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Mensaje  pinfanilla Mar Mayo 15, 2012 6:56 pm

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Mensaje  Gra Mar Mayo 15, 2012 7:26 pm

Tiene unos cuentos muy buenos, me parece que se llaman Cuentos sobrenturales. Voy a buscarlos mañana, ahora me caigo de sueño. Besitos.

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Mensaje  achl Miér Mayo 16, 2012 11:45 am

Una más

Te quiero, me decía el embustero,
te juro que mi amor es noble y puro,
vidita, cuando acabe de estudiar
te prometo por mi madre
que no vamos a casar.

Tanto querer me fingía,
tan buena fe demostraba,
que a su pasión cedí un día
sin pensar que me engañaba.
Y mirando la vidriera
me esperaba a que saliera
por las noches de coser
y al rayar el nuevo día
a las clases él volvía
y volvía yo al taller.

Así pasaron los días,
así pasaron tres años,
sin que en nuestras alegrías
entrasen los desengaños.

Terminó al fin su carrera
y a arreglar fue los papeles
al pueblito en que nació.
Y al marcharme dijo, espera,
y he esperado y esperado...
pero nunca más volvió.
Mi vida ha quedado destruida
mi sino es seguir el camino,
tú mismo por ahí me difamarás
y al hablar con los amigos
dirás siempre: "una más".

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Mensaje  achl Miér Mayo 16, 2012 12:19 pm

ENSAYO

LA LISTEZA - LA INTELIGENCIA

Reconozco que a veces me enredo con los significados de los términos Listeza e Inteligencia; como tienen tanta similitud es fácil caer en el error. Incluso ni en el propio DRAE constan definiciones netamente específicas. Además, hace poco he leído un Tratado del eminente profesor y sicólogo Howard Gardner, de la Universidad de Harvard –Massachusetts-, especialista en esta materia, y, no obstante, no acabo de desenredarme. Es por ello que si mi lector interpreta que las denominaciones que expongo no se corresponden, que las rechace. Pero, en todo caso, aun mi evidente confusionismo, así lo veo yo, de ahí mi particular punto de vista.

Ahondando en el tema, creo que “el listo es más torpe que el inteligente, y que el inteligente es más listo que el listo porque posee la Inteligencia, de la que carece el listo, y porque se permite ceder la Listeza al listo, precisamente, por su calidad de inteligente”. Parece un trabalenguas, ¿verdad? Pero no resulta difícil de entender. Si no, reléelo. Y si necesitas ayuda, escríbelo, que así harás más bueno el dicho: “escribir es como leer dos veces”.

Según veo yo, el listo es intuitivo, capacitado para lo más difícil, por enrevesado que sea o parezca, retentivo, de rápidas reacciones, brillante en las concepciones y certero en las soluciones, más todo lo relacionado con esta línea y las deducibles. Y el inteligente, además de todo eso, es estudioso, estratega, hábil, previsor del cuándo, cómo, dónde y por qué, y no es necesario que se prepare un guión, pues a su llegada a lo que sea, incluso en el peor de los momentos, se percata de todo lo que se esté tramando, sin temor a confundirse en su apreciación; amén del poco esfuerzo que necesita para ejercer sus magnánimas virtudes, que para una persona normal puede representar un mundo. A bote pronto se puede decir que el listo es quien evita problemas, y, en caso de producirse, el inteligente los resuelve. Pero, claro, como diría un castizo cordobés: “erque é, é”.

El inteligente que además sea listo debe ser el acabose, pues poseer estos dos tesoros es un privilegio, por ser obligatoriamente letales en el difícil caminar. No es frecuente hallar personas así, pero haberlas hayla, que, por lógica, deben ocupar cargos brillantes y recibir remuneraciones sabrosas, dentro de un círculo mercantil o técnico. Pero de la oficialidad y de lo crematístico no voy a hablar aquí y ahora, habidas cuentas de que sólo lo voy a analizar conceptualmente, en evitación de injerencias que puedan provocar que me extrapole.

Pero, ojo al dato, es obligado que haga saber que hay que tener precaución con el Poder con este doble don, porque si lo utiliza para hacer el bien, altruista y bondadosamente, ¡bienvenido sea!, pero si hay uso, abuso y malas intenciones, ¡aviados estamos! Aunque, a Dios gracias, no se sabe de ningún mandatario con esta dualidad en el contexto mundial, sino, más bien, gente mediocre. Y llegados a este punto debo decir que omito voluntariamente a los dictadores, por ser objeto de un más amplio comentario en mi artículo “La Política, los políticos”. Pero es importante tener presente que sería fatal toparse con alguien que posea poder y malvado corazón.

Aunque suene a incongruencia no es bueno, ni siquiera estético, que arbitrariamente se auto asigne más de un mandatario ese doblete para un mismo fin. Es más, seguro estoy de la conveniencia de que sólo haya uno, pues lo contrario, es decir, varios, es el mayor obstáculo para lo que se quiera lograr. Al igual que hay una jerarquía para todo en la vida, en esto no debe haber excepción, ya que se evitarían enfrentamientos de consecuencias imprevisibles, que se producirían, sobre todo, por las convicciones e intereses personales de todos y cada uno de los que se erijan con conceptos contrapuestos. Y, al final, como siempre, el único perjudicado sería el sufrido ciudadano de a pie.

Básicamente debe imperar un canon según conocimientos y capacidades para ocupar una cabeza rectora. Porque los que actúan a su libre albedrío no hacen sino evidenciar una carencia de capacidad. Por consiguiente, es obligado que haya “uno que mande y los demás que remen”, pero en favor de una misma corriente, para así fortalecer unas decisiones que sólo redunden en beneficio general. Y en este lote se debe entender que están incluidos los fatuos sabelotodo que creen que por suplantar enmendando planas son más aptos. “Curiosamente”, los mismos suficientes patéticos que al final se “sorprenden” de los resultados negativos. Es que hay mandamás que sólo piensan en sí mismos, sin tener en cuenta el colectivo que “dirigen”.

La Inteligencia está por encima de vicisitudes encontradas. Me explico; sabe emular a la Listeza en igual medida que lo hace ésta; es decir, desempeña un auténtico cometido de inteligente, consistente en no pasarse de las cualidades reconocidas en la Listeza, porque si se pasa puede originar confusionismo, que es el que equivocaría a ambas virtudes juntas, incluso por separado. Es por ello que el inteligente tiene un rol doblemente crucial: por tanta excepción junta y por tan exhaustivo control con mejor final de situaciones concretas de casos previstos y de situaciones surgentes, pero siempre desde la perspectiva de saberse superior.

La Inteligencia es más valiosa que la riqueza, y aunque a veces se vea relegada por ésta, por la deslumbrante aureola que conlleva, y sobrelleva, tarde o temprano ocupará el puesto que le corresponde, que no es otro que el primero. Es obvio que lo material se puede perder, pero la Inteligencia nunca. Naturalmente, me refiero a gente en perfecto uso de sus facultades mentales.

De siempre, el inteligente ha tenido más en cuenta a los intelectuales que a los capitalistas. Y aunque sabe que la riqueza material es la gran demoledora, no se le pasa por alto que además de eso es torpe. La riqueza puede comprar personas; cierto, pero la Inteligencia puede persuadir en sentido contrario, que no es menos cierto. O sea, doctrinar hasta el punto de hacer ver que lo material no es lo único, sino sólo eso: material. La Inteligencia pretende demostrar con esto que mientras se le profese fe y confianza, sin presión y con convencimiento, nos dispondríamos a fortalecer una de las grandes piedras filosofales de la vida.

Desde la iniciación del mundo existió, en la actualidad existe y en el futuro existirá gente experta y no experta. Siempre hubo, hay y habrá inteligentes, listos, torpes, tontos… y un lugar para todos. Desde tiempos arcaicos, se crearon, hoy se crean y mañana se crearán unas tácitas jerarquías reconocedoras de las aptitudes de las personas. Y así lo entendieron, lo entiende y lo entenderá todo humano como lo más acertado para el mejor engranaje de la humanidad. Es por ello que se debe reconocer; mejor: se debe admitir, sin paliativos, la necesidad lógica y trascendental de que haya toda clase de racionales: inteligentes, listos, buenos, regulares, mediocres y nulos. (No digo “malos” para no confundir).

Se me ocurre hacer un símil, nada serio, como de andar por casa, que define exactamente mi enfoque sobre la listeza y la Inteligencia. Y es que el listo, un decir, es el que inventa, pero el inteligente lo puede modificar, sin, por supuesto, herir susceptibilidades, que para eso posee inteligencia. Sigo. El bueno digiere y dirige el cotarro, el regular hace el trabajo lo mejor que pueda y sepa, el que denomino como mediocre ayudar en la medida de sus posibilidades, y el que tildo de nulo sirve para completar el censo, pero sin obligaciones concretas, para que haya de todo. Curioso, ¿no?

En todo caso, símiles rocambolescos aparte, en la escala de valores y en los méritos a alcanzar en la travesía de la vida, siempre será lícito un afán de superación en todo, en todas las personas y en todos los ámbitos, siendo además justo, humano e incluso necesario, pero es imposible lograr la exención de inteligente o listo, o ambas cosas, porque esta gracia no se obtiene ni se mantiene por constancia, esfuerzo y trabajo, sino por una otorgación especial (divina), y no todos, a la vista está, poseemos este don o dones.

La Listeza es de "vivos",
que siempre llegan antes,
y sus destrezas y sus tinos
son sus dotes más brillantes

La Inteligencia es una enorme luz
que sólo poseen algunos cerebros,
y es tanta su magnitud,
que deslumbra en todo momento

La Listeza y la Inteligencia apuntan
que son la mayor de las proezas,
y como actúen las dos, y juntas,
sólo Dios puede parar su fuerza


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Mensaje  maricarmen Miér Mayo 16, 2012 3:57 pm


MI SON... MI SUR
Aún recuerdo la suave brisa de aquella noche de agosto recorriendo con descaro tu pelo de azabache, tu carita escondida tras él y tu sonrisa ingenua ante lo que en no mucho tiempo iba a acontecer; era la primera vez que mis ojos penetraban tu mirada, la primera vez que mi sonrisa llamaba tu atención, la primera vez de lo que seguro será una eterna historia de amor.
El tiempo, otro amigo de la certeza, no tembló en darme otra oportunidad; así que la hice mía; allí estaba sentado frente a ti contemplando tu vestido largo, intentando tatuar en tu mirada cada latido de mi corazón...buscaba, no siempre con acierto, tu sonrisa, tu complicidad, tu silencio reclamándome...pero no siempre lo hallé...
Mi corazón se fundía del calor que emanabas, mi cuerpo se estremecía escuchando de manera atronadora cada risa que tus labios, cómplices de mí, dejaban escapar con el impulso atolondrado de una niña feliz con todo lo que le rodeaba.
La vida no me abandonaba, sólo me hacía esperar, tras la vestidura de lo irracional, lo que sin duda sería el comienzo de la realidad de mis sueños. Volví a verte; tu cuerpo detuvo mi tiempo, todo a mi alrededor se detenía a cada paso firme y seguro que recorrías acercándote; temblaba, sabía que el destino te había puesto de nuevo en mi camino, no podía echarme atrás, debía afrontar todos mis temores y llenar tu alma de cada suspiroo enamorado que mis palabras trabadas fuesen capaces de decir; te sentí cerca, apasionada, cómplice...quería saber si tu corazón empezaba a latir junto al mio, si tus manos sentían las mías, si tus labios serián capaces de besar a los míos...la risa, las palabras y el vino abrieron las puertas de nuestro camino juntos...
Comenzamos a querernos; te besé o me besaste, en una mágica e inolvidable noche de invierno; bailamos... sentí tus dulces labios acariciando los míos; sentí tu pelo envolviendo mis manos...sentí tu mirada clavada en la mía...sentí que desde aquél dia...todo iba a salir bien...
Proyectos, ilusiones y entrega...unos se abrían a nuestros pasos, otros atravesaban de dolor nuestro corazón...juntos superábamos los contratiempos, juntos llorábamos la sinrazón de lo inesperado y la locura de aquello que nos arrebataban...llegará el dia en que la templanza me permita obtener una explicación de todo aquello que me confunde y que en ocasiones embriaga de lágrimas mi alma.
Mi vida cambió desde que te conocí...arrebaté tu soledad al destino...
Unos meses, unos años... una vida... no sé que sorpresas nos tiene preparadas; no sé que obstaculos encontraremos...sólo sé que soy felíz...ese es mi camino...se cerrarán proyectos y se abrirán otros nuevos...lloraremos unos y festejaremos otros...pero algo habrá cambiado...ahora ya recorreré el camino junto a ti...ahora tú surcarás con tu ternura mi camino...en mi recuerdo siempre estará ese SON...en mi alma siempre estará ese SUR...y juntos siempre estarán conmigo...porque nos unierón, porque allí viví algunos de los inolvidables momentos a tu lado...un primer te quiero camuflado en la dulzura de lo inesperado, rosas, relojes, cava...
Apareciste tres veces en mi camino; "desordenaste mis recuerdos"; el destino te preparaba para mí...ahora la vida está de nuestro lado...aprovechemóslo... comencemos con fuerza e ilusión, apasionados, todo aquello que se nos presente...igual que hicimos cuando ingenuos, nuestras almas coincidieron en aquella cálida noche de verano.
"El amor es la esencia de la vida".
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LA BIBLIOTECA DE GRA - Página 10 Empty CARLOS FUENTES

Mensaje  Gra Jue Mayo 17, 2012 6:09 am

" La española es la segunda lengua occidental más hablada, está admitiendo constantemente impurezas, neologismos, anglicismos, galicismos... Yo lo fomento y lo procuro. No creo en la pureza, ni de las lenguas, ni de las costumbres, ni de nada. Vivimos en un mundo impuro y eso es digno de celebrarse". Carlos Fuentes

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Mensaje  achl Jue Mayo 17, 2012 7:49 am

Siempre habrán vanidosas plumas que no pueden disimular su fracaso, que no tienen más fuente de gozo y amargura que el regodeo de su propia miseria y de lo que pudieron ser y nunca han sido.
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Mensaje  achl Jue Mayo 17, 2012 7:57 am

maricarmen07 escribió:
MI SON... MI SUR
Aún recuerdo la suave brisa de aquella noche de agosto recorriendo con descaro tu pelo de azabache, tu carita escondida tras él y tu sonrisa ingenua ante lo que en no mucho tiempo iba a acontecer; era la primera vez que mis ojos penetraban tu mirada, la primera vez que mi sonrisa llamaba tu atención, la primera vez de lo que seguro será una eterna historia de amor.
El tiempo, otro amigo de la certeza, no tembló en darme otra oportunidad; así que la hice mía; allí estaba sentado frente a ti contemplando tu vestido largo, intentando tatuar en tu mirada cada latido de mi corazón...buscaba, no siempre con acierto, tu sonrisa, tu complicidad, tu silencio reclamándome...pero no siempre lo hallé...
Mi corazón se fundía del calor que emanabas, mi cuerpo se estremecía escuchando de manera atronadora cada risa que tus labios, cómplices de mí, dejaban escapar con el impulso atolondrado de una niña feliz con todo lo que le rodeaba.
La vida no me abandonaba, sólo me hacía esperar, tras la vestidura de lo irracional, lo que sin duda sería el comienzo de la realidad de mis sueños. Volví a verte; tu cuerpo detuvo mi tiempo, todo a mi alrededor se detenía a cada paso firme y seguro que recorrías acercándote; temblaba, sabía que el destino te había puesto de nuevo en mi camino, no podía echarme atrás, debía afrontar todos mis temores y llenar tu alma de cada suspiroo enamorado que mis palabras trabadas fuesen capaces de decir; te sentí cerca, apasionada, cómplice...quería saber si tu corazón empezaba a latir junto al mio, si tus manos sentían las mías, si tus labios serián capaces de besar a los míos...la risa, las palabras y el vino abrieron las puertas de nuestro camino juntos...
Comenzamos a querernos; te besé o me besaste, en una mágica e inolvidable noche de invierno; bailamos... sentí tus dulces labios acariciando los míos; sentí tu pelo envolviendo mis manos...sentí tu mirada clavada en la mía...sentí que desde aquél dia...todo iba a salir bien...
Proyectos, ilusiones y entrega...unos se abrían a nuestros pasos, otros atravesaban de dolor nuestro corazón...juntos superábamos los contratiempos, juntos llorábamos la sinrazón de lo inesperado y la locura de aquello que nos arrebataban...llegará el dia en que la templanza me permita obtener una explicación de todo aquello que me confunde y que en ocasiones embriaga de lágrimas mi alma.
Mi vida cambió desde que te conocí...arrebaté tu soledad al destino...
Unos meses, unos años... una vida... no sé que sorpresas nos tiene preparadas; no sé que obstaculos encontraremos...sólo sé que soy felíz...ese es mi camino...se cerrarán proyectos y se abrirán otros nuevos...lloraremos unos y festejaremos otros...pero algo habrá cambiado...ahora ya recorreré el camino junto a ti...ahora tú surcarás con tu ternura mi camino...en mi recuerdo siempre estará ese SON...en mi alma siempre estará ese SUR...y juntos siempre estarán conmigo...porque nos unierón, porque allí viví algunos de los inolvidables momentos a tu lado...un primer te quiero camuflado en la dulzura de lo inesperado, rosas, relojes, cava...
Apareciste tres veces en mi camino; "desordenaste mis recuerdos"; el destino te preparaba para mí...ahora la vida está de nuestro lado...aprovechemóslo... comencemos con fuerza e ilusión, apasionados, todo aquello que se nos presente...igual que hicimos cuando ingenuos, nuestras almas coincidieron en aquella cálida noche de verano.
"El amor es la esencia de la vida".

Mucho SON y mucho SUR. Enhorabuena.
Saludos cariñosos
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Mensaje  Gra Sáb Mayo 19, 2012 1:42 pm

A Mario Bemedetti se lo recuerda sobre todo por sus dones para la poesía. Verdaderamente fue (lo sigue siend) un poeta magistral; muchos de sus poemas fueron musicalizados por el importante músico Alberto Favero. Pero hoy es mi deseo homenajear su memoria con algunos de sus cuentos cortos (también escribió otros más extensos como "Los novios" por ejemplo) ya que resultó ser un cuentista extraordinario. (Además escribió un gran drama que luego se llevó a la pantalla: "La tregua")

Persecuta
Mario Benedetti


--------------------------------------------------------------------------------

Como en tantas y tantas de sus pesadillas, empezó a huir despavorido. Las botas de sus perseguidores sonaban y resonaban sobre las hojas secas. Las omnipotentes zancadas se acercaban a un ritmo enloquecido y enloquecedor.

Hasta no hace mucho, siempre que entraba en una pesadilla, su salvación había consistido en despertar, pero a esta altura los perseguidores habían aprendido esa estratagema y ya no se dejaban sorprender.

Sin embargo esta vez volvió a sorprenderlos. Precisamente en el instante en que los sabuesos creyeron que iba a despertar, él, sencillamente, soñó que se dormía.


Despistes y Franquezas 1990


Otro:

El sexo de los ángeles
Mario Benedetti


--------------------------------------------------------------------------------

Una de las más lamentables carencias de información que han padecido los hombres y mujeres de todas las épocas, se relaciona con el sexo de los ángeles. El dato, nunca confirmado, de que los ángeles no hacen el amor, quizá signifique que no lo hacen de la misma manera que los mortales.

Otra versión, tampoco confirmada pero más verosímil, sugiere que si bien los ángeles no hacen el amor con sus cuerpos (por la mera razón de que carecen de los mismos) lo celebran en cambio con palabras, vale decir con las adecuadas.

Así, cada vez que Angel y Angela se encuentran en el cruce de dos transparencias, empiezan por mirarse, seducirse y tentarse mediante el intercambio de miradas que, por supuesto, son angelicales.

Y si Angel, para abrir el fuego, dice: "Semilla", Angela, para atizarlo, responde: "Surco". El dice: "Alud" y ella, tiernamente: "Abismo".

Las palabras se cruzan, vertiginosas como meteoritos o acariciantes como copos.

Angel dice: "Madero". Y Angela: "Caverna".

Aletean por ahí un Angel de la Guarda, misógino y silente, y un Angel de la Muerte, viudo y tenebroso. Pero el par amatorio no se interrumpe, sigue silabeando su amor.

El dice: "Manantial". Y ella: "Cuenca".

Las sílabas se impregnan de rocío y, aquí y allá, entre cristales de nieve, circulan el aire y su expectativa.

Angel dice: "Estoque", y Angela, radiante: "Herida". El dice: "Tañido", y ella: "Rebato".

Y en el preciso instante del orgasmo ultraterreno, los cirros y los cúmulos, los estratos y nimbos, se estremecen, tremolan, estallan, y el amor de los ángeles llueve copiosamente sobre el mundo.

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LA BIBLIOTECA DE GRA - Página 10 Empty Seguimos con el genio lorquiano.

Mensaje  Gra Sáb Mayo 19, 2012 2:04 pm

Romance de la luna, luna
A Conchita García Lorca

La luna vino a la fragua
con su polisón de nardos.
El niño la mira, mira.
El niño la está mirando.

En el aire conmovido
mueve la luna sus brazos
y enseña, lúbrica y pura,
sus senos de duro estaño.

Huye luna, luna, luna.
Si vinieran los gitanos,
harían con tu corazón
collares y anillos blancos.

Niño, déjame que baile.
Cuando vengan los gitanos,
te encontrarán sobre el yunque
con los ojillos cerrados.

Huye luna, luna, luna,
que ya siento sus caballos.

Niño, déjame, no pises
mi blancor almidonado.

El jinete se acercaba
tocando el tambor del llano.
Dentro de la fragua el niño,
tiene los ojos cerrados.

Por el olivar venían,
bronce y sueño, los gitanos.
Las cabezas levantadas
y los ojos entornados.
Cómo canta la zumaya,
¡ay, cómo canta en el árbol!
Por el cielo va la luna
con un niño de la mano.

Dentro de la fragua lloran,
dando gritos, los gitanos.
El aire la vela, vela.
El aire la está velando.



...oooOOOooo...
Preciosa y el aire.
A Dámaso Alonso

Su luna de pergamino
Preciosa tocando viene,
por un anfibio sendero
de cristales y laureles.

El silencio sin estrellas,
huyendo del sonsonete,
cae donde el mar bate y canta
su noche llena de peces.

En los picos de la sierra
los carabineros duermen
guardando las blancas torres
donde viven los ingleses.

Y los gitanos del agua
levantan por distraerse,
glorietas de caracolas
y ramas de pino verde.

Su luna de pergamino
Preciosa tocando viene.
Al verla se ha levantado
el viento que nunca duerme.

San Cristobalón desnudo,
lleno de lenguas celestes,
mira la niña tocando
una dulce gaita ausente.

Niña, deja que levante
tu vestido para verte.
Abre en mis dedos antiguos
la rosa azul de tu vientre.

Preciosa tira el pandero
y corre sin detenerse.
El viento-hombrón la persigue
con una espada caliente.

Frunce su rumor el mar.
Los olivos palidecen.
Cantan las flautas de umbría
y el liso gong de la nieve.

¡Preciosa, corre, Preciosa,
que te coge el viento verde!
¡Preciosa, corre, Preciosa!
¡Míralo por dónde viene!
Sátiro de estrellas bajas
con sus lenguas relucientes.

Preciosa, llena de miedo,
entra en la casa que tiene,
más arriba de los pinos,
el cónsul de los ingleses.

Asustados por los gritos
tres carabineros vienen,
sus negras capas ceñidas
y los gorros en las sienes.

El inglés da a la gitana
un vaso de tibia leche,
y una copa de ginebra
que Preciosa no se bebe.

Y mientras cuenta, llorando,
su aventura a aquella gente,
en las tejas de pizarra
el viento, furioso, muerde.



...oooOOOooo...
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Reyerta.
A Rafael Méndez

En la mitad del barranco
las navajas de Albacete,
bellas de sangre contraria,
relucen como los peces.

Una dura luz de naipe
recorta en el agrio verde
caballos enfurecidos
y perfiles de jinetes.

En la copa de un olivo
lloran dos viejas mujeres.
El toro de la reyerta
su sube por la paredes.
Angeles negros traían
pañuelos y agua de nieve.
Angeles con grandes alas
de navajas de Albacete.

Juan Antonio el de Montilla
rueda muerto la pendiente
su cuerpo lleno de lirios
y una granada en las sienes.
Ahora monta cruz de fuego,
carretera de la muerte.

El juez con guardia civil,
por los olivares viene.
Sangre resbalada gime
muda canción de serpiente.
Señores guardias civiles:
aquí pasó lo de siempre.
Han muerto cuatro romanos
y cinco cartagineses

La tarde loca de higueras
y de rumores calientes
cae desmayada en los muslos
heridos de los jinetes.
Y ángeles negros volaban
por el aire del poniente.
Angeles de largas trenzas
y corazones de aceite.



...oooOOOooo...
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Romance sonámbulo.
A Gloria Giner y Fernando de los Ríos

Verde que te quiero verde.
Verde viento. Verdes ramas.
El barco sobre la mar
y el caballo en la montaña.
Con la sombra en la cintura
ella sueña en su baranda
verde carne, pelo verde,
con ojos de fría plata.
Verde que te quiero verde.
Bajo la luna gitana,
las cosas la están mirando
y ella no puede mirarlas.

Verde que te quiero verde.
Grandes estrellas de escarcha,
vienen con el pez de sombra
que abre el camino del alba.
La higuera frota su viento
con la lija de sus ramas,
y el monte, gato garduño,
eriza sus pitas agrias.
¿Pero quién vendrá? ¿Y por dónde...?
Ella sigue en su baranda,
verde carne, pelo verde,
soñando en la mar amarga.

Compadre, quiero cambiar
mi caballo por su casa,
mi montura por su espejo,
mi cuchillo por su manta.
Compadre, vengo sangrando
desde los puertos de Cabra.

Si yo pudiera, mocito,
este trato se cerraba.
Pero yo ya no soy yo,
ni mi casa es ya mi casa.

Compadre, quiero morir
decentemente en mi cama.
De acero, si puede ser,
con las sábanas de holanda.
¿ No veis la herida que tengo
desde el pecho a la garganta?

Trescientas rosas morenas
lleva tu pechera blanca.
Tu sangre rezuma y huele
alrededor de tu faja.
Pero yo ya no soy yo.
Ni mi casa es ya mi casa.

Dejadme subir al menos
hasta las altas barandas,
¡Dejadme subir!, dejadme
hasta las altas barandas.
Barandales de la luna
por donde retumba el agua.

Ya suben los dos compadres
hacia las altas barandas.
Dejando un rastro de sangre.
Dejando un rastro de lágrimas.
Temblaban en los tejados
farolillos de hojalata.
Mil panderos de cristal,
herían la madrugada.

Verde que te quiero verde,
verde viento, verdes ramas.
Los dos compadres subieron.
El largo viento dejaba
en la boca un raro gusto
de hiel, de menta y de albahaca.

¡Compadre! ¿Dónde está, dime?
¿Dónde está tu niña amarga?

¡Cuántas veces te esperó!
¡Cuántas veces te esperara,
cara fresca, negro pelo,
en esta verde baranda!

Sobre el rostro del aljibe,
se mecía la gitana.
Verde carne, pelo verde,
con ojos de fría plata.
Un carámbano de luna
la sostiene sobre el agua.
La noche se puso íntima
como una pequeña plaza.
Guardias civiles borrachos
en la puerta golpeaban.

Verde que te quiero verde.
Verde viento. Verdes ramas.
El barco sobre la mar.
Y el caballo en la montaña.



...oooOOOooo...
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La monja gitana.
A José Moreno Villa

Silencio de cal y mirto.
Malvas en las hierbas finas.
La monja borda alhelíes
sobre una tela pajiza.
Vuelan en la araña gris
siete pájaros del prisma.
La iglesia gruñe a lo lejos
como un oso panza arriba.
¡Que bien borda! ¡Con qué gracia!
Sobre la tela pajiza
ella quisiera bordar
flores de su fantasía.
¡Qué girasol! ¡Qué magnolia
de lentejuelas y cintas!
¡Qué azafranes y qué lunas,
en el mantel de la misa!
Cinco toronjas se endulzan
en la cercana cocina.
Las cinco llagas de Cristo
cortadas en Almería.
Por los ojos de la monja
galopan dos caballistas.
Un rumor último y sordo
le despega la camisa,
y al mirar nubes y montes
en las yertas lejanías,
se quiebra su corazón
de azúcar y yerbaluisa.
¡Oh, qué llanura empinada
con veinte soles arriba!
¡Qué ríos puestos de pie
vislumbra su fantasía!
Pero sigue con sus flores,
mientras que de pie, en la brisa,
la luz juega el ajedrez
alto de la celosía.



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La casada infiel
A Lydia Cabrera y a su negrita

Y que yo me la llevé al río
creyendo que era mozuela,
pero tenía marido.

Fue la noche de Santiago
y casi por compromiso.

Se apagaron los faroles
y se encendieron los grillos.

En las últimas esquinas
toqué sus pechos dormidos,
y se me abrieron de pronto
como ramos de jacintos.

El almidón de su enagua
me sonaba en el oído,
como una pieza de seda
rasgada por diez cuchillos.

Sin luz de plata en sus copas
los árboles han crecido
y un horizonte de perros
ladra muy lejos del río.


Pasadas las zarzamoras,
los juncos y los espinos,
bajo su mata de pelo
hice un hoyo sobre el limo.

Yo me quité la corbata.
Ella se quitó el vestido.
Yo el cinturón con revólver.
Ella sus cuatro corpiños.

Ni nardos ni caracolas
tienen el cutis tan fino,
ni los cristales con luna
relumbran con ese brillo.
Sus muslos se me escapaban
como peces sorprendidos,
la mitad llenos de lumbre,
la mitad llenos de frío.

Aquella noche corrí
el mejor de los caminos,
montado en potra de nácar
sin bridas y sin estribos.

No quiero decir, por hombre,
las cosas que ella me dijo.
La luz del entendimiento
me hace ser muy comedido.

Sucia de besos y arena
yo me la llevé del río.
Con el aire se batían
las espadas de los lirios.


Me porté como quién soy.
Como un gitano legítimo.
La regalé un costurero
grande, de raso pajizo,
y no quise enamorarme
porque teniendo marido
me dijo que era mozuela
cuando la llevaba al río.



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Romance de la pena negra
A José Navarro Pardo

Las piquetas de los gallos
cavan buscando la aurora,
cuando por el monte oscuro
baja Soledad Montoya.

Cobre amarillo, su carne,
huele a caballo y a sombra.
Yunques ahumados sus pechos,
gimen canciones redondas.

Soledad, ¿por quién preguntas
sin compaña y a estas horas?

Pregunte por quien pregunte,
dime: ¿a ti qué se te importa?
Vengo a buscar lo que busco,
mi alegría y mi persona.

Soledad de mis pesares,
caballo que se desboca,
al fin encuentra la mar
y se lo tragan las olas.

No me recuerdes el mar,
que la pena negra, brota
en las tierras de aceituna
bajo el rumor de las hojas.

¡Soledad, qué pena tienes!
¡Qué pena tan lastimosa!
Lloras zumo de limón
agrio de espera y de boca.

¡Qué pena tan grande! Corro
mi casa como una loca,
mis dos trenzas por el suelo,
de la cocina a la alcoba.
¡Qué pena! Me estoy poniendo
de azabache carne y ropa.
¡Ay, mis camisas de hilo!
¡Ay, mis muslos de amapola!

Soledad: lava tu cuerpo
con agua de las alondras,
y deja tu corazón
en paz, Soledad Montoya.

Por abajo canta el río:
volante de cielo y hojas.
Con flores de calabaza,
la nueva luz se corona.
¡Oh pena de los gitanos!
Pena limpia y siempre sola.
¡Oh pena de cauce oculto
y madrugada remota!



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San Miguel (Granada)
A Diego Buhigas de Dalmáu

Se ven desde las barandas,
por el monte, monte, monte,
mulos y sombras de mulos
cargados de girasoles.

Sus ojos en las umbrías
se empañan de inmensa noche.
En los recodos del aire,
cruje la aurora salobre.

Un cielo de mulos blancos
cierra sus ojos de azogue
dando a la quieta penumbra
un final de corazones.

Y el agua se pone fría
para que nadie la toque.
Agua loca y descubierta
por el monte, monte, monte.



*

San Miguel lleno de encajes
en la alcoba de su torre,
enseña sus bellos muslos,
ceñidos por los faroles.

Arcángel domesticado
en el gesto de las doce,
finge una cólera dulce
de plumas y ruiseñores.

San Miguel canta en los vidrios;
Efebo de tres mil noches,
fragante de agua colonia
y lejano de las flores.


*

El mar baila por la playa,
un poema de balcones.
Las orillas de la luna
pierden juncos, ganan voces.

Vienen manolas comiendo
semillas de girasoles,
los culos grandes y ocultos
como planetas de cobre.

Vienen altos caballeros
y damas de triste porte,
morenas por la nostalgia
de un ayer de ruiseñores.

Y el obispo de Manila,
ciego de azafrán y pobre,
dice misa con dos filos
para mujeres y hombres.


*

San Miguel se estaba quieto
en la alcoba de su torre,
con las enaguas cuajadas
de espejitos y entredoses.

San Miguel, rey de los globos
y de los números nones,
en el primor berberisco
de gritos y miradores.


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San Rafael (Córdoba)
A Juan Izquierdo Croselles.



I

Coches cerrados llegaban
a las orillas de juncos
donde las ondas alisan
romano torso desnudo.

Coches, que el Guadalquivir
tiende en su cristal maduro,
entre láminas de flores
y resonancias de nublos.

Los niños tejen y cantan
el desengaño del mundo,
cerca de los viejos coches
perdidos en el nocturno.

Pero Córdoba no tiembla
bajo el misterio confuso,
pues si la sombra levanta
la arquitectura del humo,
un pie de mármol afirma
su casto fulgor enjuto.

Pétalos de lata débil
recaman los grises puros
de la brisa, desplegada
sobre los arcos de triunfo.

Y mientras el puente sopla
diez rumores de Neptuno,
vendedores de tabaco
huyen por el roto muro.


II

Un solo pez en el agua
que a las dos Córdobas junta:
Blanda Córdoba de juncos.
Córdoba de arquitectura.

Niños de cara impasible
en la orilla se desnudan,
aprendices de Tobías
y Merlines de cintura,
para fastidiar al pez
en irónica pregunta
si quiere flores de vino
o saltos de media luna.

Pero el pez, que dora el agua
y los mármoles enluta,
les da lección y equilibrio
de solitaria columna.

El Arcángel aljamiado
de lentejuelas oscuras,
en el mitin de las ondas
buscaba rumor y cuna.


*

Un solo pez en el agua.
Dos Córdobas de hermosura.
Córdoba quebrada en chorros.
Celeste Córdoba enjuta.


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San Gabriel (Sevilla)
A D. Agustín Viñuales



I

Un bello niño de junco,
anchos hombros, fino talle,
piel de nocturna manzana,
boca triste y ojos grandes,
nervio de plata caliente,
ronda la desierta calle.
Sus zapatos de charol
rompen las dalias del aire,
con los dos ritmos que cantan
breves lutos celestiales.
En la ribera del mar
no hay palma que se le iguale,
ni emperador coronado,
ni lucero caminante.
Cuando la cabeza inclina
sobre su pecho de jaspe,
la noche busca llanuras
porque quiere arrodillarse.
Las guitarras suenan solas
para San Gabriel Arcángel,
domador de palomillas
y enemigo de los sauces.
San Gabriel: El niño llora
en el vientre de su madre.
No olvides que los gitanos
te regalaron el traje.


II

Anunciación de los Reyes,
bien lunada y mal vestida,
abre la puerta al lucero
que por la calle venía.
El Arcángel San Gabriel,
entre azucena y sonrisa,
biznieto de la Giralda,
se acercaba de visita.
En su chaleco bordado
grillos ocultos palpitan.
Las estrellas de la noche
se volvieron campanillas.
San Gabriel: Aquí me tienes
con tres clavos de alegría.
Tu fulgor abre jazmines
sobre mi cara encendida.
Dios te salve, Anunciación.
Morena de maravilla.
Tendrás un niño más bello
que los tallos de la brisa.
¡Ay, San Gabriel de mis ojos!
!Gabrielillo de mi vida!,
Para sentarte yo sueño
un sillón de clavellinas.
Dios te salve, Anunciación,
bien lunada y mal vestida.
Tu niño tendrá en el pecho
un lunar y tres heridas.
¡Ay, San Gabriel que reluces!
¡Gabrielillo de mi vidal!
En el fondo de mis pechos
ya nace la leche tibia.
Dios te salve, Anunciación.
Madre de cien dinastías.
Áridos lucen tus ojos,
paisajes de caballista.

El niño canta en el seno
de Anunciación sorprendida.
Tres balas de almendra verde
tiemblan en su vocecita.

Ya San Gabriel en el aire
por una escala subía.
Las estrellas de la noche
se volvieron siemprevivas.


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Gra

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Mensaje  Guasón Vie Mayo 25, 2012 10:50 am

DULCE, ORGULLOSA Y ALTIVA,

valiente, frivola y sola,
revoltosa y expansiva
es la música española.
La que habla de amor y flores,
de dichas y desengaños;
¡ la que tocan los pastores
mientras pacen sus rebaños!

La de nuestro huerto,
a de nuestro prado
—que sabe a tristeza que huele a campo—;
a hija del pueblo,
a hija del barrio
—que surge en las fiestas brota en los llantos—;
a humilde, la pura... a oída en palacio!,
esa es la que llega!,
esa es la que traigo!

La canción aragonesa,
andaluza o valenciana,
que, valiente y soberana,
no pudo en ella hacer presa
j ni la música francesa,
ni la música italiana!
II
Oid, entre leñadores,
la musical caracola
de marqueses cazadores:
j es la lírica española I
Oid la flauta grosera,
labrada en silvestre caña,
modulando a su manera:
j es la música de España í

La de nuestro huerto,
la de nuestro prado
—que entró en las ciudades
y en los escenarios—;
la hija del pueblo,
la hija del barrio
—nacida en las calles
y fugada al campo—;
la que dice «¡Chuecal>,
«¡Albénizl>, «jGranadosí>
¡Esa es la que Ilegal,
]esa es la que traigo!

La canción aragonesa,
andaluza o valenciana,
que, valiente y soberana,
no pudo en ella hacer presa
] ni la música francesa,
ni la música italiana!

A. GRACIANI
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Mensaje  pinfanilla Vie Mayo 25, 2012 11:06 am

Te agradezco mucho que hayas vuelto a colocar la biblioteca en su sitio, no había querido decirte nada por no parecer demasiado chinchosa, pero aquí me resulta mas cómodo leer, ya sabes que la lectura es para mí un verdadero placer y a mí los placeres me gusta disfrutarlos en privado.
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Mensaje  Guasón Vie Mayo 25, 2012 11:24 am

pinfanilla escribió:Te agradezco mucho que hayas vuelto a colocar la biblioteca en su sitio, no había querido decirte nada por no parecer demasiado chinchosa, pero aquí me resulta mas cómodo leer, ya sabes que la lectura es para mí un verdadero placer y a mí los placeres me gusta disfrutarlos en privado.

Intento hacer las cosas en su debido momento y siempre con debidas razones.
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Mensaje  pinfanilla Vie Mayo 25, 2012 11:31 am

Tu mandas jefe, nada que objetar.
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Mensaje  Gra Vie Mayo 25, 2012 11:54 am

Para todos mis amigos del foro en general y para la mauor lectora del hilo, Pinfanilla, en particular, una novelita corta como género (para este espacio larga, perdón) y como festejo por la vuelta a casa de la biblioteca.

La dama del sueño.
Blow up with the brig, a sailor's story, Wilkie Collins (1824-1889)

Hacía poco más de seis semanas que desempeñaba mi profesión en el campo, cuando me enviaron a un pueblo cercano, como médico, para consultar a un colega que allí residía sobre un caso muy grave de enfermedad. La noche anterior mi caballo había resbalado arrastrándome en su caída, tras una larga cabalgata, y se había lesionado, por suerte, mucho más de lo que se había lastimado su amo. Por ello, al verme privado de los servicios del animal, partí hacia mi destino en coche (en aquella época no había ferrocarriles), y esperaba volver en el mismo vehículo hacia el atardecer.

Una vez terminada la consulta, me dirigí a la posada más importante del pueblo para esperar el coche. Cuando éste llegó, iba repleto por dentro y por fuera. No me quedaba otro remedio que volver a casa de la manera más barata, alquilando un calesín. El precio que me pidieron por tal favor me pareció tan exorbitante que decidí buscar una posada de menos pretensiones e intentar hacer un trato mejor con un establecimiento menos próspero. Pronto encontré una casa prometedora, deslucida pero tranquila, con un letrero anticuado, que evidentemente no había sido pintado desde hacía años. En este caso el posadero se conformó con una pegueña ganancia, y en cuanto nos pusimos de acuerdo hizo sonar la campana del patio para pedir el calesín.

-¿No ha regresado aún Robert del recado que ha ido a hacer? -preguntó el posadero, dirigiéndose al criado que acudió al oír la campana.
-No, señor, aún no.
-Bueno, entonces debes despertar a Isaac.
-¡Despertar a Isaac! -me extrañé-. Eso suena fuera de lo común. ¿Ustedes los palafreneros duermen de día?
-Este lo hace -dijo el posadero, sonriendo para sí de un modo bastante extraño.
-Y además, sueña en voz alta -agregó el criado-. Nunca olvidaré el susto que me dio la primera vez que lo oí.
-Bueno, eso no tiene importancia -replicó el propietario-. Anda y despierta a Isaac. El caballero espera el calesín.

La conducta del posadero y del criado expresaba mucho más de lo que decían sus palabras. Empecé a sospechar que podía encontrarme sobre la pista de algo profesionalmente interesante para mí como médico, y pensé que me gustaría echarle una ojeada al mozo antes de que el criado lo despertara.

-Esperen un momento -intervine-. Desearía ver a ese hombre antes de que lo despierten. Soy médico; y si ese raro modo de dormir y de soñar que tiene el hombre procede de algo que no funciona en su cerebro, tal vez pueda indicarles qué hacer con él.
-Me temo que más bien descubrirá que su mal no tiene remedio, señor -dijo el posadero-. Pero si quiere verlo, estoy seguro de que no habrá inconveniente.

Me acompañó a través del patio y por un pasillo hasta los establos, abrió una de las puertas y, quedándose fuera, me indicó que entrara. Me encontré ante un establo de dos pesebres. En uno de ellos un caballo masticaba su heno; en el otro un anciano dormía sobre la paja. Me agaché y lo miré con atención. Era un rostro marchito, cansado. Las cejas aparecían dolorosamente contraídas; tenía la boca bien apretada y las comisuras de los labios hacia abajo. Las mejillas, huecas y arrugadas y el escaso cabello blanco, hablaban de una pena o un sufrimiento pasado. Cuando lo miré por primera vez respiraba de modo convulso e inmediatamente empezó a hablar en sueños.

-¡Levantaos! -le oí decir en un susurro rápido, a través de los dientes apretados-. ¡Eh, levantaos! ¡Asesino!

Movió lentamente el brazo hasta apoyarlo sobre su garganta, se estremeció un poco y se dio vuelta sobre la paja. Después el brazo se apartó de la garganta, la manó se tendió hacia fuera y se cerró hacia el lado sobre el que se había vuelto, como si estuviera agarrando el borde de algo. Vi que sus labios se movían y me incliné un poco más sobre él. Seguía hablando en sueños.

-Ojos grises claros -murmuraba-, y el párpado izquierdo caído; cabellos rubios, con un toque dorado... está bien, mamá: hermosos brazos blancos, con un leve vello... pequeñas manos de dama, con una sombra rojiza bajo las uñas. El cuchillo... siempre el maldito cuchillo... primero de un lado, después del otro. ¡Ajá! ¿Dónde está el cuchillo, demonia?

Con las últimas palabras su voz se alzó, y él se inquietó de pronto. Vi que se estremecía sobre la paja; su rostro marchito se convulsionó y levantó las manos con un brusco espasmo histérico. Golpearon contra la parte inferior del pesebre bajo el cual estaba acostado, y el golpe lo despertó. Apenas tuve tiempo de deslizarme a través de la puerta y cerrarla antes de que abriera los ojos del todo y recobrara el sentido.

-¿Sabe usted algo del pasado de este hombre? -le pregunté al posadero.
-Sí, señor, sé bastante al respecto -fue la respuesta-. Y es una historia extraña, nada común. La mayor parte de la gente no la cree. Sin embargo, es cierta, pese a todo.
-Caramba, no tiene más que mirarlo -siguió el posadero, abriendo de nuevo la puerta del establo-. ¡Pobre diablo! Está tan agotado por sus noches de insomnio que ya ha vuelto a dormirse.
-No lo despierte -dije-. No tengo apuro por el coche. Espere que regrese del recado el otro hombre; y, entretanto, le ruego que me sirva algo de comer y una botella de vino, y que la comparta conmigo.

Tal como lo había previsto, el corazón de mi anfitrión se ablandó una vez que bebió su propio vino. Pronto se mostró comunicativo sobre el hombre que dormía en el establo, y poco a poco pude extraerle toda la información. Por extravagantes e increíbles que los hechos puedan parecer a todos, los relato aquí tal como los oí y tal como ocurrieron.

II.
Hace algunos años vivía en los suburbios de un gran puerto marítimo de la costa oeste de Inglaterra, un hombre de humilde condición, llamado Isaac Scatchard. Sus escasos medios de vida provenían de los empleos que podía conseguir como palafrenero, y de cuando en cuando, si las cosas le iban bien, de contratos transitorios para prestar servicios como mozo de cuadra en fincas privadas. Aunque era un hombre cumplidor, formal y honesto, no tenía suerte en su oficio. Su mala estrella era proverbial entre sus vecinos. Constantemente estaba perdiendo buenas oportunidades sin que se le pudiera culpar a él, y siempre servía los períodos más largos con gente amiga que no era puntual en el pago de los salarios. «Pobre Isaac» era el apodo que tenía en el barrio y nadie podía decir que no se lo merecía de sobra.

Con una porción de adversidad macho mayor de lo que por común puede soportar un hombre, a Isaac sólo le quedaba un consuelo, y era del tipo más triste y negativo. No tenía esposa ni hijos que aumentaran sus angustias o se unieran a la amargura de sus diversos fracasos en la vida, lo que podía deberse a simple insensibilidad, o podía tratarse de un generoso rechazo a implicar a otros en su desafortunado destino. Había llegado a la madurez sin casarse y, lo que es mucho más destacable, sin exponerse ni una vez, de los dieciocho a los treinta y ocho años, a la cordial acusación de haber tenido una amante. Cuando no trabajaba, vivía con su madre viuda. La señora Scatchard era una mujer superior al promedio de su baja condición, en cuanto a inteligencia y modales. Había conocido días mejores, como suele decirse, pero nunca se refería a ellos en presencia de extraños; y aunque era cortés con todos cuantos se acercaban a ella, nunca cultivó amistades íntimas entre sus vecinos. Se las ingeniaba, con bastante esfuerzo, para cubrir sus necesidades haciendo trabajos pesados para sastres, y siempre lograba mantener una casa decente a la que su hijo podía acudir cada vez que su mala suerte lo dejaba indefenso en el mundo.

Un frío otoño, cuando Isaac se acercaba ya a la cuarentena, y en el que estaba, como de costumbre, desocupado sin que fuera culpa suya, emprendió una larga caminata tierra adentro desde la cabaña de la madre hasta la finca de un caballero, donde, según había oído, necesitaban un mozo de cuadra. Sólo faltaban dos días para su aniversario y la señora Scatchard, con su cariño de siempre, le hizo prometer, antes de partir, que regresaría a tiempo de pasar el cumpleaños con ella, en el modo más festivo que sus pobres medios pudieran permitirles. A él no le costaba satisfacer a su madre, aun suponiendo que durmiera en el camino una noche a la ida y otra a la vuelta. Emprendería la marcha el lunes por la mañana y, lograra o no el puesto, regresaría para el almuerzo de cumpleaños el miércoles a primera hora de la tarde. Como sea que llegó a su destino el lunes por la noche, demasiado tarde para ir a solicitar el puesto de mozo de cuadra, durmió en la posada de la aldea, y el martes bien temprano se presentó en la casa del caballero, solicitando poder cubrir la vacante.

Su mala suerte lo seguía persiguiendo, inexorable como siempre. Las excelentes recomendaciones que pudo mostrar no le sirvieron de nada; su larga marcha había sido en vano: el día anterior le habían dado el puesto de mozo de cuadra a otro hombre. Isaac aceptó este nuevo revés resignado y como algo previsto. Lento de reflejos por naturaleza, tenía la sensibilidad opaca y el paciente carácter flemático que con frecuencia distingue a los hombres con poderes mentales de pesado funcionamiento. Agradeció al mayordomo del caballero con su serena urbanidad de siempre por haberle concedido la entrevista, y partió sin que se advirtiera una desacostumbrada depresión en su rostro y en su conducta. Antes de emprender el camino de regreso, hizo algunas indagaciones en la posada y se aseguró que podía ahorrarse unos kilómetros siguiendo un camino nuevo. Provisto de instrucciones complementarias, que se hizo repetir varias veces, en cuanto a las diversas vueltas que debía dar, emprendió el camino de vuelta y anduvo durante todo el día deteniéndose sólo una vez para comer pan y queso. Al empezar a oscurecer comenzó a llover y el viento arreció; para colmo estaba en una región que no conocía bien, aunque sabía que estaba a unos quince kilómetros de su hogar. La primera casa que encontró para informarse fue una solitaria posada junto al camino, al borde de un denso bosque. Aunque el lugar parecía desolado, era una visión gratificante para un hombre perdido que además estaba hambriento, sediento, con los pies doloridos y empapado.

El posadero era amable y de aspecto respetable, y el precio que le pidió por una cama era sumamente razonable. Por consiguiente, Isaac decidió quedarse a dormir cómodamente en la posada. Era hombre de carácter parco. Su comida consistió en dos lonchas de tocino, una rebanada de pan casero y una pinta de cerveza. No fue a acostarse inmediatamente después de tan moderada comida, sino que se quedó sentado junto al posadero, hablando acerca de sus malas perspectitivas y su larga racha de mala suerte, y pasando de estos tópicos al tema de los caballos y las carreras. Ni él ni el posadero, ni los pocos peones que pasaban el tiempo en la taberna dijeron nada que pudiese haber excitado en lo más mínimo la muy escasa y opaca imaginación de Isaac. Poco después de las once cerraron la casa. Isaac acompañó al posadero y sostuvo la vela mientras eran atrancadas las puertas y las ventanas de la planta baja. Notó con sorpresa la solidez de los cerrojos y las trancas, y los postigos recubiertos de hierro.

-Aquí estamos bastante aislados -explicó el posadero-. Nunca han intentado entrar por la fuerza, pero siempre es mejor asegurarse. Si no tenemos a nadie durmiendo, soy el único hombre de la casa. Mi esposa y mi hija son tímidas, y la joven criada se parece a sus amas. ¿Otro vaso de cerveza antes de acostarse? ¡No! Créame, no puedo entender cómo un hombre tan sobrio como usted pueda estar sin empleo. Aquí es donde va a dormir. Esta noche es usted nuestro único huésped, y creo que se dará cuenta de que mi patrona ha hecho todo lo posible para que esté cómodo. ¿De verdad no quiere otro vaso de cerveza? Muy bien, pues. Buenas noches.

El reloj del pasillo marcaba las once y media cuando subieron al dormitorio, cuya ventana daba sobre el bosque del fondo de la casa. Isaac cerró la puerta con llave, dejó la vela sobre la cómoda y se dispuso a acostarse. El helado viento otoñal seguía soplando y su gemido solemne, monótono, creciente, recorriendo el bosque, era triste y lúgubre de oír en el silencio de la noche: Isaac se sentía extrañamente desvelado. Cuando se tendió en la cama decidió dejar la vela encendida hasta que empezase a adormilarse, porque había algo deprimente hasta hacerse insoportable en la idea de permanecer despierto a oscuras, oyendo el gemido fúnebre, incesante, del viento en el bosque. El sueño lo invadió sin que se diera cuenta. Se le cerraron los ojos y cayó dormido sin tiempo a apagar la vela. La primera sensación de la que tuvo conciencia tras hundirse en el sueño fue un extraño escalofrío que lo recorrió bruscamente de pies a cabeza, y un terrible dolor en el corazón, como nunca lo había sentido. El escalofrío sólo perturbó su sueño; el dolor lo despertó súbitamente. En un instante pasó del estado de sueño al estado de vigilia: los ojos bien abiertos, las percepciones mentales despejadas de pronto, como por milagro.

La vela había ardido casi hasta el último fragmento de sebo y la luz era por el momento plena y clara en la reducida habitación. Entre el pie de la cama y la puerta cerrada se erguía, mirándolo, una mujer con un cuchillo en la mano. El impacto del horror le dejó boquiabierto, sin palabras, pero no perdió la nitidez sobrenatural de sus facultades y no apartó en ningún momento los ojos de la mujer. Ella no dijo una palabra mientras se miraban a la cara, pero empezó a moverse lentamente hacia el lado izquierdo de la cama. La siguió con la mirada. Era una mujer rubia, bella, con cabellos color lino y ojos gris claro, con el párpado izquierdo un poco caído. El notó esos detalles y los fijó en su mente antes de que la mujer llegara al extremo de la cama. Sin decir palabra, sin expresión alguna en el rostro, sin un ruido que siguiera a cada paso, ella se fue acercando paso a paso... se detuvo... y alzó lentamente el cuchillo. El se llevó el brazo derecho a la garganta para protegerla; pero cuando vio que el cuchillo bajaba, movió la mano a través de la cama hacia el lado derecho, y sacudió el cuerpo de tal modo que el cuchillo se hundió en el colchón, a una pulgada de su hombro. Isaac fijó la mirada en el brazo y la mano de la mujer cuando retiró lentamente el cuchillo de la cama: un brazo blanco, bien formado, con un hermoso vello cubriendo levemente la piel clara: una delicada mano de dama, coronada por la belleza de un rubor rosado debajo y alrededor de las uñas.

La mujer retiró el cuchillo y se dirigió otra vez lentamente al pie de la cama; se detuvo un momento allí, mirando al hombre; después siguió -sin hablar, sin expresión en el bello rostro impávido, sin un sonido que siguiera a sus pasos furtivos- hacia el lado derecho de la cama, donde él estaba tendido ahora. Cuando se acercó, levantó el cuchillo de nuevo y él se apartó hacia la izquierda. Ella golpeó el colchón, como antes, con un movimiento deliberadamente perpendicular y hacia abajo. Esta vez los ojos de Isaac fueron de la mujer al cuchillo. Era como una de esas grandes navajas que había visto usar a los peones para cortar el pan y el tocino. Los dedos pequeños y delicados no ocultaban más que dos tercios de la empuñadura: Isaac advirtió que estaba hecha de cuerno de gamo, limpia y brillante como la hoja, de aspecto llameante. Ella retiró el cuchillo por segunda vez, lo ocultó en la ancha manga de su vestido y después se detuvo junto a la cama, observándolo. Por un instante, él la vio de pie en esa posición, y después el pabilo de la vela cayó en el candelero; la llama empequeñeció hasta ser un tenue puntito azul, y el cuarto quedó a oscuras.

Un instante, o menos, si es posible, pasó así y después el pabilo llameó humeante por última vez. Isaac aún miraba con ansiedad hacia el lado derecho de la cama cuando brilló el último resplandor de la vela, pero no vio nada. La rubia mujer del cuchillo había desaparecido. El convencimiento de que se encontraba de nuevo a solas debilitó el dominio del miedo que lo había dejado mudo hasta aquel momento. La agudeza sobrenatural que la intensidad del pánico había comunicado a sus facultades desapareció de repente. Se le confundierun las ideas, el corazón empezó a latirle como un caballo desbocado, sus oídos se abrieron por primera vez desde la aparición de la mujer a la sensación del funesto gemido del viento entre los árboles y con la terrible convicción de la realidad de lo que había visto aún intensa en su interior, saltó de la cama, gritando:

-¡Asesinato! ¡Eh, despertad! ¡Despertad! -y se abalanzó hacia la puerta de cabeza en la oscuridad.

Estaba bien cerrada con llave, exactamente como la había dejado al acostarse. Sus gritos alarmaron a toda la casa. Oyó las exclamaciones aterrorizadas, confusas de las mujeres; vio que el dueño de la casa se acercaba por el pasillo con una vela ardiendo en una mano y un arma en la otra.

-¿Qué ocurre? -preguntó el posadero, sin aliento.
Isaac sólo pudo contestar con un susurro.
-Una mujer, con un cuchillo en la mano -dijo con voz entrecortada-. En la habitación; una mujer rubia, de pelo amarillo; intentó clavarme un cuchillo por dos veces.

Las pálidas mejillas del posadero palidecicron aún más. Miró a Isaac con angustia al resplandor vacilante de la vela, y su rostro comenzó a enrojecer de nuevo; su voz se alteró tanto como su piel.

-Parece haberle errado dos veces -dijo.
-Esquivé el cuchillo cuando bajaba -siguió Isaac, con el mismo susurro asustado-. Las dos veces se clavó en el colchón.

El posadero llevó la vela de inmediato al interior del dormitorio. En menos de un minuto volvió a salir al pasillo, con un violento ataque de furor.

-¡Que el diablo se los lleve, a usted y a la mujer del cuchillo! La ropa de la cama no tiene una sola señal de haber sido agujereada. ¿Qué pretende, metiéndose en una casa decente, y sacando a la familia de sus casillas, por un sueño?
-Me iré de su casa -dijo Isaac con voz débil-. Prefiero estar en el camino, bajo la lluvia y en la oscuridad, en camino hacia mi casa, que otra vez en ese cuarto, después de lo visto en él. Déjeme una luz para vestirme y dígame cuánto tengo que pagar.
-¡Pagar! -exclamó el posadero, entrando en el dormitorio, de muy mal humor, con la luz-. ¡Nunca le habría recibido a usted ni por todo el dinero del mundo de haber sabido por anticipado que soñaba y chillaba de ese modo! Fíjese en la cama. ¿Dónde hay un tajo de cuchillo? Fíjese en la ventana: ¿está forzada la cerradura? Fíjese en la puerta, que yo mismo le oí cerrar con llave: ¿está rota? ¡Una mujer asesina con un cuchillo en mi casa! ¡Vergüenza tendría que darle!
Isaac no replicó ni una palabra. Se vistió rápidamente, y después bajaron juntos.
-¡Son casi las dos y veinte! -dijo el posadero, cuando pasaron junto al reloj-. ¡Bonita hora de la madrugada para aterrorizar a la gente honesta!

Isaac pagó la cuenta y el posadero lo acompañó hasta la puerta delantera. Se separaron sin musitar una palabra. Había dejado de llover, pero la noche era oscura y el viento más frío que antes. A Isaac le importaba poco la oscuridad, el frío, o la incertidumbre sobre el camino de regreso. Si lo hubiesen echado a un páramo en una borrasca, le habría resultado un alivio después de lo que había ocurrido en el dormitorio de la posada. ¿Quién sería la mujer rubia del cuchillo? ¿La criatura de un sueño, o uno de esos seres del mundo desconocido que los hombres llaman fantasmas? No podía sacar nada en limpio del misterio: seguía sin sacar nada en limpio incluso en el mediodía del miércoles, cuando se halló, después de perderse varias veces, en el umbral de su casa.

III.
Su madre salió a recibirlo con ansiedad, que se acrecentó, pues su cara le comunicó en un instante que algo andaba mal.

-He perdido el puesto; pero así es mi suerte. Anoche tuve una pesadilla, madre.., o tal vez vi un fantasma. Sea como fuere, me asustó mucho y aún no me siento bien.
-Isaac, tu cara me da miedo. Entra y acércate al fuego. Ven y cuéntale todo a tu madre.

El estaba tan ansioso por contar como ella por oír; porque en todo el camino hacia la casa había tenido la esperanza de que su madre, con su inteligencia más rápida y sus conocimientos superiores, pudiera ser capaz de aclarar el misterio que él mismo era incapaz de resolver. Su recuerdo del sueño era aún mecánicamente vívido, aunque sus ideas eran confusas por entero. El rostro de la madre iba palideciendo a medida que él hablaba. No lo interrumpió ni una sola vez; pero cuando acabó, acercó su silla a la de él, le rodeó el cuello con un brazo y le dijo:

-Isaac, tuviste tu pesadilla el miércoles de madrugada. ¿Qué hora era cuando viste a la mujer rubia con el cuchillo en la mano?
Isaac recordó lo que le había dicho el posadero cuando pasaron junto al reloj al irse él de la posada; calculó lo mejor que pudo el tiempo transcurrido entre el momento en que abrió la puerta de la habitación y aquel en que se fue.
-Cerca de las dos de la mañana -contestó.
La madre le soltó de pronto el cuello, y se estrujó las manos con un gesto de desesperación.
-El próximo miércoles es tu cumpleaños, Isaac, y tú naciste a las dos de la mañana.

La inteligencia de Isaac no era lo bastante aguda como para que se le contagiara el temor supersticioso de su madre. Se asombró, y también se alarmó un poco cuando ella se levantó de repente de la silla, abrió su antiguo pupitre, tomó pluma, papel y tinta y después le dijo:

-Tu memoria es pobre, Isaac, y ahora que ya soy vieja la mía no es mucho mejor. Quiero que los dos lo sepamos todo acerca de este sueño, dentro de unos años, tan bien como lo sabemos ahora. Cuéntame otra vez lo que me has contado hace un minuto, cuando hablabas del aspecto de esa mujer.

Isaac obedeció, y quedó maravillado cuando observó que su madre anotaba cuidadosamente en el papel cada palabra que él pronunciaba. Ojos gris claro, escribió ella, cuando llegaron a la parte descriptiva, con el párpado izquierdo un poco caído; cabello color lino, con un toque dorado; brazos blancos, con un leve vello; pequeñas manos aristocráticas, con una sombra rojiza alrededor de las uñas; gran navaja con empuñadura de cuerno de gamo, que parecía llameante. A estos detalles la señora Scatchard agregó el año, el mes, el día de la semana y la hora de la madrugada en que la dama del sueño se le había aparecido al hijo. Después encerró cuidadosamente con llave el papel en el pupitre. Ni aquel día ni en ninguno posterior pudo el hijo inducirla a volver a hablar del sueño. Ella se guardaba celosamente para sí lo que pensaba, y hasta se negó a mencionar otra vez el papel que guardaba en el pupitre. No pasó mucho tiempo antes de que Isaac se cansara de tratar de romper el resuelto silencio de su madre; y el tiempo, que tarde o temprano desgasta todas las cosas, desgastó poco a poco la impresión que el sueño le había producido. Empezó a pensar en él con indiferencia, y acabó por no pensar en él en absoluto.
El resultado se produjo con mayor facilidad debido a la sucesión de algunos cambios importantes que mejoraron sus perspectivas y que empezaron no mucho después de la noche de su terrible experiencia en la posada. Por fin cosechó la recompensa de su largo y paciente sufrimiento en la adversidad al conseguir una excelente colocación que le ocupó durante siete años, dejándole, a la muerte de su amo, no sólo unas referencias excelentes, sino también una buena pensión anual que se le otorgó como recompensa por haber salvado la vida de su ama en un accidente. Fue así como Isaac Scatchard volvió a casa de su anciana madre, siete años después del accidente del sueño en la posada, con una suma anual a su disposición bastante para mantenerlos a ambos en la comodidad y la independencia por el resto de sus vidas.

La madre, cuya salud había empeorado mucho en aquellos siete años, sacó provecho del cuidado que tenían para con ella y del hecho de verse libre de problemas económicos, de modo que cuando llegó el cumpleaños de Isaac pudo sentarse a la mesa sin inconvenientes y cenar con él.
Aquel día, al caer la noche, la señora Scatchard descubrió que una botella de tónico que acostumbraba tomar, y en la que creía que quedaban aún una o dos dosis, estaba vacía. Isaac se ofreció para ir a la farmacia a comprarle más. Era una noche de otoño tan fría y lluviosa como aquélla de la memorable ocasión en que se había perdido y dormido en aquella fatídica posada junto al camino. Cuando iba a entrar en la farmacia se cruzó con una mujer vestida pobremente que salía y que pasó con rapidez junto a él. Lo poco que pudo ver de su cara le impresionó, y la siguió con los ojos mientras ella bajaba los escalones de la entrada.

-¿Se ha fijado en esa mujer? -comentó el auxiliar del farmacéutico, detrás del mostrador-. En mi opinión, algo no marcha bien en ella. Me ha pedido láudano para ponerse en un diente picado. El patrón hace rato que ha salido y yo le he dicho que no podía venderle veneno a extraños en su ausencia. Ella se ha reído de un modo raro y me ha dicho que volverá dentro de media hora. Si espera que el patrón se lo dé, creo que quedará chasqueada. Es un caso de suicidio, señor, si alguna vez hubo uno.

Estas palabras aumentaron hasta lo indecible el brusco interés que Isaac había sentido por la mujer al verle la cara. Una vez que le hubieron servido el medicamento, la buscó con ojos ansiosos por doquier en la calle. Pudo verla andando lentamente, de un lado a otro, por el lado opuesto del camino. Con el corazón latiéndole con fuerza, para su asombro, Isaac cruzó la calle y le habló. Le preguntó si tenía algún problema. Ella le mostró su desgarrado chal, el vestido barato, el sombrero sucio y chafado; después se movió hasta quedar bajo un farol, para que la luz le diera sobre el rostro torvo, pálido, pero todavía hermoso.

-Parezco una mujer acomodada y feliz, ¿verdad? -dijo, con una risa amarga.
Hablaba con una pureza de entonación que Isaac nunca antes había oído sino en boca de una dama. Las más triviales acciones de la mujer parecían poseer la elegancia fluida y negligente de una mujer bien educada. Su piel, a pesar de toda la palidez de la pobreza, era delicada, como si hubiera disfrutado de cada una de las comodidades sociales que el dinero puede comprar. Incluso, sus manos, finamente moldeadas, sin guantes, no habían perdido su blancura. Poco a poco, respondiendo a las preguntas de Isaac, se desgranó la triste historia de la mujer. No es necesario relatarla aquí; puede hacerse una y otra vez en los informes policiales y en las noticias breves acerca de intentos de suicidio.

-Me llamo Rebecca Murdoch -dijo la mujer, cuando acabó-. Me quedan nueve peniques, y pensé en gastarlos en una farmacia para asegurarme el pasaje al otro mundo. Por difícil que sea, para mí no puede ser peor que esto, así que, ¿por qué detenerme?

Además de la compasión y la tristeza naturales que se agitaron en su corazón ante lo que oía, Isaac sintió que en él obraba una misteriosa influencia durante todo el rato que la mujer estuvo hablando, un influjo que confundía sus pensamientos por completo y casi le privaba del poder del habla. Todo lo que pudo decir ante las últimas temerarias palabras de la dama fue que le impediría atentar contra su vida, aunque tuviese que seguirla toda la noche para lograrlo. Su seriedad áspera y temblorosa pareció impresionar a la mujer.

-No le ocasionaré ese problema -respondió cuando él repitió sus protestas-. Al hablarme con bondad usted ha hecho que le vuelva a tener afecto a la vida. No son necesarias amenazas ni promesas. Puede usted creerme, venga mañana a las doce al Prado de Fuller y me encontrará viva para dar cuenta de mí misma. ¡No! Nada de dinero. Con los nueve peniques lograré algún sitio donde poder pasar la noche.

Se despidió con un movimiento de cabeza. El no intentó seguirla: no pensó que lo engañara. «Es extraño, pero no puedo dejar de creerle», se dijo para sus adentros, y regresó, aturdido, hacia su casa. Al entrar, su mente seguía absorta de un modo tan completo por su nuevo centro de interés que no advirtió lo que su madre hacía cuando él entró con el medicamento. Había abierto el viejo pupitre y leía con atención el papel que guardara años antes. En todos los cumpleaños de Isaac, desde que había anotado los detalles del sueño contados de sus propios labios, acostumbraba a leer el relato y a meditar sobre él en secreto. Al día siguiente, Isaac acudió al Prado de Fuller. Había hecho bien creyéndole sin reservas. Allí estaba, de lo más puntual, para dar cuenta de sí misma. Las últimas débiles defensas que quedaban en el corazón de Isaac contra la fascinación que una palabra o una mirada de la mujer empezaban a ejercer de modo inescrutable sobre él se hundieron y desaparecieron ante ella para siempre en aquella memorable mañana. Cuando un hombre, insensible en su juventud a la influencia de las mujeres, entabla una relación en su edad madura, son raros los casos, cualesquiera que sean las circunstancias de advertencia, en que se encuentra capaz de librarse de la tiranía de la nueva pasión que le domina. El encanto de que le hablara familiar, amable y agradecidamente una mujer cuyo lenguaje y modales seguían conservando el suficiente refinamiento como para insinuar la alta clase social a la que antaño había pertenecido, hubiera sido un lujo peligroso para un hombre de la posición de Isaac a los veinte años. Pero era mucho más que eso -era la ruina segura para él- ahora que su corazón se abría sin límites a una influencia nueva en aquella época intermedia de la vida en que los sentimientos fuertes de cualquier tipo, una vez implantados, echan raíces con mayor fuerza en la naturaleza moral de un hombre. Unas pocas entrevistas furtivas posteriores a esa primera en el Prado de Fuller completaron su envanecimiento. En menos de un mes a partir del momento en que la conoció, Isaac Scatchard había consentido en darle a Rebecca Murdoch un nuevo interés por la vida y una oportunidad de recobrar el carácter que había perdido al prometerle que la haría su esposa.

Ella había tomado posesión no sólo de sus pasiones, sino también de sus facultades; Isaac concentraba toda su atención en cuidarla. Ella lo dirigía en todos los aspectos: incluso lo instruyó acerca de cómo darle a su madre la nueva sobre el cercano casamiento del modo más seguro posible.

-Si le cuentas primero cómo me conociste y quien soy -le dijo la astuta mujer-, ella removerá cielo y tierra para impedir nuestra boda. Dile que soy hermana de un compañero de trabajo... pídele que me vea antes de entrar más en detalle, y deja a mi cargo el resto. Pienso hacer que me ame casi tanto como a su Isaac, antes de que se entere de quién soy en realidad.

El motivo del engaño bastaba para santificarlo a los ojos de Isaac. La estratagema propuesta lo aliviaba de una gran angustia, y tranquilizaba su conciencia, incómoda en relación a la madre. Sin embargo, había algo que faltaba para que su felicidad fuese completa, algo que no podía precisar, algo misteriosamente imposible de rastrear y, no obstante, algo que se hacía sentir de modo permanente; no cuando Rebecca estaba ausente, sino, por extraño que parezca, ¡cuando se encontraba en su presencia! Ella era la amabilidad personificada para con él. Nunca le hacía sentir su inferior inteligencia y sus modales más toscos. Mostraba la más tierna ansiedad por complacerle en las más pequeñas trivialidades, pero, a pesar de todos estos atractivos, él nunca lograba sentirse del todo en paz a su lado. Ya en el primer encuentro, mezclada a su admiración, hubo, cuando la miró a la cara, una leve sensación, involuntaria, de duda sobre si aquella cara le era del todo desconocida. Ninguna intimidad posterior había tenido el menor efecto sobre esa incertidumbre inexplicable, fastidiosa.

Ocultando la verdad como le había sido indicado, anunció a su madre su compromiso matrimonial con precipitación y cierta perturbación, el mismo día en que lo contrajo. La pobre señora Scatchard mostró la absoluta confianza que tenía en su hijo al echarle los brazos al cuello y felicitarle por haber hallado al fin, en la hermana de un compañero de trabajo, una mujer que lo pudiera consolar y cuidar cuando ella faltara. No veía la hora de conocer a la mujer que había elegido su hijo, y fijaron el día siguiente para la presentación. Era una brillante mañana soleada, y la salita de la pequeña casita estaba inundada de luz cuando la señora Scatchard, feliz y expectante, vestida con galas domingueras para la ocasión, se sentó a esperar al hijo y a su futura nuera. Fiel a la hora fijada, Isaac hizo entrar con cierto apuro y nerviosismo a su prometida en el cuarto. Su madre se levantó para recibirla, avanzó unos pasos, sonriendo, miró a Rebecca directamente a los ojos y se detuvo de pronto. Su rostro, que un momento antes estaba radiante, se tornó pálido en un instante; sus ojos perdieron la expresión de ternura y amabilidad y fueron invadidos por un sordo terror; sus brazos cayeron a sus costados y retrocedió unos pasos con una exclamación en voz baja dirigida a su hijo.

-Isaac -susurró, asiéndolo con fuerza de un brazo cuando él le preguntó alarmado si se sentía indispuesta-. La cara de esa mujer, ¿no te recuerda nada?

Antes de que pudiera contestar, antes de que pudiese darse la vuelta hacia donde estaba Rebecca, atónita y enfurecida por aquel recibimiento, en el otro extremo de la habitación, la madre de Isaac le señaló con impaciencia el pupitre y le dio la llave.

-Abrelo -le pidió, con un susurro rápido, entrecortado.
-¿Qué significa esto? ¿Por qué se me trata como si nada tuviera que hacer aquí? ¿Es que tu madre quiere insultarme? -preguntó Rebecca, iracunda.
-Abrelo, y dame el papel que está en el cajón de la izquierda. ¡Apresúrate! ¡Apresúrate, por Dios! -apremió la señora Scatchard, encogiéndose aún más de terror.

Isaac le dio el papel. Ella lo miró con ansiedad durante un instante, y después siguió a Rebecca, que ahora empezaba a alejarse de modo altivo para abandonar la habitación, y la asió por un hombro... le alzó de modo brusco la manga larga y suelta del vestido y le miró la mano y el brazo. Algo parecido al miedo empezó a invadir la furiosa expresión del rostro de Rebecca cuando pudo librarse de la anciana.

-¡Loca! -dijo como para sí-. Y pensar que Isaac nunca me lo previno.

Con estas palabras, abandonó la casita. Isaac se apresuraba a seguirla cuando su madre se giró y lo detuvo. A él se le estrujó el corazón al ver la desdicha y el terror reflejados en el rostro de la anciana mientras le miraba.

-Ojos gris claro -dijo la madre, en tono grave, casi lúgubre, asustado, señalando hacia la puerta abierta-, el párpado izquierdo un poco caído; cabello color lino, con un leve toque dorado; brazos blancos, con un poco de vello; manos de damisela, con un matiz rojizo bajo las uñas... ¡La dama del sueño, Isaac, la dama del sueño!

La leve duda que se había infiltrado en su alma y de la que nunca había podido librarse en presencia de Rebecca Murdoch, quedó resuelta para siempre. Así, pues, él había visto aquel rostro antes... exactamente siete años atrás, el día de su cumpleaños, en el dormitorio de la solitaria posada.

-¡Ten cuidado! ¡Hijo mío, ten cuidado! ¡Isaac, deja que se vaya, y quédate conmigo!
Algo oscureció la ventana de la salita cuando esas palabras fueron dichas. Un brusco escalofrío recorrió el cuerpo de Isaac, y miró de soslayo aquella sombra. Rebecca Murdoch había regresado. Estaba atisbando con curiosidad por encima del antepecho de la ventana.

-He prometido casarme, madre -dijo él-. Y debo cumplirlo.
Brotaron lágrimas de sus ojos mientras hablaba, que le nublaron la visión, pero pudo alcanzar a distinguir el rostro fatal afuera, alejándose de nuevo de la ventana. La madre abatió aún más la cabeza.
-¿Te sientes mal? -susurró él.
-Me siento deshecha, Isaac.
Este se inclinó sobre ella y la besó. La sombra, en el momento en que lo hacía, regresó a la ventana y el rostro fatal atisbó con curiosidad una vez más.

IV.
Tres semanas más tarde de aquel día Isaac y Rebecca fueron marido y mujer. Todo lo que había de tenacidad y obstinación sin esperanzas en la naturaleza moral del hombre parecía haberse constreñido alrededor de su fatal pasión, y haberla fijado de modo inalterable en su corazón. Después de la primera entrevista en la salita de la casita, ninguna consideración lograría convencer a la señora Scatchard de volver a ver a la esposa de su hijo, o incluso de hablar con ella cuando Isaac se esforzara por defender la causa de su mujer después de la boda. Esta conducta no estaba provocada de ningún modo por el descubrimiento de la degradación en que había vivido hasta entonces Rebecca. No era ésa la cuestión entre madre e hijo. La única cuestión estribaba en el terriblemente exacto parecido entre la mujer viva, de carne y hueso, y la mujer espectral del sueño de Isaac. Rebecca, por su parte, no sentía ni expresaba la menor pena ante el distanciamiento que existía entre ella y su suegra. Isaac, para preservar la paz, nunca había negado su primera idea acerca de que la vejez y la larga enfermedad habían afectado la mente de su madre. Incluso permitió a su esposa regañarlo por no habérselo confesado en la época del compromiso, en vez de arriesgarse a contarle la verdad. El sacrificio de su integridad ante su única e imperiosa ilusión le parecía algo sin importancia, y después de los sacrificios que ya había hecho le costó poco a su conciencia.

El momento de despertar de su ilusión -el instante cruel y lamentable- no estaba lejos. Tras unos meses de tranquila vida matrimonial, cuando finalizaba el verano y el año avanzaba hacia el mes de su cumpleaños, Isaac descubrió que su esposa cambiaba en el modo de tratarlo. Se tornó malhumorada y desdeñosa; entabló amistad con individuos del tipo más peligroso y a pesar de sus objeciones, amenazas, órdenes y ruegos, no pasó mucho tiempo sin que, después de cada nuevo altercado, ella aprendiera a buscar el olvido en la bebida. Poco a poco, después del primer deplorable descubrimiento de que su esposa mantenía tratos con borrachos, se impuso a Isaac la cruel certidumbre de que ella misma había llegado a ser una borracha. Isaac ya se encontraba en un triste estado de depresión desde un tiempo antes de que se presentaran estas calamidades conyugales. La salud de su madre, como podía advertir con meridiana claridad cada vez que iba a visitarla, empeoraba con rapidez, y él se recriminaba secretamente ser la causa del sufrimiento físico y mental que ella soportaba. Cuando a sus remordimientos en relación a su madre se añadió la vergüenza y la desdicha ocasionadas por el descubrimiento de la degradación de su mujer, se derrumbó bajo aquellas duras pruebas: su rostro empezó a cambiar con rapidez y pronto pareció un hombre con el alma rota.

Su madre, que luchaba con entereza contra la enfermedad que la iba acercando a la tumba, fue la primera en notar el triste cambio en su hijo, y la primera en conocer el último y peor problema con su nuera. El día en que Isaac le hizo la humillante confesión sólo pudo llorar con amargura, pero en la siguiente oportunidad en que la visitó, la anciana ya había tomado una resolución con respecto a las aflicciones que lo acosaban, una decisión que lo asombró e incluso lo alarmó. La encontró vestida para salir y cuando le preguntó el motivo, su madre le respondió de esta guisa:

-No me queda mucho tiempo de vida, Isaac, y no estaré tranquila en mi última hora a menos que haga todo lo posible para que mi hijo sea finalmente feliz. Voy a rechazar mis miedos y sentimientos, y acompañarte a ver a tu esposa y hacer lo que esté a mi alcance para que ella reaccione. Cógete de mi brazo, Isaac, y déjame hacer por ti lo último que me es dable antes de que sea demasiado tarde.

El no pudo negarse y caminaron juntos lentamente hacia su desdichado hogar. Era apenas la una de la tarde cuando llegaron a la casa donde él vivía. Era la hora del almuerzo y Rebecca estaba en la cocina, de modo que Isaac pudo llevar a su madre a la salita, y preparar luego a su esposa para la entrevista. Por fortuna, a esa hora del mediodía ella aún no había bebido mucho y estaba menos malhumorada y caprichosa que de costumbre. Así, Isaac pudo regresar junto a su madre con la mente razonablemente tranquila. Pronto entró su esposa en la salita y el encuentro entre ella y la señora Scatchard se desarrolló mejor de lo que él se había atrevido a pensar, aunque se dio cuenta, con secreta preocupación, que su madre, por más decidida que estuviera en controlarse en otros aspectos, no podía mirar a su nuera a la cara cuando le hablaba. Por lo tanto, fue un alivio para él cuando Rebecca empezó a tender el mantel sobre la mesa. Después trajo la tabla del pan y cortó una rebanada para su esposo, regresando a continuación a la cocina. En ese momento, Isaac, que aún vigilaba con ansiedad a su madre, se sobresaltó al ver en el rostro de la anciana el mismo cambio terrorífico que lo había alterado tanto en la mañana en que conoció a Rebecca. Antes de que pudiera pronunciar una palabra, ella le susurró, aterrada:

-Llévame... llévame a casa, Isaac. Ven conmigo, y no regreses jamás.
Le daba miedo pedir una explicación; sólo pudo hacerle un gesto para que se callara, y ayudarla a alcanzar la puerta con rapidez. Cuando pasaron junto a la tabla del pan ella se detuvo y se la mostró.

-¿Viste con lo que cortó el pan tu esposa? -susurró en voz baja.
-No, mamá... No prestaba atención. ¿Con qué?
-¡Mira!
Lo hizo. Era una gran navaja nueva, con empuñadura de cuerno de gamo, que descansaba con la hogaza de pan sobre la tabla. El adelantó una mano temblorosa para cogerlo, pero en aquel instante se oyó ruido en la cocina y la madre le aferró el brazo.

-¡El cuchillo del sueño! Isaac, creo que voy a desmayarme. Vámonos antes de que ella vuelva.

Le costaba sostenerla. La realidad visible, tangible, del cuchillo lo llenaba de pánico y destruía por completo cualquier leve duda que hubiese podido tener hasta aquel momento en relación a la misteriosa advertencia onírica de casi ocho años atrás. Mediante un último esfuerzo sobrehumano, pudo controlarse lo suficiente para ayudar a salir a su madre de la casa con tanto sigilo que la «Dama del sueño» (ahora pensaba en su esposa dándole ese nombre) no los oyó irse desde la cocina.

-¡No vuelvas, Isaac... no lo hagas! -imploró la señora Scatchard, cuando él se dio vuelta para regresar, después de dejarla de nuevo sana y salva en su casita.
-Debo apoderarme del cuchillo -contestó el, en voz baja.

Su madre intentó detenerlo, pero él se apresuró a salir sin pronunciar otra palabra. Al llegar a su casa encontró que su esposa había notado la secreta partida de ambos. Había estado bebiendo y tenía un furioso ataque de ira. Había arrojado la comida bajo la rejilla del hogar; el mantel no estaba sobre la mesa de la salita. Pero, ¿dónde estaba el cuchillo? El lo pidió, tontamente. Ella se alegró ante la oportunidad que su petición le ofrecía para irritarlo.

-¿Así que él quiere el cuchillo? ¿Puede darle a ella un motivo? ¿No? Así, pues, no lo tendrá... ni aunque lo pida de rodillas.

Las recriminaciones posteriores pusieron a luz el hecho de que ella lo había comprado en una liquidación, y que lo consideraba de propiedad personal. Isaac comprendió la inutilidad de tratar de obtener la navaja por las buenas, y decidió que más tarde la buscaría, en secreto. Pero la búsqueda fue infructuosa. Llegó la noche y salió de la casa para caminar por las calles. A la sazón le daba miedo dormir en el mismo cuarto con ella. Transcurrieron tres semanas. Todavía furiosa con él, la mujer no quería darle el cuchillo; y él seguía dominado por el temor de dormir con ella en el mismo cuarto. Se paseaba de noche por las calles, o dormitaba en la salita o permanecía sentado junto al lecho de su madre. Antes de que finalizara la primera semana del nuevo mes su madre falleció. Faltaban apenas diez días para el cumpleaños de Isaac. Ella había anhelado vivir para el aniversario. Isaac estuvo presente en el instante de la muerte, y las últimas palabras de la anciana antes de expirar fueron para él:

-¡No vuelvas, hijo mío, no vuelvas!
Se vio obligado a volver, aunque sólo fuese para vigilar a su esposa. Exasperada ésta en extremo por la desconfianza que él le demostraba, había buscado vengativamente agregar un aguijón a su pena, en los últimos días de la enfermedad de su suegra, declarando que haría valer su derecho de asistir al entierro. A pesar de cuanto él pudo decir o hacer, ella se atuvo con malvada persistencia a lo prometido, y en el día señalado para el entierro impuso su presencia -avivada y descarada debido a la bebida- al esposo, y declaró que participaría del cortejo fúnebre hasta la tumba de la madre. Aquel ultraje final, seguido por todo lo que había de más insultante en su aspecto y conducta, lo enloqueció momentáneamente y la golpeó.

En cuanto hubo propinado el golpe se arrepintió. Ella se acurrucó, en silencio, en un rincón del cuarto, y lo miró fijamente; era una mirada que enfrió la sangre caliente de Isaac y le hizo temblar. Pero en aquel momento no tenía tiempo de pensar en un medio de hacer las paces. Sólo le quedaba arriesgarse a lo peor hasta que terminase la ceremonia religiosa. Sólo había un modo de sentirse seguro. La encerró con llave en su dormitorio. Cuando horas después regresó, la halló sentada, muy cambiada en su aspecto y actitud, junto a la cama, con un bulto sobre el regazo. Se puso de pie y lo encaró con serenidad, hablándole con una extraña calma en la voz, una extraña tranquilidad en los ojos, una extraña compostura en los modales.

-Ningún hombre me ha pegado dos veces -declaró-. Y mi esposo no tendrá una segunda oportunidad. Abre la puerta y déjame salir. A partir de ahora no volveremos a vernos.

Antes de que él pudiese contestar ella pasó por su lado y abandonó el cuarto. Isaac la contempló alejarse por la calle. ¿Volvería? Vigiló y aguardó durante toda la noche, pero no hubo sonido de pasos cerca de la casa. A la noche siguiente, agobiado por la fatiga, se acostó en la cama vestido, con la puerta cerrada con llave, ésta sobre la mesa, y con una vela prendida. Su sueño no se vio perturbado. Así transcurrieron la tercera, cuarta, quinta y sexta noche sin que nada ocurriera. En la séptima estaba acostado, igualmente vestido, todavía con la puerta cerrada con llave, la llave sobre la mesa y la vela encendida, aunque más tranquilo. Más tranquilo, pues, y en perfectas condiciones físicas, pronto se quedó dormido. Pero su descanso se vio turbado. Se despertó en dos ocasiones sin sensación de inquietud. Pero en la tercera tuvo la sensación del inolvidable escalofrío que había sentido en la noche de la posada solitaria, aquel terrible dolor punzante en el corazón, que una vez más lo despertó de repente.

Abrió los ojos hacia el lado izquierdo de la cama, y allí estaba... ¿Otra vez la Dama del sueño? ¡No! Su esposa; la realidad viviente, con el rostro espectral del sueño, con la actitud fantasmal del sueño; con el blanco brazo alzado, el cuchillo empuñado en la delicada mano blanca. Saltó casi en el mismo instante en que la vio, y sin embargo no fue lo suficientemente rápido para impedir que ella ocultara el cuchillo. Sin una palabra por parte de él, sin una exclamación por parte de ella, la inmovilizó en una silla. Le tanteó la manga con una mano y allí donde la Dama del sueño había ocultado el cuchillo, allí lo había escondido su esposa: el cuchillo con el mango de cuerno de gamo, de aspecto resplandeciente. En medio de la desesperación de aquel espantoso momento, su cerebro se mantenía sereno, y calmado su corazón. La miró fijamente con el cuchillo en la mano y dijo estas palabras finales:

-Dijiste que no volveríamos a vernos y has regresado. Ahora me toca a mí irme y lo haré para siempre. Digo que no volveremos a vernos, y no quebrantaré mi palabra.

La dejó y empezó a caminar en la noche. Afuera el viento era frío y el olor de la lluvia reciente saturaba el aire. La distante campana de una iglesia dio el cuarto de hora mientras él andaba con rapidez más allá de las últimas casas del suburbio. Preguntó al primer policía que encontró a qué hora correspondía el cuarto que acababa de sonar. El hombre consultó su propio reloj.

-A las dos.

Las dos de la mañana. ¿Qué día era el que acababa de empezar? Lo calculó a partir de la fecha del funeral de su madre. La correspondencia fatal era completa: ¡era su cumpleaños! ¿Había escapado del peligro mortal que el sueño le vaticinara, o sólo había recibido un segundo aviso? En cuanto esa ominosa duda se fijó en su mente, se detuvo, reflexionó y se dirigió de nuevo a la ciudad. Aunque estaba decidido a cumplir la palabra empeñada de que ella no le viera nunca más, se le había ocurrido la idea de hacerla vigilar y seguir. Tenía el cuchillo; el mundo se abría ante él, pero una nueva desconfianza hacia ella... un impreciso temor, indecible, supersticioso, lo había invadido. «Debo saber a dónde va, ahora que cree que la he dejado», se dijo, mientras se acercaba con paso cansino a su casa.

Todavía estaba a oscuras. El había dejado la vela encendida en el dormitorio, pero cuando atisbó por la ventana no vio luz. Se acercó sigilosamente a la puerta. Recordaba que al irse la había cerrado; al tantearla ahora, la encontró abierta. Esperó afuera, sin perder de vista la casa, hasta que amaneció. Entonces se atrevió a entrar; prestó atención y no oyó nada; inspeccionó la cocina, el lavadero y la salita, pero no encontró nada; finalmente, subió al dormitorio: estaba vacío. En el suelo había una ganzúa, que revelaba cómo había entrado la mujer por la noche, y ésa era la única huella que había dejado. ¿Adónde se había dirigido? No hubo nadie que pudiera decírselo. La oscuridad había ocultado su huida; y cuando amaneció nadie podía saber dónde estaba ella en aquel momento.

Antes de abandonar la casa y la ciudad para siempre, Isaac impartió instrucciones a un amigo y vecino para que vendiera los muebles por lo que pudiera conseguir y empleara la suma de la venta en contratar a un policía para que siguiera el rastro de su mujer. Las órdenes fueron cumplidas con toda honestidad y se gastó todo el dinero, pero las pesquisas no dieron resultado. La ganzúa del piso del dormitorio seguía siendo la única y última pista inútil de la Dama del sueño. A esta altura del relato el posadero hizo una pausa, y volviéndose hacia la ventana del cuarto en el que estábamos sentados, miró en dirección a los establos.

-Eso es cuanto me contaron -dijo-. Lo poco que falta lo sé por propia experiencia. Dos o tres meses después de los hechos que acabo de contarle, Isaac Scatchard me vino a ver, ajado y envejecido como usted lo ha visto hoy. Vino con sus referencias personales y me pidió un empleo. Sabiendo que tenía un lejano parentesco con mi esposa, lo tomé a prueba en consideración a esto, y me cayó bien a pesar de sus raras costumbres. Es tan sobrio, honesto y voluntarioso como pueda serlo cualquier hombre en Inglaterra. En cuanto a que se mantenga despierto durante la noche y duerma en los momentos de ocio del día, ¿quién puede asombrarse después de oír su historia? Además, nunca se opone a que se le despierte cuando se le necesita, así que no hay mucho de qué quejarse, al fin y al cabo.
-Supongo que teme que vuelva ese sueño espantoso, y despertar en la oscuridad, ¿no? -dije.
-No -rebatió el posadero-. El sueño se le ha repetido con tanta frecuencia que ahora lo soporta con resignación. Lo que lo mantiene despierto toda la noche es su esposa.
-¿Cómo? ¿Nunca se ha sabido de ella?
-Nunca. Isaac tiene un solo pensamiento constante con respecto a ella: que está viva y que lo busca. Creo que no se quedaría dormido a las dos de la mañana ni por todo el oro del mundo. Dice que esa es la hora en que ella lo encontrará cualquier día. Durante todo el año las dos de la mañana es la hora en que le gusta estar más seguro de que tiene la gran navaja en su poder. No le importa permanecer a solas siempre que esté despierto, salvo en la noche previa a su aniversario, cuando cree firmemente que su vida está en peligro. Desde que está aquí sólo ha pasado un cumpleaños y ese día se quedó sentado al fresco toda la noche. «Ella me está buscando», es todo cuanto dice cuando alguien le comenta de la única angustia de su vida: «Ella me está buscando». Tal vez tenga razón. Ella puede estar buscándolo. ¿Quién puede saberlo?
-¿Quién puede saberlo? -repetí.

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Mensaje  pinfanilla Vie Mayo 25, 2012 1:24 pm

Gracias amiga, la dejaré para la noche, es mi hora preferida para leer.
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Mensaje  pinfanilla Lun Mayo 28, 2012 8:10 am

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Me gustó más El jardin olvidado, Gra:Aún no leí la última novela que subiste, tengo problemas con el ordenador.
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Mensaje  Gra Lun Mayo 28, 2012 4:10 pm

¿Has leído "El club de los viernes? Me lo han recomendado muy especialmente, pero... mmmmm, no sé, ¿tú sabes algo?

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Mensaje  Gra Lun Mayo 28, 2012 4:11 pm

Ya sé subir vídeos, ¿me explicas cómo subir fotos?

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Mensaje  pinfanilla Mar Mayo 29, 2012 5:16 pm

Gra escribió:¿Has leído "El club de los viernes? Me lo han recomendado muy especialmente, pero... mmmmm, no sé, ¿tú sabes algo?

No me dijo nada, historias de dos o tres mujeres que se reunen para hacer labores de punto, quizás no supe sacarle provecho.
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Mensaje  pinfanilla Mar Mayo 29, 2012 5:17 pm

Gra escribió:Ya sé subir vídeos, ¿me explicas cómo subir fotos?

Querida amiga, tres veces comenzé la explicación y otras tantas se me borraron a medio camino, voy a intentarlo de nuevo.
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Mensaje  Gra Mar Mayo 29, 2012 5:19 pm

Vale, tranqui que te espero...

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Mensaje  pinfanilla Mar Mayo 29, 2012 5:21 pm

COPIAR IMÁGENES.-

Vuelve a Internet y vete a Google
Arriba aparece una franja negra con letreros
La segunda de la izquierda, creo q es, IMAGENES, pincha ahí.
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Mensaje  pinfanilla Mar Mayo 29, 2012 5:23 pm

Se te abrirá Google imágenes
Escribe en el recuadro, la imagen que quieres.
Una vez encontrada la imagen que deseas, pincha sobre ella con la parte derecha del ratón
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Mensaje  pinfanilla Mar Mayo 29, 2012 5:25 pm

Te apareceran una lista de opciones
Pincha en PROPIEDADES
Luego copia la URL
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