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SÓLO ESCRITOS DE CIENCIA FICCIÓN

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Mensaje  achl Vie Sep 04, 2020 9:39 pm



La escoba justiciera

La misión de aquella escoba era la limpieza, pero no esa clase de limpieza en la que están especializadas las escobas.

Una mujer entraba a un chino (de esos que a miles hay repartidos por la geografía nacional) y compró una escoba, pero al no servirle para su propósito básico: barrer, la tiró a un contenedor de basura, sin siquiera quitarle el plástico que la envolvía.

El camión de las recogidas de basura la llevó a un vertedero de basuras, cerca de un bosque maldito: el bosque de las brujas.

Como era una escoba nueva, la recogió una bruja, que pepenaba desperdicios. Le pareció un buen vehículo para realizar sus fechorías; así que se la llevó a su pocilga e, Ilusionada, la enseñó a volar.

En pleno vuelo se dio la vuelta e hizo caer a la bruja al vacío, quedando fracturado todo su cuerpo, muriéndose en el acto por un infarto durante la caída.

Nadie vio el accidente, así que la escoba voló de nuevo al vertedero, a la espera de que apareciese otra malvada inquilina.

Y la recogió otra bruja. Y se repitió la misma historia una y otra vez, hasta que aquel bosque maldito quedó libre de brujas.

La escoba de esta leyenda reposa ahora feliz en un vertedero, pensando en que su vocación era la limpieza. Pero no precisamente para esa clase de limpieza que desde que era nueva había estado haciendo.


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Mensaje  achl Vie Sep 04, 2020 9:43 pm



La Hada diputada malvada



El Bosque Mágico estaba hecho un desastre… hasta cierto punto. La sobrepoblación de seres fantásticos generaba problema y todo daño ecológico, inconmensurable, interminables pleitos entre las distintas clases de seres, inseguridad (los hombres-lobo y los vampiros atacaban noche tras noche a la población), escasez de alimentos, falta de viviendas, y una inflación galopante.

Los nativos, más conscientes del antes fastuoso lugar, concluían que imitando a los occidentales era muy necesario crear una representación popular por medio de la generación de una clase política responsable que supiese administrar los recursos de la población, para minimizar los problemas comunitarios y sacar hacia adelante a aquella extraña y diversa sociedad del Bosque Mágico, otrora un lugar rico, digno y respetado.

Ada, el hada que siempre había apadrinado a un político occidental, se dispuso a demostrar a los otros que era una experta en estas lides, y, por su abultado talento, lanzó su candidatura para conseguir un escaño, representando para ello a PASEO, PArtido SEres Olvidados.

Empezó su campaña prometiendo que reforestaría el bosque con olmos de la mejor clase, cuyos troncos y ramas generaban muchísimos recovecos que servirían como madrigueras para los duendes de la comarca; que llevaría el agua fresca del Arroyo Encantado a la Charca de los Sapos Dorados, que estaba a punto de secarse, para que las hadas pudiesen depositar allí sus larvas, sin ningún riesgo; que dotaría a la población de estacas de roble y antorchas de coníferas resinosas para así ahuyentar a los malditos vampiros; que poblaría los senderos de añagazas, para capturar a hombres-lobo; que importaría esporas de setas, para que los claros semihúmedos del bosque se llenasen de hongos carnosos y nutritivos; que, con su exquisita parla, convencería a las ardillas, para generar un banco de bellotas, y garantizar el abasto en invierno y así reducir la inflación; que respetaría los derechos de las minorías, que eran muchas; y que el Bosque Mágico volvería a ser como lo era antes, en el antaño, no demasiado remoto.

Y llegó el día de las elecciones, y Ada consiguió sus objetivos: los habitantes del Bosque Mágico apostaron por ella de una manera abrumadora ante la esplendidez de su propuesta.

Pero una vez conseguido su curul, Ada se olvidó de sus electores y se adueñó con triquiñuelas del árbol más florido del bosque; llevó el agua del Arroyo Encantado a su charca personal, abarrotándola de hermosos nenúfares, adquiridos con el dinero del presupuesto público del Bosque Mágico; astuta, negoció con los vampiros y los hombres-lobo su protección personal, a cambio de libertad de acción para ellos.

Se quedó por la cara (cara dura) con todas las setas importadas, para ella, para sus familiares y para algunas de sus amistades. Se empleó a fondo en vender las bellotas a unos precios exorbitantes, y dedicó todo su tiempo público a localizar asociaciones perversas y grupos intolerantes, pero siempre en busca de ser reelegida indefinidamente.


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Mensaje  achl Vie Sep 04, 2020 9:49 pm



Lilí y Papá Noel


Sólo le quedaban dos caramelos de café. Había cogido un buen puñado de la bandeja, entre mantecados, alfajores, figuritas de mazapán, dulces de frutas y peladillas. Y aun habiéndose comido todos los caramelos de café, los párpados se le hacían cada vez más pesados. Su deseo de abandonarse al sueño se ampliaba por milésimas de segundos, pero tenía que aguantar. Este año sí, este año aguantaría hasta el final. No como años anteriores que, por unas cosas u otras, nunca cuajaba su aguante. Pensaba que no quería volver a sentir tan horrible decepción consigo misma al despertar. Esta vez lo vería. Esta vez vería entrar a su casa, ni más ni menos que a Papá Noel, y también le vería depositar los regalos junto al árbol de Navidad. Aunque tuviese por estos poderosos motivos que morirse de sueño y expuesta a una buena regañina de su madre.

Si sus padres se enterasen de que, en este momento, las cuatro y diez de la mañana, su pequeña rubita Lilí, de tan sólo cuatro añitos se encontraba en el sofá del salón, arropada con manta, sábana y cobertor, todo arrancado a su cama, la riña que le caería encima sería de órdago. Pero no le importaba porque sentía que era un buen pago con tal de ser testigo directa, por fin, de la llegada de Papá Noel.

Hacía bastante frío esa noche, aunque sentirlo en la cara la ayudaba a mantenerse despierta. No podía ya faltar mucho, tenía que estar a punto de aparecer. Desde su trinchera de algodón, adivinaba las formas de su árbol de Navidad, junto al rincón, débilmente iluminado por luz lunar que atravesaba, fría y silenciosa, el cristal de la puerta del balcón. Y por allí no sabía bien cómo -la puerta sólo se abría por dentro-, pero por allí debía entrar su queridísimo Papá Noel. ¿Se acordaría de todo lo que le había pedido? ¿Cómo sería el momento tan mágico que estaba a punto de ocurrir? La emoción la embargaba y hasta frío le quitaba.

Sin pestañear, atenta al vaivén en la puerta del balcón, sentía el paso del tiempo. Nada ocurría oyendo el silencio, luchando por no caer bajo el sueño. De pronto, su corazón se contraía dentro del pecho. Justo detrás de ella, dos enormes ojos azules la miraban desde lo más alto, con respecto a ella, desde arriba.

____ ¿Me esperabas, Lilí?

Sólo acertó a asentir débilmente, aferrada a las mantas, sin poder separar la mirada de aquellos ojos magnéticos, profundos, que parecían brillar en la oscuridad con luz propia. Temblaba Lilí de miedo y de emoción. Ahora, que lo tenía delante, no podía creérselo. ¡Era él! ¡¡Era Papá Noel!

Sin dejar de mirarla, Papá Noel rodeaba la mesa-camilla dirigiéndose hacia el árbol con su voluminoso saco a la espalda, sin hacer ruido. Lilí lo veía gigantesco; tanto a él, con su traje rojo y blanco, como su saco. No le recordaba así de la tarde que lo veía en el centro comercial. No era el mismo. Aquel parecía un niño a su lado. La barba era similar a la de su abuelito, aunque ésta era como de nieve. Y sus ojos eran increíbles, que iban cambiando a cada paso que daba: plateados, púrpuras, grises, verdes, azules, y otra vez azules, y tenían una expresión que nunca había visto en nadie, entre bonachona, alucinada y divertida; imposible no mirarla.

____ ¿Te ha comido la lengua el gato? –le preguntó Papá Noel, tierno, sin borrar su gran sonrisa tras la barba.
____ ¿Por... por… dónde has entrado? –se atrevió, por fin, a preguntar.

Papá Noel hacía un gesto con su mano libre. Y la puerta del salón se cerraba con un susurro.

____ Por la chimenea.
____ ¡Pero si no tenemos chimenea! –replicó alegre, por descubrir el truco-juego de Papá Noel.
____ Por la chimenea de tus sueños –matizó, alzando una pícara ceja de algodón.

Lilí no sabía qué decir, pero le sonaba bonito. Su sonrisa se ampliaba aún más entre los mofletes.

Papá Noel dejaba su enorme saco cerca del árbol de Navidad. Parecía pesar una tonelada, por lo menos.

____ ¿Tú no deberías llevar algunas horas durmiendo? –ahora sus ojos eran de un verde amarillento.

En el salón no hacía ni pizca de frío. Lilí se deshacía de su refugio de abrigo (hasta empezaba a sentir calor con él encima), para apoyarse en el reposa-brazos del sillón más cercano a Papá Noel.

____ Es que… es que… yo tenía muchas ganas de verte.
____ ¡HO… HO… HO…! –grave risa resonó en la cabecita de Lilí como leve trueno-. ¡Si nos hemos visto esta tarde en el centro comercial!

Lilí sudaba. Ambos sabían que él no podía ser el mismo que estaba en aquel centro, pero no quería contradecirle, porque corría el riesgo de quedarse sin sus juguetes. Y puede que se tratara de otro de sus trucos-juegos como el de la chimenea.

____ Bueno… verás... –dijo mirándole con esquiva timidez a los ojos, que inmenso eran y circulares, hipnóticos-: es que… mis… amigas… dicen –y al llegar aquí tragaba saliva.
____ ¿Qué es lo que dicen tus amigas?
____…que no existes, que es todo un invento de los padres para engañar a los niños pequeños. Me dicen ellas que cómo un solo hombre va a poder repartir millones y millones de juguetes por el mundo entero en una sola noche –alzaba la mirada, temiendo la reacción de Papá Noel.
____ ¿Y tú qué crees? –sus ojos eran dos pozos sin fondo.
____ ¿Yo?, ¡qué te quiero mucho! –le dijo, saltando a su lado- ¡Y ellas son tontas del culo! –se llevó la mano a la boca. Se le había escapado un pequeño taco. ¡Y delante de Papá Noel!

Comprensivo, se inclinó para verla a la altura de los ojos, apoyando una mano, que parecía descomunal por contraste sobre su hombro.

___Tus amigas no son tontas. Pero yo no puedo existir para ellas si no creen en mí. Por eso tú me ves ahora en tu casa, justo antes de dejar tus regalos; y por eso ellas nunca me verán; serán sus papás los que tendrán que suplir mi trabajo, dejando sus regalos en mi nombre.

Lilí se había perdido completamente en los ojos de aquel ente maravilloso, mientras flotaba en sus dulces palabras sin sonido, que impregnaban de regocijos su alma, su corazón. Eran como lagos con un agua etérea, mágica, cálida e infinita. Y nadaba en ellos, llena de felicidad, como si hubiese alcanzado todas las playas de un paraíso interminable.

____ Debes irte ya a la cama o tus padres se enojarán si descubren que aún no estás dormida –Papá Noel se incorporó, diluyendo parte del hechizo.
____ ¡Pero yo quiero ver cómo vas dejando mis regalos! ¿Me los has traído todos…, todos? –los nervios la recorrían de pies a cabeza.
____ ¿Sabes que muchos niños en el mundo, niños como tú, ni siquiera tienen agua para beber? –su expresión se tornó a algo triste.
____ Lo sé, en África y en otras partes del mundo. Pero yo sola no puedo hacer nada por evitar esa gran injusticia.
____ Debes tener presente lo que muchas personas han trabajado para que tú puedas disfrutar de tus juguetes –la miraba, paciente.

Lilí notaba el cambio. Con Papá Noel no valían las formas que usaba con sus padres y abuelos. Había en él algo disímil, no sabía si superior, que lo hacía distinto al más entrañable de sus familiares.

____ Sé que tengo mucha suerte por todo lo que tengo –Lilí intentó parecer menos excitada, sin lograrlo-: sólo quería preguntarte... ¿llevas en tu saco los juguetes para todos los niños del mundo?

Papá Noel ponía el saco, para que no se vertiese, hacia un lado; después miró a Lilí por debajo de sus blancas cejas.

____ Aquí llevo todas las ilusiones, deseos, promesas y oraciones que los niños me demandan, junto con lo necesario para poderlas hacer realidad. Y como ves, es un saco muy grande –le guiñó un ojo.
____ ¿Puedo ver cómo lo haces? –la niña estaba fuera de sí-. ¡Porfi porfi porfi!
____ Pssss. Qué se van a despertar tus padres–le dijo con un grueso dedo sobre la barba mientras cogía el saco-. Tus juguetes se están haciendo, los verás mañana por la mañana, y ahora a la ca…
____ ¡No! ¡Enséñame uno! ¡Sólo uno! ¡La casita y me acuesto!
____ Entonces no tendrás todos tus regalos. Aún no están preparados.
____ ¡Me da igual! –y de pronto las mejillas de la niña se ponían rojas-. ¡Es mi ilusión! ¡¿No lo ves?!
____ Acércate, pues.

Abrió el saco, que era cual inmensa boca de un túnel. Un fuerte olor desconocido pero agradable la golpeaba la cara.

Y adentro, de todo tamaño y color, entremezclados con juguetes a medio hacer y fundiéndose con ellos en un intenso bullir, había infinidad de cosas variopintas, que Lilí, sorprendida, contemplaba...

Y todas ellas perfectamente bien clasificadas por continentes, países, ciudades, pueblos, aldeas, barrios, viviendas... en base a las edades, los gustos, los caprichos, los deseos, las necesidades... y teniendo en cuenta Papá Noel el buen o el mal comportamiento, tanto en sus hogares con sus papás y sus hermanos, como en sus colegios con los profesores y los compañeros, de todos y cada uno de los niños y niñas que iban a recibirlas.



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Mensaje  achl Vie Sep 04, 2020 9:54 pm



Trinocho



Trinocho era desde hacía un montón de cientos de años un noble príncipe azul. Pero no era Trinocho un príncipe cualquiera, era un príncipe y también, además, un auténtico caballero que luchaba diariamente por rescatar princesas de los castillos, custodiados por enormes y temibles dragones.

Soltero, atractivo, exitoso, adinerado: “Príncipe” era el título por antonomasia de él, la mano derecha y la mano izquierda del mismísimo Rey, El cual, no tenía descendientes, ni esposa, es que ni siquiera tenía perrito que le ladrase.

Pero un día aconteció algo inesperado. Viajó, como siempre hacía, para rescatar a una bella princesa, de las muchas que se contaban que habían sido secuestradas por dragones y que pedían por ellas millonarios recates. Así eran los secuestros en aquella época: princesas bellas, grandes castillos y ambiciosos y temibles dragones que pretendían trincar los tesoros del Rey.

Ahí entraban en acción los nobles caballeros a rescatarlas, una especie de comando altruista. Y fue así cuando Trinocho se encaminó hacia el rescate de una princesa secuestrada, de la que se hablaba en el palacio del Rey. Como siempre, rescató a la bella princesa, y también encadenó al villano dragón, para su posterior detención, y con poco o nada, el castillo quería reconfortar su esfuerzo con una fruta, viéndolo exhausto luego de la gran batalla. Trinocho no sospechó lo que estaba pasando en realidad. El dragón secuestrador era amigo íntimo de la princesa, por lo que era una trampa para hacer caer a Príncipe, hasta su historia en el pueblo del Rey la difundía un ayudante, quizás amante de la princesa. Y más aún, la princesa no era princesa, en realidad era una astuta mujer despechada por Príncipe, una autentica bruja, con todas las letras, como las hay y de las que se cree que no existen, pero que las hay, que las hay en verdad...

Y tras comer una apetitosa manzana de la bruja despechada se reveló su verdadera apariencia, y entonces Príncipe se percataba de quién era, y tras una mordida a la manzana, caía sobre Príncipe una terrible maldición.

Príncipe se marchó furioso de aquel lugar, notando que los efectos de la maldición empezaban a funcionar. Y los efectos eran que se volvía gordo y verde. Pero no acababan aquí las cosas. Ella era una bruja, de esas brujas de tiempo completo y eso no le bastaba para vengarse de Príncipe, y el otro efecto de la maldición era que cuando caía la noche no se convertía en un lobo, se transformaba en un muñeco de madera, flaco y feo. Y la bruja le decía que la maldición iba a desaparecer tras un beso de un amor verdadero.

La información oficial fue que Príncipe había muerto en batalla, ya que estaba muy avergonzado como para salir en público a decir la verdad. Así que se refugiaba en el bosque a vivir con tres amigos que él mismo había rescatado de las garras de un lobo hambriento y que los tenía atrapados.

Sus amigos eran muchachos. Si los animales hablan y muchos igual que personas, otros caían bajo un encantamiento.

Conservando su riqueza, Príncipe no trabajaba, pero, para no aburrirse, de noche curraba de DJ. Le conocían como “DJ Trin-Ocho” tanto de día como de noche, pues todos lo aceptaban en el bosque como es: hadas, duendes y demás que rondaban por aquellos parajes que corroboraban que era hombre bueno, noble, amable. Pero nadie conocía su verdadera identidad.

Y esta era su vida. Esperando recibir el beso de un amor verdadero. Pero por ahora va a seguir viviendo una larga vida de soltero con los tres muchachos, con los que ha llegado a hacerse amigos inseparables.

Todos conocían su transformación, pero Príncipe a nadie le había contado el porqué de quien era antes y es ahora, salvo a sus tres amigos.


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Mensaje  achl Vie Sep 04, 2020 10:01 pm



Donde hay fe hay milagro


¡¡Los tres vais a morir hoy mismo!!

Gritó fuertemente una tenebrosa, ronca y diabólica voz que resonó en la oscuridad, mientras yo caminaba hacia a mi casa.

La angustia inundó por completo mi alma. Pensé en Lucía, mi mujer, y en mis hijos pequeños, Mateo de 8 años, y Lucía de 6.

“¿Por qué? ¡No por favor, no! ¡Yo no hice nada malo en esta vida para que me los arrebates!”.

La voz replicó:

____ ¡Tú nunca has creído en mí!

Supliqué:

____ ¡Mis hijos no tienen culpa de nada, llévame a mí!

La voz de la Parca habló de nuevo:

¡¿Para qué te quiero a ti? ¡Jaja! ¡Tu alma me pertenece, jaja! ¡Vive tu vida! ¡Ahora me llevaré a tu esposa y a tus hijos; es un muy alto precio el que tienes que pagar por tu incredulidad!

Y la voz desapareció, como si estuviese camino de mi casa para acabar con la vida de mi pequeña familia.

“No creo en la muerte, pero ¿qué puedo hacer contra ella?! Pensaba.

Me apresuré en llegar a casa a ver a mis hijos y mi esposa antes de que en realidad se los llevase. Pero cuando llegué, nervioso, lloroso y sudoroso, ya estaban muertos, sentados a la mesa de la cocina y con los platos de la comida encima de ella. Llegó el forense y dijo que la causa de la muerte había sido un fuerte veneno para ratas; “seguramente que habrá caído accidentalmente en la olla”.

Soy aficionado a escribir. Recordé mi primera novela de terror, que se titula, “Ratas y Bichos”. Ironía del destino. Sólo pensar que sin meditarlo había hecho un pacto con la Parca para tener un trabajo para ganar dinero y así comprar comestibles para los míos…, y el resultado ha sido el más macabro que puede sufrir un padre de familia.

Empecé a llorar con desconsuelo. “Ahora me toca a mí; mi vida ya no tiene sentido. Lo que me pasado ha sido una cosa terrible. Creía que la Parca no existía, que las personas morían, sin ser requeridas, cuando llegasen a viejas, pero estaba errado”.

Me fui a la cocina y del cajón de los cubiertos cogí un cuchillo. Iba a quitarme la vida pero antes me pasé por el cuarto de mis hijos y me recosté en la cama de mi Lucía. No lo podía soportar, así que me levanté y me fui, ni sabía a dónde.

Un cobarde soy ahora. No puedo matarme, pero mis hijos están muertos. Me quedé dormido con mis lágrimas, mis miserias y con el cuchillo en mano. Cuando desperté tenía en la mano el mortal texto: “Ratas y Bichos” que se había llevado la vida de mis hijos y mi esposa. Mi casa es otra. Pobre de mí. En la cocina hay un almanaque que, una fuerte luz marca 22 de enero. “¿Por qué?” “¿Por qué otra oportunidad?”, pensé. Ese día tenía que llevar el libro a una editora. Fui y le llevé “Ratas y Bichos” junto con otro libro que he escrito en menos de media de hora, de título “La sentencia de la Parca”. Luego me encaminé despacio hacia la parroquia del pueblo para hablar con Dios. Y esto le dije:

Soy un hombre ateo que trabajo de albañil. Gano lo suficiente para mantener a mi familia. Pero ahora me sobra todo porque mi joven esposa, Lucía, y mis pequeños e inocentes hijos, Mateo y Lucía, no están ya conmigo, se los ha llevado la Parca para siempre. Nunca fui creyente, pero tengo fe en Un Alguien Grandioso y Poderoso. Si ese Alguien Grandioso y Poderoso eres tú… ¿puedes hacer algo por devolverme a mi esposa y a mis hijos?

Y esto me respondió Él



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Y luego de acabar de decir esas Santas Palabras, mi esposa y mis hijos se encontraban a mi lado, como si nada hubiese pasado. Y ahora sí creo en Dios.





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Mensaje  achl Vie Sep 04, 2020 10:07 pm



Aquella sabia y milagrosa Paloma Blanca



Corría julio del 1968…

Vivo sola en la casa de mis extintos padres en un pueblo de Sevilla, el más alejado de la provincia. Al cumplir los 23 años, huérfana de padre y madre (muertos de accidente, año atrás), sin hermanos y además sin recursos económicos, me hallaba en la urgente necesidad de que tenía que presentar mi tesis para terminar mi carrera a distancia de Dibujo, Decoración y Diseño

Por eso me veía obligada a irme a vivir a Sevilla, a casa de una tía mía, hermana de mi padre, viuda, millonaria y sin hijos, que por esto y por lo mucho que me quería pensaba legar todo su patrimonio a mi nombre. Pero el cariño que me profesaba era correspondido y aumentado por mí desde pequeña, por lo que se descartaba la posibilidad de pensar que hubiese interés de por medio por mi parte, que no fuese de cariño. Tenía tres hermanas más y cinco sobrinos, pero siempre fui yo “su niña”. Se llevaba bien con sus hermanas y sus sobrinos, lo que ocurría era que todos ellos estaban en igual o en mejor situación económica que mi tía.

Tras largo y fatigoso viaje en el autobús tartajoso de mi pueblo, me fui caminando y preguntando al barrio de Santa Cruz, hasta la mansión de mi tía, que, al verme, me comió a besos.

Siempre me hablaban maravilla sobre Sevilla, que nunca había visitado hasta ahora, pero apenas eché un simple vistazo, podía corroborar que lo que tanto me decían era verdad: ¡Preciosa! Pero no podía disfrutarla como hubiese querido porque nada más llegar me invadía un ataque de nostalgia, debido a que había tenido que dejar en mi pueblo al que sabía que era el amor de mi vida, que quedaba triste, y yo, al sentir que no había ya agua en mi cuerpo para llorar por él y también por la tristeza que me invadía por dejarle unos meses solo, pues no tenía a nadie más que a mí.

Mi tía llevaba poco viviendo en Sevilla, pero me llevé una sorpresa al ver que no se encontraba sola. Vivía cerca una amiga de la infancia, y por el centro algunas más, también de la infancia. El destino las había unido de nuevo en la bellísima capital de Andalucía.

Satisfacción sentía al conocer y tratar a aquellas señoras tan agradables y que desde entonces formaban parte de mí. Ni que decir que mi tía estaba feliz por estar yo dos meses con ella, hasta acabar mi tesis, y más feliz aún por haber dejado en el pueblo a mi novio porque ella no congeniaba con Javier, que así se llamaba él.

Lo segundo que hacía mi tía era presentarme a su contable, que vivía allí; huérfano como yo y 5 años más que yo, para que me tuviese al día de sus asuntos financieros Era un chico rubio, alto, guapo, ojazos y culazo. De los que cualquier mujer perdería toda cordura por tener “algo” con él. Pero no yo; de mi corazón no salía Javier.

Con el paso de los días, el contable, llamado Juan, se metía cada vez más en mi vida, y ocasiones no le faltaban porque pasábamos juntos mucho tiempo, pues mi tía me inculcaba que controlase todas sus cosas. Pero a veces me sentía confundida…

Una noche de aquellas, salí a la terraza del jardín de la mansión en cuya no estaba encendida la luz y había poca luna, a fumarme un cigarrillo, cuando, de pronto, al prender el cigarrillo, la boca de Juan estaba a pocos centímetros de la mía. No sabía por qué, pero no lo podía resistir. Su boca incitaba a besarla, y a que el amo de ella jugase con la mía. Y así fue: me besó, y pasamos un rato de locura, recorriendo todo mi cuerpo con su lengua, algo que me hacía vibrar. Pero, finalmente, no permití que me “eso”, que veía en sus ojos y que yo me negaba por respeto y amor a mi novio, que, de no ser por esto, hubiese aceptado y encantada de la vida. Sin embargo, me dejaba besar y acariciar…

Al otro día no podía concentrarme; tenía remordimiento por haber traicionado a mi novio, lo que él no me iba a perdonar. Pero, como si una nube negra me atrapase con lujurioso manto de pasión, mi cuerpo pedía estar con Juan. Al final, la nostalgia le podía al deseo y estoica aguantaba, pensando en mi único amor.

Ese mismo día, por la tarde, mi tía me veía preocupada y, creyendo que era por el planteamiento de mi tesis, me decía que por qué no la basaba en el trabajo que sus amigas y ella hacían.

Y la verdad, no era mala su idea. Se dedicaban a tejer, dibujar y colorear sábanas, colchas y toallas, y mientras se iban contando sus dichas y desdichas, como lo que yo estaba pasando. Muy entregada estaba a los asuntos de mi tía y a mi tesis, que presenté dos meses después y que de vuelta a la casa de mi tía iba pensando que podía regresar de nuevo a mi pueblo.

Pero un día por la mañana, en que fui a la Facultad para tomar contactos con algún colega, mi novio, había venido a visitarme. Por supuesto, faltaría más, mi tía le dijo que no estaba y que ya salía con otro. Javier se fue destrozado y yo quería morirme. Pero no sabía si había hecho lo correcto por venir a visitarme sin antes avisarme, o si hubiese sido mejor haberse quedado en el pueblo y así no enterarse de lo ocurrido entre Juan yo, contándoselo después a solas los dos.

Esa tarde, escondida tras la puerta, escuché a mi tía decir a una de sus amigas que Javier se fue y que le había dicho que yo estaba saliendo con Juan. Entonces dudé si buscar al pobre Javier y contarle toda la verdad o decirle a mi tía que la detestaba por haberle mentido a Javier. Pero opté por llorar y salir corriendo hacia la calle. En
mi carrera tropecé con una de las amigas de mi tía, que me dijo:

____ La Paloma sabia y milagrosa, que tiene su nido en los Jardines de Murillo, te va a llevar al amor de tu vida. Pídeselo con fe.
Sorprendida y deseosa, de nuevo empecé a correr, pero ahora rumbo a los Jardines de Murillo. Cuando llegué, me metí entre los árboles y grité a pulmón lleno:

____ ¡¡Paloma sabia y milagrosa llévame a mi verdadero amor!!

Y, de pronto, apareció la Paloma revoloteando sobre mi cuerpo, me miró y me dio a entender con sus alas que la siguiese. Me llevaba hasta donde estaba Juan, que al verme se sorprendía. Pero, como lista que también era, me miró de nuevo y cambió el vuelo conduciéndome ahora a una extensa y ancha avenida, que luego supe que era el Paseo de la Palmera, y se posó en el capó de un coche, aparcado. Coche que, por supuesto, conocía; era el coche de Javier, y él estaba tumbado en el asiento de atrás, con cara y pose de hombre abandonado.

La Paloma, suspendida en el aire, esperaba a que yo entrase al coche. Ya adentro, saqué la cabeza por una de las ventanillas y le dije, gritando:

____ ¡Paloma sabía y milagrosa, este y no otro es el amor de mi vida y se llama Javier y quiero estar el resto de mis días con él!

La Paloma movía repetidamente las alas, que interpreté como un gesto de felicidad, y seguidamente emprendía de nuevo su vuelo.

De pronto desperté. Todo había sido un sueño o una pesadilla, según se mire, el cual o la cual no quería contar a nadie, quizá por fantástico, quizá por ingenua...

¿Quién se iba a creer que una Paloma era sabia y milagrosa y que tenía poder para llevarme junto al amor de mi vida?


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Mensaje  achl Vie Sep 18, 2020 1:45 am




La superagente Micaela

Aquel día amanecía perezosamente.

Drácula llegaba agotado de una excelente noche, en la que había saciado como nunca su sanguinario apetito.

Abría su sarcófago y subía la escalerilla para entrar en él. Se acomodaba durante un segundo, y después procedía a cerrar la tapa para dormirse plácidamente hasta el próximo anochecer.

Quería asegurar la cerradura de la tapa por dentro, como previsor que era hacía cada amanecer, pero algo no funcionaba, ya que se negaba a cerrarse.

Así son todas las cosas que hacen los humanos. Todo es de pésima calidad. Apenas duran funcionando tres años y luego se descomponen. Los vampiros necesitamos productos que duren miles de años.

“Esta noche sin falta conseguiré una cerradura nueva y enseguida la cambiaré por ésta”, se dijo para sí.

Por fin cerraba los ojos, renunciando a asegurar la tapa sarcófago, y caía dormido, embelesado por el exceso de la espléndida sangre ingerida la pasada noche.

Él nunca lo sabía, pero afuera de su cajón mortuorio, alguien lo acechaba. Alguien que era precisamente quien había inutilizado la cerradura antes de que el temible rey de los vampiros llegase a su hogar.

Cuando Drácula quedaba dormido, la renombrada cazadora de vampiro (que en años estaba en busca y captura por los propios vampiros del universo), abría su maleta negra, sacando de ella una estaca afilada y un martillo. Aquella noche sería el fin del más antiguo y temible de los vampiros que pululaban por el planeta Tierra.

Sigilosa, abría el sarcófago y miraba su adormecida víctima durante unos instantes. Y era entonces que decidía dejar en el suelo la estaca y el martillo. En vez de esto, abría su boca, mostrando afilados colmillos, y los clavaba en la yugular de Drácula. Le succionaba toda su sangre, sin que éste despertase, hasta que la Parca llamaba a la puerta del vampiro.

Se limpiaba su boca ensangrentada con un pañuelo de papel, cerraba de nuevo el sarcófago, cogía su teléfono móvil e informaba a su base:

"Habla la súper agente Micaela, la única especialista en eliminar a los vampiros. Le informo que acabo de aniquilar a Drácula. Este sangriento vampiro no volverá a succionar más sangre humana".

"Por cierto, jefe, mí jornada laboral acaba de comenzar. ¿Por un casual no habrá por alguna parte de la ciudad algunos otros detestables vampiros a los que quiera usted borrar del mapa? Porque ha de saber que, aparte de puntiagudos dientes, también tengo otros puntiagudos poderes".


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Mensaje  achl Vie Sep 18, 2020 1:55 am





En camino hacia la eternidad


Un viento frío recorría el centenario arbolado de luces sombrías. Las hojas secas se deslizaban junto a la corriente, describiendo un movimiento casi perfecto, una al compás de la otra.

¿Lo esperaba? En realidad, no sabía si lo aguardaba o era parte del juego. Una de las hojas danzantes iba a parar a sus pies, la más amarilla de todas, la que aún no había muerto completamente. Con delicadeza la cogía. Un destello dorado, más pequeño que grande, reflejaba su nombre en el reverso.

“¿Por qué ansiabas tanto que volviese a verte?”, resonaba una voz clara en aquel parque solitario.

La buscaba con los ojos, hasta que la veía. Se encontraba sentada en un banco del parque. Jugaba con un ramillete de violetas, que tenía un perfume tan intenso que inundaba todo el espacio en el que se hallaba. Siempre le habían gustado las flores, sobre todo las violetas.

La miraba profundamente, como antes, como siempre, intentando capturar para su memoria cada detalle de ella, cada gesto, cada voz. Impaciente frente a su mutismo, ella se paraba frente de él.

* ¿No te decides a decirme el porqué de tanta insistencia en que apareciese?

La tenía próxima de nuevo, luego de un prolongado sufrimiento. Había suplicado tantas noches. “Una oportunidad, sólo un instante quiero verla de nuevo, no quiero convertirme en cenizas sin antes no verla”, pensaba.

Acariciaba su cara con infinita ternura. El simple contacto de su mano bastaba para tranquilizarla. La abrazaba fuertemente. Besaba con amor y pasión aquellos labios rosados, mientras lágrimas no cesaban de caer sobre sus mejillas. Ella comenzaba a recordar el hondo sentimiento que los habían unido en vida. Y a cada caricia de él, ella respondía con una más dulce; a cada beso, uno más cálido.

Pero, implacablemente, el tiempo se estaba terminando. Aquella tarde concluía, tan abruptamente de cómo había empezado. Aun esto, ambos estaban felices por tan dichoso encuentro.

Aun lo tenebroso en aquel parque, oscuro y casi lúgubre, una luz resplandeciente empezaba a rodearla.

Con un tono de voz entristecido, ella le preguntaba:

* ¿Me vas a olvidar?

Él la miraba con un amor imposible de explicar, y le decía:

* Nunca, jamás. Te llevo incrustada en mi corazón.

La amargura se disipaba en su cara, le dedicaba su sonrisa más brillante y sincera, y después se desvanecía. Un nuevo oleaje de hojas se arremolinaba...

Pero, inmediatamente después, todo se tranquilizaba.

Lentamente y sin mirar hacia atrás, salía de aquel parque, oscuro para él, pero iluminado para ella, para no regresar nunca más.


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Mensaje  achl Vie Sep 18, 2020 2:01 am




Loor a la Soledad


Como el amor, el odio, la alegría o la pena, la Soledad también es un sentimiento, pero un sentimiento con profundas raíces de tristeza.

Querida Soledad, cada uno habla de ti como quiere o como le venga en ganas. Y yo también hablo de ti, pero nunca mal, aunque quiera.

Has estado en todas partes a mi lado; en los momentos buenos y en los que, por su fealdad, ya olvidados. En mis largos y agotadores caminares. ¡Cuántas palabras de desprecio hacia ti he oído, y cuántas he leído! ¿Por qué, Soledad? ¿Por qué sólo yo te he comprendido?

Hoy estoy de nuevo aquí, contigo, y en lugar de hablarte te escribo, pues el silencio nos ayuda a comprendernos como amigos. Si estamos juntos, es porque te necesito y no porque tú me lo hayas pedido. Siempre me he sentido bien a tu lado, mientras he reído, mientras he llorado, mientras me sentía marginado, y cuando abandoné a quien nunca debí de haber abandonado.

Perdido en el mundo, entre gente de otras etnias, sin entender nada y sin forma de hacerme entender, donde hasta el Cielo y la Tierra eran para mí diferentes como era todo, incluidas las personas que sonreían o sonrisas dibujaban en sus caras mientras yo, con gesto inocente y tratando de agradar dudaba de si todo eso era una burla o era algo habitual el entendernos sin hablar. Pero tú en un pequeño y frío cuarto estabas, en calle solitaria o en la barra de un bar donde no cabía un alfiler estabas. En medio de la multitud, en medio de la nada, en el tren que de las entrañas de la Tierra entraba y no estorbabas. Las cosas buenas, contigo compartirlas me gustaba: mis amores, mi familia, mis aficiones, y, de mi alegría satisfacciones, gozabas.

Allí estabas tú, y ahora estás en los peores tragos que me ha dado la vida, en copa maloliente. Cuánto te agradecí que estuvieras, cuando el amor se me iba, en aquel momento amargo en que la vida me tenía de rodillas y no me atrevía a mirar atrás, allí estabas tú, con tus silencios, tu calma y tu manto, que me aislaba del mundo, a empezar a ayudarme. Has logrado levantarme una vez más, es por esto qué no entiendo, querida, que te quiera a mi lado y otros de ti se hayan olvidado

Que no me dejases solo por favor te lo pedía aquel día que debajo de un coche, que reparaba, a mi mejor amigo perdía. Era un día triste, de horas amargas, y yo te hablaba en un lenguaje que me entendías. Mi amigo, todo corazón, amigo de todo lo que merece amistad, daba de comer a su perro, que era su distracción, y para cobijarlo, una casuca le hacía para su refugio, pero el destino o lo que fuese, ya que en nada se puede creer, hacía que debajo de un pesado tronco, mi amigo falleciese teniendo una larga agonía, sin que nadie ayuda le ofreciese.

Cómo no ibas a estar conmigo, Soledad, en esos momentos tan tristes de ver partir para siempre a un amigo mío, que no tenía ni un instante de descanso al día para sacar adelante a sus hijos, sin perder la sonrisa y sin arrugarse frente a los golpes de la vida, sin olvidarse de una caricia para cada uno cuando a casa regresaba, siempre de noche y cansado de tanto trabajar. Aquel hombre, al que siempre le quedaban fuerzas y paciencia para explicarme lo poco que él sabía.

Cómo no ibas a estar conmigo, Soledad, para ayudarme en aquel trago tan difícil de despedir una vida de fatigas, y de amor a su familia, que vivía en un cuchitril. Cómo no ibas a estar a mi lado, Soledad, para despedir a mi padre, derrotado por la edad y por el trabajo...

No me dejes, Soledad, aunque te lo pida, te suplico que seas más fuerte que yo y no escuches mi súplica. Arrópame con tu manto y ayúdame con tu silencio, como de siempre lo has hecho. Ayúdame a levantarme y a elegir el camino, y a caminar de nuevo. Ayúdame a ordenar mi cabeza, después de caer, y a secar las lágrimas de hombre, que tardan en secar. Sabes que soy sensible y romántico. Y no sé para qué hablamos, si siempre me haces llorar, y eso que esta noche los temas de amores no los vamos a tocar, que me llevaron, junto contigo, a escondidos rincones para que nadie más que tú y yo supiéramos lo que de sufrir me hacían ya.

Soledad, querida mía, me queda lo mejor en el tintero, pero los días son largos. Me siento joven todavía y tú más que yo. Vamos a tomarlo con calma, que las penas al contarlas duelen menos.

En la próxima ocasión que volvamos a hablar, amiga Soledad, hablaremos sólo de alegrías. Hasta siempre, mi querida amiga Soledad.


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Mensaje  achl Vie Sep 18, 2020 2:11 am




Demasiados días fuera de mi casa



* ¡¿Qué haces tú aquí, si tú no eres un atún?! -pregunté enérgico al desplegar mis redes.

* ¡Claro que no soy un atún! -dijo ella, indignada y malhumorada-. ¡Yo soy una diosa, no un pez! –respondió.

* ¿Y cómo es que te pesqué yo con mis redes? -le pregunté de nuevo, ahora con curiosidad.

* Es que yo me encontraba nadando desnuda acompañada de un tiburón, pero de pronto cayeron de improviso tus redes sobre mí, y la verdad, no pude evitarlas ni esquivarlas.

* ¡Mientes! ¡Te vi detrás de una nube esperando el momento en el que arrojase mis redes, y después volaste literalmente hacia ellas! –de nuevo me enfurecí, sobre todo por sus palabras impertinente.

* Bueno, no te enfades, tienes razón, pero porque eres un mortal, y me encantas y me vuelves loca. Me dejé atrapar por tus redes, desnuda, para conocerte de cerca, pero los caballeros, como parece que lo eres tú, tienen que ser discretos y hacerse los sorprendidos. Deben aceptar, sin rechistar, lo que las damas dicen, y más si las damas son diosas, como lo soy yo.

* Yo no soy un caballero, sólo soy un simple pescador buscándose la vida, y en mis redes sólo quiero atunes, no diosas sin ropa –me calme nuevamente.

* Jajajaja… ¿Eres un homosexual, un maricón? -me preguntó la diosa con ironía, tirando a sarcasmo.

* No entiendo de esas cosas. Repito que sólo soy un humilde pescador, con una familia que alimentar -dije, educadamente, pero molesto por sus risas burlonas y por tratar de humillar a mi masculinidad.

* No hace falta que entienda esto o aquello, ahora sólo te pregunto una cosa, de la que pienso que entenderás, ¿no te vendría bien un buen rato de sexo divino? –respondió ella.
* ¿Y mi mujer? ¿Y mis hijos? ¿Y mi pesca? ¿Y mis atunes? Yo soy fiel. Tengo que pescar, al menos un atún, para volver lo más rápidamente que pueda al puerto a mi casa con mi familia -respondí.
* Si tú me lo pidieses yo podría convertirme en un atún sensual y voluptuoso, al que no podrías resistir, sexualmente hablando. Y si me complaces en esto, como yo deseo y espero que lo hagas, haría en un santiamén que cayeran miles de atunes en tus redes.

Y fue entonces cuando, olvidando mis principios, decidí entregarme a ella. Y muy oportunamente y en buena hora, porque pude comprobar en propias carnes que aquello fue de lo más excitante y erótico. Único.

Pasamos unos instantes sensacionales de sexo puro y de besos apasionados, hasta que las risas de mis compañeros pescadores me despertaron de mi extraño sueño, justo cuando estaba abrazado apasionadamente besando a un desconcertado atún macho de aleta azul que, sorprendido, me miraba de reojo.

Desorientado y avergonzado, para justificarme de mi conducta, les dije a mis compañeros que para mí eran ya demasiados los días que estaba alejado de mi querida esposa, de mis queridos hijos, de mi apreciada casa, y, sobre todo, de mi añorada cama.


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Mensaje  achl Vie Sep 18, 2020 2:22 am




El Príncipe solterón


Cuentan que cuentan y dicen que dicen que una vez existió en lejanas tierras del Oriente Próximo un príncipe, que no era precisamente un hombre joven. Su vida había transcurrido plácidamente en palacio protegido por sus padres, los Reyes, también por una corte que nunca permitía que nada malo le pasase en esta vida, tan llena de peligrosos avatares y de horribles circunstancias.

Como este príncipe no era agraciado físicamente, ni tenía ingenio o talento, llegó soltero y entero a la edad madura. Cosas de la vida…

Se sentía un hombre desaprovechado, hasta que supo por un chismoso caballero andante que había por allí, por algún lugar lejano, una joven y hermosa princesa en peligro, porque un malvado dragón la quería abrasar con su poderoso fuego.

El príncipe llamó a su paje, y juntos se fueron a su alcoba para vestirse de un héroe salvador. Fue entonces cuando notó que la ropa apropiada para salvar princesas le quedaba demasiado ajustada y pasada de moda, pero se las arregló para ponérsela, sacrificando para ello dos o tres botones.

Después, ordenó que llamasen al encargado de las caballerizas reales, para que le preparase su mejor corcel, el cual, por falta de entrenamiento y mala alimentación, estaba bajo de forma. Pero el príncipe lo montó, y enseguida salió en busca de la princesa en apuros y del malvado dragón, que escupía un fuego que la acosaba.

Luego de poco más de quince minutos de viaje, llegó al palacio de la princesa, pues ambos habitaban en la misma ciudad.

Y sí, allí estaba el prepotente dragón sentado en medio del camino, esperando que apareciese el príncipe salvador.

No parecía un dragón hostil o agresivo. No era tampoco un cachorro o un dragón joven, sino, más bien, irradiaba calma y madurez. Podría decirse que aquella bestia flamígera prefería el diálogo al enfrentamiento absurdo con un príncipe empolvado y fuera de moda, obsoleto.

No muy lejos de allí, estaba la princesa, que desde su balcón pedía auxilio a gritos. Era obesa, y mostraba patas de gallo y papada, pero a los ojos de nuestro príncipe salvador era una belleza, acorralada por una bestia inmunda.

El príncipe salvador apuntó la lanza contra el malvado dragón y azuzó a su corcel para embestirlo.
Éste –un dragón noble con mucha experiencia en la vida- emprendió el vuelo y permitió que el príncipe salvador rescatase a la ridícula princesa, sin que nadie resultase lastimado.

_________________________________________________________________________

Nota fuera de lugar del autor

Lo curioso de esta pequeña historia es que había sido la frustrada princesa quien había (por su falta permanente de aventuras existenciales) agredido sexualmente al noble y pacífico dragón.
_________________________________________________________________________


El príncipe salvador llevó a la princesa a su palacio, la desposó, y vivieron felices por los siglos de los siglos…

El dragón volvió a recostarse en el camino, saludando con aprecio y respeto a todos los seres humanos que por allí pasaban, ocupados todos ellos por sus menesteres del día a día.

Para el dragón fue realmente feliz el verse liberado de las innecesarias agresiones sexuales de la horrorosa y frustrada princesa, a la que le deseó suerte en su nueva vida de casada con su príncipe salvador.


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Mensaje  achl Vie Sep 18, 2020 2:29 am




El Diablo exige su reivindicación


Contra los arbitrios absolutos del universo, contra los prejuicios de la enajenada humanidad, contra todos los esfuerzos difamatorios de las distintas religiones y sus libros sacros, contra todas las técnicas, llegó por fin el día en el que el aparato legal, el judicial y el de los derechos humanos de la Tierra reconocía que el prestigio del Diablo había sido objeto de una injusta y deliberada manipulación propagandística por parte de las diversas Iglesias en su sempiterna competencia comercial por ganar feligreses, y así verse compensado con el top topping mundial.

El Diablo, ganador triunfal del juicio en la última instancia exigió, bajo demanda, ser reivindicado como un ser sumamente positivo, bueno y benefactor en lo referente al sano desarrollo de su muy querida humanidad, además de reclamar a viva voz una fuerte suma de dinero.

Así, finalmente, la feligresía pudo emerger del cacao mental con toda su madurez, para así disfrutar plenamente de tantas y tantas cosas que hasta entonces habían sido pecados.

Y a partir de aquel día, las diversas y diferentes iglesias, templos, mezquitas o sinagogas, y demás lugares de oración, quedaron vacías: los curas se fueron al paro, y sus arcas con cero recursos.


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Mensaje  achl Vie Sep 18, 2020 2:40 am



Se asustó, pero le esperaba

Aquella noche la luna brillaba. Paseaba por el jardín, mientras su cuerpo se iba dejando llevar por la tranquilidad del momento. La fragancia de los jazmines se extendía por todos los lugares de los alrededores. Aspiraba profundamente el aroma, mientras pensaba en su situación.

¿Qué podía hacer?

Se sentía sola, sus poderes eran imposibles de ser controlados. A veces, ni siquiera la llave le funcionaba. Tenía que buscar algo.

Llegó hasta una fuente y se sentó en su borde, y entonces comenzó a tocar el agua con las yemas de los dedos. El palacio del verano estaba, no sólo aislado de todo, sino también se perdía en la inmensidad de montes y bosques. Solía ella refugiarse en el lugar, porque nadie más acudía. Era la guardiana. No había tenido noticias de nadie en años, y eso la alegraba. Por única vez se sentía en calma bajo la influencia de los jazmines.

Una sombra tapaba la Luna. Odiaba las noches. La necesidad de satisfacer sus deseos más oscuros se tornaban en peligrosos, incluso más que sus poderes. Al aislarse, se sentía a salvo.

Miró confusa el Cielo. La luna brillaba en lo más alto, pero el jardín estaba en sombra. Aquello sólo significaba algo: intruso. Se levantó y miró en la penumbra. Nada. Dio unos pasos. Nada. Agudizó más sus oídos. Nada. Intentó sentir alguna presencia. Nada. Sólo oía el rumor del viento rozándose con las hojas de los árboles. Vio o creyó ver una silueta en la oscuridad, la cual desapareció enseguida.

Pensó dejar que sus poderes se descontrolasen. Podría construirse otro palacio más adelante, y la Naturaleza la perdonaría por haber quemado algunos montes. Se llevó la mano a la muñeca, para quitarse la llave, giró sobre sus talones, y entonces escuchó un murmullo a su alrededor.

____ Por fin te he encontrado -dijo una voz desconocida.

Una tenue caricia en la mano la retuvo, y dejó la llave donde estaba.

____ Y qué –contestó, aspirando su miedo.
____ Tienes miedo. Me temes -dijo con orgullo la voz desconocida.
____ ¡Eso no es verdad! -respondió, empezando a enfadarse.
____ Lo tienes, y no sólo eso… -algo le rozó la mejilla.

Se quedó muy quieta. No esperaba aquello. Entonces temía lo peor. Una imagen le venía a la mente.

____ ¿Vas a matarme? -preguntó, y la sombra se reía.
____ Podría hacerlo, pero no. Hoy sólo quiero algo diferente de ti.
____ ¿Quién eres?

La figura de quien quiera que fuese aparecía de detrás. Le inmovilizó la cintura y el pecho, la mordisqueó salvajemente en el cuello, quedando los dientes clavados en su piel. La mente de ella se quedó en blanco, se estremeció por completo su cuerpo, y rígida como palo estaba. Su cuerpo caía, pero aquella figura la sujetaba.

____ ¿Qué es lo que quieres de mí? -consiguió articular débilmente, deseando que aquellos dientes desgarrasen de nuevo su carne dolorida.
____ Te quiero a ti –dijo la figura, volviéndola hacia sí.

Por mucho que lo intentaba, no podía abrir los ojos. Su aura, su presencia la habían absorbido. Sintió unos brazos fuertes sujetándola. La mordió otra vez. Tras algunas sacudidas de placer, se relajaba sobre sus brazos. Quería que aquella sensación no acabase. Sentía que el tiempo se detenía. Osaba a devolverle el abrazo, y el apetito sexual regresaba de nuevo. Mordía con delicadeza.

____ Pssshhh… -le escuchaba decir.

Ella fue ascendiendo hasta llegar a su barbilla, pero permaneció indecisa. ¿Besar ella a un desconocido? ¿Cómo podía responder así? Nunca había respondido de aquel modo a caricias, besos o mordiscos. ¿Quién era la imagen? Vagos recuerdo acudían a ella, pero los ignoraba cuando tropezaba de repente contra sus labios. Él había descendido y la había besado. De todos los besos de sus experiencias, aquel era el beso más beso, y más sensual, el beso más deseado. Un beso que nunca esperaba.

El desconocido la llevó a la fuente termal, mientras luchaban por unir sus cuerpos. No fue largo el trayecto al menos para ella. Se metió sin pensarlo, aunque se mojase entera la túnica. El agua ardía. Sentía que sus poderes emergían de ella.

____ ¡No los puedo controlar…! -empezó a decir.
____ Deja que yo los controle -su cuerpo se calmó bajo su abrazo.

Parecía que la había hechizado con aquel beso. La sumergió con él, y el fuego de sus poderes se apagó. Sentía cómo el agua, o quizás las suaves manos de aquel desconocido, siempre en la sombra, la desnudaban lentamente. De pronto veía que su cuerpo, lo mismo que el de él, se hallaban desnudos. Sentía vergüenza.

____ Tranquilízate. Todo irá bien -dijo, mientras recorría cada rincón de su cuerpo con sus manos. Su apetito sexual se avivó entonces. Le besó con pasión atrayéndole más hacia sí.

Sumergidos ambos en la profundidad del agua, ella se quedó de espaldas al suelo, caliente y suave, como el contacto del barro. La estrechó de nuevo en sus brazos, mientras intentaba hacerla suya.

Ella susurró su nombre, sin saber si era él.

____Me has reconocido -susurró a su oído.

Lo mordisqueó, llegando otra vez al cuello. Ella no podía distinguir entre el roce del agua o el contacto de la piel del extraño. Sólo veía que su cuerpo se entregaba, sin resistencia. El deseo y el placer aumentaban, mientras una parte de él se integraba a la suya. Fue entonces que salían a la superficie.

Afuera, la noche era cálida. Ella recordaba de golpe el olor del jazmín. Seguía allí. Empero, el olor que emanaba del desconocido era más atrayente y fuerte que el de aquella blanca flor. Por única vez, no quería llegar al clímax, no quería que aquello acabase, y. por alguna razón, sabía que él tampoco. Los dos formaban parte de un todo, algo que ella nunca había sentido y a pesar de tenerle, sentía que aquello sólo iba a durar mientras la amase. Y después desaparecería.

____ No me iré. No tengas miedo de lo que venga. Ahora y siempre serás mía –dijo entre susurros, mientras la estrechaba y la mordía-: te quiero -añadió perdiéndose en sus propias palabras.
____ Sí, soy tuya -dijo ella.

Ya dentro de ese placer efímero del clímax, ella le mordió y le arañó los hombros. Escuchó los gemidos apagados de aquel que la había poseído, escuchó cada rumor de la noche. La oscuridad la había tragado, la había hecho suya, pero aun así sentía que era una luz, como una cálida y pequeña llama. Reía sin poder evitarlo. Él casi le arrancó los labios en respuesta, y ella abrazó su torso después de haberla asido de los muslos. Cuando el fuego se apagaba, comprobaba que él seguía allí, dándole placer, mientras que despacio se apartaba de ella, que, asustada, le abrazó para que no se fuese. Al poco, descendía acariciando ella su espalda.

Él la cogió de los brazos mientras salían del agua. La llevó a un rincón y la tumbó, tapándola luego con su mojada túnica. Sintió adormecerse mientras la respiración de ambos se hacía leve, invisible. Sintió que él dormía sumergido en ella, confiando en ella, como nunca lo había hecho con nadie. Se sintió aliviada por un momento, y cerró los ojos. Entonces se vio a sí misma como una pequeñísima llama envuelta por la inmensidad de la noche.

Estuvo un rato a su lado. Se vistió despacio y después anduvo sin rumbo, perdida en sus pensamientos. El amanecer despuntó de repente, como un fogonazo de luz. Había salido del bosque y estaba en pleno descampado.

____ Así que la dueña siempre mantiene la casa sumergida en la noche. A pesar de que afuera haya luz.

La luz del Sol le dio de lleno en la cara, secando totalmente su ropa. Se sintió fuerte y que su poder, que era la llama de su alma, se fundía con cálido destello. Entonces escuchó un murmullo a su espalda.

____ No me dejes en la oscuridad. Eres la única luz que puedo seguir.

Era aquella envolvente voz que la confundía y la arrastraba hacia lo más profundo de lo sombrío.

Ella se dio la vuelta y le miró a los ojos, con una expresión casi angelical, Él parecía ruborizado, podía sentirlo, no verlo.

____Te necesito. No te vayas –le dijo abriendo los brazos, intentando llegar a ella desde el límite.
____Soy tuya, ahora y siempre.

Se fue hasta él, retornando el regreso a la profunda oscuridad, y decidía quedarse allí para siempre.


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Mensaje  achl Vie Sep 18, 2020 3:36 am



Mitad Dios - Mitad Diablo


Las palabras “bien” y “mal” debían ser vistas y llevadas a cabo de la misma manera, de la única manera por todos. Lo que ocurre es que lo que para unos es “bien”, otros no lo ven así, por lo que es “mal”. Sólo es cuestión del criterio de cada cual, pero la verdad sólo tiene un camino.

Llevaba toda la noche sin dormir pensando en el día siguiente, en lo que haría para impresionarla, en cómo decirle que la amaba, sin recibir un NO por respuesta.

Le había comprado un libro, y también una rosa, la más roja de todas las que había en la floristería, y sólo me importaba lo que ella me pudiese decir.

Toda la mañana pensando en ella, en sus ojos marrones, su pelo castaño, su boca, ni grande ni pequeña, perfecta; sus labios carmesíes...

Cuidaba mis dos pequeños regalos (el libro y la rosa), como cuidaría de ella misma. Hacía todos los preparativos para que todo estuviese bien cuando ella llegase.

Los tres últimos minutos antes de que sonara el timbre de la puerta de mi casa eran momentos de nervios, de silencio, de impaciencia, de mordedura de uñas...

Al fin sonaba. Ya tenía preparado mis regalos. Me había vestido con mi mejor ropa. En mi mente, sólo estaba mis momentos con ella, los buenos y los menos buenos.

Pero abrí la puerta y apareció una pareja de la policía.

____ Buenos días -me decían.
____ ¿Qué ocurre? –les preguntaba.
____ ¿Conoce usted a esta mujer? –uno de ellos me mostraba una foto.
____ Es.... es más, la estaba esperando –le respondía.
____ ¿Está seguro? -me preguntaba el otro.
____ Completamente seguro –le contestaba.
____ ¿Pero qué es lo que ocurre? -añadía preguntando de nuevo.
____ Ha sido asesinada -me comunicaba el primero.
____ ¿Cómo? ¿Qué es lo que dice usted? –mi corazón se derrumbaba.
____ Mi compañero y yo llevamos el caso -concluía el otro.

Me habían dejado estas palabras en el aire, y no me importaba que se me cayese el libro, que llevaba todo el rato cuidando; ni me importaba que se pudiese romper, ni me importaba que las espinas de la rosa se me clavasen en la mano y la hiciesen sangrar. Tampoco me importaba que aquellos dos policías viesen cómo de mis ojos salían lágrimas. No me importaba que llamasen al timbre mientras cerraba la puerta de un portazo. Y no me importaba nada. Sólo ella me importaba.

Subía a mi cuarto. Y ya en él, me sentaba en el borde de la cama y lloraba. En aquel momento me acordé de que mi padre siempre me decía… “los valientes no lloran”. Recordaba los ojos de ella. Rogaba a Dios que me la devolviese. Al mismo Dios del que siempre había dicho que no existía. Al Dios que había insultado tantas veces.

Volvía a abrir la puerta. Los policías permanecían en el llano de la entrada.

____ ¿Dónde está?
____ En el tanatorio de la SE-30. Allí pueden indicarle en qué sala se encuentra.

No me hacía falta más información. Cerré la puerta, y esta vez no volví a escuchar el timbre o un golpear a la puerta. Ya tenían mis datos. Podrían venir en cualquier otro momento.

Hacía tiempo que había dejado una vida, que en unos segundos volvería a retomar. Una vida de demonio, de asesino...

Hacía que me brotasen alas de nuevo; alas negras, con huesos asomando en sus bordes. Mis uñas se transformaban en garras afiladas, cuales cuchillos. Mis ojos se volvían rojo, como el fuego. Y mi corazón latía a un ritmo tal que a todo humano le habría dado un infarto.

Llegaba de noche al tanatorio, rompía el cristal de la ventana que había en el pasillo que daba a su sala. Entraba a ella.

Abría el ataúd. Estaba pálida, y en su vestido blanco había sangre. Cogía una de sus muñecas y me bebía su sangre, y así sus recuerdos eran para mí. Un violador como cualquier otro, un vampiro violador.

Iba sola por la calle y un violador la había visto. Intentó defenderse, pero el violador sacó un cuchillo y le asestó tres puñaladas; sólo una la mató. Tras esto, en el informe forense, que había en un sillón de la sala, ponía... Bueno…, ponía lo que el violador la había hecho tras matarla, lo que tenía pensado hacerle desde el momento en el que la veía: violarla, destrozarla y matarla.

Mi rápida velocidad de vampiro diablo me hacía llegar en un segundo a la casa del asesino. Llamaba a su puerta y cuando veía mis ojos y mis alas se asustaba y echaba a correr hacia su cocina. Lo seguí. Tenía cuchillo en mano, se lo arrebaté y lo lancé lo más lejos de su alcance.

____ Hoy has hecho algo con la chica equivocada –le dije.

Dicho esto, sólo pasaba una de mis manos por las venas de su cuello. Mis garras se lo seccionaban.
Ya en casa me daba cuenta de lo que había hecho. Había faltado a mi promesa de no volver a esta vida. Me había rebajado a la altura de un insignificante violador, y sería sólo cuestión de tiempo que el resto de los de mi especie descubriese que yo había roto las reglas, sobre todo la principal: me había enamorado de una humana.

Pero en mi mente flotaban dos sentimientos; por un lado, sabía que había hecho el bien, porque era eso lo que me ordenaba mi corazón; por el otro lado, sabía que mi conciencia me recordaba lo contrario. Es decir: el mal.


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Mensaje  achl Vie Sep 18, 2020 3:49 am




Muchacho asesino - Muchacha vampiro

Se tomaba su tiempo para quitarle la vida, pero a la vez también estaba ansioso por acabar su trabajo. Tomás Vega y Vega era un perturbado mental, un loco de esos de remate, pero esta vez se había convertido en un asesino, y la vez anterior, y la primera vez. Pero nunca lo podían atrapar. Sabía hacer bien las cosas. Tomás Vega y Vega, quedaros con este nombre y estos apellidos.

Aquella chica estaba colgada de un pie en el techo. Una gruesa cuerda rodeaba su ensangrentado tobillo, el otro estaba retorcido por el peso de la pierna suelta. En las piernas y el pecho tenía innumerables cortes, pero en la cara, eso no eran cortes, era una ira descargada con ensañamiento. La sangre había salpicado la pared de atrás y había dejado un enorme charco en el suelo sobre la hoja de cortar, hoja que no tenía otro grupo sanguíneo más que el de la pobre chica. Un asesinato brutal, que hasta el más empedernido observador lo dejaría de mirar.

Era diciembre, concretamente 31 del mes. Fin de año, y en todas partes del mundo celebraban la llegada del año nuevo, mientras la sangre fluía espesa, cuerpo abajo. Tomás amaba a la chica, que ahora era como una cerda colgada. Descubrieron el cadáver a la mañana siguiente.

____ Hola, soy Tomás Vega y Vega -dijo mirándola fijamente.

______________________________________

Levantó la mirada y vio a un chico de aspecto desaliñado, gafas con montura carey, rubio y a la vez realmente feo o difícil de ver. Todo ello envuelto en un anorack azul, como si de un disfraz se tratase.

____ ¿No vas a decir nada? -inquirió Tomás, sonriendo levemente.
____ Es... estoy ocupada -respondió ella.
____ ¿Lo ves? Todo el mundo estudiando. ¿Y para qué? Para no aprobar, y en el mejor de los casos si apruebas sales del instituto sin trabajo. Para quedarte con papá y mamá.

Ella soltó una risa. En realidad, Nerea, que así se llamaba, pensaba igual. Era como si aquel chico “difícil de ver” le hubiese leído la mente. La primera impresión había sido buena.

____ Sí, tienes razón -respondía Nerea.
____ Claro que la tengo -e hizo un gesto de satisfacción.

Nerea no era especialmente guapa, pero tenía unos preciosos ojos azules. Su pelo flácido estirado cogía forma detrás de las orejas forzándolas hacia delante, creando una protuberancia roja en ambos lados de la cabeza. Era de piel blanca, demasiado blanca, delgada, demasiado delgada, cuerpo encorvado, demasiado encorvado. No tenía amigos ni tampoco amigas. Jamás había estado con un chico y autolesionarse era su afición. Su cuerpo era un mapa, por las cicatrices, obviamente ocultas tras su fino vestido y un anorak rojo.

____ ¿Te apetece comer algo? -la invitó Tomás, sonriendo.
____ Acepto.

Y en aquella fría mañana de enero, Tomás ya había elegido a su siguiente víctima, mientras ella se levantaba del banco en el que estaba sentada, y recogía los libros en su mochila.

________________________________________

En una semana, Tomás ya tenía a Nerea en el bote. Siempre sabía darle lo que ella esperaba de él. Era como una amistad perfecta en la que todo funciona bien y nada se tuerce hasta que lo hacía de sopetón. Pero por el momento era su sexta víctima y tenía que hacer el preludio antes. Iban a la misma clase en el instituto y hasta ahora Nerea, desapercibida para él había pasado. Sobre todo, porque sus cinco primeros asesinatos eran chicas de distinta ralea, “otro estilo de persona”, decía de continuo él. Pero ahora que le había cogido gustito, todas valían, hasta Nerea, con sus orejas a lo bambi echadas hacia delante.

Pero Nerea también tenía sus rarezas, lo que Tomás no había descubierto todavía: cortes, cicatrices en todas las partes del cuerpo. Pero como era invierno, no podía verle los brazos. Pero en quince días, Nerea podría haber recuperado algo perdido para ella. Era feliz y ya no tenía motivos para lesionarse. Quizás se había dado un respiro.

____________________________________


En teoría, a las dos semanas uno se conoce lo suficiente como para pasar del beso a “algo más”. Confiaba plenamente en él, de modo que aceptaba la propuesta. Iban a pasar la velada en un cuarto de un motel. “Siempre hay un principio”, dijo ella. Y lo que podría ser una velada con una charla eterna incluida, podría acabar en el sexto asesinato de Vega, y por ello había alquilado el cuarto con un nombre falso, y en su mochila llevaba unos guantes rojos de lana y una cuchilla de afeitar. En realidad, llevaba dos, por si fallaba. Estaba ansioso y su corazón le latía hasta querer salírsele del pecho. En todo este tiempo, todo había sido una maniobra y no sentía nada por ella. Nerea, empero, comenzó a enamorarse de él. Lo que quizá le iba a demostrar esa misma noche.

____ Creo que algo va a ocurrir esta noche -dijo ella con una copa de más, mientras miraba fijamente los ojos de Tomás justo frente a ella, a pocos centímetros, apoyado con su delgado cuerpo.
____ Claro que va a ocurrir algo esta noche -dijo él con brillo asesino en los ojos.

Estaba llevando la mano hacia su mochila, cuando ella se percató de ello y le dijo:

____ ¿Estás buscando un condón?

Tomás frunció el ceño.

____ Bueno... no exactamente -se ponía nervioso-. Voy a coger un chicle. ¿Quieres uno? Los tengo de fresa y de menta.

Nerea se estaba desvistiendo, y entonces él cogió la cuchilla de la mochila, sin que ella lo viese. En ese momento alargó la mano para recoger el chicle, pero lo que recibió fue un dolor punzante en la palma, en medio de la penumbra. Al poco, notó algo tibio brotando de ella tras retirarla casi al instante.

____ ¡Voy a darte lo que mereces! -exclamó Vega, abalanzándose contra ella.

Y fue precisamente el momento en que los ojos de Nerea brillaban en la penumbra, y abriéndose la boca mostraba afilados colmillos que segundos después se hundían en el cuello de él.

Y era por esto, que nunca dieron con el asesino de las cinco chicas. Desapareció ella del lugar y nunca más se supo de Nerea. A decir verdad, nadie había sabido nunca nada de ella, ni de su familia.

Tomás Vega y Vega aparecía desangrado y muerto a la mañana siguiente, en un motel de mala muerte.

El despiadado asesino murió a diente de una mujer vampiro. Un preciso agujero en la yugular, suficiente era para desangrarse en un segundo.

______________________________________

En algún lugar de Sevilla, en el invierno más duro que se conocía desde los últimos 25 años, Nerea hacía autostop en una carretera secundaria rumbo a la provincia de Cádiz. Un coche utilitario reducía la marcha y se paraba unos metros más adelante. Al momento ella llegó a la puerta del conductor. La ventanilla se bajó.

____ ¿Qué hace una chica joven en esta fría noche de invierno haciendo autostop? -preguntó un hombre mayor con un puro paseándose por sus labios.
____ Tengo frío, ¿me llevaría usted a Cádiz?
____ Por supuesto, sube.
____ Gracias señor, es usted muy amable.

Y tras arrancar, Nerea se llevó una de sus manos a la boca para asegurarse de que sus colmillos habían vuelto a su estado normal, y así era.

Siguieron la ruta lentamente.

Así como los asesinos existen, los vampiros también.

“Tomás Vega y Vega, eras bueno en lo tuyo, quizá el mejor, pero esta vez te has equivocado de presa”, pensaba Nerea sonriéndose, con media cabeza fuera del cristal de la puerta del copiloto.


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Mensaje  achl Vie Sep 18, 2020 3:52 am




Nostalgia del infierno


Tú has hecho tu elección. Yo pondré las condiciones.

Aquel hombrecillo alzaba la cabeza. Sus labios dibujaban una fina línea apretada de terror. Con gesto casi imperceptible para humano, asiente. Ante él, el diablo refleja su satisfacción, un arqueo facial que anunciaba colmillos blancos, lengua repasando encías superiores, y una inspiración profunda para cerrar el trato “quiero tus ojos”.

Sólo el ser que tenía ante sí podía resistir la mueca horrorizada del hombrecillo cayendo sobre sus rodillas, empezaba a llorar en silencio con desconsuelo.

“Tu hija concebirá un fabuloso hombre; un guerrero que traerá fortuna y honor a tu linaje. Es un precio justo”.

El diablo recorría un camino empedrado y sucio a través de una turba de demonios que se abrían a su paso. Con miedo le ven cubrirse la cabeza con el capuchón en el que acaba su jubón gris. Sus pasos sonaban en medio de un estrepitoso silencio. Tras sí un gran portón de acero sellaba su entrada en el caserón oscuro. Nadie salía a recibirle, como tampoco nadie le ha despedido al salir.

Se enciende un candelabro. A su luz aparecen pergaminos de cuero con lazos rojos, botes de cristal de extraños contenidos, mesas y sillas de madera. Las paredes gimen la aparición del amo de las sombras. Lentamente, saca de una pequeña bolsa los ojos del hombrecillo. Dos parvas esferas blancas de unas pupilas dilatadas e iris azul. En sus manos recobran el brillo que las identificaba con la vida. Los reflejos celestes estallan en su cara y rebotan por toda la estancia, silban en sus oídos como aire, que en otro tiempo conoció. Por una de sus mejillas, resbala una lágrima, pero antes de llegar al mentón se evapora.

A la puerta del Paraíso, un ángel habla con El Creador. Es un ángel sabio y más ambicioso. Se sabe poderoso como su interlocutor; lo mira con la frente alzada, el pecho hinchado y los párpados entornados. No quiere seguir siendo un lacayo. La voz de El Creador suena como un trueno:

Tú has hecho tu elección. Yo pondré las condiciones.


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Mensaje  achl Vie Sep 18, 2020 4:31 am




Aquel caserón de mi niñez


Hacía muchos años que no visitaba aquel caserón, que era de mis bisabuelos, pasando a mis abuelos y después a mis padres. Un caserón de construcción antigua pero vanguardista, que me traía ambiguas sensaciones de tristeza y alegría a la vez. En él crecí entre juegos infantiles, en los serranos, pero casi olvidados campos de la Sierra Norte de Sevilla, más concretamente en los de Cazalla. En él disfruté de fiestas familiares en mi niñez. Pero todos estos recuerdos de bisabuelos, abuelos, padres, hermanos, primos, tíos, y amiguitos que jugábamos en tropel siendo niños, y de amigos de mi familia que venían de aquí y de allá y que eran ajenos a nuestras fantasías de la infancia, se habían esfumados ya.

Todo ello cambió a raíz de las continuadas crisis económicas, que han sido la peste de nuestra España. Algunos de mis familiares se mudaron a otras ciudades del país, incluso a Europa. Y con el paso de los años, aquel caserón iba quedando desolado. Todo se acentuó más con la muerte de mis abuelos, porque desde entonces mi familia dejó de visitarlo durante decenas de años, hasta que un buen día, cumplidos yo los 36, me entraron ganas de visitar mi añorada casona, con la única intención de interesarme por su estado de conservación, al tiempo que recordar in situ tantos esplendorosos momentos, los mismos que acabo de narrar. Y también, después de todo, era yo uno de los herederos de la casona, así como de más de 450 hectáreas de secano, de pura sierra.

Aquel día viajaba con aires nerviosos y pesimistas, porque de antemano sabía que aquella hacienda estaría cambiada a como lo conocí y viví. Por unas indagaciones, supe que el único ocupante de ella era mi tío Emilio; un sujeto que me resultaba un poco oscuro. De todos mis tíos, era con el que menos cruzaba palabra. Siempre lo recuerdo receloso, temeroso de algo... Al ir aproximándome a mi destino, pude ver, con felicidad, que todos los alrededores estaban igual que entonces. Cuando llegué, imaginaba que en cualquier momento vería salir a alguno de mis primos corriendo, o a mis abuelos recibiéndome con un beso o un abrazo y también con alguna golosina.

Ante el portón me encontraba ya. Pulsé el timbre. Pasaron unos cuantos segundos hasta que la puerta se abrió y detrás de ella asomó una cara. Al instante la reconocí: era la cara de mi tío Emilio; de tez morena, con un negro y abundante mostachón y desconfiados ojos, que no habían cambiado desde mi niñez.

Le saludé afectuosamente y, para mi desagrado, me brindó la entrada con un leve movimiento de cabeza. Pero antes de cerrar la puerta echó una larga ojeada al exterior. Luego, nos encaminamos hacia el espacioso salón, y mi mente se inundó de muy gratos recuerdos. Vi cómo aún seguía allí la antigua vitrina de mi abuela, con su vajilla completa, que siempre la utilizaba para ocasiones especiales. En el frente inferior de la vitrina, había un cajón del que nunca supe su contenido. Me acerqué al mueble, cuando mi tío gritó y se puso nervioso delante de mí, bloqueándome. Me extrañó su actitud, pero no le di importancia porque recordaba su crudo carácter.

Me invitó a inspeccionar el salón y me brindó una cerveza Cruzcampo. Y acepté su cortesía. Se sentó junto a mí en el sofá. Me ofreció un cigarrillo. Él estaba fumando. Mientras me acercaba el encendedor, me preguntó:

____ ¿Qué es lo que te trae por aquí, querido sobrino? Hace mucho tiempo que nadie visita este lugar.
____ He venido únicamente para saber cómo estaba nuestra casa; y también, por supuesto, para visitarte, tío Emilio -le respondí.
____ Pues ya ves, aquí está –dijo con aire cortante-. La he cuidado bien, como podrás comprobar -añadió.

La situación se sumergió en embarazosa. Parecía que a mi tío no le apetecía que me quedase mucho tiempo allí y, tampoco yo tenía yo ánimo para hacerlo. Nos quedamos bebiéndonos nuestras cervezas, fumando en silencio y mirándonos de vez en cuando. Pero las miradas eran extrañas, como si quisiese divertirse con mi aparente desconcierto. Me escrutaba como para ver algo en mí, como para relacionarme con algo, algo que yo no sabía qué era...

Decidí poner fin a aquella situación. Al acabar mi cigarro, me levanté y me despedí. Pero, para mi sorpresa, me invitó a quedarme a dormir allí esa noche, se disculpó incluso. Acepté, escamado, y subí a mi cuarto en el que había una grandísima cama, en la que mis tres hermanos y yo dormíamos de pequeños.

Y así y allí estuvimos un buen rato. La tarde había avanzado, así que decidí seguir revisando la casona. Vi el cuarto que solía destinarse a los invitados, en el cual, mis hermanos, mis primos y yo ocupábamos para jugar. Era amplio. Con tristeza vi que en otros cuartos habían desaparecido las literas, en las que dormían todos mis primos. Ahora estaba vacíos de muebles, sólo unas cajas viejas agolpadas, llenas de papeles y de periódicos viejos pasados de fecha. Me disgustó ver aquel panorama tan desolador, ya que recordaba todo aquello con cariño y nostalgia.

Para despejarme, abrí la ventana de mi habitación y me asomé para recibir aire fresco. Recordé que desde allí podía verse el jardín con su césped, siempre bien cortado, y su añoso árbol, en donde, bajo su sombra, tantas veces mi madre conversaba con mi abuela, su madre.

Decepcionado, pude ser que todo estaba al revés de cómo lo recordaba. El pasto crecido y seco y el añejo árbol horriblemente mutilado, descopado y desramado; le quedaba sólo el tronco cual muda evidencia del crimen que habían cometido al matar tan entrañable vegetal. La furia crecía en mí, y a punto estuve de bajar a reclamarle a mi tío, cuando una rareza noté; sobre el césped había dos clisímetros, de esos aparatos para medir la altura y el desnivel de los terrenos. Observé que el frente de la casa tenía varias anotaciones técnicas de construcción, como de aparejador, además de un tono amarillento, como si alguien hubiese oxidado la pintura anterior. Volví al salón, extrañado. Mi tío no estaba. “Habrá salido a hacer algo”, pensé. Mientras le esperaba, me entretenía viendo televisión, pero no podía dejar de pensar en todo lo que había visto.

De pronto, un raro sonido me puso los pelos de punta, como si rasguñase alguien alguna superficie de madera. Aquello era imposible, estaba yo solo. ¿O no lo estaba? Tímidamente llamé a mi tío, esperando, nervioso, a que diese señales de vida. Pero nadie respondía. Al poco escuché como única respuesta un palmoteo y un resollar casi inaudible. De nuevo volví a escuchar aquel inquietante rasgueo en la madera, y casi a punto estuve de salir a todo gas de allí.

Pero, para mi alegría, se oyó la puerta abrirse y mi tío llegar portando bolsa de un supermercado. Me sentí bien por volver a estar acompañado, pero los miedos y las dudas me abrumaban. Le dije a mi tío que tenía que irme ya, pero me pidió, casi me rogó, que lo acompañase esa noche. “Después de todo es sólo una noche”, me dijo. Acepté, no convencido, pero acabé aparcando mi miedo, y pensé: “quizá ha sido todo fruto de mi imaginación”.

Mi tío preparó una cena exquisita. Anochecía. Nos sentamos ante nuestros platos y dimos buena cuenta de las suculentas viandas. Ya cenados, no quise dejar pasar la oportunidad y le pregunté que si alguna vez había oído algún ruido raro en la casa. Me miró con expresión extraña y me dijo:

____ Ruidos no, pero días atrás... -empezó lentamente, como pensando lo que iba a decir seguidamente-…vi algo. Una impresionante luz bajó del cielo y se posó en el jardín. Eso no se lo conté a nadie porque nadie me iba a creer -añadió con un cierto enigma en su expresión.

Permanecimos un rato en silencio. Por alguna razón no respondí. Me sentía incapaz de dar mi opinión sobre lo que me había contado. No sabía qué responderle. Siempre había pensado que mi tío Emilio era raro, pero ahora comprobé in situ que lo era.

Pasada una hora larga decidí irme a dormir. Le di las buenas noches a mi tío y me fui a mi cuarto, llevándome conmigo mis dudas y mis suspicacias.

Un ruido aparatoso me despertó, como si fuese una violenta discusión. Era extraño. Sólo estábamos en la casa mi tío y yo. Me dirigí sigilosamente hacia el largo pasillo, para escuchar mejor. Aquello que escuché me asustó tanto que juraría que me meé en los calzoncillos. Claramente escuché la voz de mi tío, en un tono no muy alto, como si intentara que nadie oyera. Pero por el tono parecía desesperado, y lo que más me asustó era escuchar a su acompañante que quien quiera que fuese tenía una voz grave, cavernosa. Jamás había oído una voz tan horrible e inhumana. Discutían, por lo que pude comprobar, sobre la conveniencia de actuar rápido, si no me escaparía. Al escuchar esto, me acojoné tanto que quise llamar a la policía. Era tal mi miedo que temblaba en forma compulsiva. Aquella voz cavernosa dijo claramente:

____ ¡Tu sobrino se ha dado cuenta de todo, idiota! ¡Te advertí que lo matásemos cuanto antes, pero tú lo está protegiendo!
____ ¡No lo protejo, te lo juro; sólo quiero retenerle más para hacer las cosas bien! ¡No te atrevas a matarme! ¡Recuerda que tenemos un acuerdo! -respondió mi tío.

Se pudo escuchar una tenebrosa, macabra y siniestra risa. Un grito desgarrador rompió el silencio. El miedo me dominaba de pies a cabeza, pero me armé de valor y quise ir a ver lo que ocurría allí abajo.

Desde mi cuarto corrí hasta el salón. Al llegar no vi a nadie. Miré en todos los lados. Nadie. Pero, súbitamente, un impresionante resplandor, proveniente del jardín, me deslumbró. Un estruendo se oyó, y yo, en un alarde de valor, me fui hacia la puerta trasera. La abrí y vi aquella luz inmensa elevándose hacia el cielo a gran velocidad, hasta hacerse minúscula y perderse en la negrura de la noche.

Comencé a atar hilos y fue entonces cuando empecé a percatarme de todo. Mi tío había desaparecido, esto era obvio. Se lo había llevado aquella descomunal luz, que, sin duda alguna, era el espectro de mi abuelo, el padre de mi padre (el único patriarca velador de toda la familia), porque mi tío Emilio fraguaba malas artes, y malas intenciones para vender el antiguo caserón, la finca de 1.600 hectáreas y el resto de nuestras propiedades, urbanas y rústicas, repartidas por toda la comarca de la Sierra Norte de Sevilla, a nuestras espaldas.


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Mensaje  achl Vie Sep 18, 2020 4:35 am



El Hombre Azul


En un cuarto oscuro, como una noche lúgubre y cerrada en la que la Luna nueva había tomado el control, todo lo regía y todo lo controlaba un hombre azul, entero de este color, pero hasta la ropa que vestía, su piel y su pelo. Si alguna cosa más lo caracterizaba, además del color, era una mirada calculadora.

Se mostraba este hombre feliz gobernando aquel frío y oscuro cuarto. No parecía importarle abarcar poder más allá, puesto que realmente desde allí podía controlar todo lo que quería y necesario le fuese. Para que se hiciera su voluntad, sólo tenía que mirar hacia arriba y elevar ligeramente su tono de voz, en la manera que fuese escuchada por quienes debían hacerlo.

Pero, del modo más inesperado, un día su preciado cuarto comenzaba a aumentar notablemente la temperatura, que con el cambio climático sucedía un hecho digno de ser admirado: el cuarto cambiaba de color, cada vez más claro. De negro a gris, y de gris finalmente a un blanco cegador que cegaba ojos a aquella peculiar persona de azul.

Cuando al fin recuperaba la visión, se percataba de que tenía enfrente a una figura completamente roja, escandalizándose al sentir lo bien que estaba llevando a cabo su trabajo, mirando hacia arriba, dictando órdenes que estaban siendo cumplidas. Rápidamente asimilaba de quién se trataba, y por qué estaba ahí.

____ Ya lo veía venir. Estás aquí por ella, ¿verdad? Empezaba a intuirlo desde que mi voluntad comenzaba a cuestionar su presencia.

La figura roja, a la que podía ver con claridad y discernir que se hallaba desnuda, se limitaba a asentir con la cabeza.

____ Así que ahora pretenderás coger el control de este cuarto, tanto tiempo regido tan bien por mí. No está en mi decisión permitirte eso, sin antes ser convencido con buenos argumentos, como comprenderás.

Volvía a asentir sin articular palabra.

____ Difícil te será. Sé que lo tuyo no es dialogar. Pero es mi especialidad. Los dos lo sabemos. Vamos, dame sólo una buena razón por la que deba dejarte que rijas este cuarto.

Muda, la figura roja comenzaba a transformarse. Todo en este ente era acogido en algo verdaderamente hermoso, deslumbrante, llegando a forma de una mujer, una mujer tan bella que era impensable que alguna otra mujer fuese más bella que ella.

____ Sí. Su mera existencia resulta más que convincente, pero, aun eso, sabes que sigue siendo una locura dejarse llevar por ella. Tus mandatos se basarán siempre en lo mejor para ella, y en tanta distancia será difícil. Dame un argumento contra esto y te dejaré coger el control.

La figura volvía a su forma original acercándose al hombre azul, tanto que se metía dentro de él, con la única finalidad de transmitirle lo que este pasional ser había ido absorbiendo merced a la mujer en cuestión. Le causaba gran conmoción, alegría a tope y mayor felicidad.

Increíble. En efecto, no te hacen falta palabras para convencerme. Es perfecta. Nada hay que encuentre de negativo en ella para el mundo en el que habitamos y que está en esta misma habitación. Todo lo negativo se hace inválido con lo que muestras. Puedes regir el cuarto. Sé tirano si quieres, me sentaré en una esquina a presenciar tu mandato con mis sonrisas y mis aprobaciones. A cambio, sólo quiero y te pido que la ames. Pero ámala como nunca hayas amado a ninguna otra mujer ni a nadie de este planeta Tierra, ni de otros planetas, y siendo así, los tres seremos los tres seres más felices sobre la faz de tu cuarto.


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Mensaje  achl Vie Sep 18, 2020 5:06 am



En busca de la Inspiración perdida


A mi vecino el loco, que, en realidad se llama Primitivo, el otro día le vi. Ahora está en su casa, porque está enfermo. Una gripe rebelde lo tiene en la cama, pero él se escapa al Sol de un parque cercano y, ya en él se lía, como no lo he visto hacer nunca a nadie, sus cigarrillos.

Primitivo es un señor de unos 83 años, con pelo largo canoso, barba larga canosa y enormes mostachos canosos. Realmente, su apariencia no es la de un loco, pero sí es la apariencia de una persona con problemas de nervios.

Con serenidad, como un rito antiguo, se saca del bolsillo una vieja petaca de cuero oscuro y agrietado, vierte un poco de picadura en un papelillo y, pensando en sus cosas, afina los dedos y enrolla el papelillo de tal manera que en dos segundos un fino cilindro está listo para ser encendido. Desde la lejanía, esta escena me recuerda a cuando mi abuelo hacía lo mismo.

Pero para saber más de Primitivo -pues la realidad es que los vecinos somos grandes desconocidos, únicamente nos ocupamos de cuidar de nuestros perros, de nuestros jardines, de nuestros coches... en fin, de todo menos de interesarnos por la salud de nuestros vecinos que, después de todo, son personas con los mismos problemas y felicidades que nosotros-- diré que siempre está pendiente de todos sus vecinos. Es un hombre educado, respetuoso y complaciente.

Así que me acerco a él con un poco de desconfianza, más por su gripe que por él, que parece una buena persona, maltratada por la vida, como más tarde él mismo me contaba.

____ Buenos días -le saludo.

Mi vecino me mira desde la lejanía de su cordura, como pensando que me conoce, seguro que sus fantasías se mezclan con sus pesadillas y sus realidades y tiene que hacer un enorme esfuerzo para coordinar y saber en cuál de ellas se encuentra. Al fin, como saliendo de una concentración o como recuperando un poco de cordura, me responde.

____ Hola vecino. ¿Tú eres el vecino del 4º 3º, el que escribe que el tiempo nunca se para porque el reloj nunca se para y que el mar te llama cuando te acercas y que tú le saludas con un hola ola?

____ Bueno...

Le dije encogiéndome de hombros, pero sorprendido escuchándole esas cosas, que en lo que decía del tiempo no andaba desencaminado. Y también pensando que, al fin y al cabo, nada conseguía con desmentirle; si él pensaba que había dicho esto, me daba igual, tampoco era cosa de ponerme a discutir con un enfermo mental. De toda la vida se sabe que a los locos y los borrachos hay que darles siempre la razón.

____ ¿Cómo que no está usted en su casa, vecino? ¿Acaso ha mejorado de la gripe?

Le pregunté, pero aparentando naturalidad y con ganas de sacarle de su estado de semi shock.

____ ¡Qué va, señor vecino! Si usted supiera… Ahora me paso todos los días y todas las noches escribiendo sin descanso. Quiero decirle al mundo entero la verdad que no conoce.
____ Bueno, mejor dicho, escribía porque usted sabe que para eso es imprescindible la inspiración. Y mire por dónde que ahora esta buena señora no me visita como lo hacía antes -se apresuró en añadir.
____ ¿Y cómo es eso?

Seguía demostrándole un falso interés porque estaba claro que mi vecino y también amigo, me estaba contando algún episodio de sus delirios.

____ ¿Pero sabe usted qué hice para que me visitase de nuevo, para que otra vez me ilumine con sus clarividencias?
____ ¿Qué hizo usted?
____ ¿Qué hizo usted para que le visitase? -repetí, matizando.
____ Que me quedé diez días sin comer y me debilité tanto que tuve una especie de sopor; en él rodé por los mundos de los Sueños y las Estaciones. Hice afecto con el otoño y la primavera, me quemé con el verano, enfriándome con el invierno, hasta que vi a un payaso loco que daba vueltas en redondo que me dijo dónde estaba la Inspiración. La encontré en una vieja estación de ferrocarril con varios trenes de madera, que tenía infinidades de vías hacia direcciones inimaginables, y cuando la vi me di cuenta de por qué no había venido a visitarme como siempre; estaba tan atareada, cansada y tan anciana que apenas si podía estudiar y resolver las ideas, proyectos y realidades de las personalidades de nuestro Planeta: iluminados, inventores, soñadores, y todos esos sabios poseedores de Células Grises que pululan por todo el Universo.

Y seguía....

____ A su alrededor en un maremágnum de nuevos inventos, pinturas y creaciones, proliferaban toda clase de sueños, iniciativas y proyectos, que ella, tan anciana y tan decrepita, no podía hacer nada por ordenarlos. Así que cuando me vio llegar, notó mi sorpresa. Me la imaginaba una soberbia dama con una esplendorosa y brillante hermosura y con una majestuosidad de reina. Pero lo que vi era una vieja achacosa, llena de arrugas y de trabajo, tantísimo trabajo que la superaba y la agobiaba. Así que, mirándome y sin hablarme me dijo que la ayudase y que si aprendía enseguida la podría relevar en su agotador trabajo.
____ ¿Y qué hizo usted entonces?
____ ¿Qué, que hice? Pues creo que está claro: irme de allí a todo gas. No quería este trabajo de tan alta responsabilidad.
____ Y fue entonces cuando despertó usted de su letargo.
____ Si, pero los médicos, los sabelotodo, los que hacen las normas de cordura a su capricho y te tratan de loco mientras no cumples las normas establecidas por ellos mismos de antemano, me diagnosticaron que mi estado de postración era debido a la fiebre de la gripe.
____ Pero algo influiría, ¿no cree usted?
____ ¡De ninguna de las maneras, señor vecino! Conocí a la Inspiración y estoy muy orgulloso de ello.

Le miré a los ojos, observándole con aquellos ojos brillantes, y llorosos por la fiebre, los labios trémulos y el pulso tembloroso, pensé, y no estaba muy equivocado, que su enfermedad de nervios se había agravado con aquel enorme convencimiento de la irrealidad.

Pero, admitiendo y reconociendo las circunstancias que rodeaban a Primitivo, si él mismo se creía sus propios sueños... ¿Quién era yo para tratar de apearle de ellos?



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Mensaje  achl Vie Sep 18, 2020 5:22 am



Poderes innecesarios


Eva descubrió a sus ocho años que era una niña heroína, pero esto era algo que no la entusiasmaba porque sus poderes eran una soberana estupidez. Consistían en que, si se concentraba, según iba caminando, dejaba tras sí un rastro de zapatos, exactamente iguales a los que llevaba puestos en ese momento. Es decir, en lugar de huellas dejaba zapatos, y todos del mismo número, pero de diferentes colores, y por suerte uno de cada pie. Esto sería realmente maravilloso para montar una zapatería, pero su madre tenía una tienda de ultramarinos, y no quería cambiar de negocio. Además, le dijo a su hija que lo que le estaba pasando era muy raro, que no lo hiciese nunca más, porque la gente de su pueblo no lo iba a entender y tendría serios problemas. Así que Eva se vio obligada a ocultar sus poderes inútiles, de los que nunca habló con sus amigos, pero sólo por miedo a que se riesen o se mofasen de ella.

Pero Eva, aun niña, veía mucha televisión, por lo que sabía que un súper héroe no tenía por qué menospreciar sus súper poderes, por ridículos que fuesen. Tal vez llegase un día en el que se encontrase con una niña con los mismos poderes que los suyos, y entre las dos consiguiesen unos súper, súper poderes, y con ellos terminasen de una vez con las armas de destrucción masiva, con el calentamiento global, con todas las alergias en general, con el cáncer, con el sida… o con todo junto a la vez.

Así que por la noche antes de cenar se iba al patio de detrás de su casa, y allí practicaba a escondidas, oculta entre la ropa tendida.

Con el paso de los días, iba logrando que los zapatos cambiasen de color. Los había verdes, azules, amarillos, rojos…, y siempre del mismo número y del mismo modelo. Luego de acabar, recogía su rastro de zapatos de colores y salía del patio portando una enorme bolsa de plástico, que después tiraba al contenedor más próximo de su vivienda. Cuando una mañana en su colegio su maestra y tutora le preguntó qué quería ser de mayor, Eva le respondió que montaría una zapatería.

____ ¡Pero Eva! -dijo, sorprendida la maestra-. Eres una niña y tendrías que aspirar a algo de más nivel que no una zapatería.
____ No -contestó ella-. Sé que eso es lo que quiero -añadió.

Desgraciadamente, nunca encontró a ningún otro niño con súper poderes.

Ser heroína no podía evitar que fuese creciendo, y que por consiguiente dejase de ser niña. Su adolescencia fue difícil, por los permanentes enfrentamientos con su madre, que le decía todo el tiempo que la ayudase en la tienda y en los trabajos en la casa, mientras que su padre y sus hermanos mayores no parecía que tuviesen más obligaciones que comer, beber, dormir, salir y entrar con sus amigos y hablar como cerdos.

Eva veía que sus amistades salían y se divertían, y a ella le parecía que la vida se le estaba escapando de las manos. En los pocos ratos libres que tenía tras sus estudios y sus deberes del colegio y el cumplimiento de sus otras tareas, quedaba embobada viendo la televisión. Se enganchó a las telenovelas, y soñaba con un príncipe que la rescataba de un mundo en el que se sentía prisionera. Dejó tan de lado sus poderes que le parecían más estúpidos que nunca, incluso llegó a pensar si alguna vez los habría tenido. Más tarde, con el paso de los años, recordaría esta etapa de su vida como un borrón negro.

Pasaban los años y los cursos de su colegio, hasta que finalmente llegó el momento de la temida Selectividad, a la que Eva se presentó, con un nudo en el estómago. Fue entonces cuando se produjo un incidente, que no sólo le recordó su rara habilidad, que había permanecido agazapada esperando a poder manifestarse de nuevo, sino que, por primera y única vez era realmente consciente de hasta qué punto el asunto de los zapatos podía ser un auténtico engorro.

El examen de Matemáticas resultó ser una trampa, llena de problemas ininteligibles de difícil resolución, que la hacían sufrir de nervios. Cuando quiso darse cuenta, se había casi comido el bolígrafo. Y si esto fuese poco, al levantarse para entregar su examen en blanco, tropezó con una hilera de zapatos rojos que empezaba bajo su pupitre y llegaba hasta la puerta del aula. El profesor, que pensaba que se hallaba ante una nueva técnica en el noble arte de la gestación de las chuletas, suspendía a Eva, sin tan siquiera dejarle tiempo para parir una mentira que pudiese explicar tamaño desmadre.

Tras una pésima nota en la Selectividad, llegó la temida bronca de su madre y luego el fulminante castigo: fue condenada a otro año de trabajo forzoso en la tienda, de un nombre tan largo, y tan absurdo que detestaba: ‘Aquí tienes todo pagando’. Entonces maldijo al colegio, a su profesor, a su madre, a la tienda, a sus estúpidos e inoportunos súper poderes y a todo el calzado en general.

En un largo periodo se sumió en un mar de lágrimas y de auto conmiseración, y en sus sueños la perseguía un implacable ejército de zapatos. De noche despertaba sobresaltada, con pesadillas inundadas de unas sandalias amarillas. Al incorporarse vio que las sandalias estaban encima de la cama, por el suelo, incluso se perdían de vista bajo la puerta de su cuarto. A duras penas se hacía paso entre ellas y lograba llegar a la puerta, tras la que seguían las zapatillas avanzando emparejadas, como marcando una vereda de baldosas. Seguía su rastro por el salón, el pasillo, e incluso más allá de los muros de su casa. Cuando salió a la calle, cayó en la cuenta de que iba en pijama, pero no hacía frío ni tampoco había vecinos que la espiasen, así que siguió caminando con paso rápido. Poco a poco, las sandalias iban alejándose de su barrio, y Eva tras ellas. Seguían la carretera un trecho y se desviaban por un carril de tierra que se adentraba en lo más profundo del campo. Al echar la vista atrás, vio que el camino se había ido desdibujando a sus espaldas, porque tanto las sandalias como sus propios pasos parecían haberse esfumado como por magia.

Pensaba que no sabría volver a su casa, pero no le importaba porque lo único que dejaba atrás era el lastre de un pasado, sin el cual caminaba ligera, casi sin apoyar los pies en el suelo. Cuando divisó el último par, vio que había llegado al final del camino, que allí, en un claro del campo, apenas iluminado por una tenue luz de media luna, se halló con el par de zapatillas más grande que jamás había visto. No era un cuarenta, ni un cincuenta; como mínimo era un noventa. Y para colmo, hablaba en un marcado acento andaluz, casi indescifrable.

____ No nos curpe a nosotro, miarma –le decían los súper zapatos-, El esamen lo suspendería siempre. Estudiá es un callejón sin salía. Tenéi una tienda, pero vendéi el produsto equivocao. Recuerda que tú tienes todos los sapatos der mundo a tu entera disposisión.
____ Pero… –dijo Eva a los súper zapatos-: ¿Qué súper poderes de mierda es este?

A lo que le respondían con una risa hueca que resonaba en su cabeza con tal fuerza que Eva volvía a despertar, pero esta vez en el mundo real.

Esa mañana, durante el desayuno, la familia de Eva la vio más extraña de lo normal. Hablaba sola, y llevaba una sonrisa boba en la cara que no auguraba nada bueno. Cuando salía de su casa para dirigirse a la tienda, porque había que abrir a las ocho, hacia lo impensable: se quitaba los zapatos, se agachaba para recogerlos, los lanzaba lo más lejos que podía y los seguía con la mirada hasta que aterrizaban en el jardín de uno de sus vecinos.

____ ¡Se ha vuelto loca! –exclamó en voz alta su hermano mayor.

Eva se volvió hacia él, que la miraba asustado desde la cocina, pero miró a su madre y le dijo:

____ Acabo de percatarme de que la auténtica súper heroína de esta casa eres tú, mamá, que nos trajiste al mundo, nos has criado, te has ocupado de todo, del inútil de tu marido, de tu puta tienda. Pero ¿para qué quiero mis súper poderes si no te ayudan a ser feliz?

Y sin decir nada más, descalza se alejaba calle abajo, como si el caminar sin zapatos fuese algo natural. Nunca más regresó a la tienda de su madre; desapareció. Como si el perder sus zapatos le hubiese dado la facultad de salir volando a otro mundo.

Durante algún tiempo circulaban rumores sobre su paradero. Algunos decían que la habían visto en su ciudad, Sevilla, donde había abierto una tienda que vendía zapatos parlanchines. Otros, la situaban en un chiringuito de una playa de Rota, trabajando de camarera. Con el tiempo, los rumores se fueron apagando y sólo la madre su seguía recordándola cada día durante las labores de la casa y en el trabajo en la tienda de ultramarinos.

El desespero de Eva por esperar comprensión por parte de su familia, la llevó a ser una terrible contestataria, hasta el punto de decirse para sí algo, que en realidad iba dirigido a su madre:

El tener súper poderes es una tarea dura. Sobre todo, si tu marido y tus otros cuatro hijos son unos auténticos cerdos, que no tienen ni pizca de sensibilidad ni comprensión.


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Mensaje  achl Mar Nov 17, 2020 2:17 pm



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