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SÓLO ESCRITOS DE HUMOR

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Mensaje  achl Vie Ago 28, 2020 3:30 am




Berta y sus nuevas lolas

Berta era una chica sevillana de 28 años, coqueta y adinerada. Pero arrastraba un gran complejo: tenía poco pecho, prácticamente lisa de las defensas de vanguardia. Harta ya de burlas de extraños, e incluso de amigos, a primeros de junio de aquel año decidió acudir al mejor cirujano plástico de la ciudad para que le aumentase las mamas.

Se sentía feliz con sus nuevas lolas. Lo primero que hizo, una vez repuesta, fue irse a Ibiza y allí haría topless,
para deleite de tanto macho ibérico, y foráneos millonarios y famosos que pululan por aquella isla balear.

Estaba ella muy eufórica. Se veía tan bien, tan espectacular, tan orgullosa, tan de aquella manera… que quería compartir con todos ellos la belleza de sus despampanantes lolas.

Su mejor amiga, Rosa, le hacía un comentario:

____ ¿Vas a Ibiza en avión? ¡Cuidadín, cuidadín con lo que vas a hacer! Las prótesis pueden explotar no bien el avión coja altura.

Y cada una de sus otras nueve mejores amigas argumentó su versión sobre las prótesis y los aviones...

____ Acuérdate de lo que le ocurrió a la Anita Obregón... -una.
____ Igual que a infinidad de actrices de Hollywood... -otra.
____ ¿Te acuerdas de Piluca? Pues ella tuvo serios problemas... -otra.
____ No sé yo de ningún cirujano plástico que asegure algo así... -otra.
____ Jo, es que llevar ahí arriba algo tan grande que no es tuyo... -otra.
____ Yo que tú me iba a Ibiza en barco... -otra.
____ Bueno, a lo mejor tienes suerte y sólo explota una... -otra.
____ Arriesgarse a un estúpido peligro y sólo por presumir... -otra.
____ A los hombres no les gustan las tetas de silicona... -otra.

“¡Basta! ¡¡Basta!! ¡¡¡Baaastaaa yaaaaaa!!!” –gritó Berta, cabreada.

Pero tan confusa la había dejado las opiniones de sus diez amigas, que habló con su cirujano, quien le dijo categóricamente que viajase en avión a Ibiza y adonde le diese la real gana completamente tranquila que no tendría ningún problema.

Cogió un taxi y se fue al aeropuerto, acompañada de Rosa, que antes de subirse a la aeronave, le preguntó:

____ ¿Qué harás si te explotan las tetas en pleno vuelo?
____ ¡Déjame en paz, coño ya! –respondió airada y se fue hacia el avión.

Ya a bordo, no obstante, las últimas palabras de Rosa le daban vueltas y vueltas en la cabeza; tantas y tantas vueltas eran que ni siquiera la contundente respuesta de su cirujano le daba tranquilidad.

En el asiento contiguo al suyo, un niño de unos cinco años se movía revoltoso. Pero Berta, muy habituada a los aviones, se quedó dormida. Y soñó que caminaba por una cala solitaria, y que de pronto se cruzaba con el niño del avión, que la seguía y se ponía delante de ella. Hasta que, finalmente, cogía su arco y sus flechas de juguete, ponía una flecha en el arco, apuntaba a los pechos de Berta y... ¡¡PUUUUMMMM!!

Berta despertó sobresaltada, cogiéndose sus tetas con desespero.

Y mientras tanto, aquel mocoso que iba a su lado estaba quitándose de la cara los restos del chicle que había estado masticando.



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Mensaje  achl Vie Ago 28, 2020 3:41 am



Buscando trabajo en Huelva


Soy Eloy y, como muchos otros españoles, estoy sin trabajo. Me enteré de que podía lograrlo en Huelva. Pedí una entrevista, que me concedieron, cogí un autobús de la empresa “Damas”, y aquí estoy yo, en la oficina de un empresario pescadero, más bajito y más flaco que el flaco de “El gordo y el flaco”

El empresario me mira y me dice:

____ Hábleme un poco de usted.
____ Verá usted, señor, necesito el puesto porque llevo mucho en el Paro, y hace tiempo que se me acabó el subsidio. Mi situación personal es desesperada.
____ ¿Ha trabajado usted antes con pescado?
____ No señor, nunca.
____ Da igual. Aquí podrá usted aprender de pescado.
____ Seguro, señor.
____ ¿Tiene usted experiencia en almacenaje de pescado?
____ Fui mozo en una pescadería durante un mes.
____ Bien. Y dígame, ¿tiene usted algún problema con el pescado?
____ ¿Cómo dice, señor?
____ Que si el pescado significa un engorro para usted.
____ ¿A qué se refiere, señor?
____ Que si a usted le molesta el pescado.
____ No señor.
____ ¿Siente usted escrúpulos del pecado?
____ No señor.
____ ¿Es usted alérgico al pescado?
____ No señor.
____ ¿Ha encajonado usted alguna vez pescado?
____ No señor.
____ Lo digo porque, verá usted, no es igual manejar, por ejemplo, cien lenguados que cien mil. Puede usted acabar harto de pescado, y eso no se lo consiento.
____ Por supuesto, señor.
____ Sepa usted, caballero, que esto es una fábrica de pescado, no una pescadería.
____ Lo entiendo perfectamente, señor. Descuide.
____ Caballero, yo adoro el pescado.
____ Lo imagino, señor.
____ Caballero, el pescado es toda mi vida.
____ Ajá.
____ ¿Se acostaría usted con un pescado?
____ ¿Cómo, eh…?
____ Pues yo sí.
____ ¿Trabajaría usted con pescado por cinco euros la hora?
____ Cuente con ello, señor. Oiga, me ha parecido entenderle antes...
____ Pero usted no es el único candidato. Tengo que hacer más entrevistas.
____ Claro, señor. ¿Le importaría repetir lo que ha dicho de acost...?
____ Mire, caballero, si decido contratarle tiene que prometerme algo.
____ Dígame, señor.
____ Amará usted al pescado sobre todas las cosas.
____ Hombre, quizá eso sea mucho pedir, pero le prometo que haré lo que pueda.
____ ¿Conoce usted a San Pescadito mártir?
____ ¿San... ¿Pescadito... qué, señor?
____ Mártir, caballero.
____ Pues no, señor.
____ Es el patrón de esta empresa. A él nos encomendamos. Póngase esta chapa.
____ Oiga, señor, no sé si yo soy merecedor a...
____ Póngasela usted en la solapa. Así, como yo, mire...
____ Con que San Pescadito mártir...
____ Eso es. Y ahora, si me disculpa... Cualquier novedad, le avisaremos.
____ Señor, no dejo de darle vueltas a lo que dijo sobre que si se acost...
____ Soy un hombre muy ocupado, caballero.
____ ¿Su esposa lo sabe?

Se incorpora con dificultad de su sillón, me mira y responde:

____ Caballero, mi esposa es una ballena.


Y de pronto despierto sudando a mares y con olor a pescado

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Mensaje  achl Vie Ago 28, 2020 3:52 am



¡¡Cerrrrveeeezas!!


No me quiero ni acordar cómo terminé vendiendo cervezas en Rota (Cádiz) el verano pasado. Qué contactos, qué ganas o qué urgencias me llevaron hasta un pueblo de un bum inmobiliario que convertía a aquel municipio costero en el lugar de veraneo más apropiado para la gente de la clase media. Esos veraneantes eran los ideales para decorar --con sus presencias refinadas, sus proles numerosas, sus radios que a tutiplén largaban coplas y sevillanas--, aquellas arenas y aquellas aguas azules-verdosas. Y, entre ellos, mi menda cruzaba la playa a diario bajo un sol de sentencia, pero untado en cuello y hombros un protector solar, cubriéndome los brazos y las piernas al máximo, empujando a duras penas un carrito con latas de cervezas y barras de hielo, enterrándome en la arena, esquivando a los que tomaban el sol, a los que jugaban al fútbol y a los otros vendedores ambulantes, como yo, y yendo y viniendo por aquella ondulada extensión de costa...

Mi carrito tenía una campanita de bronce que yo hacía sonar a la par que gritaba ¡cerrrrveeeezas! En el estirar de la “erre” y el de la segunda “e”, esperaba hallar un pregón original para que los bañistas me reconociesen y me llamasen para comprar mis cervezas Me comportaba amable y servicial con los veraneantes, pensando que actuando así me los iría ganando para futuras ventas.

Sin autorización del dueño del concesionario, pinté en el carrito en sus dos laterales y por delante Cruzcampo. Pero cuando concluía la temporada veraniega tenía que borrarlo todo para evitar una multa del concejal del Ayuntamiento que controlaba el negocio de los vendedores ambulantes en todo el municipio.

Pero la venta iba flojeando. Promediaba julio y todos los vendedores cantábamos desganados la copla de nuestros productos. Empezaba ya a cansarme, pero no me quedaba de otra que estirar la decepción hasta acabar septiembre. Faltaban más de dos meses.

A veces iba por la arena de la orilla, más asentada y viable, y ya no me molestaba en pregonar cerveza, que también vendían en un chiringuito de allí. Pero me motivaba el hecho de haberme hecho de dos clientas fijas, que siempre me compraban a las dos, cual inconsciente esfuerzo que algunos tienen de mantener la rutina hasta en sus días de vacaciones. Una de ellas era una gordita y bonachona madre de familia, que venía desde uno de los pisos de alquiler; y la otra, una mujer cincuentona bien conservada y guapa a pesar de no llevar maquillaje y su imagen merecía una playa de gente más postinera.

Como me llamaba desde unos cien metros, me obligaba a retrepar con el carrito las ondulaciones del terreno, pero la gordita ¡me daba propina!, además de pedirme y pagarme seis latas para llevárselas a casa para el resto de su familia.

Y también andaban por allí cuatro cuarentonas, a las que siempre encontraba a eso de las tres, panza arriba en hamacas tomando el sol. De aquel cuarteto femenino, la que se levantaba, me llamaba y me pagaba cuatro eternas cervezas era una culona, la menos baqueteada por el paso del tiempo o los hijos. Por cierto, nunca vi chicos ni hombres con ellas a su lado. Acostumbraban a ponerse al final de la playa, donde la población playera mermaba, tal vez buscando la privacidad que le proporcionaba una cierta separación saludable entre los veraneantes.

Resulta que un día la culona, antes de darme el billete de la compra se le caía de la mano y tenía que agacharse para recogerlo. En su inclinación, ¡uf!, dos tetas, más pezón que otra cosa, se salían por encima de la recatada postura que adoptaba su cuerpo para atenderme, supongo que por pudor. Pero, paradójicamente, tomando el sol se bajaba su bañador hasta la cintura, según decían los típicos mirones.

Pero era un pudor con visos exhibicionistas; la primera vez creí que era un descuido, pero alertado por los cuchicheos y risas ahogadas de las otras tres, que seguían en decúbito dorsal la transacción comercial, llegué a pensar que se estaban divirtiendo a mi costa.

Uno de aquellos días pasó una cosa inesperada. Mi único pantalón corto de trabajo se descosió en la entrepierna, justo donde los muslos se rozan al caminar. Vi en el espejo del baño compartido de la fonda donde paraba que si me mantenía en pie la rotura no se notaba, pero si me ponía en cuclillas, ¡oh!, el trío freudiano hacía su aparición. Al otro día descarté los calzoncillos y fui a trabajar más liviano, y también con la ansiedad y la alegría como las de la primera semana mientras me alentaba a tamaño suplicio la ilusión de hacer dinero pensando en el otoño. Pero ese día, lunes si mal no recuerdo (aunque a los veraneantes les da igual el día que sea) me sentí de puta madre por gustarme tanto las mujeres y “sus cosas”: '¡Pepe, ahí la tienes ya!’ me dije cuando la culona a la distancia reclamaba mi presencia.

Y allí fui y allí escuché el mismo pedido de siempre. Y allí el billete doblado en cuatro se le escapó de la mano por el efecto del viento, que no amaina en aquella zona de la costa. Pero intervine, amable, y enseguida le gané de mano y me agaché con mis piernas abiertas para coger el papel con el número 20 pintado, que por poco no se fue volando. Un segundo ante sus ojos, el trío freudiano dijo hola, colgó un instante envuelto en la brisa costera y desapareció por detrás del tejido del pantalón. Seguro que hubo visualización por su parte, porque sus ojos se desviaron, abochornados quizá (resultaba difícil ver el rubor en su cara porque se empecinaba en broncearse desde los pies al pelo), mientras yo le agradecía la compra y comenzaba a tirar del carrito, sin la más mínima señal de provocación en mi anatomía, liberada ya de tan inocente exhibicionismo.

Al otro día anduve listo para ganar el juego libertino que la culona había propuesto, si se daba el caso, pero... ¡oh, sorpresa! El billete nunca más volvió a caérsele de la mano. Detrás de la culona, el cuchicheo jocoso de las tres amigas se había vuelto en un silencio expectante.

Pero ya no hubo más ventas de latas de cervezas a aquellas cuatro damas, ni más juegos libertinos con la dama culona, porque a las tres de la tarde del primer lunes de la segunda quincena del mes de agosto, aquellas cuatro damas cuarentonas no volvieron a aparecer.



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Mensaje  achl Vie Ago 28, 2020 4:07 am



¡Cuán sorpresa no se llevaría el embajador!

Aquel jueves, cuando pulsaba el timbre de la puerta a las ocho de la mañana de la casa-hotel donde trabaja todos los jueves, mi jefa tardaba más en abrir de lo que en ella era habitual. Cuando me abrió, asomó el cuerpo, y yo no podía dejar de reírme. Aquella picante setentona apareció en picardías rojo, que traslucía revueltos pelillos canosos y su cara se encontraba más surcada que el jueves anterior. Aquel escracho andante, parecía que se había demorado adrede. Después, se apoyó en el marco de la puerta y empezó a exhibirse, sin ningún tipo de pudor, ante las personas que en ese justo momento pasaban por la acera de la calle.

____ Anoche me acosté tardísimo -me dijo como excusa- Empiece usted, López, que apenas me acicale un poco le ayudaré.

En realidad, no tenía por qué excusarse. Era mi jefa y la dueña de aquella mansión, transformada en hotel para contadas ocasiones.

Y después de decirme eso, se fue hacia el cuarto de baño, avanzando en el pasillo unos muslos escuálidos y llenos de estrías.

Eran años difíciles, y para ganarme unas pocas pesetas había aceptado la oferta de aquella viuda ricachona, de las muchas que residen en Sevilla, para que le hiciese de chico de los recados y como mayordomo 4x4 (todo terreno) en las veces en que organizaba algún evento en su caserón. Por cierto, no era de mi gusto el tener que disfrazarme de pingüino y hacer reverencias a toda esa gente estirada que pulsaba el timbre. Pero no me quedaba más remedio que obedecer; si no, llamaría a otro u otra, aunque la señora me prefería a mí, que soy un hombre.

Aquel jueves era víspera de fiesta, así que me quedaría en la casa hasta las tantas, por lo menos hasta que se hubiese marchado el último invitado. Pero mejor para mí; más horas, más pesetas para mi endeble economía.

Cada jueves, por hábito, iba primero al dormitorio principal, el de la señora, y ya allí quitaba las sábanas y las llevaba a la lavadora, y así aprovechaba el sol a la hora de tender. Pero aquel jueves, al levantarlas caía al suelo algo alargado de plástico azul transparente, con un largo cable azul que aún seguía enchufado a una clavija junto a la mesilla. Cuando acababa mi mente de asimilar el vocablo ‘consolador’, apareció la señora y me ordenó que empezase por el salón o por cualquiera otra habitación, que ella tenía cosas que hacer en su dormitorio.

Dejé de nuevo las sábanas encima de la cama y salí del cuarto, sin respuesta por mi parte, cerrando la señora la puerta tras de mí.

Me fui a la cocina y empecé a fregar sartenes, cubiertos, vasos, platos… que llenaban el fregadero. El día anterior habría recibido varios invitados y no me había avisado para que la sirviese. Pero sería algo informal, porque la mantelería fina y la vajilla de plata seguían como yo las había dejado en la alacena la última vez que habían sido utilizadas; es decir, listas para usarse aquella noche de jueves.

La cocina era un auténtico caos: platos con restos de comidas, y copas y vasos se encontraban rotos y esparcidos los cristales en el suelo. Todas las sillas manchadas, cenceros llenos de colillas. Pensé que la setentona se había descontrolado un poco la noche anterior. Al menos, era lo que parecía. Pero todo tenía que quedar en un perfecto estado de limpieza y en orden, porque aquella noche vendría a cenar a la mansión el embajador de Portugal en España. Me lo había dicho expresamente la señora el jueves anterior.

____ López, nunca tuve un embajador cenando en casa. Quiero que todo esté bien organizado. Si algo falla, no me lo voy a perdonar en la vida.

“Como para no meterme yo solo presión...”, pensé.

Mientras me empleaba dos horas limpiando aquel desastre en la cocina, del resto de la casa me venía un silencio extraño, e imaginaba que mi jefa estaría durmiendo, o tal vez “disfrutando con su nuevo compañero: el Señor Vibrador”.

A falta de nuevas órdenes, para que mi jefa no me descubriese ocioso empecé con el salón, en donde se celebraría el evento y en el que el mínimo detalle de falta de higiene sería una prueba de fuego para que aquellos ínclitos comensales, como su Excelencia el Señor Embajador, esparciesen malas referencias de la mansión-hotel, propiedad de la señora viuda de Monteros de los Monteros.

A las dos aparecía mi jefa, embutida en un camisón largo celeste, y unas zapatillas de piel del mismo color. Me hallaba yo en ese momento revisando toda la vajilla. Me preguntó cómo iba todo, mientras miraba en todos los rincones en busca de alguna telaraña.

____ ¡Allí, López, en ese rincón cuelga una! –levantó la voz, señalando con el dedo índice de la mano derecha un ángulo alto del salón.

Yo no era capaz de verla, pero, para que me dejase en paz hacer mis labores, cogí el plumero con palo largo y lo pasé varias veces. Al terminar esa faena, salí a buscarla al salón, pero de nuevo había desaparecido. Fui a su dormitorio y golpeé suave la puerta. Asomó la cabeza con cara de pocos amigos.

____ ¿Hago ahora su dormitorio, señora?
____ ¡No, hoy me encargo yo! ¡Limpie los baños y fíjese que no falte nada para esta noche! -me dijo con voz nerviosa.
____ Como usted mande, señora.

Y ya no me molesté más en pedir nuevas órdenes. A las cinco salí a hacer la compra.

Quedaba poco papel higiénico, y no fuese cosa que su Excelencia tuviese que ir a paso ligero al baño y... Así que como la señora seguía encerrada, cogí dinero de su monedero y me fui al supermercado.

A las 7 comencé a montar la mesa. Diez selectos comensales, sin niños ni mascotas. Lujosos tapetes y servilletas, bordados, cubiertos de plata, copas de cristal tallado “la Cartuja”. Y el menú, el típico sevillano: gazpacho con toda su guarnición, y pescado frito variados. De pronto, pensé:

“No sé qué negocio tiene entre manos al codearse con gente de alcurnia…”.

Ignoraba los detalles de un protocolo oficial para preparar una mesa imperial; yo no era un mayordomo profesional, así que hice mi cometido como mejor sabía y según los métodos de la clase baja, que nos las aviamos como buenamente podemos.

“Mejor habría sido que hubiese contratado un profesional, y así no correría riesgos innecesarios. O que venga a echar un vistazo de tarde en tarde”, pensé de nuevo.

Ya era demasiado humillante para mí tener que estar encorvándome ante gente estupidita. Acabé con la mesa y me fui a buscar mi ropa para irme a duchar. A las nueve empezarían a venir los primeros invitados.

En ese instante sonó el timbre. Fui a abrir la puerta. Eran de la floristería, que traían las flores. No llamé a la vieja. Me limité a pagar con su tarjeta de crédito, imitándole la firma. No era la primera vez que lo hacía.

Preparé todos los floreros con la misma intuición con que había puesto la mesa, porque tampoco entendía de adornos. Los distribuí entre el salón y el holl. Luego, cogí mi ropa y empecé a cruzar el pasillo hacia el baño del servicio, cuando de nuevo sonó el timbre. Ahora era el servicio de catering. Dos chicos uniformados bajaron de una furgoneta una mesa portátil alargada y diez sillas de igual material y estilo. Les dije que dejasen todo en la entrada.

“¿Qué estará haciendo encerrada en su dormitorio?”, pensé, pero, sin darle importancia a eso, por fin me fui hacia el baño.

Mientras me vestía oí voces. Al regresar al salón, disfrazado ya de pingüino, vi a la jefa abrazando a un tipo vestido con un frac, que me hacía competencia. “¿Lo ha recibido ella, o estaba escondido en su alcoba desde la noche anterior?, porque yo no le he abierto la puerta”. Me dio la sensación de que ella se había enojado por mi aparición. Antes de dejarme solo en la cocina se servían en dos copas Don Perignon y, con ellas en la mano, salían entre risitas y guiños de complicidad.

Pronto empezaban a caer invitados. Al ir abriéndoles, tenía que anunciarlos con voz estentórea, para que la anfitriona viniese a recibirlos. El senador Salas, el banquero Iglesias, el marqués de Gris, la condesa del Brío, el Conde Lilo, el notario Costa... Y así por el estilo hasta nueve. Dejaron en mi mano sus costosos abrigos, y yo los iba llevando al dormitorio de la vieja, porque la casa no tenía guardarropa. La cama matrimonial iba ganando en altura a causa de una pila de pieles.

El último, como era de esperar, la estrella de la velada, el embajador. El auto oficial aparcó frente a la mansión, y su chófer iba a abrirle la puerta de atrás. El embajador era un hombre alto, moreno, 50 años, con mostachos con las puntas hacia arriba y ojos picarones. Lo presenté como Su Excelencia y un apellido que no recuerdo. Y lo hice impostando lo mejor que podía la voz para dar más solemnidad a aquel acto. Una voz que era la que correspondía a semejante recepción.

Apareció la anfitriona y saludó al portugués con tanta melosidad que si él sufriese de diabetes se moriría allí mismo de un ataque de hipoglucemia. El portugués se quitó su abrigo, y mi jefa me ordenó:

____ López, lleve el abrigo de su Excelencia al guardarropa.

No había guardarropa en la mansión, como ya dije, y mi jefa lo sabía, pero asentía. Cogí el lujoso abrigo de mano del usuario, que sonreía con sorna, adivinando quizá mi nula experiencia como mayordomo. Hacía una inclinación de cabeza y como balas desaparecía de su presencia.

La cena transcurría sin problema. Yo era la única cara del servicio doméstico, así que me paseaba por el salón empujando un carrito de metal dorado, con unas bandejas de entremeses, caviar y vinos variados. Y todo el rato me preguntaba a mí mismo si estaba comportándome como el protocolo exigía, y antes de destapar una fuente o servir una copa alzaba la vista buscando la aprobación de mi jefa. Pero ella, sentada a la cabecera de la mesa, estaba muy ocupada halagando al diplomático, y suponía que también estaría contándole su proyecto de inversión en un Grupo de Turismo Internacional. El embajador, cada vez que veía que aparecía por su lado, reponía en su cara una sonrisa tunanta:

____ Tú no eres de por aquí, ¿verdad, muchacho?
____ Aquí estoy para servirle, señor –respondí lo primero que se me ocurrió.

Cuando se levantó de la silla para irse, los restantes comensales le siguieron, dejando así claro que estaban pendientes de todos sus movimientos. Y yo, en pie, en un rincón del salón, miraba sin mirar como un robot reacciona ante un mínimo estímulo. La señal me llegó cuando mi jefa me miró. Me apresuré en ir a por el abrigo a su alcoba, no fuese que el diplomático descubriese que la arquitectura del hotel del siglo XVIII no tenía guardarropa.

Como él había sido el último en llegar, su prenda estaba en la cima de la montaña. '¿Cuántos miles de duros habrá aquí en pieles?', pensé a la vez que cogía el abrigo del embajador, pero con cuidado para evitar que se arrugase

Pero, de pronto, se me ocurrió una genial idea. Me fui hacia la cama y de debajo de la almohada cogí el Señor Vibrador. “Era pensar y hacer”.

Volví al salón justo a tiempo para extender la cara prenda, bien abierta para que el portugués se la pusiese, sin dejar de prestar atención a las alabanzas de mi jefa.

Le despidió desde la acera, cuando el chófer de la embajada abría la puerta trasera a aquel flamante Mercedes blindado y con cristales opacos.

Muy atrás, casi eclipsado por la figura escuálida de mi jefa, aguardaba mi menda en una postura encorvada, los brazos abiertos, y los ojos hacia el suelo. (Esto lo había visto en una película de cine).

Mi cara, aunque a nadie de allí le importase, porque era invisible para aquella plebe, parecería denotar una mente cachonda.

Pero no dejaba de pensar, con una pícara sonrisa dibujada en mi rostro, en la sorpresa que se llevaría su Excelencia el embajador cuando llegase de vuelta a su mansión, o a su despacho oficial, y se quitase su lujoso, costoso y elegante abrigo y notase un alargado bulto en uno de los bolsillos, y al sacarlo, para inspeccionarlo, se encontrase con un objeto, inconfundible en su uso.



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Mensaje  achl Vie Ago 28, 2020 12:26 pm



El Alfredo y su litio

¡No me lo puedo creer! ¡Qué fuerte lo del Alfredo! ¡Ya ha pasado más de un mes y la gente del club sigue sorprendida! ¡Qué nadie reacciona, vaya! ¡Y es que la cosa ha sido muy pero que muy fuerte!

Cuando apareció por el club, la clientela habitual pensaba lo mismo: “ya está aquí un pijo de gimnasio a espantarnos las nenas”. Es que había que verle; tan alto, tan guapo, tan rubio, tan cachas ¡Un asco de tío! Y los músculos como acero. Y tan peripuesto venía siempre que parecía maricón. ¡Sí, sí, maricón, jaja!

Y el caso es que la cosa no empezó mal del todo. Qué sí, que las pibas le miraban: “te como enterito ahora mismito”, pero él se sentaba y quedaba quieto. ¡Vamos, ni pestañeaba! Con su sonrisita, con su carita de mosquita muerta, y las pibas, venga, a mirarle con ojos devoradores y a cuchichear. Pero ahí quedaba todo.

Iban por el club las lilas-putas de siempre, que les van más un pijo que a un lelo un lápiz. El Toni el escritor, ligando con su rollo intelectual; que si escribo novelas y tal y tal… El Pepillo el actor, con eso de que si no me has visto por la tele; el Anselmo, que es capaz de venderle una nevera a un esquimal; y los dos polacos; el Perak, que hay que joderse con llamarse pera; y el otro, el Wozniak, o como se diga, que hay que ver los viajecitos que se pegan los tíos. Y algún pureta que aparecía de tarde por allí. Y el Alfredo siempre allí, como si no estuviera, que ni se movía, ni respiraba. Y nunca pasaba a un reservado, que hasta llegué a pensar que de verdad era maricón…

Hasta el día de la frígida. Sí, la frígida, ese pibón que viene con el marido que tiene cara toro; sí, esa rubia con melena; sí, esa italiana que parece un marimacho, pero que está buenísima. Y mira que lo hemos intentado todos de todas las formas, pero no hay manera. Pero ni con tíos ni con tías. Qué no sé a qué carajo viene. A ver, por algo la llaman la frígida.

Hasta que una noche a la jefa le entró un siroco, se puso plasta y le presentó la frígida al Alfredo, y ahí cambió todo. Pero le costó, eh, que al principio parecía que no quería. Mucho hablar, y el Alfredo callado, pero con esto y con lo otro, la frígida no quitaba ojo del Alfredo. Llega la jefa y casi a rastras los lleva a los dos a la pista. Y todos riéndonos y haciendo apuestas, que yo palmé 30 pavos, cual pardillo. Qué si bailan, qué si no bailan, y a la frígida no se le ocurre otra cosa que echarle mano al paquete. Bueno, como a todos, y hasta ahí llega, qué por algo, además de la frígida, le dicen la calienta... eso. Que mucho toque, pero cuando se te pone palo, te deja solo y a dos velas y después se larga, la muy zorra.

Bueno, pues con el Alfredo no, que pegó un grito la tía que parecía que la estaban violando. Si hasta la jefa vino a ver qué pasaba. Y al minuto se lo estaba comiendo, la muy puerca. No, con los ojos no, que se la comía a bocados. Qué no, que a él no; bueno sí, pero quiero decir que se la comía, ¡la polla, joder! Total, que se fueron a todo gas al privado, y allí fue la mundial. ¡Gritos, rugidos! Y nosotros con los ojos como platos gritando: ¡qué esa no es la frígida, hostia! Pero sí, era la frígida.

Total, que nadie se comía rosca, que estábamos cabreaos con el Alfredo. Y cuando salen, el Alfredo como si nada va y se sienta, y la frígida, toda sofocada, se abraza a la Tere, la jefa, se echa a llorar y en italiano se pone “¡grazie, grazie!”.

Y al otro día vuelve la frígida y ya no se trae al marido, sino a una amiga. Que todos alegres pensando “ole, la frígida para el Alfredo, y la amiga para el que pueda”. Pero no, que acababan las dos con el Alfredo, y salían igual, que les temblaban las patas, que yo las vi. Y al otro día, otra, y al otro, otra y más veces con alguna, y así todos los días. Y las pibas que no venían hacía mucho, volvían al club, y las parejas lo mismo. Y todas con el Alfredo, y a nosotros ni puto caso. Vamos, que para el Alfredo todo el personal con raja. Y nosotros a pan y agua. Y ni el escritor, ni el comercial, ni el actor ni los polacos, ni polla en vinagre. ¡Todas para el Alfredo!

Y no te creas, qué hasta la Tere y el Dani, los jefes, empezaron a mosquear; mucho Alfredo y mucha leche, pero si no entra nadie a un reservado, mala cosa. Y, además, los habituales empezamos a dejar el club, que copa a 25 pavos son muchos pavos para al final ni catar mijita de carne. ¡Vamos, digo yo! Menos mal que el Alfredo aliviaba la caja. Y en cuanto a follar, no sé cómo lo hacía porque ni descansaba ni se cansaba, que no se le aflojaba. Con la frígida, toma caña, y con las otras, una, dos, tres veces y el Alfredo, nuevo; y su polla, tiesa como vela. Porque hay que reconocer que el tío está bien dotado. Vamos, que lo veía y me daban ganas de hacerte gay. Qué sí, que confieso que hasta lo llegué a pensar, sería la necesidad. Me decía yo a mí: “si a las tías les gusta tanto el Alfredo por algo será”. Menos mal que las cosas cambiaron y se me pasó la neura, que ya me veía yo de mariposón.

Pues eso, a lo que iba, que fue el día en que la frígida, que ya no era frígida, se puso como ascua y no paraba de correrse. Pero como el Alfredo seguía follándola, le iba diciendo en italiano, tela de excitada... ¡veloce, veloce, veloce!

Total, que las otras se pusieron a cien y ya les daba igual ocho que ochenta, así que se lo montaron con nosotros. ¡Oh, maravilla para mi colilla!

Vale, que sé que lo que querían era tirarse al Alfredo. Pero, bueno, lo cierto es que al final follaban con los que estábamos allí. Y al otro día, igual, y al otro, lo mismo y todo el rato, toma: el Alfredo, caña a la frígida, “uno, dos…” y nosotros con las otras. Eso sí, nosotros derrengados y hechos polvos, y el Alfredo, entero. Que más de una, luego de exprimirnos, follaba con él. ¡Y cumplía el tío! ¡Vaya si cumplía!

Qué es lo que yo digo, que esto no podía ser normal. Y se lo decía: “Alfredo, tío, ¿cuántas azules te metes?”, por el Viagra, claro. Y él, “qué no, qué no”. Y yo, y todos: “venga, tío, dinos el secreto, ¿Viagra, Cialis o qué?'. Y el Alfredo: “¡no, no, Viagra no litio, litio!”. Y yo sin enterarme, que creía que el litio se vendía en farmacia, que no sé en cuántas habré estado, y me miraban con cara rara. Claro, ahora sé por qué...

Teníamos que haberlo sospechado. Sobre todo, por su manía de no meterse en el Yacuzzi. ¡Es que ni siquiera se lavaba las manos!, que creo que por esto al principio tardaron en enrollarse con él, pues decía que no se duchaba. Y eso que ni sudaba, ni olía. Y, además, desde que entró por primera vez a un reservado con la frígida y ésta le vio su instrumento y la frígida lo propagó por toda la sala, a todas las pibas les daba igual que se duchase o que no se duchase o que oliese a kk, que encima olía a gloria. Pero con lo escrupulosa que era la frígida, cuando vio aquella tranca, pasó del tema aseo. Ni ducha ni frigidez ni leche, lo que quería era tirarse al Alfredo, ¡qué narices! Y ante motivo tan poderoso, lo de la higiene y toda esa jerga la traía sin cuidado a todas las tías.

Pero yo tenía que haberme dado cuenta, porque tampoco bebía. No digo alcohol, ni agua. Se mojaba pelín los labios, pero creo que cuando se pasaba el pañuelo era para secárselos. Tenía que haberlo pensado, pero… ¿quién lo podía imaginar?

El caso es que el lunes pasado, el día del aniversario del club, cuando todas las pibas se pusieron ok, por primera vez le vi desencajado, como si “aquello” no estuviese… ¿Cómo se dice? ¡Eso, programado! Y es que había que ver la escenita; mogollón de tías en pelotas, agarrando al Alfredo, quitándole la ropa a bocados, empujándole, arrastrándole y riéndose, mientras gritaban '¡al jacuzzi', al jacuzzi!' que había que ver el espectáculo: las caras de lobas que se le ponían las tías, y la cara del Alfredo como si le fallase algo, como averiado. Sobre todo, cuando le empujaron al jacuzzi. Estaba desencajado. Y ahora que ya sé el por qué, no me extraña.

Uf la que se armó: ¡fogonazos, llamaradas, olor a goma quemada, chispazos...! Y las caras de terror de todos. Claro que nada qué ver con las caras de tontos de los dos policías cuando vinieron al club a los 5 minutos. ¡Qué digo 5, si estaban patrullando por allí, seguro que para tocarle los huevos a alguno que les caía mal! Bueno, que entraron al reservado y vieron al Alfredo o lo que quedaba de él, flotando en el agua del jacuzzi, lleno de restos ardiendo. Pero, eso sí, con su tranca erguida, que parecía un submarino con el periscopio levantado.

Y fue cuando entendí todo, y más cuando vi que entre los restos del Alfredo había una placa plateada grabada con letras en rojo y escritas en inglés:



No water lithium battery


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Mensaje  achl Vie Ago 28, 2020 12:44 pm



Mi uniforme de trabajo

Recuerdo que antes de acudir a aquella entrevista de trabajo sentía algo extraño en mis adentros que se iba acrecentando no bien me bajaba del autobús e iba aproximándome a aquel club de campo.

Tenía muros altos como los de urbanización que con el tiempo y las reiteradas crisis económicas quedaban en miseria. Y hasta el portón enrejado de la entrada estaba cubierto por una lona negra, que no dejaba ver el más mínimo resquicio de dentro.

Luego de lo largo y pesado que se me había hecho el viaje desde Sevilla hasta aquel lugar escondido del último pueblo de la zona, llegué al portón de la entrada y pulsé el timbre del portero eléctrico.

____ ¿Quién es? –preguntaron.
____ Vengo por lo del anuncio de fontanero -respondí.
____ Un momento -contestó la misma voz cascada de abuelo.

Aquel club se hallaba en una zona aislada en pleno campo, lo que aumentaba mi curiosidad del porqué de tanta manía por la privacidad. El anuncio del diario pedía: “jardinero con experiencia para club de campo”. Necesité subirme a un metro y tres autobuses para llegar a aquel rincón de la parte más alta del Aljarafe sevillano.

Diez minutos después, unos ojos se asomaron en la mirilla:

____ ¿Quién es usted?
____ Soy la persona que llamó antes y vengo para lo que dije antes.
____ Ahora mismo le abro.

Se corrió el portón y apareció un viejo totalmente desnudo, salvo unas alpargatas beige, quizás para hacer juego con el tostado de su piel. Me quedé helado, clavado donde estaba. El viejo me vio expresión extraña y me preguntó:

____ ¿No sabía usted que este es un club nudista?
____ No. El anuncio no mencionaba esta “particularidad” –respondí, matizando.
____ Bueno, ya que vino hasta aquí aproveche la entrevista –notó mi indecisión.
____ ¡Pero pase, pase, que no le vamos a comer! –se apresuró en añadir.

Pensé que los empleados no tenían por qué imitar a los socios del club en su hábito. El nudismo no es una religión y no tenía por qué ponerme en pelotas para entrar al templo. Pero entré porque el viejo se aburría de esperar.

Le seguí en una vereda de laja hasta una casa. En un cartel rezaba: “Club Embolas. Dirección”. En el trayecto, vi varias familias burguesas haciendo vida al aire libre. De mi primer vistazo, hirsuto, por cierto, recuerdo una gorda jugando al tenis con uno. Sus descomunales tetas se bamboleaban cada vez que golpeaba la pelota, a punto de abofetearse su propia tez. Recordé un chiste: ‘¿por qué los clubs nudistas no dan carné a sus socios? Porque no tienen dónde guardarlas'. Y ahí quedaba mi gracia, pensando que podían meterse el plastiquito en la rajita de su culito.

Entramos. El viejo golpeó una puerta. Al asomarse uno, con gafitas apoyadas en la punta de su nariz, le dijo:

____ Señor director, este joven viene por el anuncio de fontanero.
____ Pase usted –y el director me echó una mirada de abajo a arriba.

Vestía bien: camisa y pantalones de marca, mocasines. Parecía esmerado en su ropa para un sábado en el campo. Le di mi currículo. Se echó hacia atrás las gafitas. En el papel de detallaba mi experiencia como jardinero en urbanizaciones de lujo. Si la gente adinerada había confiado sus propios jardines a mi persona, era evidente que tenía capacidad para ocupar el puesto, así que el director no necesitó de preguntas y fue directamente al grano:

____ Usted ha visto, señor... -releyó el currículo-, Pérez, que éste es un club naturista, un campo nudista que le llamaban antes.

Se me quedó mirando en silencio durante algunos segundos. Lo que hacía suponer que yo debía corroborar su dicho.

____ Lo he visto con mis propios ojos -le dije, sin ningún dejo de ironía.
____ Y usted imaginará… –seguía hablando- …que aquí los empleados se adaptan a la filosofía del club.

Odiaba que usasen la palabra filosofía para una pamplina. Sólo dije “claro”, y esperé hasta ver qué iba a decir después. En realidad, era un individuo pedante.

____ En consecuencia -concluía-, todos los operarios deben hacer sus trabajos como vinieron al mundo. Ya ha visto a Don Tejo, el portero. ¿Se anima usted, señor Pérez? Según su currículo, es usted la persona más cualificada para cuidar los tres jardines de nuestras instalaciones, pero el acoplarse al modus vivendi de nuestros de todos los socios de este club es una condición sinequam para conseguir el empleo.

Tanta fineza en latinismos como que ya me estaba cabreando. Después de todo, allí había un montón de gente decrépita que paseaba, sin ningún pudor, sus alicaídos órganos reproductores.

Tenía que decidirme enseguida, pero antes, sin rodeos, le dije:

____ Pues usted está vestido, y es el mayor responsable del club.
____ Pero sólo aquí en la oficina, pero si salgo a pasear por el campo debo quitarme la ropa -y como si se le hubiera activado la puesta en marcha, añadió: venga usted conmigo, que le voy a enseñar nuestras instalaciones, así se enterará con cuanto verde tendrá que lidiar.

Se bajó de su sillón giratorio, se sumergió detrás de un biombo y en cinco segundos emergió en cueros, con tan sólo zapatillas de lona. Era un hombre muy velludo: un mono con anteojos. Me acaloraba con sólo mirarle el pecho.

Salimos de su oficina y pronto me llevó de paseo por los cuatro rincones del recinto, saludando con la mano a los socios que veía al paso y a la vez me iba enumerando mis hipotéticas obligaciones si finalmente yo aceptaba aquel empleo: plantaciones, abonados, riego, podas. Me costaba seguirle la conversación mientras íbamos hacia una mesa de granito con su parrilla correspondiente, porque los hermosos atributos de una madura me distraían. Yo evitaba mirarla, pero no podía; mis ojos se iban a su culo. Y el director en la inopia. No entendía cómo podía evitar una erección. Creía que el nudismo era paradójicamente antinatural, pero el hábito llegaba a apagar el deseo carnal de tal forma que volvía asexuadas a las personas.

Se acercó a hablar con uno que asaba trozos de carne en su parrilla.

____ ¿Y tu familia? -le preguntó, dándole la mano.
____ En el lago. Yo soy el criado de todos ellos, el que se quema los huevos frente a este fuego -sonrieron.

Al verme parado y en silencio, el socio inquirió con la vista al director. Éste me hizo un gesto para que me acercase, mientras le decía al otro:

____ Te voy a presentar al señor Pérez. Ha venido a ofrecerse como jardinero, pero se llevó una sorpresa, y, por eso quizás, aún no se ha decidido.

Le di la mano a aquel tipo, el cual le dijo al director mirándome:

____ Es comprensible.

Los tres reímos. Nos despedimos, y nosotros seguimos recorriendo el campo. Dimos la vuelta al muro perimetral, inexpugnable por donde se mirase, y luego volvimos al local de la dirección del club.

____ ¿Qué, señor Pérez, acepta? -me preguntó el director, refugiándose de un sol de sentencia del mes de julio, bajo el alero de la edificación.

Le dije que aceptaba porque necesitaba el empleo. Me dio la mano de nuevo, como señal de bienvenida, y se presentó:

____ Mi nombre es Ruperto Izquierdo.

Hablamos de mi remuneración, más bien él me ofreció un sueldo y yo acepté. Antes de entrar a su oficina me dijo:

____ Y ahora vaya a ver a Don Tejo. Él le tomará sus datos para hacerle el contrato y darle de alta. Es urgente cortar ese pasto, así que, si le parece bien, empezará usted mañana mismo.

Y, por supuesto, que me parecía bien, como un parado con necesidad por trabajar para ganar dinero y así poder sobrevivir.

Cuando llegué a mi bloque, lo primero que hice fue ir al piso de mi vecino y amigo y le pedí que me prestase su moto, hasta ver la forma de cómo desplazarme hasta mi nuevo trabajo, sin necesidad de metro y autobús. Ya en casa, cogí un tanga beige que solía ponerme para tomar el sol en la terraza (lo había pensado al regreso del interminable viaje), reforcé el contorno con una correa. De mi caja de herramientas saqué un alambre y corté con los alicates 6 trozos de 3 centímetros cada uno y fui pegándolos al tanga, respetando igual distancia de separación. Y éste era mi único e inefable uniforme de trabajo; 6 ganchitos circundaban el hemisferio del tejido del tanga. Terminada la transformación, fui a mi cuarto, me lo puse y me miré al espejo. Sonreís pensando en que, si me ponía casco de un obrero de la construcción, podía pasar por un streeper en su disfraz del papel a representar.

Esa noche me costó coger el sueño. Aunque parezca una broma, se me venía a la mente la efigie de Don Tejo y su escroto alicaído entre pelos canos, revolviéndome inquieto en la cama pensando que así podía acabar yo.

Al otro día llegué al club a las 7,30 AM, media hora antes del horario ordenado. El club abría para los socios a las 9,30 AM, así que Don Tejo me abrió el portón vestido con su indumentaria de trabajo: pantalón de dril blanco y camisa azul. Esta vez me llevó a un almacén, junto al vestuario de los naturistas. Ya allí, me mostró una ficha de plástico con mi nombre y apellidos y me explicó cómo había que marcar la hora en el reloj eléctrico, para hacer constar mi horario de entradas y salidas. Luego, me entregó la llave de un casillero de metal, el número 16, que era el mío.

Entonces recordé que, según la simbología de los guarismos, el 16 significa “largura y grosor” (Don Tejo tendría el 0), pero no comenté nada de eso porque no quería sembrar mal rollo, y sobre todo porque era mi primer día de trabajo allí.

Después señaló un vestuario rústico con bancos de madera y clavos en pared para que pudiese colgar mi indumentaria de calle. Don Tejo despareció dejándome solo, como si allí hubiese alguna privacidad. Me desnudé, y bajo los vaqueros llevaba el tanga adaptado. Colgué mi ropa, metí mis cosas en el casillero, lo cerré, y después colgué la llave en uno de los ganchitos de mi diminuta y exclusiva prenda.

Cuando salí no había nadie. “¿Dónde está el almacén?”. Me pregunté Caminé hasta una casilla con techo de uralita y puerta sin llave. Dentro hallé varias herramientas, una carretilla, y siete macetas de plástico esperando flores. Enganché al tanga una pala y un hacha de mano, y salí empujando la carretilla. Al cabo de una hora, más o menos, agachado preparando el terreno junto a una calle interna, sentí que alguien me tocaba el hombro.

Tan centrado estaba en mi tarea que no vi que el señor Izquierdo, desnudo, estaba a mi lado. Me preguntó qué estaba haciendo. Me justifiqué diciendo que nadie me había dado instrucciones de por dónde empezar el trabajo. Quedó atónito ante mi aparente vulgaridad. Dijo que por dónde empezase o acabase no era el problema. Señaló mi tanga con un dedo de la mano derecha. El problema era que no estaba íntegramente desnudo, y añadió que pronto llegarían los socios y que le llamarían la atención a él. Tuve la intención de decirle que sólo los que entraban a la piscina o al lago estaban desnudos, que los otros llevaban calzados o gafas. Pero en lugar de esto le dije que el mío no era un tanga corriente, sino un accesorio necesario para hacer mi trabajo:

____ En algún sitio tengo que enganchar mis herramientas para hacer mi labor, ¿no le parece? –maticé.

Quedé mirándole, y a ver si mi justificación merecería un chiste sexual al respecto. Él entendía lo que le había dicho mirando los ganchitos que yo le había adaptado. Al fin me dijo:

____ El reglamento es claro para todos: debemos respetar la filosofía naturista como norma principal de nuestra convivencia. Pero voy a llevar su petición a la junta de socios. Así que, por el momento, puede usted seguir trabajando así.

Y así seguí trabajando, pero no sin antes pensar: “¡y dale que te pego con la bendita filosofía!”.

Aquel domingo no paré ni un instante ni para comer. Iba por el campo plantando y regando. Había 3 sectores abandonados que no guardaban consonancia con el resto. Nudistas me miraban pasmados, pero no podía evitar que mi nimia prenda, en su estrechez provocativa, marcase genitales. Y la verdad era que, más allá de las excusas de no querer despelotarme, me era práctico poder llevar conmigo los útiles indispensables para poder realizar mi trabajo.

A la otra semana, tampoco nadie dijo nada sobre mi tanga beige, lo más parecido a estar en bolas. Con humor pensé qué reacción tendría alguna de aquellas mujeres a las que obsequiaría con un despelote integral, si decidía desnudarme por mi propia voluntad. Así que todo era cuestión de probar.

Un mediodía que me hallaba regando, vi una mujer sola poniendo la mesa para el almuerzo. Era guapa y con buen cuerpo. Por suerte para mí, porque eso significaba que no me había camuflado entre el entorno, y se me puso palo. Desvié mi camino y me acerqué al árbol más próximo a ella. Esperé hasta que notase mi presencia, y cuando se me quedó mirando me desposeí del tanga, simulando estar revisando los ganchitos, mientras de reojo observaba su reacción.

Y para mi sorpresa se turbó; ella, que estaba en pelotas vivas ante cualquier extraño. Roja se puso y desvió la mirada. ¿Y de qué podría acusarme? ¿De cumplir a rajatabla con la “filosofía” del naturismo por el que había conseguido el empleo? Pero mi lucimiento terminó un minuto después cuando volví a ponerme mi uniforme de jardinero. Aquella mujer se sentó en un banco dándome la espalda. Y hasta que no me fui de aquel sector, no comenzó a reanudar sus quehaceres domésticos.

En realidad, este jocoso episodio fue mi única diversión de aquel verano. Repetí la performance una vez más, con iguales resultados:

“Las señoras y señoritas nudistas se ruborizaban y huían al verme en traje de Adán”.

Y frente a tan sorprendentes y ridículas reacciones, se me ocurría pensar que quizás mi actitud abyecta devolvía a aquellas damas, a las casadas y solteras (quizá su tan cacareada “filosofía” las había convertido en mujeres recatadas, pudorosas, precavidas, e incluso hasta frígidas) un poco del erotismo que su estúpido hábito de muros para adentro les había esquilmado.



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Mensaje  achl Vie Ago 28, 2020 12:51 pm



Neuronas de fiesta


Pues sí. Hacía tiempo que un grupo de neuronas, amigas de toda la vida, no se reunía para inventar una historia con tintes de guasa, como solían hacer a menudo en el antaño. Por lo que sin más pensar y muy decididas, a primera hora de una tarde de un mes cualquiera se juntaron y revivieron sus reminiscencias entre sus dendritas.

Como a la caída la tarde, el oxígeno en las venas del cerebro empieza a escasear, una de las neuronas pidió al cerebro que generase un bostezo. Al unísono las otras colegas protestaron diciendo que no hiciese eso, pues la noche (para ellas) apenas acababa de empezar y no fuera que el bostezo se alargase demasiado

____ Vamos a jugar a crear un personaje divertido -dijo, jocosa, una de ellas.
____ ¡Eso, eso! -argumentó la más pequeña.
____ Sí, y yo sugiero que esté loco -respondió entusiasmada otra de ellas.
____ Y que tenga un porte ridículo -agregó la pequeña.
____ Y que sea un individuo larguirucho y enjuto, loco y con la nariz aguileña, para que los lectores se rían de él -terció la primera.
____ ¿Larguirucho, enjuto, loco y con nariz aguileña? ¿Qué lector no se moriría de risa con este personaje? -opinó otra.
____ Entonces, a mí me da la impresión de que el personaje va a ser una especie de payaso literario –dijo la segunda.

Pero entre todas aquellas neuronas, amigas de siempre, había una que no estaba del todo de acuerdo, quien opinó:

____ Somos crueles con nuestro personaje. El mundo literario está poblado de personas ridículas. Tenemos que dar al nuestro, unos atributos para que se distinga del resto.
____ De acuerdo, lo haremos también noble, valiente y enamorado. Y con una alta escala de los valores. Que sea alguien que enseñe aspectos morales, que tanta falta hacen en el mundo -dijo una de ellas que todavía no había pronunciado palabra alguna.
____ Bien -dijo la que parecía estar al mando -: enjuto, larguirucho, nariz aguileña y loco, y también sobrio, ético, valiente y noble, y sobre todo muy respetuoso con su amada. Y lo vamos a llamar Don… -se interrumpió...

En ese momento, el adormilado dueño del cerebro despertó gritando:

¡Don Quijote, se llamará Don Quijote de la Mancha! ¡Un caballero medieval, enjuto, larguirucho, con la nariz aguileña, loco de encerrar, y también un hombre sobrio, ético, valiente y noble de corazón y, por encima de todo, respetuoso con su amada Dulcinea!

Y fue entonces cuando el noble e Ilustrísimo Señor Don Miguel de Cervantes y Saavedra, no podía conciliar el sueño durante el resto de la noche.



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Mensaje  achl Vie Ago 28, 2020 12:59 pm




Pánico y chasco en un parking


Mientras iba bajando aquella tarde-noche por las escaleras de aquel subterráneo parking público, sentía una aprensión que se iba convirtiendo en miedo a medida que iba descendiendo por sus escalones poco iluminados y desiertos. El miedo iba subiendo no bien me iba aproximando al lugar en que estaba estacionado mi coche.

Y no era para menos, porque desde que una banda de cultos satánicos merodeaba en la zona y que en una furgoneta aparcada habían hallado restos humanos, nadie bajaba por allí de noche, y si lo hacía de día era acompañado.

Un intento de violación a una chica, que se libró merced a sus ágiles piernas, hacía que aquel parking fuese temido por mujeres e incluso hombres que a diario tenían que acudir a recoger sus vehículos.

Y la verdad era que aquello estaba medio abandonado. Tres plantas bajo tierra, con una capacidad para cientos de vehículos, ninguna vigilancia y casi nula iluminación, hacían de aquel lugar un agujero siniestro.

Coches dormidos como cuerpos alineados en una formación lúgubre se sucedían a mi paso, y mi sombra distorsionada y reflejada en las paredes se movía ajena a mis movimientos, formando extrañas y amenazantes siluetas.

De pronto, un ruido sordo atronaba en el intenso silencio del lugar. Quedé helada, firme y rígida, a la expectativa de alguna inesperada aparición. Pero no, ahora era un gato negro y tuerto que de salto felino había aterrizado el capó de un coche y que me miraba al pasar con su único ojo brillante y amenazador.

Llegué al fondo del local frente a mi coche, y sin ganas de limpiar el parabrisas me di la vuelta deseando salir de aquella ratonera, cuando ruidos me llegaban de lejos, y se hacían más intensos y sonoros a medida que me iba acercando a los coches del otro extremo.

“¿Qué ha sido eso?” me pregunté. Los ruidos provenían del interior de uno de los coches aparcados en la casi oscuridad. Me aproximé con sigilo y con miedo, y con espanto vi una cabeza que se movía y unos brazos que parecían agredir un cuerpo, oculto a mi visión.

Gemidos femeninos y respiraciones agitadas palmariamente me llegaban. ¡Estaban agrediendo a una mujer! Si era algún violador, había que salvarla como fuera. Con un valor desconocido por mí y sin dudar aporreé varias veces la puerta del lado del conductor, e incluso hice un intento de abrirla. Gritando amenacé. Había que salvar a aquella chica de las garras de un malvado.

Se resistía la puerta, pero el tumulto del interior del coche había desparecido. “¿La habrá matado?”, me pregunté de nuevo.

Pero de pronto el negro cristal de la ventanilla del conductor se bajó y apareció una cabeza despeinada de un hombre joven, que me dijo con cara de cachondeo:

“¡Pasa tía! ¡¿Es que uno no puede echar aquí un polvo con tranquilidad o qué?!”. Me di media vuelta y, cambiando mi pánico por una risa nerviosa y persistente y apresurando al máximo mis pasos, me fui directamente hacia el estacionamiento en el que estaba durmiendo plácidamente mi utilitario.


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Mensaje  achl Vie Ago 28, 2020 1:03 pm




Plácido


Aquel perro seguía ladrando todas las noches con desesperación. Ladraba con intervalos irregulares, como queriendo evitar que me acostumbrase y pudiese coger el sueño. Le odiaba con todas mis fuerzas. Era un perro chico, bizco, feo y arisco. Pero el mamón tenía buena voz. Había hablado al respecto con su dueño, mi vecino, dos veces; primero, en forma tranquila, razonando, pero el perro seguía ladrando. Con el paso de los días, iban subiendo de tono nuestras discusiones, amenazas y gritos incluidos, que, en realidad no llevaban a ninguna parte.

Ladridos ininterrumpidos cada noche

Había avisado a la policía. Al principio venían y hablaban con el dueño. Les espiaba desde la ventana de mi dormitorio, a oscuras. Venían siempre dos, y nunca estaban mucho tiempo. Supongo que les diría igual que a mí: “que el pobre perro tendría que acostumbrarse a dormir allí, que lo tenían desde hacía sólo tres meses, que él sí podía dormir y… bla, bla, bla...”. Más de lo mismo. Veía a mi vecino, que desde su ventana reía apenas se iban los policías, que pensarían que yo sería un cascarrabias, un pesado, un loco. Y el puto perro nunca ladraba durante las visitas. La última vez que avisé a la policía, no vino.

Ladridos con ensañamiento

La situación duraba demasiado. Tres meses durmiendo poco o nada, es mucha tela marinera. Si no era su perro, era su niño, o ambos a la vez. Ya no sabía quién era más pesado de los dos. Mi hijo al menos dormía en nuestra cama y nunca lloraba. Pensé que tendría que probar eso mismo con el perro.

Había usado tapones japoneses para los oídos. Pero nada. Los ladridos, al igual que al perro y a mi vecino, los tenía grabado en mi cabeza. Suponía que si iba al médico me diría que padecía de insomnio y me recetaría un sedante. Aun así, dudaba de si podría dormir sin despertarme. Confundía la realidad con la noche y el día, la vigilia con el sueño... ¡Todo!

Mi mujer y mi pequeño hijo dormían plácidamente en mi cama, a mi lado. El perro ladraba debajo de mi ventana, en el jardín contiguo. Una noche, sin pensarlo, me encontré en el jardín de mi vecino, pero sin saber cómo había bajado ni cómo salté la frondosa barrera de flores. El caso es que allí estaba yo, y el pedazo de cabrón del perro mirándome. Ahora no ladraba. Escuchaba su agitada respiración. Le cogí el cuello y apreté. Se llamaba Plácido, quizás por el tono de voz, el hijoputa. “Si hay un cielo para perros, espero que no vayas”, le susurré. Todo fue muy rápido. No emitió ningún sonido. Ni siquiera me molesté en esconderlo. ¡Y para qué, si el puto perro resucitó, ladró varias veces seguidas y se fue corriendo!

Unos gritos histéricos de fuertes sacudidas me despertaban. Entraba el sol por la ventana. Mi esposa estaba fuera de sí. No entiendo lo que dice. Unas leves lágrimas primero, unos sollozos después. Hasta que, desesperadamente, rompía a llorar a mares.

____ ¡¿Y el niño?! –grita preguntándome, con un pañuelo empapado en la mano.
____ ¡Qué dónde está el niño, joder! ¡Muévete...! –me repregunta.
____ ¡Búscalo! ¡No te quedes ahí parado! –insiste, sin dejar de gritar.
____ ¡Búscalo tú, coño?! –me hartó.

Nervios y más nervios entre el matrimonio.

____ ¡No lo encuentro! ¡Te digo que no lo encuentro, hostia...!

En el chalé adosado de al lado del mío, que es el de mi vecino, el dueño del ladrador “Plácido”, están de luto por un perro.



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Mensaje  achl Vie Ago 28, 2020 1:11 pm



Tenía que salvar a su abuelo


Aquellos cuatro añitos de gorrión saltarín abrían la puerta de la casa después de que su mamá le diese un botijo (con menos de la mitad de agua, para que no le pesase mucho), para que se lo llevase al abuelo, que estaba en la era.

Así que la niña salía de la casa con el botijo en su mano derecha y enfilaba cuesta abajo, feliz y satisfecha consigo por tan importante misión salvavidas.

Su abuelo había olvidado en la casa el agua, y ahora estaba en la era con este calor, muerto de sed. No podía perder más tiempo. Su abuelo era su vida, y de él la de ella. Esa clase de amor de abuelos a nietos y de nietos a abuelos, que a veces supera al amor de hijos a padres y de padres a hijos.

Miraba repetidamente el botijo con regocijo, con satisfacción, con orgullo... Era el agua fresca que salvaría de la sed a su abuelo. No ocupaba su cabecita nada más que esto en ese momento. ¿Pero estaría el agua tan buena como a ella le parecía? Decidía comprobarlo.

La alegría y la impaciencia se mezclaban en su interior. Sentía el agua saltar dentro del botijo, y su abuelo esperaba que alguien de buena fe se acordase de él.

Pensando en su abuelo, disfrutaba de un refrescante y vivificador trago, que repetía dos veces más. Era el botijo un pequeño juguete de niña, pero tan grande como para llevar tan enorme alegría.

“¡Pues sí que está buena esta agua!” -gritaba a aire.

Ya había vuelto la esquina de las últimas casas, ya podía ver la era, el objeto de su agobiante impaciencia. Pero pensaba: “¿continuará esta agua tan fresca o se habrá calentado por el camino?”. Desde luego, tenía que asegurarse. Levantaba el botijo y probaba dos largos tragos. “Sí, el agua sigue fresca”, se decía para sí.

A lo lejos veía la arrugada y castigada figura de su abuelo, moviéndose en uno de los caminos de la era.

Le gritaba:

____ ¡Abuelito, abuelito, te traigo tu agua!

Y así gritaba y gritaba a la vez que levantaba y columpiaba el botijo con la idea de que su abuelo pudiese verlo en la distancia. Pero de tanto columpiarlo, el agua se vertía hacia el suelo. El abuelo se levantaba del suelo y se quedaba mirando la pequeña imagen que corría hacia él.

Parecía no entender. La impaciencia seguía golpeando su cabecita con el deseo de que el alivio a su abuelo del alma llegase cuanto antes. Si la veía beber, el abuelo entendería y empezaría a gozar del agua que su única nieta le llevaba. Y bebía un sexto, un séptimo y un octavo trago de su gran pequeño botijo. Pero ya no quería beber más: “como siga bebiendo, mi abuelito se va a quedar sediento”. Paraba de beber y se apresuraba hacia su abuelo.

Ya estaba a tan sólo unos pocos pasos de su abuelo, que la miraba sonriente, entre satisfecho y agradecido:

____ ¡Abuelito, aquí tienes tu agua! –y le tendía el botijo.

El abuelo, ansioso e impaciente, levantaba el botijo y apenas un endeble chorrito entraba en su boca. Estaba prácticamente vacío.

Riéndose a boca llena, dejaba el botijo en el margen del camino, cogía a su nieta en brazos y durante todo el trayecto hasta la casa familiar se la iba comiendo a besos.



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Mensaje  achl Vie Ago 28, 2020 3:49 pm

[b]

Cosas de matrimonios[/b]

____ Cariño.
____ Dime, amor.
____ Hace algún tiempo que no dejo de pensar en algo y que cada vez se arraiga más a mi mente. O te lo consulto o exploto.
____ Mejor me lo consultas. Que haría yo si tú explotases.
____ Verás... El tema es delicado. Jamás en ti he visto ni por insinuación la misma incertidumbre que a mí me asalta sin cesar.
____ Sabes que soy comprensivo y ahora te quiero más que cuando nos casamos, pero como eres de profundos sentimientos cristianos, no sé si te dolerá.
____ Precisamente estos sentimientos son los que me dan fortaleza para soportar el dolor de mi alma. Háblame con la sinceridad de la que hacemos gala desde que nos conocimos.
____ Uf, difícil resulta explicar algo que puede herir los sentimientos de la persona que más quiero, porque te juro que eres lo que más quiero en este mundo.
____ Tómate el tiempo necesario, pero no te quedes con un obstáculo en tu mente, sería nefasto para nuestra convivencia.
____ Lo que me inquieta es que, si desembarazo este obstáculo de mi mente, no sé si será peor para nuestra relación de pareja.
____ Lo nefasto para una relación de pareja son el engaño, la mentira, los disimulos y los subterfugios. No dudes que, hasta lo más mefítico, si se expone con claridad y mirando a los ojos, siempre será más valorado que las alabanzas fingidas.
____ Bueno… verás… De un tiempo a esta parte me sobrevienen fantasías eróticas, ajenas a nuestro matrimonio.
____ Eso es normal. La fantasía es patrimonio de las mentes abiertas.
____ Ya, ¿pero y si esas fantasías pasan a querer hacerlas realidad?
____ Depende. ¿Qué tipo de fantasías son?
____ Pues… hacer el amor con otra persona.
____ ¿Es que yo no lleno todas tus expectativas sexuales?
____ Sí, amor... ¡Claro que llenas mi cuerpo! Pero las fantasías siempre afluyen fuera de tu entorno real. ¿Entiendes? Contigo no son fantasías, son hechos consumados que los tengo al alcance de la mano.
____ Sabía desde el principio que lo que tú llamas fantasías es simplemente morbo, pero he preferido que te manifestases abiertamente.
____ ¿Te has enfadado?
____ ¡No, que va! El morbo es común en las personas.
____ ¿Tú también tienes morbo?
____ Mi morbo no es consustancial a mis sentimientos, por tanto, analizo los pros y los contras de los actos ulteriores a los hechos morbosos y calibro la consecuencia.
____ Me asustas. ¿Crees que mi morbo puede deteriorar nuestro amor?
____ No exactamente si se tienen los pies en el suelo. Si no me quisieras, me habrías sido infiel hace tiempo. La peor infidelidad, como dije, es la mentira, y tú me estás siendo fiel ante una deseada infidelidad. Por tanto, tu fidelidad es manifiesta.
____ ¡Ay, amor! Qué peso me quitas de encima; creía por un momento que había herido tu sensibilidad.
____ No, me alegra el que te hayas sincerado conmigo, por lo que vamos a tratar tu tema como gente civilizada. Lo primero que quiero saber es si tienes seguridad de que quieres hacer un cambio de pareja.
____ No es que tenga total seguridad, es que, si no lo realizo, nunca podré quitarme esto de la cabeza, y nunca podré saber la verdad de mi locura.
____ Vamos a ver. Entiendo que me puedes querer con toda tu alma, porque en mí hay elementos humanos que te subliman, y que una relación sexual puntual con otra persona sería por puro morbo y que no buscas otros sentimientos que en mí no encuentras.
____ Mis sentimientos, todos sin excepción, giran en torno a ti.
____ Entiendo, cariño, comprendo que lo tuyo es una especie de gripe contagiado por la vida moderna de los matrimonios. No te preocupes, atenderé tus deseos y te acostarás con otro hombre. Mañana mismo sin falta pondré un anuncio en alguna revista especializada.


REVISTA INTERCAMBIO
Sección de contactos

Matrimonio gay, de 35 y 32 años, ambos bien parecidos y con educación y clase, desean contactar con matrimonio similar para intercambio de parejas. Se exige total discreción y máxima higiene. Móvil: 666.666.666. Le atenderá “Diablito”


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Mensaje  achl Vie Ago 28, 2020 3:52 pm



Luchaba por hacerse con ella

Y allí estaba nuestro hombre recién casado, de nuevo solo ante ella. Se escondía en el pasillo. Le daba pánico estar a solas con ella. Asomaba un poquitín por la puerta y sólo la cabeza, lo suficiente para verla, y justo cuando su vista la veía, volvía a esconderse. Y esto mismo se repetía día tras día.

Vueltas y más vueltas daba por aquel pasillo de su casa, pensando en cómo podría hacerlo, cómo podría seducirla…

“¡Ahora o nunca!”, gritaba con fuerza al aire, mientras iba recogiendo todo lo que necesitaba para llegar hasta ella.

Se acercaba cuidadosamente y despacio y en silencio a ella. No quería que pudiese pensar que le tenía miedo, así que ponía cara de conocedor en la materia.

Justo cuando estaban frente a frente de ella intentaba tocarla decidido a meterle unas cosas. La miraba y saltaba de júbilo, alegría acurrucándose durante un buen rato y echándose las manos a la cabeza.

No escuchaba nada, ni un solo sonido...

“¿Qué pasa con esta?”, se preguntaba, a la vez que se apartaba las manos de la cara y la miraba de reojo, pero ella no se inmutaba, no hacía nada...

Pero como inteligente y astuto que era, se iba al trastero y cogía un palo grueso y otros artilugios que creía útiles para reducirla.

“jeje, esta vez no me engañarás; me has vencido en el pasado, pero ahora la victoria será mía”, se hablaba para sí.

Sudando a mares, sabía que tenía que entregarse a fondo, la situación lo requería, y tenía que demostrarse a sí mismo y a aquella puñetera quien de los dos sabía más. Así que se aproximaba corriendo y saltaba encima de ella.

'¡¡Jeje!! ¡¡Ya eres mía!!', gritaba.

Miraba y buscaba en algún sitio para abrirla de par en par. Pero buscaba y buscaba y buscaba y nada encontraba.

“¡Maldita seas, perra!”, exclamaba para sus adentros.

Pero, por fin, hallaba un lugar por donde abrirla y así meterle todo lo que tenía, y lo metía. Acto seguido, volvía a saltar de júbilo, alegría, exactamente de igual manera que la vez anterior.

“¡¿Qué?!”, se extrañaba de nuevo. Ella pasaba de él.

Se volvía a levantar y se iba corriendo al pasillo, para allí pensar en otras estrategias para conquistarla.

“¡Joder! ¡Claro! ¡Ya está!” -se iluminaba, gritando al aire.

Parecía que nuestro astuto hombre había encontrado una solución: “unos botones salientes color carne”. Todas tienen esos botones en alguna parte de su cuerpo.

“¡Los encontraré! ¡Juro, por Dios, que los encontraré!”, se decía.

Siguiendo en el pasillo, empezaba a contar hasta tres en voz alta.

“¡Uno… dos… tres!”.

Corría hacia el lugar donde se encontraba y volvía a saltar encima de ella.

“¡Dónde coño tienes tus malditos botones, cabrona, debes tenerlo en alguna parte!” -de nuevo se hablaba para sí.

“¡Viva…! ¡Urra...! ¡Aleluya...! ¡Eureka...!”, de nuevo gritaba al aire

Los encontraba, por fin, y los acariciaba en la forma que le parecía más adecuada.

Era un hombre verdaderamente inteligente. Pocos como él.

Ella comenzaba a reaccionar por fin.

“¡Jajajajajajaja!”, no podía evitar soltar una carcajada de loco.

Su propia carcajada le invadía, pues, por fin, llamaba la atención de ella.
Pero, de pronto, ella empezaba a temblar con intensidad, y su interior se revolcaba, cosas que a él asustaban, por lo que salía corriendo de nuevo hacia el pasillo, sin saber por qué no dejaba de reír de una forma inquietante.

Nuestro hombre, muy pero que muy orgulloso de sí mismo, cogía su móvil, buscaba en la agenda y marcaba un número:

____ Dime, cariño -contestaba una voz femenina.

¡Cariño, jajajajajajaja, cariño! ¡Jajajajajajaja! ¡¿Sabía o no sabía poner una lavadora, cariño?! ¡Jajajajajajaja...!



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Mensaje  achl Vie Ago 28, 2020 3:57 pm



Al primer tapón zurrapa


La sevillana María Manuela había sido educada al modo antiguo, estricto, no pudiendo disfrutar de libertad y haciendo culto a su virginidad. A sus 15, su madre le regalaba una monjil falda por su cumple. La lucía ante ella, con una risita en los labios, pero avergonzada frente a sus amigas.

Iba creciendo bajo un severo control, y con una doble actitud intentaba encajar en el mundo, sin abandonar los valores que le habían inculcado desde niña.

Cumplía 30 y aún no conocía intimidad con macho, sólo esporádicas “manitas” con casuales acompañantes que no se interesaban por ella al día siguiente.

Pasaban los años y por día le era más difícil hallar una relación. El amor parecía lejos de su alcance, y lo que ella veía como una virtud, se había convertido en el principal motivo de su fracaso.

Dejaba de acudir a las discotecas, dejaba de maquillarse y adoptaba como un único refugio la fantasía que encontraba en la lectura de novelas románticas.

Una lluviosa mañana de abril, cogía el metro rumbo a su trabajo. Como siempre, los ojos los mantenía fijos en la lectura. Pero, de pronto, se sentía observada. Un joven no dejaba de mirarla tras sus gafas negras, y esto la incomodaba. Comprobaba que estaba “correctamente” sentada y volvía al libro, donde se sentía identificada con uno de los personajes.

Imaginariamente iba manteniendo un diálogo con el desconocido explayándose en sus virtudes y confesándole su oculto deseo. Era la primera vez que hacía un juego mental de esta clase y le parecía divertido. Al llegar a su parada, le regalaba a aquel extraño una sonrisa cómplice, como si la conversación con él hubiese sido real.

El episodio del metro comenzaba a hacerse presente en sus sueños, donde el joven iba adoptando una persuasiva actitud, que poco a poco iba ganando su corazón.

María Manuela se enamoraba. El joven la envolvía con frases picantes, y sus sueños casa vez eran más subidos de tono.

En el intervalo de una ficticia cita erótica, su amado la obsequiaba con una rosa roja que ella guardaba celosamente. Ya despierta, la buscaba infructuosamente porque no recordaba donde la había escondido.

Empezaba a creer que no se trataba de fantasía, que realmente había conectado de alguna forma, y aquel joven era el amor de su vida.

Creía siempre en el amor trascendente, y ésta era la demostración de su acierto. En su siguiente sueño le sugeriría un encuentro diurno en el mundo real.

Las noches pasaban y en una de ellas se veía con su alma gemela, pero siempre que trataba de proponerle una cita, un sobresalto interrumpía su sueño, despertándose en forma abrupta y nerviosa.

Dejando a un lado sus creencias, dedicaba sus esfuerzos a su vida onírica, y gozaba en cada sueño con su amante nocturno.

Llevaba una vida paralela: recatada de día, y enamorada y juguetona de noche.

Una de aquellas mañanas, su metro llegaba más lleno de lo normal. En uno de los vagones delanteros viajaba su amante. Intentaba por todos los medios llegar hasta él, pero se quedaba atrapada entre el gentío. Nerviosa, trataba de visualizarlo, pero la mole de pasajeros se lo impedía.

No se bajaba en la parada de La Puerta de Jerez y seguía hasta la de la Catedral. Era su última oportunidad y no podía desperdiciarla.

Ya en la parada de la Catedral, le veía esperando el verde de peatones. Se iba hacia él, le cogía del brazo y por primera vez escuchaba su voz:

____ Gracias. Puedo cruzar solo.
____ Pero yo no –respondía ella, sin soltarse.

Y haciendo más bueno el dicho de lo curiosas que son las mujeres, inspeccionaba al joven de arriba abajo, percatándose de que llevaba un breviario en la mano.

Caminaban en silencio hacia la Plaza Virgen de los Reyes, y él se separaba al llegar al portón alto y ancho de la Archidiócesis Arzobispal de Sevilla.



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Mensaje  achl Vie Ago 28, 2020 4:05 pm



Algo terrible inminente


Dormía mal. Muy mal. Sudaba permanentemente, aun no haciendo calor. En los pocos momentos en los que conseguía conciliar el sueño, aparecían en su mente monstruos y criaturas de verdad que pretendían devorarle: lo hacían, pero sin destruirlo, dejándole vivo para el siguiente mordisco.

Se volvía a despertar, pero el desespero lo aniquilaba. Y éste era real. Se tomaba un somnífero, y a ver si así rescataba la tranquilidad y por ende el sueño.

Pero no le producía el efecto deseado. La noche se le estaba yendo entre nervioso y despierto, entre soñar y simbólicos espantos, y ya se encontraba angustiado por la dura realidad, que hacía poco le habían anunciado.

Y esto era lo que estaba presente en su vida: “la madre de todos los miedos”, como diría el cruel Sadam Hussein

Quería que no amaneciese. Prefería enfrentarse a los espíritus oníricos indeseables de afilados dientes, que a la cruda realidad que se avecinaba. El primer rayo del sol caía sobre su cuerpo como una guillotina. Sin matarle, jugaba con su cabeza con un agudo dolor, que no por ello encontraba el descanso de la muerte.

Sonaba el despertador, en la mesilla de su esposa, a su lado. Sus ojos, muy abiertos, confirmaban con superlativa alegría que su suerte estaba echada, irremisiblemente:


Su suegra había venido hoy a su casa a desayunar

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Mensaje  achl Vie Ago 28, 2020 4:10 pm



El Andaluz


El dialecto andaluz, más que un dialecto para Andalucía es un “quita palabras”, bien sincronizadas, además de que los andaluces utilizan técnicas especiales para reducir una frase; por ejemplo: el “te quieres ir ya”, lo reducen a un simple: “tesquillá”.

Ahí van unos cuantos vocablos netamente andaluces:

Hoy estoy guarnío, y lo que más me gusta de estar guarnío es poder decir guarnío. Es una expresión que me encanta, como tantas otras tan andaluzas. Cuando te hartas de comer, terminas engoñipao. Cuando riegas mucho las macetas, las dejas enguachinnás. Nunca pido churros sino calentitos. Cuando era niño nunca iba a las atracciones, iba a los cacharritos o a las cunitas. A los pesados les decimos jartibles, y cuando no iba al cole, lo que hacía era rabona, ¡qué coño peya ni peya! A lo largo de mi vida he conocido apollardao o gilipollas, no tonto, y ennortao al despistado, y a ningún antipático, sino a malaje o desaborío. La mentira es engañifa. Aquí lo mucho es una jartá o una pechá, y lo poco es una mijita, y la gente no pasea, da vuerta. Lo que está muy sucio está empercochao y lo que limpias muy bien lo dejas escamondao. Si se te va la olla, quedas majarón, y si das la lata te llaman pejigueras. Los borrachos, que son papaos, no andan, dan camballás, y la gente no odia la mentira, odia el falserío. Lo roto está descuajaringao y lo pasado de fecha revenío, los cobardes son jiñaos, y lo mu visto está mu manío. Por estas palabras y miles más, cada vez me gusta más mi andalú, y quien diga que no sabemos hablar, que aprenda a entendernos, que seguro le cogerá gustito. Ah, que conste que una tontería es una chuminá.


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Mensaje  achl Vie Ago 28, 2020 4:16 pm



Soy novato en esto de escribir cuentos, pero pretendo escribir uno. ¿Se animan a leer el prólogo y a ver si os gusta cómo empieza y un adelanto del final?



Extrema timidez en un ascensor


Y para ello, estrujándome el coco, planto una pareja (chico y chica) en un ascensor. No es una pareja formal, no viven juntos, nada comparten, sólo ascensor. No saben nada el uno del otro; de hecho, nunca se hablaron. Al menos, son personas y llevan viéndose dos años a diario durante esos 40 segundos eternos que tarda en llegar el ascensor a la planta baja.

Silencio. Ahora vamos a tratar de interpretar lo que dicen...

“Dile algo”, se dice él en voz baja. Mientras ella repasa a media voz: “tengo que ir a la peluquería ‘Pelos', para que me pongan extensiones”.

El ascensor baja dos plantas más. Y no pasa nada. ¿Se van a quedar ahí, calladitos? Planta baja. Se abren las puertas. Ella sale. Tiene unas piernas de escándalo. Él se queda mirándola, hipnotizado, desde el ascensor.

____ ¿Por qué no le hablaste? -le pregunto.
____ No sabía qué decirle -me responde.
____ Cualquier cosa: hola, qué tal o algo romántico. No hables del clima y tampoco caigas en charlas vulgares. Algo sutil, no sé, el personaje central del cuento eres tú. Ingéniate lo que sea.
____ Sí, pero tú eres el escritor -me responde.
____ Bueno, hagamos una cosa. Ahora voy a pensar qué puedes decir, y mañana lo intentamos de nuevo. ¿Te parece bien?
____ De acuerdo.
____ Y ahora sal del ascensor, que parece que la dirección del edificio ha contratado un ascensorista.

Al otro día, allí de nuevo. Ella lleva el pelo largo y sus gafas de siempre, que tan bien le quedan. Él va sin corbata; no sabe hacerse el nudo. Se lo hace a diario un colega de su trabajo antes de entrar a currar los dos.

____ Prueba con decirle, hola. Empezaremos fácil.

Silencio de mi protagonista.

____ ¡Échale huevos, coño, y dile al menos hola! ¡Sólo eso!
____ No me atrevo.
____ ¿Cómo que no te atreves? No te pido más por hoy, un simple hola ¡y ya!, y así puede empezar un vínculo.

Me dice que seguro se atragantará, o se le va la voz, o le dan ganas de estornudar. O... ¡su puta...! ¡Pamplina! ¡Joder con este tío!

____ Aunque mira por dónde no es una pamplina. Estornudar, aunque sea forzado, es lo mejor que te puede pasar. Por lo menos te va a decir... “Jesús”.
____ Pero pensará que soy un tonto.
____ Ya eres tonto porque no te arrancas a hablarle a una chica bellísima que ves cada día en el ascensor. Venga, sólo te quedan seis segundos, no es tarde aún para decirle hola. Se va a dar cuenta que eres tímido y va a sentir ternura. Seis segundos, cinco segundos, cuatro, tres, dos… un segundo. ¡Venga, va... hola!

Ella sale sin mirar hacia atrás, y otra vez la misma historia.

____ Hola.

Se lo dice mientras se va alejando. Así la viese en trescientas mil plantas, que haría lo mismo. ¡Joder!

____ ¡Eres un cagón! -le miro, airado.

Lo tranquilizo y le digo que probaremos mañana, que hoy practique en el trabajo o durante la noche en su casa. Que haga incluso un viaje de prueba, que se meta en el ascensor con una muñeca hinchable y pruebe decir hola, y así va entrenándose. Que haga... ¡qué me tiene loco ya este tío!

Es miércoles y mi pareja está en el ascensor. Casi me quedo dormido y me lo pierdo. Ahí está de nuevo ella, hoy está guapísima y con un traje muy sexy. Seguro que está pensando en algún chico. Él lleva una corbata en la mano. Ahí está, puede decirle que no sabe hacerse el nudo, y a ella le va a dar lástima y le va a comprender.

____ Otra planta que te mantienes en silencio total.
____ ¡Calla ya! -me dice, que no se puede concentrar.

Los dejo bajar tres plantas más. Le toco el hombro, sin hablarle. Otra planta. Toso. Planta baja. ¿Otra vez lo mismo? Ahí va ella con sus andares llamativos. Y ahí queda él, haciendo la mejor imitación del poto que está en la entrada del edificio.

A la otra mañana está ella sola en el ascensor. A él no le veo por ningún lado. Me asusto. Voy a su casa y lo veo tirado en el sofá. Le pregunto qué hace ahí y así y por qué no está ya en el ascensor. Me contesta que lo tengo agobiado, que no quiere hablarle, que es feliz así y que le deje en paz. Insisto que no puedo, que tengo que escribir mi cuento y que preciso que pase algo entre ellos dos para que esto sea un cuento, que haya diálogo, que se conozcan para llegar a una relación. Se queja de que nunca me pidió estar en mi cuento, que es tímido y que no quiere hablar en un ascensor a una chica, que, aunque está buenísima, no es razón para que le obligue a conquistarla. Le digo que confíe en mí, que soy el escritor y que me voy a ocupar de que se fije en él, haga lo que haga.
Finalmente, logro sacarle del sofá, y hasta le hago el nudo en la corbata. Ahora está seguro de poder hablarle. Lo presiento. Mañana será el gran día. Le dejo a su aire y le propongo vernos antes para repasar el ansiado encuentro que tengo pensado.

Pero al día siguiente se queda dormido, lo que hace que le espere directamente en el ascensor. Estoy nervioso. Quiero ver qué pasa. Ella ya está adentro, y el ascensor se acerca a su planta. Se abren las puertas, es el momento. Ella lo mira y sonríe. ¡Uy!

____ Tienes un moco -le dice señalándolo.

Y ahí estaba ese colgante verdoso debajo de su nariz, amenazando todo mi cuento. Con lo que me había costado arrastrarlo hasta aquí... ¡Y ahora un puto moco! Él se quedó mirándola, con la boca abierta, pero sin decirle nada, hasta que las puertas se cerraron, y él afuera y ella adentro.

“¿Y este es el fin de mi cuento?, ¡no!”, pensé mientras vi que el ascensor seguía hasta la planta baja. Ahora no podré recuperarle, y mi cuento se va a acabar por culpa de un moco, que no podía aparecer en otro momento. ¡Me cago en el cabrón moco!

Lo busqué y lo encontré, pero no me quiso atender. Esperaba algo banal para bajar corriendo por las escaleras las veinte plantas. Algunas veces se disfrazaba para que no le reconociese, se ponía peluca y bigote, falsos. Ella, en cambio, seguía cogiendo el ascensor como cada día, con el mismo silencio. Un día la oí decir “pobre, se habrá asustado”, que de haberla hablado hubiese tenido una oportunidad.

Pasó un año así. Y no se volvieron a cruzar. Me enteré por un vecino que él cambió de trabajo, y ahora trabaja en casa haciendo webs, lo que le permite no tener que salir a trabajar en la calle, y así y con su nueva ocupación, podría evitarme a mí, a la chica y al cuento.

Un día, finalmente, lo hallé, le hablé y me habló. Disfrazado, compraba un paquete de cigarrillos. Lo acorralé contra la pared del estanco.

____ ¡Necesito el final de este cuento, y no puede acabar contigo yendo a comprar tabaco! ¡Esto es un desastre!

De nuevo me pide que lo deje en paz, que no quiere seguir viviendo mi cuento, y que lo termine como me salga de los cojones. Le ruego que se lo piense, que se lo plantee, que ya pasó mucho tiempo y ahora esto del moco va a ser una anécdota graciosa. Le di la idea de que mañana apareciese en el ascensor con una sonrisa en los labios y cuando se vean se van a reír a carcajadas. Después hablarían sobre eso, y listo. Ya estaba plantada la semilla de la relación. Sólo quedaba regarla cada día un poco y crecería. Luego de una discusión, aceptó si acabo mi cuento y lo dejo en paz. “Trato hecho”, le dije y tendí mi mano que, incrédulo, estrechó.

Al otro día, todo listo. Él había cambiado radicalmente: bañado, peinado, afeitado y perfumado. No iba a ningún lugar, pero igual cogía el ascensor para verse con ella. Le hago el nudo en la corbata. Salió al pasillo, cerró la puerta y pulsó el verde que le llevaría al reencuentro. Movimientos se escuchaban, y ahí estaba él con los brazos abiertos y con una sonrisa de oreja a oreja. Llega el ascensor y se abren las puertas. Ella no está. “Se mudó ayer”, respondió el conserje a la pregunta mía.

Vi por última vez una cara de desconcierto en mi personaje. Pero le dije que, por fin, tenía ya el final de mi cuento.

Se lo agradecí con una sonrisa y un fuerte apretón de manos, y después lo dejé solo. Pero, a poca distancia, me quedé mirándole de reojo durante unos segundos y, por la expresión de confusión en su rostro, parecía que estaba pensando en cómo sería el final que le anuncié.



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Mensaje  achl Vie Ago 28, 2020 4:21 pm



Las pamplinas de los mandatarios andaluces

La Junta de Andalucía ha pasado a la historia del surrealismo chufla por haberse aprobado su Proyecto Ley de Protección de la Fauna Silvestre, cuya ley considera un delito mirar, observar, filmar o fotografiar a los animales de las especies amenazadas, sin el permiso correspondiente.

Se entienden especies amenazadas en Andalucía aquellas incluidas en el Catálogo Nacional de Especies Amenazadas, aquellas incluidas en el Catálogo de Especies Amenazadas de la Comunidad Autónoma de Andalucía, y las relacionadas con los Acuerdos Internacionales vigentes en España.

No se especifican especies, pero oso aventurar algunas: pato malvasía, foca monje, calamón azul, águila imperial y lince. Queda advertido “el malvado ciudadano” que mira demasiado.

Si un ciudadano observa el paisaje húmedo de la marisma y aparece pato malvasía tiene la obligación de cerrar los ojos, si no quiere convertirse en un delincuente. Si un bañista provocador se halla con foca monje y no ha pedido el correspondiente permiso para mirarla, debe interrumpir inmediatamente su mirada y nadar a ciegas, aunque su cabeza se rompa contra una roca. Y nunca dirigir la vista al cielo, porque las águilas pueden alterarse. Y, sobre todo, cuidado con el lince. Gran observador el lince (de ahí: “tienes vista de lince”), con ojos penetrantes, perforantes, impactantes y fosforecentes.

El lince, ese maravilloso animal protegido, puede sentirse “alterado en su hábitat y equilibrio ecológico” si alguien lo observa sin permiso. El lince lo dice todo con una mirada. Observar el prodigio inesperado de un lince, sin la autorización debida, es un delito de gravedad en Andalucía. Pero con la autorización, no hay gravedad, ni siquiera delito. El problema está en el permiso.

Que a alguien no se le ocurra pasear por Sierra Morena o por el Coto Doñana sin el salvoconducto de “observador de linces”. Es muy difícil toparse con un ejemplar de esta especie prodigiosa, pero si la casualidad se produce, vale la pena aprovecharla. El lince se esconde y se camufla, como todos los felinos que precien de ser felinos. Coincidir con un lince y no poder mirarlo es como recibir una invitación de una Miss para pasar la noche juntos y rechazarla con una justificación absurda: “no puedo, es el cumpleaños de Paco, primo segundo del cuñado de mi cuñado Pepe”. El permiso equivale a que Paco no cumpla años en un día tan inoportuno.

Se encuentra uno con un lince y se produce el milagro: el lince no huye, el delito amenaza, el lince provoca, el delito pesa, el lince se está quieto, el contribuyente duda, el lince se pone pesado y te mira fijamente, el honrado ciudadano cierra los ojos, el lince se enoja, el hombre se decide, el lince posa, y el ejemplar excursionista desvía la mirada y mira una encina. Ya no es un delincuente. Lo malo es que en la encina ha anidado una pareja de reyezuelos, cuyos están incluidos en el Catálogo Nacional de Especies Amenazadas, y sin intención de delinquir, mira a la hembra dando de comer a sus polluelos, pero como carece de una autorización para “mirar reyezuelos”, comete grave delito y éste con el agravante de alevosía. Podía haber dirigido la mirada a otra encina.

La Junta de Andalucía hace bien escudar la intimidad de los linces. “Los socialistas tienen un respeto especial por la intimidad ajena, que es digno de elogio”. Pero que se dejen ya de carajotadas.

Ahí están los búhos, las lechuzas y los mochuelos, que no paran de mirar a todo lo que se menea, y siempre sin permiso.

Con estos mandatarios tan memos vamos a llegar a un punto sin retorno.

Y entonces será el lince el que nos advierta: “eh, no te atrevas a mirarme, que soy un lince”. Y nosotros, resignados, tendremos que responderle: “señor lince, muchísimas gracias por recordármelo”.



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Mensaje  achl Vie Ago 28, 2020 4:42 pm



La suegra se confiesa


Sí padre, yo fui la que puse veneno en su sopa, pero porque él antes tiró al retrete mi carísimo perfume de Loewe.

También confieso que le eché lejía a su flamante traje gris marengo, de Armani, en venganza porque él publicó en Facebook fotos que me hizo a escondidas mientras me ponía las bragas.

Y fui yo quien puso aceite en el radiador de su costoso Audi, pero fue mi respuesta a que él llenó mi cama de cucarachas para que me fuese de su casa.

También fui yo quien tiró a la chimenea su exclusiva colección de sellos, pero es que él me tuvo tres minutos con la cabeza dentro del retrete, sin poder respirar.

Asumo haber propuesto a mi hija que le cortásemos el pene mientras dormía, pero fue porque él se meó todas las veces que quiso en mi armario, destrozándome mis vestidos y zapatos. Lástima que mi hija no hubiese aceptado la merecida propuesta. Ella es muy ingenua, padre, casi una santa.

Y sí, padre, yo hice veinte cargos en Internet contra su VISA, sin su permiso, pero lo hice porque el pedazo de cabrón me dejó todo un día encerrada en la perrera de un metro cuadrado y sin luz.

Pero no se equivoque, padre, sólo estoy confesando lo que le he hecho, pero no estoy arrepentida. Esto es sólo un descanso anímico que necesito para reiniciar mis hostilidades contra mi yerno esta misma mañana. No, padre, mi venganza contra el hijo de puta que se casó con mi hija acaba de empezar.




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Mensaje  achl Vie Ago 28, 2020 5:15 pm



Un sapo salta a la Red



Y el sapo tiene acceso al Internet. Y eso se dio así porque vivía en una charca aledaña a una casa con ADSL, y porque un muchacho perdió su portátil.

El sapo, que de alguna manera entendía de los asuntos de los humanos, se registró en un foro literario, con el apodo: “El sapo de la charca”, y así podía publicar lo que quisiera.

Y pronto se puso a insertar temas, y algunos de ellos tuvieron éxito, entre los que se encuentran estos cuatro:

SLURP: ruido que hace la lengua de un sapo cuando atrapa una libélula.

SPLASHHH: ruido que genera un sapo cuando cae al agua.

GLUP: ruido que hace un sapo cuando ingiere algún insecto.

Pero el que más gustó a sus lectores fue: CROAC-CROAC: un inusitado canto erótico para conquistar ranas. Le obsequiaron con miles de “me gusta”.

Los comentarios positivos de los lectores en todas las publicaciones de “El sapo de la charca” eran tantos que se convertía en el forista más famoso.

Pero un mal día fue engullido por un gavilán, que pasaba de foros literarios.

Y ya muerto, nadie del foro se había percatado de que “El sapo de la charca” había dejado de existir, lo que demuestra claramente lo poco que importamos los unos a los otros, aunque se sea un anfibio inteligente.



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Mensaje  achl Vie Ago 28, 2020 5:25 pm



Autoestima por las nubes


Buscó afanosamente en la bibliografía el mejor de los seudónimos, para que no se supiese que su nombre era Anacleto.

Buscó imágenes en Internet que representase un hombre gallardo y poderoso, para así ocultar el hecho de que era uno de baja estatura, feo, tartajoso, bizco, manco, cojo y extremadamente canijo.

Aprendió a manejar magistralmente los correctores de texto, para que sus faltas de ortografía, consecuencia de su escasa escolaridad, no fuesen obvias en el momento clave del escrito de la presentación

Hizo copias de cientos de poemas de amor de autores ignotos, para que las señoras que los leyesen lo considerasen un gran poeta.

Plagió la fotografía de un extinto modelo italiano, para enviársela a las damas del Internet, que querían verlo al menos en foto.

Mostró durante años su falsa imagen al mundo de Internet, hasta que una hembra de su misma ciudad le pidió que se conociesen en persona, y él, previas reiteradas demoras, le propuso una cita con mil mentiras y falacias hasta que llegó a un punto en que no tuvo más remedio que comparecer.

Se citaron en una cafetería céntrica, indicándose previamente cómo irían vestidos.

Ella tampoco se acercaba absolutamente en nada a lo que él esperaba.

Y ya, sin ninguna clase de maquillaje cibernético, cara a cara, se sentían bien y decidían amarse para siempre tal y como eran.



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Mensaje  achl Vie Ago 28, 2020 5:29 pm



Bodas de Platino


____ ¡Cállate ya, Maruja!
____ ¡Cállate ya, cállate ya…! ¡¿No sabes decir otra cosa, Arturo?!
____ ¿Con qué hiciste estas galletas? -pregunta él-. ¿Con cemento?
____ Si te pusieses la dentadura; sí, la que guardas en un vaso con ginebra. Deberías ponértela en vez de beberte la ginebra -replicó ella.
____ La ginebra desinfecta. Algo necesario sabiendo como cocinas.
____ Cocino mejor de lo que mereces -replicó mojando una galleta en su té.

Y Maruja cambió de tercio…

____ Arturo, ¿recuerdas cómo se “hacía”? Eso revitaliza –le dijo.
____ ¡Eres una vieja verde!
____ ¿Vieja yo? ¡Para que lo sepas, ayer me dijeron dos muchachos que tengo cara y cuerpo de veinteañera!
____ Pues esos dos muchachos deberían ir al oculista.
____ ¡Mira este príncipe hermoso! Lo más joven que tienes son las zapatillas, y te las compré yo hace 50 años o más.
____ Fue una de las veces que me sacaste pasta para hacerme un regalo -dijo él y se quemó los labios-. ¿Qué le pusiste a mi té? ¿Lava?
____ El té es lo único caliente en esta casa.
____ Debí hacer caso a mi padre de no casarme contigo. Yo, en mi juventud volvía locas a las mujeres. Podía escoger la que me diese la gana, y mira la que elegí...
____ ¿Tu padre? ¡Otro borracho! -sopesó una galleta y la dejó caer en la mesa-. ¡Bien que me perseguía por los pasillos de su casa!
____ Mi padre iría detrás tuya para recuperar su billetera.

Arturo sopló el té y bebió un sorbo…

____ Como si hubieses tenido dinero. ¡Era tan pobre como su hijo!
____ ¡¿Pobre yo?! Si recuperase el dinero que te gastaste en tratamientos de belleza, ahora sería más rico que Amancio Ortega.
____ Ese sí que es un hombre emprendedor, no tú, que siempre has sido un cagado y un fracasado.
____ Pues este cagado fracasado -dijo irguiéndose-, te hacía suspirar.
____ Suspiraba para no gritar por tus pisotones. ¿Quasimodo te enseñó a bailar?
____ Mira por donde me lo recuerdas con esas máscaras faciales que te pones por las noches. Aunque en realidad las prefiero. No sabes lo que es despertar y verte.
____ Sé lo que es despertar y verte. No creas que me es fácil sin bisoñé y sin dientes, parece que estoy viendo una momia en mi propia casa.
____ ¡Mi casa, no tu casa! es el lugar más apropiado para un vejestorio como tú.
____ ¡¿Apropiado?! ¡¿Llamas apropiado a esta pocilga inmunda?!
____ Si te ocupases en limpiar de vez en cuando...
____ ¿Y arruinar la piel de mis manos? ¡Vete a la porra, viejo loco!

Arturo se sacó medio cigarrillo de detrás de la oreja y lo encendió…

____ ¡Ah, ¿pero te queda piel en la oreja?! ¡Vaya, no dejas de sorprenderme!
____ Hay hombres de verdad que me consideran una belleza -añadió.
____ ¿Sí? Lo difundiré por ahí para que se rían.

Y Maruja cambió de tercio por segunda vez…

____ Arturo, ¿por qué no nos vamos nosotros de vacaciones?
____ ¿Nosotros? ¿Tú y yo?
____ Claro. Quienes creías. Una semana los dos solos.
____ Estupendo. Yo me iré a la sierra. ¿Y tú?
____ Pensaba en una segunda luna de miel.
____ ¡Tu erotismo no tiene límites, Maruja!
____ Podríamos visitar a mis hermanas.
____ Eso me gusta, ¿ves? Nunca fui a un asilo.
____ ¡Eres insufrible! Y pensar que años atrás me había ilusionado contigo...
____ Con mi dinero, querrás decir.
____ En el bosque hay musarañas con más fortuna que tú.
____ Ya lo creo. Ni te conocen. Eso sí que es fortuna.
____ Todo esto es por culpa de mi Hada Madrina.
____ Lo mismo digo. ¿A quién se le ocurre regalarte unos zapatos de cristal?



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Mensaje  achl Vie Ago 28, 2020 5:40 pm



El amor llamará a mi puerta


Cuando desperté esta maña, lo primero que se me vino a la cabeza fue mi vecina Carmen. ¡Dios, nadie sabe cuánto la deseo, lo que ansío tenerla entre mis brazos, nadie sabe lo que me gustaría besarla y decirle todo lo que la amo! Pero mi vecina Carmen no parece darse cuenta.

Sé que el día que ella recapacite y yo sea correspondido será, sin duda, el mejor día de mi vida. El día en que Carmen será mía para siempre. Y también sé que este día no tardará en llegar...

Me fui a la cocina a tomarme mi leche con Nesquik tarareando una copla. Ahora no me acuerdo del título, pero sí recuerdo que era una de esas de amores profundos. Pero, ni siquiera su apasionada letra me transmitía tanto amor que el que yo siento por Carmen.

Hoy es uno de esos días en que te levantas de un ánimo de maravilla, y en lo único que piensas es en cosas buenas. Tu bello cuerpo se mueve por sí solo, sin que te des cuenta de ello.

¡Me encantan estos días!

Terminé mi leche y llevé la taza sucia al lavaplatos. ¡Y a que no se imaginan lo que pasó! Miré por la ventana de la cocina vi a Carmen, que estaba regando sus flores con una pequeña regadera verde, y en su melena rubia tenía un sombrero de paja. Estaba preciosa. Como esas estupendas jardineras de las revistas. Me vio y me hizo un gesto como queriéndome decir algo...

Pero yo, imbécil que es uno, me aparté de la ventana. Si tuviese el valor para gritarle lo que la amo y lo que me gustaría estar con ella... Pero nada de eso, lo único que hice fue quitarme de en medio.

Pero la realidad es que soy realista. Sé que no soy un modelo, sino un poco… ¿cómo decirlo para que ni yo mismo sufra? Diré que bastante desafortunado. No me gusta decir feo. Nadie en es feo. Todos tenemos alguna belleza. ¿Y yo también? Bueno... vamos a dejarlo ahí...

Lo que quiero decir es que a veces pienso que llegué tarde al reparto de facciones. Algunos recibieron nariz respingada; y yo, porruda. Lo mismo con los ojos y el resto del cuerpo, pero me tomo las cosas con humor. Si me preocupase por 'los piropos' que circulan por ahí a mis espaldas, tiempo haría ya que me hubiese suicidado.

Seguía reflexionando sobre mi fealdad, cuando oí el timbre de la puerta. El corazón se me paró de pronto, pero enseguida empezó a bombear con más fuerza. El sudor corría a canales por mi frente y sentía mi jorobada y doblada espalda empapada, como un paraguas en los días de viento y de lluvia. Hacía un calor tremendo, que mezclado con la adrenalina del momento, toda mi anatomía se había convertido en un infierno.

____ Hola, vecinito.

Y ahí estaba ella: blanca sonrisa, ojos como cielo y un cuerpo perfecto. Y todos 'sus avíos' seguían tan bien puestos como la última vez que la vi. Es que esta Carmen no podía ser más perfecta.

____ Hola, Carmen. Cuánto tiempo...
____ Sí, hace mucho que no te veía. ¿Has estado enfermo?

“¿Carmen preocupada por mí? ¿Me echa de menos?”, pensé, escamado.

____ No, bueno, sí. Un poco -respondí, al fin.
____ ¡Pobre…! Sólo quería preguntarte si tienes una maceta pequeña que no estés utilizando. Mañana compraré unas cuantas y te devolveré la tuya.
____ Creo que sí. Un momento. ¡Pero pasa, por favor, pasa…!

Mis manos temblaban y todo mi cuerpo sudaba, como si dentro de mí hubiese un grifo. Tenía que hacer algo para que de alguna forma se fijase en mí o por lo menos en mi educación y en mi manera de ser. No en mi físico, porque como se fijase en mi físico, seguro estoy que saldría corriendo sin parar.

____ ¿Te traigo un vaso con agua? -me dijo al verme nervioso.

Mi boca estaba tan seca como la mojama, y con mis enormes gafas de culo de vaso, yo mismo me veía realmente espantoso. ¿Pero qué podía hacer? Así fue como me mandó Dios a este mundo.

____ Sí, gracias, un vaso con agua estaría bien -le dije y me apresuré en añadir: oye, Carmen, mírame, escucha, yo...
____ ¡No digas nada! ¡Yo también!

Su fino y alargado dedo índice de la mano derecha tocó mis labios y entonces olí su delicioso aroma. No entendía lo que estaba pasando...

____ ¡Ay mi vecinito! No te imaginas lo mucho que siento por ti. Cada vez que te veo me pongo muy nerviosa y excito.

Sus voluptuosos y empinados senos se aproximaron a mí, empitonando mi raquítico pecho.

____ No entiendo. Eres una mujer hermosa y yo soy un hombre horrible -desvié la boca; temía que me oliese el aliento por cuatro muelas picadas.
____ ¡No digas estupideces! Todos somos hermosos por dentro, y los hermosos por fuera, generalmente, son horribles por dentro -me dijo y añadió-: bueno, lamento dejar nuestra charla aquí. Tengo que irme. Dejé a mi sobrinito solo en casa. Así que nos veremos pronto. ¿vale?

____ Claro. Me rendiré a tus pies cuando tú quieras.

Y así termina mi extraña historia. Pero todo lo que ocurrió aquella mañana fue una malévola trampa de la perra arpía de Carmen.

Resulta que la muy zorra había apostado 100 euros con nuestros vecinos a que me rendiría a sus pies. Y no me rendía a sus pies porque ella no me dejaba. Me sentía un estúpido cuando me enteré de la apuesta.

Tan mal me había sentado entonces y tan mal me está sentando ahora que me he encerrado con llave y cerrojo en mi casa y no voy a salir de aquí hasta que no llame a mi puerta mi verdadero amor.



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Mensaje  achl Vie Ago 28, 2020 5:44 pm



El Dedo Desvergonzado


Definitivamente, aquel dedo hacía lo que le daba la real gana. Por más que el brazo, la mano y el cerebro trataban de controlarlo, no eran capaces de conseguirlo.

Así que el desvergonzado dedo fue acercándose y acercándose a aquel misterioso agujero, que tanto le gustaba y por el que sentía una vocación natural, mística, casi inevitable…

Cerebro, brazo y mano hacían lo imposible por contenerlo, y, sobre todo. porque había gente cerca observándolo; unas personas que estaban pendientes de que se respetasen las normas sociales, y que eran capaces de lanzar rumores destructivos a diestra y siniestra.

Pero todo era inútil: ni el cerebro, ni los brazo, ni las manos, ni siquiera la vergüenza pudieron evitar la actitud de aquel dedo.

Porque, finalmente, el dedo penetró la fosa izquierda de la nariz, y la hurgó hasta la saciedad para poder sacar un bichillo, entre verde y marrón, rebelde.


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Mensaje  achl Vie Ago 28, 2020 5:52 pm



El Cu-Cu



Anoche fui con mis amigas a una fiesta. Le dije a mi marido que regresaría a casa a las 12 en punto. “Te lo prometo”, y juré besándome dos dedos.

Pero la fiesta estaba muy bien, copitas, bailecitos, más copitas... y se me fue la hora. Y llegué a casa a las 3 de la madrugada, completamente borracha.

Al entrar, el reloj de cuco hizo Cu-Cu 3 veces. Al darme cuenta de que mi marido se iba a despertar por el sonido, como pude grité Cu-Cu otras 9 veces más. Me quedé tan orgullosa, y tan satisfecha por haber tenido de pronto, aun borracha, una idea tan genial y así evitar una pelea con mi marido, que me acosté tranquila pensando en lo inteligente y lista que es una.

Por la mañana, en el desayuno, mi marido me preguntó a qué hora había llegado y le respondí a las 12 en punto, como le había prometido. Mi marido no dijo nada ni lo vi desconfiado. “¡Qué bien! ¡Salvada!”, pensé, eufórica.

Pero de pronto me dijo: “por cierto, tenemos que cambiar nuestro reloj Cu-Cu”.

Le pregunté temblorosa: “¿Por… qué…, amor?” Y me respondió: “porque anoche el reloj hizo Cu-Cu 3 veces, a continuación, no sé cómo, gritó ¡hostia puta!, luego 4 Cu-Cu más, vomitó en el pasillo, dijo Cu-Cu otras 3 veces, se retorció de risa, y otra vez hizo Cu-Cu, salió corriendo, pisó al gato, destrozó la mesita de centro del salón, se acostó a mi lado dando el último Cu-Cu, tosió repetidas veces y se durmió.



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Mensaje  achl Vie Ago 28, 2020 6:10 pm



Dos minutos más

El sonido de la puerta al cerrarse llegaba hasta sus oídos. Al fin, a solas los dos en la oficina. Disponía de una hora y media antes de que regresasen sus compañeros del trabajo. Pero se había llevado toda la mañana mirándola y sintiendo a la vez que sus deseos aumentaban por momento...

La levantaba despacio y la ponía sobre la mesa. Con manos temblorosas deslizaba la cremallera, dejando su exquisito interior bien expuesto a los sentidos. Sus dedos se desplazaban con avidez, ocasionando que un aroma irresistible le envolviera...

Sentía la boca seca y el corazón palpitante. Intuía el momento final con anticipado e indescriptible placer. Con dedos rápidos y hábiles, deshacía el cierre, y sus ojos se llenaban con aquella imagen tan esperada...

Por fin, el ansiado momento estaba a punto de llegar, aunque con más premura de la imaginada. La levantaba despacio, y con ella en sus manos se acercaba a...

(Pasad al folio siguiente para así poder leer y ver el emocionante final de este excitante e intrigante relato)


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