LA CAJA DE MÚSICA 4 (UN RINCONCITO PARA COMPARTIR)

Con sólo decir que me va el hacer mis pinitos en la filosofía, ya estoy haciendo filosofía...




-Comentar cosas raras es hablar de experiencias de no fácil demostración.

-Miles de mortales son testigos de excepción de semejantes hechos sin una explicación lógica, que escapa a todo razonamiento científico.

-No hace falta ser un erudito o un analfabeto, o un crédulo o un escéptico, de alta o de baja extracción, para saber qué cosa es el dinero. ¿Dinero? ¡Qué digo yo! Éste reo no cuenta en mis reflexiines.

-Todos los humanos somos susceptibles de ser protagonistas en situaciones fuera de lo común, insólitas.

-La irrealidad cotidiana está fuera de lugar en el sentido común.

-Los hechos, a veces favorables y otras simplemente espeluznantes pero siempre sorprendentes, porque te llegan como la visita de un ladrón.

-Difícilmente pueden imaginar la incredulidad que se apoderó de mi intelecto cuando a través de mis viejos oídos escuché la noticia de que Belén Esteban se había graduado en Filología hispánica.

-Plegarias al cielo buscando el favor de una dicha. Dicha: Palabra grande y difícil para sólo ser interpretada de una forma única.

-Felicidad no se debe confundir con sentimiento.

-La vida sortea infinidad de ilusiones. Pero hay que jugar.

-El grande y el chico son iguales ante los ojos de un ciego.

-No me pises que estoy descalzo. Písate tú tus huevos que tienen cascarón.

-Si pides algo llorando, lo que recibas está mojado.

-Si te gusta una mujer, pídele su teléfono a su marido.

-El amor con amor se paga. De acuerdo. ¿Pero y si el amor no tiene dinero?

-Me convence tu verdad porque es verdadera.

-Gastar tiempo en preocupaciones innecesarias es una preocupación.

-Si tu conciencia se queda afónica, dale corriendo un jarabe.

-Si te entregas al aprendizaje de lo que ignoras, es mejor que perder tiempo en lo conocido.

-Mi reloj biológico canta cada segundo los últimos que aún restan de mi existencia.

-Simplemente quiero saber quien, con morbo, ensaya grotesca sonrisa gozando de su obra ante el fervoroso ruego de este mortal.

-Un hecho que sólo es privilegio de un sueño es ser el único ganador del primer premio de la lotería.

Era una noche templada. A la luz de la luna, Maricarmen salió del salón y se fue al baño de la planta baja de su casa rural, que no tenía luz eléctrica. Hacía una buena temperatura, pero todos los vellos de su cuerpo se erizaron apenas se desnudó. Cogió el telefonillo de la ducha y el agua empezó a caer.

Al parecer, esa ducha estaba conectada a un enorme bidón que había en la azotea, y de ahí caía hacia abajo. Maricarmen se masajeó su esbelto cuerpo y se tranquilizó. Pensaba que el agua fría la haría reflexionar con claridad, a la vez que amansaba a su sangre hirviente, ansiosa de sexo. Se estremeció de nuevo al recordar las caricias de su más que amigo, Jaime; un chico de ciudad que estaba muy enamorado de ella, pero que en los asuntos del sexo, era pasivo, sobre todo por sus muchas ocupaciones y por sus estudios universitarios, los cuales le hacían no aparecer con frecuencia por el pueblo de Maricarmen.

Pero también recordaba a Ángel, el tractorista de la finca de su padre, el cual estaba encaprichado con ella, pero sólo para el sexo, lo contrario que Jaime. Maricarmen se sentía dividida por el hecho de amar a la vez a dos hombres, cada uno con sus características y sus espectativas.

Jaime conocía todos los secretos más íntimos de Maricarmen, que ni Ángel ni ninguno de sus amigos y sus amigas conocían.

Luego de ducharse, cogió la toalla vrande y, nerviosa, empezó a secarse. No se sentía demasiado feliz por el hecho de mantener dos relaciones al mismo tiempo. Buscó a tientas su ropa y no la encontró.

______¿Dónde está mi...? -no le dio tiempo de terminar su pregunta. Ángel, completamente desnudo, entró a la ducha con la intención de follarse a Maricarmen.

El cuerpo de Maricarmen le dio la bienvenida con unos movimientos provocativos. De ahí que Ángel le diese la vuelta, la besase y la empotrase contra la pared del habitáculo, y después desparramase sobre ella besos salvajes y mordiscos.

______¡Basta, basta ya…! -dijo Maricarmen tratando de escapar de Ángel.

Sin embargo, Ángel se pegó más al cuerpo de ella y, con esa intención propia de un hombre que sólo quiere lo que quiere, la manejó a su antojo.

Rodeó él el cuerpo de ella, besándolo, acariciándolo, lamiéndolo, mordiéndolo, y se la acercaba más cada vez que ella trataba de escabullirse.

Maricarmen no quería hacer uso de todas las fuerzas que disponía, porque Ángel la satisfacía sexualmente de una forma plena, dándole éso pie a él para abusar de ella.

______¡Suplícame! ¿Qué quieres que te haga hoy? ¿O acaso quieres que pare? ¿No quieres jugar?

Ángel la ajustaba a su medida para penetrarla. La levantaba como si pluma fuera, y Maricarmen cruzaba las piernas por la espalda de él, que con fuerza, seguia empujando mientras ella gemía y le suplicaba que parase. Pero no paraba. Sabía que le deseaba y que lo último que quería era que parase.

Y así, culminaban una vez más, pidiéndole ella ahora repetir...

Subí las escaleras hasta llegar a su pequeño estudio de pintura. La puerta estaba entreabierta. El olor a óleo mezclado con el aroma del café, me daban la bienvenida.

Era agradable estar allí. En cada rincón sentía su presencia. Bastaba con ver sus cuadros para darme cuenta de la pasión que escondía en su alma y que se esmeraba por ocultar bajo la fachada de un hombre frío, que lo alejaba de la posibilidad de ser marcado como el amante perfecto que todas las mujeres desean tener en su cama.

Me estremecí recordando sus besos, suaves y provocadores, sabiendo cómo despertar la pasión que había en mi interior, y que hacía que me convirtiese en una presa de sus deseos.

Me fascinaba sentir su osadía por considerar mi cuerpo suyo, el mismo cuerpo que él moldeaba cual arcilla entre sus dedos hasta dejarme abandonada a una pasión que enloquecía todos mis sentidos y adormecía mi voluntad.

Súbitamente, mis ojos se iban a un lienzo que había en el caballete. Era la primera vez que lo veía. El color de los cojines parecía no encajar con la sexualidad que irradiaba aquella mujer, ni con el fuego de su mirada, que pedía amor a gritos para saciar el deseo que se veía a flor de piel. Cerré los ojos y pensé...

Lo único que cubría mi cuerpo era una bata verde de felpa, pero que no conseguía ocultar la pasión que latía en mi interior. Podía escuchar mis latidos golpeándome el pecho, recordándome con ellos la gran locura que estaba a punto de cometer.

Entonces le vi y me estremecía bajo la llama de su mirada. Se me acercó despacio y puso las manos en mis hombros. Quedé atrapada en la hondura de sus ojos. Sabía que estaba jugando con fuego, pero eso era algo que no me importaba.

Yo quería quemarme, arder viva en las diablas llamas de las manos que deshacían vehementemente el nudo que protegía mi intimidad. No podía controlar mi respiración. Mis pechos subían y bajaban en clara invitación a ser acariciados, besados, pero, hasta ese momento, sólo su mirada viajaba por mi cuerpo, hasta pararse en la hendidura que escondía el epicentro de sus/mis deseos.

Me acomodó entre unos cojines rojos, pero sin apartar sus ojos de los míos. Deslizó sus dedos sobre mi piel en un desplazamiento tan sensual como atrevido que me iba apartando de la realidad.

Lamió mis pezones hasta dejarlos de punta, clamando sus mimos. Siguió por mi vientre hasta pararse en el cráter de mi pasión. Con una mano experta acarició mi cráter carnoso, hasta humedecerlo por entero.

Le pedí que me hiciera suya. Quería sentir su excitación al rozar mi vientre y traspasando la barrera donde el calor se hace candela. Quise acariciarle, pero me cogió de las muñecas y me dijo:

______Aún no. Ahora sólo quiero mirar lo que mis dedos son capaces de hacerte sentir.

Me dejé llevar por sus besos, hasta entrar en el mundo indescifrable de sensaciones, donde los gemidos son la única forma de aplacar el torrente de placer que inunda cada poro de la piel.

Más tranquila, volví a pedirle que me poseyera. Necesitaba sentir su cuerpo moviéndose a igual ritmo que el mío, atormentándonos y regocijándonos en lo que pudiéramos sentir. No aceptó. Se alejó y se ocultó detrás del lienzo y siguió con su tarea, una tarea que se me hacía interminable.

Cuando creí que no podía soportar más su ausencia, dejó, parsimonioso, el pincel sobre el taburete y se unió a mí y al deseo de navegar juntos en las aguas turbulentas de la pasión, que amenazaban con devorarnos, si es que no hacíamos algo por evitarlo.

Seguía yo mirando aquel lienzo. Sabía que él aparecería con sus pantalones vaqueros y su camisa verde de cuadros sobre su cuerpo.

Un cosquilleo en el estómago me anunciaba que ya estaba junto a mí. Al darme la vuelta, me topé con sus ojos. Nuestras manos se entrelazaban, rompiendo el espacio que nos separaba. No hablábamos. Nuestros cuerpos se entendían solos.

Abrí mi boca y él con su lengua exploró cada rincón de la mía, jugueteando con mis labios. Los besaba como queriendo ser perdonado por este juego que, lejos de herirme, me daba placer.

Sus besos hacían camino en mi cuello, mientras sus manos quitaban las barrera que cubría mi piel. Chupaba mis pechos, atrapándolos después su boca, mordiéndolos. Yo no pedía clemencia, quería más...

Fui quitándole la ropa. Primero, la camisa, que desabotoné hasta ver su pecho, que besé repetidamente, una y otra vez, dejando con mis dientes la huella de mi pasión. Después, vaqueros y calzoncillos.

Sentía sus manos deslizarse a través de mis muslos hasta pararse en el charco de mi sexo, para explorarme después con una devastadora intimidad que lograba que mi cuerpo respondiese a semejante embestida.

Los dos teníamos prisa por satisfacer la ansia animal que teníamos a flor de piel. Abrí los ojos y vi la pasión que reflejaba su rostro. Sabía que era la causante de este estado de locura, y eso me hacía feliz.

Caímos al sofá. Su cuerpo cubría el mío, y juntos seguimos en loca carrera hacia la cúspide. Me parecía un sueño estar así, sintiendo su peso, su excitación, su aliento mezclándose con el mío.