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Sólo escritos eróticos

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Mensaje  achl Dom Ago 16, 2020 7:26 pm



Sólo escritos eróticos Escrit26


Buscando sexo y lujuria

“De tanto persignarse, de tanto rezar, de tantos golpes de pecho y de tanta castidad, la mitad de la mitad, de la mitad de la mitad”.

Ese popular dicho local corre que se las pelas de boca en boca por todos los recovecos de las salas de los ambientes nocturnos de un pueblo fronterizo del Sur del país más grande y con más superficie y con más habitantes de la Península Ibérica.

Mi nombre no importa. Ni yo mismo quiero recordarlo. Y menos cuando huyendo de la inopia he llegado a un lugar del que dicen que es el límite del límite entre el bien y el mal. Un balcón hacia un lujurioso lugar que espera paciente para satisfacer el deseo de los viajeros adictos a los placeres eróticos.

Y buscando… buscando...

He hallado y me he alojado en un burdel, cuyas paredes son de terciopelo rojo con flores de diferentes colores. Un antro perfecto para los mastuerzos que buscan sexo y lujuria. “Deleite del Sur”, se llama este ”5 estrellas”.

Cuando acabé de inscribirme tomamos café la ama del burdel, Lila Leo, y yo. Mujer guapa y con buenas hechuras: ojos grises, pelo caoba y piel cálidamente marmórea. Fumaba puros habanos. Pasada la medianoche, se daba a oscuros trabajos, quizá al contrabando, quizás a estupefacientes… Algo extra lo suficiente rentable como para facilitarle un alto nivel de vida que, a juzgar por sus costosas indumentarias y por las joyas que a veces lucía, deduje apenas la vi.

Me ubicaba la señora Leo en la parte más alta del burdel: un ático alejado del ruido infernal, pero no alejado del olor a cloaca del burdel. Sólo había que hospedarse un día para comprobar la fauna habitual del lupanar.

De las putas del burdel, era Sol, una sevillana gordita y tetuda, la primera en llamar mi atención. No era la más guapa ni me hubiese fijado en ella a no ser por la foto que colgaba en el vestíbulo del burdel. Allí, junto a un ventanal, con un aire triste otoñal, posaba Sol con sus tetazas y su tanga verde. Veía yo hermosa su generosa defensa, y la foto era deliciosamente sexual. Aun entrada en carnes, sus numerosas curvas trastornaban a todos los machos que pasasen por su lado. Era, en conjunto, una hembra atractiva.

La subí a mi ático y la hice posar como en esa foto. Su rostro era morboso, sus ojos oscuros y su frente despejada, y una expresión ingenua, incluso tonta tenía siempre en su cara. Sonreía con esa expresión del chucho que obedece a su amo.

Me pasaba toda la tarde regodeándome en su completa desnudez. Y, también, sacando decenas de fotos en color de su coño, sus tetas y su redondo culo, y filmando las mil y una obscenidades que yo le iba pidiendo. Y al final, claro, follamos.

Del burdel mucho y no todo bueno podría contar, pero mejor hacerlo con cautela sobre sus gentes y sus entretelas.

Acudía yo a la biblioteca y me entregaba a escrutar vetustos libros. Allí conocí a una bibliotecaria madura de pelo rubio, dientes blancos y alineados y ojos marrones en una cara enjuta. Tendría unos 50 y, aunque las pieles en su cara y su cuello podrían caer de un momento a otro, su culo era el más enhiesto que había visto, adornado de una esculpida cintura, como esas de chicas adolescentes.

Pepa, que así se llamaba, enseguida reparaba en mí. Su manera de hablar delataba una falta de verdadera cultura, además de un desproporcionado desdén por otras razas. ¿Acaso una racista cincuentona rubia y con un culo perfecto no alzaría el falo al menos sexual de los mortales? Nunca había tenido pareja, quizá por su carácter, realmente fuerte, agrio, ácido...

Pepa era de una esas maromas que cuanto más se odia, más se desea, en un afán desmesurado por humillar un coño vanidoso que ofendía a todo ser inteligente que caminase a dos o cuatro patas.

A veces, sexo anal o vaginal, follaba con Sol, imaginándome que era la bibliotecaria de culo enhiesto. Pero hubiese preferido sus tetas y su lengua para desahogar mis más bajos instintos.

Un tipo llamado David entraba en mi vida: era feo y con grandes dientes equinos, su piel era pálida, pero tan morbosa como hermosa a ojos de un morboso como yo. Pronto congeniamos, pero con ese misterio de dos antagónicos extraños, que, sin embargo, se atraen como el imán. Pero no era la nuestra una atracción puramente sexual, sino una curiosidad truculenta y malsana contra un ser que parecía llegado del planeta Marte.

El ser humano siente una fascinación irracional por lo desagradable. Pero lo desagradable en David, sin embargo, me era agradable a mí, extrañamente agradable

En realidad, David era un ser inferior, al que podías doblegar a tu antojo; un objeto, ajado y enfermizo que podías maltratar sin escrúpulos. Una noche le invité a cenar. Lo llevé a mi ático para que me enseñase su único talento, del que tanto loaban las putas y el camarero del burdel. Su talento consistía en algo realmente descomunal… una polla larga y gruesa que Sol no dejaba de lamer, hasta llegar a parecer el mástil de un velero bergantín.

Sol se afanaba en dar gusto oral a aquella tranca, que, por su envergadura, apenas un cuarto entraba en su boca. Lamía ella el bálano purpúreo y a la vez cascaba con sus manos el saco de las nueces, rubio y peludo, que eran sus enormes testículos. Y miren por dónde acababa de nacer una pareja artística con David y Sol, para mis depravadas aficiones.

No tardaba la señora Leo en mostrar interés por mi persona. Hasta entonces sólo habíamos tenido relaciones cordiales. Pero una noche la invité a cenar, y elegante acudió al lugar elegido: un mesón de un cierto prestigio llamado “Almeja”. A una de sus mesas, coquetas y con velitas rojas, nos sentamos y comimos, y bebimos alguna copa de más. Si la señora Leo sentía curiosidad por mi pasado, yo sentía ávidamente curiosidad por su oscuro presente.

____ Entonces se llama usted Alfonso -fruncía las cejas, como extrañada.
____ No sé qué tiene de feo un nombre tan aristocrático -respondía.
____ No, si feo no es, lo que pasa es que a usted no le pega.
____ ¿Ah no? ¿Y cuál me pega?
____ Quizás Antonio.
____ ¿Antonio?
____ Sí, Antonio.
____ ¿Antonio no es el nombre de ese Santo medio calvo que lleva un niño en los brazos y al que las mujeres rezan para que les traiga un novio?
____ Eso dicen...
____ Entonces no me pega nada.

Ambos reímos a carcajadas.

¿Follar? ¿Y por qué no? En el aseo de señoras de aquel lugar y por detrás como los animales con la ropa puesta y su perfume embriagándome, era mi primer polvo con mi casera, la señora Leo. Mujer de nariz aristocrática y de grandes tetas con pezones gordos como nueces.

Me extrañaba que regentease un burdel, y también que viviese sola, sin aparentes recuerdos, sin tan siquiera una foto de algún familiar...

La parte del burdel que usaba como hogar, era lujosa. Sin ser nada del otro mundo, tenía un cierto empaque presuntuoso y burgués. Un sofá de terciopelo rojo era una delicia, y tumbado en él, desnudo, se sentía uno deleitoso. Me atraía el pelo caoba de la señora Leo.

El hecho de que a menudo metiese yo mi polla en su coño, no afectaba a nuestras relaciones casera-inquilino, tampoco era cuestión de hurgar en nuestras vidas si nos apetecía follar. Ambos odiábamos las ataduras. Pero yo, orgulloso de mi anatomía, me cabreaba por no tenerla más arrancada por mí, pero sin embargo esto me hacía ver más atractiva y apetitosa a una mujer que ya comenzaba a rebasar la línea del medio siglo.

En una quincena, el lugar se había convertido en un tórrido paraíso sexual para mi polla: la señora Lila Leo, la sevillana Sol, las masturbaciones y los besos con David, la bibliotecaria Pepa, las putas del burdel...

Y si todo esto anterior fuese poco, enfrente del lugar se alzaba una bonita roca, más lujuriosa aún, que, aun la obstinación de la cacatúa Isabel, peñasco español por los cuatro granitos es.

A los curiosos por saber exactamente dónde me encuentro, les informo que estoy en uno de los muchos paradisíacos y, en cierto modo, afrodisíacos rincones del Sur, donde, por una cena en un mesón de medio pelo, una buena dosis de desparpajo y el atrevimiento de un hombre lanzado, puedes cabalgar todo lo que quieras y las veces que quieras encima de todo lo que se menea a dos patas



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Mensaje  achl Dom Ago 16, 2020 7:34 pm



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Buzoneo

Me llamo Modesto y cuento ya 36 tacos. Llevo mucho tiempo sin trabajar, y tengo que buscarme la vida como sea, así que acepté un curro temporal que consiste en repartir publicidad en los buzones de las casas de las zonas que me asignen. Pero, ojo, que la gente está muy harta ya de tanta publicidad y de abrir su portal a gente que no conoce. Hoy me ha tocado un barrio conflictivo, sobre todo por el desprecio que se tiene a sí mismo.

Como era diciembre, llevaba en mi carrito paquetes de cien unidades de cartulinas con el almanaque del siguiente año, por un lado, y con publicidad impresa al dorso. Pulsé el timbre del portero electrónico del primer portal para entrar y así dejar en los buzones mi género.

____ Publicidad.
____ ¿Qué publicidad?
____ Almanaques.
____ ¡Métetelos en los huevos! ¡No quiero almanaque! ¡Y tú eres un maricón!

No contesto y pruebo con el siguiente

____ Publicidad.
____ ¿Quién es?
____ Publicidad, señora. ¿Me abre el portal, por favor?
____ ¿Evaristo?
____ No soy Evaristo, señora. Soy un repartidor de publicidad.
____ ¡Ni se te ocurra Evaristo! ¡Te portaste muy mal conmigo! ¡Me hiciste muchísimo daño! ¡Te odio, hijo de puta, cabrón, malnacido...!

Renuncio y paso al siguiente

____ Publicidad.
____ ¡Déjala en el buzón, cielo mío, y sube a mi casa! ¡No puedo más...!
____ ¿Perdone…?
____ ¡Qué metas lo que sea en mi buzón y que cojas el ascensor, que no te enteras carajote! ¡5ª planta, piso F! ¡No te tardes, tío cañón

En situaciones así, no haces caso si de verdad sabes lo que te conviene.

Cuando cualquier zorra se te ofrece fácilmente, lo más probable es que su marido esté con ella en casa, esperando para robarte o para hacerte cualquier perrería. Más vale olvidarlo.

“¡Qué me jodan…!”, pensé súbitamente. Dejé el carrito junto a los buzones, y cogí el ascensor. La puerta del F estaba abierta. El piso a oscuras. Di unos pasos a tientas. Sentí como un puñalón en los cojones, y temí por mi vida. Tiraron de mi polla. La tía que fuese la tenía detrás, a mi espalda a cuatro patas, con una de sus manos en mi polla y con la palma de la otra sosteniendo mis huevos al peso.

Como pude me di la vuelta, pero caí encima de ella. La dejé hacerme. Se puso boca arriba y volvió a cogerme la polla con la mano e intentaba aflojarme el cinturón, sin perder el equilibrio sobre las rodillas. Sus manos eran como si estuviese tratando de hacer picadillo con mis huevos. Me dolía. Sentía un empellón de su boca contra mis pelotas, pero dejó de empujar. Tuve el tiempo justo para bajarme la bragueta. Ella me atrajo hacia sí, trabándome con sus muslos, llenos como una colchoneta. Buscó mi boca y me enterró la lengua hasta el fondo. Rugía mientras seguía jugando con su lengua, y con su mano derecha se quitaba el tanga, arqueaba la espalda y soltó un rugido. Le metí dos dedos en el coño, mientras ella ajustaba su respiración a los vaivenes. Nos mantuvimos así unos instantes. Saqué mis dedos y le metí mi canario en su mojada jaula. Se aferró ansiosamente a mi cuerpo y me clavó todas las uñas en la espalda, causándome diez líneas de sangre. La empujé.

____ ¡No te separes, cabrón! ¡Cuánto me gusta tu porra! ¡¡Ah!! -chillaba.

Aquella tía estaba loca, pero su locura me vino de perla, ya que logré que mi verga descargase. La sentí correrse dos veces. Nadie encendió la luz. Yo no dije nada y ella tampoco. Salí de aquel piso, medio en pelotas. Ya en el ascensor, me vestí y pulsé el “0”. Antes de salir a la calle, me paré en los buzones y repartí almanaques.

En el buzón del 5º F dejé más de veinte.



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Mensaje  achl Dom Ago 16, 2020 7:53 pm



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Hola, mi nombre es Triana y ahora tengo 30 años. Toda mi anatomía es rellenita, lo que me produce un cierto complejo. He nacido, he vivido y vivo en Sevilla. Sólo pude estudiar hasta terminar el bachiller, pero desde niña he tenido pasión por la Literatura, y me gusta escribir; de hecho, he publicado mi primer libro. Me casé hace siete años, pero no tengo hijos. Desde hace mucho tiempo (ni recuerdo ya cuánto) mi marido y yo no hacemos el amor, aunque nos hablamos y seguimos viviendo bajo el mismo techo. Pero la pura realidad es que hace mucho que me siento como una puta mierda, frustrada y abandonada.


Carta a mi mamá desde La Habana  


Hola, mi mamá preciosa:

Como te prometí cuando salí de Sevilla, te escribo esta carta para contarte cómo fue la presentación de mi libro. Me hubiese gustado tenerte conmigo. Pero sé bien que tu economía, y la mía también por culpa de mi marido, no están para dispendios.

No merece la pena detenerme para explicarte los aplausos protocolarios de todos aquellos tipos y dos tipas, que se auto hacían llamar críticos del arte de la Literatura, ni tampoco del agasajo de bienvenida que por cierto dejaba que desear, ni mucho menos de los exagerados elogios que hacía de mí mi agente en el evento. No, nada de eso. Todo pasa a un segundo plano.

Un camarero del hotel, donde se celebró el evento, se encargó de hacer de aquella tarde una de esas tardes que nunca se olvidan.

Creo que lo que te voy a contar no te va a gustar e incluso que me digas que no es correcto lo que hice, pero tú eres mi madre y mi mejor amiga, y la sinceridad con la que escribo me ayuda a desahogarme. Igual que hacía en la cocina de tu casa; tú y yo, y tus guisos como únicos testigos. Y con quién mejor que contigo, que me has criado con tantísimo amor y paciencia.

Sobre la presentación del libro, poco que decir. Tenía yo unas copas y no me sentía muy segura en una reunión de intelectuales vestidos con ropa de marca y fumando cigarrillos de los caros. Sus palabras sonaban a soberbia, y sus alientos expelían un olor a podrido, como esos de las tuberías atrancadas de los fregaderos. Sonreían, vanidosos y suficientes, cuando los presentaban como críticos. Y según mi marido, eran los mejores de la América Latina.

____ Ponte guapa y sonríe siempre, y tu libro recibirá buenas críticas en periódicos y revistas, y no sólo en los de Literatura.
Eso me había dicho mi marido antes de partir hacia Cuba. Entonces no le hice caso, pero ahora le doy un millón de gracias por decirme que me pusiese muy guapa. Y más adelante te voy a explicar por qué.

En el evento bebía para desinhibirme, pero un vino dulzón se me pegaba al paladar y su sabor, parecido al del café que me recordaba el vino que bebía mi difunto papá adoptivo, tu precioso marido. Pero decidí no beber más, pues sacaba como única conclusión que lo que estaba logrando era emborracharme.

Paseé por la sala, para tratar de espabilarme. Los zapatos de tacón alto me estaban matando, me apretaban con saña los dedos. ¡Fíjate, mamá, yo con tacones! ¡Jajaja! ¡Madre mía, las de cosas que hay que hacer para vender un libro!

Miré hacia mis alrededores en busca de un punto de relajación, una vía de escape, y entonces vi el ascensor, y de pronto me apeteció salir a la calle, y así respirar un poco de aire puro. Pulsé el botón de llamada, y al abrirse la puerta, ahí estaba él: un mulato, altísimo y guapísimo, con las mangas de la camisa remangadas, exhibiendo unos brazos grandes, fuertes, y duros como una roca; pelo moreno, ensanchado de hombros, vigoroso, y… ¡ay mamaíta!, con un acento tan musical, dulce e incitador, que sentía arder mis mejillas de… bueno, mamá, las mujeres sabemos de qué. Gentil, se hacía a un lado y me invitaba a que pasase, y yo, entre la gran sorpresa de aquel bombón frente a mí, los vapores del vino y los ojos de él fundidos en el rojo fuerte de mi traje largo, me enganché un tacón en una ranura del suelo del ascensor y por poco me caigo. Él me sujetó soltando una sonrisa. Y viendo sus dientes tan blancos como cal, escuchaba y veía la sonrisa más bella que recuerde. Me reincorporé, más avergonzada aún, y le daba las gracias con un hilillo de voz.

Se llama Yanko y es cubano, y no pude saber nada más de él, porque, a falta de tres plantas para llegar a la baja, mi brazo no respondía a mi cerebro, se alargaba, como de goma, y pulsaba el botón del stop. Me miraba con una ceja enarcada, y yo veía sus labios despegarse lo justo para poder oler su aliento a menta. De repente, se echaba sobre mí, y en ese momento había olvidado ya la presentación del libro, a mi esposo y a la cordura. Todo eso olvidaba cuando su boca, carnosa, traviesa y con olor a menta, besaba mi boca; beso que me transportaba a mi adolescencia. Sí, esa pubertad que intentabas explicarme del mejor modo que podías y que justificabas como una etapa transitoria en la vida.

Me rodeó con sus brazos y me dio la vuelta, y yo no oponía resistencia, ¡ni mucho menos! Con suma delicadeza me ponía contra una pared del ascensor, con mi cara sobre el aluminio sintiendo el calor de las yemas de sus dedos a todo lo largo de mis muslos, y mis tangas bajándome por la piel, totalmente erizada. De pronto, escuché un deslizar de cremallera. Estaba excitadísima y temblaba como flan. Me apartó los pelos de mi oreja derecha y me susurró al oído, con ese envolvente acento cubano: “mi niña linda”, y yo, sin poder aguantar más, le pedí me hiciese el amor allí mismo. Es que además del deseo y de la pasión que Yanko había inyectado en mis venas, tú sabes, mamá, que yo tenía necesidad de sexo.

Le sentí dentro de mí con el empuje de un toro bravo y me aplastó contra la pared de aluminio. Allí olía a chicle y a vino. Me embestía con fuerza, y con un frenesí que hacía entrar todo mi cuerpo en ebullición. Goterones de sudor de él se precipitaban sobre mis nalgas. Me cogió con las manos por la cintura, y de vez en cuando viajaba su boca hasta mis pechos con sus pezones empinados, que los amasaba como si de arcilla fuesen. No paraba de darme amor con igual fuerza que había empezado, y yo quería ser todo el tiempo vulnerable para él.

Unos minutos nos mantuvimos así: con mis jadeos estrellados contra la pared, y sus dulces palabras cubanas que se entrelazaban con su galope de potro desbocado. El placer, extremo, salvaje y constante, me había hecho olvidar el mundo, y el vino se había evaporado. Y así hasta que se podían oír golpeteos provenientes de la puerta del ascensor de la planta baja, reclamando, sin duda, la presencia del mismo.

¡Mamá, he vuelto a probar la semilla del amor! El cubano me susurraba al oído: “mi niña, te voy a echar un palo que nunca lo vas a olvidar”. Y acto seguido imponía un ritmo frenético, hasta que de pronto se detenía en seco, se tensaba como cuerdas de violín y soltaba un prolongado gemido que luego ahogaba con un beso ventosa en mi cuello.

Acalorada y con la visión casi nublada, me arreglé un poco la ropa y me bajé en la planta baja. Yanko se despedía de mí con un tierno beso en los labios y un guiño cómplice, y yo salí feliz del edificio y me fui a un bar a tomarme un café. Necesitaba reflexionar tranquila todo aquello, porque el placer que recibí lo veo ahora como un algo secundario, porque… ni él utilizó preservativo ni yo anticonceptivo. Tiempo al tiempo, mamá, porque si me he quedado en cinta, lo que quiera Dios que venga al mundo es mío y sólo mío. Perdona, mamá.

Sentada en una silla de un velador de la terraza del primer bar que vi, pasados unos minutos me llamó al móvil mi marido. Me preguntó que dónde estaba, y le colgué. Pero enseguida le envié un mensaje, en el cual le decía que iba a permaneces unos días de distancia para pensar. Aquel adorable cubano, sin siquiera imaginárselo, me marcó el camino que hacía mucho tiempo que estaba buscando. En apenas unos minutos me hacía olvidar la rutina que el matrimonio y los cuernos que me pone mi marido me habían impuesto.

Mamá, no quiero volver con mi marido. Voy a pedirle el divorcio, pero le contaré lo ocurrido. Odio con todas mis fuerzas ser infiel, como lo fue mi puto padre biológico con mi pobre mamá biológica, hasta que un maldito día la mató, teniendo yo tres años, según me contaste siendo ya mayor de edad. Y como también lo es ahora mi cínico marido, que para lo único que me quiere es para que le prepare a diario las comiditas de su gusto, para lavarle y plancharle sus ropitas, tener siempre la casita coqueta para cuando él se le ocurra aparecer, mientras el pedazo de cabrón vuela de falda en falda diariamente.

A partir de hoy buscaré a Yanko y le pediré amistad, y quién sabe mamá, a lo mejor congeniamos y podemos llegar a más… Y si no, con los 15.000 dólares que, según me informó más tarde mi agente he conseguido por el segundo premio de los tres libros escogidos, trataré de rehacer mi vida aquí, pero contando siempre con que la mitad del premio es… ¿para quién? ¿Para quién si no que para la mamá más guapa y mejor del mundo?

Sé, mamá, que tú, como mujer y como madre que me quiere y me apoya en todas mis decisiones, aunque algunas veces me regañas, con un guiso de los tuyos de por medio y mirándonos a los ojos, me comprenderás.


Te quiero más que a mi vida, mamá.
Tu rellenita hija, Triana


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Mensaje  achl Dom Ago 16, 2020 7:59 pm



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¡¡Cerrrrveeeezas!!

No me quiero ni acordar cómo terminé vendiendo cervezas en Rota (Cádiz) el verano pasado. Qué contactos, qué ganas o qué urgencias me llevaron hasta un pueblo de un bum inmobiliario que convertía a aquel municipio costero en el lugar de veraneo más apropiado para la gente de la clase media. Esos veraneantes eran los ideales para decorar --con sus presencias refinadas, sus proles numerosas, sus radios que a tutiplén largaban coplas y sevillanas--, aquellas arenas y aquellas aguas azules-verdosas. Y, entre ellos, mi menda cruzaba la playa a diario bajo un sol de sentencia, pero untado en cuello y hombros un protector solar, cubriéndome los brazos y las piernas al máximo, empujando a duras penas un carrito con latas de cervezas y barras de hielo, enterrándome en la arena, esquivando a los que tomaban el sol, a los que jugaban al fútbol y a los otros vendedores ambulantes, como yo, y yendo y viniendo por aquella larga y ondulada extensión de costa...

Mi carrito tenía una campanita de bronce que yo hacía sonar a la par que gritaba ¡cerrrrveeeezas! En el estirar de la “erre” y el de la segunda “e”, esperaba hallar un pregón original para que los bañistas me reconociesen y me llamasen para comprar mis cervezas Me comportaba amable y servicial con los veraneantes, pensando que actuando así me los iría ganando para futuras ventas.

Sin autorización del dueño del concesionario, pinté en el carrito en sus dos laterales y por delante Cruzcampo. Pero cuando concluía la temporada veraniega tenía que borrarlo todo para evitar una multa del concejal del Ayuntamiento que controlaba el negocio de los vendedores ambulantes en todo el municipio.

Pero la venta iba flojeando. Promediaba julio y todos los vendedores cantábamos desganados la copla de nuestros productos. Empezaba ya a cansarme, pero no me quedaba de otra que estirar la decepción hasta acabar septiembre. Faltaban más de dos meses.

A veces iba por la arena de la orilla, más asentada y viable, y ya no me molestaba en pregonar cerveza, que también vendían en un chiringuito de allí. Pero me motivaba el hecho de haberme hecho de dos clientas fijas, que siempre me compraban a las dos, cual inconsciente esfuerzo que algunos tienen de mantener la rutina hasta en sus días de vacaciones. Una de ellas era una gordita y bonachona madre de familia, que venía desde uno de los pisos de alquiler; y la otra, una mujer cincuentona bien conservada y guapa a pesar de no llevar maquillaje y su imagen merecía una playa de gente más postinera.

Como me llamaba desde unos cien metros, me obligaba a retrepar con el carrito las ondulaciones del terreno, pero la gordita ¡me daba propina!, además de pedirme y pagarme seis latas para llevárselas a casa para el resto de su familia.

Y también andaban por allí cuatro cuarentonas, a las que siempre encontraba a eso de las tres, panza arriba en hamacas tomando el sol. De aquel cuarteto femenino, la que se levantaba, me llamaba y me pagaba cuatro eternas cervezas era una culona, la menos baqueteada por el paso del tiempo o los hijos. Por cierto, nunca vi chicos ni hombres con ellas a su lado. Acostumbraban a ponerse al final de la playa, donde la población playera mermaba, tal vez buscando la privacidad que le proporcionaba una cierta separación saludable entre los veraneantes.

Resulta que un día la culona, antes de darme el billete de la compra se le caía de la mano y tenía que agacharse para recogerlo. En su inclinación, ¡uf!, dos tetas, más pezón que otra cosa, se salían por encima de la recatada postura que adoptaba su cuerpo para atenderme, supongo que por pudor. Pero, paradójicamente, tomando el sol se bajaba su bañador hasta la cintura, según decían los típicos mirones.

Pero era un pudor con visos exhibicionistas; la primera vez creí que era un descuido, pero alertado por los cuchicheos y risas ahogadas de las otras tres, que seguían en decúbito dorsal la transacción comercial, llegué a pensar que se estaban divirtiendo a mi costa.

Uno de aquellos días pasó una cosa inesperada. Mi único pantalón corto de trabajo se descosió en la entrepierna, justo donde los muslos se rozan al caminar. Vi en el espejo del baño compartido de la fonda donde paraba que si me mantenía en pie la rotura no se notaba, pero si me ponía en cuclillas, ¡oh!, el trío freudiano hacía su aparición. Al otro día descarté los calzoncillos y fui a trabajar más liviano, y también con la ansiedad y la alegría como las de la primera semana mientras me alentaba a tamaño suplicio la ilusión de hacer dinero pensando en el otoño. Pero ese día, lunes si mal no recuerdo (aunque a los veraneantes les da igual el día que sea) me sentí de puta madre por gustarme tanto las mujeres y “sus cosas”: '¡Pepe, ahí la tienes ya!’ me dije cuando la culona a la distancia reclamaba mi presencia.

Y allí fui y allí escuché el mismo pedido de siempre. Y allí el billete doblado en cuatro se le escapó de la mano por el efecto del viento, que no amaina en aquella zona de la costa. Pero intervine, amable, y enseguida le gané de mano y me agaché con mis piernas abiertas para coger el papel con el número 20 pintado, que por poco no se fue volando. Un segundo ante sus ojos, el trío freudiano dijo hola, colgó un instante envuelto en la brisa costera y desapareció por detrás del tejido del pantalón. Seguro que hubo visualización por su parte, porque sus ojos se desviaron, abochornados quizá (resultaba difícil ver el rubor en su cara porque se empecinaba en broncearse desde los pies al pelo), mientras yo le agradecía la compra y comenzaba a tirar del carrito, sin la más mínima señal de provocación en mi anatomía, liberada ya de tan inocente exhibicionismo.

Al otro día anduve listo para ganar el juego libertino que la culona había propuesto, si se daba el caso, pero... ¡oh, sorpresa! El billete nunca más volvió a caérsele de la mano. Detrás de la culona, el cuchicheo jocoso de las tres amigas se había vuelto en un silencio expectante.

Pero ya no hubo más ventas de latas de cervezas a aquellas cuatro damas, ni más juegos libertinos con la dama culona, porque a las tres de la tarde del primer lunes de la segunda quincena del mes de agosto, aquellas cuatro damas cuarentonas no volvieron a aparecer.


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Mensaje  achl Dom Ago 16, 2020 8:06 pm



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¡Cuán sorpresa no se llevaría el embajador!

La humillación es también una forma de estar en este mundo.

Aquel jueves, cuando pulsaba el timbre de la puerta a las ocho de la mañana de la casa-hotel donde trabaja todos los jueves, mi jefa tardaba más en abrir de lo que en ella era habitual. Cuando me abrió, asomó el cuerpo, y yo no podía dejar de reírme. Aquella picante setentona apareció en picardías rojo, que traslucía revueltos pelillos canosos y su cara se encontraba más surcada que el jueves anterior. Aquel escracho andante, parecía que se había demorado adrede. Después, se apoyó en el marco de la puerta y empezó a exhibirse, sin ningún tipo de pudor, ante las personas que en ese justo momento pasaban por la acera de la calle

____ Anoche me acosté tardísimo -me dijo como excusa- Empiece usted, López, que apenas me acicale un poco le ayudaré.

En realidad, no tenía por qué excusarse. Era mi jefa y la dueña de aquella mansión, transformada en hotel para contadas ocasiones.

Y luego de decirme eso, se fue hacia el baño, avanzando en el pasillo unos muslos escuálidos y llenos de estrías.

Eran años difíciles, y para ganarme unas pocas pesetas había aceptado la oferta de aquella viuda ricachona, de las muchas que residen en Sevilla, para que le hiciese de chico de los recados y como mayordomo 4x4 (todo terreno) en las veces en que organizaba algún evento en su caserón. Por cierto, no era de mi gusto el tener que disfrazarme de pingüino y hacer reverencias a toda esa gente estirada que pulsaba el timbre. Pero no me quedaba más remedio que obedecer; si no, llamaría a otro u otra, aunque la señora me prefería a mí, que soy un hombre.

Aquel jueves era víspera de fiesta, así que me quedaría en la casa hasta las tantas, por lo menos hasta que se hubiese marchado el último invitado. Pero mejor para mí; más horas, más pesetas para mi endeble economía.

Cada jueves, por hábito, iba primero al dormitorio principal, el de la señora, y ya allí quitaba las sábanas y las llevaba a la lavadora, y así aprovechaba el sol a la hora de tender. Pero aquel jueves, al levantarlas caía al suelo algo alargado de plástico azul transparente, con un largo cable azul que aún seguía enchufado a una clavija junto a la mesilla. Cuando acababa mi mente de asimilar el vocablo ‘consolador’, apareció la señora y me ordenó que empezase por el salón o por cualquiera otra habitación, que ella tenía cosas que hacer en su dormitorio.

Dejé de nuevo las sábanas encima de la cama y salí del cuarto, sin respuesta por mi parte, cerrando la señora la puerta tras de mí.

Me fui a la cocina y empecé a fregar sartenes, cubiertos, vasos, platos… que llenaban el fregadero. El día anterior habría recibido varios invitados y no me había avisado para que la sirviese. Pero sería algo informal, porque la mantelería fina y la vajilla de plata seguían como yo las había dejado en la alacena la última vez que habían sido utilizadas; es decir, listas para usarse aquella noche de jueves.

La cocina era un auténtico caos: platos con restos de comidas, y copas y vasos se encontraban rotos y esparcidos los cristales en el suelo. Todas las sillas manchadas, cenceros llenos de colillas. Pensé que la setentona se había descontrolado un poco la noche anterior. Al menos, era lo que parecía. Pero todo tenía que quedar en un perfecto estado de limpieza y en orden, porque aquella noche vendría a cenar a la mansión el embajador de Portugal en España. Me lo había dicho expresamente la señora el jueves anterior.

____ López, nunca tuve un embajador cenando en casa. Quiero que todo esté bien organizado. Si algo falla, no me lo voy a perdonar en la vida.

“Como para no meterme yo solo presión...”, pensé.

Mientras me empleaba dos horas limpiando aquel desastre en la cocina, del resto de la casa me venía un silencio extraño, e imaginaba que mi jefa estaría durmiendo, o tal vez “disfrutando con su nuevo compañero: el Señor Vibrador”.

A falta de nuevas órdenes, para que mi jefa no me descubriese ocioso empecé con el salón, en donde se celebraría el evento y en el que el mínimo detalle de falta de higiene sería una prueba de fuego para que aquellos ínclitos comensales, como su Excelencia el Señor Embajador, esparciesen malas referencias de la mansión-hotel, propiedad de la señora viuda de Monteros de los Monteros.

A las dos aparecía mi jefa, embutida en un camisón largo celeste, y unas zapatillas de piel del mismo color. Me hallaba yo en ese momento revisando toda la vajilla. Me preguntó cómo iba todo, mientras miraba en todos los rincones en busca de alguna telaraña.

____ ¡Allí, López, en ese rincón cuelga una! –levantó la voz, señalando con el dedo índice de la mano derecha un ángulo alto del salón.

Yo no era capaz de verla, pero, para que me dejase en paz hacer mis labores, cogí el plumero con palo largo y lo pasé varias veces. Al terminar esa faena, salí a buscarla al salón, pero de nuevo había desaparecido. Fui a su dormitorio y golpeé suave la puerta. Asomó la cabeza con cara de pocos amigos.

____ ¿Hago ahora su dormitorio, señora?
____ ¡No, hoy me encargo yo! ¡Limpie los baños y fíjese que no falte nada para esta noche! -me dijo con voz nerviosa.
____ Como usted mande, señora.

Y ya no me molesté más en pedir nuevas órdenes. A las cinco salí a hacer la compra.
Quedaba poco papel higiénico, y no fuese cosa que su Excelencia tuviese que ir a paso ligero al baño y... Así que como la señora seguía encerrada, cogí dinero de su monedero y me fui al supermercado.

A las 7 comencé a montar la mesa. Diez selectos comensales, sin niños ni mascotas. Lujosos tapetes y servilletas, bordados, cubiertos de plata, copas de cristal tallado “la Cartuja”. Y el menú, el típico sevillano: gazpacho con toda su guarnición, y pescado frito variados. De pronto, pensé:

“No sé qué negocio tiene entre manos al codearse con gente de alcurnia…”.

Ignoraba los detalles de un protocolo oficial para preparar una mesa imperial; yo no era un mayordomo profesional, así que hice mi cometido como mejor sabía y según los métodos de la clase baja, que nos las aviamos como buenamente podemos.

“Mejor habría sido que hubiese contratado un profesional, y así no correría riesgos innecesarios. O que venga a echar un vistazo de tarde en tarde”, pensé de nuevo.

Ya era demasiado humillante para mí tener que estar encorvándome ante personas estupiditas. Terminé con la mesa y me fui a buscar mi ropa para irme a duchar. A las nueve empezarían a venir los primeros invitados.

En ese instante sonó el timbre. Fui a abrir la puerta. Eran de la floristería, que traían las flores. No llamé a la vieja. Me limité a pagar con su tarjeta de crédito, imitando la firma. No era la primera vez que hacía eso mismo.

Preparé los floreros con la misma intuición con la que había puesto la mesa, porque tampoco entendía de adornos. Los distribuí entre el salón y el holl. Luego, cogí mi ropa y empecé a cruzar el pasillo hacia el baño del servicio, cuando de nuevo sonó el timbre. Ahora era el servicio de catering. Dos chicos uniformados bajaron de un furgón una mesa portátil alargada y diez sillas de igual material y estilo. Les dije que dejasen todo en la entrada.

“¿Qué estará haciendo encerrada en su cuarto?”, pensé, pero, sin dar importancia a eso, por fin me fui hacia el baño.

Mientras me vestía escuché voces. Al volver al salón, disfrazado ya de pingüino, vi a la jefa abrazando a un tipo vestido con un frac, que me hacía competencia. “¿Lo ha recibido ella, o estaba escondido en su alcoba desde la noche anterior?, porque yo no le he abierto la puerta”. Me dio la sensación de que ella se había enojado por mi aparición. Antes de dejarme solo en la cocina se servían en copas Don Perignon y, con ellas en la mano, salían entre risitas y guiños de complicidad.

Pronto empezaban a caer invitados. Al ir abriéndoles, tenía que anunciarlos con voz estentórea, para que la anfitriona viniese a recibirlos. El senador Salas, el banquero Iglesias, el marqués de Gris, la condesa del Brío, el Conde Lilo, el notario Costa... Y así por el estilo hasta nueve. Dejaron en mi mano sus costosos abrigos, y yo los iba llevando al dormitorio de la vieja, porque la casa no tenía guardarropa. La cama matrimonial iba ganando en altura a causa de una pila de pieles.

El último, como era de esperar, la estrella de la velada, el embajador. El coche oficial aparcó frente a la mansión, y su chófer iba a abrirle la puerta de atrás. El embajador era un hombre alto, moreno, 50 años, con mostachos con las puntas hacia arriba y ojos picarones. Lo presenté como Su Excelencia y un apellido que no recuerdo. Y lo hice impostando lo mejor que podía la voz para dar más solemnidad a aquel acto. Una voz que era la que correspondía a semejante recepción.

Apareció la anfitriona y saludó al portugués con tanta melosidad que si él sufriese de diabetes se moriría allí mismo fulminantemente de un ataque de hipoglucemia. El portugués se quitó su abrigo, y mi jefa me ordenó:

____ López, lleve el abrigo de su Excelencia al guardarropa.

No había guardarropa en la mansión, como ya dije, y mi jefa lo sabía, pero asentía. Cogí el lujoso abrigo de mano del usuario, que sonreía con sorna, adivinando quizá mi nula experiencia como mayordomo. Hacía una inclinación de cabeza y como balas desaparecía de su presencia.

La cena transcurría sin problema. Yo era la única cara del servicio doméstico, así que me paseaba por el salón empujando un carrito de metal dorado, con unas bandejas de entremeses, caviar y vinos variados. Y todo el rato me preguntaba a mí mismo si estaba comportándome como el protocolo exigía, y antes de destapar una fuente o servir una copa alzaba la vista buscando la aprobación de mi jefa. Pero ella, sentada a la cabecera de la mesa, estaba muy ocupada halagando al diplomático, y suponía que también estaría contándole su proyecto de inversión en un Grupo de Turismo Internacional. El embajador, cada vez que veía que aparecía por su lado, reponía en su cara una sonrisa tunanta:

____ Tú no eres de por aquí, ¿verdad, muchacho?
____ Aquí estoy para servirle, señor –respondí lo primero que se me ocurrió.

Cuando se levantó de la silla para irse, los otros comensales le siguieron, dejando así claro que estaban pendientes de todos sus movimientos. Y yo, en pie, en un rincón del salón, miraba sin mirar cual robot reacciona ante un mínimo estímulo. La señal me llegó cuando mi jefa me miró. Me apresuré en ir a por el abrigo a su alcoba, no fuese que el diplomático descubriese que la arquitectura del hotel del siglo XVIII no tenía guardarropa.

Como él había sido el último en llegar, su prenda estaba en la cima de la montaña. '¿Cuántos miles de duros habrá aquí en pieles?', pensé a la vez que cogía el abrigo del embajador, pero con cuidado para evitar que se arrugase

Pero, de pronto, se me ocurrió una genial idea. Me fui hacia la cama y de debajo de la almohada cogí el Señor Vibrador. “Era pensar y hacer”.

Volví al salón justo a tiempo para extender la cara prenda, bien abierta para que el portugués se la pusiese, sin dejar de prestar atención a las alabanzas de mi jefa.

Le despidió desde la acera, cuando el chófer de la embajada abría la puerta trasera a aquel flamante Mercedes blindado y con cristales opacos.

Muy atrás, casi eclipsado por la figura escuálida de mi jefa, aguardaba mi menda en una postura encorvada, los brazos abiertos, y los ojos hacia el suelo. (Esto lo había visto en una película de cine).

Mi cara, aunque a nadie de allí le importase, porque era invisible para aquella plebe, parecería denotar una mente cachonda.

Pero no dejaba de pensar, con una pícara sonrisa dibujada en mi rostro, en la sorpresa que se llevaría su Excelencia el embajador cuando llegase de vuelta a su mansión, o a su despacho oficial, y se quitase su lujoso, costoso y elegante abrigo y notase un alargado bulto en uno de los bolsillos, y al sacarlo, para inspeccionarlo, se encontrase con un objeto, inconfundible en su uso.


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Mensaje  achl Dom Ago 16, 2020 8:15 pm



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El coño de la señorita Oriol


El día en el que la doncella de la adinerada señorita Oriol caía enferma y moría y tuvieron que poner en su lugar a otra mujer, cuya torpeza no le permitía ni siquiera encender una chimenea, era cuando Guille, un muchacho que trabajaba en su hacienda, se obsesionó con ella. Y con el olor de su coño.

Aquel mismo día, la nueva doncella hacía llamar a un obrero, escogido al azar, para que encendiese la chimenea, y así calentar el dormitorio de su ama en aquella fría noche. El elegido era un tal Guille, el cual entraba al cuarto apestando a caballo, y sin perder tiempo se ponía manos a la obra. Aquella noche era la primera vez que hablaba con su señorita: mujer guapa, pelirroja y metidita en carnes y que llevaba puesto sólo picardía transparente de colorines, que dejaba ver las tetas y el coño. Pero su rellenita figura relucía más a la luz de la vela, que Guille llevaba y que a su vez entregaba a su señorita.

Se le encandilaban los ojos, hasta el extremo de que poco faltó para que le costase una buena quemadura su desconcierto. No podía apartar sus ojos de las tetas que el camisón dejaba ver: redondas, firmes y amarronados pezones. Cuando la señorita puso la vela en la mesilla, la luz le iluminaba poco el coño, pero Guille, con disimulo, orientó la vela para verlo mejor, abultándose su bragueta con tan excitante visión: una mata pelirroja anidaba en aquel triángulo.

____ ¡Quillo, que te vaj a quemá! –gritaba la nueva doncella, que era una castiza pueblerina andaluza, devolviéndole a la realidad.

Guille se apartó de la mesilla y por ende de la vela.

____Ea, poya te pue jí. Pero ante deja ejo de pajo en la lavandería -le dijo de nuevo la sirvienta, señalando una cesta con ropa sucia.

Y Guille se fue a su trabajo de todos los días, tratando de disimular su erección, bajo los pantalones vaqueros.

Ya en su labor recordó la ropa interior que contenía la cesta. Se encaminó de nuevo a la lavandería, en la que no había luz, mirando a todos lados para asegurarse de que nadie hubiese por allí. Buscó a tientas en la cesta y apareció una prenda íntima, que olía a perfume caro. Pegó la nariz al lado que correspondía a la vagina e inhaló con fuerza; aquel olor le pareció una mezcla de marisco y alguna flor embriagadora. Estuvo un buen rato con la prenda en la nariz, yendo su erección tan en aumento que llegó a pensar que la presión le iba a romper la tela del pantalón.

Y a partir de aquel día, una obsesión por su ama y por su increíble cuerpo, nublaba sus sentidos. La conocía de pasada cuando empezó a trabajar en la hacienda, mes atrás, pero nunca había pensado en ella de la manera en que ahora lo hacía. No podía quitarse de la cabeza el olor de su coño y su figura desnuda, que había visto, o creía haber visto la noche en la que fue a encender la chimenea de su dormitorio. Finalmente, acabó por perder el control de su imaginación y de su polla.

Cuando guiaba el ganado a pastar o iba a arar, incapaz era de centrarse en la tarea. Sólo hacía imaginarse a su ama en pelotas, acariciándose sus redondas y generosas tetas y metiéndose un dedo en el bosque de su entrepierna, y acercándoselos a él para darle a catar el flujo de su fruto, de un olor tan envolvente que loco le volvía. Y él, idolatraría hasta el último palmo de aquel cuerpo, con besos en la boca, las tetas, los muslos, el culo… llenos de fluidos. Y, por último, hundiría su lengua en el coño, y quedaría embriagándose con el recuerdo del aroma que salía de la cesta con la ropa sucia.

____ ¡Guille, estás empalmao! –era el capataz de la hacienda, que lo despertaba de su porno letargo.
____ ¡Yo...! ¡Yo… no…! -eso era lo único que podía decir, tartamudeando y azarado, el pobre muchacho.
____ ¡Entonces sácate el pepino que llevas ahí abajo y deja de arar la carretera, que el campo está en la otra dirección!

Los otros compañeros se echaron a reír, y Guille se percató de que su erección era tan grande que se podía ver desde lejos.

Pasaban los días y el rendimiento de Guille bajaba, mientras que su imaginación iba subiendo a morbosa, y siempre con su señorita en la cabeza.

Un sábado por la noche, el capataz lo invitó a un puticlub, y a ver si con esto se le calmaba la polla. Pero no. Ninguna de aquellas hermosas putas del lugar podía compararse con su señorita.

____ ¡Más te vale que aprendas a controlar esa nutria que ocultas bajo los vaqueros, porque como sigas de esta forma, no tendré más remedio que despedirte! -le dijo, muy en serio, el capataz.

Armándose de valor pensó que tenía que declararse a su ama. Era probable que lo rechazase, y si no, el irascible ricachón del padre no iba a consentir que su señorita hija compartiese cama con un peón, por lo que acabaría echándole de su hacienda. Pero como esto último parecía inevitable, decidía hacer lo pensado.

____ Señorita, mi nombre es Guillermo, pero me dicen Guille. Estoy trabajando en su hacienda. Una noche encendí la chimenea de su alcoba, y estaba usted en ropa de dormir. Y después su criada me ordenó que llevase su ropa sucia a…
____ ¿Mi ropa sucia? -le interrumpió dejando salir su voz, tan dulce como su cuerpo.
____ Sí, su ropa sucia. Y desde esa misma noche estoy enamorado de usted.

Confundida, le argumentó:

____ ¡Pero si mi ropa sucia siempre la recogen en las mañanas, nunca de noche! Esa cesta debía contener ropa de mi padre, cuyo cuarto es ese de ahí arriba -señaló con la mano.

A Guille le entró un asco súbito. Corrió hacia las afueras del caserío, y ya allí se puso a vomitar. La señorita lo siguió, sin poder contenerse la risa. Una vez al lado de él, lo miró y le dijo:

____ Mira, Guille, mi padre es viudo, y supongo que se debe darse algún homenaje de vez en cuando –hacía gestos obscenos con la mano derecha, los que causaron que Guille vomitase más aún.
____ ¡Soy el más tonto del globo! –y empezó a lloriquear.

A la señorita le dio lástima y lo estrechó entre sus brazos.

____ No eres un tonto -le secó las lágrimas con la mano-. Mira, vete ahora a lavarte, y después regresa de nuevo aquí sin que nadie te vea, ¿vale?

La mirada que Guille le dedicó a su ama era tan profunda que ella se estremeció.

Y se acostaron juntos. Guille fue el primero en empezar a quitarse toda la ropa.

____ ¡Eh, tu polla está impaciente! –dijo sonriendo, a la vez que mirando su enorme y erecta tranca, de la que ya empezaba asomar un poco de semen.

Despacio empezó a mostrar cada parte de su explosiva anatomía, como sirviendo la carne poco a poco. Primero, los muslos, duros y firmes, que Guille besó y recorrió con su lengua, y después, cayéndosele la baba, chupó cada uno de los dedos de los pies de su espectacular señorita.

____ ¡Jo qué fogoso! –exclamó ella.

Luego, se quitó el vestido y la ropa interior y, ya completamente desnuda, se volvió hacia Guille que, loco con las tetas a su merced, su lengua lamía los pezones. Llevó dos dedos al coño de su ama, agitándole el clítoris a la vez que le lamía el cuello. Y ella, con palabras sucias, lo incentivaba más aún:

____ ¡Pues sí que sabes tú encender bien las chimeneas! –dijo, guiándole la boca en su clítoris, ya humedecido y durísima la uretra.

La lengua de Guille navegaba por aquel territorio salvaje parándose en el coño, que olió y fue entonces cuando se aclararon sus dudas: aquel aroma era más glorioso que el que recordaba de la prenda de la cesta con ropa sucia.

Toda la noche se la pasaron follando, corriéndose los dos varias veces. Pero Guille tenía que irse antes del amanecer, ya que sería catastrófico que el padre de ella los sorprendiese juntos.

____ ¡Señorita, sólo pienso que volvamos a follar de nuevo! –entusiasmado le dijo Guille antes de salir.
¡Seguro que sí, Guille! Pero la próxima vez tráete contigo a Pablo, a Juan, a Pepe, a Jorge, a Alonso, a Álvaro, a Elías, a Enrique, a Jaime, a Felipe, a Eloy, a Fernando, a Modesto, a Tomás, a Luis, a Anselmo, a Evaristo, a Dani… e incluso a las dos hijas del capataz. Todos ellos trabajan contigo en mi hacienda y también vienen por aquí de vez en cuando atraídos por el olor de mi coño.


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Mensaje  achl Lun Ago 17, 2020 9:05 pm




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En busca de descendencia

Me encontraba sentado en uno de los bancos del Parque de María Luisa; el parque más emblemático de mi ciudad, Sevilla. Llevaba seis años de mi vida durmiendo allí, pero no siempre dormía en el mismo lugar, me iba cambiando según las vigilancias de los diez guardas de turno, además de una vigilancia privada.

Ahora tengo 20 años. Mi madre es alcohólica y mi padre es ludópata y alcohólico, y además violento. Los problemas entre ellos eran diarios, y por vez peor. Me herían. Por esto tenía que emigrar, y lo hacía a la edad de 14 años, para no regresar nunca más a la casa de mis padres, porque con sus peleas diarias y sin el cariño de ellos, me estaba volviendo loco. Y menos mal que yo soy su hijo único.

No tenía dinero ni lugar donde dormir. El Parque era lo único que se me “brindaba”. Por las tardes sobrevivía pidiendo limosna a la gente que paseaba por allí, y durante las mañanas, me desplazaba al centro de la ciudad y ofrecía dibujos de las caras de las personas que se detenían ante mi improvisado tenderete. Se me da bien dibujar a lápiz, y además con rapidez.

Pero un frío día de otoño, casi de noche ya, me ocurrió algo tan sorprendente como insólito, e incluso inédito podría decirse.

Una señora madura, guapa y con un buen cuerpo y con estilo, se sentó en el mismo banco que yo estaba sentado. No le presté atención, porque, moneda a moneda, estaba contando el dinero de las limosnas que había podido aunar. Pero sentía que me miraba, y entonces volví la cara hacia ella, que me sonrió y me dijo:

____ Qué joven y qué guapo eres. ¿Qué edad tienes, si se puede saber?
____ Gracias, señora. 20 años –respondí.

Estaba tenso. No dejaba de mirarme. El brillo de sus ojos era como de querer algo de mí, insinuante… Me habló de nuevo:

____ Hace dos semanas que vengo observándote en este parque, y desde el primer día me preguntaba qué hacía un chico guapo solo por aquí.

Como soy bastante extrovertido, que entre otras cosas me ayuda a relacionarme, le conté parte de mi vida, a lo que ella me respondió:

____ Ahora lo entiendo, por eso estás solo y con tu ropa ajada y sucia. Vivo a menos de doscientos metros de aquí. Si quieres, puedes venirte ahora a mi casa, te duchas, descansas un rato y, luego de encontrarte con ropa nueva que he comprado esta misma mañana calculando mentalmente tus medidas, te la pones y te invito a cenar la comida que más te apetezca. ¿Qué te parece?

Dudé de su ofrecimiento, pero me pregunté para mi interior: “¿qué puedo perder? Nada. Por contra, puedo ducharme, descansar y comer algo caliente”.

____ Acepto, señora. ¿Cómo se llama usted? Sólo lo pregunto para nombrarla por su nombre. Creo que es lo más correcto.
____ Mi nombre no importa -contestó, sorprendida de mi educación, forjada por mí solo, y eso sin tener estudios.

Entramos a su casa. Todo el mobiliario se hallaba cubierto con sábanas. Me extrañó, pero por algún motivo sería. Me indicó con la mano el cuarto de baño:

____ Entra ahí y dúchate con agua caliente, que tendrás el cuerpo cortado de tanto frío. Adentro tienes todo lo que necesitas y si faltase algo, sólo tienes que golpear un poco la puerta y pedírmelo. Yo estaré pendiente…

Tanta amabilidad me estaba mosqueando, pero no vi ningún peligro en una señora tan educada y con tan buenas disposiciones. Entré y rápido me duché, pues estaba deseando ver qué me había preparado de comer. No estaba famélico, pero ni me acordaba de la última vez que había comido algo caliente…

Terminé y salí del baño. Miré al frente, y allí estaba ella. Se había cambiado de ropa. Ahora sólo llevaba un camisón largo transparente. Podía verse unas tetas turgentes con sus pezones empinados, y una mata de vellos rizados en la entrepierna.

Ingenuamente le pregunté:

____ Disculpe, señora, ¿se va usted a duchar también?

Pero ella, con una pícara sonrisa en sus labios, me respondió:

____ No. Ahora tengo algo más importante que quiero hacer. Voy a entrar sólo un minuto para asearme un poco.

Y no bien salió del baño, me cogió de la mano y me llevó a un cuarto en el que sólo había una enorme cama y una mesilla de noche a juego. Mi corazón se disparó. Me empujó delicadamente hasta dejarme aposentado en el borde de la cama, pasando ella directamente a la acción…

____ Disculpe, señora. ¿Qué está haciendo usted? -le pregunté.
____ No hables, no digas nada, déjate llevar –me respondió.

La señora estaba excitadísima, y mi miembro abultaba los nuevos vaqueros que ella me había regalado. Se puso de rodillas y corrió la cremallera de mi bragueta.

No llevaba calzoncillos, facilitando que directamente cogiese con una de sus manos mi polla, y con la otra extrajo de la mesilla un bote de crema; se echó una poca en una mano, la juntó con la otra y las frotó, para luego untármela en el glande, y todo ello acompañado de unos movimientos sensuales. Pensé sería algún revolucionario producto farmacéutico para que un miembro viril se mantenga erecto y duro en los momentos de “duras tareas”. Hizo la misma operación en mis testículos. Cuando, al fin, terminó me dijo:

____ Túmbate ahora en la cama, mi niño precioso.

Me tumbé. Gateando ella se instaló encima de mí. Se arrancó el camisón y lo lanzó al suelo, saliendo a la luz unas tetas recias y redondas con sus pezones de punta, y todo ello como esculpido.

Lentamente, con sus manos en mi torso se deslizó hacia abajo. Mi corazón latía a mil. La calentura que despedía mi polla, combinada con los permanentes golpeteos de sus pechos contra mi cara, era el no va más de excitante vivido por mí.

Desencajada y terriblemente excitada se movía veloz, subiendo y bajando, y con sus manos aferradas firmemente a mi torso y sus ojos buscando los míos. La fiebre en aquella lujuriosa cama subía y subía. Gemía ella de placer, lanzando hasta rugidos a la vez que no paraba de subir y bajar su cuerpo. Era sorprendente tanta energía en una mujer que no era precisamente una adolescente.

Mi excitación era ya demasiada, por lo que con mi boca, lengua y dedos comencé a corresponder a un cuerpo realmente espectacular.

Pero… la cagué. Enseguida y repetido grité:

____ ¡Me viene... me viene…!

Con rapidez se pegó más a mi cuerpo. En ese momento no sabía por qué hacía eso, pero supuse que sería para que le entrase todo el semen caliente. Pasada la corrida, se me quitó de encima y me cogió la polla, que le hacía un limpiado con la lengua. Pasaba una y otra vez su lengua por todo el contorno, deliberadamente parándose en el glande, proporcionándome el segundo gustazo de la noche. Un limpiado tan placentero como el polvo. Me retorcía mientras mi ardiente desconocida hacia todo lo posible para que mi polla no se aflojase.

Cuando acabamos el primer asalto, se puso de rodillas ante mí, y entonces pude ver cómo se movía su garganta. Con voz cargada de lujuria me decía:

____ ¡Qué rico! No he desperdiciado ni una sola gota.

Por mi mente pasaban variadas cosas, pero no podía sino sonreír de felicidad. Ante mí, una mujer hermosa y desnuda obsequiándome con una excelente experiencia sexual. De pronto, sonó de nuevo su voz:

____ Son ya las diez. Voy a prepararte una buena cena, pero creo que te vendría bien quedarte a dormir aquí esta noche conmigo y mañana, cuando despertemos, hablaremos. ¿Qué me dice mi guapo amante?
____ No quisiera molestar, pero gracias por tu hospitalidad –le respondí, tuteándola por primera vez, pues veía ridículo seguir con mi usted después de haber tenido tan alto grado de intimidad.

En menos de un cuarto de hora, en la mesa de la cocina había dos filetes de ternera y dos huevos fritos con patatas esperando. Comí como nunca y dormí como nunca, pero con dos paréntesis, que los llenamos con dos nuevos polvos, más intensos que el primero, y en cada orgasmo apretaba su coño contra mi polla no bien notaba ella que iba a descargar. Y también hablamos con más confianza. Le conté con más lujo de detalles mi luctuosa vida. Pero el cansancio me derrotó y me quedé frito, y no me desperté en todo el resto de la noche.

Al otro día, pasadas ya las once, la luz que se colaba a través de unas rendijas de la persiana de la ventana, hacía que abriese los ojos. Miré a un lado y a otro. Yo era la única persona en aquella cama. Desperezándome, me giré hacia la mesilla y vi un sobre cerrado y un papel escrito encima de ella. Tenía bastante texto...


Buenos días, mi precioso anónimo.

No creas que te echo, pero por favor sal antes de las dos de la tarde de mi casa. El comprador de ella llegará a esa hora. No me busques, no preguntes quien soy ni por mi paradero. Nada sobre mí.

Hace años que vengo teniendo en mente quedarme embarazada, y por más que lo busqué, no hallé el padre idóneo, hasta anoche, para mi posible descendencia.

Me muero de ganas por tener un hijo. Aunque puedo pagarme tan alta tarifa de “in vitro”, no me gusta, como tampoco los vientres de alquiler, que además tendría que desplazarme al extranjero por estar prohibida esta práctica en España.

A mi edad, 49, no me queda mucho tiempo para quedarme en cinta. A Dios pido un embarazo tuyo, ya que has sido el hombre elegido por mí.

Y si no me he quedado embarazada, es muy probable que pronto sepas de mí y lo intente otra vez. Pero si lo estoy y doy a luz, tienes todo el derecho de conocer a tu hijo, por lo que te buscaría de nuevo para hacerte saber que la semilla que dejaste dentro de mí ha sido fructífera.

Gracias por regalarme una noche tan bonita. Creo que he empezado a quererte, y no sólo por tan suculenta sesión de sexo, que también, sino por tu bonita forma de ser y por lo mucho que has debido sufrir. Según lo que me contaste, la vida ha sido dura contigo. Un beso grande para tus labios.

Ah, en el dormitorio que anoche me hiciste tan feliz, te he dejado una maleta nueva con ropas nuevas, y zapatos nuevos para ti, y también te dejé un poco de dinero. Pero no quiero que veas este gesto mío como pago de nada como por ejemplo que una madura como yo haya querido comprar sexo a un muchacho como tú. Sólo es que a mí me sobra el dinero y a ti te falta.

Cuídate y que la vida te sonría y que seas feliz. Un beso para tus labios.


Luego de leer la nota, cumplí más que a rajatabla lo que me pedía porque salí de la casa a las doce. Me duché de nuevo y después de vestirme abrí el sobre y, para mi sorpresa adentro había la friolera suma de ¡6.000 euros! en billetes de 500, 200, 100 y 50. Me puse tan nervioso y a la vez tan contento que no sabía qué hacer, si buscar a la señora por tierra, mar y aire, para devolvérselo, o invertirlo en algo productivo. Pero como lo primero me iba a resultar difícil, busqué una academia e ingresé para terminar mis estudios primarios, y también me alquilé un cuarto en un humilde piso. Y ahora trabajo de repartidor de pizzas por las mañanas, y caídas las tardes acudo a la academia.

A pesar de lo mal que se han portado conmigo mis padres, lucharé por ellos, y a ver si consigo sacarlos de la ruina en la que están inmersos. Sobre todo, mi madre, que, en cierto modo, es una víctima más de mi padre.

Sí, me he propuesto ser alguien en la vida, sobre todo por mí, pero también por si la señora contase conmigo. ¡Y ojalá se haya quedado embarazada, que mi hijo o hija no va a pasar nunca por lo que yo he pasado!

¿Quién dijo que la suerte no es para quien la encuentra?



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Mensaje  achl Lun Ago 17, 2020 9:25 pm



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Enamorado despechado

El hacendado cliente de la prostituta llegó al piso, que él le había regalado, y pasó directamente al dormitorio principal. Supervisó la cama revuelta -como de haber habido en ella más de una persona acostada- y la vio dormida. Salió de allí y se fue al amplio salón, sacó un folio y una pluma de su portafolios, se sentó en un cómodo sillón y escribió esto que sigue a continuación…

Una noche más te encuentro sumergida en la serenidad de mis sábanas. Desnuda yaces en una guarida que mi pasión ha ido forjando. Un punto de encuentro para caminos divergentes. Una manera de acallar a la rutina y dar voz al placer. Ahí, mis pesares desaparecían hasta el momento en el que era consciente de que no volveré a verte. Hoy he llegado antes de lo acostumbrado y es por esto que la sorpresa se me ha adelantado en tu conquista.

Bruscamente me he puesto a tu lado y he visto cómo rincones de tu espectacular anatomía asoman para disfrute de mis ojos de tonalidades lascivas. El destello de la luz del salón hace brillar tus muslos, que la penumbra esconde tu fruto prohibido, mi único alimento. Tu manoseada espalda por tu chulo reposa curvada a la espera del frenesí de mis dedos. Aunque creo que te haces la dormida, no puedes borrar de tu cara la repulsa ansiedad de dejarte llevar por el más feroz de tus instintos, el que ahogaba mi angustia y desataba tu placer. Tu boca entreabierta confiaba en encender la yesca que envolvían mis entrañas, avivando el calor que, ferviente, se desplazaba por mis desatadas arterias. Aunque callada, tu actitud desafiante pide a chillidos morir arrollada por el tren que mi billetera puede impulsar; sí, ese tren que silba a la entrada y la salida de tu túnel, ese tren que espira negra niebla al llegar a tu estación.

A diferencia de otras noches, no enloquecí mientras me quitaba la ropa. Enjaulé al animal que quería devorarte y liberé a otro animal desconocido por ti, un animal cargado de ira. Quería conquistar los paraísos que aún desconocía del mapa de tu anatomía; surcarte sin que pudieses notar el balanceo de mis olas; encontrar reposo en tu vientre, enredarme entre el pelirrojo de tu pelo, escalar tus senos, sin temor a caerme; divisarte desde tus pezones, barrer tus muslos con mi saliva y luego saciar mi sed en tus labios, los de arriba y de abajo; perderme entre tus nalgas, bañarme en el agua que emana de tu poza, cubrir tus senos con los impulsos de mi lengua, hacer de tu ombligo mi nido, abrigarme con el fuego que mora en tu piel, vaciarme para desvanecer todos tus sentidos, desvivirme por exprimir, uno a uno, tus deseos, y desangrarme para que hacerte el amor fuese pura poesía.

Sé que lo habrías sentido. Sé que en algún momento ibas a saltar de tu sueño a mi delirio. Tu flor comenzaría a temblar con el vaivén de mi impetuoso pene. Tus ojos se nublarían al son de mis respiraciones aceleradas, una capa de sudor nos fundiría en uno. Los silencios se teñirían de dulces gemidos y de un relinchar de aquel viejo somier. La pared proyectaría una película de sombras, que pelearían enzarzadas en un vaivén salvaje. La explosión semántica no tardaría, pero seguirías pensando en que aquello no era del mundo real.

Empapado de placer y embriagado de una sublime sensación, alojaría mis huesos cerca de los tuyos, clavaría mi boca en la tuya y dejaría caer por ella un beso hondo que distraería a las agujas del reloj por un momento, que parecería infinito.

Cuando la puta se despertó, se levantó de la cama y después leyó lo que interpretó como un ataque de cuernos. Al final del mismo folio y con el mismo bolígrafo, escribió lo siguiente...

Me he puesto mi bata. En la mesilla he encontrado un cheque, que reza mi nombre con la firma de un hombre celoso y la suma de ¡10 míseros euros! como pago de no sé qué. Cabreada, he contemplado mi desnudez en el espejo grande del baño y he decidido que nunca más quiero verle. Mi interés por su dinero se ha convertido en odio. He cogido el cheque y lo he partido en mil pedazos.

A veces se hace necesario que los sueños de los ilusos despierten de su letargo, ya que nunca, o casi nunca, se hacen realidad.



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Mensaje  achl Lun Ago 17, 2020 10:01 pm



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Enamorado impotente complaciente

Veo cómo te enfundas en un ceñido vestido guiñándome un ojo con picardía. Te calzas suaves sandalias, tan ligeras como tus pasos. Mientras te pintas una sonrisa, destaca tu mirada con apenas un toque de sombra en párpados. Estás hermosa. No son sólo tus curvas sensuales, tus largas piernas, tus delicados pies, tus ágiles manos que vuelan de oreja a oreja para ajustarte los zarcillos, no es sólo tu pelo a punto de desplegarse en cascada de oro, es tu mirada, tu ligereza, tus movimientos, y todo lo que se presta a una luz interior mientras te despides de mí, dejándome un beso en la punta de tu dedo soplando amorosa en él rumbo a mi boca. Te vas a la puerta de salida al ascensor, lo abres y entras. Vas a cumplir nuestro deseo, a derrochar sexo, y yo seré feliz. Un último guiño cómplice, cierras la puerta de acero y desapareces de mi vista, no de mi mente, no de mi vida...

Sigo tus pasos en mi cabeza. Percibo cómo llamas a un taxi, y en apenas unos minutos llegas a tu destino. Puedo oír el timbre del local. Puedo imaginar la amistosa recepción, y ver tu entrada. Puedo ver cómo saludas a las caras y las manos que te reciben. Puedo ver cómo pides una copa y cómo empiezas una amistosa charla. Puedo ver los ojos de los que te miran, posándose en tu cuerpo y parándose en tus pechos puntiagudos y en tu entrepierna. Puedo sentir la mirada de un chico esbelto, que se para en tus ojos y te sonríe con los suyos. Tú te quedas embelesada. Veo que con él hablas. Parece tímido, pero no es así, es un experto en estas lides; la conversación se va haciendo más directa, más íntima, más profunda...

Lentamente os acercáis a la pista. Sus brazos te abarcan con deseo y los tuyos lo atraen hacia ti. La música os invita a suaves movimientos y vuestras caras se van acercando. Ya sientes, ya sentimos. Cerca, vuestros alientos. Vuestros labios se abren para fundirse, sin que aún se devoren. Sus labios se posan sobre los tuyos con deseo. Es tu turno, y ahora le devuelves el beso, con esa delicadeza de la que sólo tú eres capaz, y luego las bocas hablan por sí solas, sin sonidos ni palabras. Labios, dientes, lenguas, manos, arrullados danzan al compás de la tenue música que flota. Vuestros cuerpos siguen atrayéndose, hasta ser uno, mientras vuestras manos van recorriendo territorios aún desconocidos, alternando suavidad con firmeza y caricia con pasión...

No estoy yo allí, pero sé que apenas os habéis separado unos centímetros para volver a miraros a los ojos y a dar el paso siguiente. Os dirigís hacia el lecho dedicado a los ritos amorosos y allí sigue vuestro amorío, que ahora se acompaña de la lujuria, sin perder la armonía, sin cesar los besos, sin dejar las caricias sobre la ropa que os cubren. Frente a frente, desnudos seguís acercándoos, seguís compartiéndoos; os dejáis caer cual pluma sobre el lecho y proseguís la lenta y cadenciosa carrera en vuestras exploraciones. Ya no son sólo bocas besándose, ahora buscan nuevos horizontes, nuevas hendiduras, las que dan y reciben placer, que comparten disfrutes, que llevan hasta la escalada de un gozo y que finalmente acaba en el éxtasis.

Suena mi móvil, veo tu número y sonrío, y lo enciendo sin hablar. Merced al móvil, oigo tus suspiros y sus gemidos, y así puedo confirmar lo que mi imaginación me decía. Por tus susurros rumio que su lengua te recorre premiosamente, deteniéndose en tu pubis, dejando su tarjeta a través de lujuriosas lamidas. Sonidos diferenciados, separados por un leve espacio, el que va desde su procaz boca a tu poza. Tus silencios absolutos dicen que le correspondes, siento, sin explicarme cómo, vuestros estremecimientos, vuestros temblores, vuestras mil sensaciones que reafirman la fiebre que empieza a consumarse. Un sísmico, una aceleración de gemidos, e incluso rugidos, una explosión que precede a ese corto pero significativo silencio quebrado por un rumor de tiernos y pasionales besos. Mi móvil enmudece.

Y ya no puedo pensar, no me queda imaginación y entro en unas ensoñaciones dulces, vislumbrando tu cara entre las brumas. Pero, pasado no mucho rato, suena la llave en la puerta de nuestra casa, y tú entras cual tromba. Te abalanzas sobre mí y me besas los labios, la cara, el cuello, el torso. Me miras y te miro, me sonríes y te sonrío. Me abres el pijama y me lames el torso, y también lames ahí abajo, donde hace tiempo mis sentidos se esfumaron, lo que me impide darte el placer que mereces, como el gozo que acabas de recibir de un desconocido, pero que sé que me has dedicado. Mi boca se alza y besa la tuya, te abrazo compartiendo iguales lágrimas de emoción. Gracias de nuevo, amor. Hoy, en la distancia, en otros brazos, en otros labios y en otro cuerpo has gozado, y a mí me has vuelto a hacer inmensamente feliz...

Te quiero



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Mensaje  achl Lun Ago 17, 2020 10:19 pm



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Encontré lo que necesitaba  


Le conocí una noche en la que después de mucho tiempo decidí darme un homenaje, pues, divorciada cinco años atrás y sin haber catado macho desde entonces, estaba famélica de sexo. Según me dijo mi amiga Martina, él era un tío guapísimo de 30 años y que estaba buenísimo, que le gustaban las maduras como yo y que trabaja de camarero en un bar flamenco de copas, el mismo bar al que ella me aconsejó visitar. No bien me senté en uno de los taburetes en una esquina de la barra, enseguida me di cuenta de que aquel guapo Don Juan camarero no me quitaba ojo de encima

Desde la otra esquina se me acercó.

____ Hola. ¿Qué te sirvo? –me dijo, sonriéndome.
____ Hola. Un botellín de cerveza muy fría y sin vaso, por favor –le sonreí.
____ Marchando.

No pude ni quise evitar seguirlo con la mirada. Sus ojos verdes eran de ensueño. Llevaba una camiseta tan ceñida que se le marcaba el torso, y su culo y su paquete en los vaqueros... ¡madre mía! Ya me lo imaginaba desnudo.

Me trajo el botellín y entonces me fijé más detenidamente en él: ojos pícaros, labios carnosos… “¿Cómo besará?”, pensé. Y todo esto sin contar que olía a gloria. “Pues sí, Martina, es un tío realmente hermoso”, me dije para mí.

____ Gracias –le dije y empecé a hacer un círculo con el índice de la mano derecha en el grueso del botellín, para luego llevarme el dedo a la boca, como calculando el grosor de...
____ De nada -y me sonrió de nuevo, dándose cuenta de mi gesto.
____ ¿Podrías darme la hora? -le pregunté, de pronto.
____ A ti te doy yo lo que tú quieras -respondió, insinuante.
____ ¡Vaya, muy amable! -exclamé, aparentemente tranquila-. Pero por ahora sólo quiero la hora -y llevé otra vez el dedo a la parte ancha del botellín.
____ Las doce –y de nuevo mostraba su sonrisa, haciendo gala de sus perfectos y blanquísimos dientes.
____ Otra vez gracias -y le miré enarcando una ceja.

Yo no soy de esas que hablan con un chico y enseguida se insinúan. Pero con él no sabía qué me estaba pasando, lo cierto es que desde que le vi, deseando estaba de pedirle que me follase. Le miraba y él sonreía, incitándome. Pasados unos minutos, le hice una seña para que me trajese otro botellín. Y me lo trajo, y esta vez lo puso en mi mano y me dijo:

____ Toma, y bien heladito para mi guapa señora. “¿Deseas algo más?”.

Hacía énfasis en: “deseas algo más”, como si estuviese ofreciéndose él también. Pero qué hermoso sería “algo más”, de sólo pensarlo sentía un cosquilleo desde mis tetas hasta mi coño.

____ Pues sí, deseo algo más: una copla –hacía también de DJ-. Una que te guste a ti, pero yo prefiero “Me embrujaste”, en la versión de Miriam Domínguez.
____ ¡Oh, me encanta Miriam Domínguez! -exclamó, mordiéndose el labio inferior.

Me sentía atraída y, al verle morderse el labio, mi imaginación se ponía a volar hasta verle mordiéndome el cuello, la boca, y... ¡a mí enterita!

De pronto, me entraron ganas de hacer pis. Sentada ya en la taza miré mi tanga y vi que estaba mojado, corroborada la humedad por el pañuelito de papel que luego de orinar pasé por mi vagina.

Al acabar y salir vi que allí estaba él refrescándose la cara en un lavabo próximo. Se vino hacia mí y me hizo entrar de nuevo al cubículo del inodoro. Cerró la puerta por dentro y se abalanzó contra mí. Mordía mis labios, a la vez que deslizaba su mano desde mis tetas hasta mi coño. Me la metía, cual cuña, dentro del tanga frotándome el clítoris. Yo temblaba entera. Pero tampoco me quedada quieta. Llevé mi mano a su bragueta y, tocándola por encima, noté lo dura que estaba. Le quité el pantalón y los slips, le cogí la polla y comencé a masturbarla. Me empujó suavemente hasta quedarme sentada en la tapa del inodoro, que allí me metí su polla en la boca y la chupé sin parar. Gemía y me miraba con sus pícaros luceros. Disfrutaba tanto como él, y el hecho de saber que estábamos en un lugar público y que de pronto alguien podría llamar a la puerta, me excitaba más aún.

Me cogió entre sus brazos, me besó y me lamió el cuello. Bajó las manos y apretó mi culo contra sí. Podía sentir su polla empalmada e hirviendo en mis nalgas. Lo besé apasionadamente, metiendo la lengua en su boca mordiéndole los labios. Subió sus manos y las llevó de nuevo a mi culo. Me quitó el tanga y me preguntó:

____ ¿Te la meto? ¿No es eso lo que querías?
____ ¡Sí, penétrame ya! -cogí sus piernas y las aprisioné entre las mías.

Me puso de espaldas, quedándome ante el espejo y apoyada al lavabo. Me la metió en el coño, empujando con fuerza a la vez que me lamía los pezones. La excitación de ambos era bestial.

____ ¡Empuja más, empuja más, vamos…!

Se inclinó más, y casi me atraviesa su dura, larga y gruesa polla. Sentía un dolor y un gusto deliciosos, mientras empujaba con violencia. Me folló a sus anchas, y yo sentía un estremecimiento en todo mi cuerpo, y ya hasta rugía.

____ ¡Ahora soy toda tuya! -le decía mientras iba golpeando el lavabo, llevada por la adrenalina del momento.

Rugíamos en nuestro orgasmo al unísono. Pero poco antes tuve sola dos seguidos. Sentía un reguero que me bajaba por las piernas, que me temblaban como flan. Me metió dos dedos en el coño y luego los llevó a mi boca. Deseosa por mi excitación, los lamí con desespero. Acabada la delicia se puso los calzoncillos y el pantalón y yo me subí el tanga, me puse el sujetador y me arreglé un poco la ropa.

Me cogió de nuevo contra sí, me besó y me dijo:

____ Follas de puta madre y me has hecho una mamada de escándalo. Que sepas que me ha encantado conocerte.
____ Y a mí también. Ha sido una delicia comerte la polla.

Abrió la puerta y salió como si nada. Esperé un poco y le seguí. Me había olvidado del mundo. Quedé nueva y con ganas de repetir. Se lo hice saber “durante”, con su visto bueno y diciéndome: “cuando quieras, ya sabes dónde estoy, como la tengo y como trabaja.

En mis ojos veía que estaba feliz, pero cansada, y dolorida porque hacía mucho que no follaba. Y asustada también por lo que acababa de hacer: follar con un extraño, del que ni tan siquiera sabía su nombre, pero eso no me había importado mientras nos manteníamos “enganchados”.

Ya en la barra, le hice una seña. Vino hasta mí velozmente.

____ Dime, mi guapa señora -dijo con una voz tan pícara como sus ojos.
____ ¿Qué te debo? -le dije sin expresión en mi cara pues no quería irme, pero tenía que marcharme sin falta.
____ Nada. ¿Por qué te vas? ¿Algo te molestó? -preguntó, meloso.
____ No. Al contrario. Es que se me ha hecho tarde y mañana tengo que madrugar –le respondí-. ¿Pero cómo es que no debo nada?
____ Gentileza de la casa. Dame tu número de móvil. No te permito que te vayas sin dármelo. Por cierto –alargó su traviesa mano, la misma mano que poco antes “me había hecho de todo”-. Gusto en conocerte, me llamo José.
____ Y yo Carmen, y mi número de móvil te lo daré otro día
____ ¿Nos volveremos a ver?
____ Puede... -respondí en tono dudoso para que no se le subiesen los humos, pero por dentro me moría de ganas por follarle de nuevo, incluso en la barra.
____ Si no quieres, tú te lo pierdes -y se fue a atender a una clienta que, por la edad que aparentaba, era otra madura en busca desesperada de sexo.
____ Adiós –le dije como única respuesta.
____ Adiós –aun mi ambigua respuesta, me dijo que me esperaba.

Cogí mi bolso y salí del bar, con urgencia por salir a la calle para contarle a Martina, vía móvil, cómo me había ido “la cosa”.

Y Martina me dijo que sabía cómo follaba José, pues se lo había tirado varias veces, algo que no me dijo cuando me recomendó visitar el bar, la muy zorra.

De acuerdo. Yo follé con José por pura necesidad y porque llevaba ya mucho tiempo sin estar con macho, y, además con la idea en la cabeza de follar más veces con él. Pero entre Martina y yo hay una “pequeña” diferencia: yo soy una mujer divorciada y libre, y Martina es una mujer que está casada y supuestamente comprometida con su marido.



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Mensaje  achl Lun Ago 17, 2020 10:51 pm



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Fontanero rápido y eficaz


Tenía aquel muchacho 20 años. Volvía en su furgoneta a su casa después de haber realizado su sexto servicio. En el interior de la furgoneta llevaba, entre otros útiles necesarios para su trabajo, una caja azul metálica con herramientas.

De pronto, sonó su móvil y aparcó en el arcén

____ Iba de recogida, pero dígame usted, señora ¿Urgente? En ese caso, deme su domicilio. Ya lo he anotado. En diez o quince minutos estaré en su casa -después de apuntar la dirección soltó un ¡joder!

Es que ya eran muchas horas y mucho el cansancio acumulado. Desde la seis de la mañana no había parado, y ahora eran más de las ocho de la tarde. No obstante, se comprometió a este nuevo servicio.

Poco después... ¡ding…dong...!

____ ¿Qué ha pasado? ¿Ha cortado usted el agua? -le preguntó.
____ Sí…, sí…, pasa…, pasa... –parecía nerviosa, anhelosa...

La señora tendría sobre 40: atractiva, morena, buenas hechuras. Sólo llevaba puesto sostén y tangas transparentes, que dejaban ver grandes pezones y pubis poblado. Se dio la vuelta y la precedió hasta la cocina.

Mientras la seguía, su paquete abultaba la parte delantera de los vaqueros. Al llegar a la cocina vio un charco de agua debajo del fregadero. Se arrodilló para verificar la procedencia. Una vez comprobada miró a la señora con expresión de duda porque se dio cuenta de que la avería había sido provocada...

Mientras trabajaba no podía evitar llevar la mirada a la negrura en la entrepierna. Y la ama de la negrura le miraba a su vez sentada en la encimera, con lujuriosos ojos, acariciándose las tetas por encima del sujetador y las piernas abiertas.

El chico sudaba en aquel sitio tan estrecho. Abrió la caja de herramientas y sacó un serrucho y un soplete de gas.

Enfrascado él en el fregadero, ella se agachó y de la caja cogió una lima con mango gordo y largo. De reojo la miraba. ¡Separándose el tanga se había metido el mango entero en su coño y, metiéndoselo y sacándoselo, soltaba rugidos!

Embelesado miraba la escena. Ella soltaba el mango empotrado, y ya con las manos libres se quitaba el tanga. Miró al chico y le dijo:

____ Sácamelo.
____ ¡¿Qué?! -sólo acertó a responder esta pregunta.

Sacó al muchacho a rastras del encajonamiento en el que estaba, quedando tendido en el suelo mojado. Se puso a horcajadas sobre de él, y la punta metálica sobresaliendo aún de su vulva espumosa.

____ ¡Sácamelo! -repitió, cachonda perdida.

Con su mano mojada cogió el mango y lo sacó lentamente y lo puso en el suelo.

____ ¡Y ahora desabróchate!

Al ver la señora aquel pollón erecto, lo sacó de la bragueta y se lo metió en la boca, al mismo tiempo que se acariciaba sus pezones. Luego se abrió los muslos y cabalgó cual amazona hasta llegar a un simultáneo orgasmo soltando él un chorro espeso. Él se retorcía tanto, por el cansancio acumulado, que tuvo que sujetarse al cuello de su ardiente clienta.

____ Ya, ya mi niño -se levantó y, mirando de nuevo aquella tranca, se relamía los labios lujuriosamente.
____ Ahora tengo que salir. Cuando acabes y te vayas, cierra la puerta. Toma, esto es por tu servicio. Haz hecho un buen trabajo. Gracias -y le lanzó un beso con la palma de una mano, y con la otra mano dejaba encima de la encimera un billete.

Como antes le había dicho que cobraba 40 por servicio, se sorprendió al recibir 100. Y cuando salió de aquella casa, estaba triplemente contento: por haber arreglado la avería, por haber echado gratis un polvo; y por percatarse de que este era el mejor servicio que había hecho en su corta vida de fontanero.

Estaba cansado, pero también feliz, y no sólo, “evidentemente”, por haber recibido más dinero del que esperaba. Y desde aquel día, deseando estaba siempre de que en aquella casa se produjese alguna “avería que necesitase de sus servicios”.


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Mensaje  achl Mar Ago 18, 2020 12:47 pm


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Harto de tanto sexo sin amor


Todo empezó una noche de julio. Vivía entonces en Madrid. Dirigía una de las mejores discotecas, que también hacía de bar de copas durante el día hasta las diez de la noche, y era socio mayoritario de un holding, compuesto por cinco discotecas más: en Valencia, Sevilla, Málaga, Zaragoza y Coruña. Todos los días me vestía con mis mejores trapos, como se suele decir; abría mi vestidor y elegía lo que pensaba que me iba a sentir bien: seductor y picarón para con las chicas que acudían a la discoteca, que algunas se rendían sumisas a mis encantos; y respetuoso y amable para con las mujeres maduras, que nosotros nos encargábamos de acomodarlas en la zona VIP, para oír música, para hablar o simplemente para distraerse. En definitiva, podría decir sin modestia que mi menda era el rey de la noche.

Vivía en un dúplex de lujo. Conducía un BMW deportivo. Era pura imagen. En los negocios, la gente te valora por el coche que llevas, la ropa que vistes y la casa que tienes, y luego miran dentro de ti. Pero si tienes facilidad de palabra, buena imagen y eres un emprendedor nato, el éxito lo tienes asegurado.

Aquella noche aparecí por la discoteca sobre las doce. Llegué con la música alta en mi coche, que lo aparqué a la puerta del local. Sentado en él y conduciéndolo me sentía importante, un triunfador, capaz de comerme el mundo. La cola de acceso a la discoteca era enorme diariamente, y las chicas se fijaban en mí, vestido de Zegna, bajando majestuoso de mi BMW deportivo..

Todas las chicas me admiraban, pero mi aspecto exterior cautivó a una incauta; una morenaza, acompañada de amigas dispuestas a entrar. Tendría 30 años, con curvas de impresión, vestida con ropa de marca y calzada con zapatos de tacón aguja, que estilizaban más sus piernas, hasta el infinito. Me miró y me sonrió. En ese momento estaba yo hablando con Valerio, el jefe de seguridad de la discoteca:

____ Valerio, deja pasar a mi invitada.

Le cogí la mano y tiré. Giró la cabeza y me miró sonriendo, pero reía nerviosa a sus amigas. Sin decir palabra, se dejó guiar. Sus amigas venían detrás de nosotros, cual si comitiva se tratase. La noche estaba empezando para los/las que la vivían a tope. Llevé a la chica y a su séquito femenino a la zona VIP.

____ Buenas noches, señor Ayala -me saludó Paco, el jefe de los camareros
____ Quiero que a la señorita... -la miré y dejé pasar tiempo, clavando mis azules ojos en los suyos, también azules.
____ Rosana -respondió ella.
____ Quiero que a mi guapa amiga e invitada Rosana y a sus lindas acompañantes, no les falte nada. Invita la casa -guiñé un ojo a Paco y sonreí.
____ Sí, señor Ayala -contestó, con una mirada de complicidad.
____ Aquí estaréis mejor y más a gusto –repartí mi mirada entre las tres.
____ Un placer, Rosana –añadí mirándola a los ojos.
____ El placer es mío -y se me acercó y me besó en ambas mejillas.

Aquel detalle me sorprendió. Pero también me agradó. Normalmente, casi todas las chicas me abrazaban, y las más osadas, incluso me besaban en la boca y con lengua incluida. Intuí que Rosana era diferente.

____ Nos veremos más tarde, señoritas -repartí mi mirada entre todas.

Me fui alejando despacio, con un sólo pensamiento en mi coco: “seguro que voy a volver esta noche por aquí”.

Entré a mi despacho y lo primero que hice fue mirar desde el cristal, que dejaba ver el local sin ser visto. Desde la planta alta en la que estaba, se podía ver el escenario, las jaulas donde las bailarinas bailaban seductoras, la barra del bar de la discoteca, la barra de copas y la pista central con tubos metálicos verticales, fijados en el suelo, para cuando allí actuaban las bailarinas profesionales.

En el fondo de mi despacho había un sofá-cama, que usaba para reposar y para mis noches de lujuria. Equipo de música y la televisión plasma de 37 pulgadas, mueble nevera, pequeño aseo, con sus saneamientos, armario con ropa diversa y algún que otro cuadro, completaban mi refugio.

____ Álvaro, acaba de llegar Lis. ¿Quieres que le diga que no estás? –me preguntó vía centralita interior, un Valerio dubitativo.

“¡Uf, Lis!”, pensé. Imponente mujer que quería atraparme a toda costa; una rubia, de 1,76, tetas grandes naturales y perfectas, curvas mareantes y un culo firme que parecía pedir devórame. Y lo mejor de todo era que la chupaba a las mil y una maravillas.

____ Sí estoy. Déjala subir -contesté.
____ De acuerdo. Así lo haré.

Pasados cinco minutos, y ya yo con dos copas de cava en manos, se abrió la puerta. Y allí estaba Lis, impresionante como de ordinario, pero con una expresión de enojo en su cara. Quizá justificado, porque hacía quince días de nuestro último encuentro, y no había respondido a sus llamadas, ni tampoco a sus mensajes.

Entró con cara de pocos amigos, como queriendo ponerme en mi sitio. Pero apenas le puse una copa en la mano, la cogí de la cintura, acariciando su ceñido vestido rojo con la espalda descubierta, dejando ver el comienzo de un hermoso culo y un altruista escote que no dejaba nada a la imaginación y deslicé la mano hasta llegar al final, se entregó a mí. La miré a los ojos y la besé en la boca. “Otra vez en mi red”, pensaría ella.

Mi traviesa lengua confirmó sus divagaciones, y seguí hasta la línea divisoria de sus glúteos, sintiendo el calor de su piel, mientras mi boca se centró en su cuello.

____ ¡Eres un puto cabronazo! Lo sabes, ¿verdad?
____ Te iba a llamar, pero siempre estaba ocupado.

“Pero ocupado con otras mujeres”, pensé, y una sonrisa pérfida escapó de mis labios.

Mis hábiles manos seguían ablandando su cuerpo, y mi boca calentando su mente. Entre susurros, reaccionó a mis caricias. Dejamos las copas en la mesa. La intensidad aumentaba, sus manos me quitaban la camisa y recorrían mi espalda, arañándola con suavidad. Le abrí la cremallera del vestido, a la vez que le besaba sus hombros morenos, y los resbalé por su brazo, despacio, acompañado de mi mano.

Me empujó violentamente contra la mesa y sus manos desabrocharon mi bragueta. Le quité el sujetador y sus tetas quedaban al aire, expuestas. Mis manos recorrían su contorno, y mis dedos hacían igual con las aureolas de sus pezones, duros. Pellizqué ambos a la vez. Mis dientes apresaron sus labios, haciendo con ello que emitiese un gemido. Inclinó el cuerpo hacia atrás. Me quité el cinturón y con él le até los brazos a la espalda, lo abroché a la altura de sus codos, dejándola inmóvil.

Dejé caer el pantalón, me descalcé y me quité los calcetines, mientras iba mirándola. Se removía con una mirada desafiante en sus ojos, cual felino ansiando ser poseído. La cogí con fuerza y la puse de rodillas frente a mí.

____ Quítame los calzoncillos con la boca.

Sus dientes empezaron a tirar, sin conseguir su objetivo.

____ No puedo.
____ ¡Prueba de nuevo! -repetí en un tono autoritario.

Y probó, y poco a poco bajaron, dejando al descubierto mi casi erecta polla.

____ Chúpamela despacio.

Sus manos no llegaban, y eso le producía nerviosismo. Cogí su cabeza y la obligué a metérsela entera. Empecé follándome su boca, una y otra vez, y ya completamente erecta, entraba y salía. La saliva empezaba a caer por las comisuras de sus labios y el sonido de la succión se hacía audible. Jugaba con mis huevos, o me lamía el glande. Su boca succionaba con fuerza, por lo que la cabeza la movía a un ritmo diabólico. De pronto me aparté, viendo cómo su boca quedaba unida a mi polla por un hilillo espeso de saliva.

____ Ahora, apóyate en el sofá y abre bien las piernas.

Me inicié a calentar su culo, con leves golpes, subiendo a más intensidad haciendo que su rojez fuese evidente. Su coño estaba húmedo y ya empezaba a resbalar una gota blanca. Aproveché esa lubricación natural para humedecerle más el coño y de paso meterle dos dedos. Al separarse los labios menores, quedaban unidos entre sí por nimios hilos, como si telarañas fuesen, que fui rompiendo contra las paredes de su sexo. No tardé en perder de vista mis dos dedos. Cuando los sentía empapados, me incliné sobre ella, giré con la otra mano su cabeza y de nuevo puse mi polla en su cara, restregándola contra su nariz, su boca, sus labios, su lengua…

____ ¡¿Te gusta?!
____ ¡Sí, pero lo que quiero es que me folles! ¡Métemela ya entera! –me suplicó.

Y se la metí, obligando a su cabeza que retrocediese y nuestras miradas se cruzasen. Sus ojos, llenos de pasión, hinchada las venas de su cuello y su lengua fuera, hacían que mis caderas se moviesen rápidamente. Entrando con una facilidad pasmosa, la penetré. Mis manos, humedecidas por sus jugos, tapaban su boca y sentía en una de mis palmas cómo su lengua lamía con desesperación.

Quería correrme, así que no esperé más. Me la llevé al sofá, me senté y de rodillas engulló mi polla; subía y bajaba como pocas veces he visto hacerlo. Sus ojos lascivos me ponían. De pronto, mi semen llenó su boca. Sin querer retirarse, se tragó hasta la última gota., que seguidamente su lengua limpió toda mi polla entera, y, después, mirándome y sonriéndome, esperaba mi respuesta.

____ Túmbate.

Cogí sus caderas, ahora siendo yo el que se postró ante ella, y empecé a devorar su coño, mordiéndole y lamiéndole el clítoris, metiéndole la lengua o bajando hasta el agujero negro. Me concentraba en su punto débil, lo mordía y chupaba. No tardó en correrse. Me reía por dentro, frenando el ritmo de sus contracciones.

____ ¡No me dejes a medias, quiero correrme más! –gritaba, a la vez que sus manos hacían lo imposible por tocarse.

Sólo paré un segundo, lo justo para que su orgasmo se detuviese a punto de llegar a su cenit. Reconozco que me gusta notar la desesperación y la entrega que en esos momentos se apodera de uno, incluso de la mujer más rebelde. Continué pasando la punta de mi lengua por su clítoris. La movía sintiendo su deseo incontrolable. Sus caderas, moviéndose por vez más rápidas, hacían el resto. Su respiración y su jadeo empezaban a salir de su boca como un torrente.

Estalló en un orgasmo brutal. Mezclándose sus jugos con la orina, acabó mojándose y destiñéndose un poco la lujosa alfombra de mi despacho.

La desaté, y sus brazos, morados, recuperaban su color moreno. Me miró sonriendo, me mordió los labios y me dijo.

____ ¡Eres un... un…! ¡Pero nadie sabe follarme como tú! ¡Es que tienes una polla...!

Nos vestimos y charlamos bebiéndonos un cava. Me pedía que dejase todos mis rollos y me centrase sólo en ella. Y yo pensando en Rosana. No quería Lis salir de mi oficina, pero le dije que se fuese, y remoloneándose salió, no sin antes hacerme prometer que no tardase tanto en conectar de nuevo con ella.

Bajé a la zona VIP, después de ducharme y de arreglarme. Pero Rosana y sus amigas se habían marchado ya.

Contrariado, volví a casa. Me di una ducha tibia y me bebí un vaso de leche caliente y me comí una tostada con aceite y jamón. Cuando estaba acostado me sorprendía el hecho de estar pensando más en Rosana que en Lis.

Pasaban los días y a veces quedaba con Lis o con otras. ¿Y qué podía hacer si todas me querían follar? Sólo consolarlas, dándoles un poco de sexo. Pero estaba cansado de mi vida. Pensaba que era hora de dar y recibir amor y despertarme todos los días con la misma mujer a mi lado.

Todos los amaneceres, estaba con una mujer distinta en la cama pegada a mí. Tenía que hacer memoria para recordar su nombre. A veces, la llamaba por el nombre de otra, excusándome con que era una broma, pero no le hacía cambiar la sospecha de lo que en realidad sabía, pero que no lo quería admitir.

Estábamos en agosto. La discoteca se llenaba todas las noches; de hecho, teníamos que colgar el cartel de “completo”, y sólo podía pasar gente autorizada por mí.

Una madrugada estaba recorriendo la zona VIP, cuando alguien me tocó por detrás el hombro. Me giré y me dijo.

____ ¿Me recuerdas? Perdona si te interrumpo, pero sólo quería saludarte y darte las gracias por tu amabilidad la otra vez que estuve aquí.

Su voz, su perfume y aquella cercanía de su cara al inclinarme para escucharla, me despertaban de la monotonía de la noche.

____ ¿Tú eres quizás Rosana?

Sentí alegría, y aún más ella al pensar que no la iba a reconocer.

____ ¿Y tú Álvaro? -sus besos, de nuevo en mis mejillas, sonriéndose.
____ ¿Quieres beber algo?

Fingimos deliberadamente, y todavía no sé por qué, quizás por orgullo, pero ambos sabíamos quiénes éramos. La cogí de la mano y me encaminé hacia mi oficina. Pero, de pronto, a punto de llegar me paré, la miré y le dije:

____ Me gustas demasiado para jugar contigo. ¿Te gustaría hacer un viaje conmigo a alguna playa, tal vez una del Sur? -le pregunté.
____ Y por qué no -respondió.

Y eso que se dice y se redice por esos mentideros del cabrón diablo, e incluso por boca de algunos románticos empedernidos, que no es verdad, que es mentira que existe el amor a primera vista.



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Mensaje  achl Mar Ago 18, 2020 1:08 pm


Sólo escritos eróticos Escrit39


Inesperado enchufe carnal en el aire


“¿Es ella? ¡No, no puede ser, seguro que no...! ¿O sí?” -pensé.

Y es que se parecía un montón a la chica de las noticias deportivas de la tele local. Demasiado se parecía para ser verdad.

____ ¿Desea usted beber algo? -me dijo, de pronto, la azafata.

“A ti quisiera beberte y comerte entera”, pensé y le sonreí.

Me devolvía la sonrisa. No traía nada, bandeja ni carrito con bebidas o aperitivos, y sin embargo ofrecía tanto con el uniforme ceñido, que me deslumbraban las curvas de su anatomía.

____ Pues... No sé..., no… De momento, no. Creo... -mi portátil me temblaba entre las piernas, pero con el movimiento del avión no se notaba.

Sus ojos, tan cristalinos como aguas paradisíacas, seguían en mis ojos, invitándome a sumergirme en ellos.

____ ¿Qué es lo que crees que no o que sí?

Ya me tuteaba. Me sonreían unos labios tan rojos como la sangre que bombeaba en mi polla. Y su sonrisa, más que de cortesía, la vi insinuante, por cómo enarcaba las cejas, por cómo me miraba y movía la testa. Quizá le resultaba divertido, o quizá me viese atractivo. Vete a saber…

____ No... No… Perdona… -titubeé, también, tuteándola-. Quiero decir que no, que no me apetece nada en este preciso momento, o sea, ahora... o sea, que no… o sea que no me traigas nada…

Su melena pelirroja se deslizaba blusa entreabierta abajo marcando pezones, que desando estaba yo de comerme a bocados esos botones empinados.

____ No te ofrecí la carta, pero ya veo que tienes “muy claro lo que no quieres y lo que sí quieres...”. –me dijo, matizando e insinuándoseme.

Uno de los jugadores del equipo de fútbol alzó la mano por ahí delante, y ella hizo un ademán de marcharse.

____ Sí... No... Quiero decir que no, que no voy a tomar nada… Gracias. Pero sí que quería preguntarte...

“¡Jo, ¿cómo se llama la tía de las noticias?”, pensé. No lograba acordarme, y hubiese podido buscarlo en Google, pero se habría dado cuenta. Es que no me quitaba ojo de encima, sin pestañear...

____ ...no, nada, déjalo. Perdona. Cuando consiga acordarme, te llamo y te lo digo, ¿vale? -añadí.

No pude ni quise evitar fijarme una vez más en cómo se le marcaban los pezones en la fina blusa. Mis ojos se salían de sus órbitas.

____ Pues vale –me dijo, y contoneándose se fue hacia el asiento del futbolista que la llamaba, sin dejar de mirarme, incluso volviendo la cabeza.

Me volví como poseso para buscar a mi amigo. Tenía que preguntárselo, tirarle de la manga y decirle cuánto se parecía la azafata a.… a.… a… la tía de las informaciones deportivas, como quiera que se llamase. Pero mi amigo estaba ocupado bebiendo Chivas y riéndose con sus estrellas del fútbol. Y no le podía culpar. No todos los días se gana un viaje en el avión privado del Real Madrid.

A mí no me gusta el fútbol. Pero cuando mi amigo ganó el sorteo de un viaje para dos personas, se le presentó un enorme problema: no tenía esposa ni novia que le acompañase, ni hermano ni parientes cercanos. Así que me pidió que me fuese con él. No me apetecía mucho ver el partido, que su equipo iba a jugar al día siguiente, ni el viaje a Sevilla, por bonita que era la ciudad y agradable su clima, ya que era un sábado de primavera. Pero desde que vi aquella belleza pelirroja, me entraron unas ganas locas por gozar yo también del premio, además de que desde ese momento me gustaba el fútbol, sobre todo las reporteras del fútbol…

¡Y míralo, joder, qué tío!, lo bien que se desenvuelve con la plantilla, y hasta con el entrenador, el ayudante del entrenador, el psicólogo, el masajista, el utillero, incluso hasta el médico.

Era claro que con mi amigo no podía contar, le veía demasiado ocupado tratando de que uno de los nuevos fichajes del Real Madrid (no el de los abdominales como una tableta de chocolate, sino el otro; soy terrible para recordar nombres) le enseñase los movimientos de piernas de uno de sus famosos regates.

Así que busqué el nombre de la chica en Google. Al principio no tenía claro cómo hacerlo, pero recordé que mi amigo me había pasado vía e-mail el enlace de uno de sus vídeos, y me había dicho que era una parte de los noticiarios deportivos de un canal local. Error por su parte, porque en su momento estuve a punto de no abrirlo, y a él le habría bastado con decirme: “oye, Manolo, mira lo buena que está la tía de los deportes de la televisión local”.

“¡Ya Manolo, ahora caigo, Rocío se llama Rocío!” -lo recordé, súbitamente.

Pero el vídeo no cargaba bien, y tampoco había tomas en las que pudiese verle con detalles la cara. Ahora, que para saber que tenía un cuerpazo no hacía falta tan alta definición. ¡Hostia, qué tía! De todas formas, seguía sin tener claro si la azafata y ese pedazo de mujer de las noticias deportivas eran la misma persona. Aunque, eso sí, se parecían horrores.

Podía preguntarle a ella, ¿pero, le qué iba a decir? “Perdón, azafata, ¿tú eres Rocío, la chica que presenta las noticias deportivas enseñando parte de tus tetas?'. Y esto sonaba chungo y podría recibir una hostia. Me veía cual quinceañera abordando a uno de los afamados peloteros: “¿tú eres...? ¡Síííí, eres tú, eres tú! ¡Eres fulano de tal del Real Madrid, ¿me firmas un autógrafo en una cacha?!”.

Pero tenía que hacerlo. Por nada del mundo quería quedarme con semejante duda. ¡De eso nada!

Apagué mi portátil, lo dejé sobre mi asiento y me levanté discretamente. No veía a “mi azafata” por ningún lado, y como no quería pulsar el botón de asistencia y que se presentase otra azafata, me encaminé directamente a los aseos, sorteando a tres futbolistas que estaban en medio del pasillo. No había bebido demasiado antes de embarcar, pero en los viajes en avión nunca se sabe cuándo a uno le van a entrar ganas de orinar. Y si no meaba, me remojaría la cara o algo, a ver si con eso se me aclaraban las...

Y allí estaba ella. En el aseo, frente al espejo.

____ Perdón -me disculpé e hice ademán de cerrar otra vez la puerta, pero tanto la había abierto que se encontraba fuera del alcance de mi mano. Y ya no me atrevía a dar ni un paso más.

La azafata se giró y me sonrió, con la misma insinuación de antes.

____ ¡Ah, otra vez tú...! No te preocupes -me mostró un pintalabios-. Sólo me estaba retocando un poco los labios, que no veas cómo les gusta a los futbolistas que les dé un par de besos con carmín rojo.

Se mordía el labio inferior. Y no sé por qué hacía eso. Tampoco sé cómo me atreví a preguntarle tranquilamente lo que sigue a continuación después de haber invadido su intimidad:

____ Bueno, como veo que eres una chica simpática y agradable, ¿puedo hacerte una pregunta?
____ Por supuesto. Dispara.
____ ¿Cómo te llamas?

Noté una cierta picardía en su sonrisa. En realidad, su cara en sí era una picardía, y también risueña y seductora. Me ponía a cien cómo arqueaba el brazo y lo apoyaba en su cintura. Se volvió hacia mí y me preguntó a su vez:

____ ¿Y por qué quieres saberlo?
____ En realidad, me parece que ya lo sé. Sólo quería confirmarlo.
____ Tú crees saber muchas cosas sobre mí, ¿no?
____ Tal vez, pero…
____ En ese caso, te propongo un juego -me interrumpió y cerró la puerta del aseo, conmigo dentro-. ¿Qué te parece si nos apostamos algo? -añadió.
____ ¿Apostarnos algo tú y yo?
____ Sí, tú te quedas afuera y me dices todo lo que sabes de mí, y por cada cosa que aciertes me quito una prenda del cuerpo, pero cada vez que falles, serás tú quien se la quite, y además con todos esos jugadores de ahí afuera al loro.

Abrió de nuevo la puerta y la cerró contra mis narices, dejándome pasmado. No me lo podía creer. No podía pensar, y menos aún con la erección tan brutal que tenía.

Bien, el caso es que ella no llevaba pulseras, ni pañuelo, ni reloj, incluso me había parecido que iba descalza allí dentro. Si jugaba limpio, con pocas preguntas la dejaría sin su minifalda y su blusa, ajustadas, con el escudo del equipo, y sin todo lo demás. ¡En pelotas vivas, vaya!

____ ¡Venga, empieza! -me dijo, alzando un poco la voz.

Tuve que pegar mucho mi oreja a la puerta para poder escucharla con el escándalo que había dentro del avión y con el ruido de los motores.

____ ¡Vale! ¡Te llamas Rocío! -comencé fuerte.

Tardó en responder. Tragué saliva.

____ ¡Bingo, 0-1! ¡Ya veo que en este juego llevo las de perder, pero aún me quedan prendas! ¡Continúa!

____ ¡Ahí va! ¡Presentas los noticieros deportivos en un canal de televisión local, más concretamente en la Televisión del Real Madrid!

Seguro que empezará a vacilar conmigo. En realidad, no se parece tanto a la chica de los deportivos. Y ahora me dirá que he fallado, que me toca a mí quitarme una prenda y...

____ ¡Bingo de nuevo! ¡¿Pero cómo sabes tantas cosas sobre mí?
____ ¡Por Internet, pero... -el corazón me latía con fuerza-, ¿puedo entrar al aseo para preguntarte otras cosas que no estoy tan seguro?!

Creía que se iba a rajar y que a su vez le estaba siguiendo el juego. Pero la puerta se abrió lo suficiente como para que yo pudiese pasar sin problema.

No dijo nada. Cerré la puerta y me vi arrinconado con aquel pibonazo. El aseo era tan pequeño que no tenía por dónde escapar, ni yo quería escapar. Sólo llevaba minifalda, ni blusa, ni bragas, ni sujetador. Sus piernas eran tan largas como la cola del avión. Empecé a recorrerlas con las dos manos. De pronto, volcó sus tetas sobre mi pecho, al mismo tiempo que su mano izquierda se iba directamente a mi bragueta.

____ ¿Te gusto? -le susurré mientras le bajaba la minifalda.
____ Tú has ganado, ¿no? -dijo por respuesta, ayudándome con la ropa-, así que ya me he desvestido entera y puedes hacerme lo que quieras... Tú mandas ahora. Soy toda tuya.

Deliberadamente, me dejé envolver por su fragancia, por sus manos cálidas, que se deshacían con destreza y sin ningún tipo de problemas de la alargada cremallera de mis vaqueros, para sobre la marcha ir en la búsqueda de mis calzoncillos, pero con idéntica habilidad. De pronto, empezó a trabajarse mi entrepierna.

Vigilé la puerta. Las prendas de azafata esparcidas por el suelo. Sus ojos azules, sus miradas de un deseo irrefrenable. No pude contenerme más y la abracé fuerte, casi la ataqué. Soltó un larguísimo suspiro y se echó en un rincón, de espaldas a mí. La sujeté por las caderas y empecé a chuparle el cuello. Se estremecía. Y no sé ni cómo, pero acabamos follando a cuatro patas.

“No me reconozco a mí mismo; debo parar esta locura, o al menos ir más despacio, seguir haciéndole preguntas”, pensé. Pero ella sólo quería que no me parase y que siguiese follándola. Me ponía a mil sus gemidos, pasando a rugidos, suplicándome… ¡más, más, más, más, más! “Nos van a oír, nos van a pillar follando en este cuchitril”, pensé de nuevo.

Pero si todo esto era una ensoñación tórrida, o una fantasía erótica duermevela, o un desvarío mental, todavía no había acabado de desvariar.

Me acordé qué se me olvidó echar el pestillo, pero, de pronto, se abrió la puerta y apareció ese jugador mulato del Madrid; sí, ese de pelo largo y nariz chata. Nunca consigo recordar el nombre de ningún futbolista, y no me importa. Pero, bueno, me ahorraré explicar al detalle cómo se hizo el despistado, cómo no nos preguntó qué era lo que estábamos haciendo, en lugar de salir corriendo, aunque sólo fuese para contárselo a sus colegas.

Si me lo hubiesen dicho, nunca me lo hubiese creído. Todo aquello era tan absurdo, como el libreto de una película porno, en la que se ponen a follar, sin ton ni son, y sólo con cualquier tonta excusa.

Tampoco me meteré en ningún tipo de detalles de cómo ni por qué dejé que aquel mulato melenudo me hiciese lo que me estaba haciendo. Sólo diré que súbitamente me acometió con fuerza por retaguardia, justo cuando estaba a punto de gritar de placer; y al final grité, ¡vaya si grité, y bien que grité!: una explosión de gozo que se dividió en varias explosiones, y estas a su vez en algunas más, y así hasta el infinito. Sentía una extraña sensación al verme invadido de pronto y con fuerza por mi culo, con entradas y salidas vertiginosas y llenas de lujuria, sin siquiera un engrase previo, aunque con saliva fuese…

La verdad, sinceramente, no sé describir de mejor manera las estrellas que vi, y no precisamente de fútbol. Me incliné sobre la espalda de Rocío, si es que este era su nombre, cogí su melena pelirroja, la cual se balanceaba y se me escurría entre los dedos, al ritmo de una danza frenética a tres bandas. No se me ocurrió preguntarle al futbolista si era maricón, ni cuál era su nombre, ni qué me estaba haciendo… Y tampoco sabía si el avión se había detenido en el aire, o si éramos nosotros tres los únicos que imprimíamos el movimiento.

Pero me importaba un carajo si estaban escuchando nuestros gemidos, o nuestros rugidos y hasta nuestros aullidos. Lo único que quería y lo estaba consiguiendo era cerrar fuertemente los ojos y fundirme entre aquellos dos cuerpos sudorosos, hasta que las fuerzas nos abandonasen a los tres y cesasen las risas y las voces de afuera, los ruidos de los cuatro motores, las conversaciones, las bromas, los chistes e incluso los pensamientos. ¡Todo, joder!

Mientras regresábamos a Sevilla, recuerdo que mi amigo me dijo que había gozado muchísimo de su experiencia con el equipo del Real Madrid, a la vez me preguntaba qué tal me lo había pasado yo.

Y me quedé mudo, no sabía qué responderle. Así que opté por soltar una larga carcajada, sin parar. Y mi amigo me miraba, entre sorprendido y preocupado, como pensando que, de pronto, me había vuelto loco.



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Mensaje  achl Mar Ago 18, 2020 11:05 pm



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Inesperado trabajo y “bien” remunerado

Mi trabajo no era gran cosa, pero me daba la oportunidad de conocer gente en la calle y me relacionaba para lograr otro mejor. Trabajaba en una cuadrilla de poda. Los días de lluvia y de viento nos quedábamos en nuestro almacén revisando las herramientas y las motosierras. Conseguíamos para todos algún dinerillo extra por vender la leña que cortábamos de los árboles.

Aquel día, el camión donde llevábamos las motosierras llegó más tarde de lo normal Luego de desayunar cargábamos las tres motosierras, nos subíamos al camión y nos dirigíamos hacia el lugar destinado para la tarea.

En el trayecto bromeábamos con cosas que le haríamos a una mujer. Los manoseos entre nosotros eran cosa normal. Bromas, no mariconeo.

Vimos en un nogal uno de sus potentes brazos roto hacia la calle, existiendo peligro de caída, y como ya había muerto gente por este motivo, cogíamos dos motosierras y trabajábamos hasta derribar aquella bestia vegetal.

Uno de los que tenía que trepar con una potente motosierra en las manos, era yo. Paco y Pepe se dedicaban a parar el tráfico mientras duraba la tarea. Pasados pocos minutos, el brazo caía con tanto estrépito que hasta hacía temblar el suelo.

Por el fuerte ruido, una vecina salió asustada de su casa. Vio el panorama desde su porche. Nos vio desmenuzarlo en sólo tres minutos y bajarnos del nogal.

El frío del otoño se hacía sentir. Antes de acudir al tajo, comprábamos una botella de coñac para mantenernos calientes, pero aquel día nadie se acordó de comprarla, y yo estaba muerto de frío.

La vecina que se había asustado, vestida con anorak rojo, entró de nuevo a su casa moviendo el culo. Era atractiva. Tendría sobre cuarenta y tantos años, y su culo era redondo. Era una de esas maduras que, aunque no son precisamente bellezas, sí lo suficiente para poder imaginarte una fantasía sexual con ellas.

Nosotros, absortos en nuestro trabajo y con las risas clásicas, seguíamos con lo que estábamos enfrascados, pero grande fue nuestra sorpresa cuando la vecina salía de nuevo a la calle portando una bandeja con tres tazas de porcelana y sus cucharillas, una cafetera humeante y un azucarero con azúcar, todo a juego.

Mi sorpresa fue mayor cuando al mirarla vi que un tanga negro se traslucía a través de la tela ajustada, y también cuando vi dos pezones firmes empujando la camiseta que llevaba. En la ojeada anterior, no había visto nada de eso.

Y mi polla al loro estaba. Era habitual en nuestros trabajos que algunas vecinas nos ofreciesen café o leche caliente. Todos los del equipo éramos hombres con brazos fornidos, para así poder manejar maquinarias pesadas o grandes motosierras, y los sudores por la dureza de nuestro trabajo nos hacían hombres apetecibles, como ya le habíamos escuchado decir a una cincuentona.

Me acerqué, aún con la motosierra encendida en mi mano. La apagué y la dejé en el suelo. Después cogí una de las tazas.

Los otros se habían servido ya y bebían sus cafés conversando a varios metros de mi posición, de modo que estaban ausentes de nuestra posible conversación.

____ Perdona mi atrevimiento. Os vi trabajar muy duro a la intemperie y entonces decidí prepararles algo caliente para los tres -me dijo.

Le miré la cara. “No tiene arrugas”, me dije.

____ Agradecemos mucho su detalle, señora -respondí, revolviendo el azúcar de mi taza con una cucharilla de plata.
____ Ese árbol te ha cansado mucho, ¿verdad? -me preguntó.
____ El árbol en sí no cansa mucho, sostener en los brazos la motosierra encendida y en marcha es lo que agota -respondí.
____ Pobre -me dijo en tono maternal-. ¿Qué edad tienes? Pareces joven.
____ Cumpliré veintitrés el mes próximo.
____ ¡Oh, eres un niño aún! -y esbozó una sonrisa insinuante.
____ No tan niño. ¿Y usted cuántos tiene, señora? -le pregunté.
____ A una mujer no se le pregunta la edad. Y no me digas señora. mejor Carmen.
____ Perdón, Carmen.
____ Perdonado. Y también puedes tutearme. ¿Cómo te llamas?
____ Dani o Daniel –respondí después de beberme el resto de café que quedaba.
____ ¿Quieres un poco más?
____ No. Muchísimas gracias. Ahora tengo que seguir trabajando.
____Al menos descansa un poco. Si necesitas algo, sólo tienes que pedírmelo.
____Ya que se ofrece, me gustaría ir al baño a mojarme el pelo y quitarme el aserrín del árbol, si no es molestia para usted -le dije.
____ Ninguna molestia. Al contrario. Sígueme. Pero no me hables de usted.

Mis colegas me miraban con ojos de envidia, sabiendo que probablemente “no me iba a quedar quieto”. Pero mi primera intención no era esa, sólo quería quitar toda la porquería de mi cabeza.

Su casa era lujosa, y estaba a excelente temperatura por la potente calefacción. Olía a perfumador caro, y a vicio quizás. Carmen señaló el baño y me fui hacia él. Entré y cerré la puerta por dentro. Me mojé la cabeza, oriné y salí no bien terminé. Carmen esperaba en la puerta. Al verme de nuevo, se quedó mirándome fijamente.

____ ¡Qué bonito tu pelo! Con ese pelo y esos ojos que tienes, debes tener muchas mujeres rendidas a tus pies.

Le sonreí, como de agradecimiento por el piropo.

Me miraba el paquete y se relamía los labios con la punta de la lengua. Gesto que no era la primera vez que me lo hacían, pero esta vez me estaba excitando.

____ Eres muy hermoso -me dijo, con toda la naturalidad del mundo-. Te estuve espiando mientras estabas en el baño -y se acercó más a mí.
____ ¿Con qué intenciones? -pregunté, aunque la respuesta era obvia.
____ Diviértete averiguándolas -contestó acariciando mi bulto sobre el pantalón.

Le separé el pelo que le caía al costado, y comencé a trabajarle la piel con la lengua. Carmen se estremecía, pero se apartaba poniéndome las manos en el pecho.

____ Aquí no. Ven -me cogió de la mano y me dejé llevar hasta un cuarto. La cama era enorme, y una tele plasma de 37 pulgadas empotrada en la pared. Me lanzó con vehemencia contra la cama. Caí de espaldas, rebotando levemente.

Se puso a mi lado y empezó a quitarme toda la ropa. Las manos le temblaban, como de impaciencia.

Después de haberme dejado en bolas se recreó con mi polla, tocándose el coño por encima de las bragas con dos dedos, que luego chupó lujuriosamente.

Le quité el sujetado; dos tetas grandes quedaron libres con sus pezones tiesos, que saboreé y me iba excitando con los gemidos que ella iba emitiendo.

Le quité el pantalón chándal y el tanga humedecido en la parte delantera quizá por un orgasmo con urgencia.

Le separé las piernas acariciándole los muslos, pero se erguía y llevaba mis manos a sus tetas. Me dediqué a hacer lo que más me gusta: lamer cuerpos de mujeres con la lengua, mientras ésta de turno se retorcía de gusto.

Me cogió el pelo y llevó mi boca a su cueva, que lamí por todos lados y que después me centré en su coño, abierto, depilado y húmedo. Con mis dedos separé los labios, apareciendo un clítoris palpitante y empecé a catarlo. Carmen se acariciaba las tetas y rugía escandalosamente.

Cuando una nueva corrida llamaba a todo pulmón a su puerta, se levantó y se puso a cuatro patas, mostrándome su redondo culo.

____ ¡Penétrame! -gritó.

Me humedecí con saliva el glande y separé sus nalgas, viendo cómo su ano estaba muy abierto y mojado por los flujos de su orgasmo anterior. Lo acaricié con la polla, y Carmen se hundió en el colchón, brindándome todo su cuerpo. La penetré lenta y suavemente, pero sin parar.

Al moverme dentro le arrancaba aullidos, pero me pedía más adentro aún. Le hundí la polla hasta los huevos, emitiendo ella unos aullidos que me taladraban el cerebro, volviéndome majareta.

Así estuvimos varios minutos, hasta que me corrí bestialmente. Retiré mi polla con igual lentitud que la había metido. Ella me puso boca arriba y se subió encima de mí, más humedecida que antes y empezando a hacer movimientos sobre mi vientre, volviéndome más loco que la vez anterior.

Jamás había visto una mujer madura moverse con tanta velocidad. Al poco, cuando sentía que le venían las contracciones de un nuevo orgasmo, dejé de contenerme y acabé yo también por segunda vez. Se bajó de mí y se recostó, con signos evidentes de agotamiento.

Empecé a vestirme, sabiendo que mis colegas se estarían preguntando qué diablos habría pasado conmigo, pero se lo imaginarían.

A aquella maciza madura le prometí con devoción y convencimiento que regresaría de nuevo y lo antes posible.

Luego de darnos el último beso, cogió una billetera que había sobre la mesilla de noche, sacó de ella un billete de 100 euros, lo puso en mi mano y me dijo:

____ Con eso puedes invitar a una buena cena a alguna chica de tu edad. Pero no dejes de visitarme, porque por cada vez vengas y hagamos lo mismo que hemos hecho hoy, recibirás esa misma cantidad de dinero.

Por la espera, unos veinte minutos, de mis dos compañeros y porque yo soy una persona altruista, esta vez repartí los cien euros entre los tres, sin explicarles con pelos y señales cómo los conseguí.


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Mensaje  achl Mar Ago 18, 2020 11:26 pm



Sólo escritos eróticos Escrit42


Chica adinerada ninfómana

Cuando se vació en ti aquel individuo guarro y sin escrúpulos, el poco pudor que te quedaba se esfumaba. A él lo insultaste, y con asco te limpiaste las inmundicias que escurrían entre tus piernas

Nunca has pensado por qué después de hacer el amor, si a esto se le puede llamar amor, te asalta una fuerte repulsión, un insatisfecho deseo que se diluye al acabar la cópula. Tu manifiesta ninfomanía queda en evidencia por el ego de los que buscan en los pasatiempos del sexo y la lujuria sus orígenes y sus causas.

Después de follar con tu último amante, tu minifalda vaquera acabó con manchas blancas, una secuela inequívoca de la frustrada batalla carnal. Preludio de algo que nunca llega a explotar. Pero tú siempre piensas que la próxima vez te irá mejor.

____ ¡Úrsula...! ¡Úrsula!...
____ ¡Úrsula, regresa! -se oye la voz iracunda de aquél tipo.
____ ¡No me sale del coño! ¡Me das asco, tío!
____ ¡¿Qué es lo que has dicho?!
____ ¡Olvídame, cabrón!
____ ¡Me las vas a pagar, hija de puta!
____ ¡El hijo de puta eres tú!

Compruebas una vez más lo fieros que podemos ser los hombres cuando nos dejan a medias. Sonríes satisfecha y corres a todo gas.

Fuera, la luz del mediodía baña tu perfecta figura. El tiempo ha sido benigno con tus 35 años. Despides sensualidad, o voluptuosidad como se dice también.

Tu cabello caoba reposa sobre tus hombros. Tu escasa indumentarias es incapaz de cubrir la despierta desnudez de tus carnes duras y morenas. Resumes en poesía lo espectacular de tu cuerpo, que atrae a los transeúntes por donde quiera que pises.

Te aligeras en buscar un taxi. Es visible el mohín de tu cara al estirarte de puntillas al acecho de que llegue uno: el mío.

Fue así cómo te vi por primera y única vez, y por cómo supe de tus escarceos para saciar el apetito sexual de tu gastada flor, medio cubierta por las tiritas finas y transparentes de tu tanga.

____ ¿A dónde la llevo?
____ ¡A cualquier lugar menos aquí!

A esas horas de la madrugada, el tráfico era fluido. Mi coche, mi viejo amigo, siempre me obedece. Pero, jornada floja hoy, pocos servicios. Por eso no me importaba lo inexacto de la dirección. Conduje en forma despreocupada. Aznavour sonaba en la radio de mi taxi y, aunque no entendía nada, me parecía nostálgica la letra.

Íbamos callados. Mirabas altanera el paisaje citadino, con aire desdeñoso de una áspera vanidad. De tu lujoso y costoso bolso, sacaste un paquete de cigarrillos mentolados, cogiste uno, pero no tenías encendedor.

En un semáforo rojo me giré y te acerqué fuego. Dos bocanadas seguidas de humo de mentol invadieron nuestros pulmones.

Hasta ese momento, no habías reparado en mi persona.

____ ¿A dónde me llevas?
____ A cualquier lugar menos allí.

Te respondí de la misma forma que me preguntaste. Me miraste y, por el retrovisor, me pareció ver una sonrisa cómplice en tu cara, de bellos ojos y de boca con labios devoradores.

____ ¿Cómo te llamas? -me preguntaste.
____ Antonio. ¿Sigo por aquí o prefiere otro camino? -añadí, preguntando.
____ Sigue por aquí.

Nunca uno había entendido dónde ir después de estar en ningún lado. Fumaradas mentoladas salían de tu boca, directas al techo del coche. Sin que te lo preguntase, me dijiste tu nombre.

____ Me llamo Úrsula.

Entramos a un barrio conflictivo, famoso por el desprecio que se tiene a sí mismo. Después de tantas vueltas y de tantos cambios en la caja de cambios, la aguja del combustible se acercaba peligrosamente al último punto rojo.

Entré a una estación de servicios.

____ ¿Cuánto? -preguntaron.
____ Lleno -dijiste tú.

Aquel mirón, empleado de aquella gasolinera, intentaba ver más de lo que tú enseñabas. Pero tú pasabas de él. Ni te inmutaste ni cambiaste de postura. Seguías con las piernas cruzadas. Tu escote era generoso.

____ Ten.

Tu mano, de dedos ágiles y de largas uñas, extendía un billete de los grandes, lo que bastaba para rozar la tibieza de tu piel. Mi pene se regocijaba ante la esperanza de posibles emociones placenteras.

De nuevo en ruta, algo irreal parecía colgar caprichoso en el ambiente nocturno de la madrugada, que ya iba muriendo. Entró mi coche a una calle medio oscura. Enfrente había un lujoso hotel, que se alzaba majestuoso.

____ ¡Ahí, ahí! ¡Para ahí! -me dijiste, casi suplicante.

Sonó tu voz. Y yo obedecí. La calle estaba vacía, como vacía estabas tú por dentro. Eso no te importaba. De pronto, nuestras bocas se buscaron y se encontraron, y con un beso ansioso se saludaron. Delicadamente, una de mis manos entró por entre tu falda vaquera y tu tanga azul. Deseoso, te miré, asentiste y me aferré a tu caliente vagina; y tú, con total determinación, cogiste mi pene, tras salvar mis calzoncillos. Y luego te lo metiste en la boca e hiciste con él lo que te apetecía hacer: devorarlo.

No sé si fueron, cinco, diez minutos o una hora lo que duró aquello. Pero todo lo que empieza acaba...

Nunca encontraré una respuesta. Siempre quedará la interrogante en torno a lo que ocurrió. O peor aún: nunca ocurrió nada.

Y, sin embargo, te despediste de mí con un cariñoso beso, y después te dejé a las puertas del lujoso hotel. Tú pagaste la gasolina, y yo me quedé con el cambio. Y, para mi satisfacción, te percataste de que no todos los hombres somos como aquél guarro con el que tuviste un diálogo obsceno. En mi caso, desde que te recogí con mi taxi, he sido todo el tiempo correcto. Y cuando decidiste tener intimidad conmigo, comprobaste que soy aseado, y eso que llevaba más nueve horas seguidas transitando con mi coche, con el añadido de que he descargado la vejiga tres veces.


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Mensaje  achl Miér Ago 19, 2020 12:33 am



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La Masajista y sus nuevas técnicas japonesas

Llegué a la mansión de los señores García (ubicada en una urbanización VIP a las afueras de Sevilla capital) a la hora convenida. Mi maestra y amiga, Luisa, había pedido al matrimonio García una cita para mí, con idea de que empezase a abrirme paso en este oficio de masajista, con unas revolucionarias técnicas japonesas encauzadas a un estilo de vida pura y basadas en la filosofía y los medicamentos orientales. Y así se entregaba una servidora a diario, a dar alivio a mis semejantes. Por supuesto, cobrando una minuta por mis servicios prestados.

Tenía yo por aquel entonces 21 años. Aquella tarde estaba muy nerviosa, porque los señores García era gente influyente y adinerada, y yo quería causarles una buena impresión como profesional en masajes.

Como era julio, iba vestida con blusa blanca y minifalda negra, tangas y sujetador, negros, y sandalias negras de tacón. Una melena azabache y piel morena hidratada con aceite, y brazos y tobillos adornados con pulseras y otros abalorios de bisutería fina que había comprado en mi último viaje a Ibiza, todo eso completaba mi imagen, excepto la blusa. Me sentía a gusto por cómo iba vestida, poco provocativa. Siempre me ha gustado el negro para mi ropa cada vez que tenía que acudir a una cita de trabajo, que en mi vida particular no siempre lo usaba, a no ser para alguna fiesta de postín. El negro estiliza la anatomía de toda mujer.

Llamé al portero electrónico del portón de aquel suntuoso e inmenso chalé, que se alzaba entre pinos centenarios en un paraje de lujo. Me abrió una doncella con cofia, y a pocos metros de ella se iba acercando la señora García: una esbelta mujer, frisando los 50, elegante, refinada, amable. Juntas las tres entrábamos a la vivienda, que se encontraba limpia, reluciente, fresca y silenciosa.

Me decía la señora García durante el trayecto hacia el chalé que tenía que comenzar primero el masaje a ella, y luego a su marido, Don Alfonso, que estaba en la cama debido a un ataque de lumbalgia. Pensé que la señora quería comprobar mis capacidades antes de someter a su esposo a mis enérgicas manos.

Me llevó a un cuarto en el que había una cama alta y pomposa. Supuse que sería su dormitorio porque había diferentes objetos femeninos en un mueble de caoba. En la cama se tumbó supina, sólo con un camisón azul de seda, y yo procedí a iniciar el masaje, empezando, como solía hacer siempre, por la nuca y las sienes. Su energía estaba en equilibrio, por lo que no era necesario trabajar con demasiado dispendio.

Relajada estaba la señora. Me habló acerca de Luisa, de cómo se habían conocido, de su esposo, y de otras trivialidades. Su cuerpo iba cediendo a la suave presión de mis palmas. Su piel era morena y cuidada, y perfumada con ese costoso perfume “de los tres Quizás”. Iba tocando todos los puntos de su cuerpo, en especial los pies, y esto la llevó a un estado de relajación, dejándose mecer por el tintinar de mis pulseras. Una vez que había terminado con ella, después de unos cuarenta minutos, cogí una sábana y la tapé, se quedó dormida en el acto. Cerré despacio la puerta y me fui hacia otro dormitorio, donde antes la señora me había presentado a su esposo.

Aquella habitación era más amplia que la otra, pero acogedora también, y además estaba lujosamente equipada. Suave brisa soplaba las cortinas de un ventanal entreabierto. El señor, medio desnudo, yacía en la cama, sólo llevaba puesto unos calzoncillos negros de la marca “La Perla”.

Entré en silencio y quedé pasmada al ver aquella escultural figura bronceada y tendida. El señor llevaba bloqueado dos días tras haber estado cortando el césped de su jardín, según me había comentado su esposa. Era un hombre de tres o cuatro años más que su mujer. Aun tumbado, veía que era alto, y ya a su lado podía ver unos ojos verdes de ensueño, una piel morena, y un cabello moreno con algunas canas en las sienes. Un porte impresionante. Con esfuerzo, lo puse boca abajo y me inicié a masajear la parte dolorida, comenzando con suave presión por los discos. Su aura rebosaba energía.

El contacto con su piel me causó un hormigueo en mis pezones; se me erizaron. Maldije mi blusa transparente, bajo la que era difícil esconder mis hermosas, pero erguidos tetas. Mientras movía las manos por su columna, uno de mis tetas topaba con su espalda. Mis pezones estaban erectos y sus aureolas grandes y oscuras pegadas al sostén. Vi que a Don Alfonso se le aceleraba la respiración. Pasé a las piernas y los pies evitando el contacto con los muslos, y así ir viendo si cedía mi excitación. Pero un deseo se adueñaba de mí flaqueando mis fuerzas, que hacía que no me concentrase. Llegó el momento de darle la vuelta para seguir con el resto del masaje, y de nuevo de la cabeza a los pies.

En estas nuevas técnicas japonesas, los genitales nunca entran en contacto con las manos; se quedan suspendidos para dejar fluir la energía sobre ellos, sin tocarlos ni presionarlos.

El señor seguía en silencio, pero me miraba con la respiración entrecortada a medida que su pecho se iba llenando de aire. Noté palmariamente que estaba excitado, y esto causaba palpitaciones en mi clítoris. Para seguir con el masaje en el vientre y las piernas, me arrodillé sobre el borde de la cama, pero le rocé sin querer la rodilla al tenderme sobre él. Seguí en el bajo vientre, y entonces pude ver cómo su dura y verticalizada masculinidad empujaba bajo los calzoncillos. No hablábamos, con la mirada nos entendíamos.

Desde ese momento, mi contactos cesaron Pero, de pronto, él llevó una de sus manos a una de mis tetas, la sobaba por encima de la blusa, cuyo pezón era roca. Cerré los ojos para sentir más placer del que me estaban dando sus dedos. Mi coño se estaba humedeciendo por momento estaba húmedo y sus labios hinchados. Me escurrí hacia su miembro, que, rozando mi teta derecha, se aposentó en su rosado glande, haciendo que se le pusiese más dura y erecta. Con la lengua lamí repetidas veces su glande rosado. Don Alfonso gemía.

El dormitorio de la señora estaba al otro lado del pasillo y yo temía que le diese por venir al de su esposo, pero el deseo mutuo era ya incontrolable. Así que me levanté la falda, y mis muslos a caballo sobre sus caderas; me aparté el tanga a un lado, cogí su dura verga y la metí en mi dilatado raja, soltando unos gemidos apagados.

Le dije que llevaría el mando para evitar que empeorase su espalda. Empecé a cabalgar a un ritmo lento, metiéndome entera su grueso pene, mientras él frotaba mi clítoris con dos dedos y con su mirada en el rebote de mis tetas. Y nos corrimos, pero sin pronunciar palabra ni sonido. Mientras iba hacia su escritorio, para ajustarme la ropa, me dijo que quería verme completamente desnuda, a lo que le respondí que no, que tenía miedo de que apareciese su mujer, pero que si quería darle gusto a su curiosidad regresaría otro día, barajando una posibilidad de que la señora no estuviera en la casa. Ingenua yo por mi precaución, cuando se veía palmariamente que eran un matrimonio de relación abierta.

Mientras iba caminando por el jardín rumbo al portón, la señora salió a despedirme y a pedirme que volviese de nuevo para concluir el tratamiento a Don Alfonso, que para entonces estaría ya más aliviado, y porque ella también necesitaba otro masaje, y así sentirse más liberada.

Regresé diez días después de aquello. Era un día fresco, aun verano siendo, así que iba embutida en un ceñido vestido rojo de entretiempo, abotonado por delante; una chaquetilla de punto, también roja, y sandalias rojas cubiertas. Muy conjuntada de rojo me presenté en esta ocasión, y además con aires de vampiresa.

Los García aguardaban cada uno en su alcoba. Por dentro, la casa en penumbra y con las ventanas entornadas. Saludé a Don Alfonso, que permanecía en cama. Me correspondía sonriéndose y penetrando sus ojos más allá de la botonera del vestido. Inicié el masaje a la señora. Vestía camisón celeste de raso con tirantes. Relajada, esperaba el contacto de mis manos. La veía tranquila. Ahora no me parloteaba, sólo mantenía los ojos cerrados, concentrada en los efectos que mis masajes le estaban procurando.

Me atraía su piel, que cedía bajo el calor de mis palmas. Cuando concluí su sesión abrió los ojos, que habían adquirido un brillo especial. "Sorprendentemente", me cogió la mano y la llevó directamente a su vagina. Me miró con ese tipo de miradas que sólo corresponde a un deseo sexual, y me dijo con voz dulce y suave:

- Sigue ahí, por favor.

Seguí agitándole los labios vaginales, tersos y calientes y encendido el clítoris. Se bajó el camisón y aparecieron dos pequeñas tetas, firmes y con los pezones de punta. Mientras le lamía el clítoris, embriagándome el sabor, ella hacía igual con mis pezones. Me excitaba pensar en el gusto que le iba a dar un orgasmo Después de agradecerme mi entrega y de despedirnos, la cubrí con una bata larga, se dio la vuelta y se quedó dormida y "de todo aliviada".

El señor, impaciente y caliente, esperaba. Le advertí que primero tenía que curarle la espalda y que luego ya veríamos. Tendido boca abajo hice contacto en la zona lumbar, donde la inflamación no existía ya. Acabé, y se incorporó. Le tocaba iniciar el juego a él.

- ¡Desnúdate! –me dijo con voz enérgica cargada de deseo.

Me desabroché de espalda a él, despacio y provocativa, los botones y el vestido caía. Me miraba en silencio, sobándose la polla enarbolada bajo las sábanas. Me quite, también de espalda, el sostén y tetas al aire. Me subí a su cama y posé mi coño en su boca, lamiéndolo furiosamente. De tanto gusto temí caer, y tuve que apoyarme en el cabecero. No paraba hasta no escucharme gemir y sentir los fluidos que salían y que corrían discontinuos a través de los muslos.

Me tumbó y empezó a recorrer, con boca hambrienta y lengua salvaje, todos y cada uno de los rincones de mi anatomía; lamía mis pezones erizados, perdía su cara entre mis tetas para poco después bajar a mis muslos. Se me puso encima y con un rápido movimiento de piernas abrió las mías, metiendo vehementemente en mi raja correosa su tranca poderosa. Arremetía con fuerzas. Con mis piernas enlazadas a su espalda, lo sentía en lo más hondo, contagiándome su calentura que me hacía vibrar, pero sólo las tetas las tenía descubiertas; el coño estaba cubierto con el tanga y parte del vestido, antes de penetrármela y después de sacármela.

Mantenía un ritmo inusual para su edad, y me acometía con igual ímpetu del inicio, hasta que, finalmente, nos corrimos a la vez, como en la otra ocasión. Permanecimos tendidos algunos minutos. Medio repuesto, cogió un bloc y una pluma, que estaban sobre su mesilla, escribió unas letras y extendió la mano.

- Esa es la dirección de un amigo mío. También él necesita un masaje de estos tuyos -me dijo con una voz, obviamente, cansada.

Me encaminaba hacia la puerta de salida al jardín rumbo a la calle particular, cuando la señora me detenía y ponía un sobre en mi mano:

- Ese dinero es por tus servicios. Y gracias por haberte molestado en venir a mi casa desde Sevilla.

Me sorprendí por el dinero, puesto que mis servicios me los había abonado ya Luisa. Confundida, entré a mi coche. Pero ya adentro me pudo la curiosidad, por lo que nerviosa rasgué el sobre y... ¡oh, 2000 euros en 4 billetes de 500 había en el interior! Y también había un papel escrito, cuyo texto decía:

"Mi marido y yo te esperamos una o dos veces al mes, como mínimo. Gracias de nuevo por todos tus servicios. Buen viaje de regreso. Un beso para tus labios".

A pesar de mi negativa de antes de empezar “el masaje completo, que tanto había relajado a mi paciente del lumbago”, y ya desposeída de la sábana en la que iba envuelta desde su alcoba hasta su escritorio, para ya allí vestirme de nuevo y arreglarme un poco el pelo, era cuando a hurtadillas me hizo Don Alfonso una fotografía de mi cuerpo entero, pero de espalda, cuya fotografía, haciendo gala el anfitrión de la casa de una amabilidad combinada con un atrevimiento, me la envió a mi WhatSapp desde el suyo. Y la verdad, sin modestia, es que tengo una espalda, unas caderas, un culo y unos muslos que quitan el hipo.


Esa de ahí abajo soy.



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Mensaje  achl Miér Ago 19, 2020 1:24 am



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¿Era la mejor forma de olvidar?

Aún no sé si era la mejor forma de olvidar, pero sé que me quería morir cuando me dejó. No entendía ni aceptaba que no me quisiese. Estaba convencido de que no existía en el mundo entero ninguna otra mujer que me hiciese sentir como ella, ninguna otra mujer a la que yo pudiese amar como a ella.

La primera semana la pasé en un asqueroso y lamentable estado de nervios y ansiedad. Saltaba cuando sonaba mi móvil. No me concentraba en nada. Lloraba por las noches hasta romperme, y cuando en la mañana despertaba, tardaba milésimas de segundo en reconocer que no era una pesadilla. Insufrible se me hacía mi trabajo. Pensaba que me iba a llamar, que regresaría, que se arrepentiría, pero los días iban pasando sin una noticia suya, así que la llamé yo.

Me respondió en tono frío y se mantuvo distante durante las palabras de cortesía que cruzamos. Pero no quería ver lo evidente, estaba ciego. No podía soportar la tentación de preguntarle si no me quería, y mis esperanzas se hacían añicos contra sus palabras: “verás… es que he conocido a alguien”. Esto fue lo que me dijo, la muy pendona. No recuerdo ya el resto de la exigua charla. La amaba y la odiaba a la vez, pero lo único que quería era olvidarla.

Es que había sido mi único amor, mi única novia, mi única amante, mi única… ¡todo…! Compartíamos amistades, gustos… Cuando me dejó, no sólo perdí a ella, mi vida perdí. Estaba furioso con ella, conmigo y con el mundo, así que decidí que tenía que hacer algo drástico y urgente para romper con todos los recuerdos que me atormentaban. ¿Me equivoqué? No lo sé…

Tiré todo lo que me recordaba a ella, dejé de frecuentar los lugares a los que íbamos juntos, me alejé de las amistades en común… Pero hacían falta algo más: quería olvidar su olor, su voz, su forma de tocarme, de besarme, de follarme... Y para olvidar sus besos, probé otros besos; para olvidar su olor, lo mezclé en mi memoria con otros olores; para olvidar su voz, conocí voces nuevas y frescas; y para olvidar su tacto, busqué sexo. Pero cuando encontré sexo, mi mente se empeñaba en comparar. Pero no desfallecía. Era vital para mí apartarla definitivamente de mi pensamiento…

Y es sabido que para buscar algo lo más indicado es Internet. Así que, entre contactos y chat, encontré candidatas donde elegir. No me llevó mucho tiempo hacer eso, y quizá por esto mismo fue un verdadero desastre. Al principio, claro….

Mi primera cita era con una chica de la misma edad que mi ex...

Quedamos en un conocido y céntrico bar de copas. Cuando llegué, ya estaba allí. Parecía más nerviosa que yo. La charla no fluía, la situación era incómoda, y era por eso, que me di cuenta de que había sido un error citarnos el mismo día que contactamos vía Internet.

¡Pero yo quería tirarme una tía! Lo necesitaba. Y no porque tuviese urgencia por follar, ni porque estuviese excitado, sino por despecho. Pero no tenía la más remota idea de a dónde acudir. Finalmente, follamos en un hotel cutre, con un catre mugriento: yo, piernas encogidas y echado de lado; y ella, pegada a mi culo. Nos desnudamos lo justo. No le di ni un beso, pero su coño buscaba ya mi polla. Ni siquiera nos rozamos, claro que mi pasividad tampoco ayudaba. Al poco, se corrió. Si no me lo llega a decir, ni me entero. Traté de ser amable y hablamos. Me dijo que no follaba desde años y que yo era su tipo de hombre. Por no reírme en su cara me levanté, me vestí rápidamente y salí a todo gas de aquella pocilga. Y por noche en mi casa, no sólo lloré por mi destrozado corazón, también lloré porque me sentía un gilipollas.

No me había ayudado en nada esa primera cita, pero suponía que sería por lo mal que había salido todo, así que al otro día me puse de nuevo manos a la obra, con idea de elegir otra candidata. Y esta vez sí presté más atención. Hablé con dos chicas por el chat de la red, y cuando decidí quedar con una de ellas, la llamé a móvil que me facilitó.

Era una chica arrogante, que contaba 34 años y que...

...buscaba sexo esporádico, sin complicaciones, y parecía tener experiencia en citas de este tipo. Quedamos en un típico restaurante y la invité a cenar. Era muy guapa, y sabía seducir. En todo momento me dejó las riendas, lo cual me hacía sentirme más seguro. Después de cenar, nos fuimos a su casa. Empezamos con unas copas. Me desnudó despacio, me besaba y me acariciaba, hasta conseguir excitarme. Recorrió todo mi cuerpo y se esforzó al máximo en proporcionarme placer. Me comió la polla sin dejar de besarme. Rara vez le había hecho sexo oral a mi ex, pero ella chica consiguió, sin ningún esfuerzo, guiar mi boca hasta su raja. Luego, tumbados en una alfombra roja, la penetré comiéndome sus tetas y su boca, que jadeaba. Me corrí. Sin embargo noche tan aparente y excitante, cuando llegué a casa, también lloré.

Al otro día pensé de nuevo en mi ex, por lo que decidí seguir con mi terapia particular. Puse un anuncio pensando en el siguiente finde, y así tendría más días para decidir con quién quedaba. Llovían las ofertas no bien lo colgué. Me paré a leer varias. Una de ellas la vi tan sincera y sensata que llamó mi atención. Contacté con la autora. Me gustó en persona, y después de un poco de charla, quedamos esa misma noche, pues estaba de paso en la ciudad.

Resultó ser una bella mujer: 40 años pero con un...

...aspecto juvenil, amable, risueña y tremendamente sexual. Bebimos whisky riéndonos y hablando bobadas. Parecía extraño que sin siquiera insinuárseme me sintiese tan atraído. Estaba loco porque me dijese: “vamos ya a follar”, pero pasaba el tiempo y seguía parloteando. Y cuando al fin pagué para irnos, me di cuenta de que eran sus ojos y su boca lo que me estaba atrayendo.

Anduvimos hasta mi auto, y cuando creía que no le había gustado y que nos iríamos a casa por separado, sentí su mano subiendo por mi nuca hasta mi cabeza. Me cogió del pelo y me echó hacia atrás. Se puso frente a mí y, cerca de mi oído me dijo “tío bueno”. Creía derretirme. Y allí, en pleno aparcamiento, conocí sus labios. Besaba con maestría. Pero no fue eso lo único que me hizo: me empujó contra el coche, me bajó los pantalones y se metió mi polla en su boca. Su hábil lengua lamía a un ritmo pausado, y sus manos abrían mis piernas, manteniéndome inmóvil. No era esta la primera vez que me la comían, pero sí era la primera vez que sentía un gusto disímil. Olvidé que estábamos en riesgo de ser vistos y me centré en gozar. Escuchábamos voces que se acercaban, pero pasábamos, y llegó un punto en que no podía más; le quité el tanga y entera se la metí. Vi cariño en sus ojos, y ella se pegó más a mí para sentirme. Mientras me besaba, me llevaba a otra posición, abrió la puerta del coche y se sentó con las piernas afuera. Me acomodó sobre sus rodillas de tal manera que al abrir sus piernas se abrían las mías. Separé su tanga para verle la vagina. Entre besos me lamía la polla. Luego de lograr que me corriese, le pregunté que dónde la dejaba. Pensé que nos íbamos a ir a su hotel, y así se lo hice saber, pero me dijo: “eso mañana; hoy te lo piensas”.

Desperté al otro día pensando que estaba deseando que llegase la noche para volverla a ver. Hasta entrada la mañana no me di cuenta de que ese día no había llorado. Triste sí, pero se me iba pasando mientras elegía el traje, la camisa, la corbata y los zapatos que iba a ponerme para esa noche.

Y llegó la noche. Y follamos en la habitación de su hotel. Y acabé de convencerme que aquella mujer era una joya. Tras meternos mano hasta ponernos cardíacos, y besarnos apasionadamente, me tumbó en la cama, me descalzó y, cogiendo uno de mis pies, empezó a lamerlo. Nunca había pensado que eso podía causar sensaciones tan excitantes. El placer que recibía me hacía cerrar los ojos y emitir rugidos. A medida que iba descubriéndola, contra más me daba, más entregada estaba. Recorrió todo mi cuerpo, y cuando digo todo es todo. Metió su lengua donde se le antojó, sin más reparo que el que mi falso pudor dictaba y que valía bien poco frente a la firmeza de su deseo. Me lamió la polla y la raja del culo las veces que le vino en ganas, desfiló ante el espejo para mis ojos, y en cada desfile se venía hacia mí y daba a mi verga cupidos lengüetazos. Recibía tanto gusto que temblaba al mínimo contacto. Mi excitación era tan salvaje que tuve dos corridas casi seguidas. Y por añadidura, sus ojos en los míos en una sensación de total complacencia.

Cuando llegué a casa y caí en la cama, dormí cual lirón. Al otro día pensé, deseoso, en que en algunos de sus viajes la trajese de nuevo a mí. Era ésta una mujer que no tenía la intención de perder.

Semejante sesión de sexo me dejó satisfecho tres días, después de los cuales volví a interesarme por las respuestas recibidas de los nuevos anuncios que había puesto. Leí como unos seis, pero sin decidirme por ninguna. El listón había quedado demasiado alto con mi último encuentro, y temía la frustración que me podía causar el dar con una amante equivocada.

Al final elegí una chica pelirroja, 36 años...

Divorciada, físico espectacular y buen sentido del humor. Una noche divertida. Fuimos a bailar, hubo copas, magreos y morbo compartido por meternos mano para follarnos donde quiera que fuese y delante de quien fuese. Pero terminamos "haciéndolo" en la escalera de mi bloque; el calentón no dio tregua para esperar el ascensor. Se quedó frita en mi cama, y cuando al otro día se despertó, la tenía dispuesta para el segundo asalto. Más tarde, ya en mi oficina, pensé que había encontrado una amiga.

Dos días después de la última cita, otro gran descubrimiento: 31 años...

Nos citamos en su casa, sin estar muy convencido, pero con las ideas claras para no repetir errores pasados; si no me gustaba, me iría. Tenía un buen aspecto: guapa y bien hecha. Aclaramos la razón de nuestro encuentro: sólo sexo. Nos preguntamos acerca de nuestras experiencias y gustos. Me inspiró confianza y le conté las razones por las que llevaba a cabo la cita. Ya sincerados, habló de su gusto por la sumisión. Con la confianza recién estrenada pregunté: “¿sumisa?”, entonces sabes lamer pies; tengo mono de eso”. Sonreía a la vez que cogía uno de mis pies y lo posó en sus muslos, con expresión de querer complacer. Pero lo mejor era contemplar cómo delicadamente se puso a lamerlo con zapato y todo. Aquella noche disfruté de lo lindo del placer de ser adorado.

Tenía en su casa una colección de objetos y juguetes sexuales que me dejó alucinado. Le pedí que me explicase cuál era el uso de cada uno de ellos, y, mientras me lo hacía, gesticulaba para mostrar sus utilidades. Se dio cuenta de que tenía una marcada erección, y, sin pausa, empezó a acariciármela por encima del pantalón, mientras yo le iba haciendo mil y una preguntas acerca de una máscara. Aunque no me sentía seguro en este rol, estaba lo suficiente excitado para seguir el juego. Me levanté y cogí una correa de las que habían colgadas, se la puse al cuello y la arrastré hasta su cuarto; ya allí, la empujé hacia la cama y me senté a horcajadas sobre ella, desabotoné despacio su vestido y le dije que ella se desnudase sexy del resto.

Con esfuerzo y postura de contorsionista se quitó el sujetador, los zapatos y las medias, y yo rebusqué hasta hallar una correa, para atar sus muñecas, y unas tijeras. Cuando me vio con todo eso en la mano, reía. Pero le até sus manos al cabecero y corté las medias de tal forma que quedaban sujetas a la cintura, dejando al aire coño y culo. Pasaban por mi cabeza mil palabras humillantes sobre la situación, pero callé. Me senté en su pecho, para que sintiese la dureza de mi polla y pronto la atacó su sutil lengua. Follándomela terminé en una postura que ni recuerdo. Cuando nos despedimos, me insistía en que volviese a llamarla. Se lo prometí. Y la llamé... Y varias veces, además.

Pero no voy a seguir contando una por una las amantes que he tenido hasta ahora. Sería largo. Sólo diré que la mayoría ha sido buena y que también he sufrido malas experiencias, pero, de todo lo que he aprendido, voy almacenando trucos y mañas para que mis próximos encuentros sean lo más sabrosos posible.

Luego de cuatro meses de la ruptura con mi ex, me la encontré una tarde en que yo volvía a casa llamando a mi puerta. Aquella mañana me había llamado la cuarentona juvenil, y me dijo que se encontraba en la ciudad y que había quedado con uno. “Qué pena, tú siempre tan deliciosamente morbosa”, le dije, y ella respondió: “no tiene por qué ser pena, sino alegría si tú quieres”. Y puedo afirmar que lo fue. En mi ex era en lo que menos pensaba, sabiendo que esa noche la iba a pasar con “mi cuarentona juvenil”.

Con una punzada en el estómago la invité a entrar. Me preguntó si había estado fuera toda la noche. No respondí a eso. Nos contamos sobre nuestros trabajos, le pregunté por los amigos. Ambos sabíamos que eran palabras sin sentido y que no iban a ninguna parte. Y cuando no había más qué hablar, rompió a decir: “te echo de menos; quiero que volvamos a intentarlo”.

Mi mente apartó estos últimos meses y volvió a mi vida con ella. Sabía que todavía la quería, pero todo había cambiado. Hasta yo. Había hallado amantes, cómplices y catedráticas a través del sexo. Algunas de ellas, con destreza, sabiduría e imaginación; otras, con mil trastos de sumisión; otras, con vaginas encendidas y energía sin límite; otras, desinhibidas y atrevidas... Y así un largo etcétera. Y todas ellas todavía permanecían en mi vida, y eso que sólo habíamos compartido momentos, pero me habían ayudado a conocerme, a encontrarme, y a todo esto no quería ya renunciar.

Iba a rechazar su propuesta, pero, de pronto, una idea cruzó mi mente... “¿Y si existiese una manera de no tener que renunciar a nada?”.

____ Oye -le dije, adoptado un tono solemne-: voy a contarte cómo lo he pasado desde que me dejaste, y te lo voy a contar por si quieres unirte…

Y luego de contarle con pelos y señales todas mis aventuras, una sonrisa pícara empezó a dibujarse en mi cara. Pero mi ex, sin pensárselo, se unió a mi lista. Y tan caliente se había puesto con mis relatos que esa misma tarde follamos como locos. Pero yo no estaba ya enamorado de ella, sólo sexo. Y a veces, a petición de ella, hacíamos un trío, y una vez un cuarteto: mi ex, dos chicas más y yo. “¡Y ya os podéis imaginar cómo no lo pasamos!”



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Mensaje  achl Miér Ago 19, 2020 1:55 am



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La mujer lagarto


La guapísima y escultural Mirta, sin apellidos conocidos, llegaba a Sevilla una tarde de mayo en un tren AVE que había partido desde Madrid. Una vez que se tomó a escondidas un bote entero con vitaminas D3, era llevada en una limosina negra junto con su guardaespaldas, desde la estación del ferrocarril de Santa Justa, hasta el Hotel Alfonso XIII, justo al lado del monumento de la casi seis veces centenaria Universidad de la capital de Andalucía.

Todavía estaba acomodando su equipaje en el espacioso armario de la suntuosa suite, cuando el rumor de su inaudita presencia recorría las calles de Sevilla. Amenazadas se sentían las hembras por tan espectacular anatomía, y alborotados se sentían los machos por la presencia de una “jaca” de tantos quilates.

Cuando bajó al restaurante del lujoso hotel, para cenar, decenas de ojos masculinos y femeninos la miraban, recreándose en sus curvas. Era guapísima y con un cuerpo que parecía esculpido por algún ínclito escultor. Y siempre vestía a la última moda prendas exclusivas de afamadas boutiques, que las lucían sus grandes pero firmes tetas y sus siluetadas caderas, que excitaban a hombres y a mujeres ofendían.

Como era de prever, lenguas comidillas no tardaban en aparecer, pero más por envidia que por otra cosa, porque todas partían de labios ladinos femeninos.

“Con un nombre tan exótico, debe ser una lagarta devoradora de varones incautos”, decían algunas.

“Cuentan que cuando lleva un hombre a su cama, fríamente se despoja la tía de su ropa, dejando a la vista su desnudez llena de escamas, y antes de que a su iluso amante le dé tiempo a reaccionar, se lanza contra él y lo devora sin piedad”, comentaban otras.

“En el año 1901, arribó a Sevilla una señora con similares hechuras, y en el 1932, vino otra de similares características, por lo que quizá fuesen su madre y su abuela”, largaban las que habrían indagado su vida por su cuenta.

Pero, aun las habladurías, doce caballeros de la alta sociedad sevillana haciendo caso omiso a los chismes, cogían la vez para conocer a aquella belleza, como parte primera de intenciones más elaboradas.

El primero que conseguía salir con ella era el Conde Peris, Don Luis Peris; casado, joven y millonario. Eran vistos muy acaramelados en restaurantes 5 tenedores y hoteles 5 estrellas, hasta que el afortunado y a la vez desafortunado conde desaparecía misteriosamente. Un hecho aquél que incrementaba más todavía los rumores femeninos locales acerca de la enigmática Mirta.

El segundo era Don Lucio Cera, Marqués de la Cera, un hombre comprometido que se atrevía a pasear de la mano con Mirta por los jardines del Parque de María Luisa, sin importarle las consecuencias conyugales de su hecho.

Y así, hasta completar la docena, aristócratas, millonarios, guapos y con buena percha, que Mirta iba degustando uno a uno en la cama, y además repetía con dos de ellos, porque, aparte de un ser despampanante, también era ardiente.

Al comisario Díaz, del distrito 1º Centro, le atraía Mirta. Se asomaba a la puerta de la comisaría cada vez que pasaba por allí, para deleite explosivo de sus ojos.

Díaz reía de los chismes que la relacionaban con la desaparición de Don Luis, y a la vez sentía celos de Don Lucio, que ahora gozaba del violín de Mirta, que era el que más veces lo había tocado, y en general odiaba a todos los hombres que humedecían las sábanas de aquella elegante dama.

La reprimida esposa de Don Luis acudía una mañana temprano a la comisaría para denunciar a Mirta de haber devorado a su marido.

Aun sabiendo que esto era un absurdo, Díaz enviaba una citación a Mirta, para que se presentase a declarar.

Así decía el informe del comisario Díaz:

"Esto no es más que un simple trámite de la Jefatura Central de la Policía de Sevilla, para tranquilizar unos súbitos celos de su celosa esposa".

Pero Mirta jamás se presentó en comisaría. La policía revisó la suite y estaba vacía. Aquella esclarecida inquilina había desaparecido sin dejar rastro, no sin antes abonar religiosamente su quincena de estancia, además de los servicios complementarios, acompañados de una suculenta propina.

Frente a tan obvios hechos, el comisario Díaz tenía que responder a la demanda de la mujer del desaparecido, y emitía el siguiente comunicado:

"Es evidente que la señorita Mirta y Don Luis Peris se han fugado. Pero, en realidad, no hay suficientes elementos de juicio para poder concluir formalmente una acusación contra ellos".

Y fue, efectivamente, los dos apuestos amantes se habían dado a la fuga. Pero en el anterior informe se había cometido una terrible omisión, que nadie se había dado cuenta. Don Luis Peris, en efecto, había huido de Sevilla acompañado de la señorita Mirta, pero dentro de su aparato digestivo.




Mirta de día

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Mirta en la cama


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Mensaje  achl Miér Ago 19, 2020 3:10 pm



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La red y sus rarezas

En uno de los mensajes que leí ayer en mi muro, un anónimo chiflado, y en este caso sádico también, me pedía que me orinase en su boca. No era la primera vez que recibía mensajes parecido, ni a estas alturas de navegar tanto por la red me sorprende nada, pero después de leerlo e incluso releerlo me pregunté: “¿qué ocurriría si le digo que sí, que acepto?”.

No sé qué mosca me picaría, pero nunca había pensado que pudiera excitar mearse uno en la boca de otro y menos sin las connotaciones que puede ofrecer el conocer antes a la persona en cuestión. Lo cierto y verdad es que le dije que, si era de aquí, de mi pueblo, le citaba esa tarde en los aseos de señoras del centro comercial al que yo iba a ir de compras. Y también le dije que confirmase la asistencia. Así lo escribí, como una invitación de boda: “confirma tu asistencia”. Respondió que sí y dijo que como él mismo lo había pedido que no iba a perderse “la oportunidad de su vida de ver realizado su sueño”.

Durante toda la tarde seguía la idea en mi coco. No me sentía nerviosa, y tampoco le daba vueltas a lo que había decidido, aunque nunca había quedado con ningún contacto de Internet.

Llegué antes al centro comercial e hice unas compras y las llevé a mi coche. Luego entré a una tienda a ver ropa, para hacer tiempo. A la hora convenida, me fui al aseo. Le había dicho que entrase en el cubículo más alejado de la puerta de entrada y que la abriese cuando llamase con los nudillos y dijese “Ok”.

Había más mujeres allí, pero esperaba que hubiese sido previsor y hubiera ido con tiempo para hallar el momento de meterse en el cubículo sin que le viesen. Pero si no estaba en el cubículo, no esperaría y me iría sin perder más tiempo y sin mirar en ningún otro cubículo.

Según iba acercándome vi que el cubículo al que iba estaba cerrado. Eso era buena señal. Respiré hondo antes de llamar. Apenas dije la contraseña, el cerrojo se abrió y la puerta quedó entornada. Me aseguré de que no había nadie más en el pasillo y empujé la puerta. Y allí estaba, mirándome con cara de bobo. Mi instinto colaboró: “a simple vista es un hombre normal, no parece un loco ni un delincuente”. Esto y el saberme en un lugar público me daba confianza para entrar. Cerré la puerta, y una vez dentro, hizo ademán de presentarse, pero le corté el rollo.

____ Ponte de rodillas. Echa la cabeza hacia atrás -le dije en tono firme, a la vez que me metía las manos bajo el vestido para quitarme las bragas.

Quedó unos instantes sin reaccionar, como procesando mis palabras.

____ ¿Pero me quito la ropa antes? -me gustó su desconcierto.
____ No, sólo sácate la polla. Quiero ver si te excita la situación –a bote pronto se me ocurrió esa marranada.

Y la situación en sí debía provocarle excitación, porque estaba empalmada la polla cuando asomó por la bragueta. Pero ni pestañeé, como si no supiese lo que era una polla, ni hubiese visto una nunca.

____ ¡Venga, que no voy a estar aquí hasta la madrugada! -le apremié

Se colocó como le dije, arrodillado y con el culo contra los talones y la cabeza hacia atrás. No parecía postura cómoda, pero no protestaba. El ponerme sobre él, con un pie en la tapa del inodoro y el otro en un cubo con compresas y condones usados, mientras me iba sujetando en los azulejos, me costó un huevo. Cuando ya estaba preparada, me alcé el vestido para no mojarlo, pero al mirar hacia abajo vi que su erección había cedido, y eso me decepcionó un poco, pero estaba decidida a seguir con su juego, que de pronto se había convertido también en el mío.

____ ¡Abre la boca y traga, cerdo! –medio chillé para humillarle más aún.

Me obedeció en eso de abrir la boca, no en lo de tragar porque sólo podía tragar saliva. Mi uretra se negó a responder no por falta de ganas de mear, pues me había tirado mucha mañana bebiendo agua para el momento, pero parecían bloquearse mis músculos por la situación y también porque pensaba en mi dignidad. “¡Pero qué coño, yo accedí, ¿no?, pues adelante con los faroles!”.

Por fin, sentí relajarse mi uretra y vi que comenzaba a salir orina. Miré hacia abajo y vi que él adoptaba la postura para recibir el orín en la boca a través de una copa de cristal inclinada, mientras llevaba una de sus manos a su polla.

____ ¡Ni se te ocurra sobártela delante de mí! –alcé más la voz.

El chorro salió con presión rompiendo contra la copa y le chorreaba sobre el cuello, mojándole la ropa y hasta los zapatos. Aquel loco gozaba de lo lindo. Más que un niño en el día de los Reyes Magos.

Duró bastante mi meada, y cuando acabé me percaté de que me sentía pletórica. Y más al ver su polla hinchada, deseosa de largar semen y además todo él mojado de orín, con un olor desagradable.

____ Besa ahora mi coño. ¡Pero solamente besarlo, ni se te ocurra tocarlo! -avisé, sin importarme ya el tono de mi voz.

Levantándose el culo se incorporó para posar los labios en mi coño.

____ Gracias, muchas gracias -musitó.

Saqué un pañuelito de papel de mi bolso, me limpié ahí abajo y lo tiré al charco que se había formado. Me vestí, atenta a no pisar el orín, ni a rozarme con aquel guarro.

____ Cuando salga de aquí, puedes hacerte una paja -le dije mientras me recogía el pelo-. Y no olvides limpiar todo antes de irte.

Y salí. Mientras me lavaba las manos en un lavabo próximo, oí un cerrar de pestillo. Sonreí pensando que se la estaría destrozando con el olor del orín.

Luego de seis meses de aquel episodio, sigo recibiendo mensajes suyos. A pesar de no contestar a ninguno, sigue enviándome. El último ha sido un relato que describe todo con detalles. Me ha resultado tan guarro, tan lleno de sentimientos y con unas descripciones tan exageradamente halagadoras hacia mí, que no me ha quedado de otra que contraatacar con mi versión de los hechos. Así que le envié un mensaje con el siguiente texto:

Yo llegué, me meé en tu boca y me fui. Sólo eso. Así de simple, y así de morboso. Únicamente ha sido uno más de mis juegos sexuales.


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Mensaje  achl Miér Ago 19, 2020 3:44 pm



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La apariencia engaña

La angelical Lina, ilusionada, pensaba en el vestido que se iba a poner aquella noche tan señalada. Quería verse impactante.

La repisa de su cuarto de baño hacía gala de sus glamurosos cosméticos, tenía experiencia en su aplicación. “El espejo no engaña”. Lucía joven e irresistible, como le gustaba lucir. Al fin y al cabo, era una mujer guapa, elegante y con clase.

Antes de salir, rociaba en axilas, cuello, orejas y muñecas un exquisito y costoso “Loewe, 3 Quizás”. Imprescindible era que en esa velada luciese estupenda, pues era algo así como su cumpleaños y quería tener éxito.

En su deportivo llegaba a un sitio VIP, donde le sería fácil hallar un acompañante para una ocasión especial. No tardaba en aparecer el hombre indicado: un apuesto e ingenuo galán que creía haberla conquistado, pero que era ella la que lo seducía y le invitaba a su mesa. Le sugería beber vino en lugar de cerveza porque odiaba la cebada.

Para cerrar tan prometedora noche, proponía a su conquista pasarla en su mansión. Sin duda embelesado por tanta belleza y tantas curvas, él aceptaba.

Después de dos asaltos salvajes de sexo le entraba hambre, y, dulcemente, cual beso, le hincaba los colmillos en la yugular, succionándole hasta la última gota de sangre.

El vino mezclado con el vital líquido de su apuesto galán, eran su mejor cena.

Y precisamente aquella noche, que a las 12,07 PM cumplía 500 años de haberse convertido en una mujer vampiro.



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Mensaje  achl Miér Ago 19, 2020 3:58 pm


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Llegó, se satisfizo y se largó

Era una calurosa tarde de mayo en Sevilla. No entendía qué era lo que me estaba pasando. A todas horas tenía ganas de sexo. Deseaba a toda mujer que pasaba por la acera de mi tienda. Las camareras del bar de copas de enfrente estaban buenísimas, y me imaginaba un revolcón con alguna o con todas ellas.
Bueno, antes de seguir me presento...

Me llamo Carlos. Tengo 27 años, media estatura, corriente de cara y cuerpo, y soy el dueño de un bazar de objetos diversos, situado en una calle céntrica de la ciudad. A mi bazar acuden a comprar chicas jóvenes, maduras, casadas, viudas, incluso abuelas, pero raramente entra algún hombre solo

Aquella mañana había poco trabajo, apenas vendíamos. Pero sobre la una, entró un matrimonio; ella no dijo palabra, pero mi empleado y yo no podíamos dejar de mirarla. Vestía pantalón de licra ajustado, que se le marcaba un pubis sin pelos. Era evidente que se machacaba en el gimnasio. Tenía tetas grandes, que parte de ellas se salían del escote. Se podía entrever pezones grandes y erguidos. Seguía a su bola mirando cuanto había en la tienda mientras mi empleado atendía a su marido.

De pronto, sonaba el móvil del marido, que salía a la calle para hablar. La charla parecía acalorada, y se olvidó de su mujer, de lo que iba a comprar y de todo lo que le rodeaba. Se metió en su coche, y supongo sería para que escuchar mejor a quien le hablaba. Mientras su esposa me tenía ya loco. Comenzó a preguntarme precios de varios artículos, contoneándose provocativa. Se agachó tres veces y se abanicó otras tres, delatando acaloramiento. Me llamó estando ella en el pasillo, la parte más oscura y menos visible de la tienda, y yo iba detrás facilitándole precios.

En ese momento se agachó para coger un artículo, que había en la última batea de una estantería, y me dejó la deliciosa visión de su culo. Mi cabeza quedó en blanco. Se paró el tiempo. Sólo pensaba en su culo. Cuando reaccioné, era la sexta vez que me preguntaba.

____ Perdón, señora –noté que se percató de que mis mejillas estaban coloradas.
____ Ya, ya te veo. ¿Me puedes dar el precio de eso? -señaló, sonriendo.
____ Por supuesto. Disculpe de nuevo.

Se percataba de que podía flirtear conmigo, que me tenía babeando y que yo no le iba a causar ningún problema con su marido.

____ Me interesa, pero quiero que me hagas un descuento.
____ Bueno, tal vez pueda rebajarle... 2 o quizás 3 euros.

Se volvía a agachar para poner el artículo en el sitio que estaba, pero daba un paso atrás, rozando su hermoso culo con mi polla. Sólo un roce, pero premeditado quizá, que me causó una erección. Miró mi paquete y sonrió. En ese momento entraba el marido a la tienda.

____ Vamos. Hay problema en la oficina. Te dejo en el gimnasio y tú regresas a casa en taxi. Llegaré tarde después.

El marido se dio la vuelta hacia mí y me dijo:

____Perdone las molestias. Ya vendremos en otra ocasión. Gracias.

La mujer me preguntó:

____ ¿A qué hora cierras?
____ A las ocho -respondí.
____ No creo que me dé tiempo, pero lo intentaré.
____ Si cree que puede volver puedo esperarla. Lo que me interesa es vender.
____ En ese caso, haré lo posible por venir caída la tarde. Gracias.

Y yo quedé con mi erección y sin poder quitar de mi mente su culo.

Y llegó la hora del cierre. Estaba decidido a cerrar a las ocho y cuarto, pero ya no esperaba la visita de la señora. Era lo que solían decir los clientes para quedar bien. Pero con el tiempo me iba acostumbrando a todo.

Apagué las luces del local, cerré por dentro la puerta de la tienda, y empecé a hacer el arqueo. El bar de copas de enfrente estaba radiante de luz empezándose a llenar.

A esto que oí un sonar de nudillos en la puerta. Salí de la oficina y vi a la mujer que había estado en mi tienda en la mañana, mirando a través del cristal.

Cuando fui a abrir, noté de nuevo que se me ponía tiesa. No sé si fue un acto reflejo o por todo lo que me pasó por la mente en un segundo.

____ Si llego un minuto más tarde habrías cerrado ya. Menos mal que me dijiste que me ibas a esperar –me dijo con ironía.
____ Disculpe, son las ocho y veinte y ya no la esperaba.
____ Ya, ya veo que te habías olvidado de mí.

Quedé callado mirándola. No podía decirle lo que había pensado de ella.

Sonrió, se giró y se fue directa a una estantería. Pude ver de nuevo su monumental culo, perfecto, duro, redondo, respingón: un culo soñado. Otra vez no me di cuenta de que me estaba hablando.

____ Disculpe…

No respondió, y yo seguía en mi mundo. Ella tenía el cuerpo sudado. Seguro que acabaría de salir del gimnasio y aún no se habría duchado.

____ Ha tenido un día duro de gimnasio, ¿no? -le pregunté, para romper el hielo.
____ Estoy cansada y sudada. Ni me duché con tal de llegar a tiempo a comprar un regalo que necesito. O sea, si estoy cansada y sudada es por tu culpa.

Llevaba todo el día caliente y cuando dijo eso se me puso como roca. Así que yo era el culpable de que estuviese cansada y sudada. Traté de contemporizar.

Se agachó, y otra vez ahí su culo. Y esta vez, un rato agachada eligiendo un regalo, y yo entre mirando el que iba a elegir y sin dejar de mirar su culo.

____ ¿Cuál te gusta más? -me preguntó.
____ ¿La verdad…? (no podía decir su culo). Los dos -respondí, al fin.

Al hacerme esa pregunta giró la cara, quedando ésta a la altura de mi pecho. Vio mi erección, y en vez de buscar una salida diplomática, decidió, despreocupada, abrir más las piernas, y esto me dio una visión completa de su coño.

____ Tengo todos los músculos agarrotados. Voy a tener que irme a ducharme a mi casa. Necesito sentirme limpia y fresca.

Estaba confuso. No sabía qué hacer ni qué decir. Pero solté esto:

____ Yo puedo limpiarla...
____ ¿Cómo?

Se levantó y se giró hacia mí. Sus pezones, duros y marcados y las aureolas sudadas, se podían ver como si no llevase nada puesto.

____ Perdón… –contesté, entre asustado y osado-. No sabía si iba a reaccionar mal y me soltaba usted un bofetón -añadí.
____ No es mi estilo dar bofetones. Sólo me interesa saber lo último que has dicho. Repítemelo -sonó a orden, pero lo repetí:
____ Yo puedo limpiarla...

En ese instante tenía ella el control de la situación, podía hacer conmigo lo que se le antojase. Si hubiese querido, hubiera cogido lo que quisiera e irse sin pagar, y yo no la hubiese parado. Pero esa, por lo que pasó más tarde, no era su intención.

____ ¿Tienes aquí agua caliente, gel suave y esponja fina? -me preguntó.
____ Tengo agua caliente y jabón normal, pero esponja ni fina ni gorda.
____ ¿Cómo ibas a limpiarme entonces? Antes de hablar deberías pensar.

Sus tetas me rozaban. Me puso una mano en la cara y me dijo:

____ Eso está mal. No es de recibo que atiendas a una mujer casada así. Mira cómo está tu polla. ¿Crees que no me he dado cuenta? Has estado mirándome el culo todo el tiempo. ¿Qué crees va a pensar mi marido cuando se lo cuente?
____ Yo… Le pido disculpas -eso logré decir. Me sentía perdido.
____ Ya veremos cómo se puede disculpar una acción como ésta.
____ Puede usted llevarse gratis lo que quiera.
____ Y ahora me tratas como a una puta. ¿Crees que me voy a dejar comprar?
____ No, no es eso… -estaba nervioso.

Bajó la mano y cuando llegó a mi polla, la cogió por encima del pantalón.

____ ¡Esta es la culpable de todo! ¡Los hombres sólo pensáis con ella! ¡Mira cómo la tienes! ¡Quítate el pantalón ahora mismo! -me ordenó de nuevo.

Conociéndome no sabía por qué estaba tan sumiso. Pero, sin pensar en cómo soy, me bajé pantalón y los calzoncillos, quedando mi polla al aire, tiesa y dura.

Pero, de pronto, me quité el pantalón y los calzoncillos.

____ Y ahora, lo que te gustaría es que yo te chupase la polla o tú metérmela en el culo, ¿verdad? Llevas todo el día pensando en esto.
____ No se lo puedo negar.

Me cogió la polla de nuevo y con ella en la mano la subía y la bajaba al ritmo de sus palabras:

____ Soy una señora casada, te exijo que me hables con respeto. Y cuando te dirijas a mí, tienes que llamarme señora. ¡¿De acuerdo?!
____ Así lo haré, señora.
____ Veo que aprendes rápido. No pensarás en que tus sueños de follarme se van a hacer realidad, ¿verdad?
____ No señora.
____ ¡Quiero ver cómo te masturbas! –me ordenó de nuevo, soltándome la polla.

La tenía empalmada pero agarrotada, por lo que me iba a costar correrme; y si me masturbaba, no me quedarían fuerzas para follármela dos veces seguidas, que era lo que, en realidad, yo quería.

____ ¡Cierra los ojos y sigue masturbándote! –seguía ordenándome.

Cerré los ojos y seguí. Al poco me dijo que los abriese. Ya se había quitado el sostén, y sus tetas quedaron libres; eran como las había imaginado: grandes y con pezones duros con circulares aureolas amarronadas, que empezó a pellizcarse. Los llevó a mi boca, no permitiéndome que se los mirase y menos aún chupárselos.

____ ¿Quieres que siga quitándome más ropa? -me preguntó.
____ Me da igual. Usted está al mando.

Me miró con ojos furiosos. Se me olvidó decir “señora”.

“A esta tía puta le va el rollo militar, el sado, o no sé qué coño quiere”, pensé.

____ ¡Ponte ahora a cuatro patas y sigue masturbándote! -otra orden.

Y yo, sin reconocerme a mí mismo, sumiso obedecí sus órdenes.

____ ¡Cierra los ojos!

Los cerré, si ello significaba que seguiría quitándose más ropa.

____ ¡Ábrelos!

Los abrí, y ahora estaba totalmente en pelotas, sentada en el suelo y con las piernas abiertas, a diez centímetros de mi boca. Podía ver su coño. Tenía una tía hermosa ante mí y no podía aguantar más, así que largué leche como un cerdo.

____ ¡Ah… ah…! –gemí repetidamente.
____ Ya veo que tú te has dado placer. Pero ahora vas a cumplir con tus deseos; me vas a limpiar todo el cuerpo.

Todavía disfrutando de mi corrida, escuché sus palabras. No entendía lo que estaba pasando, y ella vería el asombro en mi cara.

____ ¡Me vas a limpiar lamiéndome entera! ¡¿Entendido?!
____ Entendido, señora -me fui directo a sus tetas, pero me paró en seco.
____ No creas que te va a ser tan sencillo. No vas a gozar. Vas a tener que trabajar duro. Empieza por mis pies, dedo por dedo.

Me puse a chuparle dedo a dedo; no olían mal, ni sabían mal. Auto sometiéndome, pensé: “¡voy a gozar, te voy a comer todo, puta, tienes un pedazo de cuerpo y te lo voy a lamer por todos lados, zorra!”. Fui subiendo la lengua hasta acercarse al coño, que ahora estaba empapado. Disfrutando se le escapaban rugidos. Pero cuando mi lengua se disponía a lamer el coño, la tía la apartó y se puso a cuatro patas.

____ ¡Sigue en la espalda!

Tenía ante mí un culo de ensueño y no pude resistirme, le puse una mano encima y, para que no protestase derivé mi boca a su espalda, como me había ordenado. Y después bajé a sus nalgas. Mi polla palpitaba. Estaba ansioso por follármela. En esa posición podía ver culo, coño, nalgas y tetas, y no podía creerme que teniendo así a una tía despampanante me contenía. Con lujuria empecé a lamerle las nalgas.

____ ¡Así, así, así me gusta! ¡Sigue! –y empecé a pasar de una nalga a otra.
____ ¡¿A qué esperas? ¡Límpiame el culo, que también está sudado!

Me daba asco. Lo había hecho con alguna amiga, pero limpia y duchada. Creía que me podía dar fatiga, pero no, sabía a gloria.

____ ¡Ah, me gusta cómo me lo haces! ¡No pares!

Con más ganas, le metí la lengua en el ano, y vi cómo temblaba entera.

____ ¡Dios, sí...! -y encima mezcló el nombre de Dios entre algo obsceno.

Vi que bajó su mano al coño y se lo masturbaba, mientras seguía mi lengua en el ano. Con la mano le cogí una teta y empecé a pellizcar suave el pezón. Ahora sentía que le venía un orgasmo. Era incapaz ya de dar órdenes

____ ¡Me corro… me corro...! ¡Ah!

Y sin dejar de rugir, se tumbó de lado sobre el suelo.

Notaba que mi polla iba a explotar, no podía más. Necesitaba follármela, o que me la chupase, y si no tenía más remedio, me haría de nuevo una paja.

____ Déjame recuperarme. Entre el gimnasio y esto estoy hecha polvo.

Me quedé a su lado y la acaricié. La respuesta a mis caricias fue inmediata.

____ No creas que esto es amor. Estoy casada y muy enamorada de mi marido, sólo satisfago tu deseo de limpiarme. Pero aún no has acabado. ¡Sigue lamiéndome!

Se abrió el sostén, me cogió del pelo y me puso entre sus tetas. Empecé a chupar y mordisquear sus pezones.

____ Tu deseo era limpiarme, ¿no? Pues sigue en el coño. ¡Y por dentro también!

Y así lo hice; chupé su coño entre sudores y flujos. No sé lo que habría, pero disfruté de lo lindo. Su coño tenía un olor a vicio que me embriagaba.

____ ¿Te gusta mi coño? ¡Chúpamelo! ¡Estás cachondo, tienes dura la polla, te va a estallar de un momento a otro! -encima se mofaba de mí.

Empujaba la mano sobre mi cabeza, para que no parase y no pudiese responderle.

____ Te gustaría follarme el culo, ¿verdad? Y que sepas que mi culo es virgen aún.
Al escuchar sus últimas palabras, mi polla era un tronco ardiendo.

____ ¡Vamos, lameculos, sigue limpiándome el coño! ¡Me has vuelto a poner a cien, e igual me corro otra vez!

Empecé a frotarme la polla de nuevo.

____ ¡No te la menees! ¡Suéltala! -volvieron sus órdenes.

Pensé que no quería que me la tocase porque la quería para ella.

____ ¡Ah, sigue que voy a darle mis flujos a tu boca! ¡Sigue! ¡Ah!

Le vibraba todo el cuerpo. Se estaba corriendo otra vez, y mi polla seguía sin catarla por delante ni tampoco por detrás. Apenas se recuperó, me dijo:

____ Aparte de saber limpiar coños, también sabes comértelos.

Se levantó y empezó a vestirse. Y mi polla a dos velas de coño y culo.

____ Te gustaría que te la chupase y que me tragase tu leche, ¿verdad?
____ Sí señora.
____ Has olvidado que soy una mujer casada. Ponte la ropa y no te toques más la polla. ¡Sólo eres un lameculos!

Me entraron ganas de violarla. No podía creer que me hiciese esto. La hice correrse dos veces y ella a mí ninguna. “¡Esto es una putada de una gran puta!”, pensé

“¡Esta tía está más loca que la tía más loca, pero más loco estoy yo por obedecer sin rechistar sus órdenes”, pensé de nuevo.

____ Y ahora no te hagas pajas pesando en mí. Soy mujer sólo para un hombre: mi marido, que está buenísimo. Que te vaya bien con tu tienda. Adiós.

Y dicho esto, ella abrió la puerta de la tienda, ya que estaba la llave por dentro. Y sin más, se fue por donde había venido. ¡Y sin comprarme nada y además dejándome caliente perdido!

¡La muy zorra y la muy guarra y la muy egoísta individua, no había vuelto a mi tienda para comprarme el regalo tan urgente que decía! ¡Ni mucho menos, regresó para que yo la lamiese entera! Ahora; eso sí, una cosa es innegable, la tía está más buena que el jamón de Jabugo. ¡Buenísima!

Vean, si no, la foto que se le cayó o dejó caer de su bolso.



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Mensaje  achl Miér Ago 19, 2020 6:46 pm



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Loca por mi funcionario

Me llamo Rosa María Manuela. Nací y vivo en Sevilla, más concretamente en el barrio de Triana. Soy una mujer con la piel y la melena, entre negra y castaña, y con un careto y un cuerpazo de putísima madre para mis 32 tacos. Me gustan mucho los tíos, pero nunca tuve novio ni amante, y follo menos que el Francisco ese, el Papa argentino. Por contra, tengo un vicio enorme, y es que fumo hasta por los codos a todas las horas del día e incluso durante las horas de las madrugadas. Mi médico me ha dicho muchas veces que como siga fumando así, el cabrón tabaco me va a llevar a intimar definitivamente con el sepulturero.

Puedo escuchar a mis vecindonas:

- De Rosita dicen que sus pulmones son tinta china -empiezan.

De niña detestaba a mi madre, porque me llamaba Rosita. Con diez años, era una experta en renegar de todo. Siempre he sido igual: pelo negro, como ese negro que se ve si queman neumático. De siempre mi corte de pelo a la altura de los hombros; rímel negro para resaltar el color claro de mis ojos, blusa negra, y vaqueros negros ajustados, y pies enfundados en zapatos negros de tacón, tacón cada vez más alto a más años. Como si fuese inconformista de cintura para arriba, y pija de cintura para abajo. Hasta llegar al ahora compartiendo un piso con uno, que lo mejor que le ha pasado es que se ha caído en la ducha y se ha jodido los huevos.

Escucho a las de siempre...

- Es su compañero de piso. Estará destrozada - ¡qué coño sabrán ellas!

Destrozada. La gente es falsa. Gente que te rodea y te sonríe, y te masacra cuando no estás delante. Esa misma gente que te saluda efusivamente.

- ¿Tinta china? Lo que es un putón verbenero -y habla la más puta del vecindario.

Y esto es sólo un ejemplo. Ayer me senté en mi sillón, a ver tele, a eso de las once de la noche. Pero levanté mi culo y me fui a dormir dos horas después. Me arropé, y di doscientas vueltas en la cama, y me levanté a orinar. Cuando pasé por el salón, mi colega de piso tenía mi cojín, el mismo que yo antes había tenido abrazado, y con los ojos cerrados lo estaba oliendo. A veces he visto en el bombo de ropa sucia mis tangas revueltos. Eso es sólo un ejemplo; oler lo que he llevado puesto es cuando te avergüenzas de alguien para cagarte en su… pm. Ni sé cómo se llama: Javi o José o algo con “J”. Somos el matrimonio perfecto.

Este tipo de matrimonios lo provoca el tío de la inmobiliaria, al decirte lo que te va a costar tu independencia. El alquiler te condiciona a confiar en alguien, aunque sólo en el dinero. Eso es amor para muchos: encontrar la pareja económica ideal. “Amor moderno”. En esa clase de amor, puedes odiar a tu pareja, ponerle los cuernos; sólo basta con que a fin de mes pongas tu sueldo a su disposición y él el suyo a la tuya. Hay quien acaba confundiendo este amor con el de verdad, y hay quien incluso se casan. Quizá porque el amor poético ha muerto, por falta de credibilidad. Pero nada pasa, guasa. En esta clase de amor toda pareja es aceptada: bisexual, homosexual, lesbiana… Da igual, y hasta acaba siendo verdad eso de que el amor no tiene edad ni sexo. Y en realidad no tienen, sólo se trata de Don Dinero. Un precio lo suficiente elevado hace trizas toda poesía romántica.

¡Bienvenido a esta clase de amor! Al carajo las preocupaciones, es sólo una cuestión práctica. ¿Quién dice que el amor es complicado? Dime cuánto cobra tu pareja y yo te diré cuánto la amas. Quizá de ahí parejas abiertas. Hoy en día todo es admitido. Imaginen a tres compartiendo piso; al final terminan… pues eso... follando. Lo cual determina claramente que el amor y el sexo no son de diferentes galaxias.

Todo esto lo enseña, sin quizá pretenderlo, la anónima dependencia. Esa necesidad de hallar a uno, conocido o no, para pagar piso a medias. “Dependencia para lograr independencia, que ni tan siquiera independizándote evitas independencia”. Al menos yo podía pedirles un favor a mis padres de tarde en tarde, que los dos tienen buena pensión. Pero no, no me sale del coño, de eso nada, ni mijita, nanay… Me fui del nido familiar por propia decisión, así que ahora a apechugar con las redundancias.

Mi esperanza actual está en un hombre, y mi vía de escape en una mujer: Eva, mi colega del instituto, con la que aún conservo buena amistad, a la que se lo cuento todo, pues es lo suficiente lejana a mi pandilla como para poder conversar, sin tener que imaginarse todo bicho viviente que me conoce chismorreándome. Hablar con ella es como escribir un diario con la casi seguridad de que nadie lo va a leer. Y digo “casi”, porque ya no me fío ni de mi sombra.

Una mañana de sábado, después de haberse ido Javi o José o como coño se llame, sonó el teléfono. Era Eva. Puedo hablar tranquila.

____ Hola, Evita guapa. Todo bien. Seguro. ¿Cómo te va a ti? Me gustaría matar a mi compañero de piso, pero necesito su dinero.
____ Ya -sonríe-. ¿Pero es que no te lo has tirado todavía?
____ No me hagas vomitar. ¿Sigues tú yendo al taller de Literatura?
____ Sí, pero últimamente todo lo que escribo me parece una mierda.
____ De todas formas, si escribes alguna vez algo bueno te lo reconocerán cuando ya estés en el hoyo.
____ Gracias por tus ánimos.
____ Es que es eso lo que ha pasado muchas veces.
____ Ya… ¿Has llamado a ese tío?

Ese tío es mi esperanza. Ahora mi esperanza está volcada en un tío que parece valer la pena, que me cae bien. Trabaja de funcionario, lo cual es digno de críticas, y yo, a mi edad, me habría suicidado si fuese funcionaria. En sus ratos libres trabaja como canguro. Es algo así como un mito en su barrio. He salido con él dos veces. Y dos veces son dos veces, no es una frase hecha, pero la tercera me está costando, por aquello de esperar a que me llame él, porque esta vez le toca a él.

____ No, no lo he llamado. Hace diez días que no sé nada de él.
____ Entonces, no tendrás tanto interés como me decías.
____ Sí tengo interés, pero también tengo orgullo.
____ Bueno, que te cuelgo, que aquí no me dejan hablar tranquila. ¡Y llama a ese tío y fóllatelo ya! ¡Tienes que hacer algo ya, joder! ¡Muévete, coño…!

Miro mi teléfono con muchas ganas de tirarlo al carajo, pero marco el número de mi funcionario. Lo bueno es que con su horario sé si va a estar o no. Al tercer tono se oye un clic. Un niño grita. Oigo una respiración en el auricular.

____ ¿Sí?
____ Ho… Hola…
____ Hola.
____ Soy Rosa.
____ ¡Ah, hola, Rosita!

“¡Que¡é no me diga Rosita ni que ponga tanto énfasis en el hablar, por Dios!”, pienso.

____ ¿Estás ocupado?
____ Estoy en casa de un vecino haciéndole un canguro; un follón. Son gemelos y tienen seis años.
____ Bueno, te llamo por si te apetece salir esta noche a algún sitio. Si quieres, vaya ¿A qué hora acabas?

Estoy en la puerta de un multicines. Tengo frío y piel de gallina. Pienso que me he puesto demasiado rímel, y me he hecho una raya en una media, de esas que se ven de lejos. No sé si vendérselo como recurso estético o decirle la verdad. Voy entera de negro. Una quinceañera gótica de 34 tacos. Raro, como mínimo. Nunca tuve voluntad de cambiar de estilo de ropa. Y él vendrá con unos vaqueros baratos y una camisa desteñida. Si alguien conocido nos viese diría que tenemos gustos distintos en lo de la indumentaria. Pero ya se sabe lo que pasa con la gente...

- La puta Rosita debe dormir dentro de un ataúd y fumar y follar dentro de un ataúd. ¡Qué asco de tía, joder! –ya están ahí de nuevo dando por culo.

Mi médico me dijo, no hace mucho tiempo, que con mi ritmo de cigarrillos al día era un milagro que todavía no me hubiese dado un infarto de miocardio, teniendo en cuenta el estado catastrófico de mis pulmones: tinta china.

- ¡Qué se joda! ¡Ella sola se lo ha buscado! -y dale que te pego.

Ya viene mi funcionario. Las tías no paran de mirarnos antes de entrar al cine. A las tías les va comparar su vida con la tuya, y le basta con ver cómo llevas el pelo o qué ropa te has puesto, y así son felices. Esto no varía. Siempre ocurre lo mismo.

Por suerte, mi funcionario no parece ser así, y es justo esto lo que más me gusta de él: su visión poco definida de las cosas. Como si sólo se conformase con hacer una buena acción al día. Y punto. Lo que para los yankys es un boy scout, que tan poco erotiza a la mayoría de las mujeres: la bondad no camuflada. Pero cuando alguien te gusta, sólo le ves sus virtudes. Y a mí me gusta mi funcionario.

Y como nada en la vida es puta sorpresa, efectivamente, mi funcionario llega con vaqueros sucios, camisa horrorosamente fea y sanas intenciones. Un beso en cada mejilla, su brazo en mi brazo, apenas apretando. Después, alzamos la vista hacia la cartelera. Ocho salas.

Mientras vemos la película, yo, más caliente que las pistolas del Coyote, me siento el hombre, dudando sobre si puedo tocarle su paquete, y a ver cómo reacciona si se la cojo, incluso si se la acaricio, incluso si le pego pellizquitos en el glande, incluso si le cojo los huevos al peso, incluso si le meto un dedito en el ano… Pero él no parece excitado. No sabe que igual le haría una mamada, sin importarme la gente y él se dejase, por supuesto.

- ¡Es un putón verbenero- ! ¡Vaya si lo es! –y que no paran estas tías...

Igual se la chuparía despacito, y después ligerito, pero regodeándome con su polla. Hace tiempo que no se la chupo a un tío. Y ya tengo ganas de chupar una buena tranca. Por eso mismo se le mamaría a él, de noche y de día y todas las veces que le salga de la misma, ¡coño ya!

- Rosita necesita siempre un tío que la folle - ¡y vosotras un pepino gordo en el coño todo el año!

Si ahora llevase una falda cortita… me bajaría disimulando mis braguitas, cogería su mano y le permitía que jugase todo el tiempo que quiera con mi clítoris ¡y con toda mi cueva caliente, coño ya!

- ¡Guarra! ¡Eso es lo que es, una guarra! -ya hasta me hacen reír.

Quizá tire bruscamente de su brazo a media película, me lo llevo a casa, y ya allí me lo follo a mis anchas…

- ¡Ninfómana! ¡Esto es lo que es, una ninfómana! - ¡y vosotras, tías mal folladas!

Pero yo no soy él, yo soy yo, y por eso lo que hago es seguir viendo la película.

Pasa que al final la película termina. Mi funcionario me acompaña hasta el portal de mi bloque y me da un beso en la boca, con cero-pasión. ¡Algo es algo! Pero el tío se larga y me deja más caliente aún. ¡Y yo lo que quiero es follármelo ya, coño ya...!

- ¡Ramera! ¡Eso es lo que es, una ramera! –¡y vosotras unas alcahuetas reprimidas!
“¡Me gusta, me gusta y me gusta, coño ya! Aun su romanticismo patológico”.

- ¡Zorra! ¡Eso es lo que es, una zorra! –mejor zorra que siempre a dos velas.

Lo que me dijo mi médico es que un día podía sentir un fuerte dolor, bajando por el brazo izquierdo, como colapso. Es una posibilidad. Si te pasa, me dijo “debes tener a alguien cerca, con un infarto no puedes echarle ovarios y coger tu coche e irte sola al hospital; o esto, o dejas ya el tabaco”. Ocurre que mi funcionario lleva tres días sin llamarme. ¡Coño ya, ¿no puede llamarme?! ¡Así no voy a adelantar nada, joder!”.

Cada vez me gusta más el tabaco. Puedo pasar sin sexo, sin amigos, sin calefacción, sin comida, pero que no me quiten el tabaco. Hay que tener siempre de reserva en casa, y no esperar a que se te acabe, porque nunca sabes si tienes una máquina a mano. Es para mí tan relajante que hasta mataría, como la que se suicida por amor. El enamoramiento y el tabaco matan, y yo tengo las dos enfermedades. Da igual si la cuestión es física o química, porque siempre tengo mono de los peores vicios, o los mejores, según se mire...

Así que una vez más he vuelto a llamarle yo, y hemos quedado. No puedo evitar preguntarle por qué no me llama. El bar está lleno de la gente que sale a las seis del trabajo. Y aquí estamos los dos. Mi funcionario duda.

____ No… sé… –me dice-. Es... que… no se me dan… muy bien... estas cosas…
____ Pues la otra noche me besaste muy bien -intento animarle.

Sonríe, coge su vaso, bebe, lo deja en el posavasos y vuelve a sonreír.

____ Gracias. Pero pienso que se me da mejor tratar con niños que con adultos. Me encanta ver sonreír a los niños.

Y regresa a su café. En circunstancias normales, su último comentario me hubiese repateado. Ese rollo de: “me encanta ver sonreír a los niños”. Esto no es normal. Con él todo parece siempre escenas cándidas. Así que le digo que me gusta, y que me llame cuando le salga de los huevos, y que no me molestarán sus demoras, y que me envíe mensajitos lelos, cada vez que él quiera. ¡Porque me gusta, joder! Quiero estar con él. ¡Y porque quiero follármelo de una puta vez, coño ya!

____ Vale. Tomo nota -responde.

Y yo pienso: “¡qué lindo!”. Me dice que esta noche no puede salir, que está agotado, y todo lo que se dice cuando no se quiere hacer algo. No me lo tomo a mal porque esto habrá sido un mal trago para él. Su vaso tiembla mientras lo coge. Y aunque me lo follaría ahora mismito en el servicio del bar, merece un descanso.

Por la noche en casa me siento tranquila, en cuanto a la cuestión de mi funcionario. Veo futuro con él. Sólo le falta abrirse. Fumo tapada con una manta, mientras veo las luces de los coches que circulan por la calle proyectarse en el techo, entrando y haciéndose fuerte hasta que se van. Salta mi móvil sobre la mesilla. Me acomodo en la cama. Lo cojo. Es Eva. Me dice que es necesario que ponga la tele. Me levanto y me voy al salón. “¿Qué canal?”, pregunto al móvil. Eva habla atropelladamente. Javi o José, o como puta leche se llame, continúa dormido en el sofá. Tengo que sacar el mando de debajo de su... Pongo la tele. En pantalla salen fotos en blanco y negro, sólo las caras. “¿Lo estás viendo?”, me dice Eva. Le voy a contestar, cuando veo que una de las caras que desfila lentamente por la pantalla es la de mi funcionario. ¡¡Mi funcionario!! Le grito al móvil. Qué pasa. En el informativo han pasado a otra cosa y no me he enterado de nada. Y Eva me dice:

____ ¡La policía han desmantelado una red de pornografía infantil!
____ ¿Qué...?
____ ¡Han registrado veinte casas en la ciudad!

Eso dice Eva. Veinte casas, incluyendo la casa de mi funcionario. Quizás sí que hay sorpresas en la vida. Lo malo de esto es que nunca acabas de probar tu inocencia, en el caso de que seas inocente. Si eres una vez pederasta, lo eres siempre, aunque se lo hayan inventado, aunque sea mentira, aunque parezcas más macho que un semental… “Se me da mejor tratar con niños que con gente adulta”. Esto me dijo el muy cabrón e hijo de puta.

- ¡Además de zorra y puta, es una pederasta, un desecho! - ¡iros ya a la puta mierda, guarras!

Me hago ovillo en el piso, rezo para que la cosa no me salpique. Rezando y también cagándome en todo lo que se menea. Y mis vecindonas... ¡más leña al fuego!

¡Ella es la que lleva el tema de los niños, él es un pringado! -me sulfuro, pero callo.

Cuelgo sin un adiós a Eva. Una acusación de crimen sería un oasis en el desierto en comparación con esto. Si mi nombre sale a relucir, seguro que la poli viene a hablar conmigo; tartamudearé, dudaré, no sabré qué decirles, la calma no mantendré. Me auto inculparé con declaraciones tontas. Te hacen millones de preguntas, y tú sólo puedes responder: “yo no, yo no sé nada de esto”.

- ¡Qué la detengan y se pudra en la trena! - ¡sois unas hijas de la gran puta!

Ahora es un alivio que me quitase de en medio. Me gustaría ser como la gente que no tiene problema para elegir un bando u otro, aunque no sepa la verdad, aunque nunca esté cerca de saberla.

Mi colega de piso, Ja… Je… Ji… Jo… Ju…, o como putas leches empiecen con “J”, se despierta. Me ve nerviosa y angustiada.

____ ¿Qué te ocurre? -me pregunta.

Me vuelvo hacia él

____ Oye -le miro a los ojos y le pregunto-. ¡¿Tú cómo coño te llamas?!
____ David.
____ ¡¿David?!
____ Sí, David.

“¡Hostia, David, hay que joderse!, David no lleva “J”, pienso.

¡Pues, mira, maldito fetichista, David sin “J”, ¡desde ahora mismo y para siempre mete tus mugrientas manos en tus asquerosos huevos, y no vuelvas nunca más a tocar mis tangas! ¡¡¿Entendido?!!



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Mensaje  achl Miér Ago 19, 2020 6:53 pm


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Mara

No comía desde el jueves, y ya era sábado y mi barriga crujía como mi viejo somier. Me fui a la nevera y cogí lo primero que pillé, y después regresé de nuevo a la mesa de la cocina y me senté en una de las sillas. Pero, al poco, llamaron al timbre de la puerta de mi casa. Era Mara, mi vecinita mulatita, que tenía una forma de mirar, de reír, de contonearse… ¡qué vaya tela con Mara! Así que apenas si hablamos, lo justo. Antes de un segundo la tenía abierta de patas encima de la encimera, o como coño se llame ese mueble. Pero como la incomodidad le estaba ganando por goleada al deseo, nos miramos, sonreímos y, sin más esperar pasamos a mi dormitorio y… directamente a follarnos.

Mi mulatita gemía y gemía... Tenía que hacer un esfuerzo de tres pares de cojones para poder contener mi semen. Y en esto estaba… aguantando como buenamente podía. Pero, súbitamente, Mara clavó sus uñas en mis nalgas.

Tremenda mi Mara. No paraba, la nena. ¡Jo, ardían mis huevos! Y ahí seguía ella. Le cogí las tetas como poseso. Le comí la boca, mordiéndole los labios. Le metí dos dedos en el coño y ella comenzó a gemir con más fuerza. No quería correrme aún, pero Mara se dio la vuelta, aun mi polla adentro. Y no sé cómo lo hacía, pero yo miraba las vigas del techo para no echar a perder todo antes de tiempo, cuando vi que lo hacía otra vez, como una árabe; sí, esas mujeres que hacen virguerías con su coño y por ende con las pollas que se follan.

____ ¿Qué es lo que acabas de hacer, incluso repetido? –le pregunté, sorprendido y tremendamente excitado.
____ Nada. Simplemente me he dado la vuelta. Pero no hables más y sigue en lo que estábamos.

No podía más, le di besos enroscados por todo el cuerpo, besos que tenía en lista de espera desde hacía una semana. Se estremecía toda. “Sí, mi mulatita es mu putita en la cama”, pensé. Y luego, “antes y durante”, así la iba llamando: ¡putita, putita…!

No sabría explicar cómo me corrí. En menos de un segundo sentí un calambrazo en la polla. Mara no gemía, rugía. La colmé de besos de fuego. Se reviró y me miró con deseo y pasión. No dijo palabra alguna, sólo seguía empujando contra mi polla. No dejaba de mirarme con lujuria, no me apartaba los ojos, la sentía en lo más hondo. No se movía, ni hablaba, sólo se dejaba hacer. Pero cuando terminamos de follar, corriéndome solo, sin esperarla para compartir el gozo, saqué mi polla de su coño y me relajé un poco.

Pero, de repente. Mara pegó un salto y salió de la cama y, sin decir palabra, se fue como rayo al baño. Yo seguía tumbado en la cama. Al poco, oí un abrir de puerta y después un fuerte portazo.

Sonriéndome y relativamente confundido, lancé un par de besos al aire, y a continuación, me hice ovillo en la cama y me quedé frito.



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Mensaje  achl Miér Ago 19, 2020 7:06 pm



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Me busco la vida

Oficial de policía. Este era mi papel representativo para acudir a mi trabajo. Por lo general, no cambiaba nunca la rutina. Mis clientas se inclinaban casi siempre por policía, y algunas veces por bombero, militar o boxeador, y rara vez decidían que fuese pirata o bandolero.

Me vestí con el clásico uniforme de oficial de la policía, cogí la llave del coche y salí de mi casa. Cerré la puerta, bajé a la calle, me subí a mi coche, arranqué el motor y empecé a avanzar por el Paseo de la Palmera, de Sevilla.

Trabajaba como striper para fiestas nocturnas hacía como un año. El trabajo no era gran cosa, pero se pagaba bien, mejor que cualquier otro. La primera y única regla de un striper era la de ser un profesional en cuanto a no propasarse con las clientas.

Llegué a la dirección indicada. Estaba claro que allí era la fiesta, pues la música se escuchaba desde lejos. Estacioné el coche, apagué el motor, quité la llave y salí de él, cerrando después la puerta del conductor. Frente a la puerta de chalé, donde se estaba celebrando la fiesta, pulsé el timbre y esperé.

La misma cumpleañera me abrió. No pensaba que me iba a encontrar con aquella belleza despampanante. Era una madura, guapa y bien hecha. Llevaba pelo corto. Tenía un cuerpo colorista: empinadas tetas, grandes y firmes, y culo redondo. Un escote impactó en mi cara, como incitando a que lo mirase; la dueña del escote me miraba y sonreía, y a su mirada y sonrisa se unían dos chicas más que, bailando con un vaso en la mano, me inspeccionaban de arriba a abajo.

____ ¡Pero entra ya! -exclamaba en un tono cordial la madura. Parecía alegre, tal vez por el alcohol.
____ Veo que es una bonita fiesta, pero no tanto como ustedes. ¿Podría unirme a su baile? –pregunté sonriendo y desabrochándome uno de los botones de mi camisa y moviéndome al ritmo de la música que sonaba.
____ ¡Claro, oficial! -decía con un hablar nervioso una de las chicas.

Del tirón me arranqué la camisa, dejando mi torso al aire. Las chicas daban gritos de admiración, y con palmas acompañaban mis vaivenes al compás de la música.

Con lentos movimientos, me quité el cinturón de balas y dejé que mis pantalones se escurriesen por mis piernas, quitándomelo a la altura de los zapatos y quedándome sólo en tanga. Las chicas gritaban y dos de ellas venían hacia mí, para acariciarme el pecho, los brazos, los muslos y las mejillas. Y una tercera, quizá la más atrevida de todas, puso una de sus manos encima de mi paquete.

Pero mis ojos se centraron en la cumpleañera. Aquella madura me había atrapado. Reía mirando a la concurrencia y sirviéndose Chivas. Por alguna razón, obvia por otro lado, podía adivinar que algo se le estaba humedeciendo por ahí abajo.

Luego de una hora de show, me puse de nuevo la camisa, ayudado por una chica que permanecía a mi lado todo el baile. “Mi” madura se me acercó de nuevo.

____ Sígueme. Te voy a pagar lo que hemos acordado -me dijo.

La seguí por uno de los pasillos de aquel lujoso chalé, hasta llegar a un dormitorio. Cerró la puerta por dentro con pestillo. Un nerviosismo me invadía, a la vez que una erección repentina e inoportuna se apoderaba de mí.

La madura cogió una billetera que había sobre un mueble antiguo de caoba, frente a la cama y contra la pared, y sacó unos cuantos billetes.

____ Aquí tienes los 800 acordados, más 200 de bote 1000 euros en total. Si quieres cuéntalos –me dijo con una sonrisa nerviosa en los labios.
____ No hace falta, señora -respondí-. Por cierto, ¿cuál es su nombre?
____ ¿Para qué quieres saberlo? Mi nombre no importa. El tuyo es el que realmente importa –sonrió.
____ Me llamo Adolfo -respondí.
____ Bonito nombre -dijo mirándome a los ojos y acercándose más a mí. La sonrisa en su cara permanecía inalterable.
____ ¿Como empezaste en este oficio?
____ Como muchos otros chicos de mi edad. Estaba sin trabajo, y esta idea me la dio un buen amigo que me acompañaba en el gimnasio.
____Espero te guste tu trabajo -dijo mirándome insinuante.

Sin ningún pudor y con total desparpajo, me cogió el bulto con su mano.

____ Oh, si quieres ganar dinero en cantidad, no busques otro trabajo.

Su mano alzaba torpemente su vaso de Chivas, cayéndose éste y haciéndose añicos contra el suelo. Sin prestarle atención, se separó el escote dejando ver sus tetas, sin dejar de mirarme el paquete. Mi respiración se aceleró. Quería follármela desde que la vi, pero no podía dejar de ser el profesional que siempre había sido.

De pronto apartó la mano de mi paquete, y poniéndome las manos sobre mi pecho me dio un empujón, haciéndome caer de espaldas a la cama. Seguidamente, se me puso encima y me lamió el cuello. Percibí una mezcla de olores, alcohol y perfume femenino del caro.

Intenté apartarme, pero no pude; como si hubiese perdido mi poder de decisión; ella me lo había arrebatado. La cogí de la cintura y deslicé la mano por sus firmes nalgas cubiertas por una falda roja y de unos diez centímetros por encima de las rodillas, que dejaba ver unos muslos morenos, tersos y torneados.

Me besó en la boca, mordisqueándome los labios, acariciándome la lengua con la suya con suaves vaivenes circulares y constantes. Me abrí la camisa y ella me besó el torso. Mis manos alzaron su falda, y dos de mis dedos se colaron en su entrepierna. No llevaba bragas, y su vagina estaba humedecida y palpitando su clítoris.

De pronto, se tumbó a mi lado en la cama, incitándome, pidiéndome con los ojos que hiciese lo que quisiese con su cuerpo.

Me quitó ella la camisa y el pantalón, quedándome en el tanga del baile, y luego se quitó el sujetador apareciendo sus tetas desnudas. Le arrebaté la falda acabando de desnudarla por completo.

Mi mano recorría su vientre, subiendo a sus redondas mamas, y luego de besarlas, lamí los pezones, mientras iba acariciándole el cuerpo con las yemas de los dedos. Ella gemía y gemía, sin parar...

Me aparté de sus sensuales y adictas tetas, acariciándolas una vez más, y mi lengua seguía hasta sus muslos. Besé uno, después el otro, sin todavía tocar su tesoro, sólo amagos. Aquella madura ardía en deseo.

Me concentré en su clítoris, paseándose mi lengua de un lado a otro, arrancándole aullidos a aquella bella y ardiente madura. Lo lamí y le metí dos dedos en el coño y seguí con mis juegos de lengua.

Su vientre subía y bajaba al compás de los gemidos de sus movimientos en mi boca. Borracha de deseo y caliente como candela, me pidió que la follase. Supuse que ya habría tenido dos orgasmos por lo menos.

Me quité con lentitud el tanga, y mi glande saludó a su clítoris. Ella alzó la pelvis y se metió la polla, que era recibida sin aduana y con las piernas abiertas de par en par.

Empecé a moverme mientras que, inclinado sobre sus tetas, acaricié con la punta de la lengua todo lo que pillaba. Me tiraba del pelo y se aferraba a mi espalda, y con sus uñas me la arañaba, provocándome algunas vías finas de sangre, pero no sentía ningún dolor.

Una serie de rugidos animalescos salían de su garganta, a medida que los espasmos de otro orgasmo invadían su coño, extendiéndose por todo su cuerpo, al tiempo que contorsionándose a su antojo. Sentí que me iba a correr también, de modo que me cogí la polla y la metí en su boca, rojo carmín los labios. Dejándome llevar por la pasión del momento y por mis experiencias sexuales, bestialmente descargué en su garganta.

Mientras iba recuperándome, ella llevó una teta a su boca, lamiéndose el pezón y bebiéndose el poco semen que había caído en el contorno, pues casi todo le había entrado en la boca, que saboreó y tragó. Con la última gota de semen que quedaba en uno de sus dedos, se lo relamió. Y, sonriéndose, me dijo:

____ Espero volver a verte de nuevo. Y lo más pronto posible.
____ Seguro. Puedes apostar al “SÍ”, sin riego a perder.
Y luego de decirle eso, empecé a vestirme de nuevo, mientras le iba haciendo gesto, como haciéndole ver que mi polla era sólo para ella.

Y así fue en adelante. Dos veces al mes, previa llamada telefónica, me pasaba por su chalé y follábamos de todas las formas. Pero eso al principio, porque a medida que iba visitándola nos íbamos cogiendo cariño y era que desde entonces nos hacíamos el amor. También al principio recibía 1.000 euros por cada encuentro, pero pasado un mes no quería más dinero. Me estaba dando cuenta de que le estaba cogiendo un cariño especial. ¿Quizás enamorándome?

A los cinco meses de nuestros encuentros me confesó, con lágrimas en los ojos, que estaba enamorada de mí. No tiene hijos y es viuda desde los 48 años y ahora 56. Tiene dinero y propiedades, rústicas y urbanas. Se llama Ana. Me ha propuesto que nos casemos y que vivamos en su casa, pero esto es algo que me lo estoy pensando porque no quiero hacerle daño, precisamente porque la quiero y porque tengo un alto concepto de la fidelidad, y no estoy yo seguro de no serle infiel, con lo cual le demuestro que soy un hombre honesto. Yo tengo ahora 27 años y el mes próximo cumpliré los 28. Y cosas de la vida, tan joven y ya con un dilema tan grande en mi cabeza, que tengo que dilucidar.



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Mensaje  achl Miér Ago 19, 2020 7:17 pm



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Me sodomizaron

Breves pero inolvidables momentos los que ocurrieron aquella noche, los cuales comenzaban a escribir, sin siquiera yo imaginármelo y mucho menos proponérmelo, una nueva página en el diario de mi vida

Corría como una galga. ¡Es que iba a perder mi tren...!

Aquella reunión en el salón de juntas de mi grupo de empresas era tan densa, tan monótona, y tan aburrida que estaba harta de todo. Nuevos proyectos de ventas, nuevas imágenes del marketing, novedosos estilos de reclamos publicitarios, nuevos productos en boga…, números, números y más números… Ya no veía la hora de que acabase todo aquello.

Y para más inri, esa misma noche tenía que viajar a Madrid, para tratar de cerrar, a horas tempranas de la mañana del día siguiente, un importante negocio, que daría alas de oro a mi negocio.

El suntuoso reloj digital, en la pared de la sala de juntas, marcaba las 21,32 Horas. Sobresaltada y nerviosa, me levanté del sillón de dirección. Mi tren partía a las 22,05 Horas.

____ ¡Qué pierdo el tren! -anuncié a través de una exclamación.

Sin conceder más tiempo a otros comentarios de mis empleados, cogí mi agenda y mi maletín y salí a todo gas.

____ ¡Pídeme urgentemente un taxi! -le dije a mi secretario.

Entré en mi despacho, cogí la maleta, que había preparado de antemano, entré en los aseos de señoras, me retoqué un poco el pelo, me miré en el espejo grande mi esbelta figura, y presurosa me encaminé hacia el ancho pasillo, donde estaban los ascensores. En el panel de mando de uno de ellos, estaban encendidos los pilotos, verde y rojo, pero se apagaban y se encendían locamente, lo que hacía pensar que algo ocurría y no sabía por qué se estaba demorando más de la cuenta. Al poco, me dijo el guardia jurado del edificio que uno de los ascensores se había detenido solo súbitamente, por lo que todo el trasiego de subidas y bajadas lo estaba soportando uno solo.

Cuando el ascensor llegó a la planta baja, esperaba a la puerta del suntuoso edificio un taxi con la puerta derecha trasera entreabierta.
____ ¡A la estación de Santa justa! -le dije al chófer-. ¡Pero dese prisa, por favor, que pierdo mi tren! -añadí.

Tras una larga carrera, en la que el coche público zigzagueaba en la Avenida de la Palmera, no dejaba de mirar la hora en mi reloj de pulsera.

Por fin, llegamos a la estación de Santa Justa y, sin preguntar al rechoncho taxista el importe del viaje, saqué de mi bolso mi billetera y de ella extraje dos billetes, uno de 20 y otro de 10 euros, y los dejé caer en el asiento delantero derecho, dándole las gracias al conductor por la celeridad.

En el panel electrónico se anunciaba la inminente salida de mi tren. “¡Y yo con estos tacones!”, pensé. Me descalcé, y con los zapatos en una de mis manos y con la otra mano tirando de mi maleta, me lancé medio corriendo en su persecución. El andén 12 parecía interminable.

En el momento justo en que el convoy iba a partir, trepé al vagón. Agitada, localicé mi compartimiento. Una vez en él busqué y encontré mi asiento, solté mis bártulos, y me dejé caer en él. Minutos después, recuperado ya el aliento, vi que una de mis medias se había desgarrado. Dejé en el asiento de al lado, que estaba desocupado, mi abrigo y mi maletín, me arreglé un poco el pelo, y hurgué dentro de la maleta en busca de un nuevo par de medias.

En lugar de ponérmelo allí mismo, pensé que lo correcto era hacerlo en el baño, a la vez que me refrescaría un poco cara y manos. Cogí las medias, me calcé de nuevo y me fui hacia el aseo. Tuve que recorrer el pasillo hasta dar con él. En el trayecto pude ver que dos vagones estaban a oscuras, quizá sin pasajeros. Me estremecí por pensar en un tren volando sin personas en su interior, pugnando con las estrellas en medio de una noche negra.

Al encender la luz, odié la estrechez del cubículo. Me desabroché la blusa, botón a botón. El agua salía tibia de un diminuto grifo en un pequeño lavabo blanco. Suave chorro, que recogía en la palma de la mano, era suficiente para refrescarme la cara y el cuello, evitando mojarme la ropa. Me incliné sobre el lavabo. Pero, de pronto, se abrió la puerta y se apagó la luz del interior. Instintivamente recordé que, con mis prisas, no había echado el pestillo interior.

Alguien se me ponía detrás. Una mano cálida me tapaba la boca. Se instalaba otra mano en mis tetas y me las acariciaba. Sentía cómo se enganchaba en el sujetador que, aunque poco, me lastimó los pezones. Presa entre el lavabo y alguien anónimo no tenía opción de defenderme. Sofocada, traté de separar a quien estuviese detrás de mí. Sentía una presión en mis nalgas, que, junto con el miedo, percibí una ráfaga de excitación en mi entrepierna.

La misma mano que me acariciaba tiraba suave de mi falda hacía arriba, y hallaba el hilo del tanga. Oí deshacer el nudo, lo que hacía que me aumentase la excitación. Había en mí una mezcla de miedo y deseo. Mi clítoris empezó a empaparse con sus propios jugos. Desde ese momento no quería ya gritar, no quería ya defenderme, ya dejaba de resistirme...

Quizá mi atacante percibía mi entrega, pues destapó mi boca. Sentía aliento y besos en el cuello. Me volqué sobre el lavabo. Quien fuese, delicadamente me estaba sujetando de las nalgas, ahora desnudas. Mi deseo Iba en un aumento progresivo de ser follada por detrás.

Las palmas de unas manos se deslizaban sobre mi trasero, explorándolo en aquella oscuridad sofocante. Las dejé hacer a su antojo, gozando también yo con cada uno de sus hallazgos.

De pronto, me soltó de las nalgas y fue entonces que oí el ruido de una cremallera y sentí el calor, caliente y húmedo, de un miembro entre el canal mis nalgas. No tenía que ser demasiado inteligente para darme cuenta de lo venía a continuación, que por eso aspiré profundamente.

Era una polla gruesa, larga, dura, ardía al penetrarme. Empujaban al mismo tiempo; la polla, para clavarse en mi culo; y mi culo, para que llegara hasta el fondo. Ahogué un gemido, pero no contuve un espasmo de doloroso placer. A la vez que la polla iba sodomizando el culo, yo me acariciaba las tetas, me frotaba los labios de la vulva y me daba cachetes en las nalgas, todo alternativamente. Nuestras respiraciones se iban acelerando.

____ Más, por favor... –no pude ni quise evitar decir esa frase.

Los movimientos se disparaban. El golpeteo de sus testículos contra mis nalgas me arrastraba a un orgasmo. Un orgasmo explosivo y delirante. Mi cuerpo se contraía… Hasta que estalló. Me inundó un chorro intermitente de semen. Continuaba con sus movimientos, y a cada intento, un jadeo, un suspiro ronco; hasta que aquel alguien fue relajándose. Su virilidad empezó a perder turgencia y a resbalarse sobre mi culo. Un líquido viscoso y tibio se escurría por mis piernas, que aún temblaban.

Iba a decirle algo, lo que fuese, cualquier cosa, pero me soltó y salió del aseo, no sin antes dar a mi duro culo dos sutiles y cariñosos besos. Cuando me rehíce, asomé la cabeza al pasillo. Nadie a la vista. Sobre la marcha, cerré el pestillo de la puerta del pequeño habitáculo.

Sin muestras de preocupación en mi rostro, más bien, todo lo contrario, sonriendo encendí la doble luz del aseo y me miré en el espejo, subiéndome en un banquito metálico que había por allí. Entonces vi señales de marcas en mi cuello, mis brazos, mis muslos y mi espalda, pero suaves, sin rastros de sangre y ni siquiera arañazos, ni cardenales evidentes.

Luego de lavarme y de ajustarme la ropa lo mejor que podía, debido a la estrechez del lugar, volví a mi compartimiento espiando durante el trayecto en todos y cada uno de los que estaban iluminados. No reconocí a nadie.
Sentada otra vez en mi asiento, una sensación de satisfacción unida a otra de gusto bullía en mis adentros. Sonriéndome, escribí lo siguiente en mi diario:

La noche del 23 de mayo del año pasado a las 22,25 Horas, en el aseo de un tren con salida desde la estación de Santa Justa de Sevilla y con destino a la estación de Atocha de Madrid, he sido sodomizada por alguien, pero de una forma delicada e incluso con ternura y cariño. Tanta delicadeza, ternura y cariño usó, en todas sus acciones, que en absoluto me importaría que ese alguien me sodomizase de nuevo. Y tengo que decir, sin rubor ni vergüenza tampoco, que me encantaría conocerle y verle la cara, que lo más probable es que lo hubiese besado y quizá, quién sabe, hubiésemos llegado a algo más.



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