LA CAJA DE MÚSICA 4 (UN RINCONCITO PARA COMPARTIR)

Cuando te rompen el corazón, cuando una relación se termina inesperadamente, cuando el amor de tu vida te abandona de un día para otro, sin explicación alguna, el alma se te seca, entras en un profundo letargo y finalmente dejas de existir. Entonces, te das cuenta de que tu vida se ha acabado.

Hace poco que me pasó eso y desde entonces voy por la vida sin rumbo; un errante en busca de amor, en busca de un calor que me haga revivir, en busca del hombre que he perdido y que nunca volverá a mí.

Me he convertido en un objeto, algo que va de mano en mano, sin que nadie quiera quedárselo. Sólo soy un trozo de carne, sin ningún sentimientos, completamente vacía.

Procuro conocer a otros hombres. Quedo con los que me desean y entonces me dejo conquistar, pero sólo buscan mi cuerpo, un encuentro sexual, simples momentos de placer. Pero no me importa. Me entrego, les doy lo que quieren, me dejo utilizar, dejo que gocen y hagan conmigo lo que quieran hacerme, porque ya no siento, ya no tengo alma ni conciencia.

Pero no me dejo conquistar mientras mi mente vuela al pasado, mientras mi mente se inunda de recuerdos que se repiten una y otra vez en mi cabeza.

Cuando mis devaneos cesan y me quedo sola de nuevo, lloro en silencio. Las lágrimas me inundan, sin que yo quiera secarlas, porque es una lluvia que limpia mi cuerpo mancillado por esos a los no que les importa mi alma, por esos a los que sólo sienten por mí lujuria, deseo carnal...

La sevillana María Manuela había sido educada al modo antiguo, estricto, no gozando de ninguna libertad y haciendo culto a su virginidad.

A los quince años, su madre le regaló una monjil falda por su cumpleaños. La lucía con una risita de asco en la cara ante su madre, pero avergonzada frente sus amistades.

Iba creciendo bajo un constante control y con doble actitud trataba de encajar en el mundo, sin abandonar los valores que la habian inculcado desde muy niña.

Cumplidos los veintiocho años, no conocía aún intimidad con hombres, sólo algunas esporádicas "manitas" con algún casual acompañante, que, por supuesto, no la llamaba al día siguiente.

Pasaban los años y cada vez le resultaba más complicado encontrar una pareja. El amor parecía estar lejos de su alcance y posibilidades, y lo que para ella era virtud conservar su virginidad, se había convertido en el principal motivo de su fracaso.

Corroborándose una fracasada en el amor, dejó de asistir a las discotecas, dejó de maquillarse, dejó de ir a la peluquería, no le atraía la tentación de comprarse ropa más acorde con su edad, y por todo en su cabeza, adoptó como un único refugio las fantasías que leia en algunas novelas románticas.

Una lluviosa mañana de abril cogió el metro, rumbo a su trabajo. Como de costumbre, mantenía la vista fija en su lectura; pero, súbitamente, se sentía observada. Un apuesto joven, frente a ella, no dejaba de mirarla tras sus gafas negras, y esto era algo que la incomodaba. Comprobó que estaba "correctamente" sentada y volvió a su nivela, donde se sentía identificada con uno de los personajes.

Imaginariamente fue manteniendo diálogos con el personaje desconocido, explayándose en sus virtudes y confesándole sus más ocultos deseos. Era la primera vez que hacía un juego mental así, perode le parecía divertido. Al llegar a su parada le regaló al joven frente a ella una sonrisa cómplice, como si la conversación con él hubiese sido real.

Aquel episodio en el metro comenzó a hacerse presente en sus sueños, donde el joven iba adoptando una actitud persuasiva, que poco a poco le fue ganando el corazón.

Pues sí. Nuestra niña María Manuela se había enamorado. El joven personaje de sus sueños la sorprendía con frases picaronas, lo que hacía que sueños se iban convirtiendo cada vez en más eróticos.

Una maravillosa madrugada, luego de un vívido encuentro amoroso, su amado le regaló una rosa roja, que ella guardó celosamente en un lugar secreto. Al despertar, buscó infructuosamente la rosa durante horas, tratando de recordar el lugar

Maria Manuela comenzó a creer que no se trataba de una simple fantasía, que realmente había conectado de alguna manera y que aquel joven de la novela era el amor de su vida.

La sacra idea de un amor trascendente siempre había morado en el interior de Maria Manuela , y ésta era la demostración de su acierto. En su próximo sueño, le propondría a su amado joven un encuentro diurno en el mundo real.

Noches y noches pasaron y en algunas se vio con su alma gemela, pero cada vez que intentaba hablarle de un encuentro, un sobresalto interrumpía su sueño, despertándose en forma abrupta y nerviosa.

Dejando esa idea, nuestra protagonista dedicó todos sus esfuerzos a su vida onírica, y gozó cada ensueño con su amante nocturno.

Llevaba una vida paralela (doble personalidad, una actitud bipolar). Durante el día, era una mujer recatada, y durante las noches, era una mujer enamorada y juguetona.

Aquella mañana su metro llegó a su parada habitual atiborrado de pasajeros, pero María Manuela pudo ver que en uno de los vagones delanteros viajaba su amante. Intentó llegar hasta él, pero quedó atrapada entre el gentío. Desesperada, trató de visualizarle, pero aquella mole humana se lo impedía.

No se bajó Maria Manuela en la parada de La Puerta de Jerez y siguió hasta la parada de La Catedral. Era su única oportunidad y no podía desperdiciarla.

Corriendo llegó hasta la parada de La Catedral, y en la esquina, esperando el verde de peatones, estaba su joven amado. Llegó hasta él y de repente le cogió del brazo. En ese justo momento, escuchó por primera vez su voz:

_______Gracias. Puedo cruzar solo.
_______Pero yo no -respondió ella, sin soltarse.

Y haciendo más bueno aquel dicho de lo curiosas que son las mujeres, repasó al joven de arriba a abajo y vio que llevaba un libro Biblia en la mano.