LA CAJA DE MÚSICA 2 (UN RINCONCITO PARA COMPARTIR)

Cuando medio se vació dentro de ti aquel individuo, guarro y sin escrúpulos, el poco pudor que te quedaba se esfumaba. A él lo insultaste, y, con asco, te limpiaste la inmundicia que escurría por tus piernas.

Nunca has pensado el por qué de que luego de hacer el amor, si a eso se le puede llamar amor, te asalta una fuerte repulsión, un insatisfecho deseo que se diluye al acabar la cópula. Tu manifiesta ninfomanía queda en evidencia por los egos de los que buscan en los pasatiempos del sexo y la lujuria sus orígenes y sus causas.

Luego de follar con tu último amante, tu minifalda acabó con manchas blancas, secuela inequívoca de una frustrada batalla carnal. Preludio de algo que nunca llega a explotar. Pero tú siempre crees que la próxima vez te va a ir mejor.

_______¡Úrsula...! ¡Úrsula!... ¡Úrsula, regresa aquí! -se oye la voz iracunda de aquél tipo.
_______¡No me sale del coño! ¡Me das asco!
_______¡¿Qué es lo que has dicho?!
_______¡Olvídame, cabrón!
_______¡Me las vas a pagar, hija de puta!

Compruebas una vez más lo feroces que podemos ser los hombres cuando nos dejan 'a medias'. Sonríes satisfecha y corres a todo gas.

Afuera, la luz del mediodía baña tu casi perfecta figura. El tiempo y los años han sido benignos con tus 38 años. Despides sensualidad, o voluptuosidad como se dice también.

Tu pelo rubio reposa sobre tus hombros. Tu escasísima ropa es incapaz de cubrir la despierta desnudez de tus carnes morenas. Resumes en poesía lo espectacular de tu cuerpo, que atrae a transeúntes por donde quiera que pises.

Te apresuras en buscar un taxi. Es visible el mohín en la expresión de tu cara al estirarte de puntillas al acecho de que llegue uno: el mío.

Fue así como te vi por primera y única vez, y como supe de tus escarceos para saciar el hambre sexual de tu, muy usada, gastada ya, flor, semi cubierta por la tirita fina y transparente de tu tangas.

_______¿A dónde la llevo?
_______¡A cualquier sitio menos aquí!

A esas horas, el tráfico era fluido. Mi coche, mi viejo amigo que siempre me obedece. Pero, jornada floja la de hoy, poco servicio. Por eso en absoluto me importaba lo inexacto del destino. Conducía de una forma despreocupada. Aznavour sonaba en la radio del coche y, aunque no le entendía nada de lo que cantaba, me parecía nostálgica la letra.

Avanzaba el coche y ambos íbamos en silencio. Tú mirabas altanera el paisaje citadino, con esos aires desdeñosos de áspera vanidad. De tu lujoso y costoso bolso, sacaste un paquete de cigarrillos mentolados, cogiste uno, pero no tenías encendedor.

En un semáforo en rojo me giré casi en redondo y te acerqué fuego. Dos bocanadas seguidas de humo de mentol invadieron nuestros pulmones.

Hasta ese momento, tú no habías reparado en mi persona.

_______¿A dónde me llevas?
_______A cualquier sitio menos allí.

Te respondí de la misma forma que me respondiste la vez anterior. Me miraste la cabeza, y por el retrovisor me pareció ver una sonrisa cómplice en tu guapa cara, de bellos ojos y de boca con labios devoradores.

_______¿Cómo te llamas? -me preguntaste.
_______Luis. ¿Sigo por aquí o prefiere usted otro camino? -añadí, preguntando.
_______Sigue por aquí. Pero no me hables de usted.
_______Es la coztumbre.
_______Pues rompe tus costumbres conmigo.
_______De acuerdo. Así lo haré.

Nunca antes uno entendió a dónde ir luego de estar en ninguna parte. Fumaradas mentoladas salían de tu boca, directas al techo del coche. Sin que te lo preguntase, me dijiste tu nombre.

_______Me llamo Úrsula. Úrsula Santos.

De pronto, entramos a un barrio conflictivo, famoso por el desprecio que se tiene a sí mismo. Después de tantas vueltas, de tanto callejear y de tantos cambios de velocidades en la caja de cambio, la aguja del combustible se acercaba peligrosamente al último punto del rojo.

Entré a una estación de servicios.

_______¿Cuánto? -preguntaron.
_______Lleno -dijiste tú.

Aquel tipo descarado, empleado de la gasolinera, trataba de ver más de lo que tú enseñabas. Pero pasabas de él. Ni te inmutaste.

_______Ten.

Tu mano, de dedos finos y con largas uñas, extendió un billete de los grandes, cosa que bastó para rozar la tibieza de tu piel. Mi polla se regocijaba frente a la esperanza de posibles emociones placenteras.

De nuevo en ruta, algo irreal parecía colgar caprichosamente en el ambiente nocturno de la tarde, que ya iba muriendo. Entró mi viejo amigo Mercedes en una calle semi oscura. Enfrente había un lujoso hotel, que se alzaba majestuoso.

_______¡Ahí, ahí! ¡Para ahí! -me dijiste, casi suplicante.

Sonó tu voz. Y yo obedecí. La calle estaba vacía, como vacía estabas por dentro. Pero eso no te importaba. De pronto, nuestras bocas se buscaron y se hallaron, y con un beso ansioso se saludaron. Delicadamente, una de mis manos entró por entre tu minifalda y tu tangas azul. Deseoso, te miré, asentiste y me aferré a tu caliente coño, y tú, con total determinación, cogiste mi polla, tras salvar mis calzoncillos. Y despues te la metiste en la boca e hiciste con ella lo que te apetecía hacer: devorarla.

No sé si fueron cinco, diez minutos o media hora lo que duró aquella inesperada delicia. Pero todo lo que empieza acaba...

Nunca hallaré una respuesta. Siempre quedará una interrogante en torno a aquello que ocurrió. O peor aún: nunca ocurrió nada.

Sin embargo, te despediste de mí con un apasionado beso, y después te dejé a las puertas de aquel lujoso hotel. Tú pagaste la gasolina y yo me quedé con todo el cambio. Y, para mi satisfacción, de una cosa te diste cuenta, que no todos los hombres somos iguales, como aquél cerdo con el que mantuviste un diálogo corto pero obsceno. Y en mi caso, desde que te recogí en mi taxi, he sido todo el tiempo correcto contigo, pero cuando tú decidiste tener intimidad sexual conmigo, comprobarías que soy un hombre aseado, y eso que llevo más de ocho horas y media transitando con el coche, con el añadido de que he descargado mi vejiga un par de veces o tres.

Policía. Este es mi papel representativo para acudir a mi trabajo. Por lo general, nunca cambiaba la rutina. Mi clientela femenina siempre se inclinaba por un policía, y a veces por un bombero, un militar o un boxeador.

Me equipaba yo con el clásico uniforme de oficial de la policía, cogía las llaves del coche y salía de mi casa. Cerraba la puerta, bajaba a la calle, me subía al coche, arrancaba el motor, y empezaba a avanzar por el Paseo de las Delicias, de Sevilla.

Trabajaba como striper en fiestas de aniversarios, cumpleaños o simplemente porque la señora de la casa hacía como un año. Mi trabajo no era gran cosa, pero se pagaba bien, mejor que cualquier otro de la clase media. La primera y única regla de un striper era la de ser un auténtico profesional en todo, y más aún en cuanto a no propasarse con las clientas.

Llegaba a la dirección indicada. Estaba claro que allí era la fiesta, pues la música se escuchaba a lo lejos. Estacionaba el coche, apagaba el motor, quitaba la llave y salía de él, cerrando después mi puerta. Ya ante la cancela de un suntuoso chalé, el lugar de la fiesta, pulsaba el timbre y esperaba.

La misma cumpleañera me abría la cancela. Ni remotamente imaginaba que me iba a encontrar con una señora tan despampanante. Era una mujer madura, muy guapa y con buenas hechuras. Llevaba pelo corto. Tenía un cuerpo verdaderamente colorista: bellos, grandes y firmes pechos y un trasero redondo. Un escote impactaba en mi cara, como incitando a que lo mirase. La dueña de aquel escote me miraba y sonreía, y a su mirada y su sonrisa se le unían dos señoras o señoritas más, que, bailando con vaso de whisky en mano, me enviaban miradas incendiarias.

_______¡Pero, chico, entra ya! -exclamaba en un tono cordial la madura cumpleañera. Parecía alegre, quizás por el alcohol ya ingerido.
_______Veo que es una linda fiesta, pero no tanto como ustedes. ¿Podría unirme a sus bailes? –preguntaba sonriendoy desabrochándome dos de los botones de mi camisa y moviéndome al compás de la música que estaba sonando.
_______¡Claro, oficial! -me decía con un hablar un tanto nervioso una de las chicas.

Del tirón me arrancaba la camisa, dejando mi torso al aire. Las chicas daban gritos de exclamación, y con palmas acompañaban mis movimientos al ritmo de la música.

Con lentos movimientos, me quitaba después el cinturón de balas, y dejaba que mi pantalón se escurriese por mis piernas, desposeyéndomelo a la altura de los zapatos, quedándome tan sólo en tangas. Las chicas soltaban gritos, y dos de ellas se venían hacia mí y me acariciaban el pecho, los brazos, los muslos y las mejillas. Y una tercera, tal vez la más atrevida, ponía una de sus manos sobre mi paquete.

Pero mis ojos estaban posados en la madura cumpleañera. Aquella mujer me había atrapado. Sonreía y miraba a la concurrencia a la vez que se servía otro whisky. Por alguna razón, obvia por otro lado, podía yo adivinar que algo se le estaba humedeciendo por ahí abajo.

Después de una hora de show, me ponía de nuevo la camisa, ayudado por una chica que permaneció a mi lado todo el baile. ‘Mi madura’ se me acercaba de nuevo.

_______Ven conmigo. Te voy a pagar lo que hemos acordado.

La seguí por uno de los pasillos de aquel lujoso chalé, hasta llegar a un dormitorio. Cerraba por dentro la puerta con pestillo. Un nerviosismo me invadía, y una erección repentina e inoportuna se apoderaba de mí.

La madura cogía una billetera que había encima de un mueble antiguo de caoba, frente a la cama y contra la pared, y sacaba unos cuantos billetes.

_______Aquí tienes los 600 euros acordados. Más 200 de propina, 800 en total. Cuéntalos si quieres -decía, con una sonrisa nerviosa en los labios.
_______No hace falta, señora -respondía-. Por cierto, ¿cuál es su nombre?
_______¿Para qué quieres saberlo? –sonreía-. Mi nombre no importa. El tuyo es el que realmente importa –añadía.
_______Me llamo Adolfo -respondía.
_______Bonito nombre -me decía mirándome a los ojos y acercándose más a mí. La sonrisa en su cara permanecía inalterable.
_______¿Como empezaste en este oficio?
_______Como muchos otros chicos de mi edad. Estaba sin trabajo, y la idea me la dio un compañero que me acompañaba en el gimnasio.
_______Espero que te guste tu trabajo -decía mirándome insinuante.

Sin ningún pudor y con total desparpajo, me cogió el bulto con su mano derecha.

_______¡Oh! Si quieres ganar mucho dinero, no busques otro trabajo.

Su mano izquierda alzaba torpemente su vaso de whisky, que finalmente cayó haciéndose añicos contra el suelo. Sin prestarle atención, se separó el escote, dejando ver sus pechos, pero sin dejar de mirarme a los ojos. Mi respiración se aceleraba. Quería hacerle el amor desde que me había abierto la cancela, pero no quería dejar de ser el profesional que siempre era.

De pronto, apartó la mano de mi bulto, y poniéndomela sobre mi pecho me dio un empujón, haciéndome caer de espaldas a la cama. Seguidamente, se me puso encima y me lamió el cuello. Percibí una mezcla de olores a alcohol y a perfume femenino de los caros.

Intenté apartarme, pero no podía; era como si hubiese perdido mi fuerza de la voluntad; ella me la había arrebatado. La cogíade la cintura y deslicé las manos hacia sus firme nalgas, cubiertas por una falda roja, como de unos diez centímetros por encima de las rodillas, que dejaba ver unos muslos morenos, tersos y torneados.

Me besaba en los labios, mordisqueándolos, acariciando mi lengua con la suya en suaves movimientos circulares y constantes. Me abría la camisa y me lamía el torso y las tetillas. Mis dos manos alzaban su falda, y dos de mis dedos se colaban entre su entrepierna. No llevaba bragas, y su sexo estaba empapado y palpitando.

De pronto, se tumbó a mi lado sobre la cama, mirándome, incitándome, como si estuviese pidiéndome con los ojos que hiciese lo que quisiese con su cuerpo.

Me quitó la camisa y el pantalón, quedándome en el tangas del baile, y luego se desposeyó del sujetador, dejando sus pechos al aire, y yo le arrebaté la falda, terminando por desnudarla por completo.

Mis manos recorrían su vientre, subiendo poco a poco a sus redondos senos, y luego de besarlos, le succioné los mamelones, mientras le iba acariciando todo el cuerpo con las yemas de mis dedos. Gemía y gemía, sin parar...

Me aparte de aquellos sensuales y adictos pechos, acariciándolos una vez más, y mi lengua seguía hasta llegar a sus muslos. Besé uno, después el otro, sin aun tocar su tesoro, sólo unos amagos. Aquella madura ardía en deseo.

Me concentré en su botón de abajo, paseándose mi lengua de un lado a otro, arrancando aullidos a aquella bella mujer. Lo lamí le metí dos dedos en su sexo y seguí con mis juegos de lengua.

Su vientre subía y bajaba al ritmo de los gemidos de sus movimientos en mi boca. Borracha de deseos y caliente como candela, me pedía que la follase. Suponía que ya habría tenido dos orgasmos, por lo menos.

Me quitó con lentitud el tangas, mientras mi lengua saludaba a sus labios vaginales. Ella alzaba su pelvis y se metía mi miembro, que era recibido sin aduanas y con el túnel de las piernas abierto de par en par.

Comencé a moverme mientras que, inclinado sobre sus pechos, acariciaba con la punta de la lengua todo lo que pillaba. Ella me tiraba fuertemente del cabello y se aferraba a mi espalda, y con sus diez uñas me la arañaba, provocándome algunas vías de sangre, pero no sentía ningún dolor.

Una sucesión de gemidos animalescos brotaban de su garganta a medida que los espasmos de otro climax invadían su sexo y extendiéndose por todo su cuerpo, al tiempo que contorsionándose a su antojo. Y yo sentía que iba explotar también, de modo que me cogí el pen y lo metí en la boca de ella, rojo carmín los labios. Dejándome llevar por la pasión del momento y por mi experiencia, eyaculé bestialmente en su garganta.

Mientras me iba recuperando, llevaba uno de sus pechos a la boca, lamiéndose el mamelón, bebiéndose el poco semen que había caído sobre el contorno, pues casi todo le había entrado en la garganta, que luego lo saboreó y se lo tragó. Con las últimas gotas de semen que quedaban aún en una de sus manos, se relamía los dedos. Y mirándome y sonriéndose, me dijo:

_______Espero volver a verte de nuevo. Y lo más pronto posible.
_______Seguro. Puedes apostar, sin riego a perder, al sí.

Y luego de decirle eso, empecé a vestirme de nuevo, mientras le hacía un gesto como haciéndole ver que mi miembro era sólo para ella.

Y así me lo proponía en adelante. Dos o tres veces al mes, previa llamada telefónica, me pasaba por su chalé y hacíamos el amor en todas las versiones. Pero eso era al principio, porque a medida que la iba visitando nos íbamos cogiendo cariño, y era que desde entonces dormía en su casa. También al principio recibía 800 euros por cada cita, pero pasados dos meses, no querría más dinero. Me estaba dando cuenta de que le estaba cogiendo mucho cariño. ¿Quizás enamorado?

Al año de conocernos me confesó que estaba enamorada de mí. Ella no tiene hijos y se quedó viuda a los 45 años, y actualmente cuenta 54. Tiene mucho dinero y propiedades rústicas y urbanas. Se llama Nuria. Me ha propuesto que nos casemos y que vivamos en su casa, pero esto es algo que me lo estoy pensando, y no es más que porque no quisiera hacerle daño, precisamente porque la quiero y porque tengo un alto concepto de la fidelidad, y no estoy yo muy seguro de no serle infiel, con lo cual le demuestro que soy un hombre honesto. Yo tengo ahora 26 años y el mes próximo cumpliré los 27.

En la ciudad de Sevilla, en una de las dos entradas finales a Sierpes (una céntrica calle peatonal de la ciudad), un joven indigente dibujaba al óleo y trataba de vender sus lienzos a los transeúntes que se detenían a ver su arte.

En las ventanas y los balcones de todos los pisos florecían los primeros azahares, que daban olor, color y vida a esta típica calle sevillana. La primavera aparecía dando su primer saludo, y Sevilla se lo agradecía saliendo a recibirla.

Uno de los protagonistas de esta romántica historia, Luis, también salía a recibirla, pero confiando en que le trajese algo más que un buen tiempo y un olor a azahar.

Luis era feliz desde hacía meses, se había echado novia y se sentía muy importante por cómo llevaba sus estudios, y también por ser el portero de su equipo de fútbol juvenil, el Betis. En el curso escolar anterior, terminó el Bachillerato y en el siguiente, una vez superada la Selectividad, empezaría la carrera de Ingeniero Agrónomo.

Pero la vida, que en demasiadas ocasiones se obstina en castigarnos cuando mejor está uno o al menos recuperándonos, le dio un duro golpe que no supo encajar: su chica lo abandonó. A pesar de este fatal revés, estaba decidido buscar una nueva mujer con quien compartir el resto de sus días.

Desde la Plaza del Duque llegó a la calle Sierpes, encontrándose con el pintor. Se paró y miró largamente un lienzo con la cara de una mujer en primer plano, y una borrosa imagen de un hombre en el fondo. Después de recrearse mirando el lienzo, empezó a caminar rumbo la Plaza Nueva.

Por el otro extremo de Sierpes, avanzaba Lis; una chica pelirroja y linda de cara, que, siendo ésta el espejo del alma, podría decirse que su interior era más lindo. Llevaba gafas y era entradita en carnes. También había acabado su Bachillerato y después de la Selectividad iba a iniciar la carrera de Medicina y Puericultura.

Lis nunca había tenido relaciones sentimentales con ningún chico, excepto algunos idilios platónicos con sus compañeros del colegio, cuyos idilios nunca llegaban a nada. Era una chica tímida, reservada, tal vez porque vivió bastantes años sin el cariño de un padre, que se divorció de su madre y desapareció del mapa, o quizás porque en su colegio era objeto de mofas por su constitución gordita, por parte de los otros alumnos, o quizás por el color de su cabello, o quizás por su miopía, que la obligaba a llevar gafas, o quizás por una mezcla de todo eso.

Cuarenta pasos después para Luis, que tenía mayor zancada, y cincuenta y uno para Lis, se vieron frente a frente. Y fue justo en ese momento que se miraron, y en cinco segundos vivieron toda una vida.

Él imaginó invitándola a un helado en la cafetería La Campana, donde servían copas de surtidos sabores con nata y caramelo líquido, acompañados de barquillos, que se comerían sin hablar, y sólo con la mirada se entenderían. Y abrirían sus corazones como nunca lo habían hecho.
Ella imaginó tumbados en el césped del parque de María Luisa, donde sus labios se buscaron con los ojos cerrados y el corazón abierto intentando encontrar el calor que los dos buscaban.
Ella imaginó enseñándole cómo manejar un bisturí, sin conseguirlo.
Él imaginó invitándola a cenar, mesa con velas y un violín de fondo.
Ella imaginó su 'primera vez', con unos gemidos como única música.
Él imaginó pidiéndole la venia a la madre de ella para ennoviarse.
Ella imaginó un finde con él en la playa de Rota, tomando el sol y divirtiéndose.
Él imaginó una puesta de sol con ella, mirando los infinitos matices multicolores.
Ella imaginó viviendo juntos, compartiendo todo con él.
Él imaginó trabajando como Ingeniero en una empresa agrícola.
Ella imaginó a él de rodillas en un lugar idílico entregándole un anillo.
Ella imaginó un vestido largo blanco y sus ojos humedecidos por la emoción.
Ella, ya médica, imaginó pariendo su primer hijo.
Él imaginó llorando de alegría por el nacimiento de su hijo.
Ella imaginó a los tres juntos, observando los primeros pasos del bebé.
Él imaginó el bautizo de su hijo, borrachera incluida.
Ella imaginó la llegada a la familia de un miembro más: una hija.
Él imaginó el fatal cierre de su empresa, y ella a su lado apoyándole,
Ella imaginó besando a su hija, que dejaba el nido y se independizaba.
Él imaginó el debut de su hijo como portero juvenil del Betis, como antes él.
Ella imaginó viajando por España, siempre con él y sus dos hijos.
Él imaginó la boda de su hija y su felicidad y su tristeza a la vez.
Él imaginó su primer nieto, al que hizo socio del Betis desde la cuna,
Ella imaginó paseando con él y con sus nietos en el jardín de su barriada.

Y el final de estos encantadores cinco segundos, los dos se imaginaron, abrazados y ancianos ya, esperando que Dios se los llevase juntos.

Pero nada de eso ocurrió. Se acabaron las imaginaciones y cada uno siguió su camino. Parecía auténtico el amor que sentían, pero sólo duró cinco segundos y en la mente de ellos. Realmente podría haber sucedido, pero actuaron cobardemente: Lis, por su timidez, se asustó; y Luis no fue lo suficiente valiente para vencer su miedo al pensar que de nuevo lo iban a abandonar.

Mientras Lis doblaba la esquina miró atrás, al igual que Luis, que también miró; un segundo más de propina, que ambos no supieron aprovechar y que quizás ahí, en ese segundo, hubiese estado de nuevo el principio de la felicidad de los dos.

Lis se reinició su caminar; pero, de pronto, a mitad de Sierpes, alguien la paró: era el pintor, que, con una cara llena de bondad y una agradable sonrisa en los labios, le dio el lienzo que tenía en el caballete. Pero Lis no lo quiso aceptar, alegando que era su medio de ganarse la vida. El pintor insistió en su obsequio y la muchacha no tuvo más remedio que recogerlo.

Luego de agradecerle el detalle, miró el lienzo y se quedó sorprendida al ver que en el primer plano se hallaba ella con su melena pelirroja e incluso sus gafas; y en el fondo, a punto de desaparecer en la esquina, había un espigado joven, cabizbajo, con la perspectiva en el dibujo de una de sus piernas iniciando un caminar...

'¡Pero si ese del fondo el chico que antes se ha cruzado conmigo!', pensó.

Aquel artista pintor, que era una buena persona y que tenía mucho de adivino, había adivinado lo ocurrido entre Lis y Luis. Hecho que le hizo recordar su propia historia de años atrás, y fue por esto que antes de regalarle el lienzo a Lis se apresuró a ponerle cara a la imagen borrosa del fondo. Lis, entusiasmada, salió corriendo y buscó desesperadamente a Luis y lo halló. Y ahora toca rebobinar las imaginaciones para convertirlas en realidades.