débil luz se filtraba a través de las cortinas. Giró el picaporte y vio que la puerta no estaba cerrada con llave.

Rut estaba en el saloncito, leyendo, recostada sobre el sofá. Apartó la vista del diario y sonrió al verla entrar.

—Pittsburgh no es Nueva York. Aquí la última función acaba a las dos.

Sonrió también, a la vez que echó un vistazo a la mesa del salón. La máquina de escribir seguía como la había dejado antes de partir hacia su trabajo; con un folio en blanco en el rodillo.

—En eso que antes dijiste tienes razón –contestó, al fin-. Esto no es Nueva York.

Dejó su neceser en el sofá, la miró y le preguntó:

—¿Quieres beber algo?

—Zumo de naranja, si es que tienes.

—Tengo -se fue hacia la cocina. Sacó de la nevera un bote de naranjada y la jarra de té, y la botella de vodka del estante. Abrió el congelador y cogió el balde con unos trocitos de hielo. Cuando regresó al salón, Rut estaba preparando un cigarrillo de marihuana. Sirvió Vivian las bebidas: el zumo para su amiga, y el té con vodka para ella.

—Salud -le dijo, dejándose caer de golpe sobre el sillón.

Le pasó el cigarrillo.

—No te vendrá mal unas caladitas –le dijo.

—Tienes razón.

—¿Qué tal la escritura? -le preguntó, de pronto, señalando la mesa.

—Mal. No puedo inventar nada. Se me ha ido la inspiración.

—Necesitas vacaciones –le aconsejó-. Hace más de cuatro meses que estás de gira. No es bueno trabajar durante el día y la noche.

—No solo eso, es como si de pronto hubiese olvidado cómo se escribe. No atino a poner en palabra lo que pienso. Y por si eso fuera poco, me atranco con la mecanografía.

—Estás cansada, cariño. Tienes que tomártelo con más calma o acabarás al borde de un ataque de nervios.

—De salud estoy perfectamente.

Rut señaló el vaso que sostenía en la mano.

—¿Cuántos de ésos te tomas al día?

—No demasiados –mentía. Últimamente, cada vez que cogía la botella con vodka, para prepararse una copa, estaba vacía-. Además, esto es más económico que la marihuana y da el mismo resultado -añadió.

—Pero el alcohol no es bueno para el organismo -dijo Rut-. La marihuana, si se consume con moderación, no hace daño. Todo lo contrario.

—No estoy yo segura de eso –respondió, a la defensiva-. Cualquier droga puede dejarte chiflada para los restos.

—Por eso he dicho con moderación.

Guardó silencio, con la cabeza gacha.

—Cariño –dijo enseguida Rut al ver su súbita actitud-. No es mi intención sermonearte. Pero me tienes preocupada. No sabes cuidarte.

—Hago todo lo que puedo -y cambiando de tema, añadió-: no esperaba verte este fin de semana. ¿Dónde está tu marido?

—En Los Ángeles. Canta en la tele en un programa musical. Está trabajando duro.

—Pensaba que eso iba a ser la próxima semana –contestó, a la vez que se reía nerviosa, causado por el efecto de la mezcla del vodka y la marihuana.

—¿Qué tal su nueva vida de casada? ¿Cómo la lleva? -le preguntó, súbitamente.

—Todavía no me he quejado -contestó-. Aunque tampoco ha tenido oportunidad para ello. De los seis meses que llevamos casados, solo hemos pasado diez días juntos, y de ésos días, solo una vez hemos follado Mi marido siempre está ocupado con la televisión y la radio.

—Estás agotada, cariño -le dijo súbitamente Rut.

Cuando abrió los ojos. Rut había dado la vuelta al sillón y se encontraba inclinada sobre Vivian, la cual hacía un gesto de asentimiento.

Empezó Rut a masajearle suave la frente, para después bajar lentamente las manos hasta el cuello, con el propósito de destensar los músculos.

—¿Te gusta?

—¿Qué si me gusta dices? ¡Te compro esas manos por todo el dinero que he ahorrado y el pienso ahorrar en los próximos meses! -dijo, al tiempo que cerraba de nuevo los ojos.

Sonrieron ambas abiertamente.

—¿Qué te parece si te preparo un baño? Traje sales nuevas de París -le propuso.

—¡Pues me parece la idea más genial que he escuchado nunca –y seguía con los ojos cerrados.

Oía que hacía correr el agua de la bañera, y al poco la sentía, más que la oía, regresar. Abrió entonces los ojos.

Rut estaba arrodillada, desabrochándole los zapatos.

—Pobres pies cansados –dijo, mientras se los masajeaba. Después levantó la cabeza, la miró, de arriba abajo, y agregó, preguntándole de nuevo-: ¿sabes que eres muy bonita y que estás muy buena?

—¡Tú sí que eres bonita y estás buenísima –dijo, volviéndose hacia ella, que Rut se pasó la lengua por los labios y, con una voz lujuriosa, agregó:

—Alcanzo a oler tu coño desde un kilómetro.

—¿Es fuerte el olor? –preguntó, con curiosidad-. La verdad es que no me quedan fuerzas para ducharme después de actuar tres veces en el cabaret. Acabo rendida –añadió.

—Más que fuerte es afrodisíaco. Me vuelve loca –sonrió-. Olerlo es como si de pronto se abriera un grifo entre mis piernas. Ahora mismo estoy empapada.

Clavó los ojos en Rut y contestó:

—Y yo, mulata mía. Siempre que estoy contigo a tu lado, solamente pienso en lo mismo, en que follemos y gocemos a tope de nuestros cuerpos.


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Mensaje  achl Vie Sep 10, 2021 12:03 pm




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Soy una hembra talibanita
con ideas más avanzaditas

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Mensaje  achl Vie Sep 10, 2021 12:06 pm




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Soy la predilecta del señor director
porque sé cómo arrancar su motor

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