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SÓLO ESCRITOS DE TERROR

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Mensaje  achl Vie Ago 28, 2020 12:31 am



Aquella chica y su mejor amigo

A través de un sendero de tierras heladas que se internaba en pleno corazón del aquel siniestro bosque y sus secretos, una fatal noche de un gélido enero una chica había caminado durante seis horas, aterida de frío, alejándose para siempre de su hogar, de sus padres, de sus hermanos, de su pueblo y de toda la gente que había conocido y tratado en su vida.

El aire ululaba, siniestro, tratando de persuadirla para que retrocediese, congelando su piel para que así no olvidase el calor de los suyos.

Pero ese frío era fuego si lo comparaba con el hielo que había petrificado el interior de su alma. Todas las mentiras habían dejado de resultar. Ya no soportaban el peso, la impostura de su vida. Vivir fingiendo es muchísimo peor que morir. Y ahora, tras incontables tormentas de dudas y dédalos, caminaba, con pequeños pero decididos pasos, hacia la verdad, oscura, oculta. Pero la verdad es la verdad… Porque Tomás, de 21 años, se había alistado al ejército para irse a la guerra a luchar por su familia y ganar dinero y así procurarles a sus padres y a sus hermanos, más pequeños que él, una vida mejor. Pero el joven nunca más regresó.

____ Ha desaparecido –algunos del pueblo le decían a la chica.
____ No han conseguido encontrarle -afirmaban otros.
____ ¿Cómo que ha desaparecido? ¿Cómo puede desaparecer alguien que sientes y oyes y ves su cara cada día y a todas las horas? No, Tomás, tú no has desaparecido, sigues presente en mí. Para ellos eres sólo un recuerdo porque no te amaban con el corazón como yo, un trozo de carne que ya no palpita. Para ellos el mundo seguirá girando, pero nosotros no estamos aquí, nos hemos ido –dijo ella con voz cargada de sentimientos

Iluminada por el débil fulgor de las estrellas y una Luna velada por nubes cargadas de negritud, la chica arribó hasta la orilla del lago. Se sentó en una roca, temblando. El agua era un espejo negro, lamido en ondas por el viento reflejado en su oscuro gemelo del cielo. Y a su alrededor, majestuosos árboles en hileras, como dientes de una Naturaleza abismal en su arcano. Se sentía poca cosa, y así era en realidad en medio de aquella inmensidad. ¿Qué era sino una chica confusa tras perder el libreto de su vida?: un espectro de carne y huesos en mitad de la nada. Y estaba justo allí, porque éste era el lugar y el momento donde la voz de un sueño le dijo que tenía que estar. En realidad, quería permanecer con su mejor amigo, Tomás.

¿Es una locura dejarse llevar por una locura? Posiblemente, sí en la misma medida que lo es el conducirse por una lúcida idea, pues la vigilia tal vez no sea sino la más poderosa ensoñación.

Tiritando, abrazada a sus propias rodillas y meciéndose en un intento por conservar un mínimo calor, aguardaba con resignación su destino que intuía tan oscuro como todo cuanto la rodeaba.

De pronto, en la línea que se suponía separaba la indistinguible oscuridad del agua de la del cielo, aparecía un círculo de luz amarillenta, lejana y mortecina, como una estrella caída, o el ojo de un animal que despertase. La miró con fijeza, sin dejar de mecerse. El aire revolvía su azabache melena, como en un último intento de hacerla entender que aún estaba a tiempo de irse de aquel lugar, de volver a su vida. Pero, firmemente decidía que ya era tarde, imposible regresar. El destino se precipitaba velozmente. La voz de aquel sueño parecía ahora más real que la de todos sus seres queridos. La voz de aquel sueño no la había engañado.

Una luz distante se aproximaba tan rápidamente que parecía no moverse, como si el aire mismo fuese un bloque de hielo invisible. Crecía, podía apreciarlo a pesar de los escalofríos de su cándido cuerpo, congelado casi.

Cada vez más cerca flotaba sobre el agua. Pensó que sería una lámpara de gas, una de esas lámparas de mano, y tan apagado era su brillo que aventuraba milagroso el hecho de que se mantuviese aún encendida en mitad de una noche cortante como ésa. Entonces distinguía un chapoteo en el agua que se repetía rítmicamente. Veía que la lámpara –que eso es lo que era– no llegaba arrastrada por el viento, lo hacía sobre una madera negra, como quemada, una especie de barca.

El aura de luz perfilaba entre pliegues de sombra a aquella encapuchada figura, tras ella tan sutilmente, que llegó a creer que era una ilusión, entumecidos sus sentidos. Remaba con desmesurada lentitud con lacias brazadas. Tardaba largos minutos en llegar a la orilla, como una escena de un irreal sueño lúcido. “¿Estaré soñando?”. Se ponía en pie con su insospechada amedrantada estatura.

La luz gas titilaba sobre los huesos amarillentos de la calavera, mostrando sonrisa estática desde el fondo de la tela negra.

La chica se incorporó vehementemente al recibir una dentellada del terror. Trataba de huir, incapaz de entender cómo una pesadilla así se había filtrado en la realidad. Entonces escuchó una voz dentro de su cabeza:

____ Yo te hablé ayer en sueño.

Cierto, reconoció al instante aquel grave tono y su cadencia inmaterial. Y de alguna forma entendió que aquella voz era la suya propia hablando desde algún parapeto interior desconocido, no de la figura siniestra rebosante de quietud. Su mente tenía dos bocas. Así lo sentía, aunque en absoluto lo comprendía.

____ ¿Eres... eres la… Parca…? –preguntó, tartamudeando.

La calavera no abría la mandíbula, pero sus palabras se escuchaban claramente.

____ No, soy la imagen de la idea que tu cultura sembró en vuestra cabeza sobre el fenómeno que ustedes conocéis como muerte. Tus antepasados crearon esta tétrica forma simbólica para presentar mi aparición. Para ellos era lo sublime de lo terrible, aunque sea patética. Es bueno para ti que puedas verme así, una reconstrucción personal que elaboras de esa imagen, ya que, si vieses la realidad de lo que soy, mi esencia que ahora te rodea, perderías la razón irremisiblemente.

La chica se frotaba los brazos para aumentar la temperatura en su cuerpo, a la vez que trataba ella misma de infundirle ánimo a su corazón.

____ Creo que estoy hablando con mi propio pensamiento –dijo al aire de la noche, recuperándose un poco.

____ Vivo en ti, pero te aconsejo que no lo intentes comprender porque sería imposible para tu mente. Es una protección natural; como los párpados a la luz del Sol.

La chica miró las cuencas negras, que le devolvían un vacío.

____ ¡Quiero ver a Tomás! ¡Dijiste que estaría aquí y ahora y en este lugar! ¡Cumple tu palabra! ¡Se que está muerto! -se enfurecía.

Tras un largo silencio, la muerte icónica respondió:

____ El tiempo y el espacio son lo mismo, son aspectos de la unidad del Todo, que todos los hombres se empecinan en dividir con su manía de inventar nombres y criterios, por razones pragmáticas o por vanidad. Todo cuanto fue y será está aquí, y ahora.

Apoyaba la frente entre sus manos como si no pudiese soportar el peso de sus ideas Al poco, alzó su cara hacia la muerte, con ojos bañados en lágrimas, pero hablando enérgicamente:

____ ¡Quiero estar con mi amigo Tomás en su último aliento! ¡Muéstramelo, porque para eso he venido!
____ Eso que me pides te causará un dolor que jamás lo superarás.
____ ¡Quiero verle! –insistía con lágrimas en mejillas-. ¡Se lo debo! ¡Quiero sufrir con él! ¡Y tú me lo prometiste...!
____ Tomás murió, y él no querría que tú sufrieses lo mismo. Te prevengo, no es lo que esperas. Él no volverá jamás.
____ ¡Y yo no volveré a mi casa sin verle, aunque por última vez!

La Parca la miraba desde su irónica palidez. Sacaba negra mano de la oscuridad, para señalar la arena cercana a la orilla, y le dijo:

____ Contempla tu deseo entonces. Siento que hayas despreciado mi consejo.

El lugar que marcaba su índice descarnado se iluminaba. La arena se removía e iba formando un parapeto de trinchera. El musgo se estiró en una espiral de alambre de espino, y las rocas se convertían en vigas de una barricada metálica. Desde lejos, llegaban unos tableteos de distantes ráfagas de ametralladoras, estruendos sordos de obuses. Entonces, ella lo vio...

¡Era él! Lo veía a través de sus ojos empañados, moviéndose junto a sus colegas de trinchera. Iba cubierto de sangre y barro, pero le reconoció por su corpulencia, su pose. Gritó al soldado señalando al lago con su rifle a la vez que se sujetaba el casco con una mano. Los otros también gritaban y disparaban. Si pudiera sacarlo de ahí con un abrazo y traerlo consigo... De pronto oyó un silbido agudo bajando al grave. Y la tierra explosionó y reventó estruendosamente en un volcán terrible de piedras, casquillos de balas, chinos, barro...

Durante segundos vio la escena infernal ante ella, estupefacta, como si fuera una foto imposible. Empezaba a entender parte de lo que le mostraba.

Los gritos de su mente al romperse eran arrastrados por el viento hacia las heladas llanuras de noche sin fin.

Un pescador descubría el cuerpo congelado de la chica, junto a la orilla. En pocas horas estaban allí, conmocionados en un amanecer de pesadilla, su familia, amigos, vecinos y las autoridades del pueblo (a los políticos les encantan salir en la foto, y así pretenden simular que les importa la gente de su localidad).

Las almas de los familiares y los amigos que allí había se rendían ante el prolongado desgarro y el llanto de aquellos padres, antes sus gestos de ternura al arropar a su niña, para luego llevarla de vuelta a casa, lejos del frío.

Nadie de aquella comitiva de dolor había podido ver cómo se alejaba la barca hacia el interior del lago nocturno. Nadie había visto a aquella figura de negro que, con lenta majestuosidad, remaba incansable. Nadie sabía que en el fondo descansaba la chica, acurrucada cual bebé en el vientre de su madre, murmurando ensoñaciones en aquella noche profunda, etérea... Nadie, ni remotamente, podía imaginar lo que iba a pasar en el escenario de aquella funesta noche...

Una noche que la mayoría de los humanos conocemos por ese nombre tan rotundo de ETERNIDAD.


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Mensaje  achl Vie Ago 28, 2020 12:40 am



Agonía en una vida joven



No sé por qué estoy aquí pensando, ausente de mí misma y de cuanto me rodea. Escribiendo, quizás por escribir, o quizás por rellenar lagunas de mi vida, de las que nunca he querido hablar. Intentando ahuyentar, una vez más, los fantasmas que se empeñan en regresar para ahogar los quejidos de mi alma, maltrecha de agonía, y los latidos de mi corazón, hartos, muy hartos ya de tanto sufrir.

Lo que estoy haciendo ahora es adentrarme en un mundo creado por mi fantasía, aferrándome con fuerza a... ¿quién sabe a qué realmente? Pero da igual.

Imagino sueños, pero no puedo dejar de vivir la realidad que cada día se presenta por sorpresa y sin avisar y sin preguntar si quiero verla. Pero ahí está puntualmente frente a mí, para que no me olvide de ella.

A veces quiero hablar sola; otras, le quiero gritar a todos que me dejen en paz. No quiero ver lo que me espera, quiero estar sola, sin hablar, sin que nada pueda tener la más mínima oportunidad de hacerme daño, sin que mi corazón y mi alma se desgarren una vez más por desesperación. Pero otras veces, las más, me tranquilizo, para seguir más tarde atormentándome, sin piedad.

Quizás no esté segura de lo que hago aquí; puede que nada, puede que todo, sólo sé que el pasado está donde debe estar y que mi futuro lo seguiré escribiendo yo. ¿Pero qué es lo que quiero escribir? Las dudas me corroen, me destrozan, las dudas van a ser mi final...

Trato desesperadamente reponerme, pero no hay nadie ni nada a lo que aferrarme, y lentamente me voy apagando. Se me acabaron los motivos para seguir viviendo, pero soy demasiado cobarde para terminar con mi vida. Creo que sería lo mejor, pero cómo, ¿dónde y cuándo puedo quitarme la vida?

Trato de hallar el valor para irme definitivamente. Es el único modo de lograr que no tengan que preocuparse por mí. Y así todos quedamos en paz y contentos: ellos, por verme morir; y yo, por imaginarme ya muerta. Esta vida no es para mí. Me ha superado grandemente...

Sigo sin entender el motivo de mi absurda existencia.

Otro día más de desánimos, desesperanzas, desilusiones y decepciones con la vida. Me siento perdida. Ya no quiero nada, ya no necesito nada, ya no espero nada... En realidad, no sé por qué narices sigo aquí, ni para qué siguen amaneciendo los días para mí.

Estoy cansada, muy cansada, tremendamente cansada. Toda una vida dando amor, regalando mi tiempo, mi esfuerzo, mi ilusión, pidiéndole a la vida sólo un poco de eso mismo que he dado y, al final descubro que el amor, el respeto, el derecho a ser persona, el derecho a la justicia en mi vida, tan sólo se reducen al volumen de mis ingresos.

Nada tengo, nada soy.

No quiero ya seguir luchando. Me veo condenada a sufrir cada día hasta que me extinga por completo. Pero que no se demore mucho. Mi deseo es desaparecer de este mundo cuanto antes. Le pido a Ese Ser Superior que me mande la Parca.



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Mensaje  achl Vie Ago 28, 2020 12:44 am



Fuera de control

Hoy no será una noche más. Voy a salir en mi coche como cualquier otra noche a recorrer las bulliciosas y también a veces silenciosas calles, dependiendo de los días, de mi ciudad, Sevilla.

Es en la soledad de la oscuridad, cuando el mal que recorre mis entrañas aflora, el odio es el primero en aparecer progresivamente poco después acompañado de una terrible ira que aparece en mi interior de una forma súbita e incontrolable.

Mi cabeza se nubla y mi cuerpo se tensa. Siento la necesidad de golpear todo lo que me rodea. Siento la necesidad de hacer desaparece la piedad en mí. Mi corazón se acelera de una forma un mucho preocupante...

Antes de salir, a manera de ritual, para completar mi transformación me sitúo frente al espejo, mirándome fijamente a los ojos hasta que dejo de verme como persona, que es entonces cuando aparece el monstruo que hay en mí y que está al mando de mis actos.

Es ya la hora de la partida...

Las normalmente cálidas y también frías calles sevillanas, alumbradas por unas luces artificiales, son las casas de los pobres desdichados desamparados, locos, borrachos, drogadictos, delincuentes....

Despacio circulo por las calles de Sevilla. Hoy no volveré a casa para dormir. Tanto odio es represivo. Mis ennegrecidos ojos ven a uno rebuscando en un contenedor de basura, situado en una de las puertas de unos grandes almacenes. Me bajo del coche lentamente, cabizbajo, pero con paso decidido y firme, y mi corazón cada vez más rápido, mis pulsaciones a lo fórmula uno, se disparan. Fijo la mirada en aquel. Mis labios esbozan palabra de desdén hacia su persona. No tengo motivo para ello, pero así viene sucediendo, una y otra vez, invariablemente...

Su enclenque figura encima de una caja de cerveza y, sirviéndose de bastón, mueve y remueve el interior del contenedor, insistente, ausente e ignorante de un ser que se le acerca sigiloso por la espalda, con no muy buenas intenciones: yo.

Paso a paso, cada vez la distancia es menor.

Ya estoy casi pegado él.

____ No eres tú el culpable de mis odios, pero eres mi objetivo.
Inconscientemente, cada vez más cerca de él, no tendrá posibilidad de defenderse, mataré de la forma que sea su presente, al tiempo que se tambalea mi futuro.

____ Perdona a la persona que un delincuente fue. Tú serás la segunda víctima del monstruo que hoy ha despertado en mí.
____ ¿Qué quieres de mí? ¿Quién eres? ¡Déjame sobrevivir!
____ Me tienes detrás. No hay vuelta de hoja. Es tu fin.
____ ¡Y el tuyo también!

Encima de una mancha extensa de sangre, de dos diferentes grupos sanguíneos, yacen dos mal llamados humanos, como “un homenaje” al odio, a la envidia y al rencor que impera en este puto mundo de mierda, por más que queramos o nos empeñemos en disfrazarlo.



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Mensaje  achl Vie Ago 28, 2020 12:49 am



Horror en La Casa de la Colina


Aquella casa se encuentra en lo más alto de una empinada y prolongada colina. El trayecto que conduce hasta ella es justo el que deja atrás el viejo Cementerio. Este es el único acceso existente para llegar. No hay otro. Nunca lo ha habido.

Inevitablemente iré por allí para ver una construcción sombría, oscura y tétrica que se alza como un baluarte a la desesperación, como única opción si yo decido dejar atrás la muerte. Pero no por ello mejor, ni mucho menos, satisfactoria.

Me aterroriza morir. No soporto saber que mi cuerpo será pasto de la putrefacción más espantosa, que gusanos inmundos recorrerán mi garganta y que anidarán en las cuencas vacías de mis ojos, que mis pieles reventarán, y darán paso a los insectos que han aparecido tras la eclosión de cientos de millones de huevos depositados bajo ella.

Huiré del Cementerio, lugar elegido por todos los que no se atrevieron a ir más allá, por todos los que prefirieron la terrible descomposición que aterroriza mi alma, antes que enfrentarse a ella: “a La Casa de la Colina”.

Seguiré el camino sinuoso al anochecer, justo en el momento en el que la luz debe apartarse para dar paso a la oscuridad más absoluta. Justo cuando las últimas vetas del día se entrelazan con los primeros tentáculos, oscuros, negros y tenebrosos de la noche.

Oiré, al pasar por su lado, gritos estremecedores y silenciosos, como reclamando la presencia de quienes moran bajo las frías e inertes losas de mármol, y que tal vez hayan sido seres humanos alguna vez, pero que dejaron de serlos hace muchísimo tiempo, transformadas sus carnes en carroña, que era devorada por miles de viles insectos hambrientos, frenéticos, imparables, insaciables…

Y continuaré caminando, pese a la tenaza que va oprimiendo mi corazón en forma de desesperanza, pese a la oscuridad húmeda y viscosa, que siento crecerme en mi interior, como un líquido nauseabundo que inunda mis entrañas.

Miraré al frente y la veré allí, arriba, esperándome, segura de su terrorífica vida, con las columnas del pórtico cubiertas por completo de repelentes enredaderas muertas con los escalones que conducen a la entrada, muy extrañamente húmedos, oscuros y pegajosos. Si me atreviese a tocarlos, si me osase a obligar a mi ego a cumplir con las exigencias de mi cerebro y los rozase apenas con la yema de mis dedos, notaría que la gelidez de su tacto paralizaría mi ser. Pero no lo haré, porque el pánico de lo que he dejado atrás y la terrorífica presencia de aquella casa, me impulsarán a seguir adelante, sin poder hacer nada por evitarlo.

Veré puertas inexistentes frente a mí, que sus oscuridades sólo revelan el vacío más angustioso, apoderándose de mi esencia. Gotas de sudor destiladas por el mismo terror, que anidan en mi alma, rodarán calientes y apáticas por mi frente y por todas las fibras de mi cuerpo.

Las agujas de grima helada que se me fijan en la médula me instarán a dar la vuelta, me pedirán, desgañitadas que regrese. Pero no lo haré, daré un paso decisivo para adentrarme en las tinieblas de la inexistencia, e intuiré que ya será muy tarde para cualquier otra cosa. Percibiendo que la casa succionará el más mínimo atisbo de mi esencia. Sabedor, por fin, de que el horror más espantoso y la descomposición más putrefacta y el infierno más enloquecedor preferible, será, probablemente, lo que me espera en su interior, porque desde el mismo momento en que avance hacia las sombras vacías de una existencia, en el mismo momento en el que me adentre en la oscuridad que me llama y me reclama, sabré que nunca volveré, porque, ya dentro de ella, sólo seré…


La Nada Más Absoluta



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Mensaje  achl Vie Ago 28, 2020 12:58 am



La última puerta

Pues sí, aquí estoy yo, sentado en el suelo en medio de la oscuridad frente a una puerta que aún no sé si quiero abrir, mientras “eso” sigue buscándome sin cesar. Pero ¿cómo he acabado metido en esto? ¿Mi nombre? Mi nombre es Miguel. ¿Mis apellidos? Mis apellidos no importan nada en este caso.

Todo empezó con la muerte de mi padre, mes atrás.

Nunca fuimos cercanos el uno con el otro. Desde que se divorció de mi madre, no volvimos a hablarnos; de hecho, su muerte fue lo único que me indicó que en estos últimos años seguía vivo.

En su funeral me comunicaron que se había casado de nuevo y que tenía dos hijos, lo cual no me sorprendió; lo que sí me sorprendió y mucho es que luego del funeral me comunicase el notario que yo entraba en el reparto de sus bienes. Me testó una caja de madera, cerrada, y una llave con una nota colgando en la que rezaba:

“Hijo, tú eres libre de elegir”.

Una vez en mi casa, empecé a cuestionarme seriamente si abrirla o no. Por un lado, tenía curiosidad, pero algo en mi interior me decía que no debía hacerlo, y además aquel extraño mensaje... Finalmente, me fui a dormir.

A la mañana siguiente desperté decidido a abrir la caja. Así que cogí la llave y la abrí Dentro me hallé con un cuaderno, casi en blanco, salvo una de las hojas que estaba escrita con la letra de mi padre. Rezaba la siguiente pregunta:

“¿Estás dispuesto a seguir?”.

En ese instante no me lo pensé, pero si hubiese sabido lo que me iba a suceder, sin duda que mi respuesta hubiese sido no. En la última página del cuaderno había un sobre con una dirección.

El lugar escrito en el sobre era una antigua librería. Fui a ella, entré y me atendió un extraño anciano. Le enseñé el sobre, me miró fijamente a los ojos y me dio un libro viejo, que, al parecer, era un diario de la vida de alguien.

Salí hacia mi casa con el libro, y una vez en ella me puse a leerlo. El diario parecía de una persona trastornada, que hablaba de un sitio oscuro, en el que se escuchaban hablar a los muros y que sus pasillos eran recorridos por los mismos demonios. Esa historia me pareció una locura, pero no sé por qué pensé que no era mentira.
Al final del libro había escrito un nombre con sus dos apellidos: José Gros García. Al indagar en Internet encontré una noticia del año 1968, que decía que un obrero de una mina se volvió loco de repente y que mató a sus compañeros, uno a uno. Aquel tipo fue juzgado y declarado loco, por lo que fue encerrado en el manicomio “El Faro”. Ya allí, pregunté en la recepción por él, y entonces hallé mi primer obstáculo: se había suicidado. Pregunté que quién había estado a cargo de aquel enfermo, me dijeron que el doctor López. Fui a hablar con el doctor López que me informó que al principio consiguió controlar y detener su paranoia, pero que en los dos últimos meses su estado había decaído drásticamente que eso fue lo que le llevó finalmente al suicidio.

En mi casa de nuevo, tuve tiempo para pensar sobre cuál sería mi siguiente paso, y entonces recordé el artículo del periódico que encontré en Internet y, sin pérdida de tiempo procedí a examinarlo detalladamente. Descubrí que el autor de la noticia fue un tal Alejandro Orate Grillado, lo que me dio una nueva esperanza. Lo busqué en la guía telefónica y encontré su dirección.

Una vez en la puerta de su casa, pulsé el timbre y la abrió un tipo de unos 50 años. Después de darle los buenos días le dije que quería hablar con él. Me invitó a pasar. Ya dentro de su casa le hice algunas preguntas sobre lo ocurrido en la mina.

____ Señor Orate, ¿puede decirme qué pasó con Gros hace 30 años?

A lo que él respondió:

____ En la mina “Endemonio”, Gros y seis compañeros más estaban encargados de excavar en una nueva zona más profunda que las otras, ya que se estaba buscando una fuente de minerales. Según declaró el dueño de la mina, a la segunda semana, Gros empezó a enloquecer y decía que no debían seguir excavando porque la mina estaba muy enfadada con ellos. Pero él mismo no echó cuenta y siguió. A la octava semana de excavación ocurrió la tragedia: Gros mató a todos sus compañeros. Pero lo más curioso es que cuando le entrevisté negó los hechos, estando por creer que lo que me había dicho era verdad. Luego de los asesinatos, cerraron la mina.
____ ¿Y usted no se convenció más tarde que no los mató? -le pregunté.
____ Esa interrogante me tiene preocupado los últimos 20 años -me respondió.

Tras esto me despedí de Orate y me fui a casa, y por primera vez relacioné todo esto con el diario, por lo que ahora estaba seguro de que el lugar que describió Gros en el diario era aquella mina. Me puse a leer el diario de nuevo, pero, por desgracia, las últimas páginas eran ilegibles, por lo que no pude saber qué lo que para Gros pasó allí abajo el día de los crímenes. Me pregunté… “¿qué pasó realmente en la mina?”. Decidí finalmente entrar a la mina para averiguarlo por mi cuenta. Cogí mis cosas y me dirigí hacia donde se encontraba.

Cuando llegué a aquel lugar, parecía completamente deshabitado. ¡Y ojalá hubiese estado deshabitado!
En la entrada de la mina vi un mapa sobre la pared; memoricé cómo llegar hasta el sector. Encendí mi linterna y me metí en la boca del lobo.

La mina era tétrica, pero en general no tuve problemas. Cuando llegué a la puerta del sector 7 experimenté un escalofrío que me advertía que no continuase, pero mi curiosidad era grande. Abrí la puerta y seguí mi camino. Una vez ya en el sector 7, empecé a sentir una extraña sensación, como si “algo” estuviera mirándome. Por fin llegué al final del túnel donde debían estar excavando, y por primera vez entendí lo que decía Gros en su diario, porque en mi cabeza retumbaba… “¡aléjate!”, y estaba convencido de que no era una voz de mi interior. Miré a mi alrededor, como para darme una excusa a mí mismo del porqué de que no me atrevía a seguir. Y a esto que vi una hoja de un cuaderno tirada en el suelo. La cogí y las palabras escritas me quitaron el aliento.

Escritas en rojo, pidiendo que no fuese sangre, decía: “hijo, me alegro de que hayas llegado hasta aquí porque lo más seguro habría sido que ahora estuvieses muerto. Antes de nada, te pido perdón por lo que te voy a pedir, lo que en realidad quiero. Por favor, haz lo que yo no pude hacer, coge una picota que dejé por ahí y mira lo que no me atreví a mirar'.

Por un instante quería pensar que no era mi padre, sobre todo porque no quería creerlo, pero era obvio que era él. Sabía que una vez que avanzase más, no habría vuelta atrás. Lo mismo que antes, mi curiosidad derrotó a mi preocupación, así que busqué y hallé la picota y empecé a excavar, mientras la voz en mi cabeza seguía… “¡aléjate!”, y cada vez más fuerte. Finalmente, después de algunos minutos, crucé la pared rocosa y vi que tras la mina había una construcción antigua que estaba en un mejor estado que la mina, como si aún estuviese en uso.

Allí había un único pasillo que acababa en una puerta. Seguí por él, mientras la voz en mi cabeza era ya intensa, angustiosa y repetida... “¡Aléjate, aléjate!”.

Abrí la puerta y vi a un cuarto amplio, con una especie de máquina en un costado y una puerta sin manilla al otro. Supuse que la máquina era para abrir la puerta, pero cuando me fui acercando, mi linterna se apagó a la vez que las voces en mi cabeza callaron de pronto. Eso me cogió desprevenido, pero seguí ciego y en silencio hasta donde recordaba que estaba en la máquina. Entonces me asustó un ruido de una puerta abriéndose a mi espalda. No estaba solo. No sabía qué hacer, lo que sí sabía era que tenía que esconderme. Me fui a la pared y me puse en cuclillas, esperando que lo que sea que hubiese entrado por esa puerta estuviese tan ciego como yo en aquella densa oscuridad.

Después de unos momentos, dejé de oír los pasos, entonces me atreví a encender el tubo fluorescente que había traído para una emergencia. Y para mi alivio, “eso” ya no estaba allí. Más calmado, me acerqué a la máquina y tiré de la única palanca que tenía, y como sospechaba se abría la puerta del otro lado, no sabía si por miedo a que “eso” volviese o por ansiedad de conocer lo que me esperaba más tarde; corrí hacia la puerta y una vez que la crucé, se cerró tras de mí, y fue entonces cuando supe definitivamente que las cartas estaban echadas. Llegué al lugar donde ahora estoy: un cuarto completamente vacío, salvo una enorme puerta al final.

Me sentía más calmado, pero mi calma se rompía cuando escuchaba unos golpes en el portal por el que había entrado. La puerta era resistente, pero podría ceder. Tenía dos opciones: o seguir adelante o quedarme allí parado y esperar que “eso” me encontrase. La sensación que esto me estaba causando era exactamente igual a la que sentía al recibir la caja con la llave.

En aquellos atolondrados momentos no sabía qué era lo que me llevaba a cruzar aquella puerta, lo que sí sabía era que presagiaba que al otro lado de ella estaba el final de mi camino...



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Mensaje  achl Vie Ago 28, 2020 1:04 am




Lo trajo la noche


Era noche cerrada. La lluvia llevaba horas cubriéndolo todo con una incansable insistencia, pero poca gente era consciente de ello. Vivir solo en un caserón, en medio de ningún lugar entre altas montañas, era algo para lo que no todos estamos preparados. Y yo creía que lo estaba… hasta aquella noche. Nunca me había ocurrido nada igual.

Un repicar de la lluvia causaba ecos en toda la casa, reverberando en los pasillos, en cada rincón. Afuera, la lluvia se convertía en furiosa tormenta, mientras adentro, un silencio expectante se imponía sobre todo ruido. Tres golpes secos hacían retumbar la ventana, contundentes como verdades, rajando la seguridad de lo cotidiano.

Desde luego no habían sido producto de mi imaginación, aunque las circunstancias y la razón apuntasen a ello. Tres nuevos golpes, pausados, pero más vigorosos que los anteriores, confirmaban la angustiosa realidad. Era una llamada ¿pero de quién? ¿De qué? La segunda planta donde estaba se alzaba cinco metros sobre el suelo, y la ventana apenas tenía alféizar sobre el que apoyarse.

Aterrorizado, una curiosidad morbosa arrastraba mis pies de la cama y los llevaba en aquella dirección, orientados por la intermitente luminosidad de los relámpagos, que la atravesaban para inundar el cuarto. Las viejas maderas del suelo crujían bajo mi peso, mientras me acercaba lento hasta ponerme ante la ventana, y allí estaba, ocupando el vano de la puerta con su cuerpo, una irrealidad imposible, un error de la Naturaleza. Su bulbosa imagen recordaba a la de un pájaro deforme, creado según unos parámetros absurdos y cubierto su cuerpo por agudas varillas oxidadas, como de paraguas, que se entrechocaban causando unos sonidos angustiosos al ritmo de su agitada respiración.

La cara de aquel ente era lo pésimo; toda cordura quedaba destruida con su visión. Tenía dos ojos humanos asimétricos sin párpados, dos circunferencias perfectas que marcaban un odio fanático, y una ira infinita congelada sobre su víctima. Mostraba una dentadura de dientes irregulares, comprimidos en un mordisco atroz. Mi mente luchaba por volver a atar todos los cabos que me permitiesen unirme de nuevo al mundo real, mientras mi cuerpo quedada inerte frente a semejante aparición. No hacía nada, no decía nada, sólo me miraba con fijeza y con una rabia ancestral, sólo lógica dentro de su conocimiento.

Y la lluvia seguía cayendo...

Lo primero que veía al despertar era el cuarto blanco en el que estaba y de donde no volvería a salir. Ellos dicen que estoy loco, que la soledad ha destruido mi mente, pero ellos no lo han visto como yo, ellos no saben que convive en nuestro mundo, y quién sabe con cuántos entes más.

Su explícito mensaje era su presencia, dar a conocer su existencia real, traspasando el plano onírico. Empero, mi verdad nunca será escuchada.

Algunas veces, cuando la lluvia cae torrencialmente y las tormentas rugen con violencia y todos duermen, puedo escuchar, entre algunos truenos lejanos, un débil tintineo de herrumbrosas varillas, como las varillas de un paraguas viejo.



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Mensaje  achl Vie Ago 28, 2020 1:08 am




Me vi obligado a comer lo que
nunca creía que iba a comer


Cuando recobré el conocimiento, me encontraba tumbado sobre una moqueta de color burdeos y rodeado por todos lados de pedazos de carne ensangrentados. Las paredes estaban salpicadas de sangre, y era sangre humana, y dondequiera que llevase la mirada había cuerpos mutilados. El tren, quieto, parado, y sin los motores en marcha, se hallaba ladeado y estancado en lo que parecía un túnel, o quizás el mismísimo infierno. La lúgubre oscuridad a través de las ventanillas de mi vagón y el riguroso y absoluto silencio, me sobrecogían. El tren era una tumba sobre raíles. Y en mis adentros, un sin fin de preguntas sin respuestas… “¿qué ha ocurrido?” “¿Por qué el tren permanece parado?” “¿Quién o qué ha matado tan cruelmente a estas personas?”. Y, sobre todo, la que más me inquietaba y me tenía en vilo… “¿Por qué me da la preocupante y macabra sensación de que yo soy el único superviviente de esta infinita catástrofe?”.

Intenté, en vano, buscar una explicación a todo aquello, mientras me incorporaba. Recorrí el tren, vagón por vagón, y en todos ellos había el mismo cuadro macabro: una carnicería humana, cuyo autor se había despachado a su gusto.

Me dirigí presuroso hacia la cabecera del tren, a la cabina de la locomotora, y tras verificar el estado del cadáver del maquinista, de pronto apareció un brillo plateado a través del parabrisas. “¿Será esa la salida del túnel, o será el final de esta horrible pesadilla?”, me hice esa pregunta, a la vez que recé por que fuese lo segundo. Sin dudar un segundo, me apeé del tren de la muerte y me fui a la luz del exterior. Lo que antes me parecía cercano, se convertía de repente en media hora de caminata. El miedo me impedía mirar hacia atrás.

Quería con todas mis fuerzas y todas mis ganas y más aún, borrar de mi cabeza tan horribles imágenes, y regresar de nuevo y cuanto antes al mundo real.

Una vez que, muy cansado y horriblemente asustado, llegué a la salida del túnel, fui bañado por una luz que en mi larga caminata no había visto. Una luna llena en un cielo estrellado, noche perfecta de temperatura. Me sentí aliviado unos instantes, pero por sólo ese tiempo, ya que enseguida empecé a dar respuestas a mis dudas, cuando vi mi cuerpo agrandarse, cuando vi un pelaje grueso que quemaba como fuego que brotaba por toda mi piel, cuando aullé de manera instintiva, cuando mi cabeza no era capaz de asimilar tanta atrocidad junta, cuando dudaba si existía o era un ser de ficción, cuando no era capaz de acordarme si tenía familia o estaba solo en el mundo, cuando me palpaba y me pellizcaba a mí mismo para cerciorarme de que lo que estaba contemplando era real, y también, cuando, con ansia y desespero, deseaba volver a probar la deliciosa carne humana.



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Mensaje  achl Vie Ago 28, 2020 1:14 am



Mi tumba

Mi tumba es un lugar cambiante, algunas veces cálido y mullido. Un refugio a prueba de las inclemencias del exterior; otras veces, las más, se convierte en un pozo frío y lúgubre, una oscuridad sin fondo que roba hasta aliento.

Dentro de este abismo, los ojos no sirven de nada, pero los oídos sueñan con voces azules. Una de esas veces, mi tumba intentaba destacarse para servirme de guía, pero confieso que me resultaba difícil poder distinguirla.

Entre ecos, susurros, ensoñaciones y recuerdos que cruzan esta maldita oscuridad, el tiempo se desgasta, y es entonces cuando olvido por momentos cómo mi tumba se corroe en su eterna fricción hostil con todos.

¿No es esta negritud extensa e interna un mundo aparte?
¿No nacen estrellas y mueren mundos?
¿No es reflejo de un cielo nocturno?

Solo, siempre solo, en medio de un eterno infinito.

Es infinito de uno, espacio para la soledad sin compañía. No me puedo mover pese a que nada me lo impide. En este espacio reducido y cerrado no existen distancias ni metas. En su lugar, flota una espera que con todo y con nada se llena.

Encerrado aquí, construyo mi realidad. Enterrado en tierras rojas todo mi cuerpo, mi voz es un rumor de un río subterráneo que fluye normal, sin pausa. Sobre la misma sangre se hunden algunas palabras extrañas.

¿Es esta en realidad la vida de un muerto?
¿Es en realidad el sueño de un vivo?

Mi mente es un río de miles de estrellas en una helada noche de ataúd. Cada idea, es un fulgor estéril, con cada emoción, un lamento.

Todo es frío. No hay consuelo. Todo quieto. Nada se mueve, ni siquiera se mueven los numerosos gusanos, que, una vez que atrapan un trocito de carne, putrefacta ya, permanecen un largo tiempo royendo.

Miro afuera de mi tumba por los agujeros que me sirven de ojos, la veo en el espejo y me pregunto: “¿dónde iré cuándo esta tribu de hambrientos gusanos me devoren por completo?”.

Afeito las mejillas de mi tumba.

¿Sabían, por casualidad, que los muertos andan?

Listos una vez más para vagar por ese inmenso Cementerio que es el mundo. Veo, hablo y trato con muertos, que, con sus ataúdes, caminan...

El sueño de la vida se torna en una pesadilla de sangre oscura. Sí, lo juro por todos mis muertos, ya sí que no me cabe ninguna duda: mi cuerpo es mi tumba.



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Mensaje  achl Vie Ago 28, 2020 1:19 am



Tres macabros obsequios


La noche era de luna pobre. El viento silbaba de una forma agonizante. El cielo se quebraba con los relámpagos. Y los relámpagos anunciaban una impresionante tormenta.

Isidro llegó de su trabajo, y todas las luces de su casa apagadas se hallaban. Su paso era lento, y sus ojos recorrían el entorno pausadamente.

Al cruzar la puerta de la entrada, vio enseguida que en el buzón habían enredado una gran cantidad de pelos frágiles y delgados. Caminó entre la opacidad del jardín hasta llegar a la puerta de su hogar, pero al abrirla topó con un pequeño zapato de alguna de sus hijas. Quiso encender las luces, pero no respondían.

Isidro comenzó a ponerse nervioso, su respiración exponía la incertidumbre que lo envolvía. Era claro que todas esas cosas extrañas de aquella noche motivaban su desconcierto, porque sus condiciones discrepaban con las de un día normal en su vida cotidiana.

Se encaminó al salón, con las pupilas queriendo reconocer en la oscuridad, cuando, de pronto, a la luz de la luna veía un cuerpo pequeño que colgaba de la lámpara. En medio de su exaltación se acercó para verlo, tocó el cuerpo, que era un cuerpo de niña, le dio la vuelta y con sobresalto veía que era el cadáver de una de sus hijas, cuyos ojos estaban más abiertos de lo normal.

Isidro se tapó la boca, conteniendo la desesperación; corrió hacia la cocina, donde estaba la cabeza de su esposa, Irene, encima del frutero. Salió de allí y, presuroso, se dirigió a la segunda planta, subió las escaleras, con los ojos empapados en lágrimas, sin embargo, dando la vuelta, a mitad de la subida, vio el cuerpo de su otra hija, se agachó para ver si por lo menos ella seguía con vida, pero apenas tocó su cabeza, sin pelos, ésta rodó por la escalera hasta caer al suelo y llegar a la puerta de entrada de la casa.

Bajó apresurado al baño, el cual estaba junto a la escalera. Se enjuagó la cara y las manos y después se miró en el espejo. Los rayos que se filtraban por la ventana lo cercioraban de una escritura roja sobre el cristal. Buscó una vela, la encendió y ésta dio luz y consumación a su desgracia. El texto era...



Ahora mismo hace ya cuatro años, siete meses, veinte días, siete horas y cuarenta y dos minutos que me fui de este mundo, pero todavía te sigo queriendo con el mismo fuego que inunda en este momento tu corazón agonizante

Hoy, en este día tan especial para ti y para mí, he venido hasta aquí para entregarte tres regalos sorpresas, y con ellos contrarresta tu actitud, ya que nunca llevaste ni una simple flor a mi tumba

Nos veremos pronto, mucho antes de lo que te imaginas. Te quiere por siempre tu primera, única y verdadera esposa. ¡Feliz aniversario! Te espero con los brazos abiertos. María Manuela.



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Mensaje  achl Vie Ago 28, 2020 1:28 am



Una de esas personas que caen bien


Aquel señor era la verdadera imagen de la bondad, la amabilidad, la ternura, la cortesía… y, en fin, un auténtico caballero. Muchas veces coincidíamos en el bar “Pepito Gámez” y hablábamos de los deportes nacionales, de la situación política y económica del país y de las noticias más relevantes llegadas del extranjero. Pero uno de los temas obligados en nuestras charlas era su colección de pieles. Y digo “tema obligado”, porque siempre me llevaba la conversación a ese tema, y yo le escuchaba pensando en los pobres animalitos que sufren el acoso de unos cazadores sin escrúpulos.

Una tarde de lunes me dijo que iba a dedicarse a coleccionar otras cosas distintas, porque las pieles eran una vergüenza. Sus palabras me llenaban de satisfacción y hasta mostré mi alegría por su decisión.

Después de dos meses sin ir por “Pepito”, llegó Anselmo (así se llamaba el señor) y se sentó a mi mesa. Se veía alegre. Luego de los temas rutinarios, me confesó que en una vez había coleccionado violines, otras veces, guitarras, pero nunca le había dado por coleccionar órganos u organillos. Y después de decirme esto, me invitó a acudir su casa para enseñarme su incipiente colección de pieles.

Esa noche no tenía ningún plan. Ni siquiera había fútbol en la tele, así que fui a la casa de mi amigo. Me impresionó su vivienda, no por grande ni bonita, por extraña. El balcón parecía una aspillera de fortificaciones, y la puerta principal era tan ancha como para entrar camiones, inusual en una casa particular. Estaba poco iluminado el exterior. Ni siquiera una lámpara sin vatios en la entrada y en el jardín, por lo que cualquiera podía confundirla con un castillo abandonado desde tres o cuatro siglos pasados.

Me abrió la puerta con una agradable sonrisa reflejada en su expresión, y me indicó con la mano que entrase al salón, que era normal, como el de un piso cualquiera.

Nos sentamos en un sofá grande con una funda de pana mugrienta, y después me sirvió una copa de vino, y no sé cómo ni a cuento de qué, empezamos a hablar sobre África: sus costumbres, sus usos, sus idiomas, sus dialectos, sus miserias… Se veía palmariamente que había estudiado este continente, o quizás lo había visitado y recorrido más de una vez.

De pronto me sentía un poco mareado después de la tercera copa, y así se lo hice saber. Me dijo que no me preocupase, que no me pondría más vino. Y fue entonces que se puso en pie y me invitó a seguirle para enseñarme sus nuevas colecciones.

Me extrañó que la cara y delicada recopilación de instrumentos musicales estuviese en el sótano, que siempre suele haber más humedades, pero, en realidad, todo en aquella casa era extraño.

Empezó por mostrarme unos frascos, como esos que se usan en las cocinas para sal u otros aderezos, los cuales contenían algo complicado de descifrar. Según me iba mostrando frascos, me iba diciendo: riñón de rana, pulmón de tortuga… Luego me mostró unos envases de cristal de un tamaño mediano. Esto es el corazón de un perro, estos los testículos de un gato… Y así llegamos a dónde se encontraban perfectamente alineados en un estanque unas pocas garrafas, que también me fue explicando. Esta es mi colección más importante: órganos humanos. Con el mareo del vino, me entró un deseo de vomitar y con el impacto de lo que estaban viendo mis encandilados ojos, sentía que iba a desfallecer, mientras mi amigo seguía con sus muestras. Esto un pene humano con sus testículos, esto el corazón, estos son los pulmones, esto el hígado, esto, los riñones, estos los ojos humanos… Lo comprendí todo, absolutamente todo.

Según me iba yendo de este mundo, escuchaba, cada vez más lejanas, hasta apagarse por completo, las macabras carcajadas de mi diabólico amigo, “una de esas personas que caen bien”.



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Mensaje  achl Vie Ago 28, 2020 1:34 am



Vamos a bailar


Quedó con ella para pasar juntos una noche especial.

Javi e Inés eran amigos desde niños. Se conocían del colegio, pues sus padres vivían en el mismo pueblo. Desde años atrás, tenían la costumbre de irse el primer viernes de julio, sobre la medianoche, a los campos de trigo para ver las estrellas, tumbados en pleno campo entre las altas espigas.

Era el primer jueves de julio. Javi e Inés ya no eran tan niños, dieciochoañeros eran ya, pero esto no les quitaba su tradición de tantos años.

Javi tenía algo especial preparado para Inés aquel año, que Inés no lo esperaba. Llevaba un año planeándolo, y no iba a dejar escapar la oportunidad. Ella siempre había sido su única amiga, a la que le contaba todas sus cosas íntimas, y en la que siempre confiaba, pero él sentía algo por ella, más allá de la amistad, y sabía que el viernes era el momento de saber si también ella sentía lo mismo por él.

Inés esperaba impaciente que llegase el viernes. Disfrutaba de las noches especiales que compartía con su amigo del alma cada verano, y también sabía que quizá esa noche fuese la última que pudiese hacer su anual excursión, por así decirlo.

Javi no lo sabía, pero Inés tenía previsto irse a estudiar a Londres los tres próximos años y, si todo le iba bien, probablemente no volvería. Pero esto se lo contaría más adelante. No quería romper el hechizo, porque podría ser el último día especial que cumplían su tradición

Era medianoche y ambos se preparaban para irse a dormir, pensando que mañana iba a ser su día especial, pero ninguno de los dos sabía que aquel viernes de julio iba a ser recordado por todo el pueblo en mucho tiempo, y quizá siempre.

Mientras el pueblo dormía, algo se movía entre los campos de trigo.

Era temprano, y el sol no había salido del todo, pero tanto Javi como Inés estaban despiertos. Quería Javi que pasase rápida la noche. Pero a Inés no le parecía tan rápida, al contrario, y además todo iba en su contra. Al levantarse de la cama había tropezado y se había hecho una herida en el brazo. Al otro día, a la hora de comer, su madre le había preparado verduras, e Inés odiaba la verdura. Por la tarde, fue a coger la bici para salir con sus amigos y pinchó las dos ruedas al pasar por encima de un clavo, sin siquiera haber salido de su casa. Y por si todo esto fuese poco, la señora Juana, conocida como “la otra Juana la Loca”, le había dicho, gritando, que algo terrible la iba a ocurrir esa misma noche.
“¡Qué coño se habrá creído esa vieja chocha, pero si no es más que una vieja loca!”, pensó, airada.

Cuando le contó a Javi lo que le había ocurrido con la señora Juana, Javi soltó una carcajada. Sin embargo, Inés debía de haber hecho caso a sus palabras.

Se aproximaba ya la medianoche. Javi estaba esperando a Inés en la plaza. Habían pasado quince minutos desde la hora convenida. A lo lejos veía meciéndose por el viento los trigales. Podía imaginarse la cara que iba a poner Inés cuando le dijese lo que sentía realmente por ella. Miraba hacia el pueblo, su retraso estaba empezando a incomodarle.

“Seguro que le ha surgido algún problemilla, no tardará”, se dijo para sus adentros, intentando convencerse.

Justo cuando alzó la cabeza la divisó. Estaba convencido de que era ella. ¿Quién si no iba a estar ese mismo día y a esa hora en el campo de trigo? Fue corriendo hacia donde estaba, pero al llegar la había perdido de vista. Pensaba que lo que quería era jugar, así que se puso a buscarla entre los tallos. Tarde o temprano se movería, haría ruido y sabría dónde estaría. Pero el sonido que oía no era lo que esperaba. Su móvil vibraba en su bolsillo. Lo sacó y leyó un mensaje que le acababa de enviar Inés.

Se me presentó un problema. Salgo ya, no tardo. Un beso. Inés

¿Estaría de broma? La acababa de ver en el trigo, y tenía que saber que él estaba allí. Pero tampoco estaba muy seguro de que la silueta que vio fuese la de ella. ¿Y si ni siquiera hubiera visto una silueta? Estaba todo muy oscuro, y las sombras tal vez le hubiesen jugado una mala pasada.

Un ruido cerca de él le hizo olvidarse de esta teoría. No estaba solo en el campo de trigo, y lo que estuviese allí con él no estaría lejos. De hecho, ya podía escuchar su respiración. Unos ojos enormes se iluminaron, debido a la luz de la luna. Eran unos ojos de un tono amarillento, e inyectados en sangre. El dueño de aquellos ojos no tenía aspecto de humano, y su cuerpo presentaba enormes deformidades, y su cara... ¡Dios, su cara!

Javi se puso pálido mirando aquella cara, tragó saliva e intentó gritar, pero no podía emitir sonido. El monstruo, la cosa, o como se le pudiese llamar se abalanzó sobre él. Javi sintió una punzada de dolor en la espalda y se desvanecía lentamente, hasta quedar oscuro, paralizado. Los ruidos se silenciaron. Javi estaba muy cansado y sólo tenía ganas de dormir.

Inés estaba esperándole. Pese a haber llegado veinte minutos tarde, Javi todavía no estaba en el lugar en el que habían quedado. ¿Por qué él no la había avisado de su retraso? ¿Habría recibido su mensaje?

“Quizá no lo ha recibido y se ha ido a su casa”, pensó.

Pero, finalmente, le vio. Javi estaba allí, al fondo, entre las altas espigas, moviéndose de una forma rara, pero seguro que era él. Fue corriendo al campo de trigo. Estaba deseando de llegar para pasar la noche tan esperada, pero cuando estaba a unos metros, veía algo horrible. Javi estaba bailando con alguien. Era un baile brusco y forzado, pero un baile. Inés podía oír cómo quien estuviese con él cantaba al mismo ritmo de sus movimientos. No entendía la letra. Se acercó más, y no podía evitar pegar un fuerte grito. Justo delante de ella estaba un ser deforme, derritiéndosele la piel de su rostro, y tenía sus dos manos dentro del cuerpo de Javi, del que brotaban chorros de sangre. Javi estaba inconsciente, o muerto, dejándose mecer por aquella cosa. Inés recordó en el acto las palabras de la señora Juana.

Inés tenía miedo, muchísimo miedo.

El ente se percató de la presencia de Inés. Sacó sus manos del interior del cuerpo de Javi y la miró y le habló con una voz fuerte, y ahora sí entendía lo que decía. Las tres palabras pronunciadas con una fuerza inusitada retumbaban en su cabeza hasta que ella dejo de existir.


¡¡Vamos a bailar!!



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Mensaje  achl Vie Ago 28, 2020 1:39 am




En camino hacia la eternidad

Un viento frío recorría el centenario arbolado de luces sombrías. Las hojas secas se deslizaban junto a la corriente, describiendo un movimiento casi perfecto, una al compás de la otra.

¿Lo esperaba? En realidad, no sabía si lo aguardaba o era parte del juego. Una de las hojas danzantes iba a parar a sus pies, la más amarilla de todas, la que aún no había muerto completamente. Con delicadeza la cogía. Un destello dorado, más pequeño que grande, reflejaba su nombre en el reverso.

“¿Por qué ansiabas tanto que volviese a verte?”, resonaba una voz clara en aquel parque solitario.

La buscaba con los ojos, hasta que la veía. Se encontraba sentada en un banco del parque. Jugaba con un ramillete de violetas, que tenía un perfume tan intenso que inundaba todo el espacio en el que se hallaba. Siempre le habían gustado las flores, sobre todo las violetas.

La miraba profundamente, como antes, como siempre, intentando capturar para su memoria cada detalle de ella, cada gesto, cada voz. Impaciente frente a su mutismo, ella se paraba frente de él.

____ ¿No te decides a decirme el porqué de tanta insistencia en que apareciese?

La tenía próxima de nuevo, luego de un prolongado sufrimiento. Había suplicado tantas noches. “Una oportunidad, sólo un instante quiero verla de nuevo, no quiero convertirme en cenizas sin antes no verla”, pensaba.

Acariciaba su cara con infinita ternura. El simple contacto de su mano bastaba para tranquilizarla. La abrazaba fuertemente. Besaba con amor y pasión aquellos labios rosados, mientras lágrimas no cesaban de caer sobre sus mejillas. Ella comenzaba a recordar el hondo sentimiento que los habían unido en vida. Y a cada caricia de él, ella respondía con una más dulce; a cada beso, uno más cálido.

Pero, implacablemente, el tiempo se estaba terminando. Aquella tarde concluía, tan abruptamente de cómo había empezado. Aun esto, ambos estaban felices por tan dichoso encuentro.

Aun lo tenebroso en aquel parque, oscuro y casi lúgubre, una luz resplandeciente empezaba a rodearla.

Con un tono de voz entristecido, ella le preguntaba:

____ ¿Me vas a olvidar?

Él la miraba con un amor imposible de explicar, y le decía:

____ Nunca, jamás. Te llevo incrustada en mi corazón.

La amargura se disipaba en su cara, le dedicaba su sonrisa más brillante y sincera, y después se desvanecía. Un nuevo oleaje de hojas se arremolinaba...

Pero, inmediatamente después, todo se tranquilizaba.

Lentamente y sin mirar hacia atrás, salía de aquel parque, oscuro para él, pero iluminado para ella, para no regresar nunca más.



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Mensaje  achl Vie Ago 28, 2020 1:57 am



Muchacho asesino - Muchacha vampiro

Se tomaba su tiempo para quitarle la vida, pero a la vez también estaba ansioso por acabar su trabajo. Tomás Vega y Vega era un perturbado mental, un loco de esos de remate, pero esta vez se había convertido en un asesino, y la vez anterior, y la primera vez. Pero nunca lo podían atrapar. Sabía hacer bien las cosas. Tomás Vega y Vega, quedaros con este nombre y estos apellidos.

Aquella chica estaba colgada de un pie en el techo. Una gruesa cuerda rodeaba su ensangrentado tobillo, el otro estaba retorcido por el peso de la pierna suelta. En las piernas y el pecho tenía innumerables cortes, pero en la cara, eso no eran cortes, era una ira descargada con ensañamiento. La sangre había salpicado la pared de atrás y había dejado un enorme charco en el suelo sobre la hoja de cortar, hoja que no tenía otro grupo sanguíneo más que el de la pobre chica. Un asesinato brutal, que hasta el más empedernido observador lo dejaría de mirar.

Era diciembre, exactamente 31 del mes. Fin de año, y en todas partes del mundo celebraban la llegada del año nuevo, mientras la sangre fluía espesa, cuerpo abajo. Tomás amaba a la chica, que ahora era como una cerda colgada. Descubrieron el cadáver a la mañana siguiente.

____ Hola, soy Tomás Vega y Vega -dijo mirándola fijamente.


.o.o.o.o.o.o.o.o.o.o.o.o.o.o.o.o.o.o.o.o.o.o.o.o.o.o.o.o.o.o.o.o.o.o.o.o.o.o.o.o.


Levantó la mirada y vio a un chico de aspecto desaliñado, gafas con montura carey, rubio y a la vez realmente feo o difícil de ver. Todo ello envuelto en un anorack azul, como si de un disfraz se tratase.

____ ¿No vas a decir nada? -inquirió Tomás, sonriendo levemente.
____ Es... estoy ocupada -respondió ella.
____ ¿Lo ves? Todo el mundo estudiando. ¿Y para qué? Para no aprobar, y en el mejor de los casos si apruebas sales del instituto sin trabajo. Para quedarte con papá y mamá.

Ella soltó una risa. En realidad, Nerea, que así se llamaba, pensaba igual. Era como si aquel chico “difícil de ver” le hubiese leído la mente. La primera impresión había sido buena.

____ Sí, tienes razón -respondía Nerea.
____ Claro que la tengo -e hizo un gesto de satisfacción.

Nerea no era especialmente guapa, pero tenía unos preciosos ojos azules. Su pelo flácido estirado cogía forma detrás de las orejas forzándolas hacia delante, creando una protuberancia roja en ambos lados de la cabeza. Era de piel blanca, demasiado blanca, delgada, demasiado delgada, cuerpo encorvado, demasiado encorvado. No tenía amigos ni tampoco amigas. Jamás había estado con un hombre y autolesionarse era su afición. Su cuerpo era un mapa, por las cicatrices, obviamente ocultas tras su fino vestido y un anorak rojo.

____ ¿Te apetece comer algo? -la invitó Tomás, sonriendo.
____ Acepto.

Y en aquella fría mañana de enero, Tomás ya había elegido a su siguiente víctima, mientras ella se levantaba del banco en el que estaba sentada, y recogía los libros en su mochila.


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En una semana, Tomás ya tenía a Nerea en el bote. Siempre sabía darle lo que ella esperaba de él. Era como una amistad perfecta en la que todo funciona bien y nada se tuerce hasta que lo hacía de sopetón. Pero por el momento era su sexta víctima y tenía que hacer el preludio antes. Iban a la misma clase en el instituto y hasta ahora Nerea, desapercibida para él había pasado. Sobre todo, porque sus cinco primeros asesinatos eran chicas de distinta ralea, “otro estilo de persona”, decía de continuo él. Pero ahora que le había cogido gustito, todas valían, hasta Nerea, con sus orejas a lo bamby echadas hacia delante.

Pero Nerea también tenía sus rarezas, lo que Tomás no había descubierto todavía: cortes, cicatrices en todas las partes del cuerpo. Pero como era invierno, no podía verle los brazos. Pero en quince días, Nerea podría haber recuperado algo perdido para ella. Era feliz y ya no tenía motivos para lesionarse. Quizás se había dado un respiro.


..o.o.o.o.o.o.o.o.o.o.o.o.o.o.o.o.o.o.o.o.o.o.o.o.o.o.o.o.o.o.o.o.


En teoría, a las dos semanas uno se conoce lo suficiente como para pasar del beso a “algo más”. Confiaba plenamente en él, de modo que aceptaba la propuesta. Iban a pasar la velada en un cuarto de un motel. “Siempre hay un principio”, dijo ella. Y lo que podría ser una velada con una charla eterna incluida, podría acabar en el sexto asesinato de Vega, y por ello había alquilado el cuarto con un nombre falso, y en su mochila llevaba unos guantes rojos de lana y una cuchilla de afeitar. En realidad, llevaba dos, por si fallaba. Estaba ansioso y su corazón le latía hasta querer salírsele del pecho. En todo este tiempo, todo había sido una maniobra y no sentía nada por ella. Nerea, empero, comenzó a enamorarse de él. Lo que quizá le iba a demostrar esa misma noche.
____ Creo que algo va a ocurrir esta noche -dijo ella con una copa de más, mientras miraba fijamente los ojos de Tomás justo frente a ella, a pocos centímetros, apoyado con su delgado cuerpo.
____ Claro que va a ocurrir algo esta noche -dijo él con brillo asesino en los ojos.

Estaba llevando la mano hacia su mochila, cuando ella se percató de ello y le dijo:

____ ¿Estás buscando un condón?

Tomás frunció el ceño.

____ Bueno... no exactamente -se ponía nervioso-. Voy a coger un chicle. ¿Quieres uno? Los tengo de fresa y de menta.

Nerea se estaba desvistiendo, y entonces él cogió la cuchilla de la mochila, sin que ella lo viese. En ese momento alargó la mano para recoger el chicle, pero lo que recibió fue un dolor punzante en la palma, en medio de la penumbra. Al poco, notó algo tibio brotando de ella tras retirarla casi al instante.

____ ¡Voy a darte lo que mereces! -exclamó Vega, abalanzándose contra ella.

Y fue precisamente el momento en que los ojos de Nerea brillaban en la penumbra, y abriéndose la boca mostraba afilados colmillos que segundos después se hundían en el cuello de él.

Y era por esto, que nunca dieron con el asesino de las cinco chicas. Desapareció ella del lugar y nunca más se supo de Nerea. A decir verdad, nadie había sabido nunca nada de ella, ni de su familia.

Tomás Vega y Vega aparecía desangrado y muerto a la mañana siguiente, en un motel de mala muerte.

El despiadado asesino murió a diente de una mujer vampiro. Un preciso agujero en la yugular, suficiente era para desangrarse en un segundo.


.o.o.o.o.o.o.o.o.o.o.o.o.o.o.o.o.o.o.o.o.o.o.o.o.o.o.o.o.o.o.o.o.o.


En algún lugar de Sevilla, en el invierno más duro que se conocía desde los últimos 25 años, Nerea hacía autostop en una carretera secundaria rumbo a la provincia de Cádiz. Un coche utilitario reducía la marcha y se paraba unos metros más adelante. Al momento ella llegó a la puerta del conductor. La ventanilla se bajó.

____ ¿Qué hace una chica joven en esta fría noche de invierno haciendo autostop? -preguntó un hombre mayor con un puro paseándose por sus labios.
____ Tengo frío, ¿me llevaría usted a Cádiz?
____ Por supuesto, sube.
____ Gracias señor, es usted muy amable.

Y tras arrancar, Nerea se llevó una de sus manos a la boca para asegurarse de que sus colmillos habían vuelto a su estado normal, y así era.

Siguieron la ruta lentamente.

Así como los asesinos existen, los vampiros también.

“Tomás Vega y Vega, eras muy bueno en lo tuyo, quizás seas el mejor, pero esta vez te has equivocado de presa”, pensaba Nerea sonriéndose, con media cabeza fuera del cristal de la puerta del copiloto.



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Mensaje  achl Vie Ago 28, 2020 2:01 am



Un boquete de grandes dimensiones


No sabía qué pensar ni qué decir, pero las pisadas cada vez se hacían más fuertes y mis oídos retumbaban como si en ellos hubiese un tambor que hacían temblar mi cerebro. Una hora y media llevo debajo de la cama de mis padres. El tiempo estaba empeorando, las nubes cubrían la ciudad, los truenos alumbraban el cuarto que, expectante, esperaba que apareciese entre una amenazadora oscuridad, una bestia o un algo producto de mi imaginación. Un largo escalofrío me recorría, y mi única luz era mi linterna, pero la batería se había agotado hacía rato.

Las pisoteadas se acercaban cada vez más, haciendo que mis nervios se acelerasen al máximo. ‘¿Qué será? No parece un humano. Nadie de este planeta puede hacer semejantes ruidos. ¿Y esos rugidos? Tan rígidos y espantosos que parecen los de un tigre hambriento, oliendo comida: yo, que ahora soy su comida. Esa bestia espera el momento más oportuno para abalanzarse contra mí y destrozarme’, me dije.

Jamás había pensado que me podría pasar algo así a mí. Nunca he creído en estas cosas, pero precisamente hoy tenía que pasarme estando solo en casa. Pero... ¿qué puedo hacer? Sólo tengo 14 años y no puedo llamar a la policía, porque no me creería y encima me tildaría de loco. Pero me da miedo bajar. Siento frío detrás de mí en la oscuridad, como si algo me estuviese observando con ojos siniestros.

Hace unos cuantos días leí en un periódico que habían experimentado con monos en laboratorios y los resultados eran horripilantes: monstruos sin piel que no podían pensar, sólo oler carne humana para poder alimentarse. Pero nunca creí ese tipo de historias, ni en otras por el estilo.

Estudiaba las posibilidades para salir de la habitación, sin que ‘esa cosa’ me atacase, cuando un fuerte golpe se podía oír en la habitación de al lado. Ponía el oído en la pared para tratar de escuchar. Nada. Pero tenía que salir, la curiosidad me mataba, y esa bestia estaba ahí, sin parar de observarme; sentía su olor fétido y veía los pelos que le salían de la espalda, en la única parte que los tenía. Era repugnante y se veía hambrienta, y yo era su presa.

Me fijé que en el cuarto había una puerta, no sabía a dónde llevaba, era mi primera noche en aquella casa nueva y no la conocía del todo; la abrí, me llevó a un pasillo y después al baño, justo donde quería llegar, abrí la puerta, pero mi sorpresa fue más grande; había un boquete gigante en la pared. Me asomé y no parecía tener fondo. Pero lo más extraño era que se reflejaba como un espejo, un espejo que al otro lado era igual al baño de mi casa. Con miedo y con manos temblorosas, me acerqué y toqué con mucho cuidado el boquete que estaba sobre la pared, como mirándome, como si tuviese vida propia…

Eran las seis de la mañana. Me desperté en mi cuarto, con frío y con una extraña sensación de humedad en la espalda y en parte del pecho. Estaba confundido. No sabía si lo había soñado o si era verdad. Tenía en mente la bestia que me asechaba en la oscuridad, y lo único que recuerdo era el boquete, que desde él me miraba, me miraba con odio, o al menos así me parecía a mí.

Definitivamente estaba en mi casa. Sentía cómo mi madre ponía los platos para el desayuno, así que me levanté y fui a por ropa a mi armario. Pero la sorpresa que me llevé fue más horrible que todas las cosas que había soñado. Dentro de mi armario estaba aquella bestia que tanto me había asechado en mi sueño, horrible como ella sola, sin pelos, excepto en la espalda. Unos colmillos, largos, enormes y afilados, con grandes y fuertes garras y unos ojos saltones, como de sapo, orejas largas y caídas. Me quedé mirándole, sin hablar. Apenas si podía moverme. Pero si todo había sido un sueño, ¿por qué la bestia seguía allí? ¿Sería el boquete del baño un portal hacia otro mundo, o quizás hacia el sueño?

Lo único que sabía es que después de lo vivido y lo soñado, trataría por todos los medios no volver a soñarlo, ni, por supuesto, vivirlo.



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Mensaje  achl Vie Ago 28, 2020 2:07 am



Aquel caserón de mi niñez

Hacía muchos años que no visitaba aquel caserón, que era de mis bisabuelos, pasando a mis abuelos y después a mis padres. Un caserón de construcción antigua pero vanguardista, que me traía ambiguas sensaciones de tristeza y alegría a la vez. En él crecí entre juegos infantiles, en los serranos, pero casi olvidados campos de la Sierra Norte de Sevilla, más concretamente en los de Cazalla. En él disfruté de fiestas familiares en mi niñez. Pero todos estos recuerdos de bisabuelos, abuelos, padres, hermanos, primos, tíos, y amiguitos que jugábamos en tropel siendo niños, y de amigos de mi familia que venían de aquí y de allá y que eran ajenos a nuestras fantasías de la infancia, se habían esfumados ya.

Todo ello cambió a raíz de las continuadas crisis económicas, que han sido la peste de nuestra España. Algunos de mis familiares se mudaron a otras ciudades del país, incluso a Europa. Y con el paso de los años, aquel caserón iba quedando desolado. Todo se acentuó más con la muerte de mis abuelos, porque desde ese entonces, mi familia dejó de visitarlo durante decenas de años, hasta que un buen día, cumplidos yo los 36, me entraron ganas de visitar mi añorada casona, con la única intención de interesarme por su estado de conservación, al tiempo que recordar in situ tantos esplendorosos momentos, los mismos que acabo de narrar. Y también, después de todo, era yo uno de los herederos de la casona, así como de más de 450 hectáreas de secano, de pura sierra.

Aquel día viajaba con aires nerviosos y pesimistas, porque de antemano sabía que aquella hacienda estaría cambiada a como lo conocí y viví. Por unas indagaciones, supe que el único ocupante de ella era mi tío Emilio; un individuo que me resultaba un poco bastante oscuro. De todos mis tíos, era con el que menos cruzaba palabras. Siempre lo recuerdo como receloso, como temeroso de algo… Al ir aproximándome a mi destino, pude ver, para mi felicidad, que todos los alrededores estaban igual de cuando entonces. Cuando llegué imaginaba que en cualquier momento vería salir a alguno de mis primos corriendo, o a mis abuelos recibiéndome con un beso o un abrazo y también alguna golosina.

Ante el portón me encontraba ya. Pulsé el timbre. Pasaron unos cuantos segundos hasta que la puerta se abrió y detrás de ella asomó una cara. Al instante la reconocí: era la cara de mi tío Emilio; de tez morena, con un negro y abundante mostachón y desconfiados ojos, que no habían cambiado desde mi niñez.

Le saludé cariñosamente y, para mi desagrado, simplemente me brindó la entrada con un movimiento de cabeza. Pero antes de cerrar la puerta echó una larga ojeada al exterior. Luego nos encaminamos hacia el espacioso salón, y mi mente se inundó de gratos recuerdos. Vi cómo todavía seguía allí la antigua vitrina de mi abuela, con su vajilla completa, que siempre la utilizaba para ocasiones especiales. En el frente inferior de la vitrina, había un cajón del que nunca supe su contenido. Me acerqué al mueble, cuando mi tío gritó y se puso nervioso delante de mí, bloqueándome. Me extrañó su actitud, pero no le di ninguna importancia porque recordaba su carácter tan peculiar.

Me invitó a inspeccionar el salón y me brindó una Cruzcampo. Y acepté su cortesía. Se sentó junto a mí en el sofá. Me ofreció un cigarrillo. Él estaba fumando. Mientras me acercaba el encendedor, me preguntó:

____ ¿Qué es lo que te trae por aquí, querido sobrino? Hace infinidad de tiempo que nadie visita este lugar.
____ He venido sólo para saber cómo estaba nuestra casa; y también, por supuesto, para visitarte, tío Emilio -respondí.
____ Pues ya ves, aquí está –respondió, con aire cortante-. La he cuidado bien, como podrás comprobar -añadió.

La situación se sumergió en embarazosa. Parecía que a mi tío Emilio no le apetecía que me quedase mucho tiempo allí y, tampoco yo tenía mucho ánimo para hacerlo. Nos quedamos bebiéndonos nuestras cervezas, fumando en silencio y mirándonos de vez en cuando. Pero las miradas eran un tanto extrañas. Parecía como si quisiese divertirse con mi aparente desconcierto. Me escrutaba como para ver algo en mí, como para relacionarme con algo, algo que yo no sabía qué era...

Decidí poner fin a aquella situación. Al acabar mi cigarro, me levanté y me despedí. Pero, para mi sorpresa, me invitó a quedarme a dormir allí esa noche, se disculpó incluso. Acepté, escamado, y subí a mi cuarto en el que había una grandísima cama, en la que mis tres hermanos y yo dormíamos de pequeños.

Y así y allí estuvimos un buen rato. La tarde había avanzado, así que decidí seguir revisando la casona. Vi el cuarto que solía destinarse a los invitados, en el cual, mis hermanos, primos y yo ocupábamos para jugar. Amplio era. Con tristeza vi que en otros cuartos habían desaparecido las literas, en las que dormían todos los primos. Ahora estaban vacíos de muebles, había sólo unas cajas viejas agolpadas, llenas de papeles y de periódicos viejos pasados de fecha. Me disgustó ver aquel panorama tan desolador, ya que recordaba todo aquello con cariño y nostalgia.

Para despejarme, abrí la ventana de mi cuarto y me asomé para recibir aire fresco. Recordé que desde allí podía verse el jardín, con su césped, siempre bien cortado, y su añoso árbol, donde, bajo su sombra, tantas veces mi madre conversaba con mi abuela, su madre.

Decepcionado, vi que todo estaba al revés de cómo lo recordaba. El pasto crecido y seco, y el añejo árbol horriblemente mutilado, descopado y desramado; le quedaba sólo el tronco como muda evidencia del crimen que habían cometido al matar tan entrañable vegetal. La furia crecía en mí, y a punto estuve de bajar a reclamarle a mi tío, cuando una rareza noté; sobre el césped había dos clipsímetros, de esos aparatos para medir la altura y los desniveles de los terrenos. De pronto, vi que el frente de la casa tenía anotaciones técnicas de construcción, como de aparejador, además de un tono amarillento, como si alguien hubiese oxidado la pintura anterior. Volví al salón, extrañado, Mi tío no estaba allí. “Habrá salido a hacer algo”, pensé. Mientras le esperaba, me entretenía viendo televisión un rato, pero no podía dejar de pensar en todo lo que había visto.

De pronto, un extraño ruido me puso los pelos de punta, como si rasguñase alguien alguna superficie de madera. Aquello era imposible, porque estaba solo. ¿O no? Tímidamente llamé a mi tío, esperando, nervioso, a que diese señales de vida. Pero nadie respondía. Al poco escuché como única respuesta un palmoteo y un resollar casi inaudible. De nuevo volví a escuchar aquel inquietante rasgueo en la madera, y casi a punto estuve de salir a todo gas de allí.

Pero, para mi alegría, se oyó la puerta abrirse y mi tío llegar portando una bolsa de supermercado. Me sentí bien por volver a estar acompañado, pero los miedos y las dudas me abrumaban. Le dije a mi tío que tenía que irme ya, pero me pidió, casi me rogó que lo acompañase esa noche. “Después de todo es sólo una noche”, me dijo. Acepté, no convencido, pero acabé aparcando mis miedos, y pensé: “quizá ha sido todo fruto de mi imaginación”.

Mi tío preparó una cena exquisita. Anochecía. Nos sentamos ante nuestros platos y dimos buena cuenta de las suculentas viandas. Ya cenados, no quise dejar pasar la oportunidad y le pregunté que si alguna vez había oído algún ruido raro en la casa. Me miró con expresión extraña y me dijo:

____ Ruidos no, pero días atrás... -empezó lentamente, como pensando lo que iba a decir seguidamente -…vi algo. Una impresionante luz bajó del cielo y se posó en el jardín. Eso no se lo conté a nadie porque nadie me iba a creer -añadió con un cierto enigma en su expresión.

Permanecimos un rato en silencio. Por alguna razón no respondí. Me sentía incapaz de dar mi opinión sobre lo que me había contado. No sabía qué decirle. Siempre había pensado que mi tío Emilio era raro, pero ahora comprobé que lo era.

Pasada una hora decidí irme a dormir. Le di las buenas noches a mi tío y me fui a mi cuarto, llevándome conmigo mis dudas y mis suspicacias.

Un ruido aparatoso me despertó, como si fuese una violenta discusión. Era extraño. Sólo estábamos en la casa mi tío y yo. Me dirigí sigilosamente hacia el largo pasillo, para escuchar mejor. Aquello que escuché me asustó tanto que juraría que me meé en los calzoncillos. Palmariamente escuché la voz de mi tío, en un tono no muy alto, como si intentara que nadie le oyera. Pero, por el timbre, parecía estar desesperado, y lo que más me asustó era escuchar a su acompañante que quien quiera que fuese tenía una voz grave, cavernosa. Jamás había oído una voz tan horrible e inhumana. Discutían, por lo que pude comprobar, sobre la conveniencia de actuar rápido, si no me escaparía. Al escuchar esto, me acojoné tanto que quise llamar a la policía. Era tanto mi miedo que me hizo temblar compulsivamente. Aquella voz cavernosa dijo claramente:

____ ¡Tu sobrino se ha dado cuenta de todo, idiota! ¡Te advertí que lo matásemos cuanto antes, pero tú lo está protegiendo!
____ No lo protejo te lo juro; sólo quiero retenerle para hacer las cosas bien. ¡No me mates! ¡Tenemos un acuerdo! -respondió mi tío.

Se pudo oír una tenebrosa, macabra y siniestra risa. Un grito desgarrador rompió el silencio. El miedo me dominaba de pies a cabeza, pero me armé de valor y quise ir a ver lo que ocurría allí abajo.

Desde mi cuarto corrí hasta el salón. Al llegar no vi a nadie. Miré en todos los lados. Nada. Pero, súbitamente, un impresionante resplandor, proveniente del jardín, me deslumbró. Un estruendo se oyó, y yo, en un alarde de valor, me fui hacia la puerta trasera. La abrí y vi aquella luz inmensa elevándose hacia el cielo a gran velocidad, hasta hacerse minúscula y perderse en la negrura de la noche.

Empecé a atar hilos y fue entonces cuando empecé a percatarme de todo. Mi tío había desaparecido, esto era indudable. Se lo había llevado aquella descomunal luz, que, sin duda alguna, era el espectro de mi abuelo, el padre de mi padre (el único patriarca velador de toda la familia), porque mi tío Emilio fraguaba malas artes, y malas intenciones para vender el antiguo caserón, la finca de más de 450 hectáreas y el resto de nuestras propiedades, urbanas y rústicas, repartidas por todas las partes de la Sierra Norte de Sevilla, a nuestras espaldas.



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Mensaje  achl Vie Ago 28, 2020 2:12 am




Depravación mórbida

Bajo un ángel pétreo e impasible se alarga una extensa mancha de sangre, que, encima de la nieve, parece más roja que el carmín rojo. Entre las hojas esparcidas, muertas y angustiadas. Se halla una mujer desnuda y sonriente. Entre sus pechos guarda un puñal, y sus pezones parecen reventar de la pasión que emanan. Tras el ardor de la muerte, se cubre con un manto, sintiendo cómo la tela roza sus partes más íntimas. Mira a su alrededor, pero antes se lleva a la boca un puñado de blanca nieve ensangrentada, se limpia las comisuras de los labios y muestra en un solo suspiro su ansia y su exaltación.

Quizás se pueda pensar que mi ociosa imaginación se haya encargado de relatar este escenario, a la vez grotesco y morboso, y que mis noches se abstraen en un seno imaginario en la piel de esta joven y misteriosa mujer.

Pero no es así. La vi como lo he descrito, y un fuego abrasador se adueñó de mí, de mis entrañas, de mi miembro, incapaz de contenerse. Pero he mentido, después de todo, porque no me atrevía a preguntarle qué era lo que sentía al devorar sangre de los caídos, ni si era inmenso el placer que sentía introduciéndose en la vagina el grueso mango de la daga. Meditaba tanto sobre ello, que aún puedo sentir como si pudiese transmitir cada poro de su piel.

Obsesión

Escuchaba esta palabra de forma reiterada durante las últimas semanas. Ni siquiera Luis parecía ver en mis aserciones ni otra cosa que la locura, y eso que se trata del único al que yo veía realmente digno. Los otros, antes de sopesar mis argumentos, creen de veras que yo me deshice de las niñas. Falacia. Vi sus cuerpos maltrechos, abiertos en canal, y no sentía más que repulsión, asco ante la ausencia de senos y vellos, incluso pena por haber alguien acabando con su vida antes que elementos tan jugosos brotasen por mandato divino. Temí, sí, de veras temí que su asesino aún estuviese en la cercanía y que yo tuviese que toparme con él. No era, al fin, miedo lo que sentía, sino pereza por el papeleo que seguiría a la captura o muerte de un criminal. Al fin y al cabo, llevaba mi dócil carabina. De todos modos, saldrá a la luz que no sentía pesar al encontrarme de frente con el verdugo de las niñas.

Cuando las vi, ¡Dios!, me horroricé. Los largos rizos negros envolvían la nieve y la sangre; sus curvas eran sinuosas como estatuas que coronan el conjunto de aquel cementerio ancestral, su rostro estaba cubierto por la blancura más noble que un hombre puede haber visto. Sus labios, duele recordar su carnosidad teñida, gotas bajando hasta el cuello pálido. Pero lo que más me extasió, aparte de su belleza, era el movimiento rítmico de su pelvis al son del onanismo. Parecía escuchar, desde tantos metros de distancia, cómo su pubis recibía famélico el arma homicida, y cuando pude percatarme, estaba con mi miembro viril en la mano muriéndome, deshaciéndome de una emoción sucia.

Pecado

Eso creo que fue, obsesión, pero tan grande, y tan atroz que no habría sacerdote que regale ninguna palabra a un individuo tan vil. Lástima que no pueda yo mismo absolverme, que no pueda yo mismo dejar descender hacia los infiernos mi alma inmortal, mientras mi cuerpo, muy pronto putrefacto, yazca en las frías tierras de mi tumba. Lo que más añoro ahora es que la joven sepa dónde reposo, para violar la sepultura, introducir en su agujero la rigidez post mortem. Sé que eso le gustaría.

Cuando mi semilla saltó, espasmódica, arrebatadora e incluso lacerante, creí caer al suelo de la inmensidad, de la brutalidad del placer. Mi gemido descontrolado llamó su atención y se aproximó, ya con aquel manto -que podría perfectamente haber sido de un armiño blanco-, dejando ver la mayor parte de su cuerpo. Los primeros pensamientos que cruzaron mi cabeza, mientras mi pene seguía sujeto a la tensión de mi mano, se acercaron a vislumbrar en ella el rostro del diablo. Pero cuanto más se acercaba, más me daba cuenta de que, aunque así fuese, no existiría resistencia posible. El rostro permanecía sonriente, sus dientes asomaban, caninos, sensuales. Los pasos lentos que había dado hacia mí se ralentizaban, convirtiéndose en una especie de baile pausado, tortura de todos los sentidos por todos los contornos de su ser.

Toda, toda mi sangre parece viajar inevitablemente a mi pubis, sólo con recordarla. Rezumaba a través del escaso espeso vello que coronaba su entrada, los labios eran blandos y calientes, cuando finalmente se detuvo frente a mí y acercó la mano que seguía aferrada a mí, hacia ella. Su clítoris estaba duro, y ella gimió a la frialdad de mis dedos, que fueron uno a uno hacia su epicentro, removiéndose angustiosos de penetrar. Tenía en una mano el cuchillo, lo lamía mientras yo la lamía, tal metáfora, tal excelso sabor mezclado con el hierro de nuestro líquido vital, embriagó la escasa cordura que quería guardar en mi interior.

Luego me lo clavó en la pierna, y casi desfallezco. Justo entonces cuando la sangre manaba en río por mis rodillas, se metió mi falo y se sentó encima sobre el suelo blanco y gris de alguna lápida que no pude leer el nombre. El galope fue insaciable. Debí escupir en chorro el semen que parecía aquélla tarde bajo su yugo infinito. Y mi boca iracunda buscó su cuello para morderlo, y en ello arranqué un trozo de carne, con lo cual también consiguió un orgasmo, enfermizo, perverso y glorioso. Recuerdo cómo las paredes se ciñeron a mi pene, recuerdo cómo de ella el líquido rociaba mis vellos púbicos, bendiciéndolo e inundándolo. Pero, desgraciadamente, no hay recuerdo de su ida, ni memoria de palabra alguna pronunciada por aquella boca sustanciosa, cuya lengua imagino continúa recorriendo mi glande.

Tras el desmayo, entre la sangre perdida y el propio agotamiento, tardé en regresar al convento. Mis hermanos vieron en mí el mal, la desgracia que había acaecido de la forma más atroz, e instigaron acerca del atraco que había sufrido.

No sé aún el porqué de que nadie quiera creerme, pero esto, poco o nada me importa, porque ella me espera en el cementerio, cuando mi pequeña herida se haga tan grande que me lleve de nuevo hasta su lecho. Y ya por siempre.



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Mensaje  achl Vie Ago 28, 2020 2:15 am



Funesta excursión

El aire susurraba palabras de muerte entre aquellos árboles el día en que todo ocurría. La oscuridad cabalgaba inmutable entre los árboles del bosque. Un horroroso ser había vuelto a atacar. Sus labios, cubiertos de sangre estaban; sus garras, clavadas fuertemente a un delicioso e inerte hígado, y sus oídos habían saboreado gritos de dolor,

Se hacia un nuevo día y la Luna era sustituida por un radiante Sol. Al fin podían ir a la tan esperada excursión, pero ninguno sabía que en la expedición se iba a iniciar el principio del fin de sus cortas vidas.

Silbaban canción pasada de moda. Cuando iban a empezar la segunda estrofa, divisaban a lo lejos un bosque acechante, bajo un fuerte Sol.

Acababan de instalar su tienda de campaña y decidían reposar. Los cantos de los pájaros resonaban en sus tímpanos, no turbando su tranquilidad. En un armonioso ruido, el río dejaba ver peces, moviéndose inquietos. Se hacía la noche. Encendían una fogata.

____ ¡¿Pero a quién están matando ahí?! -gritaba ella al aire en el frío de la noche.

Armándose de valor, se calzaba unas zapatillas y salía a la espesura de la noche. El impacto era brutal; caía de bruces contra el suelo, sin poder ver al causante del ataque. Aquello no podía estar ocurriendo. Dos horas antes, sus amigos habían montado en el campamento, a su lado, su tienda de campaña. Pero ya no estaban.

Mirando a sus alrededores, salía corriendo en la oscuridad sofocando su voz interna para hallar el camino de su salvación. Miraba una imponente haya y deseaba no haberlo hecho. Aquel horrible ser, mezcla de bestia y hombre exorcizado, la miraba con sed de sangre.

Volvía a caer al suelo, pero lograba apartarse de la trayectoria de sus firmes garras, que se clavaban en la húmeda tierra. El miedo la había dejado paralizada. El monstruo estaba allí, listo para otro ataque. La subía del suelo y la cogía del cuello, pero ella le daba una patada con las fuerzas que le quedaban. La figura atacante reprimía el dolo, que aprovechaba ella para zafarse de las horripilantes garras. Fatigada, corría. Lo último que notaba era un dolor punzante en el vientre.

Un guardabosques hallaba el cadáver de una niña colgado de un árbol. Le faltaban a su cara los globos oculares, la nariz y las orejas, y su vagina presentaba signos de violación.



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Mensaje  achl Vie Ago 28, 2020 2:21 am



Orfandad y locura

Me llamo Irene. Mi padre y yo nos hemos mudado a un pueblo. La idea de cambiar de lugar no era de mi agrado, pero mi padre me persuadía y me convencía. Quiero a mi padre porque me entiende y me escucha. Hace todo lo que puede por llevar nuestras vidas adelante. Tiene el doble cometido de padre y de madre, porque mi madre murió cuando yo nací. Me resulta fácil vivir con mi padre, pero permanece en mí un dolor por no haber conocido a mi madre. Me pregunto a veces qué sería de mi vida si mi madre viviese; y siendo así, si le pesaría haberme dado la vida a costa de la suya. En fin, lo mejor es no amargarme más con estas cosas y me entregue en afrontar lo que me vaya deparando el destino.

____ Irene, ya es hora de que te levantes -se oyó una voz.
____ Ya voy -respondí, saliendo de la cama. Era mi padre.

Ayer llegamos a este pueblo, y lo único que hicimos fue meter todas las cajas en nuestra nueva casa. Medio pusimos algunas cosas, pero hoy será un día muy duro, sobre todo cuando nos metamos de lleno a limpiar y a organizar bien todo.

Me duché, me vestí rápidamente y me fui hacia la escalera que llevaba a la planta baja, donde había un escritorio, cuatro cuartos más, un enorme salón, un cuarto de servicio, un trastero y la cocina. Y en la alta cinco dormitorios y dos cuartos de baño. La casa era muy grande, enorme. Admito que bonita, y lo será más aún cuando esté completamente limpia y organizada.

____ ¿Qué vamos a desayunar? -le pregunté a mi padre, ya en la cocina.
____ Me levanté temprano y he comprado algunas cosas en un supermercado, y así comeremos algo mientras vamos instalándonos –me dijo levantando una bolsa, en la que vi que había una caja de cereales.
____ ¿Cereales? ¡Qué rico! -exclamé, sentándome en el suelo.

Y me senté en el suelo porque... pues no sé por qué hice eso. Aunque creo que es una costumbre que tengo desde niña. Y menos mal que mi padre no se enfada. Y será, digo yo, porque él hacía lo mismo de niño. Un día me confesó que mi abuelo también lo hacía, por lo que supongo que es una tradición familiar.

Desayuné, hundiéndome en mis propios pensamientos. Y entonces no sé cómo fue que miré hacia un rincón de la cocina y vi un charco de sangre. Pensé que quizá me lo estaba imaginando. Pero no, era un charco de sangre. Cuando llamé a mi padre y él lo vio, se acercó más a la sangre.

____ ¡Dios mío, esto es muy reciente! -levantó la voz, tocando la sangre.

Dio unos pasos hacia atrás, cogió su móvil y llamó a la policía, que llegó enseguida. Dos agentes empezaron a revisar la casa. Vi que tenían caras serias, y se miraban como diciéndose algo y pensando lo mismo que yo: 'esto es muy extraño y me da que las cosas no van bien'.

____ Acabamos de revisar la casa y hemos visto que hay unos regueros de sangre que se encaminan hacia el mismo charco -dijo un policía.
____ Pero ¿qué significa esto? -le preguntó mi padre.
____ No lo sé, señor. Pero a lo mejor la pasada madrugada algún animal herido entró a la casa -respondió el mismo policía.
____ ¡Esto no puede estar pasándonos a nosotros! -dijo de pronto mi padre.
____ Señor, le recomendamos que cierre muy bien todas las ventanas y la puerta de salida al exterior. Nosotros dos seguiremos investigando.
____ Cualquier cosa, no dude en comunicarse con la comisaría -medió el otro policía.

Los policías salieron, y mi padre se fue a la cocina a beber agua. Y yo mentalmente me preguntaba “¿por qué los policías obraban tan raros?” “¿Por qué hablaban de lo que podía haber pasado, menos de la sangre?”, y, sobre todo, “¿quién y por qué ha entrado a mi casa?”. Todo esto me daba dolor de cabeza, así que seguí limpiando y ya vería cómo y cuándo investigaría este asunto.

Me fui hacia la cocina en busca de una escoba para comenzar a barrer, y, ya allí, me sorprendí al ver a mi padre dormido en una silla, descansándole la cabeza sobre la mesa. Traté de no hacer ruido, cogí la escoba y salí hacia el salón; lo limpié y luego coloqué los muebles que allí correspondían. Me era difícil moverlos, pero lo logré. Estaba cansada y sedienta. Eran más de las cinco de la tarde, por lo que decidí irme a descansar un poco. Pero rectifiqué y de nuevo me fui a la cocina. No podía creer que mi padre siguiese dormido, y eso que mi padre no es de esas personas que duermen mucho. Lo miré y después me acerqué más a él.

____ Papá, despierta ya -le dije moviéndole.
____ ¿Qué pasa? -respondió con esa pregunta, levantando la cabeza.
____ Que llevas durmiendo mucho tiempo. Ya son casi las cinco y media -le mostré mi reloj de pulsera.
____ Qué raro... Yo no me quedé dormido -respondió, como pensando.
____ ¿Qué quieres decir? –le pregunté.
____ Cuando entré a la cocina, bebí agua, pero luego vi en el suelo una navaja, y cuando me agaché para recogerla, de repente sentí que me dieron un golpe y todo se hacía oscuro –se levantó de la silla.

No podía creerme que en realidad esto haya pasado. Me senté en la silla donde mi padre se hallaba sentado y traté de relajarme. Para ser nuestro primer día en la casa, se acumularon emociones, aun así, no iba a impedir que algo como esto volviese a ocurrir. Me levanté y dije a mi padre que me iba arriba a descansar. Él se me quedó mirando y me dijo: 'de acuerdo'. Así que subí hasta mi cuarto.

Entré en él y lo primero que hice fue registrarlo entero, para quedarme tranquila. Entre las cajas que había comencé a buscar una en concreto, pero no la encontré porque eran muchas. Decidí entonces organizar mi cuarto, aunque me ocupase en toda lo noche. Volví a bajar a por la escoba, unos trapos y productos de limpieza, y entonces vi a mi padre poniendo un candado a la ventana de la cocina, lo que me hizo pensar que era por la recomendación policial. Cogí todo lo que necesitaba y regresé a mi cuarto, empezando a limpiar la ventana. Fue muy agotador, ya que el cuarto era muy grande. Terminé y empecé a poner algunas cosas, y esta vez me fue fácil, porque los muebles ya estaban colocados. Lo único que faltaba por hacer era sacar mis cosas y acomodarlas en el ropero. Ya casi acabando, mi padre entró y se quedó mirando mi trabajo.

____ ¡Qué bien te ha quedado! -exclamó, mostrando una sonrisa.
____ Gracias, papá, pero aún faltan algunos detalles -le dije.
____ Pero eso para mañana, porque ya es hora de cenar.
____ Tienes razón, papá. Me muero de hambre.
____ Lo suponía. Ven a la cocina. Ya he preparado la cena.

Bajamos hasta la cocina y empezamos a cenar. Mi padre es muy bueno en esto de ollas y fogones. Todo lo que cocinaba estaba estupendo. A ver si yo también pueda hacer lo mismo algún día.

La cena transcurrió tranquila, comiendo y hablando sobre la casa. Mi padre me dijo que el antes dueño necesitaba venderla a cualquier precio. Eso me dejó pensativa, pero me evadí. No quería que mi padre se percatase de que estaba yo investigando sobre ello. Si se enterase, se preocuparía y acabaría por convencerme de que no lo hiciese. Sé que se preocupa mucho por mí, pero también debe comprender que no puede controlarme, ni mucho menos decidir por mi cuenta.

Acabamos de cenar y nos dirigimos hacia nuestros respectivos cuartos. Estaba muy cansada, pero tenía que terminar de arreglar mi cuarto. Con determinación lo hice y me acosté. Ya iba a cerrar los ojos, cuando oí un ruido. Cogí la escoba y me dirigí hacia donde provenía, llegando hasta la cocina, en cuya vi sangre por todos lados y un cuerpo mutilado. Aterrorizada salí en busca de mi padre. Mientras corría sentía que alguien me seguía, pero no me paraba. Llegué al cuarto de mi padre y llamé a la puerta; no respondía. Tenía miedo y noté que alguien tocaba mi hombro. Me di la vuelta y vi a una mujer con una tabla, con cuya me golpeó y caí cuan larga al suelo.

Tres meses después…

Han pasado noventa días desde que recibí aquel golpe para luego despertar en un hospital. Los policías me preguntaron qué me había pasado, y yo les respondí:

____ Los policías de mi pueblo dijeron cuando vinieron a casa que no habían visto nada anormal, pero yo no les creí.

De pronto, el jefe de la policía me dio la noticia de que había muerto mi padre. Grité, lloré, no me lo podía creer...

Pero era verdad. Mi padre murió y no sé todavía si lo mataron.

Y, bueno, ahora estoy en un Centro llamado manicomio, donde van a atender mi 'problema mental'. No sé qué pasaría aquella noche. Lo único que sé es que la casa que compró mi padre está embrujada y que alguien quiere verme muerta. No tengo ni idea de la fecha en que saldré de este encierro, pero mientras seguiré aquí lamentándome de haber salido de mi piso de la ciudad,

En fin. Ahora seguiré hablando con ese loco enmascarado que está a mi lado y que quiere ser mi amigo.

____ ¿Qué hacemos ahora?
____ ¿Ahora? Me apetece jugar a... “Vive o Muere”.
____ Me parece bien. Yo empiezo.
____ ¡No, que tú no sabes las reglas!
____ ¿Qué no? ¡Ya verás tú...!



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Mensaje  achl Vie Ago 28, 2020 2:36 am






Siempre desaparece y siempre regresa



La señora de la limpieza, Doña Juana, era la que se encontraba con el dantesco panorama: la cabeza retorcida hacia atrás y un palmo de lengua fuera, como una larga babosa de gran tamaño.

Pero dejando a un lado los detalles, el difunto debía de estar por la zona, en busca de algún argumento para su próxima novela. Sobre el suelo había un viejo portátil, embadurnado en sangre. Algún escritor se desplaza a una ciudad en concreto para estudiar sus monumentos, sus calles y su gente y así poder empezar a escribir; a éste, nuestro protagonista de una ficticia pero macabra historia, a buen seguro que le habría gustado hacer un perfecto relato sobre todo lo que sucedió.

Seguramente sería un escrito brillante, pero ya no podía hacerlo. Obviamente no era un asesinato a punta de pistola. El cuerpo desmembrado retorcido hacía pensar que una bestia gigante había hecho de las suyas con él. No encontraron huellas ni ADN que estudiar. Tampoco respuestas. Sólo que alguien había sido destrozado en forma brutal. Fue mucho tiempo secreto de sumario y, aún luego de reabrir el caso, nunca encontraron algo explicable para aquella situación siniestra.

Ricardo era un individuo alto, barbudo y con gafas con montura de carey, con una graduación de cubo de vaso. Era un escritor prolífico, hasta entonces, hasta que su musa lo había abandonado año atrás. Por eso se trasladó a vivir a otra casa, que era del tipo victoriana, con seis habitaciones y tres baños, además de un amplio salón y otras partes propias de una casa señorial. En definitiva, era el lugar perfecto para un escritor, casi vacío de ideas y que necesitaba espacio para inspirarse.

Alquiló la casa por 2.500 euros/mes. Presente estaba la lluvia un día sí y también el otro. Era un frío otoño, que había obligado a estufas y calderas en todo el pueblo. Ricardo, ajeno a todo aquello, se tapaba con manta mientras aporreaba la máquina de escribir. Aún hoy, que todo está informatizado, Ricardo prefería su Olivetty, que tantos éxitos le había ido cosechando. Pero ahora, evidentemente, la Olivetty había dejado de escupir palabras sobre hojas en blanco.

El tratamiento psiquiátrico que tenía Ricardo no era una broma; tomaba 5  pastillas al día, para poder concentrar toda la ansiedad en nada. Pero eso requería esfuerzo, difícil de controlar. Y si a todo esto le unimos que era un gran bebedor de cervezas, temíamos que, en la mañana del otro día, apenas se acordaba en qué jodida cosa había pensado la noche anterior. Por suerte no estaba casado, si no, su tipo de vida no sería compatible con la idea de formar una familia y escribir todos los días como parte del trabajo diario. Aunque era un escritor de éxito, no disponía de más libros suyos el mercado, porque siempre andaba borracho o sonámbulo por las pastillas, y no siempre cumplía con sus deberes como escritor.

Era descuidado. No se preocupaba de nada en esos momentos, salvo que tenía que entregar un par de libros más a la editorial, como parte de un acuerdo entre ambos, y no tenía ni puta idea de lo que iba a escribir esta vez. Por esto eligió una mansión, apartada del ruido vecinal y del mundo. Se abastecería de comida y, por supuesto, de cerveza, y enseguida aparecería su musa. De eso estaba seguro.

'Vamos, Ricardo, que tú puedes. Todos los escritores tienen lapsus, pero al final todo se arregla y publican un superventas, se decía para sí.

'¡Sí, claro, y una mierda!', se decía de nuevo, con botellín en una mano y la pastilla correspondiente en la otra mano.

Al otro día, Ricardo despertaba sobre las diez de la mañana, con los ojos hinchados de tanto dormir. Afuera, el panorama era el mismo que el día que decidió alquilar la casa: una lluvia pastosa que parecía interminable. Llevaba tres días y aún no había bajado al pueblo a por comida. Pasaba de pueblo, al menos una semana. Tenía 5 cajas de cervezas y también las malditas pastillas de colores. Apenas si se acordaba qué color debía tomar por la mañana, al mediodía o por la noche.

Había dejado la vieja Olivetty sobre una enorme mesa de madera antigua, con una hoja de papel en blanco, ahogada en el cilindro. La cinta de tinta dispuesta para imprimir cualquier carácter, pero a Ricardo la musa aún no le había aparecido por ningún sitio. Era como si de pronto hubiese dejado de ser escritor.

Se paseaba por la casa haciendo escuetos vistazos a todos los cuartos de la misma, pero había decidido dormir en el sofá, al menos por ahora. Arriba, en la segunda planta, el frío era más intenso, y en el sofá estaría cerca de la máquina de escribir y se levantaría a aporrear teclas si a su inspiración se le ocurría algo de pronto.

Como a cada rato iba al baño -por aquello de beber tantas cervezas-, el que estaba justo al lado del espacio que ocupaba, y mientras caminaba en la penumbra se fijaba en la sombra de la Olivetty y se preguntaba si por fin habría escrito algo esa noche. Pero la borrachera le impedía pensar con claridad.

'Demasiada cerveza, Ricardo, y además mezclada con pastillas. Así no vas a ninguna parte. Pero esto forma parte del plan, ¿a que sí?', se decía.

Durante todo ese día, la musa dejaba en el olvido la mente de Ricardo. A la mañana siguiente despertaba a las once, y el silencio reinaba dentro de la mansión, salvo un repiqueteo de gotas de lluvia. A veces se asomaba por una de las ventanas del amplio salón para observar cómo las gotas hacían curiosas y desproporcionadas gruesas hileras sobre el cristal, esperando que la musa de los huevos de oro viniese. Aquellas gotas podrían ser toxicas para quemar el mundo. 'Bah, pensaba eso ya lo han escrito otros’. Tampoco valía que allí viviese un fantasma. Era repetir su primera novela o quizá era la tercera de ellas. Tampoco lo recordaba.

'Vamos, Ricardo, tú tienes madera, prepárate para escribir. ¿No está viendo la hoja en blanco en la máquina? O te estás cagando de miedo por haberte quedado sin ideas', no paraba de pensar.

Pero en parte tenía razón.

Una de aquellas noches, el tableteo de la lluvia era más intenso, más fuerte, como si se tratase de golpes ocasionados por el granizado. Tampoco seguían compás, eran golpes sueltos, y fuertes a la vez. Y esto le hacía despertar de sus resacas. Serían las siete de la mañana. Y por un instante pensó en que si sería granizo se preocupaba por el techo de la vieja casona. Al asomarse al ventanal del salón, no veía nada en la penumbra, sólo agua resbalando en el cristal. Ahora los golpes eran más nítidos, no acompasados. Absolutamente cierto de que no era una granizada sino unos golpes. ¿Pero quién podría dar aquellos golpes en una casa vacía?

El ruido provenía de la planta superior, desde uno de los cuartos, y para cuando estaba a punto de subir las escaleras, no sin antes dudar, cesaban los golpes. Ahora había podido adivinar qué clase de golpes eran: unos nudillos que chocaban contra la madera

'Ratas. Serán esas malditas ratas o algún pájaro grande', pensaba.

Volvía al sofá y se dormía, casi al momento.

Al día siguiente no recordaba nada, y la musa seguía sin aparecer. La Olivetti allí estaba, intacta, con un folio doblado en ella. En blanco por supuesto. Ni tan siquiera había escrito algo absurdo. Sólo su nombre y una raya baja indicando: ‘primer capítulo’. Y no podía hacerlo porque, sencillamente, antes iba el título y no lo tenía todavía. Para desayunar se tomaba una cerveza y una de esas pastillas que no podía dejar de lado, si no, problemas...

'No, no estoy loco, simplemente tengo estrés', se decía.

En alguna parte del globo el sol brillaba sobre la tierra, pero allí seguía lloviendo a mares toda la semana, y el tableteo de las gotas, insoportable se hacía ya. A veces, el silencio hacía que un pequeño chasquido sonase como un explosivo en tus oídos y te sobresaltases.

Aquella noche se repetían los ruidos en una de las habitaciones del piso de arriba. No se atrevía a subir. En realidad, le había entrado cagaleras en media borrachera. Eran unos golpes precisos. ¿Un martillo tal vez?

Ahora sonaban con más intensidad, y no era un pájaro o una maldita rata. Decidía dormir un poco, ajeno a todo. El silencio reinaba de nuevo en la noche, salvo aquel repiqueteo de gotas innecesariamente audibles, ahora desde la ventana también.

Por fin al otro día la lluvia daba un respiro, aunque las nubes seguían encapotando y ennegreciendo el cielo. Ricardo, normal en él, ingería las pastillas con un trago de cerveza. Una mezcla letal a alta dosis que para él no era nada, excepto que le hacía ir de un lado a otro mientras caminaba en el salón y de ahí al cuarto de baño de la planta de abajo. Hoy sí, hoy sí que recordaba el tableteo y pensaba que iba a subir a husmear. De modo que cerveza en mano y con ropa desaliñada se disponía a subir las escaleras de madera que parecían crujir los peldaños con las pisadas de sus pies. Una a una discurría por las seis habitaciones y dos cuartos de baño. Todo era tétrico a los ojos de Ricardo, y tan vacío como sus ideas. No estaba amueblado ninguno de los espacios, salvo uno de ellos, que daba al fondo del pasillo, que tenía un armario, uno de esos de la Era Media, con cuatro cristales y dos manivelas oxidadas. No se atrevía a acercarse. '¿Para qué?' pensaba. Allí no habría nada, de modo que volvía a bajar al salón para seguir bebiendo cervezas. En todas las partes, botellas vacías de cerveza formaban extraños montículos de basura.

Esa noche, sin su musa, Ricardo, todavía sobrio, oía el ruido, pero esta vez era como si algo extremadamente pesado se retorciese en la madera del suelo del piso de arriba. Escuchaba durante un momento. Se hacía el silencio. Todo estaba oscuro y decidía que era ya hora de dormir.

A día siguiente, al despertarse entre latas de cerveza vacías, lo primero que le venía a la mente era el ruido que había oído la noche anterior, diferente al de las otras. 'En casonas viejas se oyen ruidos por las noches', pensaba jocosamente. Pero esto no le decía nada, en realidad no le dejaba tranquilo. De manera que esa noche quería estar lucido, con la idea de subir para ver de dónde provenían los ruidos.

Y así fue. Mientras volvía a llover afuera y se escuchaba el repiqueteo de la lluvia, los ruidos regresaban. Y esta vez Ricardo estaba sobrio.

Subía despacio la escalera y a medida que lo hacía los ruidos eran más prominentes, como si algo allí arriba estuviese arrastrándose. Llegaba al pasillo, y nada. Las luces estaban encendidas. Miraba en los cuartos y todo normal. Tampoco en el armario, pero percibía que los ruidos que ahora habían desaparecido hubiesen podido venir de aquel extraño armario. '¿Y si es un gato dentro en él?' se preguntaba, riéndose.

Se acercaba sigiloso al armario con una de sus puertas entreabierta. Miraba en el interior desde la apertura. El armario estaba vacío. Tocaba el picaporte de la puerta, y un chirrido de una bisagra acompañaba a la total apertura de la puerta. No había nada adentro. Ahora iba a probar en la otra puerta, pero ¡paf, se fue la luz. Ricardo volvía la cabeza esperando obtener una respuesta. Sencillamente, se había ido la luz y ahora estaba a oscuras.

“Ricardo, baja al sótano y tómate dos cervezas con un par de pastillas y te olvidas de todo”, se decía para sí.

Pero no lo hacía, porque en el fondo del cuarto, tras la puerta, se movía una sombra viscosa perfectamente visible. Era de color pardusco y de un tamaño considerable, más alta que un hombre alto, y más recia. Como dos dedos, pulgar e índice, de una mano humana, apoyados allí. Podía oler un olor nauseabundo y ya empezaba a dudar si aquello era el efecto de las continuas mezclas de alcohol y pastillas.

Intentaba moverse, pero aquella cosa inhumana se movía en el centro de los dedos en posición vertical. Se movían sus tentáculos de enorme alcance, que casi rozaban la cara a Ricardo. Una forma abominable estaba allí presente y empezaba a avanzar hacia Ricardo. Dada la profesión de él, escritor, al verlo con más nitidez lo reconocía como una criatura como las que describían los autores favoritos suyos.

Pero, de pronto, a Ricardo se le helaba la sangre. ‘Esto es un producto de mi mente', pensaba, pero aquel abominable ente se apoyaba en seis de sus tentáculos, y lo último que veía Ricardo gritando de pánico era dos refulgentes ojos amarillos y protuberante boca con decenas de dientes afilados y colapsados en una tráquea pestilente. Un dolor intenso le recorría el cuerpo mientras la bestia lo abrazaba, y entonces se daba cuenta de que no era una pesadilla, ni el asqueroso alcohol ni las malditas pastillas, era al vomitar sangre, porque estaba reventado por dentro, y fue entonces que se percataba de que todo aquello era realidad.

Por la mañana y luego de una larga semana de lluvia y nubes, aparecía el sol. Los primeros rayos entraban por aquel ventanal de la habitación. Allí había un cuerpo retorcido y un amasijo de huesos asomando de entre las carnes rígidas. Abajo, en el salón, la máquina de escribir estaba donde el primer día, con el folio en blanco aún en ella. Unos rayos del sol la iluminaban. Ahora, Ricardo, de haber sido un sueño podría iniciarse en un nuevo libro con las primeras palabras, como título…


SIEMPRE DESAPARECE Y SIEMPRE REGRESA


Y del abominable ente, nunca más se supo. Por el momento, claro…, porque siempre aparecía cuando un nuevo inquilino arrendaba la antigua e inhóspita casona…


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Mensaje  achl Vie Ago 28, 2020 2:46 am




Conmoción

Me llamo Alejandro. Ahora cuento 47 años. Me dicen algunas amigas que soy un maduro resultón, bien parecido, de alta estatura, ojos marrones y pelo moreno, aunque un poco canoso ya. Cursé mis estudios de Medicina en la Universidad de Sevilla. Cuando hice las prácticas en el Hospital Macarena de Sevilla me aceptaron enseguida, ya que según me dijeron los catedráticos veían en mí buenas cualidades para la medicina y agregaban que había nacido para ser médico.

Para intentar calmar mi espíritu, cuento lo que ha ocurrido, que sido algo que me ha superado. Prácticamente por mi culpa ha muerto un muchacho. Si no hubiese salido yo unos instantes del hospital, probablemente seguiría con vida.

Trabajaba en el Hospital Macarena. Todos los días eran normales, hasta que un día, caluroso de junio, escuchamos un estruendo. Mi enfermera, Violeta (de abundante pelo del mismo color que su nombre) empezó a correr hacia el lugar del estruendo.

No me había enterado de nada, sólo escuchaba que pedían urgente una camilla. Al poco, pasaban por mi lado. Un muchacho, pálido y más blanco que la leche, yacía inconsciente sobre una camilla con ruedas. Su cara estaba cubierta de sangre.

____ ¡Lo han arrojado con fuerza desde un coche! -decía una señora.

Todos vimos horrorizados cómo la angustiada señora sufría un ataque al corazón. La llevaron a la enfermería para inspeccionarla. Y yo iba a urgencias, donde estaba agonizando aquel joven.

Dos de mis compañeras y un compañero le estaban haciendo pruebas. Yo le cogí la muñeca y le tomé el pulso: apenas si se oía. Le miraba los ojos, que eran de un color verde y que parecían suplicar ayuda.

Le hicimos una prueba más exhaustiva. La situación era desoladora. Un pulmón lo tenía deteriorado, seguro por el golpe al caer al suelo desde un coche en marcha. Los brazos, uno de ellos fracturado, y los dos, llenos de cortes, producidos por algo afilado. Perdió un ojo, y el otro casi; el diagnóstico era: explosión del globo ocular. El riñón derecho no funcionaba, y el otro, terriblemente deformado estaba.

Por todo esto no era extraño que hubiese perdido más de tres litros de sangre, por lo que entraba en un coma profundo. Lo llevaron urgente a quirófanos. Todos los que estábamos presentes pensábamos que no iba a salir con vida, pero no, vivía aunque había perdido toda la movilidad y nunca más volvería a ver. Su hermano, siempre estaba con él; lo paseaba por los jardines del hospital.

Algunos amigos le visitaban a menudo. Dos de ellos se quedaban incluso a dormir, alternativamente. Los médicos y las enfermeras le cuidábamos con celo y entrega, e incluso llegamos a cogerle cariño.

El día de Halloween por la mañana habían estado con él sus amigos, y también su hermano como venía siendo costumbre. Esa noche nadie pudo quedarse a dormir, y por esto le prometimos a Luis, que así se llamaba su hermano, su ángel de compañía, que se quedaba en buenas manos.

Maldita la hora en que le dije eso, porque a las dos de la mañana, mientras acudía a recepción (que ocupaba momentáneamente el puesto de recepcionista, María, una veterana enfermera, guapa y amable de cuarenta y seis años, y de la que yo estaba enamorado), al ir bajando peldaños, una sensación de inseguridad me invadía al ver que todo estaba oscuro y solitario. Mi corazón se iba acelerando al ver que no había nadie en la recepción.

Me iba corriendo hacia su puesto de trabajo y tampoco estaba allí. No sabía por qué me daba la impresión de que podía estar caída sobre el suelo; miré y allí estaba, con sus bellos y grandes ojos cerrados. La cogí y la acomodé en una camilla. Mi oído se agudizó y escuché cómo alguien huía por la escalera más próxima a mí del edificio.

Le eché aire a María con una revista que había sobre una silla.

De pronto una alarma asustaba a algunos pacientes. Venía de la sala de enfermería. Entraba apresurado y observaba que la señal en el ordenador de la habitación 276 estaba parpadeando.

Corría hacia las escaleras y topaba con Dolores (otra enfermera). Llevaba tras sí una máquina de reanimación.

____ ¡Dios, ¿qué ha pasado?! ¡¿Cómo ha ocurrido?! ¡Pobre María! -escuchaba decir a la enfermera Samanta.

Corría hacia allí. Al ver aquel panorama tan desolador me daban arcadas, pero me controlaba. Samanta intentaba taparle la hemorragia en el cuello y la cara. La raya informática en la pantalla del monitor estaba plana.

____ ¡Carga a 190! -grité enérgicamente a Samanta.

Le di cuatro descargas seguidas, pero no reaccionaba.

____ ¡Déjala ya! ¡Parece inútil seguir! –me dijo Samanta
____ ¡No, no me doy por vencido! –le respondí en un tono alto.

Me remangué y empecé a hacerle un masaje cardíaco. Nada.

____ ¡¡Carga a 200!! -grité a Samanta.

Samanta no podía parar la hemorragia. Cuando el aparato se había recargado, le di una descarga tan fuerte que María daba un salto y caía al suelo.

La sangre salía cual sádica cascada bajo el cuello. Empezaba Samanta a hacerle el boca a boca absorbiendo toda la sangre que salía permanentemente.

Seguí tres minutos más, hasta que la sangre dejaba de salir. Samanta se deshacía en lágrimas. La cara de María se ponía pálida, sin vida. Instintivamente, me quedé unos segundos mirándola:

____ Hora de la muerte: 5,11 -dije, desolado, desfallecido.

Pero cuando estaba casi repuesto, no sabía qué había ocurrido. Estaba atado a una cama y me estaban medicando. Sin duda, era la secuela de no poder salvar a una mujer que quería y querré con toda mi alma.

Según me enteraba al regresar al hospital después de tomar un poco de aire, había entrado precipitadamente a la sala un loco y le cortaba el cuello a María, pero antes la había violado salvajemente.

Y ahora mi corazón está completamente destrozado y no empezará a recuperarse hasta que no haya muerto ese hijo de puta depravado.


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Mensaje  achl Mar Nov 17, 2020 2:21 pm




CONTINUARÁ


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