Se llama copla democrático


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Sólo escritos eróticos

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Sólo escritos eróticos - Página 2 Empty Re: Sólo escritos eróticos

Mensaje  achl Miér Ago 19, 2020 7:23 pm



Sólo escritos eróticos - Página 2 Escrit53


Mi agridulce destino

Después de seis semanas y cinco días sin saber nada de ella, decidí visitarla de nuevo. Y no quería, porque era una agonía de la que no quería ser partícipe un segundo más. ¿Acaso no se daba cuenta? Obviamente no. Para ella sólo era sexo, pero para mí no, para mí era amor. Lo podría definir de otras formas, pero la más acertada es amor. La amaba con toda mi alma y en absoluto me importaba la diferencia de edades entre nosotros dos.

El cielo se hallaba plomizo, encapotado, gris, como mis ojos, como mi ánimo… Para evadirme un poco, encendí el móvil y me puse los auriculares. “Lágrimas Negras”, versionada a violín Stradivarius por el joven cordobés Paco Montalvo sonaba en ese momento. Un tema acorde con mi situación. Aquel violín hablaba, y sus cuerdas me estaban ahogando.

Cogí entre mis cosas una foto de ella, y la besé. Rogaba mentalmente que estuviese en casa, y sobre todo que me escuchase, que me gritase, que hiciese algo, pero que no le fuese indiferente.

Cerré la puerta de mi casa y me metí la llave en el bolsillo, pero con tanta fuerza que pensé que se iba a romper el forro. Cogí mi bici y empecé a pedalear hacia su casa, hacia mi salvación o hacia mi perdición. No lo sabía aún...

No tenía por qué apresurarme, y tampoco tenía por qué demorarme. Avanzaba a una velocidad constante, constante y rutinaria como se había convertido mi vida. Durante el trayecto iba recordando sus abrazos, besos, sus gemidos, sus palabras de comprensión, pero también su indiferencia, su rechazo a mis abrazos, a mis besos, a mis palabras...

Las primeras gotas empezaban a caer, mojándome la cabeza, los brazos y la bici. Al poco rato, desbordaba en un chaparrón, que me estaba empapando. El móvil y los auriculares se apagaron de pronto. Estaban heridos de muerte, pero aquella agua torrencial acabó por matarlos. Lágrimas hirientes aparecían inconclusas en mis ojos, mezclándose con el agua fría de la lluvia que fluía por mis mejillas.

Recorridos a duras penas los seis kilómetros que separaban su casa de la mía, llegué con la convicción de que era la casa de mi amiga, la que me doblaba en edad y en sentimientos. Pulsé el timbre y, después de una impaciente espera, miré por una rendija y... ¡oh!, guapa y sensual venía hacia el portón caminando.

Traía un paraguas rojo. Llevaba ceñida camiseta y ceñidos vaqueros, exhibiendo la perfección de una anatomía de 44 años, y calzaba unas zapatillas transparentes. Sus delicados y nimios pies, que tanto me gustan, estaban decorados con uñas pintadas en rojo. Saltaba de puntillas, esquivando los charcos acumulados en el trecho hacia el portón. Me abrió la puerta y me miró largamente, con los ojos sorprendidos y las cejas enarcadas, como si fuese una aparición lo que estaba viendo...

____ ¡¿Qué es lo que haces aquí?! -me preguntó, airada.
____ Necesitaba verte. Y no me niegues la entrada que vengo empapado.
____ ¡Pasa, pasa, pero eres un tonto y vas a coger una pulmonía!

Entré con mi bici, y, ya protegido de la lluvia, me sacudí la cabeza, rociando agua a mis alrededores.

____ Voy a traerte una toalla –me dijo, más tranquila, y se fue hacia la vivienda, y yo detrás de ella.

En el interior de la casa, se podía oler el olor picante de pasiones ocultas, en mi caso de una cuarentona y un veinteañero.

Regresó con una toalla grande verde. La cogí de su mano y me sequé. La toalla olía a su perfume. Cerré los ojos y aspiré con fuerza.

____ ¡Sólo a un loco como tú se le ocurre venir hasta aquí en bici con este tiempo! ¡Y no me digas que no sabías que iba a llover! -me recriminó, airada de nuevo.

A su modo, seguía protegiéndome. Le sonreí, como un agradecimiento.

____ ¿No te gusta verme? Mira que aún estoy a tiempo de irme –le dije, a la vez que le devolvía la toalla y me iba hacia el portón.

Me detuvo poniéndose delante de mí.

____ Ya que has venido hasta aquí, quédate al menos hasta que escampe -me pidió, acercándose más a mí, sonriéndome seductora y cambiando de talante.
____ Anoche soñé contigo -añadió, súbitamente.
____ Y yo cada noche. Pero no de la forma que tú estás pensando. Sólo vine porque quiero que hablemos -respondí.

Por un instante, una estela de temor se asomó en sus ojos. No creo que fuera miedo a que la dejase. Era una mujer fuerte y me lo había demostrado más de una vez. No tenía por qué tener miedo, porque estaba en una excelente situación económica y además tenía una armonía física sensacional con la que podía conquistar fácilmente a cualquier hombre. Pero si realmente tenía miedo, no me lo iba a decir.

____ ¿Y de qué quieres que hablemos? -me preguntó, pasados unos minutos.
____ De algo que tú no sepas. Te amo.
____ Ya estás de nuevo con tu cantinela de siempre -se apartó de mí.

Alargué el brazo y la atraje. Enmudeció cuando la estreché a mi cuerpo, mojada mi ropa aún. La miré y le dije:

____ No lo comprendes o no lo quieres comprender. No me conformo con tenerme en tu cama cada vez que te pique, lo que quiero es estar contigo en todos los sitios. Lo que siento por ti es más grande que el mejor polvo. ¡Por favor, tómame en serio!

Se soltó bruscamente de mis brazos sintiendo de pronto un dolor en el pecho. Pero se repuso y me dijo en forma de pregunta:

____ ¿No ves que lo que me estás pidiendo es un imposible? Tengo 44 y tú 22. En 7 más habré sobrepasado la barrera de los cincuenta, y probablemente mi clítoris no funcionará del modo que tú quieras y yo quisiera, por lo que buscarás otra para tus desahogos. Fui engañada una vez, y te juro que no lo seré más.
____ ¡No buscaré a otra! ¡Seguiré enamorado de ti! -me sulfuré.
____ ¡Sal inmediatamente de mi casa! -me ordenó, como única respuesta.

Empero su enérgica respuesta, me aproximé más a ella, llevé mi cara a la suya y la miré a los ojos, color miel, y le dije:

____ Tú no quieres que me vaya, así que de nada te sirve sofocarte.
____ ¡Lárgate! ¡No piensas! ¡Eres un inconsciente!
____ Impetuosa me ordenas, pero sin convencimiento. Te conozco más de lo que tú crees. Conozco perfectamente bien cada detalle tuyo. ¡¿Obligarme a que me vaya?! ¡Intenta echarme si es que puedes y eres capaz!

Dicho eso, le besé el cuello, suave y terso para su edad. Movió la cabeza y cerró los ojos. Sus manos hacían presión contra mi pecho tratando de que me apartase, pero poco a poco la presión iba cediendo.

____ No me hagas esto –ésa su frase, “calientemente sexual”, la incitaba.
____ Sientes lo mismo que yo, pasa que no te atreves a reconocerlo -le dije, como si mi corazón contraatacase.

En un fuerte arrebato, le besé la boca; suave primero, y luego salvaje, acariciándole la lengua con la mía. Pero como su respiración empezaba a agitarse, me aparté.

Comencé a tranquilizarla abanicándola con una de mis manos. Los auriculares, aún en mis orejas, me estaban fastidiando, así que violentamente me los quité y los arrojé contra el suelo, junto con el móvil.

____ ¿Por qué tiras eso? -me preguntó, recuperando su respiración normal.
____ No funcionan. Se los cargó la lluvia. Pero eso no importa ahora.

Súbitamente y con desesperación, sus manos se aferraron a mi espalda, intentando arañarme por encima de la camisa, la cual, rápidamente me quité. Mis dos manos se posaron en su cuerpo, recorriendo con lentitud cada curva de él, como si quisiesen memorizarlo. Sus sentidos se iban aflojando y un suspiro profundo embriagaba mi oído izquierdo, cálidamente...

Entre leves lágrimas de ella y suave sonrisa mía, en brazos la llevé hasta la amplia y mullida alfombra roja de su salón, extendida en medio de dos modernos y cómodos sillones reclinables con fundas rojas.

Una vez en la alfombra y ya con más libertad de movimientos, profundicé mis besos en su cuello, mientras una de mis manos iba transitando por la parte más alta de sus muslos...

Se le escapó un gemido, a la vez que accidentalmente mis labios rozaron uno de sus erectos pezones por encima del sujetador, y ahí me corroboré una vez más que me sentía, que me amaba, que me deseaba, pero que luchaba contra sus sentimientos para no sentirme, no amarme, no desearme...

Empero su aparente oposición, con ternura y no menos decisión me quitó la ropa, lo que me alentó a quitarle la suya, admirándome una vez más la perfección de una desnudez. No me dio tiempo a ser yo el primero en iniciar lo que tanto ansiábamos, porque separó sus muslos, invitando a que mi lengua, como lanza, se hincase en su humedecido y deseoso sexo...

Y seguidamente -disfrutando los dos al máximo- vino lo demás que dos amantes enamorados son capaces de inventar, saliendo de nuestras bocas los gemidos más fuertes de todas las veces que antes habíamos hecho el amor. Y al final de tanto y tan variopinto placer, ella, con los ojos llenos de lágrimas, me dijo que su voluntad pedía a gritos que no nos viésemos nunca más, pero que su corazón y su sexo estaban completamente sordos.



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Mensaje  achl Miér Ago 19, 2020 7:42 pm



Sólo escritos eróticos - Página 2 Escrit54


Mi madura vecina

Un verano más de achicharrante calor en mi Sevilla de mi alma, pero un verano frío en mi vida sexual, y ello era por culpa de mi vecina Rita, que una vez que decidía darse un homenaje conmigo, después me dejó más tirado que una colilla. Y así voy yo ahora, dando pollazos por las esquinas de lo salido que siempre estoy a todas horas. Hasta el punto de que miro con deseo y hasta con lujuria a todas las hembras, jóvenes o maduras, y hasta las viejas que pasan por mi lado.

Una tarde, sobre las seis y media y con un calor sofocante, oí unos ruidos insistentes en el exterior de la ventana de mi cuarto, el cual daba al patio comunitario. Tenía yo mi persiana echada para así paliar un poco el fuerte calor. Es una de esas persianas de plástico verde o beige o gris, con disimuladas rendijas que permiten ver a través de ellas sin ser visto. Al menos, eso creía yo…

Al mirar por una de las rendijas me llevé la sorpresa de mi vida. Vi a mi vecina de enfrente de 41 años, sólo en sostén y bragas, negros, y las dos prendas con encajes bordados.

Estaba tendiendo toallas, y no sospechaba que estaba espiándola por mi ventana. Me puse cardíaco y empecé a sobármela. Ahora el turno era para seis o siete bragas de diferentes colores y tamaños. Al parecer, no usaba tanga. Me bajé el bañador y empecé a destrozármela mientras iba mirando dos enormes tetas, aprisionadas en un sostén. Se movían aparatosas cada vez que la propietaria de ellas hacía algún esfuerzo al tender.

Debido a mi enorme excitación solté un gemido medio apagado, pero lo oyó y miró rápidamente a mi ventana. Me quedé mudo, quieto, con mi polla en la mano y un puñado de espasmos. Me percaté de cómo miraba mi persiana, sonriéndose, pero siguiendo con su tarea y canturreando una coplilla. Me había pillado, pero a juzgar por la expresión en su cara, no le había importado.

Seguía con la polla en la mano, pero la erección había bajado debido a la situación del momento. No me costó recuperarla, incentivado porque mi vecina se acariciaba las tetas por encima del sujetador, metiéndose los dedos en los bordes, del mismo. Podía ver y casi sentir que se hallaba excitada. Por lo visto estaba gustándole que yo estuviese pajeándome y mirándola al mismo tiempo, porque sabía que era yo el que la espiaba, como también sabía que era mi cuarto.

No vivía ningún otro hombre en mi casa. Éramos mi madre, mi hermana y yo. Solté otro gemido, y ahora mi vecina reía a carcajadas mientras se quitaba lentamente el sostén. Ahora veía dos pezones erguidos; más chicos que los de Rita, pero sus tetas eran redondas y prietas. Aquello me ponía a mil, y en apenas un segundo me corrí salvajemente, salpicando la pared de leche, gimiendo y con espasmos, mientras me corría. Ella se dio cuenta de todo. Pero desapareció, y yo en pelotas y descargado. Esperé, y… ¡oh!, aparecía en bolas en su ventana, mirando la mía y lanzándome un beso y un guiño, y moviéndose convulsivamente dos de sus dedos, como imitando una paja. Experiencia que me recordó otras que he tenido por chat, precisamente con otra madura. Es que donde se ponga una madura bien hecha, como mi vecina, que se quite la juventud.

Transcurrió tranquila la tarde, y no supe más de mi vecina hasta que días después mi madre me dijo que Carmen (así se llama mi vecina, y es modista) iba a mudarse al extranjero y estaba haciendo el equipaje. La habían contratado para un trabajo en una galería de modas en Roma. ¡Qué rabia me dio esta noticia! La musa de mis pajas se iba de mi ciudad, y de mi bloque, y yo tendría que buscarme otra para mis desahogos en soledad, porque Rita, la otra vecina, estaba saliendo con un gilipollas. Así que al garete mis pajas mirando a Carmen, y mis expectativas sexuales se ceñían o a ver porno, o a la esperanza de que viniese Rita a por algo a casa y la sedujese de nuevo. Pero no, no fue eso lo que ocurrió…

Para mi sorpresa y suerte, mi madre me dijo al otro día que Carmen le había pedido que si yo podía ayudarla con las cajas de su mudanza. Y esto me ponía a cavilar. Por supuesto dije que sí, pero fingiendo unas desganas para que no pareciese que me gustaba la propuesta, ya que mi progenitora sospechaba algo. Me amplió mi madre que Carmen me esperaba a las cuatro en su casa, que me comportase como un caballero y que la ayudase en todo lo que ella necesitase. Mi madre y mi hermana tenían cita con el dentista y no llegarían a casa hasta las ocho o más. Todo perfecto para que ocurriese “infinidad de cosas” entre mi polla y el coño y las tetas de mi vecina cuarentona.

Llegó la hora, pero antes me duché, me perfumé y “apetecible” me vestí: camiseta ajustada, mostrando bíceps, y pantalón corto y prieto, que nunca me ponía porque se me notaba mucho el bulto. Iba yo pidiendo guerra y quería provocar a Carmen. Así que fui a su casa y llamé al timbre. La puerta se abrió, y allí estaba ella, con una camiseta tres tallas más que la suya y un bañador negro, que le sentaba de puta madre, pues se le marcaba toda la raja del coño, y ella se percataba de que yo se la miraba con ojos deseosos.

____ Pasa Curro. ¿Quieres beber algo fresco antes de empezar? Mira que hay tela de trabajo -cerró la puerta tras mía, y yo empecé a ponerme nervioso.
____ Gracias. En este momento no me apetece nada. Si acaso después una Coca Cola -le contesté, muy educado yo, y esperé sus instrucciones.
____ Lo que quieras y cuando quieras –me respondió.

Eso de “lo que quieras” me hizo pensar en lo que realmente quería yo.

Señaló una estantería enorme, llena de libros. Me dijo que quería que los metiese en cajas que estaban en el suelo, y que ella se iba a su cuarto a llenar otras cajas con ropas y otras cosas. Que cuando terminase que la llamase. Confieso que estaba un poco cortado, así que sólo le dije “vale”, y enseguida empecé a meter libros en cajas, a la vez que ella se iba a su dormitorio. Llevaba media hora llenando cajas, cuando de pronto me entró un calor horrible. Grité en dirección a su dormitorio:

____ ¡Carmen, disculpa, hace muchísimo calor y voy a quitarme la camiseta!
____ ¡Quítate lo que quieras, estás en tu casa! ¡En la nevera hay Coca Cola! –gritó desde la otra punta de la casa.
____ ¡Voy a por una! ¡¿Quieres tú una?! -le pregunté.
____ ¡Mejor una lata de cerveza, y si no te importa me la acercas!

Cambié de opinión para mí y de la nevera cogí dos cervezas y me dirigí a su cuarto. La visión al llegar al alfeizar de su puerta era como un anticipo de lo que iba a pasar más tarde. La hallé agachada cogiendo ropa de un cajón, el más próximo al suelo, con el culo en pompa hacia donde yo me encontraba. ¡Se había quitado el bañador y las bragas! En bolas estaba la tía brindándome un espectáculo mareante. Y frente a tamaña escena, empezó a abultarse por delante mi pantalón.

____ Toma tu cerveza. También yo he cogido una, si no te importa.
____ No me importa. Por cierto, debes tener ya la mayoría de edad. Y si no, poco te quedará, ¿verdad? -me preguntó.
____ Precisamente, anteayer cumplí los 18 -sonreí, nervioso.
____ Ah, felicidades, y por felicitarte con retraso quiero hacerte un buen regalo…

Se incorporó y vi que sus pezones estaban erectos. Yo no podía ocultar mi erección, así que me puse de lado para disimular. Pero de nada servía. Carmen se dio cuenta.

“¿Qué regalo será…?”, pensé, ingenuamente.

____ ¡Oh, por lo que veo estás ya a punto! –y sonrió pícaramente.
___ _Yo no soy de piedra, Carmen, y tú eres guapa y estás muy buena para tu edad –no me creía que fuese capaz de decirle eso. Pero creo que hablaba mi polla, en vez de mis labios.
____ Ya me percaté que te gusto. El otro día te brindé un magnífico desfile para una buena paja.
____ No…sé…de…qué…me…hablas… -tartamudeaba, pero ya se me había acercado hasta situarse delante de mí, acariciándome el torso.
____ Sí, sí lo sabes. Te la cascaste mientras mirabas mis tetas. Pero el caso es que nos gustó a los dos. Yo me masturbé después en la ducha pensando en esa enorme polla que ahora casi veo bajo tu pantalón.

Llevó su mano a mi bulto moviéndola de un lado a otro, imaginándome yo que hacía eso para calcular las dimensiones, a la vez que se mordía el labio inferior mirándome a los ojos, con lo cual, mi polla se puso a tope, así que la atraje hacia mí cogiéndola de las caderas.

Comencé lamiéndole el cuello, cogiéndome ella la polla por encima del pantalón. Mientras lamía el cuello e iba por el lóbulo de una oreja, veía que le gustaba; tenía la piel erizada, y empitonados los dos pezones. Y esto me daba pie para empezar a devorar sus hermosas tetas.

____ Ten cuidado con ellas. Últimamente las tengo muy sensibles y ahora me estás haciendo daño. Mordisquéalas, úsalas, bésalas, acarícialas, lámelas, pero despacio, delicadamente…

Carmen me había bajado el pantalón, pero sin dejar de pajearme, engrasando mi polla con sus salivas.

Pero, súbitamente, dejó mi polla y se tumbó sobre la cama. Entonces vi una vagina depilada y un estético triángulo con vellos rizados. Le abrí despacio los labios y le metí la lengua, encontrándome con sus fluidos calientes que me llevaron al éxtasis.

Mi madura rugía. Cogía mi cabeza, apresándomela con sus piernas. Pensaba que no podría respirar, pero eran tantas las ganas de hacerle lo que estaba haciéndole y de verla gozar de lo lindo, que aguantaba y seguía jugando con su coño con la punta de mi lengua, con más entusiasmo y dedicación en su clítoris.

Pasado un buen rato enfrascado en su clítoris, entre espasmos y rugidos, me subió la cabeza y me dijo que le diese el pollón, que tanto ansiaba. No puse reparo y se lo metí entero en la boca, haciéndome una mamada de campeonato, deslizando los dientes en el glande.

Su mamada no tenía nada que ver con las que me hacía Rita. Para Carmen no era su primera felación, y sabía cómo hacer gozar a un macho. Le daba mordisquitos, mezclados con sonoras lamidas con toda la polla dentro, sin importarle las arcadas. Yo estaba ya a punto. Le dije, incluso con énfasis:

____ ¡Ahora vamos a follar, y yo me correré en tu coño! –empecé a empujar hasta el fondo de una vagina abierta y hambrienta.
____ ¡Sí, córrete dentro de mí! ¡Hazme tuya y hazme rugir de placer!

Me la puse encima, se metió la polla en su coño, y empezó a moverse. Gozaba, pero por la postura de su culo, sentía sólo las embestidas y no me daba gusto que quería, pero viendo que estaba caliente, la dejé hacer fingiendo que me estaba gustando.

Pasado su primer orgasmo, decidí cambiar de postura para buscar mi gozo. Así que la puse a cuatro patas y le di antes dos lametazos al coño, para después ensartarla con furia, mientras le daba cachetes en las nalgas. Esto le gustaba, y yo empezaba a sentir el gusto que deseaba. Para no correrme tan pronto, me saqué la polla y se la puse en el ano, moviéndola, frotándola e intentando meter la punta, pero palpando comprobé que no estaba suficientemente dilatado.

____ ¡Deja ya el culo y métemela en el coño! ¡Quiero que me eches tu leche dentro! ¡Después me follas por detrás!

Sus palabras me ponían otra vez a mil y volví embestirla con más fuerza, empujando mi polla, una y otra vez, hasta que sentía que me llegaba un orgasmo. La cogí de las tetas y comencé a bombear. Rugía mientras me corría dentro a borbotones. Tardé poco en llenar su coño de leche.

Follamos un rato largo. Me decía que así era cómo quería sentirme, y que estuviese tranquilo, que no iba a quedarse embarazada porque a diario, follase o no follase, se tomaba la píldora ya que era una mujer todavía fértil. Me tranquilizó el que me quitase esa preocupación, sobre todo por mi madre.

Después, cogió del cajón de la mesilla un bote con vaselina, se untó una poca en el ano y me dijo que se la metiese. Y me follé aquel redondo culo, haciendo que a la dueña de aquel culo se le escapasen lágrimas de placer, y también de dolor.

Luego de tanto sexo, me dijo que nos duchásemos y que merendásemos antes de seguir con las cajas.

____ ¿Merendar yo? ¡Pero si yo he merendado para un mes o más!, le dije, y los dos nos reímos a carcajadas.

Mientras me estaba duchando me vino al coco su coño, y sus tetas con sus rígidos pezones, y otra vez se me puso de aquella manera. Empecé a aliviarme. Pero, en ese momento, Carmen entró al baño y cuando me vio en plena faena, se echó a reír.

____ ¿Aún no has tenido bastante? ¡Yo tengo el coño y el culo escaldados! Pero a ver qué podemos hacer con ese travieso trozo de carne

Me la cogió y se la metió de nuevo en la boca, lo que me produjo un placer extra y me corrí otra vez, pero ahora entrando en su boca todo ese líquido milagroso que da y produce vida.

Finalmente, se quitó la leche con un pañuelo, mientras me daba un apretado beso en la boca. Nos duchamos juntos, y después terminamos llenando 50 cajas, y por mi parte dándole las gracias por tarde de amor tan bonita que me había regalado, que ahora forma parte de lo mejor de mi vida sexual.

Carmen se fue a Roma al otro día. La acompañé al aeropuerto, no sin hacerme un sorprendente regalo antes de embarcar. Nos fuimos a un lugar en el que no había nadie; de pronto, se quitó las bragas, que eran las mismas que tenía puestas el día anterior, pero pulcramente lavadas y perfumadas, y me las regaló, junto con una pícara sonrisa en los labios. Seguidamente, me dio un apasionado y prolongado beso en la boca, y luego bajó hasta mi bragueta y con la lengua lamió mi paquete por encima de la tela del pantalón.

Y seguidamente, con gestos, entre nostálgicos y cómicos, le dijo a mi polla: “¡hasta pronto, pollón mío, no te pierdas, espérame!”.

Aun su “hasta pronto, pollón mío, no te pierdas, espérame” no he vuelto a saber de mi vecina Carmen, pero la tengo presente en mis pensamientos más calientes y en mis momentos más onanistas.

Pasados unos meses de aquello tan bonito e inolvidable que me había ocurrido con aquella despampanante madura, la verdad es que no podía evitar recordarla todos los días, y esto me ocurría porque me percataba de que me había enamorado. Y yo, ahora, nostálgico y fiel, no quiero echarme novia. No quiero traicionarla.

Disculpen, tenían un par de cosas más que contarles, pero me acaba de comunicar mi madre que ha regresado Carmen. Ah, por supuesto no les hablaré nunca más de las relaciones entre Carmen y yo.

Y cuando vi a Carmen, antes que me lanzase a sus brazos, ella lo hacía a los míos. Nos besamos apasionadamente en la boca con los labios abiertos ante las atónitas miradas de mi madre y mi hermana, que sin embargo no veían con malos ojos esta acción. Carmen me dijo lo mismo que yo había pensado días después de marcharse a Roma: que estaba enamorada de mí y que como en la distancia no podía soportar mi ausencia, sólo había cumplido tres meses de un año de contrato.



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Mensaje  achl Miér Ago 19, 2020 7:53 pm


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Mi último curso en mi instituto

Lo tuve clarísimo desde la primera vez que le vi.

Sentado en el sillín de su flamante motocicleta de alta cilindrada: guapo, moreno, atractivo, alto, bronceado, esbelto, altivo, seductor, observador, y con una vanidosa expresión de triunfo, así era él. Un irritante niñito de papá que hacía que todas mis hormonas se pusiesen a danzar. ¡Jo, que burra me ponía! ¿Hace falta decir que me encandiló a primera vista? En ese justo momento, observaba, un poco celosa yo, cómo rodeaba con su brazo musculoso la cintura de avispa de una de sus conquistas del Instituto.

Iba con su torso descubierto, en un exitoso intento por exhibir su forma física. Mis dientes se deslizaban entre mis labios para dejarme marca. “¿Cómo era posible qué con sólo un día de curso, haya perdido el coño y la cabeza por un tío? ¿Y quién es ese tío?”, me pregunté para mi interior, a la vez que levantaba la cabeza con los ojos puestos en él.

Pues “ese tío” era un muchacho que cursaba en mi Instituto, pero yo, extraño en mí, no me había fijado antes en él. Sin embargo, era el tío ideal para aquella nena rubia aparentemente descerebrada. Y digo “aparentemente” porque sabía sus devaneos. Estaba ella en la clase A del último curso, y yo en la B. Lo que no dejaba claro era que careciese de mollera, y que su melena rubia era teñida. Sabía bien que no me quedaría sin una respuesta por parte suya. Y así fue. No tardó en aparecer:

___ ¿Es que no le conoces? Es Fonsi Milano
___ ¡Uf, pues está buenííííííísimo!

Alargué deliberadamente la primera de las “íes” de esa palabra, de modo que acabó convirtiéndose en algo jocoso.

Aquel año no estaba yo muy animada para comenzar de nuevo las clases. Luego de un verano con ganas de sexo, acabé sin comerme una rosca. La coqueta casa en la playa de Rota de mi abuela, no me dio el empujón que yo necesitaba para pasar las vacaciones que una chica sensual como yo debe tener. En cierto modo, me jodía no poder contar a mis amigas algún rollo de verano. En mi mes de vacaciones, lo único que medio me mereció la pena era un socorrista sevillano, de 28 años; no estaba nada mal, pero era mayor para mí. Sólo charlábamos algunas veces, achuchones y besos flácidos incluidos, pero sin llegar a más. Y no porque él no quisiera, que yo iba notando que estaba deseando meterme mano.

Empero, en este último curso estaba viendo las ventajas sexuales que me ofrecía mi Instituto de siempre.

La nueva conquista del tal Milanito era una chica de un aspecto físico muy similar al mío: ojos y boca, grandes, rostro sensual, además de simpática y dicharachera, pero su melena rubia, llegaba sólo a los hombros. Y se pintaba más que yo. Siempre muy ocupada en ocultar sus pecas bajo un kilo de colorete. En pocas palabras, era la más alocada del Instituto.

Me invadían unas súbitas ganas, que quedaban sólo en eso: en ganas, de arrastrar por los pelos a aquella rubia, que ahora empezaba a contonearse delante de él. La tía vestía minifalda, que tapaba menos de lo que enseñaba, luciendo unas piernas bronceadas del sol estival. Aunque su estatura no sobrepasaba la mía, me sentiría más segura de haber podido comprobarlo poniéndome a su lado, y así ver si medía medio centímetro más que yo.

Con lo que no podía competir con ella era con las dos tallas más de sujetador que usaba. No podía negar que era una absoluta provocativa, de la que se sabía en el instituto que “se lo hacía” con tíos en el asiento trasero de los coches, en moteles y en discotecas, incluso cobrando.

Pero yo, a lo mío, y lo mío era que tenía muy claras, cristalinas, las cosas: “antes de que termine este último curso, me voy a follar bien follado a ese tío”.



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Mensaje  achl Miér Ago 19, 2020 10:15 pm



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No sabemos lo que tenemos hasta que lo perdemos

Mi nombre es Rosa, pero mis familia y mis amigos me dicen Ros. Tengo 24 años, y 1,70 metros de estatura, ojos castaños, y según la gente de mi entorno, poseo una cara bonita y un despampanante palmito. Estudié Biología. Me eché novio a los 20. Él es un chico guapísimo, de 28 años, alto, moreno, ojos rajados, y una complexión atlética. Ha estudiado Arte Diseño Decoración, y siempre ha sido un currante, tan currante que al mes de acabar la carrera tiene su propio negocio. Bueno, es uno de esos hombres a los que se les puede conceptuar como un buen partido para toda mujer, sea del estatus económico y social que sea.

Cuando mi novio me presentó a su amigo, sentí una de las mejores sensaciones de mi vida, Desde el primer día que nos vimos sentí que había química entre nosotros. Como si me rodease un fuego, mi cuerpo ardía a su lado. Hablar con él o sólo verle, incluso de lejos, percibía que experimentaba sensaciones extrañas.

Luchaba para que no fuese real lo que me estaba ocurriendo. Yo quería a mi novio, pero últimamente nuestra relación se había enfriado, por eso quizá sentía atracción por su amigo. Ansiaba estar con él, intentaba buscarle, me hacia la encontradiza para coincidir. No había coqueteo, pero el simple hecho de estar próxima a él me hacía sentirme bien.

Un viernes noche, que estábamos mi novio, él y yo hablando en la barra de un bar, me dijo de pronto, incluso con énfasis:

____ ¡Me encanta el gesto que haces al levantar las cejas!

Me gustó eso, como si hubiese sido mi novio que me lo hubiera dicho ante la gente. Me pregunté: “¿qué es lo que hago con las cejas? ¿Cómo las levanto?”. Pero eso era lo de menos, lo de más era que se fijase tanto en mí como para ver un movimiento en mis cejas. Y, claro, me sentía halagada.

Cada vez que nos veíamos o nos despedíamos, llevaba mis labios a sus mejillas para besarle, pero desviaba su cara para hacer coincidir su boca con la mía, queriendo besármela, y esto era algo que me excitaba y a la vez me desconcertaba. Pero sabía que no podía hacer nada al respecto. Y a fuer de ser sincera, tampoco sabía si yo le gustaba o era sólo una idea mía.

Pasó el tiempo y cada vez mi novio me contaba menos cosas de su amigo. Aunque, astuta, no le preguntaba por él porque igual se había percatado de algo.

Y cada vez le veía menos, hasta que llegó un día en que dejé de verle. Seguía con mi novio, pero pensaba en su amigo, y todo lo que pensaba se ceñía al terreno sexual. Quería verle a toda costa, hasta que me percaté de que me había enamorado de él.

Todas estas cosas juntas, y demasiadas veces, hacían verme que tenía que romper con mi novio. Y rompimos, pero entendía que esto significaba no estar más con el hombre del que tanto me había enamorado.

Un día estaba navegando en la red, y el amigo de mi novio conectó conmigo. Me dijo: “¿nos vemos? Hace mucho que no sé de ti”. Grité al cielo. Era una sensación excitante saber que quizás sentía algo por mí. Mi ¡sÍ! para vernos fue tan impetuoso que no sabría explicarlo, desembocando en un fuerte estado de nervios, sobre todo cuando llegó la hora de seleccionar la ropa que me iba a poner.

Y nos vimos, y bebimos cervezas y conversamos durante horas, pero como amigos. Incluso me pidió consejo acerca de qué podría hacer con una chica que le gustaba. Pero, de pronto, me preguntó: “¿quieres venir a mi casa a ver una película o a seguir charlando un poco más?”.

Las cinco cañas que tomé me ayudaron a decidirme, pero la realidad era que estaba deseando que me pidiese eso. Por supuesto acepté.

No bien entramos a su casa se abalanzó sobre mí y me besó con pasión. Y después, el mejor sexo que recuerde, excepto los primeros años con mi novio que, sin duda, son insuperables.

Pasaron tres horas y le dije que tenía que irme. Me dio un apretado beso en la boca, y sin más salí de su casa.

Al otro día me telefoneó preguntándome si le había dicho algo al que ahora es mi ex. Le dije que era nuestro secreto y que no iba a romper la amistad entre ellos.

Pasaba el tiempo y me llamaba algunas veces, pero sólo para follar. Nunca me decía cosas románticas, ni salíamos a pasear, ni a tomar copas, ni al cine... Sólo me decía que le encantaba cómo se la chupaba. Y yo, tonta que es una, también me gustaba que me dijese eso.

Al cabo de un mes, y por estas cosas de la vida, me volví encontrar con mi ex, el cual me pidió que volviésemos a intentarlo.

Y en ello estamos, cuando una tarde me dijo: “mi amigo me contó que follaste con él.” Sorprendida, no sabía qué decir, por lo que no tuve otra que confirmárselo. Pero lo que más me dolió era que su cabrón e hipócrita amiguito del alma le contó con todo lujo de detalles las cosas que hacíamos en la cama.

A pesar de eso no entendía por qué mi ex, que es un señor, en todo el sentido de la palabra, y apetecible para toda mujer, quería seguir siendo mi novio. Hasta que una noche, durante una exhaustiva conversación me di cuenta de que lo que quería era vengarse. Y se vengó. ¡Vaya si se vengó!

Como es un hombre de muchísima valía, en todos los aspectos, a partir de aquella conversación, que, finalmente, significaba nuestra ruptura definitiva, se las ingenió con paciencia, con tacto y con persuasión para acostarse con casi todas mis “amigas”, e incluso hasta con la guarra de mi hermana gemela.



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Mensaje  achl Miér Ago 19, 2020 10:24 pm



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Operación Canaria Negro

Aquella noche de sábado, Lis y Mar se acicalaban con sus mejores prendas para irse de fiesta, como cada sábado. “Al fin y al cabo, a sus 18 tienen que vivir la vida”. Esto decía la madre de Lis, una conocida ex cabaretera en las noches calientes tinerfeñas y en todas Las Canarias. Droga, alcohol y libertinaje eran parte de sus vidas. Y sexo por dinero, un motivo más para sus alocadas aventuras.

Ambas procedían de familias humildes, que vivían en Santa Cruz. Desde pequeñas habían asistido al mismo colegio, aunque sólo Mar había terminado la ESO. Si bien las dos se habían embarazado a corta edad, fruto de “un descuido”, era Mar la más centrada de las dos; trabajaba en una tienda de ropa de hombres, a la cual acudían donjuanes engominados que la invitaban a salir para así ver si podían degustar su increíble anatomía, exhibida, para gozo del género masculino, en minifalda que no tapaba casi nada, y blusa ceñida con un pecaminoso escote. Pero ella sólo tenía ojos para el padre de su hijo, sin importarle que fuese un maldito drogadicto, que la inició en la droga. La sedujo y la enamoró a los 16 años y siempre hallaba el modo para encamarse con ella, sin saber o lo sabía, pero no le importaba que “su hombre” tuviese sexo con otras mujeres e incluso con hombres.

Lis, en cambio, no trabajaba fuera de casa. Vivía con su hijo y con su madre, la cual era mantenida por un adinerado platanero maduro, casado, que se jactaba ante sus empleados de “ser el único amo de la raja de la madre de Lis”, que ésta trabajaba a veces como azafata en eventos, pero también follaba con el platanero, aunque sólo por dinero.

Aquel día se había tirado toda la tarde follando con el platanero, y estaba harta ya, pero él siempre se iba “satisfecho”. Casi de niña, había aprendido cómo complacer a los hombres, dándoles lo mejor de su anatomía y de sus técnicas amatorias, vestida con lencería fina, regalo extra de sus clientes. Los 150 euros que el platanero le dio aquella tarde los usó para comprar comida y ropa para su hijo, loable por su parte el hecho de que tornase una transacción putera en una necesidad.

A las diez de la noche, Lis y Mar se fueron a tomar una copa, fumar porros y danzar. Y como Lis había tenido bastante sexo esa tarde, quedando lesa por la brutalidad del platanero, incentivó a Mar a darse “un homenaje” con alguno de los machitos que siempre la invitaba a follar. Pero el destino no quiso esto para ellas, lo que quiso era que pasasen la noche más desenfrenada de sus vidas; sexo, drogas y alcohol, eran las herramientas del desenfreno. Una noche que tardarían en olvidar, si es que llegaban a conseguirlo…

Hacía frío aquella noche, por eso decidieron ponerse vaqueros ajustados en lugar de las impactantes minifaldas que solían usar.

Tacones de aguja, generosos escotes y espaldas al aire, formaban sensuales figuras, que hacían de ellas un espectáculo, y que invitaba a hombres e incluso a mujeres a darse la vuelta para recrearse y decirse para sí: “hostia, qué hembras”.

Andaban contoneándose en busca de un taxi que las llevase a la discoteca, cuando un Ferrari deportivo, que las venía siguiendo, frenó justo al lado de ellas. De pronto, se bajó un cristal opaco, y un mulato estiró su largo y musculoso brazo y las siseó. En realidad, eran dos: altos, fornidos y vestidos informalmente, pero elegantes. Uno iba al volante, y el otro en el asiento alargado de detrás.

Acostumbradas a que las puteasen y a rechazar propuestas de pollas deseosas de sus curvilíneas efigies, decididas estaban a seguir su camino, pero acudieron al siseo por curiosidad. El mulato las saludó primero y después les preguntó: “hola, bellezas, ¿queréis ganaros una buena pasta?”.

Mar pensó que era atrayente su oferta, pero que imaginaba que buscaban putas. A Lis, en cambio, se le iluminaron los ojos; un cóctel de tíos cachas, más pasta gansa, era el no va más. Mar, conociendo bien a Lis, se adelantó en responder: “no gracias, no somos putas; váyanse”. El mulato no se arrugó, y mostrando un fajo de billetes de 100 euros le dijo “sólo queremos pasarlo bien; tenemos 6 de estos para ustedes”. Aquella frase sonó como la mejor música en los oídos de una ingenua Lis. Después de todo, el mulato estaba buenísimo, y fuese lo que fuese, había follado con tantos tíos a cambio de regalos o para pago de facturas, que no se sentía puta. Miró a Mar, adivinando su respuesta: “olvídalo”. “Venga, tía, es un pastón, y si el otro está tan bueno como éste, pasamos un rato con ellos y más tarde nos vamos a la discoteca”, le dijo persuadiéndola. Mar a punto estaba de irse sola, pero cuando el otro mulato, con una planta impresionante salió del Ferrari y les ofreció 1000, motivada por este dinero, que igual le servía para satisfacer algunos caprichos, aceptó y decidiéndose también porque de pronto le entró curiosidad de averiguar por sí misma ese mito de los negros en cuanto al tamaño de su miembro.

Se subieron al Ferrari y sobre la marcha tomaron rumbo a un motel, a las afueras de Tenerife. Con aquellos mulatos, de unos 35 años, hablaban en español. Les dijeron que eran puertorriqueños y que estaban en Canarias de vacaciones, que buscaban chicas para pasarlo bien. Lis, más osada, se inició en el cuello del que iba al volante. Mar, más previsora, les dijo que antes les diesen el dinero prometido. El mulato que iba detrás sacó de un bolso 1.000 para una y 1.000 para la otra, cuyas, gratamente sorprendidas al comprobar que eran mil por cada, se miraron sonrientes sin decirse nada y se guardaron el dinero. Pensarían que habían hecho un buen trato y que se prestarían gustosas a sus clientes sexuales.

Mientras Lis le decía al que conducía cómo se llegaba al motel, el de atrás sacó una botella de ron del mismo bolso y ofreció un trago a cada una. Mar pensó que era justo lo que necesita para soltarse. El mulato que iba a su lado miraba su apetitoso canalillo.

En aquel maldito bolso había prácticamente de todo: dinero, ron, Chivas, vasos de plástico, cocaína, condones, incentivos sexuales, consoladores, vibradores, Viagra, Sialis, cámaras de vídeo… Aquellos dos mulatos trabajaban para una multinacional de la pornografía.

El primer trago, le venía bien a las dos. Lis quería acelerar la cosa, largando pronto a su súbito amante. Tenía práctica en con quien se acostaba, y en un abrir y cerrar de ojos le cortaba el rollo, así que su plan era terminar pronto, y a la disco. Y no porque no le gustasen los mulatos, no, estaban para comérselos, pero por una experiencia anterior, sabía que la mezcla de sexo, alcohol y dinero no derivaba en nada bueno. Quería ver cómo se iba dando la noche, y de paso cómo le iba a Mar con el otro, que, por cierto, ya estaba besándole en la boca.

Lis nunca había besado en la boca a un negro. Pensaba que esos labios gruesos y esa lengua trituradora parecían devorar. Pero se dejó querer y poco a poco le iba gustando, hasta el punto de que se dijo para sí: “si esto sale bien, igual puedo seguir alquilando mi cuerpo a hombres macizos como estos”.

La boca del mulato buscaba ahora sus tetas. Desatado ya el sujetador, con ávida lengua mordisqueaba los pezones. Lis, siempre tan osada, llevó una mano a la polla de su acelerado amante, que veía cómo su socio de batallas lo estaba pasando de puta madre. Conducía con una mano, mientras la otra hurgaba en el coño de Mar, cuya había separado ya sus muslos. Su dedo, casi de la largura y la anchura de su enorme falo, lo usaba para la ocasión, que por la fuerza que lo movía, parecía que iba a atravesar sus vaqueros.

Llegados al motel, el mulato del bolso presentó su DNI y pidió una suite. Subieron en el ascensor hasta la misma. Aquella suite era la indicada para las pretensiones puertorriqueñas: dos camas grandes, dos sillones, un jacuzzi, dos cuartos de baño, espejos en las paredes y techo... Lis y Mar se fueron a uno de los baños y mientras tanto uno de los mulatos instaló tres cámaras inalámbricas, ocultas, sin haber dicho a las chicas que iban a ser grabadas en todo momento.

Mientras Lis “se lo lavaba bien” en el bidé, y Mar hacía lo propio en la bañera, le dijo: “tenemos que follar rápidas si queremos disco”. Mar asintió, pero lo que en realidad quería era gozar al máximo de la polla de su guapo y cachas mulato.

Al cabo de unos diez minutos, las chicas salieron del baño, y ya estaban los mulatos listos para “la acción”. Pero antes entre los cuatro se bebieron media botella de ron, al tiempo que cada chica y su chico se desvestían y se metían mano. El calor del ron era el perfecto desinhibidor.

Acababan de desnudarse, cuando uno de los mulatos dejó en la mesilla la botella y dijo: “venga, chicas, a lo que veníamos”. Y, sin más, empezó a manosear por todos lados el cuerpo de Lis, parándose en su culo. Sobre la marcha, le abrió bruscamente los muslos para poner a cien su clítoris. En ese momento, Lis pensó que por la pasta que soltaron les pedirían de todo. Su mulato se bebió otro trago y se dejó caer boca arriba sobre la cama, esperando, sin duda, la boca y la lengua de Lis.

Mar estaba en la otra cama. El otro mulato era más sensible: la besaba con ternura, mientras la llevaba en los brazos al jacuzzi, donde no cabían los dos, debido a la envergadura de él. Mar no paraba de mirar y remirar su falo verticalizado, hasta que decidió lamer el glande; aquella empinada polla parecía un periscopio asomándose en el jacuzzi.

Besó su pecho negro hasta llegar a su polla, que cogió con las dos manos tratando de metérsela entera en la boca. Inútil. Lis también estaba en sabrosa degustación. Su mulato le cogió la cabeza y la condujo hasta sus 25 centímetros de carne; sentía una boa en su garganta. Antes de seguir, apartó a Lis y le dijo: “ahora tomaremos algo un poco más fuerte”. Y sin más, sacó de aquel bolso (Mary Poppins) una cajita plateada, diciéndole a las chicas que se acercasen. Aquella cajita contenía cocaína. Hizo cuatro rayas sobre la mesilla, y las chicas, su compañero y él esnifaron algo que no era nuevo para ellas, pues en la discoteca ya la habían esnifado auspiciada por el padre del hijo de Mar. El mulato de Lis sacó de su bolso una tercera botella de ron, pero como estaban en camas separadas, alargó su brazo y cogió del bolso, sobre la mesilla, cuatro vasos de plástico.

Llegados a este punto de tan suculenta sesión, las chicas estaban medio borrachas, medio drogadas, porque desconocían que todo ese ron ingerido contenía restos de drogas y un potente incentivo sexual, usado sólo para sementales, y esta explosiva mezcla era la que causaba un efecto fulminante en ellas, que no podían sostenerse, y sin poderlo evitar caían en sus respectivas camas moviendo las manos llamando a sus machos para que las follasen y así poder sofocar sus altísimas calenturas.

Poco antes, el mulato que instaló las cámaras las graduó para grabar cada detalle de cada rincón de las camas. Seguidamente, ambos cubrieron sus pollas con finos y resistentes forros. Luego, “cada oveja con su pareja”. El otro, asumiendo su papel de actor porno, penetró a Lis, que gozaba de lo lindo. Mientras el de las cámaras se fue a devorar la almeja de Mar, que se retorcía de gusto, pero le pedía que la penetrase ya. Entonces, cambió su boca por su tranca, y entera se la metió. Mar gritaba con más dolor que placer. Luego, misionero, y Mar rugiendo se corrió. A cuatro patas se acoplaron fusionando genitales. Mar lo sentía tanto que a punto de otro orgasmo estaba. Una de las cámaras filmó unos primeros planos de la gruta húmeda de Mar, recién bombeada por aquel torpedo, y el estado en el que quedó su vagina. A una seña del otro, apartó su polla del coño de Mar, se levantó y se fue en busca de la vaselina, que la tenía, ¡cómo no!, en el mismo bolso. Primero, se la aplicó en la polla y luego en el dedo, engrasándole también el ano, que Mar aceptó gustosa aquella invitación. Mar ya había probado el anal, pero no con una polla tan grande y gorda, por lo que le resultó inevitable sentir dolor. A punto de explotar, sacó su verga del ano de Mar, se quitó el preservativo, saliendo como un disparo, espeso y abundante semen contra la cara y las tetas de la chica, cuya pasó el dedo por una de sus tetas y cogió un poco, se lo llevó a la boca, lo saboreó y se lo tragó. Otra cámara trabajaba a destajo: grabó el vaivén de la tranca en el ojete juvenil de Mar, grabó el poner a su mulato el condón con la boca, grabó quejidos naturales... Y todo ello listo quedó en un vídeo que entre los dos mulatos habían armado.

Seguidamente el turno de Lis. El mulato recién satisfecho fijó de nuevo una cámara mientras engrasaba con sus salivas el agujero de Lis, que su vez tenía un consolador metido en su dilatado coño y que lo sostenía cuando era encajada por retaguardia. Gemidos, rugidos y performance anal en el vídeo estaban ya. Sintiendo tan peculiar aleación, seis primeros planos de un enorme falo plastificado y lleno de un semen blanquísimo, era el penúltimo plano que retenía en su ensamblaje aquella cámara lujuriosa.

Luego de otro buen trago, los mulatos decidieron cambiar de pareja, y esta vez sin condón, para subir el tono del vídeo. “Parejas lujuriosas: corderos y ovejas, salidos”. Cada mulato por separado penetrando cada uno a cada una y las dos muchachas abrían instintivamente las piernas. Como remate final, flamante limpiado a aquellas dos impresionantes pollas.

Un reloj ficticio pero piadoso puesto imaginariamente en los genitales de aquellas dos bestias, entregadas sin pudor y sin control al sexo, marcó que con seis horas de “Operación Canaria Negro” bastaba. Las chicas, luego de sus exhaustivos limpiados, quedaron rotas, ya que si a la intensa sesión de sexo, añadimos drogas, alcohol y los extras, la cosa no era para menos.

Después de aquella sesión, a los mulatos nos les hubiese importado seguir, pero se ducharon, se vistieron y recogieron todos sus bártulos, dejando a sus dos víctimas durmiendo, pero antes de salir de la suite, las taparon con las sábanas. Finalmente, aunaron la ropa y los bolsos de las chicas y después perfumaron con un fumigador la suite. ¿Y de dónde creen que sacaron el perfume y el fumigador?

Ya abonado el alquiler de la elegante suite, antes de salir rumbo al aparcamiento del motel, el mulato actor porno le dijo al otro que por qué no subían de nuevo a la suite y recogían el dinero que le habían dado a las chicas por los servicios sexuales. El otro mulato, que era el jefe de “Operación Canaria Negro”, respondió concreto y relativamente conciso: “no, eso no es posible porque correría la voz y en lo sucesivo tendríamos problemas para enrolar en nuestras filas a nuevos yogures; además, he echado una ojeada al vídeo y ha sido todo un éxito, por lo que la multinacional que nos ordena y nos paga dividirá esta filmación de seis horas en tres de dos horas cada una, ganando con esta inteligente maniobra decenas de miles de euros más de los invertidos en esas dos ingenuas muchachas tinerfeñas”.



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Mensaje  achl Miér Ago 19, 2020 10:30 pm



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¡Oye rubia, por favor!

____ ¡Oye rubia, por favor!
____ ¿Es a mí?
____ Sí.
____ ¿Qué quieres?
____ Necesito hablar contigo.
____ ¿Ah sí? ¿Y de qué?
____ De ti.
____ ¿Y qué me vas a contar tú de mí que yo no sepa?
____ Que eres una chica especial.
____ ¡Vaya, hombre, muy amable! ¿Y cómo te has dado cuenta?
____ Porque te llevo observando desde hace muchísimo tiempo.
____ ¿Nos conocemos?
____ Yo te conozco de siempre. Sé cómo sonríes, los gestos con los que acompañas tus palabras, las expresiones que se leen en tus ojos, el ritmo de tus movimientos... y todo lo que he visto en ti, es como en mis sueños.
____ ¿Entonces soy la mujer de tus sueños?
____ Lo eres.
____ ¡Jajaja! ¡A saber a cuántas le habrás dicho eso mismo!
____ No es algo que se vaya diciendo por ahí. Y tú sabes que eres especial, lo que no sabes es cómo yo haya podido saberlo.
____ ¡Pero si ni siquiera me conoces...!
____ En mis sueños te descubro cada noche, y en ellos me dedico a aprenderte: cada línea de tu cuerpo, las marcas de tu piel, las posturas de tus redondas tetas, las tentaciones de tu bajo vientre, las redondeces de tu culo, el torneado de tus largos muslos…
____ ¿No me estarás confundiendo con otra?
____ Jamás te confundiría con otra. Te he hecho el amor mil veces y de mil maneras distintas. Conozco tu modo de gemir y de pedirme más. Sé exactamente cuándo te vas a tener un orgasmo y también sé lo que debo hacer para que lo consigas otras más veces...
____ Si hemos intimado tanto, como estás diciéndome, al menos debería saber tu nombre, ¿no crees?
____ Si te dijese mi nombre, me robarás el alma. ¿Estás dispuesta a asumir tamaña carga?
____ Bueno..., igual si me gustas lo suficiente…
____ Te lo diré a sovoz, muy bajito, y cuando me hagas feliz pronúncialo. Pero si vas a romperme el corazón, por favor, no me rompas también el alma.
____ ¿Y cómo puedo hacerte feliz?
____ Dejándome que rodee de esta forma tu cintura y que pose mis dos manos en las curvas de tu cuerpo. Queriendo tú con verdadera ansia que me aproxime tanto a ti que mis propias palabras resbalen por tu cuello y de igual forma desciendan por tu escote, para después hacerles cosquillas a tus pezones...
____ Este hacerte feliz me está gustando. ¡No te separes, sigue así...!
____ ...retorciéndote de placer, mientras mi lengua dibuje en tus labios un te quiero, y tus dientes tintineen con los míos. Acelerándose tu corazón al mío, mientras mi cuerpo se pegue tanto al tuyo, que mis secretos dejen de ser sólo míos, y cual magia sintamos los dos los latidos de nuestros sexos al mismo tiempo…
____ ¡Ah…
____ Así, así, gimiendo, ofreciéndole tu cuerpo a mi mano para que se deslice bajo tu tanga y abra tus labios de abajo, mientras mi otra mano posea en propiedad tu culo, y mi boca se empalme a la tuya, besándonos, excitadísimos, y devorándonos el uno a otro mutuamente...

____ ¡Carmen, perdona que te interrumpa, pero nosotros nos vamos ya! ¡Tú qué vas a hacer, te quedas o te vienes!
____ Jo… No sé qué hacer…
____ ¡Pues no tardes en decírmelo!
____ Tú decides, mi chica especial.
____ ¿Y si me quedo qué haríamos?
____ Te llevaría a mi casa e intentaría enamorarte.
____ ¡Tú estás loco!
____ De remate, pero por ti.
____ ¡Me quedo!



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Mensaje  achl Miér Ago 19, 2020 10:36 pm



Sólo escritos eróticos - Página 2 Escrit59


Platos más suculentos

Una mesa rectangular pomposamente equipada con vajilla y cubertería de lujo y adornada con flores variadas, y un amplio ventanal, desde donde se divisaba la blancura de la espuma del agua del mar, iluminada por las luces de las farolas del puerto. Todo esto era para celebrar una cena familiar, brindada por la aristocrática familia de ella a la familia de él, de baja extracción.

En aquella calurosa noche todos los asistentes a la cena eran testigos directos de las pasiones ahogadas durante mucho tiempo, sin rienda suelta por las diferencias de los padres de ella, al no admitirle a él como esposo para su hija.

La tenue luz tintineante de las velitas, que decoraban la mesa, proyectaba un brillo especial a sus rostros, enardecidos, aquella noche más que nunca por la intensidad de tan decisivo encuentro, que los dos jóvenes amantes sabían de antemano que era lo único que les quedaba para unirse con aquiescencia y felicidad.

Frente a frente los dos. Ella, dentro de un vestido negro largo (de marca) con escote palabra de honor. El, impecable, con un esmoquin burdeos (alquilado), a juego con su pasión.

Cualquiera incluso ajeno a las dos familias, podía percibir la atracción y el amor que sentía el uno por el otro. No había más que ver cómo cada vez que se rozaban bajo el mantel notaban cómo intentaban detener que saliese las lavas de sus volcanes, subiéndoles por sus entrañas unos deseos tan intensos que desdibujaban y a la vez desintegraban todo aquello que les rodeaba, hasta el extremo de hacerles sentirse completamente solos, si no fuese porque un barman, de un blanco inmaculado, se les había acercado para servirles una copa de vino y ostras, algo que había pasado desapercibido dada la enajenación bajo la que se encontraban.

El chico alzaba su copa para sorber vino, y ella iba mirando cómo iba entrando en su garganta. Sentía que el caldo se iba mezclando con su saliva y su cálido aliento. Imaginaba ella su lengua allí, fundida con la suya.

Toses discretas, con idea de apartar un pensamiento pecaminoso, pero la mirada de él clavada estaba en la de ella, qué alzando su copa en brindis, la obligaba a bajar la mirada hacia sus manos, que ahora las imaginaba jugando lujuriosamente con sus pechos, deseosos de ser tocados y acariciados

Ella, asustada por la estrepitosa intensidad de las sensaciones y de las emociones de aquel encuentro familiar, tan esperado y ansiado, deseaba fervientemente que no se desperdiciase ni una sola letra de la decisión de aquel momento.

¿A qué estarían dispuestos?

Pues los dos estarían dispuestos a devorarse el uno al otro, a dar esquinazo a todo lo que pudiese entorpecer su rumbo y a lanzarse el uno contra el otro sobre aquella emperifollada mesa. Estarían dispuestos a arrancarse la seda, el burdeos, a comerse a besos, sin importarles en absoluto el estruendo que podría causar la rotura de la costosa porcelana y el cristal fino de Sevilla-Cartuja, al estamparse contra el suelo, ni por supuesto a las miradas atónitas de los padres de ambos.

A todo eso y a más estarían dispuestos. A echarse sobre la mesa, rugir a la luz de las farolas del puerto, en una cabalgadura desbocada que los llevase a un estrepitoso y sonoro orgasmo, a fundirse en un abrazo eterno, a mecer la locura del alma de ella y la cordura de él, a cubrir el mantel manchado con la condena de su secreto.

Y a muchísimo más, si no fuese porque deseaban la bendición de sus mayores. No estaban solos, también estaban sus padres y todos ellos rodeados de suculentos y costosos platos que no tenían intención de degustar.

Pero, viendo él que los progenitores de ella no se pronunciaban favorablemente, en un arrebato la sacaba del lujo de la indumentaria, de la suntuosidad del marco, de la pomposidad de la cena, y de todo lo que sobraba. Le guiñaba un ojo y giraba la cabeza hacia el mar. Y, cual resorte, se levantaron de sus sillas, y corriendo se fueron a la playa, desparramando la ropa por el camino.

Y ya en la orilla, el uno al otro, impacientes y excitados, se servían platos más sabrosos, cambiando las diferencias familiares por el amor puro, y las clases sociales por el deseo y la pasión que incendiaba ambos corazones.



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Mensaje  achl Miér Ago 19, 2020 10:43 pm



Sólo escritos eróticos - Página 2 Escrit60


Poderoso Caballero Don Carmín Rojo

Dudaba y dudaba acerca del color del carmín. Finalmente, se decidía por el rojo. A sus ojos les gustaba lo que estaban viendo. El transparente de su blusa guardaba lo justo, más bien nada o casi nada, y sus mini pantalones vaqueros estaban perfectamente amueblados.

Sin habérselo propuesto había convertido su olor en su sello de identidad, dejando un rastro fácil a seguir: una mezcla de seducción, deseo, belleza, frivolidad y pasión a raudales…

Muy segura de sí, salía de su casa, firme en sus tacones que, fieles a los latidos de su corazón, marcaban el paso que la llevaría a un lugar que jamás había estado, pero que deseaba estar…

La oscuridad del cuarto no permitía dibujar la cara del macho, que no le importaba porque una voz en su interior le decía lo que la atraía poderosamente: él.

Pasados unos segundos, se hacía un poco más la luz...

Los segundos pasaban como minutos, la palabra sobraba, sólo los ojos hablaban Una sonrisa detenía su deseo. La mirada de él se clavaba en unos atrayentes labios rojos, le cautivaban. Bajaba los ojos y veía, no, se recreaba en el relleno de sus mini vaqueros…

Era el momento en el que ambos tenían que olvidar todo. Sólo tenían que recordar cuánto habían deseado este encuentro.

Las fuertes y a su vez delicadas manos de él se posaban en la anatomía de ella, pero suavemente…

El carmín acrecentaba la pasión del momento. Él recorría con su lengua la boca de ella y luego la dejaba descansar en sus labios, rojos para mayor deleite.

Una transparente y escotada blusa se abría despacio, dejando al aire unas tetas que el macho apretaba contra sí. La ropa iba cayendo entre abrazos y besos, y sólo se interrumpían para desnudarse más.

Levantaba exultante su perfecto cuerpo desnudo, y alzaba sus piernas abrazándose a la cintura de él.

Movimientos permanentes la llevaban contra la fría pared, en la que los dos sexos se encontraban, se saludaban y enseguida se entendían a las mil y una maravillas, sin necesidad de intérprete.

Su trémula pero audible voz pedía que se la metiese dentro de sus entrañas, a la vez que sus manos se volvían adictivas a sus brazos, su espalda, su redondo y apretado culo, empujando contra su sexo...

Y una vez perfectamente sincronizados...

Era entonces que ella, insistente y deseosa le invitaba, con cara desencajada de placer, a que la dejase dentro y no la sacase en toda la velada carnal.



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Mensaje  achl Miér Ago 19, 2020 10:55 pm



Sólo escritos eróticos - Página 2 Escrit61


Probé y me gustó

Era noche confusa pero intrigante. Veníamos planeando este viaje desde seis meses atrás. Mi amiga no venía nunca a visitarme, porque era de un pueblo muy distante del mío, aunque de tanto insistirle yo accedió. La invité a pasar un finde conmigo. En mi casa tenemos suficiente espacio, y cuando mi hermana mayor se casó y se mudó, utilizamos su cuarto para estos casos, de modo que no había problemas por falta de camas. Mi amiga informó a su madre de que se venía a mi pueblo y a mi casa tres días y dos noches.

Su visita fue lo más novedoso para mí en muchísimo tiempo. Mi amiga es una mujer clásica, pero tiene un toque sensual que no sabría definir; quizás su culo redondo, que parece decir “devórame”, o quizá sus tetas empinadas, o quizás su exótica cara. Claro que hasta ahora no sabía yo que era bisexual. Pero con una experiencia como esta, es cuando te das cuenta. Aun teniendo amigas en común con igual tendencia sexual, jamás había pensado que mi amiga acabaría siendo igualmente lesbiana y heterosexual

Apenas entró a mi casa se duchó y se cambió de ropa. Se puso una camisa negra, ajustada, un mini vaquero y una sudadera gris, lo que la hacía estar frita de calor, y más teniendo en cuenta el trajín de su largo viaje en autobús.

Mi padre trajo una caja de cerveza, y pronto nos tomamos una cada una. El resto lo dejamos para mejor oportunidad. Habían dicho en la televisión que la temperatura por la noche ese fin de semana iba a subir, así que ya teníamos con qué sofocar los calores nocturnos.

El primer día transcurrió con normalidad; botellín en mano hablábamos de nuestras cosas, como buenas amigas que somos, nos poníamos al tanto de los chismes, cosa habitual vía móvil. Me contó que había tenido una relación con un chico tres años menos que ella, y que lo habían dejado para estar con una madura. A él le escoció la separación, pero pronto se recuperó. Mi amiga tiene 23 años y yo 22.

El segundo día, en cambio, de principio a fin fue desconcertante. Y no sabía por qué todo el tiempo me sentía excitada, extraño porque no era mi etapa hormonal y aún faltaba unos días para que me bajase la regla. A pesar de eso, me sentía un extraño palpitar en mi clítoris y en mis tetas, y más cuando veía a mi amiga ligerita de ropa, sin entender por qué…

Aquella noche era la segunda y última que se quedaba a solas conmigo Al otro día debía cumplir con una visita a mi familia, a la que había prometido acudir, de modo que una vez cenadas, nos atrincheramos en el cuarto de mi hermana, y allí bebimos cervezas y charlamos. Cinco botellines cada una que, como era de prever, hacían su efecto, pero estábamos alegres, no borrachas. Tumbadas en un colchón en el suelo y viendo televisión, pasamos unas cuantas horas.

Vestía mini pantalón y blusa fina; ella, minifalda y blusa, igual de fina, pero el escote era más atrevido, más insinuante. Y las dos, descalzas y desinhibidas nos reíamos del mundo...

Mi amiga cogió de pronto un botellín y se lo llevó a la boca. Quedé mirando cómo bebía, hasta que cayó un poco de cerveza en su canalillo. Y ahí empezó todo. En un arrebato y sintiendo un incontrolable palpitar en el cuerpo, de su canalillo empecé a lamer gota a gota. Me miró a los ojos, pero se dio cuenta que desvié los míos y los llevé a sus tetas, que sus pezones se transparentaban enteramente por culpa de la blusa humedecida por la cerveza; estaban empinados y parecían duros…

“No tiene perdón de Dios quien desprecie, aunque a una sola gota de cerveza”, dije como disimulando.

Sonrió, pero acto seguido se volcó adrede cerveza sobre sus pezones, volviéndome loca. De inmediato se les remarcaron en la blusa. Tiré entonces de ella, la tendí en el colchón y busqué su boca con la mía. Me la ofreció y nos besamos largamente y con pasión inusitada. Lamía enloquecedoramente su lengua la mía. “Te cogí”, diría para así, a la vez que me rasgaba la blusa levantando los brazos en línea recta para que sacase mis tetas. Enorme sorpresa en los ojos de ella cuando vio que eran más grandes de lo que pensaba. No llevaba sostén y los pezones los tenía deseosos de ser lamidos, pidiendo guerra...

Después de devorarme a su antojo mis tetas, su boca bajó despacio hasta mi coño, al cual lamió desesperadamente por todos lados, deteniéndose y recreándose en el clítoris. Pero mis manos no se quedaban quietas: una le acariciaba los muslos, y la otra daba cachetes a su culo.

Pero quiero resaltar que mientras su fogosa boca lamía mi clítoris, los rugidos que salían de mi boca eran más pasionales y placenteros que los que había tenido con mi novio y con dos esporádicas relaciones masculinas que me habían surgido.

Nos explayamos a la carta, soltando rugidos de lobos. La miré entre feliz y pasmada. No sabía qué era lo que me había puesto así, ni que ella hubiese planeado esto en forma deliberada, pero muy lejos de desagradarme, me gustó. Le lamí el coño todas las veces que me venían en ganas, con entera disposición por su parte. Sentía y veía que también ella estaba gozando hasta la extenuación.

____ ¡Ni imaginas lo que me pone el que disfrutes de mi total desnudez! -exclamó, como en agradecimiento.

Como su vagina estaba completamente abierta y empapada, me decía que siguiese y que no parase. Cerraba los ojos y se daba a nuevas sensaciones que sabíamos que llegarían. Con movimientos rápidos alternados con suaves, hacía mío su coño con succiones que ni yo misma sabía que sabía hacer. Mis manos se iban a sus pezones, a la vez que ella lamía los míos. Luego de haberle causado no sé cuántos orgasmos se incorporó y, besándome con pasión, me dejé desnudar completamente. Estaba caliente como nunca, lo que ella percibía, y por esto me hacía las mismas succiones que antes yo a ella, pero con más maña, con más sabiduría lésbica, arrancándome gemidos inhumanos.

Y así estuvimos hasta las tantas de la madrugada, que después de un orgasmo más cada una, el cansancio y el sueño hacían su aparición y las dos quedamos rendidas y dormidas profundamente.

A las seis de la tarde del otro día fui a despedirla a la parada del bus. En el adiós sólo cambiamos una sonrisa y una mirada, cómplices. Entristecida pero también feliz, iba caminando de regreso a mi casa.

Cuando llegué a casa, plena de sexo, me tumbé en el sofá mirando hacia las vigas del techo del salón. Sonreí y pensé:

Si se me presentase una nueva oportunidad para salir de la monotonía fastidiosa y agobiante en este retrógrado pueblo, donde se critica todo sin motivo ni razón, por lo que sería mal visto practicar sexo con un hombre sin estar casada con él, no la iba a desaprovechar porque se me hace necesario y si me apuran imprescindible para mí follar con una mujer, y muchísimo mejor si es una mujer amiga, porque así no se levantan ningunas sospechas.



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Mensaje  achl Jue Ago 20, 2020 1:51 pm


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Queda usted despedido

"Aquí tiene usted su carta de despido y su finiquito. Consulte a su abogado si no está conforme. Pero ha de saber que va más de lo que le corresponde. No queremos que se haga publicidad de esto por ninguna de las partes".

Esto me dijo una voz que parecía camuflada, pero que creo que era de mujer y que además llevaba unas gafas oscuras y una peluca que le tapaba la cara.

Pasmado, cogí el sobre y salí de la oficina pensando en cómo me había encontrado en esa situación. Ni dos meses hacía que era profesor de natación de un afamado y prestigioso colegio de Sevilla. Mi currículo les gustó, y por esto me contrataron para dar clase a una panda de “niños de papá”. El sueldo me era una bendición. Pero mi entrada al Centro fue tan fulminante como mi salida. Con 28 años,1,83, agraciado, y licenciado en Física y Deporte, era la envidia de mis compañeros de profesión.

Pasaba un mes desde mi bautismo con aquellos chavales, y todo parecía irme sobre ruedas. Mi equipo de natación lo formaba 5 chicos de 16 años, y 15 chicas de igual edad. Como la piscina era una olímpica corta, no eran demasiados mis alumnos, y necesitaba mantenerme en forma, y por esto me unía a ellos. Mi carga de trabajo, obviamente, era mayor, y cuando acababa la clase, nadada solo un rato, de manera que cuando finalizaba me duchaba en solitario, sin molestar a nadie.

Un viernes por la tarde, mientras me estaba secando después de salir de la ducha, abrí mi taquilla para sacar mis cremas hidratantes, y entonces vi una nota pegada a un costado de la taquilla, y también había un sobre con fotos, hechas mientras me duchaba. El papel decía:

"Me encanta tu cuerpo y quisiera que te acostaces conmigo..."

Esa falta de ortografía en "acostaces", me llamó la atención y a la vez me despistó. Las fotos no eran de buena calidad, pero se veía mi cuerpo y dos primeros planos de mi pene y mi culo Al principio me asusté, pero más tarde pensé que podría que fuese una chiquillería de alguno de los alumnos.

Estábamos de pleno en los exámenes, y por esto, precisamente, traté de no dar más importancia al asunto. Pero el lunes de la otra semana volvía a recibir un sobre que contenía una nota y más fotos mías, más explícitas y en primeros planos. Rezaba:

"Te espero este viernes a las 18;30 Horas PM en el cuarto del fondo del bloque 8. Una copia de la llave de la puerta la llevas dentro del sobre".

Tenía por delante toda la semana para pensármelo y para tratar de averiguar quién era y qué buscaba con esto. Ni por asomo pensaba en una aventura. El lunes traté de sacar de verdades mentiras a todo mi alumnado, pero fue peor el remedio que la enfermedad; las risitas adolescentes, las bajadas de ojos, los codazos entre las chicas me despistaron y preferí tomármelo con calma.

Las 6 de la tarde era la hora de salida de los alumnos y algunos de ellos vivían en las inmediaciones del Centro, por lo que podían entrar y salir sin llamar la atención. Así que uno de ellos podría estar jugando conmigo, y no estaba dispuesto a admitirlo, por lo que decidí que el viernes desenmascararía a la persona en cuestión.

La falta de ortografía me dio una pista que me condujo a repasar los expedientes académicos de todos, y menos una de las chicas, todos los demás eran candidatos a mis sospechas.

El viernes, las clases fueron de lo más normal: nadie faltó y todos se portaron como siempre. Nada dejaba ver un comportamiento anómalo, sospechoso, incluso todos salieron de las duchas antes de lo habitual.

Yo seguí con mi rutina de siempre, y la última serie de 200 metros la hice relajado y salí como si no hubiese pisado el agua. Luego, me fui hacia las duchas y me duché tranquilamente; me puse mi ropa de los viernes, como solía decir: vaqueros azules y camisa roja, y con decisión, pero nervioso, cogí la llave tras cerrar las instalaciones y me encaminé hacia el bloque 8.

El bloque 8 dictaba un minuto de la piscina. Cuando llegué, afuera estaba a oscuras y, al ser un edificio que no conocía, tampoco sabía cómo encender la luz. A tientas entré en la planta baja, y allí sí había una luz tenue, suficiente para no darme contra la pared o para ver la puerta que me indicaban; una puerta gris metálica sin señales ni marcas exteriores, cerrada con llave. Con mil ojos apunté la llave en la cerradura y la metí con suavidad, mirando a mis alrededores. Giré la llave y abrí la puerta, sin ver absolutamente nada, porque aquello era la boca de un lobo, y la leve luz del pasillo no permitía ver el interior. Me quedé en la jamba de la puerta. Pero, de pronto, una voz de mujer, sin edad aparente, llegó a mis oídos desde el fondo del cuarto:

____ Te has retrasado. Pensé que no ibas a venir. Cierra la puerta y entra. No tengas miedo, que no muerdo. Es más, creo que yo tengo más miedo que tú.

Obediente hasta el final, cerré la puerta y pasé a la oscuridad más absoluta, sin saber qué era lo que me esperaba.

____ Sólo tenemos media hora, y ya que has venido, disfrutémosla.
____ Pero... ¿quién eres?
____ No hables, déjate llevar -su mano cogió la mía acercándome a su cuerpo.

Tenía los sentidos en alerta, pero aquella oscuridad me privaba del principal; la vista para ver a la mujer que me había citado allí. El tacto de su mano era suave, como si recientemente se hubiese puesto alguna crema. Sus uñas, largas, delataban que no eran para trabajos manuales. Olía a un limpio que me era familiar, pero no lograba recordarlo. Mis manos se posaron en sus nalgas, y acariciando su anatomía imaginé que sería una madura. Calculé que de 1,70 y sobre 60 kilos. Sus caderas eran suaves y delicadas, y grandes sus pechos. Cuando nuestros cuerpos se unieron, noté que estaba completamente desnuda. Su pelo rizado olía a manzana. Mi boca buscaba su boca, pero se paró en su cara. Y fue entonces que su boca buscó ávida la mía, y sus cálidos y húmedos labios besaban los míos con ansia feroz, mientras sus manos me desabrochaban la camisa y me bajaban pantalones y calzoncillos.

Liberado de toda la ropa, enredé mis dedos entre su pelo para separar la cara y así verla en aquella oscuridad. Nada. Me conformé con que mis manos me sirviesen de ojos. Su lengua buscaba la mía, humedeciéndome la cara con besos arrebatados y profundos. Su cuerpo se apretaba al mío, y una de sus manos se aferraba a mi polla, llevándola a su coño; un coño húmedo que se abría al contacto con mi erecta polla, de la que empezaba a salir un líquido seminal a través del meato.

No había lugar ni tiempo para juegos ni caricias. Aquello era un polvo salvaje. Mi anónima dama cogió mi polla y se la metió en el coño entre suspiros, hasta el fondo de su cueva, y mi lengua recorría su cuerpo, metiéndose en los pliegues de la cara, notando las arrugas de una edad incierta, pero joven aún.

____ ¡Te quiero para mí sola, penétrame! -exclamaba.
____ ¡Sigue, empuja fuerte, no la saques! -volvía a exclamar.

Sonidos ahogados llenaban nuestros sentidos cada vez que entraba y salía dentro de ella con unos golpeteos rápidos y enérgicos arrancando los suspiros más hondos de su ser. Cogiendo con firmeza su culo, subía y bajaba sin esfuerzo en el cuerpo de mi anónima. Nuestras bocas se devoraban la una a la otra. Sus dientes mordían mi cuello, y me inundaba una oleada de placer que hasta me nublaba la vista en aquel cuarto tan lúgubre y oscuro. Su boca alternaba la mía con mi polla, y su juguetona y traviesa lengua inundaba de salivas mi prepucio y mi glande.

____ ¡Me vuelves rematadamente loca! –ahora gritaba.
____ ¡Me viene…! ¡Me viene…! ¡Ahhhh...! -se tambaleaba.

De pronto su coño se empapó escurriéndose jugos cálidos en sus desnudos muslos. La velocidad de mi polla delataba que una corrida estaba a punto de aterrizar en su coño. Sus siguientes palabras daban el empujón final.

____Te toca a ti ahora, así que dale de comer a mi coño que enseguida mi lengua le hará un buen limpiado a tu polla –me dijo con morbo en la voz.

Un chorro cálido de semen le entró. Me saqué el pene, y el resto de semen lo repartí entre sus tetas, su cuello y su boca, liberándome de tanta tensión acumulada

____ ¡Qué rico, y qué calentito! –exclamaba con voz lujuriosa.

Después de descansar unos instantes, me dijo:

____ Ahora quiero que te vistas como puedas y que te vayas. Te pido que no espíes quien soy. Si me obedeces, volveremos a vernos el próximo viernes con más tiempo. Esto sólo ha sido un aperitivo de todo lo que te voy a dar –y, como un glorioso final, mordisqueaban sus ávidos dientes mi glande y mis testículos.

Obediente y con mi pene flácido me vestí y salí sin girarme. Me fui a la piscina, para ducharme de nuevo, pensando en lo que me había ocurrido y en si volvería al otro viernes a verme con mi extraña anónima. Me pregunté quién podría ser. Las pistas que tenía eran contradictorias: por la experiencia en follar y por el físico, no era una alumna; por la falta de ortografía y por el olor, no era una profesora, y tampoco era una madre de alumno, pues no les era permitida la entrada al Centro, excepto cita previa con la dirección, y menos aún a las duchas. Este enigma me corroía…

Los tres siguientes viernes volvieron a repetirse las citas, siempre en el cuarto oscuro y siempre a la misma hora. Pero al cuarto viernes me negué a a su juego y no hicimos el amor. Sólo me vi con ella tratando, bolígrafo-linterna en mano, de ver su rostro. Pero no lo conseguí, porque se percató de mi maniobra y fue más lista y rápida que yo, quitándome el bolígrafo de la mano. En definitiva, me fui de aquel lúgubre y oscuro cuarto sin meterla ese viernes y sin saber a quién se la había metido tres viernes anteriores seguidos

A las ocho de la mañana del lunes de la semana siguiente, la directora del Centro, muy airada y con cara de pocos amigos, me dijo que me esperaba en su oficina, a la vez que me daba un sobre, que contenía un papel, y un vídeo filmado con cámara de infrarrojos y en el que salía yo discutiendo con mujer desconocida en un cuarto oscuro. Su discurso fue conciso y concreto, pero enérgico:

"¡Señor, usted, con su insolente curiosidad y con su insultante desinterés, puede hacer lo que le venga en ganas, pero no en mi Centro!".



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Mensaje  achl Jue Ago 20, 2020 2:29 pm



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Rita la recatada

Rita era una mujer de 36 años, guapa, alta, rubia, ojos grises, y disfrutaba de buen estatus financiero. Hasta aquí todo bien. Pero… ese pero que a veces no trae nada bueno consistía en que no podía gozar sexualmente de su marido por haber sufrido él, cinco años y meses atrás, un gravísimo accidente que lo mantenía en la cama, y vivo todavía a base de diversos medicamentos, siendo uno de ellos el que le causaba impotencia, para desgracia propia, y ajena de su siempre enamorada esposa que, sin comerlo ni beberlo, también sufría la inutilidad sexual de él.

Estaba intranquila aquella tarde. Le dio las medicinas a su marido y éste se durmió en el acto, pues los efectos secundarios actuaban como rápido somnífero. Y esto era así siempre, invariablemente, durante aquel larguísimo período de tiempo.

Merced a su situación desde el accidente, tenía ciclos de 8 horas libres para hacer lo que le viniese en ganas. Pero no se sentía bien por estar tan desocupada y porque no sabía cómo organizarse, y tanto tiempo así la tenía trastornada. Sólo el amor que le tenía a su esposo la ayudaba a sobrellevar su Gólgota. Y por si eso fuera poco, no tenía hijos el matrimonio, aun habiéndose casado 11 años atrás, cuando el marido estaba sano. Porque de haber tenido al menos uno, éste llenaría, en parte, el hueco que dejaba su esposo, prácticamente ausente.

Empero, dejaba estos tramos de tiempo para hacer tranquilamente las tareas de su casa, mientras veía sus novelas en la tele. A veces escuchaba música, leía algún libro o confeccionaba alguna prenda en su máquina de coser, sin miedo a perturbar el reposo de su marido, que tampoco era necesario porque éste perdía toda noción al ingerir las medicinas. La monotonía era el odioso motor de su vida, que, si le unimos que no se relacionaba con nadie, las cosas eran difíciles para ella.

Imbuida 3 horas en la lectura de un libro, había apagado tarde la luz aquella noche. Avanzó hasta más de la mitad, y se prometió acabarlo durante el próximo descanso médico de su marido, descanso suficiente para incluso comenzar un nuevo libro, o para hacer cualquier otra cosa, o varias a la vez.

Aquel día, sin embargo, tan pronto su marido se durmió, trató de leer, pero no se concentraba. Dejó el libro sobre la mesilla y se recostó entrelazando los brazos por detrás de la nuca. No podía sacar de su cabeza lo que le había pasado en la cocina después de almorzar.

Al ser anormalmente un día caluroso de otoño y por estar averiado su aparato del aire acondicionado, dejó la puerta de salida a la escalera abierta, para que corriese un poco el aire. La calentura de su sexo, sumada a la temperatura ambiental, iban haciendo de ella un calefactor excesivamente perturbador.

Mientras fregaba, su apuesto vecino de puerta se le acercó por detrás y, sin mediar provocación, la cogió de la cintura y presionó su pene contra su culo, y ella sentía, entre sus convulsas piernas una vigorosa masculinidad. Pero todo fue tan rápido e inesperado que no le dio tiempo a reaccionar. Imaginándose su vecino que cedía, presionó más y le dijo a lo bestia que la iba a poseer allí mismo. Indignada, empujó con fuerza al vecino y se apartó unos metros del fregadero.

Al alejarse, el vecino vio cómo sus nalgas succionaban el delantal entre las piernas. Rita alzó desafiante la cabeza haciéndose inalcanzable al deseo del intruso, al que echó a golpes e insultos de su casa, cerrando luego la puerta con llave y cerrojo.

Sofocada y malhumorada, se persignó en el trayecto a su dormitorio. Una vez en él, se echó en la cama junto a su marido que, al verla nerviosa, apartó la mirada de la televisión y le preguntó con tartamudeo en la voz, secuela de su estado.

____ ¿Te… pa…sa… al…go…, mi… a…mor…?
____ Nada. Sólo que estoy un poco cansada -mentía. No quería preocuparle.

“¿Hago mal con no decirle lo que me ha pasado? Pero si se lo digo, podría hundirle más aún”, se dijo para sí.

Su corazón a toda vela, su cuerpo trémulo y su respiración jadeante, hacían que se le aumentasen los pechos, a riesgo de soltarse la fina tira del sujetador.

Cerró los ojos para relajarse. Inútil. Le venían imágenes de manos sujetándola por la cintura, sentía una dureza varonil en sus nalgas, sentía su propio desconcierto por escapar de unas garras, sentía un caminar rápido rumbo a su presa...

Como media hora después recuperó un poco la calma, le dio un beso con los labios cerrados a su marido y le secó el sudor en torno a las cejas.

Pensó que tenía que hacer algo para quitarle relevancia a lo ocurrido, pero a más empeño por olvidarlo, más nerviosa se ponía.

Leer le era imposible, por lo que decidió preparar la cena, pero recordó aquello y como no se había tranquilizado del todo para irse a la cocina de nuevo, se puso a revisar la ropa sin planchar.

Puso la mesa de planchar y se sentó en el borde de la cama. Miraba el suelo, como queriendo hallar una respuesta en él. Quería olvidar todo, pero no lo conseguía. Tenía en la piel lo ocurrido y cuando lo recordaba, un escalofrío la recorría de pies a cabeza. Esa ambigüedad entre la indignación y... “¡No, no!”, se decía.

Trataba por todos los medios ignorarlo, pero sabía que había sentido algo inédito en ella. Cuando el vecino le puso las manos en la cintura, tuvo la tentación de abrir las piernas y de cerrar los ojos a modo de entrega. Una fuerza inevitable la llevaba a caer al vacío. Pero podía más su condición de señora casada.

“¿Y si...? ¡No, no, por Dios!”, pensó.
“¿No será que estaba yo desvariando?”, se preguntó.

Sin embargo, posible era un desvarío. Tanto tiempo desvelándose por su marido, la tenía muy estresada. A pesar de haberse serenado un poco, volvía a caer en la confusión al sentir que un temblor le recorría todo el cuerpo.

“No pienses tontería”, parecía escuchar de su conciencia.

Se entregó a la inacción de pensamientos y cuerpo. Pero, de pronto, el deseo volvía a la carga con la imagen de la cocina. Se sorprendía al pensar en echar un polvo, y así paliar su fuego. Lo normal era dejarse llevar por lo que sentía, pero la torturaba el saberse mujer fiel. Follar, aunque con extraño debido a su situación, carnalmente bueno siendo y necesario también, era pecado. Y ella era creyente y practicante.

Se puso en pie intentando esquivar al espejo; pero, sin poderlo evitar, vio su imagen como un reto. Era guapa y con un buen cuerpo, y con ese delantal pegado y corto, dejando a la vista los muslos hasta el empiezo de las nalgas, parecería apetitosa a todo macho. El suéter entreabierto dejaba ver parte de las tetas y sus empitonados pezones contra la tela mojada por la transpiración. De aquel cuerpo resbaladizo, chorreaba voluptuosidad y lujuria.

Inocente a los estragos que podría ocasionar en los hombres, sus curvas invitaban al atrevimiento. Y aquella desnudez del triángulo que se veía a través de la fina tela del tanga, clamaba lo suyo...

Evitaba mirarse al espejo, porque, de hacerlo, desnudaría los deseos ante quien no guarda secretos, porque todo lo sabe respecto de uno. “¡No, Dios mío!”, se decía y a la vez se llevaba, horrorizada, las manos a la cabeza.

Cuando logró mantener la vista fija de su propio rostro ante el vidrio, sus confusos pensamientos se tornaron racionales: todo aquello era producto de... no se atrevía a pronunciarlo y menos a reconocerlo. Pero sabía sin decírselo que ella tenía parte de culpa de lo que le estaba pasando, independientemente de lo que había ocurrido en la cocina.

“Es que llevo mucho tiempo sin sexo”, se justificaba ante los ojos que la escrutaban despiadadamente. Sentía que su cuerpo le exigía más que velar con amor al esposo enfermo, y por esto, las fuerzas atávicas de su cuerpo inconscientemente traducían en coquetería lo que su razón no quería reconocer.

Pero los hombres sabían leer el idioma de las maneras y los movimientos femeninos, los hombres eran maestros en traducir las turbaciones en las mujeres, y esto era lo que leía en ella su vecino. Quería a su marido y no era su culpa sentir ganas de él, que, por su estado imperecedero, pagaba también una abstinencia de sexo.

Y ahí quedaba siempre su presión interna, que no podía concluir lo que sus intentos buscaban, y por esto acababa afiebrada y todo se le tornaba hostil. Pensaba que un día más sin catar sexo y que llevaba más de 5 años, y esto, a sus casi impolutos 36 años, la tenía desquiciada.

"La tierra en barbecho se expresa con maleza que, coqueta, se apodera de todo el sol".

Le vino a la mente tan inoportuno pensamiento, y más inoportuno aún en aquellos momentos de un enorme dilema y confusión para ella.

Pero, de pronto, su conciencia la sorprendía diciéndole que no era malo sentir un deseo carnal. Coitar no implicaba pecado; al fin y al cabo, ella era un ser humano, una mujer de carne y hueso. Pero al asimilar este pensamiento era rea de un vértigo tan incisivo que tenía que sentarse en el borde de la cama por el temor a caerse.

“Dame fuerza, amor”, decía en voz baja al marido, sabiendo que si gritaba no podía oírla y menos aún escucharla.

Su cuerpo se enfriaba y temblaba, pero por dos razones distintas: miedo al pecado y miedo a la infidelidad. Abrió el cajón de su armario y sacó una Biblia, leyó un pasaje y rezó un Padrenuestro y tres Ave María. Deducía que si pensaba tanto en ello era por... “¡no, Dios mío!”.

Cuando volvía a mirarse al espejo estaba más calmada. En cierto modo veía a la Rita de siempre: una mujer sexuada sólo por su marido. Bebió un poco de agua, se puso bien el delantal y al disponerse a irse de nuevo a la cocina se animaba: “tranquila, Rita, si vuelve a molestarte, dile que tú no eres una cualquiera, y que lo perdonabas y que aquí no ha pasado nada y que seamos buenos vecinos”.

Su discurso la templó lo suficiente para irse a la cocina como estaba vestida: tangas, sujetador y delantal, y seguir con el fregado de la vajilla.

Apenas empezó un sonido de platos, oyó unos pasos acercándose. El corazón se le disparaba, la sangre pintaba sus mejillas y la respiración se le entrecortaba. Lo sentía próximo, sin explicarse cómo había entrado a su piso si estaba cerrada la puerta con llave y cerrojo. Percibía que la había estado expiando, que en definitiva la culpa la tenía Dios por haberle dado tanta hermosura. Sonrió y giró la cabeza para verle. Su sonrisa incluía disculpa y aquí no ha pasado nada. Haciendo negativa con la cabeza volvía al fregado.

“No puedo retener mis impulsos ante mujer tan bella. No tengo gen que me proteja de un cuerpo tan voluptuoso”.

Escuchó esas palabras.

Ante semejante insinuación, lo sentía detrás y esa cercanía le agarrotaba las manos, cogía insegura platos y vasos. Su sexo era candela pura al ceñirla él de la cintura.

Mientras rumiaba respuesta, un pene apretaba su culo. Un mareo fugaz la dejaba vulnerable; se protegía recordando su discurso. Iba a comenzar a hablar, cuando su vecino se adelantaba:

“Carpe Díem, el lenguaje de tu cuerpo habla el mismo idioma que el mío, y me está diciendo que te posea”.

Volvía a sentir el vértigo que la acercaba al vacío en forma incontrolable. La cogía de las caderas y a la vez metía su mano por debajo del delantal. La acarició hasta las rodillas y trepó para meter la mano por debajo del tanga, hecho que respondía a sus vaticinios, por lo que podía obviar los preparativos, porque la condescendiente humedad era suficiente.

“Estoy en la puerta del paraíso”

Decía él, mientras le mordisqueaba el cuello.

Cerró los ojos, y él seguía alabando su belleza esperando luz verde, aunque roja, ya que su mano había aterrizado en el mismísimo sexo. Imprimió él más empeño a su atrevimiento. Rita no se resistía ya considerando el tiempo necesario para haberse defendido con dignidad, y por esto daba riendas sueltas a su animalidad. Él la tenía atrapada entre su cuerpo y el fregadero.

Luego de engrasar la entrada con sus salivas, llevó su pene al punto de convergencia. Rita lo sentía presionándole su flor, pero no sabía qué hacer con las manos, que en virtud de cómo estaban las cosas, el fregado pasaba a un segundo plano.

Por sus creencias religiosas, como quien se agarra a una débil rama para no caer al barranco, cogía con firmeza un rodillo, pero por su forzada postura aparecía su sexo por un lado del tanga, mientras su vecino insistía en que no obrase en contra sus deseos.

Cuando alzó el rodillo para intimidarle, le abrió él bruscamente el delantal haciendo volar los botones. La rodeó con los brazos, sin percatarse de que ella tenía rodillo en mano, la giró quedando cara a cara. Por la rapidez del giro no le dio tiempo a cerrar los muslos, y fue cuando él interpuso entre ellos su erecta virilidad.

Mantenía los brazos por delante, sujetándose como podía con una mano a la base del fregadero y la otra asida al rodillo. Cachondo y deseoso él le miraba los pechos, pero como iba empujándola hacia atrás, ella no podía asestarle el golpe definitivo. Se retenía mientras él le estimulaba los pezones con la lengua.

La cogía de la cintura y suavemente la echaba hacia el fregadero. Acercaba su largo y duro pene, que, abriéndose paso, se colaba en el punto neurálgico. Entonces vino la sorpresa; él veía por última vez una cara altanera, y ella sentía por primera vez un pene “que no era el suyo”, pero que empezaba a entrar venciendo la resistencia de los labios vaginales. Alzaba ella el rodillo, visualizando el golpe rumbo al cráneo. Fue entonces que él presionaba más contra la intimidad de ella invadiendo su territorio sagrado con su virilidad. Gritaba de placer al sentir que aquel trozo de carne sin hueso había avanzado más allá de lo que nunca había coronado su esposo. Tres empujes más y, sentía Rita en sus adentros ese caldo eléctrico que da y engendra vida, soltando el rodillo destrozando en su caída platos y vasos.

____ ¡Ahhhh! -gemía una feliz Rita con la mirada perdida, al recibir tan sabroso caldo. Se abrazó al macho que de nuevo la había hecho mujer. Buscó con su boca la boca de él, y se devoraron. Y en aquella singular foto quedaron. Poco después, se agachó y le hacía un flamante limpiando, degustando de nuevo un pene, largos minutos. Se puso en pie y sin hablarle le dio entender con el brillo de sus ojos que a partir de ese maravilloso día la puerta de su casa estaría siempre abierta para él…

Abandonó el lugar del pecado y se fue a la ducha, y su vecino a su casa. Su marido seguía dormido. Se tumbó a su lado e instintivamente se puso a mirar el techo. Iba experimentando su cara una extraña metamorfosis, empezando por una sonrisa contenida, pasando por un pesar, y culminando en desesperación al recordar que, por lo inesperado y porque hacía mucho que no lo usaba... ¡no había tomado ningún anticonceptivo!

____ Ho…la, a…mor -la saludaba el marido apenas despertaba.
____ Hola -le respondía, poniéndose las manos abiertas sobre su vientre, palpitante, inquietante...

No debemos obcecarnos con lo que nos vaya a deparar el destino. Lo que vale es el día a día. Puede que Dios nos conceda más inviernos, o puede que éste que azota el mar contra los acantilados sea el último, pero mientras sigan golpeando las olas, nuestra ansia de vivir debe olvidar el tiempo que aún nos queda. Si perdemos el tren que de pronto se presenta, en una vía apropiada, el tiempo se nos escapa. Aprovechemos el hoy y no nos refugiemos en la incertidumbre del mañana.



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Mensaje  achl Jue Ago 20, 2020 2:58 pm



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Sexo sevillano en Roma

Seguía esperando a su amante Lucio durante más de una hora, hasta que decidió salir de la terma e ir a buscarle a su casa. No era nada habitual en ella ir tras un hombre, pero tampoco lo era que la dejasen plantada.

Gritó hasta desgañitarse cuando al llegar a su habitación no hubo forma de hallar la última túnica que había adquirido. Era costosa y no aparecía por ningún lado. Sin duda, el nuevo esclavo, que le había enviado su padre, tenía la culpa. Ese mestizo la sacaba de quicio.

Él no había nacido para recibir órdenes, pero ella había nacido para darlas, y más a un esclavo nuevo, que disfrutaba con ver su cara contraída, su mandíbula apretada y esos ojos azules, hondos y feroces, acatando las órdenes sin poder hacer nada por remediarlo.

Pero ahora no era el momento de regodearse con ello. Realmente estaba enfadada por no haber podido encontrar su exclusiva y costosa túnica.

____ ¡Esclavo! -gritaba fuera de sí, embutida aún en la sábana grande de lino que había utilizado para secarse.

Vociferando cruzó el atrio para buscar al bárbaro que no atendía sus llamadas. Lo encontró en el pasillo, cerca de su alcoba.

____ ¿Por qué no contestabas?

No dijo nada. Solía permanecer en silencio cuando la veía enfadada.

____ ¿Dónde está mi túnica de seda?

Silencio. Se limitaba a negar con la cabeza, sin dejar de mirarla, como atravesándola con los ojos.

Ella pensó que una de sus esclavas podría ayudarla a encontrarla.

____ ¡Dile a Claudia que venga a mi alcoba!
____ No está.
____ ¡Eres un inútil, no sé por qué mi padre te compró! -gritó enloquecida– ¡Vamos, llama a cualquiera otra!
____ No hay nadie.

Se le heló toda la sangre al constatar mentalmente que le había dicho la verdad. Estaba a solas con este esclavo, imponentemente macizo. Cuando se dio cuenta de que él debía estar pensando lo mismo y que miraba en forma extraña el principio de su escote, poco oculto por la tela que soportaba con una mano en el pecho y la otra en su espalda, dio un paso atrás.

El esclavo se movió a su vez dando un paso adelante.

____ ¿Qué crees que estás haciendo? -le dijo con un hilillo de voz.

Se le acercó hasta estar a su altura y de un manotazo atrapó la fina tela que la cubría; la miró un segundo ante la perplejidad de ella.

____ ¡Haré que te azoten por esto! -le dijo, indignada.

Su esclavo, después de posar su mirada en sus grandes senos y en los cada vez más endurecidos pezones, la cogió por la cintura y la puso sobre sus amplios hombros, para después llevarla hasta su alcoba.

____ ¡Ordenaré que te maten! –gritaba mientras la dejaba caer sobre la cama.

Se despojó de su túnica, que tiró al suelo, y luego respondió:

____ Pero antes de que me maten, nadie te librará de lo que te voy a hacer.

Ella se levantó cual resorte y le encaró, pero él no medió palabra. Deslizó una de sus manos por la espalda desnuda de ella y se agachó para meterse uno de los pezones en su boca, succionándolo.

Le dio la vuelta con sus manos y la empujó hacia la cama; le acarició y besó el culo, mientras ella se sostenía sobre sus extremidades superiores. La atrajo hacia sí cogiéndola por las caderas y la embistió con fuerza.

Se le fue todo el aire contenido en sus pulmones cuando sentía una enorme verga entrar en su sexo. Los latidos del corazón se desbocaban a cada embestida, y una plácida sensación recorría todo su cuerpo hasta llegar a los dedos de sus manos.

____ No me extraña que siempre os encontréis en guerra, si es así como hacéis el amor -dijo él tras una de las fuertes embestidas.

Pero seguía con sus formas brutas, penetrándola con una furia desmedida que la atrapaba en un placer, al que no estaba acostumbrada, pero no por ello era rechazado.

Se apartó para de nuevo darle la vuelta y atraparle las manos por encima de su cabeza. Con la otra mano empezó a acariciarle las tetas, mientras volvía a penetrarla con fuerza.

Ella no podía dejar de mirarle a los ojos con los suyos excitados.

Con un fuerte gemido que le excitó más aún, descargó en el interior de su vagina, y luego se desplomó sobre ella con todo su peso.

Debajo de su cuerpo pesado, se escabulló para verle con la respiración y el corazón acelerados aún.

Le miró tendido de lado apoyando su cabeza en el antebrazo, y suspiró lentamente, mientras esperaba a que se recuperase.

____ Ahora te voy a enseñar yo a ti cómo follamos las sevillanas -y cogiendo sus manos, empezó a succionarle los labios entre los suyos.
____ ¿Qué haces? -preguntó él, pero dejándola hacer.
____Te voy a explicar sin palabras por qué los sevillanos no adoran a los dioses de la guerra como hacéis vosotros, sino que construyen templos a Venus.

Siguió besándole hasta encontrarse con su ardiente lengua, cuya entrelazó con la suya con suaves movimientos.

Él la miró con los ojos abiertos de par en par.

____ ¿Cómo lo hacéis las sevillanas?

Dejó de besarle el cuello y contestó con pícara sonrisa.

____ Despacio -dijo, inclinándose sobre su cuerpo mientras situaba su cabeza sobre su bajo vientre-. Tenemos todo el tiempo del mundo...

Y con una sensual maestría sevillana, le dio a probar a su esclavo la sabiduría de su boca, succionando lentamente hasta recibir en su garganta el brebaje bendito.



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Mensaje  achl Jue Ago 20, 2020 3:28 pm



Sólo escritos eróticos - Página 2 Escrit65


Si la red es fuerte, pesca segura

Chateando en la red contacté con una mujer de 40 años. Después de meses cambiando mensajes decidimos dar el paso de conocernos en persona. Los dos seguíamos casados por lo civil, pero pasábamos de juzgado para tramitar los divorcios. Ninguno de los dos teníamos hijos, cosa que ayudaba en gran medida a más libertad. Su esposo y mi esposa eran personas liberales, por lo que también “se lo montarían a su manera”, pero esto de ellos era algo que no nos importaba en lo más mínimo. Nosotros íbamos a lo nuestro.

En Facebook se hacía llamar “ida”, pero Brígida era su nombre. Y aunque sabíamos nuestros apellidos, esto es algo que no viene a historia a esta historia. Por cierto, yo me llamo Alberto y tengo 42 años.

Nos citamos una tarde para tomar algo, y así ver si nos gustábamos, tanto en el trato como en el físico y en todo lo demás. En realidad, no sabíamos qué íbamos a encontrarnos. Sabíamos nuestras marchas cibernéticas, y a veces nos tocábamos mirando fotos de desnudos de nuestros cuerpos, cuyas nos cursábamos vía privados, acompañadas de palabras y frases insinuantes que contribuían a calentarnos más todavía. Pero no conocíamos nuestras caras ni nuestras voces.

Llegué a la cafetería en la que quedamos y la localicé fácil, pues me había dicho que llevaría un pañuelo azul sobre cabeza. Y allí estaba, en la barra. Era morena, y no iba vestida provocativa: blusa larga azul, zapatos tacón medio, y pantalones azules; eso sí, muy ajustados. Su blusa dejaba ver un apetecible canal. Podría decir que en conjunto era una mujer muy atractiva...

Y además tenía algo especial. No sabía atinar si eran sus ojos o su boca, pero me embobé y, al vernos, conectamos enseguida. Después de tomar un café y de hablar un rato, nos fuimos a un motel a las afueras de la ciudad, al que previamente había reservado yo un cuarto. Entramos, y luego de superar los primeros minutos de timidez y pudor, empezamos a besarnos; primero, tanteando, y seguidamente con más intensidad, lengua suya bulliciosa...

Noté enseguida que le urgía sexo. Mis ojos se iban a sus pechos con pezones que se traslucían a través de la blusa, tan afilados que parecían lanzas atravesando el tejido. Suavemente la empujé contra la pared, y botón a botón, le abrí la blusa, la cual no dejé caer. Le besaba las tetas por encima del sujetador. No eran muy grandes, pero yo no las abarcaba con las manos. Deslizaba la mano por sus muslos, y ella, impetuosa buscaba mi boca.

Mi mano iba subiendo por sus muslos hasta llegar a las bragas, que jalándolas caían hasta los tobillos, dejando al descubierto un poblado pubis. Me puse en cuclillas y le lamí el clítoris, pasando a lengüetazos salvajes por toda la raja. Notaba que mi polla crecía, así que la metí en su humedecida flor y comencé con un mete y saca suave, como calibrando su fiebre sexual, y fue entonces que percataba otra vez que estaba famélica de macho. Me pedía con los ojos y con la voz que me dejase de ensayo y que la penetrase, que la penetrase y que no parase...

Aún seguía vestido, pero armado. Quería follármela despacio, por lo menos la primera vez, ya tendríamos otras, le dije, cuando su mano se iba a mi polla. Estaba a punto de correrse en las bragas, mientras yo la iba estimulando mordiéndole los pezones a través del sujetador. Pero me apartó y empezó a devorarme todo lo que pillaba al paso, como una loca posesa por todo mi cuerpo.

Estaba lanzada, lo que hacía lanzarme a mí. La giré y la puse de cara a la pared, le daba cachetes repetidos en su hermoso y redondo culo. Su blusa caía, y yo con mis dientes le desabroché el sujetador...

Y entonces aparecieron despampanantes tetas con pezones rosados, que hasta ese justo momento no había visto. La tenía desnuda frente a mí cara a la pared. Dejé caer mi pantalón, y mi miembro salió brioso de su guarida. Se lo puse en el agujero negro. Antes sólo la había sentido a través del pantalón, pero ahora la tenía en el ano. Mi lengua lamía sus pezones, rogándome ella que la follase, pero como estaba tan enfrascado en tan deliciosa tarea, nerviosa me miró y me gritó suplicante y repetitiva me dijo:

___ ¡Hazme tuya ya…! ¡Hazme tuya ya…!

Con sorpresa para ella, con su recién quitado sujetador le até las manos a la espalda, y esto le gustó. La puse en la cama con el culo en pompa, que también le gustó. Terminé de desvestirme y enseguida metí mi tieso y duro tallo entre los pétalos de su húmeda y espléndida flor.

___ ¡¡Empuja, empuja fuerte!! -gritaba como una condenada.

La tenía a mi merced: manos atadas, culo en pompa y pidiéndome guerra. Y le di guerra. Y tanto gozamos que al otro día nos vimos otra vez y, sin apenas hablar, directamente al motel.

Y a partir de aquel día, 10 meses ya, nos vemos cada semana y y nos acostamos. Brígida no quiere cena, ni copa, ni cine, ni discoteca... ¡Sólo quiere que hagamos el amor sin parar!

Pero de tanto roce, percibí que no sólo tenía necesidad de sexo, también de amor. Tanto gozábamos que creía que era la mujer de mi vida. Y lo era en realidad, porque entre otras cosas, estaba abandonada por su esposo, como yo por mi esposa.

Al año de nuestros rituales encuentros, le propuse que nos divorciásemos y que nos fuésemos a vivir juntos incluso que nos casásemos. Pero no estaba de acuerdo con mi precipitada proposición, haciéndomelo ver con una mirada escéptica y una sonrisa, entre irónica y benevolente, para luego responder con sabias palabras, palabras que sólo pueden salir de los labios de una persona realista, como es ella. Se pegó más a mí, y me habló cariñosa, categórica y solemne:

Siento en lo más hondo que te amo y que te deseo como nunca he querido y deseado a mi marido ni a ningún otro hombre, y jamás te seré infiel. También siento que tú me amas y me deseas. Pero se supone que ambos tenemos la suficiente experiencia en esto como para deducir que el matrimonio y la convivencia son los verdaderos asesinos del amor y la pasión, por lo que pienso que tu propuesta puede ser el principio del fin de esta bonita historia que ahora vivimos. Y dicho esto, ahora soy yo la que te propongo que sigamos así, como estamos, que de esta forma podemos permanecer juntos y enamorados toda una vida.



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Mensaje  achl Jue Ago 20, 2020 3:34 pm



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Silvia y Lucas

Silvia y Lucas formaban una pareja un tanto singular; bueno, un mucho peculiar. Nunca o casi nunca salían a ningún sitio, siempre o casi siempre permanecían en su casa, pero tampoco era tan mala cosa…

Silvia le miraba a través del espejo.

Y ahí estaba él, tumbado sobre el sofá con las manos detrás de la cabeza mirándola, mientras ella se vestía, sin pensar que tenían que salir en quince minutos.

Silvia cogía el otro aro, ladeaba la cabeza para que su melena despejase el hombro, y después de ponérselo, le decía en un tono airado:

____ ¡Lucas, ¿se puede saber cuándo vas a empezar a vestirte?!
____ Tranquila, hay tiempo aún -respondía, sin inmutarse.
____ ¡Quince minutos, Lucas, quince minutos, no te hagas el tonto!
____ ¡Pero si yo sólo tardo un minuto en prepararme! -y, saboreándola con los ojos, mientras se subía lentamente el vestido rojo por las piernas, añadía-: no como una que yo conozco…

Lo fulminaba con la mirada y le decía:

____ Sí ya, ya me gustaría a mí verte a ti poniéndote medias, desenredándote treinta centímetros o más de pelos, peinarte, combinar toda la ropa, escoger los zapatos, el bolso y…
____ ¡Vale, vale! -la interrumpía sonriéndose. Pero ella seguía...
____…untarte una crema hidratante, maquillarte y perfumarte... Tengo que darte las gracias por si sale duchado de casa y con algo más que los calzoncillos.

Lucas se ponía en pie y la abrazaba por detrás, besándole el cuello. Silvia se tensaba al principio, pero en un segundo se aflojaba, suspirando.

____ ¿Por qué siempre me haces lo mismo?
____ ¿Qué es lo que te hago?

Silvia lo miraba acusadora, pero no podía evitar sonreír porque esa última pregunta, bien podría tener un doble sentido.

____ A ver si lo que estás esperando es que me vista, me calce, me peine… me todo, para después decirme que no quieres venir.
____ Es que me encanta ver cómo te viste.
Le susurraba en la piel de debajo de la oreja. Bajaba la cabeza para ver mejor cómo se metía las bragas por una pierna, y luego la otra, y cómo se acariciaba los muslos, subiéndose el vestido.

____ En realidad, lo hago así porque estás mirándome -se sinceraba.
____ Ni te imaginas cómo me gusta mirarte cruzar las piernas, mientras te subes la cremallera de las botas…

Seguía acariciándole la parte interna de un muslo. Levantaba una mano enredando los dedos en su melena.

____ Me chifla ver cómo te cae la melena por detrás mientras te la cepillas.

Le tiraba suavemente del cabello, ladeando la cabeza hacia un costado, y le besaba el pecho, a la vez que le hundía la otra mano en su entrepierna, pidiendo asilo en su coño, cubierto por un tanga rojo.

Silvia lo miraba a los ojos y le preguntaba, resignada:

____ ¿Entonces no quieres venir?

Él subía la mano por su entrepierna y la metía por debajo del tanga. Con cuidado, le ponía el dedo del corazón sobre la suave piel que cubría su vagina.

____ ¿Y tú? -le preguntaba a su vez, al tiempo que con el índice de la mano derecha le estaba haciendo círculos en el clítoris.

Silvia soltaba el aire que estaba conteniendo y después dejaba caer su nuca contra el pecho de él.

____ ¡No! -decía medio enojada. Y añadía-: pero es que nunca vamos a ningún sitio y no sé cómo nos las aviamos que siempre o casi siempre acabamos quedándonos en casa -concluía.

La rodeaba con los brazos a la altura la cintura, mientras su traviesa mano, afanosa continuaba en el clítoris.

____ ¿Y cuándo nos quedamos en casa qué hacemos? -le susurraba al oído.

Se estremecía al sentir el aliento caliente sobre su oreja.

____ ¡Venga, ¿dime qué hacemos?! -insistía preguntándole y atrapándole el lóbulo de la oreja con sus labios.

____ Todo: mamada, usando lengua y dientes, sexo anal sin vaselina, pajas de polla y de coño… -respondía, al fin, relamiéndose los labios.

Lucas levantaba las cejas y soltaba una carcajada.

____ ¿Así lo llamas? Pensaba que lo ibas a definir en forma más delicada -bromeaba mientras no paraban sus dedos en el clítoris de ella-: como hacernos el amor, o algo así -añadía

Definitivamente, Silvia no tenía ganas ni le apetecía acudir a aquella fiesta, a la que la habían invitado.

Él hundía más la mano entre sus muslos y se apoyaban dos dedos en sus labios de abajo, los vaginales, masajeándolos, sin aún abrirle el coño. El pulgar lo posaba en los labios de la vagina y así veía y sentía cómo a su Silvia se le aflojaban las rodillas. La sujetaba con fuerza por la cintura, mientras la iba derritiendo con caricias.

Cuando ella soltaba un sollozo de placer, él sentía un endurecimiento en su polla; se la apretaba contra las nalgas mientras la besaba en el cuello. Ella volvía a gemir, y él levantaba la cabeza para verla en el espejo. Veía lágrimas en sus mejillas.

Siempre le arrancaba unas lágrimas de pasión, pero aquel día había tal tristeza en su mirada, en su expresión, que lo enfriaba. Dejaba de mover la mano en su coño y, después de unos momentos, le preguntaba:

____ Silvia, mi amor, ¿de verdad quieres ir a esa fiesta?

Ella abría los ojos y arrugaba el entrecejo.

____ ¡Cómo que si quiero ir!
____ Qué si tú quieres ir, vamos.

Permanecía en silencio por unos segundos antes de decir:

____ Me estás liando, Lucas -en aquel momento su voz era una mezcla de sonrisa e incredulidad.

____ ¡Ahora soy yo la que no quiero ir, ea! –agregaba, airada.

Se movía entre los brazos de él para que la soltase, pero él mantenía su brazo firme. Con un dedo de la mano de ese brazo empezaba a tocarle el coño. Deslizaba su ágil y largo dedo sobre el contorno, hacia arriba y hacia abajo, a todo lo largo y ancho del clítoris, llegando de nuevo al pozo moviéndolo con más intensidad; aunque, eso sí, delicadamente.

Ella se rendía pronto y cogía aire, quedándose inmóvil. El dedo masculino bajaba y subía sin parar a un ritmo vertiginoso, resbalando entre los pétalos de la flor de ella. Apoyaba los labios bucales sobre la oreja rozándola con el aliento al mismo tiempo que le frotaba el clítoris con unos movimientos tan rápidos como sexuales.

En todo momento tocaba clítoris con sus dedos húmedos y calientes, y ella aflojaba los músculos en un intento por retrasar el clímax. Hubiera caído al suelo si él no la hubiese estado sosteniendo. La penetraba con uno de los dedos y, alzándola por la cintura, la levantaba y se tumbaba en el sofá con ella encima.
Su melena caía sobre su cara tapándole los ojos, pero se concentraba en sus manos. Metía una por su escote y empezaba a masajearle una de sus tersas tetas, mientras con la otra mano, dos de sus dedos la penetraban.

Gemía y gemía ante las habilidades de Lucas en el menester.

Mientras la acariciaba ahí abajo pensaba que siempre pasaba lo mismo. Cuando ella se estaba preparando para salir con él o sola, la invadía una excitación.

Retiraba el dedo de su interior y le restregaba la palma por el coño, esparciendo la humedad por todas las partes. Le encantaba hacerle esto: alternar entre vaivenes delicados y suaves con otras cosas no tan delicadas, pero excitantes, como hacerle chupar los dedos para que pudiese saborear sus propios jugos.

Hundía la mano por entre las nalgas y sondeaba en busca del ano. Estaba a punto de penetrarlo con un dedo, cuando recordaba su resolución de hacía un momento.

Con el sonido de su circulación en los oídos, largaba un suspiro y decidía hacerla acabar cuanto antes. Antes de que no pudiera controlarse, sacaba la mano de canal y se incorporaba al sofá, acomodándola entre las piernas. Y la otra mano siempre en el coño.

Acomodado, con los brazos la apretaba con fuerza contra su erección, encajándola justo ahí, y luego dirigía esa mano a su coño. Le metía dos dedos con la izquierda, y con la derecha, húmeda y caliente, le apretaba el clítoris. Ella dejaba caer la cabeza hacia atrás con la boca entreabierta, conteniendo la respiración.

Él se daba cuenta de que intentaba otra vez retrasar el orgasmo, mientras él mismo lo quería provocar. Eso, junto con la idea de follarla justo cuando no podía porque tenía un compromiso, tremendamente le excitaba.

Le apoyaba la polla en la cara y le metía dos dedos adentro, mientras que apretaba fuerte sobre su coño. Ella se crispaba y le clavaba uñas en la espalda, retorciéndose él antes de que su cuerpo empezase a sacudirse. La apretaba atrayéndola hacia su polla, penetrándola, besándola y en su cuello gruñendo, mientras su placer casi lo hacía acabar a él también.

Una vez que la tormenta de placer había pasado, se dejaba caer sobre él como si se le hubieran derretido todos los huesos involuntariamente, de cuando en cuando contrayéndose bajo los dedos de él, que seguían acariciándola en su interior. Se los retiraba al fin y le pasaba otra vez la palma por toda su zona genital, empapándola entera, desde los risos íntimos hasta dentro en sus muslos.

Sacaba la mano de su tanga mojado, pero con cuidado de no tocarse el vestido que estaba subido hasta la cintura; y, cogiendo su barbilla entre el pulgar y el anular, le metía dos dedos en su boca, mientras le pasaba la lengua por todo el cuello.

Los chupaba y los saboreaba sin abrir aún los ojos. “Suficiente', pensó él, y le metía los dedos hasta el fondo una vez más y los retiraba de la boca, pasándolo por los labios, como si le estuviese limpiando un manjar.

Al notar que se incorporaba Silvia, se espabilaba un poco.

____ ¡Ha sido genial! –murmuraba.

Soltaba una sonrisa que le hinchaba el pecho a él.

____ Bueno, el pecho y la polla. Pero me has dejado agotada. Tendrás que esperar un poco para empezar otra vez.

Él la abrazaba sonriendo.

____ Esperaré hasta luego de la fiesta, pero tenemos que prepararnos.
____ ¿Qué fiesta? -preguntaba ella, confusa.
____ La fiesta de... el cumpleaños de… ¿De quién era?
____ Sonia. Pero… -se giraba hacia él-, es más que obvio que no vamos a ir. -le decía, repuesta ya.

Lucas se levantaba del sillón y se agachaba sobre ella metiéndole las manos debajo del vestido. Tiraba del tanga y se lo sacaba. Entonces Silvia levantaba las piernas, deseosa y complaciente.

____ Levántate y ponte otro tanga, pero ya, ¡vamos! –le decía, se iba a su dormitorio y empezaba a vestirse.

Ella permanecía con el ceño fruncido cuando él salía, vestido ya y listo para salir.

____ ¡Silvia, si no te levantas enseguida, te llevaré a la fiesta en pelotas!

Le miraba, incrédula

____ ¿Ahora eres tú el que me metes prisa? ¿Estás loco? ¡Te estaba insistiendo todo el puto día! ¡Siempre me haces lo mismo, y ahora... ¿qué haces?! -la cogía en brazos y la ponía en pie.
____ Métete en el baño y arréglate. Salimos en un minuto.

No le daba tiempo a protestar, porque le cogía la cara entre las manos y le besaba la boca con una pasión inusitada.

____ Quiero llevarte a esa maldita fiesta -le decía después de besarla.

Se quedaba mirándole un momento, y asentía.

____ De acuerdo. Pero te has vuelto loco, loco de remate...
____ Sí, loco, pero loco por ti. Venga, que ya ha pasado el minuto.

Y pasaban diez minutos más antes que ella estuviese preparada.

Una vez dentro del coche, rumbo hacia la casa donde se iba a celebrar la fiesta de cumpleaños, él no podía dejar de pensar en los bellos ojos de color miel, en la boca con labios carnosos, en el rostro exótico moreno, en los muslos pronunciados, y en los hermosos pechos tiesos y empinados de la espectacular mujer que iba sentada a su lado. Y tampoco podía dejar de pensar en lo mucho que se iba a enfurecer esa mujer que iba a su lado si él, en uno de sus frecuentes y furiosos ataques sexuales, y ahora en el interior de un auto, de nuevo le echase a perder el estupendo atuendo que había elegido para la ocasión, que, en realidad, sólo se acicalaba de esa forma, maravillosamente estupenda, para gustarle a él, su único y exclusivo amor.



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Mensaje  achl Jue Ago 20, 2020 9:03 pm



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Sin premeditarla, noche lujuriosa

Si dos personas de igual o de diferente sexo se abandonan a una pasión, todo puede ocurrir entre ellas.

Era una fría tarde de un viernes de invierno, y, como otro día cualquiera, terminaba de llegar de la Facultad a mi humilde vivienda. Vivía sola. Había tenido que salir de mi pueblo y venirme a la ciudad, Sevilla, para estudiar la carrera de Arquitectura, y hacía ya seis meses de esto.

Bueno, antes de seguir con mi historia me presento:

Me llamo Alicia y tengo 21 años; soy alta y morena, y creo que simpática y con buenas hechuras. Pero a pesar de todo este bagaje, no he conseguido amistad con ningún chico, ni con algún compañero de mi Facultad; sólo se fijan todos en mis tetas, que son hermosas y bien puestas en verdad, y esto es algo que me tiene tan acomplejada que hasta me he planteado seriamente dejar de salir con el grupo de ellos ni con ningún otro grupo en el que vayan todos con pareja

A pocos días de llegar a Sevilla, conocí a una mujer, de más edad que yo: 38 años y Sara de nombre. Nos conocimos casualmente en mi facultad durante una reunión profesional, a la que asistimos las dos y, finalmente acabamos sentándonos juntas.

Compartíamos ideas sobre la arquitectura. Yo la veía como mi hermana mayor. Me sentía bien a su lado. Y según ella, sentía lo mismo por mí. Quedábamos algún fin de semana después de que yo saliese de la Facultad y ella de su trabajo, e íbamos a tomarnos algo y a charlar. Nos contábamos todo con confianza. Ella sabía toda mi vida, y yo la suya. Era aparejadora y ganaba mucho dinero. Vivía sola en un lujoso ático en el centro de la ciudad. Había tenido un novio durante cinco años, pero las cosas no iban bien entre ellos y lo dejaron tres años atrás. Y desde entonces, no ha vuelto a estar con nadie más.

Como ya he dicho antes era un viernes por la tarde, hacía frío y ya estaba oscuro. Aquella noche mis compañeros iban a salir. Me habían invitado a ir con ellos, pero lo rechacé poniendo como excusa que no me hallaba bien, pero esto no era cierto. Todos los que iban lo hacían acompañados de su pareja, y yo estaba harta de estar siempre sola, pero no quería ser una molestia para ellos. Y esto me entristecía.

Mientras iba caminando hacia la parada de mi autobús, saqué el móvil del bolso y llamé a Sara. Necesitaba contar mis penas a alguien, y a quien mejor que a mi única amiga en Sevilla. La llamé y me dijo que por qué no nos veíamos para tomar algo y para conversar un rato, y así no tendría que irme tan temprano a mi casa, máxime viernes siendo. Acepté.

Como venía siendo costumbre, quedamos para vernos en la cafetería en la que lo hacíamos habitualmente. Me apresuré para no hacerla esperar, pero mi bus había pasado y no me apetecía permanecer en la parada con el frío que hacía, así que me fui caminando con pasos rápidos.

Llegué a la cafetería y Sara me estaba esperando sentada en una silla de una de las mesas de la entrada. Me saludó, mano en alto, y me fui hacía ella. Cuando me puse a su lado me llamó la atención el modelito que llevaba. Debo decir que Sara era una mujer guapísima, con un cuerpo despampanante, y que aparentaba menos años de los que en realidad tenía. Se maquillaba poco, sólo rímel en los ojos y una pincelada de colorete en mejillas. Siempre vestía a la última: zapatos de aguja y ropa, y todo de marca. El gusto por el vestir bien era una cosa que compartíamos, pero ella tenía posibilidades económicas para comprarse todo lo que se le antojase. Aquella tarde iba más arreglada de lo normal: llevaba un costoso vestido de esos de tipo arábigos, y una chaquetilla negra del mismo estilo. Estaba realmente espectacular. Veía que la miraba con fijación, pero sonreía y me decía:

____ Pero siéntate, pequeña. No sé si me miras tanto porque estoy guapa o porque me queda fatal mi indumentaria.

Le gustaba llamarme “pequeña”. Sonreí y le dije:

____ La indumentaria te queda genial. ¿Pero puede saberse a qué se debe este look de hoy? -la piropeé y luego le pregunté eso.
____ Pues se debe a que he tenido una comida con mi equipo de trabajo para tratar un asunto importante, y es por ello qué me he esmerado un poco más -respondió.

Luego de haber tomado café, de hablar un buen rato y de contarle mis penas, para mi sorpresa me invitó a irme a su casa a cenar con ella, y así no permanecer sola. No sabía qué decir. Había estado ya en su ático dos veces, pero nunca de noche, y me preocupaba cómo volver a casa, tarde y con la lluvia y el frío que hacía. Se apresuró a responderme que yo no me preocupase por eso, que ella me llevaría en su coche. Bromeaba sobre si quería quedarme a dormir en su casa…

Y en realidad no era mala idea. Su ático era más acogedor que mi humilde piso de estudiante. Así que de nuevo acepté.

Cuando llegamos a su piso, empezó a preparar algo rápido de cena, y nos sentamos a la mesa. Se esmeró en todo, alegando, con una sonrisa en los labios, que yo era su “pequeña invitada”.

Le tengo cariño a Sara, sobre todo por su amistad y lealtad. Es encantadora, con la que es difícil llevarse mal. Durante la cena, no sabía por qué, no podía dejar de loar su belleza. Una belleza natural, marcada no sólo por su físico, del que destacaba sus grandes y bellos ojos grises, su sedoso cabello rubio, casi siempre con trenzas, y su espléndida figura, sino por su adorable carácter, capaz de hacer reír al humano más triste entre todos los tristes.

Luego de cenar nos sentamos en el sofá. Estaba pensativa porque seguía deprimida por sentirme sola y por verme alejada de mis padres, a los que sólo veía una vez al mes debido a que mi pueblo era el más alejado de la provincia y poco boyante mi billetera para más desplazamientos. No pude evitar llorar, y al ver Sara que me venía abajo, me consolaba rodeándome con sus brazos, y para mi sorpresa, y mi placer, que todo hay que decirlo, me dio un cálido beso en los labios. Después me dijo:

____ No voy a dejarte nunca sola. Recuerda que eres mi pequeña.
____ No sé qué haría si no estuvieses a mi lado siempre -respondí.

No quería que acabase la noche. Me sentía protegida mientras estaba con ella. Pero no entendía qué era lo que me estaba ocurriendo. Me daba cuenta, de pronto, que Sara había pasado a ser algo más que una amiga…

Cuando me dejó de abrazar, la miré a los ojos. Me sonrió y vi su perfecta sonrisa, y después clavé mis ojos en los suyos. Tenían un brillo especial. Yo me sentía confusa, dudando de si la situación era real, o estaba soñando. Sin saber cómo, lentamente llevé mi cara a la suya, para así rozar nuestras bocas. Fue sólo un segundo, pero un segundo en el Paraíso, y que sentía como si el tiempo se parase. Un pensamiento erótico cruzó mi cabeza. Podía sentir su calor. Regresé en mí y retiré mi boca de la suya, temiendo su reacción. Me miró con mirada extraña. Pensé que me iba a decir que me fuese de su casa. Pero no. No fue eso lo que sucedió...

Pasó su brazo izquierdo por detrás de mi cabeza, me acercó más a ella y empezó a besarme. Al principio suave, pero después acaparó su boca a la mía mordiéndome suavemente los labios acabando en un apasionado beso en el que nuestras lenguas se conocieron y se saludaron de esta manera tan peculiar, pero excitante...

Pasamos así un rato, besándonos y acariciándonos, como si no hubiese un mañana. No decíamos nada. La palabra no estaba invitada. Cada vez más cerca la una de la otra con los cuerpos pegados buscando pasión. De pronto, me cogió de la mano y me llevó a su dormitorio. Ya en él, me di cuenta de que la cosa iba a ir más lejos de lo que esperaba, pero que era lo que deseábamos, al menos yo...

Me tumbó en la cama poniéndose a mi lado, mientras se desabrochaba la falda. Me quité la blusa y nos quedamos las dos en sostén. Seguíamos con nuestro juego de besos y caricias, ahora con menos ropa. Llevé mi mano a su cintura para ir subiendo hasta sus tetas. Estaba deseando tocárselas. Al hacer eso, ella hizo igual, así que nos desabrochamos la una a la otra los sujetadores, y así podíamos tocarnos de manera directa.

Besándonos en la boca, nuestras hermosas tetas se rozaban, pudiendo sentir así sus pezones contra los míos. Comenzó a besarme el cuello, y lentamente bajaba a mis tetas, lamiéndolas cuanto quiso y mordisqueándome los pezones provocándome la mayor sensación sexual que había sentido hasta ahora.

Entre besos y caricias nos quitamos lo que quedaba de ropa, quedando totalmente desnudas, pudiendo ver a mis anchas su increíble cuerpo. Si con ropa era bella, sin ropa más. Acaricié todas y cada una de sus pronunciadas curvas, y ella me seguía. Y después bajé la mano hasta su coño, levantando de vez en cuando la cabeza para mirarla a los ojos. Con dos dedos le agité el clítoris, lo que hacía que soltase rugidos.

No podía creer que lo que estaba sucediendo fuese real, como había fantaseado a veces, pero sin querer reconocerlo, estaba ocurriendo en realidad. Bajó ella también su mano a mi coño, copiándome. Sólo con rozar mi clítoris, mi excitación iba a mil y me vino un primer orgasmo, que hacía que se me escapase un rugido que también ella disfrutó. Nos mirábamos a los ojos masturbándonos la una a la otra, hasta que entre apasionados besos, suspiros, gemidos y rugidos, llegamos al orgasmo juntas. La palma de mi mano cubierta de su líquido, que antes me habría sido repugnante, ahora era una delicia.

Nos miramos intercambiando sonrisas febriles. Besándonos y entrelazando nuestras lenguas, me echó en la cama y me abrió las piernas. Sabía lo que me iba a hacer, y sentía una mezcla de morbo y vergüenza, que en el fondo me producía placer. Con una mirada pícara llevó su lengua a mi coño, lamiéndolo con la misma maestría de una actriz porno. Sus manos cogían las mías. Y esto me gustó muchísimo. Me hacía sentirme segura.

Seguía lamiéndome mi punto más débil con la punta de la lengua. Apenas subía el son, paralelamente iban creciendo mis gemidos. Recorría mi coño con su lengua, lo lamía y después la metía hasta el fondo. Y de nuevo me sentía que iba a explotar al sentir que me venía de nuevo, pero me daba vergüenza correrme en su boca, hasta que no pude aguantar y largué una Goliat corrida que me hizo temblar. Me cubrí la cara con las manos por vergüenza, pero Sara me las apartó, diciéndome:

____ No te sientas mal, mi pequeña –y dicho esto, lascivamente chupaba y rechupaba mis labios, dándose a catar sus propios jugos.

Tenía que devolverle el favor, así que la tumbé y le abrí las piernas. Nunca le había comido el coño a una mujer, pero la pasión me podía con Sara. Llevé la lengua a su coño y con la punta lo lamía y a intervalos clavaba los ojos en los suyos. Me excitaba ver que estaba así por mi culpa. Lamiéndole el clítoris, acabé por devorarla, llevando mi lengua allá por donde se me antojase haciendo que rugiese, hasta que soltó un chillido y sus jugos acabaron en mi garganta, pudiendo saborear y luego tragar sus salados líquidos.

Recuperado el aliento, me puse encima suya, de tal manera que nuestras vaginas se rozaban empezando a menearme e ir subiendo el ritmo hasta acabar cabalgándola. Rugíamos. Me incliné hacia adelante, para que nuestras tetas se uniesen a la fiesta y así poder besarla cuando no chillaba. Podía sentir su olor, y Sara lo vio en mis ojos, alcanzando ambas un sublime orgasmo. Pero mi amiga rubia quería más. Así que se incorporó, se puso frente a mí y entrelazó sus piernas con las mías, haciendo tijeras.

Nuestros sexos pegados de nuevo, húmedos y sensibles, y ahora de un modo más directo. Empezó a moverse, y yo también. Ahora podía sentirla dentro, su calentura, su fiebre sexual. Aquella sensación era increíblemente excitante. Nos movíamos las dos cada vez más rápidas, gritando, gimiendo. Nuestras vergüenzas y pudores se habían ido de paseo. En aquel momento éramos una.

Jamás había oído a Sara decir palabras sucias, que me hacían explotar y menearme alocadamente. Me abalancé sobre ella y empecé a lamerla, juguetear con su lengua en mi boca. Estábamos abrazadas y frotándonos nuestros coños sin parar.

Tanto placer junto era algo incontrolable. Nos fundimos entre intensos momentos. Dos o tres horas después, ni me acuerdo y además me pareció poco, rendidas sobre la cama caímos y nos quedamos profundamente dormidas....

A la mañana siguiente, desperté entre sus brazos. La miré con cierta timidez, pero ella me sonreía y a la vez me guiñaba un ojo, relamiéndose los labios.



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Mensaje  achl Jue Ago 20, 2020 9:10 pm



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Sólo iba a comprar un libro

Después de una dura jornada laboral, desde las 7 de la mañana hasta las 4 de la tarde, llegué a casa a las 4 y 20. Me pegué una siesta de dos horas, y a eso de las 6 y media me fui al baño y me bañé con agua tibia, pero antes eché en la bañera sales “Lavanda”. Me salí del espumoso saneamiento alargado al cabo de media hora, cogí una toalla grande y me sequé todo el cuerpo, deteniéndome, con más esmero, en mis “cositas” más íntimas. Seguidamente perfumé todos los rincones de mi siluetada anatomía con mi perfume de los tres “Quizás”. Pero, aun mi esmero con las sales y el perfume, mi coño seguía oliendo a coño. Salí del baño y me fui a mi cuarto, metí mis hermosas tetas en un generoso sostén rojo sangre, y luego me puse mi tanga rojo. Después de recrearse un buen rato en el espejo vertical mi armonizada anatomía, me embutí en un vestido rojo, ceñido y corto, y finalmente me calcé mis sandalias rojas de alto tacón. Cogí mi bolso rojo, y muy equipada yo, salía de mi casa. Crucé, puta y feliz, mi calle. Llegué a la librería de mi pueblo. Mi amiga, Paca (que aún no había follado macho y ya tenía la tía 23 primaveras) cumplía años ese sábado, y yo quería regalarle una novela picante, de esas novelas de corte erótico que invitan a buscar urgente una polla. La campanilla de la puerta del local sonó, seguidas veces, pero, al igual que siempre, Pepe, el maduro propietario de la librería, que, por cierto, es un tío guapísimo y está buenísimo, ni tan siquiera me miró.

Caminé despaciosa entre los pasillos de la librería, mirando títulos de libros, pero sin pajolera idea de cuál elegir. Miré a un lado y a otro, y a ver si veía a alguien a quién preguntarle, pero en ese momento no había nadie, excepto Pepe, que me di cuenta de que estaba observando mis movimientos. Por fin, vi uno con un título sugerente “Ya la caté”, que sobresalía en lo más alto de una estantería del fondo. Pepe, que no me quitaba ojo de encima, me dijo con la vista que cogiese la escalerilla de madera que estaba a mi lado. Le sonreí abiertamente en la distancia, agradecida, y sobre la marcha la cogí y empecé a subir. Mis caderas iban cimbreándose, provocativas, mis tetas rebotaban, y el olor de mi coño viajó hasta Pepe, que percibí de su expresión que su polla se llenó de deseo. ¿Estaría pensando en mi apetitosa raja, en mis duras nalgas y en mis hermosas tetas queriéndose fugar de la prisión de la tela del sostén? Me daba que sí, porque, peldaño a peldaño, mi vista puesta en aquel libro…

...de pronto, una mano tibia se aferró a una de mis cachas, erizándola. Otra mano se alargó y abarcó mis tetas, mis pezones se ponían firmes, cual soldado en desfile. Mi cabeza se giró hacia abajo y mis ojos miraban, entre sorprendidos y deseosos. Y allí estaba Pepe, sonriendo y subiendo peldaños detrás mía. Ya en el peldaño siguiente al mío, nuestros olores se entremezclaban. Pero el miedo a caernos hacía que nos sostuviésemos el uno al otro. Mi caliente y permisiva almeja no podía aguantar más, humedeciéndose por segundo, palpitándose el clítoris sin cesar. Trémula y caliente, mi cerebro ordenó a mi mano derecha que se aferrase afanosamente a la bragueta del macho que subía un escalón posterior al mío, y…

…de pronto, súbitos jadeos liberadores rompían el silencio. Pepe tiraba de mí con fuerza, pero delicadamente, y me llevaba a la trastienda de la tienda, ya allí, entre caricias escrutadoras y besos enroscados y más jadeos y hasta rugidos, nos follamos. ¡Y al libro, ni caso! Finalmente, aquel macizo cuarentón me hacía mujer ¡Y dos veces mujer sin siquiera sacármela!, lo que requería un cavilar porque se veía claramente que estaba tan famélico de coño inexperto como yo de polla experta.



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Mensaje  achl Jue Ago 20, 2020 9:22 pm



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De pronto, sus deseos se convertían también en los míos

Me llamo Luz María. Nací en Sevilla, pero vivo en Madrid. Lo que voy a contar seguidamente es verídico, pero altero a propósito algunos datos para respetar la privacidad de los protagonistas.

Todos tenemos nuestro lado oculto; una parte de nosotros secreta y oscura que nadie conoce, pero cuya existencia tenemos que admitir. Mi lado oculto se llama Dini: un italiano, guapísimo de 33 años, dos más que yo.

Ejercía yo de ginecóloga en Madrid y él de ginecólogo en Sevilla. Aun lo que pueda parecer, nuestro punto de contacto no era la Ginecología. Le conocí a través de un videojuego, al que mi novio, con el que mantenía una larga relación llena a tope de altibajos, se había aficionado cuando empezamos a vivir juntos, dos meses ya.

Una noche me pedía mi novio que llamase a Dini, que era uno con los que jugaba, para avisarle de que no podía conectarse, porque aún teníamos problemas con el Internet. Dini sabía quién era yo y, tras breves y amenos mensajes, le decía que me podía llamar “por si algún día necesitaba algo de mí”. No imaginaba que era en ese momento cuando comencé a caer en una vorágine de dulce perversión y de la que no tenía posibilidad de volverme atrás, y no sabía si me iba a arrepentir…

Días después de esto, una madrugada de julio, que, como venía siendo habitual, no podía dormir, tenía el balcón de mi cuarto abierto, y la luz de la Luna arrancaba un destello plateado al sudor que perlaba mi cuerpo, completamente desnudo. Hacía un calor sofocante. Junto a mí, en mi cama, mi novio impasible roncaba y, para no variar del último año, ni me había mirado. Cogí mi móvil, sin saber qué hacer para vencer mi insomnio, y lo que hacía era releer unos mensajes que había mantenido vía correo electrónico con el director de mi hospital.

Pero en ese instante podía oír un clic. Alguien hablaba por mensajería. Un escueto: “¿qué haces todavía despierta?”, de Dini, por supuesto. Él sabía que no dormía bien, y también sabía que, hacía tiempo que mi novio me ignoraba sin darme explicación. Me levanté sin hacer ruido y sin responder aún a Dini. Tamborileaban quedamente mis pies descalzos sobre el parqué mientras caminaba hacia el salón.

Me tumbé desnuda en el sofá y tecleé: “ya ves, sigo sin poder dormir; hace mucho calor y tengo cosas en que pensar”. Empezamos a cambiar futilidades, pero cuando el Cu-Cu del salón cantaba las tres me hacía la pregunta que acababa por despertar el animal que había en mí. “¿Puedo preguntarte algo indiscreto?”. Intrigada, le dije que sí, que por supuesto, y entonces largó: “¿qué harías si te dijese que pienso que estoy contigo?”. No lo pillé, por eso pregunté: “¿quieres decir con eso que fantaseas conmigo cuando tienes ganas de mujer?”.

Obviamente no podía referirse a otra cosa. Me sentía extraña: “¿Estar conmigo?”. Le agradecí su sinceridad y le dije que por qué me lo contó. Entonces soltó la segunda bomba: “porque estoy harto de que sólo sea fantasía; quiero que se haga realidad”. Un súbito rubor pintó mi cara. Contuve la respiración un instante. “¡Jo, me ha dicho claramente que quiere acostarse conmigo!”, pensé.

Iba a responderle que no, que no era yo de esa clase de chicas. Mi vida sexual había estado regida por una simpleza que rayaba en la mojigatería, y aun mi edad, había mil mundos que aún no conocía. Pero una vocecita en mi interior decía: “¿y por qué no?”. Me mordí el labio, excitada. La idea me atraía, ¿pero estaba decidida a pasar por alto los convencionalismos sociales, los tabúes y las habladurías?

Esperaba Dini mi respuesta y yo ya sabía qué le iba a contestar, sólo que mi mente era incapaz de asimilarlo. Un soez ronquido, que me sonó a desdén, procedente de mi cuarto precipitó mi decisión. “¿No me merezco yo algo diferente?”. Esa pregunta mía acabó por convencerme. Tragué saliva y, convencida, tecleé:


De acuerdo, cuándo y dónde



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Mensaje  achl Jue Ago 20, 2020 9:57 pm



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Tranca y Trini

Tranca medía 1,98 y pesaba 147 kilos y tenía un volumen muscular fuera de serie, fruto de diez horas diarias de trabajo en la construcción. Le llamaban Tranca por herencia genética, la cual estaba en su entrepierna: una descomunal polla de 28 centímetro. Sus colegas sabían lo bien dotado que estaba, pero lo que no sabían era que si Tranca era bueno empleándola. Pero, su polla les hacía pensar que valía para más que para cemento, arena y ladrillos. Lo que no se explicaban era que, teniendo una novia tan calentorra, por qué perdía el tiempo como un simple albañil, pudiéndose dedicar al porno y ganar pasta por un tubo.

Aiko, rebautizada en Triana como Trini, medía 1,52, y pesaba 51 kilos. La llamaban “Manitas de Oro”. Tenía unas enormes tetas de silicona, que le hacían un cuerpo desproporcionado, pero creaba fantasías enfermizas a todo macho que pasaba por su lado. Estaba dotada de un buen culo, que además lo tenía bien puesto. Se veía que era una chica china que había hecho gimnasia rítmica durante su juventud, y gracias a ella estaba capacitada para realizar todas las posturas. El motivo de su apodo, a diferencia de su novio Tranca, se debía a su oficio. Trini era 'masajista', pero de esa clase de masajes al que sólo acudían hombres que nunca encuentran “masajistas profesionales” gratuitas.

Todos sabían (las amigas y los amigos de Trini, y los colegas de trabajo de Tranca) que visitaban a Trini después de cobrar a fin de mes. Bueno, todos lo sabían, menos Tranca, que seguía en su burbuja del amor y pensando que su novia trabajaba con mucho estrés diez horas diarias.

Cuando Tranca regresaba de su trabajo no descansaba. Sus compañeros sabían que follaba como un potro salvaje, porque su novia era ninfómana. Lo sabían, pero no por él, sino porque lo habían visto ellos mismos. Unos y otros entraban a la sala de masajes y… ¡dale que te pego…! Parecía una máquina de expulsar monedas.

Una tarde en su casa, Tranca mantenía un diálogo con Trini:

____ ¿Qué tal tu día, mi vida?
____ Ajetreado, cariño. Tuve unos cuantos clientes con contracturas en la espalda y me llevó horas ponerles bien todas las vértebras.

Tranca no tenía ni idea del oficio de Trini, y además era analfabeto, pero más por necesidad que por otra cosa. Desde niño tenía que trabajar y nunca pudo acudir a la escuela.

Tranca asentía, pero sin entender lo que Trini decía, que sabía que Tranca no sabía a qué se dedicaba, y por eso sacaba tajada de su trabajo.

____ Y tú, cielo, ¿qué tal?
____ Bien. En quince días terminaremos el edificio. Pero tendremos un problema cuando lo acabemos y por eso tendré que buscarme urgente un nuevo trabajo, o correremos el riesgo de morirnos de hambre.
____ Cielo, sabes que si te quedas sin trabajo aumento horas en el mío. Haré lo que sea necesario para seguir adelante juntos y con dinero suficiente para los dos.
____ Lo sé, y por eso te quiero tanto.

Acto seguido, Trini se despelotó y se abalanzó sobre Tranca:

____ Vamos, pollón mío, quítate la ropa. Ya es hora de poner tu tranca a trabajar. Déjame gozar de esa bestia que tienes entre las piernas. La llevo esperando todo el día dando masajes a viejos gordos.
____ Vale, mi vida, Aquí la tienes.

Se desnudó y aparecieron 28 centímetros de carne, que parecía un solomillo listo para ser comido. Y apenas se enderezaba… ¿¿¿¿???... Trini gemía y gritaba a medida que su hombre la iba empollando en el suelo y la cabalgaba salvajemente.

En dos segundos se podía escuchar a Trini gritar como una loca y a Tranca suspirar hondamente. Había descargado la primera munición, y Trini estaba feliz.

Y así era Tranca: un eyaculador precoz, y con eyaculaciones de mar. Y Trini, aparte de ser una multiorgásmica precoz y una ninfómana, no tenía nada más porque lo tenía todo.

Mientras Tranca se subía los calzoncillos miraba a Trini; seguía en la cama despojada de toda la ropa y temblando…

____ Mi vida, cualquiera diría que no acabamos de follar, sino que acabo de violarte.
____ Es que has hecho las dos cosas. Con “lo” que Dios te ha dado, ¿qué esperabas?
____ Voy a darme una ducha -dijo Tranca.

Salió de la ducha, y lo volvían a hacer. Salía luego ella de la ducha, y lo volvían a hacer. Antes de cenar, lo volvían a hacer. Luego de cenar, lo volvían a hacer. Antes de dormir, lo volvían a hacer. Al despertar, lo volvía a hacer. Antes de desayunar, lo hacían, luego de desayunar, lo hacían. Hasta que Tranca se iba a su trabajo y Trini al suyo.

Tranca quería a Trini y pensaba que, si quería conservarla, tenía que follarla a diario. No le preocupaba ser precoz, daba igual, con esa verga que había heredado.

Trini quería a Tranca y si no lo conservaba pensaba que no hallaría otro hombre con una polla de semejantes proporciones. Así que siempre tenía la esperanza de que aprendería a follar sin correrse pronto, y así ella podría dejar su profesión de masajista y dedicarse plenamente a él.

Ninguno de ellos esperaba que aquel día fuese disímil a los demás. Pero lo fue para los dos. Y con un final trágico, a la vez que romántico.

Mientras Tranca trabajaba por una de las partes construyendo un muro de aquel edificio, dos compañeros lo hacían por la otra. Cuando llevaban un metro de muro, descansaban un poco y entonces empezaban a hablar, pensando que Tranca no le escuchaba.

____ Paco, ayer fui a visitar a Trini…
____ ¡Cuenta, cuenta, Pepe! Voy los días uno a las once en la hora de descanso. Me la follo y la parto en dos.
____ Yo también la partí en dos o eso decía ella. Decía: “vaya polla, cariño, un poco más y me partes en dos”.
____ Juraría que a mí también me dijo eso -respondió Pepe.
____ ¿Qué esperabas de una zorra ninfómana?
____ Una puta te dice siempre lo que quieres oír. Parece que tienen compasión y no quieren herir tus sentimientos. En el fondo son buenas personas.
____ Claro. No van a decir que follas de pena para que no vuelvas y pierda cliente.
____ Es que además de una buena folladora es una tía lista.

Tranca se puso furioso por la noticia que acababa de escuchar, y al mismo tiempo cabreado por enterarse de que sus dos compañeros del trabajo follaban con su novia.

____ ¡Hijos de puta! ¡Voy a romperos los dientes a los dos, y os haré que os los comáis como palomitas! -y se fue hacia ellos.

Asustados, lo pararon como pudieron y le dijeron:

____ No queríamos que nos hubieses escuchado. No te enfades. No la obligamos a abrirse de piernas, y tampoco somos los únicos del trabajo que nos acostamos con ella.

Tranca perdió el control cuando se enteró de eso y sabía que era verdad, pero no podía evitarlo y tenía que cargar con ello. Se fue hacia el que tenía más cerca y de un puñetazo en el mentón lo tumbó sangrando. El otro se abalanzó contra él y lo cogió por las piernas. Tranca cayó al suelo, pero como era corpulento y el otro no podía con él, lo noqueó. Y después como si nada se fue hacia el local de trabajo de su novia.

Ya a la puerta del local, había recuperado el control. Así que se dijo: “esta no es la solución; amo a Trini y la necesito; si entro ahí y la encuentro follando con otro, qué le voy a hacer… Pero ella me dejará”.

Confuso, halló una solución. Fue a la farmacia y compró pastillas azules. Decían que a los abuelos se la ponía tan tiesa que toda la sangre le bajaba al nabo cuatro horas seguidas. Y esto convenció a Tranca, así que compró tres cajas de Viagra de diez pastillas cada una.

Y llegó la hora de irse a casa. Tranca ya había tomado una pastilla de aquellas, media hora antes de volver. Trini estaba ansiosa de sentir otra vez la tranca de su Tranca en su rajita. No bien entró, Tranca ya estaba con semejante erección que le hacía sentirse el dios del sexo; tenía un pollón entre sus pantalones, duro y además duradero.

Y entraron en acción y… ¡¡¡!!!…! Y así hasta 10 veces.

Trini creía que había llegado el día de recibir lo que tanto cosechaba años atrás. Tranca se había curado de su precocidad. Trini estaba feliz y cachonda.

Gritó y gritó. A Tranca le era indiferente que Trini hubiese temblado media hora. Sabía que era una ninfómana insaciable, y quería demostrarle que él valía más que todo eso.

¡¡¡¡!!!!¡¡¡¡… Tranca había descargado tres veces, pero seguía con la erección y no se detenía. Hasta que la erección cesó. Habían pasado cinco horas desde entonces.

Trini le dijo en voz baja:

____ Uf, cariño. Deberíamos comer un poco…
____ Vale. Un poco de energía, y después repetiremos -le guiñó el ojo.

Antes de cenar, Tranca tomó dos pastillas más.

Conversaban mientras cenaban:

____ Cielo, va siendo hora de que deje mi trabajo. Nunca te lo dije, pero después de lo de hoy, he cogido valor. No me gusta ser masajista, nunca me gustó Lo que me gustaría es ser dependienta, camarera... Cualquier cosa menos masajista.

Tranca sonrió felizmente:

____ Me parece bien que quieras cambiar de curro. Yo también cambiaré de oficio. No sé aún a qué me dedicaré, pero alguna idea me iluminará.

Tranca pensaba dedicarse en secreto al porno. Había encontrado el método de follar con cualquier mujer sin problemas. Se haría millonario con su paquetón. Y las pastillitas azules eran mágicas.

Llevaban un minuto cenando y no notaba los efectos .de las pastillas. Así que se levantó, diciendo que iba al baño, y sacó la caja del bolsillo y se tragó un puñado con un trago de Chivas. “Cuantas más, más tiesa y más polvos”, pensó.

Volvió y terminaron de cenar. Era la hora de volver a bombear...

¡¡¡¡¡¡!!!!!!¡¡¡¡!!!!!…! Cuatro seguidos y después más, hasta el alba.

Hacían toda clase de posturas. Trini parecía una acróbata de circo. Se rompieron las patas de la cama, se rompieron muelles del somier, se rompió el enorme espejo del techo por tanta vibración de la cama contra el suelo y por tanto ellos dos mirarse y remirarse en aquellas escenas pornográficas...

Hasta que, al amanecer, Tranca largó un suspiró seco y se detuvo. Trini le dijo:

____ ¿Qué te pasa, cariño? ¿Ya has terminado?

Tranca se quitó de encima de ella, se puso a un lado y respondió:

____ Espera un poco. Necesito coger una bocanada de aire y luego seguiré dándote lo tuyo.

Trini, asustada al ver que Tranca luego de decirle eso quedó tieso con los ojos muy abiertos y su polla hacia arriba, se levantó de la cama, cogió su móvil y llamó al 112.

Tan pronto lo examinaron, le dieron la trágica noticia a Trini. Tranca había fallecido, y pasados unos días, el forense le diría la causa de la muerte.

Trini quedó depresiva, sola llorando con todas sus ilusiones rotas, todos sus sueños rotos, el futuro roto, la vida rota… Y sin la polla de Tranca.

Se fue al baño, llenó la bañera de agua caliente, cogió una botella de ron y empezó a beber a grandes tragos. No estaba acostumbrada a la bebida, pero se sentía un personaje como esos de las películas de Hollywood, en las que bebían y no sentían nada y tan sólo lloraban.

Había perdido al amor de su vida, a la polla de su vida, y no encontraría jamás a otro como él ni otra polla como la de él. Se metió dentro de la bañera, con la botella y una cuchilla de afeitar de Tranca. Se rajó las muñecas por todos los lados. Estaba tan borracha que no sentía la profundidad de los cortes.

Y al cabo de minutos, moría desangrada. Ya le era indiferente todo. Había perdido a Tranca, el amor de su vida, y también había perdido la tranca de su vida.



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Mensaje  achl Jue Ago 20, 2020 10:02 pm


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Tu orquídea

La verdadera revelación era mi miembro viril, que afanosamente hería tu vulva-orquídea y pulía los márgenes, licuándolos, como se liba el néctar, de dentro a afuera, con un adorable repiqueteo de unas gotas de lluvia espesa, tatuadas todas ellas con tu nombre.

Te recuerdo sentada en mis rodillas enamorada de la cadencia de mis muslos lo que se dice frotándonos a pierna suelta. Girabas en el asiento, y tú conmigo y juntos sin soltarte, lamía tus pezones de sal y a ti la voz se te iba suelta como perra sin correa, loca, joven y loca, con la lengua fuera, babeando...

Mis dedos en tu trasero, dentro, afuera y hasta el fondo de nuevo, mordiente como hormiga el roce insensible de mis uñas sajando el velo interno mojado y túmido, como se rasgan las cortinas de teatro, lo mismo que se matan las vergüenzas, y tú prometías que todo y que jamás antes de mí, y yo cuanto más tú, más ancho y más completo, más rotundo, como trozo perdido de algo suelto y libre al aire o flotando sobre el fondo de un acuario.

Mordía tu boca con labios como neumáticos, media luna sin bordes, comisuras, y tú te revolvías como si no quisieras, pero sí, no te detengas, sigue, y mi mano de nuevo en tus nalgas, tus labios, tus ojos, y de nuevo la lluvia y tu marca en mi espalda...

Pero hace tanto tiempo ya de eso...

¡Dios, cuánto te echo en falta!



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Mensaje  achl Jue Ago 20, 2020 10:10 pm



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Un rollo ocasional cambió mi vida

A veces, nos ocurre algo de pronto que nos cambia la vida para siempre.

Me llamo Alicia y tengo 23 años. Soy alta, con pechos grandes y pelo moreno. Mis padres ven con malos ojos mi manera de ser de muy atrevida, pero a mí me ayuda a ir teniendo las cosas cada vez más claras. Mis compañeras del trabajo dicen de mí que soy “una niña mona”, pero mis amigos van más allá y me califican como una tía espectacular de cara y cuerpo. Trabajo en un bingo de la ciudad de Sevilla, pero a partir de hoy me toca un descanso de quince días.

Eran las tres de la tarde de un viernes gris con frío y amenazante de lluvia. Esperaba el bus que me llevase a casa. Los viernes en mi ciudad, los autobuses vienen súper llenos, por lo que no abren sus puertas delanteras para entrar, y puedes llevarte un buen rato esperando uno más despejado.

Había mucha gente en la parada. Cogía el móvil del bolso y echaba un vistazo a mis mensajes, Ninguno me interesaba. En vista de ello, devolvía el móvil al bolso y me distraía mirando a las personas que había en la cola.

Es un ejercicio de inteligencia emocional mirar a alguien y pensar cómo es su vida, aparte de que podía aparecer en cualquier momento alguien interesante. Y en esto soy lanzada. Mi amiga Eli comenta de mí que parezco una zorra, dispuesta siempre a cazar una pieza, pero no me vale cualquier pieza. Cuando una pica mi curiosidad, voy directamente al grano, sin rodeos…

Nadie había en la cola que llamase mi atención en nada, hasta que aparecía un tipo alto, atractivo, elegante, y sobre 45 años. Nunca había pensado que me iba a atraer un maduro. Si Eli me dijese que me iba a enrollar con un cuarentón, le habría dicho que estaba loca.

Sentía que me miraba, lo cual me halagaba y así tendría con quien hablar mientras esperaba el bus. Él caminaba de un lado a otro, y cada vez que pasaba por mi lado, sonreía. Iba yo guapa y muy conjuntada aquella tarde: gabardina azul, camisa azul, vaqueros ajustados azules, y botas azules planas. “Creo que le gusta mi look, y creo que yo también le gusto; cuando me sonría otra vez, yo le sonreiré, pensaba.

Cada vez que nos cruzábamos nos mirábamos y sonreíamos, pero disimuladamente como si no quisiésemos pregonar nuestro flirteo. Entablaba charla con él, pero para marcar la distancia empezaba a hablarle de usted, que veía que esto le contrariaba. Ya he dicho que soy lanzada, y por esto me gusta llevar el mando en toda charla o seducción. Le preguntaba si sabía cada cuanto tiempo pasaban los autobuses, algo que yo sabía de sobra. Me respondía educadamente que estaba de paso en Sevilla y que no lo sabía. Su varonil voz transmitía seguridad. Algunos hombres se ponen nerviosos cuando una chica guapa y con buenas hechuras les habla. Este no. Podía verse palmariamente que sabía cómo tratar a las mujeres y cómo comportarse con ellas. Un caballero.

Seguíamos hablando hasta que llegase el autobús. Se estaba generando una buena complicidad entre los dos. Tenía parla amena, y cada vez me parecía más atractivo. Ya sabemos las mujeres… ese momento cuando hay algo dentro de nosotras que nos avisa que acabas liándote.

Y a esto que aparecía el autobús.

Entramos y nos sentamos en dos asientos traseros, y seguíamos charlando. En cada palabra, aparecía un deseo. Rozaba mis muslos con los suyos, y después me miraba. El juego de la seducción estaba en plena ebullición. No era un vulgar ligón, pero se veía claramente que le atraían las mures, hasta el extremo de llegar a cometer “algunas travesuras políticamente incorrectas”.

Se pegaba más a mí e intentaba besarme en la boca. Pero no se lo iba a poner tan fácil, así que retiraba mi cara, sonriendo. Pero como se me estaba erizando todo el cuerpo, mis defensas cedían y me rendía, por lo que acabamos dándonos un buen morreo, mientras sentía que mi tanga comenzaba a humedecerse. Se daba cuenta de mi excitación, y por esto, decidido se abría la cremallera de los pantalones, me desviaba la cabeza y la conducía a su bragueta. Una sensación realmente morbosa. El bus seguía circulando y los pasajeros a su bola. “¡Jo este tío me está poniendo a mil!”, pensaba. La escena parecería humillante, pero yo flipaba en colores con lo que me estaba ocurriendo.

Su polla era de una enorme largura y grosor. Mientras la succionaba, me bajaba la cremallera de los vaqueros y me masturbaba. Estaba tan excitada que no sentía mis jugos deslizarse por mis muslos. Descargamos a la vez. Un abuelo que iba detrás de nosotros se escandalizaba, pero llevé un dedo a mis labios con una expresión boba, como diciéndole: “lo siento abuelo, guarda silencio, por favor”.

Nos bajamos del bus y mi guapo cuarentón me invitó a su hotel. Nada más llegar, me quitó los vaqueros y el tanga y me penetró, dándome cachetes en el culo. “¡Jo, qué caña me da el tío”, pensaba.

Tengo carácter, pero mi ángel me decía que me entregase. Su polla salía y entraba, y sus dientes mordisqueaban mis erectos pezones. Nos corríamos de nuevo los dos, pero él, sorprendente por su edad me pedía que le hiciese otra mamada, que ahora tardaba más en correrse, hasta que finalmente su leche se esparcía entre mi boca, mi cuello y se deslizaba perezosa hasta mis tetas.

Una vez acabado el maxi polvo me besó con ternura, saliendo yo de la habitación saboreando mi excitante aventura. Ya en casa, me desvestí para ducharme, y a esto que suena mi móvil. Era mi amiga Eli. Luego de citarnos para más tarde y de colgar, al devolver el móvil al bolso vi unos billetes doblados. ¡300 euros! Yo no tenía dinero en el bolso, por lo que imaginé que mi cuarentón, la única vez que fui al baño de su habitación, cogería mi bolso y con elegancia y clase lo dejaría en él. Pasmada, cogí el dinero y lo guardé. Pero no me sentía una puta. Yo no alquilé mi cuerpo. Yo sólo le di a mi coño y a mis tetas una oportunidad de disfrutar.

Ah, como se me había olvidado preguntarle su nombre, y tampoco caímos ninguno de los dos en eso, yo lo rebauticé como mi Bertín Osborne particular.

Volveré mañana a coger ese mismo bus, en esa misma parada y a esa misma hora, por si tengo la suerte de que coincidamos. Quiero volver a verle de nuevo. Y no por el dinero, que también, sino porque me van los hombres caballeros, aparte de que me lo pasé de puta madre follando con él...

Ahí va una fotografía mía que me han hecho en un llano de afuera de mi casa, con mi deportivo de alta gama recién comprado y pagado al contado. Y ahora no hay que esforzar mucho la imaginación para saber cómo se las ha aviado una humilde mileurista para comprarse tamaño cochazo nueve meses después de mi encuentro sexual con mi guapo talismán cuarentón.



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Mensaje  achl Jue Ago 20, 2020 11:47 pm



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Una amiga muy especial

¡Cuánto me gustaría tener un marido que me friegue los platos!

Eso me decía Pepita recostada sobre el fregadero y mirándome mientras yo fregaba platos, cubiertos y la olla del almuerzo que habíamos tenido. La miré, me sonrió y le dije que me volvía loco la forma de follarme.

Con su pelo recogido, sus tetas redondas con pezones afilados, su faldita corta, que dejaba ver sus muslos largos, y sus sandalias de cuero rojo, se reía:

____ Y a mí me encanta comerte toda la polla.

Terminé de fregar y me refresqué la cara. Pepita me acercó una toalla. Me sequé, me fui a la nevera, saqué una cerveza y me tumbé en el sofá. Pepita se sentó a mi lado. Tan guapa y sensual ella, puso la mano en mi polla y empezó a jugar con ella. Mientras me bebía la cerveza vi en la televisión que empezaba una película que no me llamaba la atención.

En vista de ello, dejé mi botellín en la mesa, puse la mano derecha en una nalga de Pepita, tiré del hilo del tanga y se soltó; y con la izquierda cogí el mando y busqué un canal de música para ambientar el polvo que iba a comenzar.

____ Me gusta ponerme encima de tu polla y moverme -me dijo.

Me acomodé en el sofá, y Pepita se sentó encima de mí con una agilidad y destreza increíbles. Se había quitado el tanga, pero seguía su mano en mi polla, haciéndole diabluras. Me miró de pronto y me dijo:

____ Acompáñame. Creo que hay alguien en la cocina.

Me hizo levantar de la mano hacia la cocina, y ya allí, se puso en noventa grados, en ángulo recto, brindándome su hermoso culo. Siempre lo veía yo más apetecible que la vez anterior.

____ Yo soy tu yegua. Cabálgame y tírame del pelo.

Y en la cocina no había nadie, lo que quería era ensayar posturas nuevas simulando sacar ropa de la lavadora con su respingón culo en pompa. Así que otra vez a follar; yo, desfallecido; y ella, riéndose.

____ ¡Siempre te dejo hecho polvo!

La abracé y la besé, y le dije que parecía una mesalina.
____ ¿Y quién es esa? -me preguntó, riéndose de nuevo.
____ Averígualo por tu cuenta –le respondí, riéndome también.

¿Qué cómo conocí a Pepita?

Pues yo conocí a Pepita hace tres años y dos meses por gentileza de mi mejor amigo. Y esta historia es la historia de este amigo, de Pepita y mía.

Tres años atrás, Pepe, mi amigo del colegio, coincidía conmigo en una fiesta de una amiga en común. Pepe era un buen tío, al menos conmigo. No era chismoso y tenía buen beber, y cuando tenía que discutir con quien fuese por defenderme, lo hacía hasta desgañitarse, e incluso llegar a las manos.

En aquella fiesta hablamos de todo; amores, trabajo, chicas, anécdotas, amigos que viven, amigos que ya no están...

No sabía cuánto habíamos bebido. Serían las 5 de la mañana cuando salimos de la casa de nuestra amiga, pero Pepe me invitó a seguir la fiesta en su casa. No podía, porque tenía que estar antes de las ocho en mi oficina, pero tampoco era cosa de defraudarle después de tantos años de amistad y algunos sin vernos, ya que él sólo quería presentarme a su compañera.

Llamé a tele taxi.

Esperamos en la puerta de la casa de nuestra amiga unos diez minutos, hasta que apareció en la distancia un taxi con la luz roja de ocupado.

Su casa estaba a las afueras de Sevilla. Pepe era, como dije, un buen tío, amigo de sus amigos. Al llegar a la cancela de su chalé, sacó de uno de los bolsillos del interior de su chaqueta unas pocas llaves, seis o siete, abrió tres cerraduras, tres cerrojos y un candado. Y esto me llamó la atención.

Casi amanecía. Al entrar, vimos encendida la luz del salón. Me dijo Pepe que me pusiese cómodo. Le pregunté por el baño. Señaló con un dedo borracho.

Entré al baño y miré en el espejo mi cara cansada. Me enjuagué la boca, me lavé la cara, cogí una toalla y me sequé, y después me fui de nuevo al salón.

Pepe estaba sentado en un sillón, y yo me senté en el otro. Había sobre la mesa de centro una botella de Chivas, dos vasos y un cubilete y su pinza, todo de plata, con daditos de hielo. Amanecía. De pronto, aparecía una chica en bata. La miré. Estaba pintada, pero era guapa. Pepe y yo nos levantamos.

____ Te presento a Pepita.

La expresión en la cara de Pepita mostraba un cabreo descomunal. Regla número uno: “cuando dama no presenta cara amable, no busques mejillas, extiende mano”.

____ Buenos días -le dije.
____ Hola –me respondió, secamente, sin siquiera mirarme.

Breve la presentación. Volví a mi sillón. Ella se esfumó. Aun guapa, había algo en su cara que no sabía captar. Pepe me miró, como esperando mi impresión sobre ella. Cogí un vaso, me eché hielo y Chivas. Miré a Pepe y le pregunté:

____ ¿Cuánto tiempo lleváis viviendo juntos?
____ Un año, un mes y seis días –me dijo mirándome.
____ ¡Jo qué bien llevas la cuenta! ¿Y cómo os va?
____ Jodido a veces, feliz otras, pero sobre todo la quiero.
____ Pepita es guapa y, aun en bata, se adivina un buen cuerpo.

Pepe me miró, como expectante.

____ Disculpa mi atrevimiento -me apresuré a añadir.
____ Tranquilo. Ciertamente Pepita es guapa y tiene un cuerpazo, pero yo soy muy celoso. Tengo miedo de que me deje. La quiero demasiado.
____ A mí también me pasó. Los celos son traicioneros, destruyen el amor -bebí un sorbo de Chivas-. Y si sigo solo es porque no confío en las mujeres. Una relación se basa en la confianza. ¿Tú confías en Pepita?
____ La verdad es que no. Mi vida sentimental es una mierda. Pepita no es una mujer.

Traté de poner cara de sorpresa acordándome de mi inicial percepción, pero sonreí cínicamente y le dije:

____ ¡Claro que no es una mujer, es un bombón! –osé de nuevo a piropearla en demasía.
____ Es un travestí, antes se prostituía. La conocí en un antro a las afueras de la ciudad y la recogí y ahora vivimos juntos. Por eso desconfío. No quisiera, pero desconfío.

Observé que sufría al decirme lo que me había dicho. Sus ojos se pusieron vidriosos.

____ Ahora vengo –dijo de pronto y se fue hacia el aseo de abajo.

El alba anunciaba los primeros ruidos del día. Las trabajadoras domésticas de los chalés salían para comprar el pan. Desde el ventanal de aquel lujoso chalé se veía cómo empezaba el día en aquella urbanización de lujo, habitada por gente famosa y adinerada.

Pepe regresó con la cara mojada. Le miré y le pregunté:

____ Si no te fías de Pepita, ¿por qué vives con él? O ella, perdón.
____ Simplemente porque la quiero. Ya te lo dije antes -dijo, resignado.
____ ¿Y ella no te quiere?
____ Creo que sí, y ahí está el problema. Es 14 años más joven que yo, y a veces me sale con unas cosas…
____ ¿Cosas cómo qué?
____ Me pide que la lleve a unos sitios horribles, esos sitios que llaman de ambiente. Quiere traer a mi casa a sus amigas, tres travestís horrorosas.

Le escuché. Sentía lástima de él. Y también de ella, o él.

____ Disculpa, Pepe, pero eres muy injusto con tu pareja. Pepita tenía su mundo antes de conocerte. ¿Qué mejor prueba de amor que dejar su mundo y vivir bajo tus reglas?
____ ¡Pero si en mi casa tiene todo lo que quiera…!
____ ¿Todo? ¿Qué es para ti todo? ¿Techo, cama, pan, ropa? ¿Pero qué me dices de su vida anterior?
____ Esa vida era una puta mierda.
____ Pecas de egoísta, Pepe. Pepita te quiere, pero tú le pides devoción, y esto es algo que no viene solo, hay que ganarlo.

Miré mi reloj: las siete y veinticinco. Me tomé el último trago.

____ Disculpa que corte nuestra charla, pero tengo que marcharme a mi oficina. Espero volver a verte pronto.

Me levanté, y Pepe se levantó.

____ Me gustaría seguir hablando contigo -me dijo.
____ Y a mí, y para eso te di antes mi tarjeta. En ella está mi móvil particular.
____ Despídeme de tu compañera. Espero tu llamada –añadí y salí de allí aturdido.

“Mi único amigo que tiene una relación así”, pensé. Y transcurrían los días recordando a Pepe y a Pepita como algo extravagante.

Pasados dos meses, una tarde en mi oficina sonó mi móvil particular. La llamada provenía de una cabina pública.

____ ¿Sí?
____ Soy Pepita
____ ¿Pepita? –pregunté, extrañado.
____ Sí, Pepita, la pareja de tu amigo Pepe.

Aquella voz, marcadamente sensual, me hacía sentir una extraña excitación. Tantas veces había abominado a esta clase de personas, y ahora en el dilema de no quedar mal con mi amigo por tener como pareja un travestí.

Dudé, pero seguí hablando por cortesía. Y también porque me atraía la voz…

____ ¡Ah, Pepita! Perdona. ¿Cómo estás?
____ ¿Puedo hablar contigo en algún lugar?
____ Bueno... en este momento estoy ocupado, pero sí. ¿Dónde y cuándo?
____ Ahora, en la calle Betis. Allí hay un bar de copas que se llama “Eros”.

Miré mi reloj de pulsera; las seis y media.

____ De acuerdo. A las siete o siete y algo nos veremos en “Eros”.
____ ¿Te espero entonces?
____ Seguro. Allí estaré.

Me quedé sorprendido. Nunca pensé recibir una llamada de ella, o él.

“¿Y cómo sabe mi móvil? ¿Para qué me llama?”, pensé. Cogí un taxi. Sentía ansiedad y temor. Ansiedad por saber cuánto antes lo que quería, y temor porque me iban a señalar por verme con un travestí, aunque en Pepita era difícil de adivinarlo

“Me preocupa la situación. Si Pepe se entera de esto voy a tener que vérmelas con él. Pero vamos a ver qué es lo que quiere esta chica o este chico. ¡Puta madre! ¡Esta persona, coño!”, pensé de nuevo.

Llegué a las siete y diez. Busqué un sitio oscuro del local, muy concurrido, por cierto. Se me acercó un camarero.

____ Agua mineral helada sin gas, por favor -le pedí.

Vino con el agua y me sirvió. El local era de mucho trasiego de gente gay, travestís, chulos y prostitutas. No me gustó para verme con la compañera sentimental de un celoso. Miré a un lado y a otro. No vi a nadie conocido, pero igual me sentía nervioso.

De pronto, vi aparecer una esbelta figura embutida en un vestido rojo largo ceñido, gafas enormes y zapatos rojos de tacón aguja. Me gustaba su forma de andar. Los tacones la hacían destacar. Cuando me vio, levantó la mano. Yo también alcé la mía.

“¡Hostia, en qué lío te estás metiendo, Pepe!”, pensé.

Cuando llegó a mi mesa, me puse en pie y alargué la mano recordando nuestro frío encuentro inicial, en el que ni siquiera me miró. Pepita cogió mi mano, se me acercó y llevó su cara a la mía. No la besé, sólo junté mi mejilla con la suya.

____ Gracias por venir –me dijo.
____ ¿Qué ocurre? ¿Le pasa algo a Pepe?
____ Le pasan tantas cosas...
____ Cosas cómo qué...
____ Pepe es un malvado. Hemos terminado.
____ Pepita, Pepe te quiere…

Se acercó el camarero, y ella pidió agua mineral helada sin gas, igual que yo.

Tenía que defender a mi amigo. Uno nunca sabe qué pasa con la gente. Me sentía extraño, atraído intensamente por aquel travestí.

____ Pepita, el día que te conocí, Pepe me dijo antes de yo verte que tú eres su vida. Te quiere demasiado…

Sacó un pañuelo de papel de su bolso y con delicadeza de dama se quitó las gafas y lo pasó por su ojo herido. Era la respuesta a mi defensa de Pepe.

____ ¿Pero por qué?
____ Me escapé este sábado para verme con mis amigas. Pasear rato, caminar, ver tiendas, escaparates. No le dije nada, o peor aún, no le pedí permiso. Al chalé llegué a las once de la noche, con tres bolsas. A Pepe le compré un regalo. Como no tengo llave, llamé y me abrió. Al verme me cogió del cuello y me gritó “¡siempre serás una zorra!” Me soltó, le dije que era un cobarde y que si volvía a pegarme lo mataba. Me dijo que porqué salía sin su permiso, que su casa no era un corral. Le respondí que no tengo llaves para tantas cerraduras y que cuando él sale me deja encerrada. Y nuevamente me cogió del cuello, me golpeó y encolerizado me dijo: “¡aquí mando yo, perra, si nunca aprendiste a respetar, vas a aprender ahora!”.

Sacó un pañuelo. El otro estaba mojado de lágrimas y manchado de rímel y carmín.

____ Bebe agua y deja de llorar. Me pregunto que alguna razón ha debido haber para que se comportase así.
____ Es un pobre diablo. Cuando le conocí sentía vergüenza de mí. Sufría cuando me veía con otro cliente, pero luego me buscaba y me daba dinero. Me pedía que no saliese con nadie, sólo con él. Seis meses pasamos así.
____ ¿Y por qué aceptaste irte a vivir con él?
____ Hay tantas cosas... Te cansas de tantas batidas de la policía, te cansas de pagar protección, te cansas de chulos, te cansas de las ordinarieces de putas borrachas y de maricones borrachos... ¿Sigo?
____ No. Suficiente.
____ ¿Por qué me llamaste a mí?
____ Ese día os escuché. Me gustó tu forma de ver la vida, me caíste bien.
____ No lo parecía. Tu cara decía otra cosa.
____ Eso era para despistar a Pepe.
____ Vale, ¿pero por qué me llamaste a mí? -repetí.
____ Porque no tengo a quien recurrir. Mi familia hace años que se olvidó de mí. La última vez que vi a mis padres, y de esto hace ya más de dos años, me amenazaron con mis hermanos. Me ordenaron que desapareciese del mapa o me denunciarían y me vería obligada a emigrar. No tengo amigas. Las únicas que puedo llamar amigas sólo son para el trabajo nocturno. Ahora estoy parando en una pensión de mala muerte. Necesito que me ayudes.
____ ¿En qué te puedo ayudar?
____ Necesito dinero. Un préstamo.

“En mi vida, ante los problemas, siempre evalúo el problema y luego lo que puede significar ayudar a alguien. En este caso, un travestí, ex prostituta. Después está Pepe, mi amigo de la infancia. ¡Jo, qué follón!”, pensé.

____ Mejor será que hable con Pepe y a ver si logro que se arreglen las cosas entre ustedes de nuevo.
____ No quiero que nadie interceda por mí. Necesito ese préstamo, y si tú no puedes o no quieres dímelo y veré lo que puedo hacer, pero si hablas con Pepe, mis planes se irán a la mierda.

Bebí agua tratando de descifrar qué estaba planeando. Pero no me era posible. No veía en sus ojos ni un solo gesto en el que se pudiesen ver sus reales intenciones. Sólo veía una señorita tan fina que no parecía un travestí. Pero no podía ocultar que me excitaba su presencia. Sin pensarlo dos veces le dije:

____ De acuerdo. Acepto.

Me sonrió con cara de sincero agradecimiento, y me cogió la mano con tal ternura que sentí instantáneamente una aceleración en todo mi cuerpo.

Miré mi reloj; las ocho menos cuarto.

____ Tengo que regresar a mi oficina. ¿Cómo lo hacemos para los detalles?
____ Yo te llamaré a las nueve.

Nos despedimos. Ella o él, salió primero. Esperé varios minutos y salí yo. Parte de la tarde me la llevé pensando: “qué tendrá en el coco, en qué empleará el dinero; ¿un negocio? ¿Una estafa? ¡¿Un crimen?!”.

Pensé también en Pepe. Qué bobo por enamorarse de una persona tan complicada que puede acarrearle problema. Encerrarla, golpearla, qué idiota. Y pensé en mí por aceptar el trato. Se me juntaban 3 cosas: curiosidad, excitación y lascivia. Sobre todo, la último. Recordé los sermones de mi padre: “si practicas sexo anal contraerás el sida”. Y al final, si me ocurría algo, me jodía yo solo. ¡Y al puto agujero!

Sonó mi móvil. Eran las nueve en punto.

____ Soy Pepita.
____ ¿Dónde quedamos?
____ Estoy en La Alameda de Hércules, en la Pensión Alameda, cuarto 27.
____ En unos veinte minutos llegaré. Salgo ahora mismo.

Salí de la oficina y cogí un taxi. Conocía bien aquello. Era una zona de hospedajes para prostitutas. En mi época universitaria iba por allí a calmar “mis calenturas”. En aquellos entonces, por 300 o 400 pesetas conseguías sexo rápido, no muy bueno, pero sexo, al fin y al cabo.

Al llegar, un viejo canoso de la recepción me ofreció condones. Rehusé y entré. Busqué el cuarto 27. Un segundo piso: oscuro, paredes y puertas rojas. Olía a orín, a tabaco y a humedad. Llamé a la puerta.

Me abrió Pepita con el pelo recogido en moño. Cuerpazo embutido en vestido rojo transparente y ceñido. No llevaba sujetador. Aun su cara herida y sin maquillar, me seguía gustando a rabiar.

Me quedé embobado mirándola. Me sonrió. Le sonreí.

Me acerqué y me dio un beso en los labios con los suyos cerrados. Se me puso tiesa y dura. Su perfume era caro. Mi experiencia en regalar perfumes me daba la certeza.

En una pequeña mesa había una botella de plástico de litro y medio de Coca Cola, y tres o cuatro vasos de plástico. Me sirvió uno. Bebí un sorbo.

Se sentó frente a mí de esta forma tan peculiar que adoptan las mujeres para subir los pies en el sofá, como gatas dormilonas.

____ Bueno, hablemos de negocios –me dijo.
____ Antes, dos cosas -respondí-. Siento que Pepe te haya pegado; y la otra… ¿cómo has conseguido mi número de móvil?
____ Rebusqué en el escritorio de Pepe y vi tu tarjeta.
____ ¡Vaya con Pepita! Eres una chica muy atrevida.

Me sonrió y se sentó en el sofá.

____ Ahora sí, hablemos de negocios –le dije.
____ Deseo venganza. Pepe piensa que con su dinero todo lo puede resolver y todo lo puede comprar. Piensa que me compró y que soy un mueble más de su casa. No puedo pensar, no puedo tomar decisiones, sólo estoy para darle gusto en la cama o donde le apetezca y cuando le apetezca.
____ ¿Cuál es tu plan? ¿Dónde entro yo en este melodrama?
____ Necesito que me prestes 6.000 euros. Te iré pagando en diez meses, 600 por mes. Con ese dinero daré una entrada para un piso. Si antes no lo sangré, lo voy a sangrar ahora. Me iré sin decirle nada, cuando crea que ha alcanzado el cielo conmigo. Con lo que le saque, te pagaré y adelantaré lo del piso. Y en diez meses seré libre.
____ Ah, una cosa más, te pido por favor que hables con él y le digas que estoy arrepentida y triste y que quiero regresar –se apresuró en agregar.
____ ¿Cómo? Se dará cuenta –le pregunté, intrigado.
____ Le dices que te llamé, que hablé contigo y que estoy viviendo en una pocilga. He vuelto al cabaré para ganar dinero, pero esto último no se lo digas.
____ Interesante tu plan, pero ¿qué te hace pensar que me fíe de ti?

Su cara cambió. Me miró y sus ojos se encendieron.

____ ¿Tú crees que soy basura?
____ No, pero Pepe es mi amigo.
____ Pepe no es amigo de nadie. Quien pega a una mujer, merece un castigo.
____ Así debe ser. ¿Pero y yo? No tengo motivos para traicionarle. Pepe nos presentó y ahora yo voy a colaborar contigo para hacerle daño.

Bajó los ojos y se quedó en silencio. Sentí que la había acorralado con lo último que le dije. Finalmente, levantó la cabeza y me miró fijamente:

____ Cuando era niño, mi padre siempre me decía que los hombres deben tener palabra de por vida. Bueno, ya soy hombre, como tú, y lo único que tengo es mi palabra. Tienes la palabra de un travestí. Pero no te vas a arrepentir si es que tienes la voluntad de ayudarme. Mi palabra es todo lo que te puedo ofrecer, por ahora...

Después de decirme eso y de la forma que me lo dijo, la tomé más en serio.

____ ¿Tienes cuenta bancaria para ingresarte el dinero? –le pregunté.
____ Sí, pero mejor te envío el número por correo electrónico.

Busqué un papel en aquel antro, lo hallé y lo rompí en dos partes. Cogí un bolígrafo, que estaba sobre la mesa. y escribí su correo en una, y en la otra el mío, y después le di la parte en la que estaba escrito el mío.

____ A la espera quedo de tu cuenta –le dije
____ Sí, pero antes apunta lo que vamos a hacer paso a paso.

Me dictó paso a paso lo que íbamos a hacer para hacer añicos una amistad de la infancia y ganar la amistad de un travestí que quería vengarse.

Me levanté, se levantó y me abrió la puerta. Su perfume me puso de una excitación insospechada...

____ Adiós, Pepita. Tranquilízate. Y cuídate.
____ No te he firmado un recibí. Me da miedo que me falles.
____ No te fallaré. Tu palabra me basta.

Se me acercó, me estrechó suavemente y me dio un beso en la boca, con sus labios abiertos, cuyo beso lo sentí intenso y caliente. Era la primera vez que me besaba en la boca alguien que no fuese una mujer. Ahora la abracé fuertemente, y me llamó la atención la pronunciada silueta de su cuerpo. Nos separamos.

____ Ea, ya está firmado el papel –le dije, sonriendo.

Pepita también sonrió.

____ Adiós.
____ Adiós.

Se iban cumpliendo todos los pasos del plan. Ella me envió el número de su cuenta por correo, le transferí el dinero y le confirmé el ingreso, también por correo.

Llamé a Pepe.

Ya tenía el libreto de todo lo que le iba a decir. Lo invité a comer en un restaurante de Triana, cerca del Altozano y del Puente de Triana.

Llegó puntual. Hablamos de fútbol y otras cosas. Empezamos a comer y, en base a mi discurso, solté la pregunta del millón:

____ ¿Cómo se encuentra Pepita?
____ Bien. Está en casa.
____ ¿Y cómo vas tú con tus celos?

Vi fastidio en su cara, que era lo que yo quería: fastidiarle con mis impertinencias.

____ En realidad, nos hemos peleado. Se ha acabado lo nuestro.
____ Pero tú la quieres, ¿verdad?

Le presioné con preguntas, y Pepe hacía lo que hace todo el mundo cuando tiene un vaso con agua o alguna bebida en la mano y tiene que decir algo sin meditarlo: mirar el vaso como si en él estuviese escrita la respuesta.

____ Más que a mi vida, y siempre la voy a querer -respondió, al fin.
____ ¿Por qué entonces no te arreglas de nuevo con ella?
____ Es que se ha ido y no sé dónde está. La hice daño, la ofendí, y me siento muy mal por todo esto.
____ Lo sé.

De pronto, puso su vaso sobre la mesa y me preguntó.

____ ¿Y tú cómo lo sabes?

Intenté concentrarme. Sabía perfectamente mi discurso, pero no podía dejar huella de sospecha.

____ Pepita me llamó y me lo dijo. Añadió que te ama, que os peleasteis, que te faltó el respeto y que por esto decidió marcharse.
____ ¿Cómo consiguió tu teléfono?
____ Eso sí que no lo sé –por primera vez en mi vida mentí.
____ ¿Sabes dónde está ahora?
____ Me dio su dirección y me pidió que te buscase y que te la diese. En realidad, mi invitación a comer tenía como objeto decirte esto.

Me miró. Su mirada me recordaba a un perro que yo tenía y al que le gustaba que le cepillase el pelo. Siempre me miraba así mientras lo cepillaba. Era una mirada de agradecimiento, y de satisfacción también.

____ Eres un buen amigo. Y en cuanto a Pepita, la quiero de veras.
____ Entonces... ¡ve a recogerla, joder, y deja ya de pelearte más con ella, coño!
____ Eso voy a hacer ahora mismo. Gracias. Muchas gracias, amigo.

En ese momento me sentía como un Judas cualquiera, después de cobrar las 30 putas monedas, que no recuerdo ahora si eran de plata o de bronce.

En los siguientes meses me comunicaba con Pepita vía correos. Religiosamente, con sus pagos mensuales cumplía. Mi deseo por ella permanecía. Un sábado, Pepe me invitó a comer en su casa, y también para ver en la televisión un clásico Sevilla-Betis. Llevé una botella de Chivas etiqueta negra, para tomar una copa durante el partido. Llegué a las dos en punto según lo acordado. Me abrió la puerta Pepita, más guapa, y más despampanante que nunca, y al mirarla me hizo un guiño.

____ Hola, Pepita –le dije.
____ Hola. Pasa y ponte cómodo.

Puse en su mano el Chivas. La televisión estaba en la previa del partido. Salió Pepe, nos abrazamos y retomamos nuestra charla sobre los amigos de nuestro barrio; de fulano, mengano… y de los chismes de veinte años atrás.

Terminamos de almorzar. Todo era exquisito. Cogí el Chivas, serví tres vasos y cínicamente propuse un brindis por la amistad. Empezó el partido. Nos levantamos y nos fuimos al salón para verlo más cómodos. De pronto, apareció Pepita portando una bandeja de plata y en ella la botella de Chivas, un cubilete con hielo y dos vasos altos de talla fina “La Cartuja”. Pepita miró a Pepe y le dijo:

____ Ya mismo regreso. Voy a recoger un poco la cocina.

Vimos el primer tiempo bebiéndonos un Chivas cada uno. Y como Pepita se había ido a la cocina, Pepe aprovechó para decirme:

____ La semana próxima me iré a Italia. Tengo allí un negocio importante y necesito residir en Milán unos meses o quizás un año Me llevaré a Pepita.
____ ¿Y qué dice ella? ¿Está de acuerdo?
____ Aún no se lo he dicho. Buscaré una oportunidad para ello.

Me quedé callado. Pepe estaba echando todo a perder.

Finalizó el partido. Por cierto, ganó el Betis 3-5 en el “Pizjuán”. Me levanté y le dije a Pepe que me disculpase y que me despidiese de Pepita. Salí del chalé pensando en qué haría ella con esta variación de Pepe, que podía alterar sus planes.

Pepe se va el día 13 de este mes y pasados unos días enviará a por mí. Todo sigue según lo hablado. Te llamaré el miércoles. Un beso

Eso decía el último correo de Pepita. El día 13 era domingo. Le habían organizado los amigos una despedida. Me invitaron. Dudé, pero acepté finalmente. A las 12 llegué. Ellos llevaban ya allí un rato. 20 años después, nuestro barrio estaba poblado de nuevos edificios y de galerías comerciales. Pepe estaba medio borracho. Me vio, se me acercó y me abrazó fuertemente.

____ ¡Hola, mi buen y gran amigo! –me dijo, con exagerada grandilocuencia.
____ Hola, Pepe. Veo que ya estás con media papa.

Me sirvió, a petición mía, medio Chivas y me lo bebí del tirón.

____ Espero y deseo sinceramente que te vaya bien en Milán con tu negocio nuevo. Seguro que lo conseguirás
____ También yo lo espero.

Me mosqueó pelín su énfasis al decirme: ¡hola, mi buen y gran amigo! Se nos acercaron otros amigos y seguimos bebiendo en grupo. Pasada una hora le dije a Pepe:

____ Buen viaje. Avísame cuando regreses para comer juntos.

Pero me retuvo, nos apartamos del grupo y me dijo:

____ Lo sé todo. Pero a pesar de eso, te considero mi mejor amigo.
____ ¿Qué es lo que sabes? –le pregunté.
____ Que contactas con Pepita y que tenéis un plan para joderme.
____ No tengo ningún plan, sólo negocio con ella, pero, eso sí, ni quiero ni tengo por qué joderte.
____ Espera un momento -me dijo.

Se alejó dando tumbos y regresó con dos Chivas. Me cogió del brazo y me llevó a un lugar aparte. Se quedó con un vaso y me entregó el otro.

____ Lo que valoro más en ti es que siempre tienes en la boca la mejor respuesta a la peor pregunta. Por eso eres mi amigo. Esa cualidad tuya es suficiente para valorarte.
____ ¿Cómo sabes que me comunico con Pepita?
____ Fácil. Mandé instalar un GPS con un transmisor en su móvil.

Le miré beber Chivas. “Me asquea que vigilen de manera tan mezquina a alguien, y en este caso, es alguien que él mismo dice que ama a la persona que vigila”, pensé.

____ Salud, Pepe.
____ Salud, mi buen amigo.
____ ¿Pepita no ha venido?
____ No le gustan estas fiestas. Prefiere quedarse en casa.
____ ¿Sigues encerrándola?

Agachó la cabeza. Se hizo un silencio expectante.

____ No, ya no la encierro. Todo cambió cuando regresó. Gracias a ti.
____ ¿Tampoco le pegas?
____ Tampoco le pego.
____ Cuando me buscó, estaba enferma de soledad y resentimiento.
____ ¿Me puedes decir cuál es el plan que tiene ella? -cambió de tema.
____ No puedo. Pero no te va a joder. Pienso que va a ser bueno para ti. Si entiendes lo que te estoy diciendo. A partir de ahora, lo que debes hacer es darle amor. Y si no eres capaz, mejor será que te quedes solo.

Nos despedimos. Nos prometimos no decir nada a nadie de lo hablado.

Sólo me quedaba confiar y esperar.

Pepe se fue a Milán el día previsto y a la hora prevista. Contaba yo los segundos esperando la llamada de Pepita el miércoles. Me llamó y me dio su nuevo domicilio, al que raudo fui.

La encontré en uniforme de faena, con un pañuelo sobre la cabeza. Trataba de buscar al hombre que había tras la apariencia femenina y no lo veía por ninguna parte. Este acertijo constante aumentaba mi lívido.

____ Hola, hombre bueno.
____ Si tú lo dices…
____ Lo digo y lo confirmo.
____ ¿Todo bien? –agregó rápidamente.
____ Todo bien. Vine a conocer tu nueva casa.
____ La estoy arreglando. He traído algunas cosas mías que estaban en el chalé de Pepe. El resto lo voy a vender, y con ello bastará para pagarte lo que resta del préstamo.
____ Precisamente de eso quería hablarte. Dejemos el préstamo. Págame cuando puedas y como puedas, y si no, algo mejor, no me pagues nunca.

Pepita dejó de hacer lo que estaba haciendo, me miró y me dijo:

____ Te di mi palabra. Eres la única persona en toda mi vida que ha creído en mí. Y voy a cumplir con mi palabra.
____ Pero me siento mal haciendo negocio con la pareja de mi amigo a su espalda.
____ No estamos haciendo nada malo. Es sólo eso, negocio.
____ ¿Cuándo te vas?
____ En un mes, más o menos.
____ ¿Cómo os lleváis ahora?
____ Pepe ha cambiado. Pero ya no le amo como cuando le conocí, sólo es un compromiso, que, por supuesto, voy a cumplir.
____ Pero Pepe te ama.
____ Pero es un bruto. ¿Qué pasará si vuelve a pegarme y a encerrarme?
____ Pues regresas de Milán y… punto, y final.
____ ¿Por qué no me pides tú que me quede contigo aquí, en Sevilla?

Su cara sin maquillar, su pañuelo floreado cubriéndole el pelo, su ropa de andar por casa... todo se le iluminaba.

____ No puedo enamorarme de ti. Sería peor que Pepe. Ni siquiera permitiría que te roce el aire.

Se me acercó y me abrió la camisa. Me atrajo hacia ella. Le dije:

____ ¿No estás operada?
____ ¿Y eso importa?

Me besó y yo la besé, apasionadamente.

____ ¿Qué ves tú en mí?
____ Una mujer hermosa.
____ Eres un buen tío, ¡y además estás buenísimo, cabronazo! –se echó a reír.

Me iba quitando la ropa poco a poco. Intentaba hacer lo propio, pero con un cierto temor. Parecía que ella se daba cuenta de ello. Me abrazó y nos tendimos medio desnudos en el sofá.

____ ¿Qué temes? -me preguntó.
____ Que me sorprendas.

Mi inexperiencia con travestís era evidente. Pepita me dijo:

____ Han pasado infinidad de hombres por mi vida: heterosexuales puros, como tú; maricones que te quitan la ropa y luego se la ponen ellos, y algunos de los que “les da igual la carne que el pecado”. No tengas miedo. Soy mujer, sólo que no me corté la polla porque este negocio así lo exige. Pero la tengo bien recogida en la parte de atrás y sólo la usaré si tú me lo pides.

Llevé mi cara a la suya, me miró a los ojos y añadió:

____ Me gustas y te quiero, y te adoro porque siempre has creído en mí.
____ He creído en ti porque me hablabas con el corazón.

Mis palabras se ahogaron en sus besos. Ella lo hacía todo. Yo sólo la seguía. Una experiencia inolvidable. Nunca me llamó la atención la bisexualidad, y nunca me han gustado las pollas ajenas, pero Pepita me volvía loco...

Con el paso de los plazos cumplía su palabra y saldó su cuenta conmigo, tal y como me había prometido. Me siento orgulloso de que sea mi amiga. Es una mujer con los pies en el suelo. Tiene una responsabilidad poco habitual en la gente con la que se ha relacionado en años. Pero ahí está la diferencia: Pepita es Pepita, y punto y aparte.

No nos hemos hecho promesa eterna de amor, ni ataduras absurdas, pero ambos sabemos que nos gustamos y que nos queremos.

Pepita será siempre para mí una amiga muy especial. Cada vez que viene a Sevilla, una vez al mes, nada más pisar el aeropuerto San Pablo me telefonea, “y no sólo para saludarnos o preguntarnos por la salud”. Así que, si mi lector quiere saber más, que pongan a trabajar sus genitales...

Y ahora, miren detenidamente la fotografía de ahí abajo, y a ver quién tiene cojones de decir que Pepita no es una mujer



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Mensaje  achl Vie Ago 21, 2020 12:17 am



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Una cigüeña y dos medallas de oro

Ana se soltaba el pelo y se disponía a irse a duchar, después del agotador y estricto entrenamiento. Su estilizado y hermoso cuerpo de gimnasta, una mezcla todavía entre niña y mujer, bien se merecía una buena ducha.

Estaba feliz por haber sido seleccionada para representar a España en el Mundial de Gimnasia, a sus sólo15 años. Pero no podía ocultar un sentimiento de tristeza por no haberse podido despedir de Javier, que ya había partido hacia Alemania, la sede del Mundial.

Javier era todo para ella. Se conocían desde la pre-selección. Ella estaba enamorada de él, y pensaba que su amor era correspondido, hasta el punto de querer entregar su virginidad al guapo atleta, antes de viajar para competir.

Para Javier, un chico de 18 años, Ana era una preciosa rubia, simpática y buena amiga. Pero sólo eso, porque para desconocimiento de Ana, su adorado Javier era homosexual. Él sabía que Ana lo deseaba, pero no le gustaban las mujeres. La veía como una chica ardiente. “Una afiebrada vagina más”, como decía Jorge, el novio de Javier.

Pero en lo concerniente a Gimnasia, Ana era la primera en el ranking español de las pequeñas gimnastas.

Ana se quitó la ropa y se fue a la ducha. Al aproximarse, vio que el agua corría por dentro. “Seguro será alguna compañera”, pensó. Pero mayúscula era su sorpresa al ver duchándose a un muchacho mulato, bien dotado, alto, y de unos 22 años, que en ese momento se dio cuenta de la presencia de Ana.

____ ¿Y tú? -le preguntó el mulato sorprendido, a la vez que intentaba taparse sus partes íntimas con las manos.
____ Es que este es el aseo de chicas –le dijo una nerviosa Ana, con sus bellos ojos deleitados al ver tan “esbeltas cosas” en aquel cubículo.
____ Oh, perdona. No sé leer español y como no había nadie, entré a ducharme para irme rápido. Yo soy Dini y pertenezco al equipo italiano de natación individual. Preparándome estoy porque esta tarde cogemos un avión de vuelta a Roma.

Quitó la mirada del cuerpo del italiano y se tapó con la toalla. Pensó que por qué no había gritado o no había salido corriendo cuando vio “aquello”. Pero, tragando dos veces saliva, le dijo:

____ Vale. No te preocupes, Dini. Dúchate tú primero y después yo, ¿vale?

Y le dijo este pequeño discurso como un regalo, reconociendo lo muy atractivo y lo muy amable que era Dini. ¡Y lo buenísimo que estaba!

Dini, conociéndose sus numerosos encantos físicos y haciendo honor a la fama de conquistadores que tienen los ítalos, además de ansioso de aventuras y viendo en Ana la perfecta exponente de la belleza femenina española, le decía, sonriendo, y en una actitud coqueta, casi provocativa:

____ Mira, españolita preciosa, en este cubículo hay espacio para los dos, ¿por qué no nos duchamos juntos?

Y Ana, luchando estaba contra sus propios miedos, contra las reglas de la federación, y sabiendo que se exponía a la expulsión si la pillaban, pero a pesar de todo eso, entraba a la ducha dispuesta a lo que fuese, sacando a relucir su juvenil impulso para experimentar ese desconocido placer que su entrenador le prohibía.

Después de todo, Ana creía en el destino, y que justo antes de partir, tamaño bombón estuviese en su ducha, era un regalo de los más caros. Besaba apasionadamente al italiano, mientras él pensaba que Dios existía.

Todo contrastaba en ellos dos: el color moreno de Dini, la piel blanca de Ana, sus diferentes edades, él 22, y ella 15; ella 1,66 de talla, y el 1,94. No obstante, un súbito flechazo unido a una súbita pasión los empalmaba bajo una fina lluvia de la ducha en un momento de locura.

Besaba los pequeños pechos de Ana, mientras ella acariciaba, por vez primera, un pene, que más tarde iba a ser su primer pene, y además el pene que se iba a ocupar de romper el himen de una adolescente.

Siempre había imaginado que su primera experiencia sexual tendría que ser especial, memorable, diferente... Y esa imaginación era ahora. Sus delicadas manos recorrían ávidamente cara, torso, vientre, pelvis y muslos de Dini, que disfrutaba de lo lindo, plenamente, las caricias de la guapa y torneada española. No le costaba nada a él coger en sus musculosos brazos a ella y darle la vuelta, dejando su flor, aún cerrada, a la altura de su boca, empezando a devorarla. Ana sentía placer. Por inercia e instinto, la gimnasta respondía besándole pasionalmente y degustando la erecta masculinidad del nadador...

Dini sabía que no tenían sobrado tiempo, así que cogía a la flexible Ana entre sus brazos y la sacaba de la ducha y la acomodarla en uno de los bancos del pasillo. Mojado y sin hablar, Dini abría los duros muslos de Ana, que estaba muy nerviosa, pero decidida. Dini la penetraba, primero suave, y luego... suave también y lo más tiernamente que la situación del momento le permitía, considerando que lo más seguro era que la pequeña Ana era virgen todavía.

Los gemidos de la gimnasta eran inevitables. Mucho había conversado y leído con las amigas sobre ese sublime momento, pero sentirlo era otra cosa. Ambos empezaban a moverse al unísono, buscando la excitación y el placer de sus carnes. No tardaban en llegar al orgasmo. Él sentía el estremecimiento de la chica y el propio, y retiraba su pene, estallando a medias dentro de ella, tratando de protegerla aun su ansia por poseerla más. Pero no quería ser tan irresponsable y por acabada daba aquella sesión tan sabrosa.

De pronto, se escuchaban unos ruidos y unas pisadas próximas.

Ana, aún jadeante y excitada, se tapaba como podía con la toalla, mientras Dini corría a esconderse. Y esa era la primera, la única y la última vez que Ana veía al hombre que la hacía mujer, desvirgándola.

Semanas después, Ana volvía triunfal a España, trayéndose consigo dos medallas de oro, conseguidas por sus dos brillantes ejercicios de barra y de pista.

Y, sin saberlo, y sin siquiera imaginárselo, también traía consigo, pero en su vientre, una respuesta de la cigüeña, producto inequívoco de la semilla de un amor casual que seguro cambiaría su vida para siempre, por suerte o por desgracia para ella. Pero no es una desgracia la venida a la vida de un bebé, pudiéndose considerar una desgracia por ser Ana una mujer tan joven, casi una niña, y ya en su vida y para siempre con una responsabilidad tan grande para su corta edad.



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Mensaje  achl Vie Ago 21, 2020 11:26 am



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Para escribir esta historia me he obligado a hacerlo con cierto sentido del humor, con la idea de arrancar una sonrisa. Pero una sonrisa controlada, puesto que el asunto no es para bromas.



Una mujer para la eternidad .


Existen sobrados casos, repartidos en todos los rincones del globo, como el de nuestro protagonista masculino. Hombres que, por los motivos que sean, que ahora no vienen a historia a esta historia, se han divorciado de su pareja, y su situación de soledad y de alguna posible nostalgia les han ocasionado un estado de delirio e inestabilidad, y, aunque ellos se muestren aparentemente como gente inofensiva y la ciencia de la Medicina es la que tiene que pronunciarse al respecto, ese estado se va marcando la pauta de sus preocupantes conductas. Los neurólogos denominan esta patología como “Paranoia grave”, la cual, como todas las enfermedades de carácter psicológico, se manifiesta a través de diferentes grados de intensidad, consecuentemente, con diferentes escalas de comportamientos.

Batallaba contra sí mismo para no recordarla, para no traerla a su memoria, pero se obstinaba en visualizar su ramera cara, su puta imagen, su sensual figura, y hasta su indecente indumentaria, siempre provocativa. Pero también batallaba por desechar todo esto su memoria

Se encontraba desesperado, pero relativamente feliz por la ausencia de su esposa. En sus infelices y reiterados sueños, aparecía la imagen de la mujer que quería que fuese, que dictaba de la que realmente era.

Se tumbaba sobre la cama y luego se cubría la cabeza con la almohada, tratando de desinhibirse. Pero no lo conseguía; le apretaba una presión en su miembro viril, que por momento se endurecía contra el colchón, dándole además de un desconcierto, puntuales alivios a su lívido.

En su mente sólo existía una imagen de una mujer incompleta, pero no porque le faltase algún órgano para ser una mujer, sino porque sabía sobradamente que no era la indicada. Se estaba atormentando, pero su pene seguía impertérrito.

Pero dejaba de martirizarse. Se levantaba y se iba al salón y cogía unas cuartillas y un lápiz. Se le daba bien dibujar cuerpos de mujer. Pero todo lo que dibujaba aquel día le parecía pura mierda. Rompía las cuartillas y las tiraba al cubo de la basura.

Decidía fumarse un cigarrillo de marihuana, y abandonarse y dejarse llevar por los impredecibles caminos de la droga. Y funcionaba. Inconexas ideas se mezclaban a su merced, y esto le hacía sentirse un ser poderoso. La presión en su bragueta había cedido. Sonreía frente a ocurrencias ridículas.

Se cansaba de olvidar y optaba por no recordar. Dilapidaba todo intento de súplica. Se iba a dormir bajo los efectos del porro, todavía en su mente. Y en su pene.

Al día siguiente, despertaba iluminado. Se levantaba de la cama, se aseaba y se iba al barrio chino de su ciudad a recorrer tiendas de ropas de “mujeres malas”, a tratar de reconocer la ropa que su esposa solía ponerse. Rememorar podría serle arduo; identificar no le era tanto.

Le resultaba muy embarazoso comprar ropa de mujer, sobre todo cuando le tocaba el turno a la ropa interior. Pero, salvado este pequeño escollo, regresaba a su casa con dos bolsas.

Sin embargo, faltaba algo: un cuerpo. De nuevo se iba al barrio chino, a echar un vistazo en esas tiendas que venden juguetes sexuales para la práctica del sexo. En una de las tiendas le ofrecían una muñeca asiática hinchable, con rostro y rasgos de “mujer mala”, por 550 euros. La revisaba, la compraba y la pagaba, y después salía presuroso de la tienda hacia su coche aparcado, con la muñeca hinchable en sus manos rumbo a su casa.

De nuevo en su casa con su muñeca y la ropa anteriormente comprada: una blusa roja, unos vaqueros ceñidos, una bufanda azul, una sudadera rojiza y ropa interior con tiras de disímiles colores (su preferida, la preferida de él), y unos suecos de color negro con plataformas de madera.

La tenía frente a él, vestida e inerte, pero faltaba algo más: maquillaje. ¿Cómo podía ser tan irresponsable para olvidar el maquillaje?

Salía otra vez y se encaminaba hacia una perfumería próxima a su edificio. Entraba y compraba un carmín rojo fuerte, como el que utilizaba su esposa. Pero no sabía cómo pedir que le vendiesen eso negro que se ponen las mujeres en las pestañas. Pero, expresándose con gestos, lo conseguía.

Regresaba de nuevo a su casa y maquillaba a su muñeca. Y después, ponía música típica de cabaré. La besaba con pasión en los labios y en los senos. La desvestía de toda la ropa que traía de la tienda, donde la había comprado, y la vestía con la ropa nueva comprada en otra tienda. La insultaba, la recriminaba y la escupía decenas de veces, y sus salivas, en una cara de goma, las recogía y las esparcía entre la boca, el sexo y el trasero de plástico.

Luego, la amordazaba con una bufanda. Volvía a quitarle la ropa de calle y la vestía con tangas y sujetador. Y así la penetraba y besaba una boca inerte, guarreada de salivas. Le decía que la amaba y que la odiaba con todo su ser, que estaba decidido y también arrepentido de besarla y de hacerle el amor, pero fervientemente juraba que desde aquel momento no la iba a dejar sola nunca más.

Pasados como unos veinte minutos la penetraba una vez más, descargando semen en una boca de goma.

Pero, de pronto, le aparecía un punzante dolor en su pene. Le dolía, pero cogía en brazos a la muñeca y se la llevaba a la cama. Ya en ella, la besaba infinidad de veces por todas las partes de una anatomía de plástico, y cuando finalmente se veía que estaba completamente agotado, cogía de la mesilla de noche, y después lo ingería, un bote de Bupropón (veneno radical), y seguidamente se bebía del tirón un cuarto de botella de Chivas…

Y casi de inmediato, pasados unos diez segundos, se quedaba profundamente dormido, abrazado a su “mujer” en un sueño eterno.



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Mensaje  achl Vie Ago 21, 2020 1:35 pm



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Una perla apareció por mi bar

Me llamo José Luis. Soy un chico sevillano de 30 años, moreno, 1.84 de estatura, y dicen mis amistades femeninas e incluso algunas masculinas que demasiado guapo para ser un hombre. Soy un empedernido romántico por naturaleza, pero con las mujeres suelo ser práctico y lanzado, aunque siempre educado y respetuoso. De púber aprendí algunos detalles que dan un sentido real a la existencia. Cada cual tiene sus propios gustos, y en este momento el mío es estar sentado frente a la barra de mi bar de copas, controlándolo, y de tarde en tarde tomarme una buena cerveza bien fría. Y estando así, me da la impresión de que el tiempo se detiene y que el día que menos lo espere, ¡quién lo sabe eso!, puede aparecer alguna mujer que me va a hacer feliz y yo también a ella.

Las cuatro y media de la madrugada de un lunes cualquiera...

De pronto, la puerta se abría casi la mitad. Una tenue luz caía sobre una figura, que parecía de mujer. Medio podía ver una silueta con curvas. Fuera, en la calle, la lluvia caía a mares, pero aquella figura no estaba mojada, y sería por la protección que le proporcionaba un ceñido impermeable largo de color verde Betis, que la cubría por completo.

____ Disculpe quien quiera que sea, pero este bar está ya cerrado por esta noche -dije desde la barra, sentado en un taburete.
____ Perdone -respondió una voz femenina en voz relativamente baja-. Como desde la calle había visto luz interior por eso es que he entrado.

Avanzaba hacia la barra, y entonces la veía entera. Su cara era tersa y su piel de un delicado color crema. Sólo por eso, me daba la sensación de que era forastera. En sus ojos se podía ver tristeza, pero no le di importancia a eso, porque el color celeste y profundo de ellos me estremecía de tal manera que sentía que no podía hablar. Sus labios eran hermosos, pintados en rojo fuerte, y que a la vez combinaba con lo que l¡me había llamado tanto la atención: una melena que le caía hasta el coxis. Pero no era eso lo que me paralizaba los sentidos y que me había cautivado; su deslumbrante belleza era lo que me tenía completamente embobado.

Luego de mirarla a un metro de mí, me auto confirmé en lo que antes había visto.

____ Y si el bar está cerrado, ¿por qué estás tú aquí bebiendo cerveza? -preguntó, desenvuelta y con desparpajo, al lado de una mesa cercana a la barra.
____ Sencillamente porque soy el dueño y el que dirige este bar –respondí, decidido, a pesar de lo extasiado que todavía seguía.
____ ¿Podría al menos tomar una copa? –preguntó de nuevo con una voz un tanto angelical y acercándose un poco más a mí.

Dudaba pensando si esto me estaba pasando a mí. Llevaba más de seis años con mi bar y era la primera vez que me ocurría algo así.

____ Bueno, una copa no se la niego a nadie. Total, ya no iba hacer nada más y voy a cerrar a las cinco -respondí, recuperando el tono de mi voz-. Mi camarero se fue ya porque con la noche que hace no entraba casi nadie. Pero yo puedo servirte. ¿Qué quieres tomar?

Llevó ella los ojos a una estantería de detrás de la barra y la recorrió de una esquina a otra, deteniéndolos en la hilera de las botellas de whisky. Se quedó mirándola fijamente.

____ Un Chivas, por favor –pidió, decidida y educada.
____ De acuerdo. Si quieres, puedes sentarte en una de esas sillas mientras te lo preparo.

Y se sentó, y yo me fui hacia el otro lado de la barra. Por un momento se produjo un incómodo silencio entre los dos, sólo se oía un sonido de botellas. Busqué el mejor Chivas para dejarle una buena impresión de mi negocio.

____ ¿Te molestaría si pusiese música? -preguntó con más confianza que antes- Este bar está más apagado que yo -agregó.

La miré de reojo mientras descorchaba una botella de Chivas 18, etiqueta negra. Pero, sin mala intención, mi cara reaccionó con un gesto extraño.

____ Quizá me esté tomando demasiada confianza -su voz era ahora la de una persona como amedrantada- Será mejor que me marche.

Reaccioné desconcertado, si saber qué ocurría.

____ No, por favor –le dije, preguntándome qué habría pasado para que cambiase de parecer, después de haber insistido en quedarse para tomar una copa.
____ ¿Te ha molestado algo? –me apresuré en preguntarle.
____ Bue…no… tu... ex…pre…sión... -tartamudeó levemente.
____ Mi expresión ha podido aparentar que estoy molesto, pero no. No he pretendido molestarte. Puedes poner la música que quieras y al volumen que quieras. Este local queda insonorizado, una vez cerrada la puerta a la calle.

Suspiraba, aliviada. Se levantó de la silla y se sentó en un taburete, junto al mío. Pero pasado unos momentos, se levantó de nuevo y dio unas zancadas hasta llegar a la máquina de los discos.

____ ¡En la parte de atrás e la máquina hay un interruptor para encenderla! –alcé la voz, sin dejar de mirar el vaso donde vertía el Chivas.

Después de encenderla, se podía oír una moneda caer golpeando a otra hasta el fondo de un cajón metálico.

“Nostálgica música suena; mala pieza para calmar el espíritu turbado de esta nueva clienta”, pensé. Dejé su Chivas sobre la barra y me aproximé a la máquina. Digitalicé en el tablero tres piezas más.

____ Con esa maniobra que acabo de hacer, las canciones seguirán hasta que acabe el disco -dije con un tono de voz, claramente para agradar.
____ Gracias -me dijo y se sentó de nuevo.

Ya sentada, bebió el primer sorbo de Chivas, pero con elegancia, con clase. Cada vez que mis ojos la miraban, me quedaba más hechizado.

____ ¡Es bueno este Chivas, eh! -exclamó-. ¡Cómo se nota que eres el dueño y sabes tratar a tu clientela! -agregó, sonriendo.

De pronto se despojó del impermeable, dejando ver entera su figura. Antes había logrado retener mentalmente sus curvas, pero ahora era diferente. Si antes me quedé extasiado por su espectacular cuerpo, ahora me parecía estar delante de una Venus, como esas esculpidas por algún eminente escultor.

Lucía minifalda verde ajustada, y suéter negro escotado que dejaba ver buena parte de unas tetas que no por estar cubiertas dejaban adivinar una perfecta redondez. Los brazos y la parte de los muslos que se podían ver mostraba algunos hilos de sangre, tal vez ocasionados por algún arañazo. Y parecían recientes…

Mientras se inclinó para dejar su impermeable en la mesa de al lado, vi que la falda era de unos 10 centímetros por encima de las rodillas, dejando a la vista la mitad de unos muslos tersos y largos Desde luego, aquella chica reunía todos los ingredientes de mujer “10”. Y además sabía cómo mostrarlos.

Al volver a levantar la cabeza, mis ojos toparon con los suyos. Me sonrió, y no sabría decir si insinuante o recatada. En ese instante, sólo quería recrearme en la guapura de una mujer despampanante. Quizás maltratada…

____ No es para tanto.

Sin explicarme cómo, captó lo que había pensado. Su cara tornó a expresión triste:

____ No soy tan guapa, o al menos no todos me ven como tú.

De sus palabras podía sacar mis conclusiones y quizás el porqué de entrar en el primer bar que le parecía abierto a altas horas de la madrugada y con urgencia por beber alcohol. Pensé que algo ocultaba que no quería decir, ni por supuesto yo preguntar. Por contra, le dije:

____ Eres tan guapa que llenas de guapura mi bar –aun mi requiebro, mi voz delataba cabreo contrae el bastardo que la había hecho daño.
____ Gracias por su halago, señor dueño -y soltó una sonrisa nerviosa.
____ No me llames así. Me haces parecer mayor –dije, sonriendo- Me llamo José Luis, y, por cierto, aún no me has dicho tu nombre.
____ Creo, señor dueño... -de nuevo sonreía–, que no necesita usted saberlo, pero puede llamarme Perla –y alargó su mano derecha.

Esperaba que la estrechase, pero en lugar de esto la atraje hacia mí, le cogí la cabeza y la besé en los labios. No se sorprendió, pero se sonrojó y se apartó. Cuando pensó lo que quiera que fuese que pensase, me miró a los ojos y los dos sonreímos. Después, me fui hacia la puerta de entrada y salida del bar y cerré por dentro, argumentándole a mi sorprendente clienta que hacía eso para evitar que entrase alguien más y además para que el sonido de la alta música del interior que ella misma había establecido, no traspasase la barrera del local.

Mi lata estaba vacía, así que cogí otra lata. Era una exquisita y rubia Cruzcampo. Ella también acabó su Chivas, por lo que presto me fui a por la botella, un cubilete con hielo y una botella con agua mineral.

La charla comenzó a fluir y, con Chivas y Cruzcampo de por medio, pude saber que era decoradora de interiores de “El Corte Inglés”, y que al día siguiente libraba. Hablamos sobre temas diversos, pero no pude lograr sacarle lo que le había ocurrido antes de llegar a mi bar; por lo tanto, dejé el tema aparcado para no echar a perder lo poco que quedaba ya para el cierre. Mi aburrida noche pasó a placentera, algo que ni remotamente había pensado que iba a suceder.

Pasada una media hora, de pronto y sorprendentemente, mi preciosa y enigmática clienta puso una de sus manos encima de mi muslo derecho.

____ Gracias. Me lo he pasado bien, pero no creo tener en mi bolso suficiente dinero para seguir consumiendo –me dijo, aunque parecía que no quería irse.
____ No te preocupes por eso. Todo corre por cuenta de la casa -respondí, con una sonrisa, para tratar de animarla a que se quedase.
____ Si me quedo abusaría de tu hospitalidad -añadió.
____ Bah, tontería. Es pa mí un verdadero placer tenerte aquí -dije, sin poder ocultar mi satisfacción por tan grata e inesperada compañía.

Se levantó y me abrazó. Con mi cabeza sobre su pecho podía sentir el leve peso de sus pechos, percatándome de que era casi de mi estatura, o sea, muy alta, y eso que calzaba zapatos de bajo tacón.

____ La verdad es que quiero quedarme, si no es molestia -susurró a mi oído en un tono, entre pícaro y decidido.

Mi corazón corría como un AVE. Perla, o como se llamase, parecía diferente a otras chicas que conocía. Era una jaca guapísima y con una anatomía de hipo.

Antes de que pudiese responderle o decirle algo, me besó con tanta pasión que mordió varias veces mis labios, y entonces pude sentir una ansiosa lengua buscando la mía, hurgando dentro de mi boca.

Busqué con ansia su cuello y me deleité con el dulce perfume que olí, que percibí el 3 “Quizás”, porque era el que usaba mi ex novia. Me envolvía toda ella, su físico, su voz, su dulzura… Pero había algo que me entristecía, y era que me percataba de que estaba a falta de cariño, sobre todo de cariño de macho.

Alzó la cabeza, para que pudiese moverme con más libertad por todo su cuello. Cada vez que la besaba, sentía una fuerte respiración en mi oído, originándome un calor excitante, que apenas lo advertía gemía resoplando sus labios. Llegado a este punto, mi miembro era ya un tubo alargado de acero macizo.

Seguía besando su cuello, para luego descender a su pronunciado canal. Me encandilaba de nuevo: sus senos eran grandes, redondos. Al igual que en los animales se adivina la edad por la dentadura, en la mujer es por la turgencia de sus senos, por lo que calculé que aquel bombón ignoto tendría sobre unos 25 o 26 años.

____ ¡Ahora si quieres puedes hacerme algo más que tocarme! –me dijo de pronto con énfasis, en un tono sensual y deseoso, e incluso urgente.

Pero no quise meterle mano de lleno, pues no quería aprovecharme de su aparente desconcierto. No obstante, llevé mi mano a sus duros pechos y los acaricié por encima del sujetador. Podía sentir sus palpitaciones. En ese instante, le veía una expresión más tranquila, y también una expresión de deseo, de deseo carnal...

____ Sigue. Haz con mis tetas lo que te apetezca, ahora son toda tuyas –insistía a sovoz.

Le subí la falda hasta la cintura y dejé el sujetador al aire. Llevé mis manos a su espalda para soltarlo, y entonces sentía sus carnes tibias y tersas, clamando bajo mis palmas. Lo desabroché y lo dejé sobre el taburete de al lado de donde estábamos.

Sus pechos eran exquisitos. Empecé a trabajármelos de lleno. Me puse a lamer, despacio, sus pezones.

____ ¡Muérdemelos! -me pedía con voz suplicante.

Y se los mordí, y ella dejaba escapar gemidos y hasta rugidos. Dos de mis dedos trabajaban ya en su bajo vientre, pero siempre delicadamente.

De pronto, me cogía la cabeza y me la hacía subir. Me besó apasionadamente. Puso la mano en mi pecho y me hizo retroceder hacia una silla.

____ Siéntate -me miraba con ojos deseosos-. Ahora me toca a mí.

Soltó mi cinturón y me quitó los pantalones vaqueros que llevaba, tirándolos al suelo. Mi pene ante sus ojos salía rabioso y deseoso. Hacía semanas que no había tenido sexo.

En ese momento surgió en mí una mezcla de sentimientos; sentía placer, pero aún seguía con la sensación de que me estaba aprovechando de una extraña situación. Y yo, aunque lanzado por naturaleza, siempre era romántico y nunca follaba si no sentía algo de amor con la mujer que estuviese conmigo, y percibiese que ella por mí.

____ ¡Eh, tu polla es gruesa y larga! -se admiraba de lo que tenía entre sus manos, así rompía el silencio que se había creado. Y supongo que dijo "polla" por tanto alcohol ingerido, ya que se podía notar que era una chica bien hablada.
____ Bah, normal -sonreí de nuevo, con una mezcla de deseo y algo más. Estaba sintiendo nuevas sensaciones.

“¿Me estoy enamorando?”, me pregunté para mi interior.

Se humedeció la mano derecha con sus salivas y comenzó a masturbarme. Se veía feliz, y más todavía cuando su boca se iba hacia la mía y la besaba, acompasada con los deliciosos movimientos de su mano.

Me estaba dando mucho placer. Era buena en el sexo y sabía como satisfacer a un hombre. Me quedaba mirándole la mano, mientras disfrutaba. Pero, de pronto, cambió la mano por la boca. En verdad, era buena en el sexo. Sentía cómo se metía mi pene en su boca, no pudiendo evitar unos rugidos. Su boca se movía sincronizada, alternando las lamidas de rápidas a lentas, mientras su lengua se recreaba con mi glande y el meato. Cada vez que me hacía esto, un escalofrío recorría todo mi cuerpo, para después sentir un placer desmesurado. Llevaba algún tiempo sin follar y ahora iba a pasar apuros por correrme en su boca, lo que Perla, por su expresión y según veía la intensidad de su mamada, deseosa estaba de que eso ocurriese,

Empero, cogí su cabeza y la aparté de mi polla, para luego darme la vuelta. Era entonces cuando ponía sus manos sobre mis piernas, forzándome a sentarme sobre su vientre.

____ ¡Córrete en mi cara y en mis tetas! -exclamó de nuevo, con voz sexual y ya completamente salida.

Así que no pude aguantar y regué esas partes. Sentía placer, pero hubiese preferido que también ella se hubiera corrido a la vez que yo. Me miró a los ojos y me dijo:

____ No te preocupes. Esa era mi idea: darte el máximo gusto a ti.

Me dijo dulcemente adivinando nuevamente mi pensamiento. Pero no acababa de entender por qué se conformaba sólo con mi disfrute...

____ Cuando vuelva a estar erecta y dura, seguiremos y gozaremos los dos juntos -añadía, como si de nuevo me hubiese leído la mente.

Ahora todo tomaba más sentido para mí. Dejé a un lado mis sensaciones. La cogí, la levanté y la besé, como nunca había besado a una mujer, para después tumbarla sobre la mesa. Le subí la falda, dejando al descubierto su tangas negro, de igual color que el sostén, e igual de elegante. Separé sus piernas y llevé mi boca a su raja. Podía oler su coño, un olor envolvente y dulce. Puse mi polla en su tanga, que ya estaba mojado. Corrí la prenda a un lado y ahí estaba su flor, rosada y mojada. La besé lentamente hasta que puso sus manos en mi cabeza y empecé a lamer de un lado a otro con un delirio frenético. Alcé la cabeza y la miré, como observando su reacción. Le metí dos dedos y los moví y cuando lo vi empapado metí dos más. Perla empezó a dar gritos, y yo otra vez sentía que mi polla era roca, hasta que descargué dos buenos latigazos de semen sobre sus muslos.

Se levantó y se quitó la falda. Y fue entonces que vi que llevaba liguero, que la hacía más sexy. Me mordió la boca y se fue al taburete. Allí estaba su chubasquero. Sacó un monedero de un bolso. En ningún instante me di cuenta de que había traído bolso, sería seguramente por la tenue luz de cuando apareció. Abrió la cremallera del monedero y sacó de dentro un condón en su funda.

____ Me da que ninguno de los dos queremos sorpresas -dijo, picarona, y después se echó sobre mi cuerpo.

Me quité la camisa. Ella se agachó para ponerme el condón con la boca en la polla, y me sorprendía que pudiese hacer eso en una polla que ahora estaba lacia...

Quería decir algo en ese justo instante, pero la palabra no acudía a mi boca. Y no sabía si era por la emoción o por la excitación.

Al igual que antes, puso una mano sobre mi pecho y me empujó hacia la silla, se instaló sobre mí y, sosteniendo mi lanza, se la metió lentamente en su cueva, hasta que estuvo completamente dentro y erecta de nuevo. Empezó a moverse. Era una mujer fascinante, atrevida y responsable a la vez. Al ser de vagina estrecha, el placer que sentía era inmensamente mayor. Se movía de tal modo que adormecía mis sentidos. Llevé mis dientes a sus pezones y los mordisqueé. Sus propios rugidos la excitaban más. No sé cuánto tiempo pasaría mientras estábamos así. Perdía la noción de todo.

De pronto, se paró y se levantó rumbo a la mesa. Se inclinó apoyando sus pechos contra la madera.

____ Ven a mí -me dijo con una voz sensual, ya conocida por mí, a la vez que se iba dándose cachetes en el culo y diciéndome-: ¡métemela por detrás!

Me fui hacia ella y le hinqué mi pene, y ahora más intenso que antes. No podía creerme que todo eso fuera verdad. Y tampoco podía creerme tantas corridas seguidas por mi parte...

Perla rugía. La mesa de madera crujía a cada movimiento de nuestros cuerpos, pero no le prestábamos atención. Todo era una celestial confabulación. En ese momento, se paró de nuevo el tiempo.

____ ¡¡No la saques, que ya me viene!! -gritaba como una condenada.

También estaba a punto de largar otra vez, por lo que hice un esfuerzo por esperarla, aunque era difícil a juzgar por sus gestos. De pronto, sentí cómo sus músculos se contraían y ella caía tendida sobre la mesa, y fue entonces que no pude aguantar y disparé otro cañonazo.

____ Eres una joya. Creo que estoy empezando quererte -susurré entre jadeos.
____ ¡Tú sí que eres una joya! También creo que he empezado a quererte. Pero tengo que decirte que mi vida es complicada y por nada del mundo quisiera que mis problemas puedan salpicarte.

Nuestros cuerpos empezaban a enfriarse al sentir el efecto de la fría noche, hasta ahora desapercibido por los dos. Me quedé rumiando sus últimas palabras.

____ Ahí adentro hay un cuarto si es que quieres pasar lo que queda de la noche conmigo. La cama no es grande, pero me da que eso no es problema.
____ También a mí me da. Gracias por todo lo que estás haciendo por mí –me dijo con voz triste, como si estuviese despidiéndose–. Vamos a la cama. Tengo frío.

Le indiqué la puerta de entrada, mientras me deshacía del condón. No recuerdo la hora, sólo sé que nos acostamos juntos y abrazados. Dormí tan bien que, si no hubiera sido por la sorpresa de la mañana siguiente, seguro hubiese sido el mejor amanecer de mi existencia.

Desperté y Perla no estaba en la cama. Salí al local, y ni ella ni su ropa. Sobre la barra había una servilleta con un beso tan rojo como la sangre. Junto a la servilleta estaba el tanga negro. Sonreí, y no sé si sonreí por lo anecdótico de todo aquello, o porque tras mi sonrisa se escondía la pena.

Luego de asearme y de vestirme, de nuevo revisé todo el local, ya que es grande y además tiene un buen trastero. Nada. Ni una nimia nota. Si no fuese por los guapos recuerdos que me quedaban, habría pensado que todo había sido un sueño. Eso sí, un sueño realmente maravilloso.

Pero mi vida seguía como siempre. Este era otro detalle que aprendí para ser feliz, bueno..., un gran detalle. Y ella, que en verdad se llamaba Perla, no regresó, aunque tenía la esperanza de que algún día lo hiciese. Pero ni pensar quería que hubiese vuelto con su novio. Sentía pena y dolor por eso, máxime imaginándome que él era el causante del maltrato físico y psíquico que se veía en su cuerpo y que marcaba su espíritu.

Mi bar abría todas las tardes hasta las 5 de la madrugada. Pero ahora, a la hora del cierre, no hay ya historias de “Perla que aparecen”. No paro de pensar en ella y en lo felices que podríamos haber sido.

Al cabo de tres días y dos noches, sin saber nada de ella, una tarde a las cinco y diez apareció por el bar, más dolida sentimentalmente y más maltratada físicamente que la vez anterior, pero con la satisfacción por saber de sus labios que había hecho lo que mucho antes debía haber hecho: denunciar a aquel hijo de puta maltratador, que ella, ingenuamente, llamaba novio. Fue detenido y enviado a la cárcel sin fianza por un juez. Me miró, me sonrió y me dijo:

____ Tengo que decirte algo, y es que nadie, ni siquiera mis padres, me han tratado con tanta confianza y ternura como lo hiciste tú en la noche que nos conocimos. Te quiero, y si tú también me quieres, como me dijiste, mucho me gustaría que juntos empecemos a fabricarnos nuestra felicidad.

¿Imaginan lo que me respondí para mis adentros? ¿No? Pues ahí va una “pequeña” pista:

“¡Dios, Perla ha vuelto para quedarse conmigo!”.

A partir del día siguiente habló con su empresa para que le concediesen trabajar de 10 de la mañana hasta las 6 de la tarde, horario que aceptaron porque ella era una excelente decoradora. Llegaría sobre las seis y media a su casa (decidimos que cada cual viviese en la suya, conscientes ambos de que la convivencia las 24 y los 365 es la asesina del amor y la pasión), y sobre la medianoche se vendría al bar y me echaría una mano, para después, casi a diario, quedarnos a dormir en el mismo cuarto en que dormimos por primera vez, el cual lo equiparé adecuadamente.

Y esa lindeza, por encima de todas las lindezas, de la fotografía de ahí abajo es, desde entonces, y ojalá que para muchos años o mejor para siempre, la Perla de mi vida, y, por ende, la Perla de mi bar de copas, que desde hoy mismo se va a llamar “Bar de Copas La Perla”.



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Mensaje  achl Vie Ago 21, 2020 2:06 pm



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Visité a mi ginecólogo
Mes después de que me interviniese de la matriz, acudí de nuevo a mi ginecólogo, para que hiciese una revisión a mi vagina y así comprobar cómo iba todo.

Mi ginecólogo era amable y además cuidaba su físico y mantenía buenas relaciones con sus clientas, y todo esto hacía de él un hombre realmente encantador.

Siempre tenía un celo especial con el expediente de cada mujer, lo que nos gustaba porque hurgaba en nuestras intimidades, porque nos hacía desnudar por completo para su exploración. Fantaseaba con que en una de mis revisiones acabase follando con él en su propia consulta.

Aquella mañana llamé a su enfermera para que me diese una cita. Era urgente que me inspeccionase por primera vez después de la operación, así que logré que me recibiese ese mismo día a última hora de la tarde.

Llegué a las siete y media y sólo había una mujer esperando. Apenas salió, apareció la enfermera y me dijo que podía pasar. Entré y él me preguntó que cómo seguía, que si sentía molestias. Una vez que le respondí a sus dos preguntas le dije:

____ Hola, guapetón, quiero consultarte algo -muy desahogada yo.
____ Dispara, belleza -me respondió, zalamero siempre.
____ Verás. A mí me gustan los juegos sexuales. Mi marido y yo somos liberales, por lo que mantenemos intercambios sexuales con otras parejas, y nos damos libertad para practicar sexo libremente, y esto lo hacemos a menudo. La cuestión es que si al ser yo promiscua puede perjudicarme, teniendo en cuenta la difícil operación que acabas de hacerme.
____ Tener relaciones sexuales con diferentes personas puede originar un riesgo de enfermedades de transmisión sensual, y más si no usan preservativo, pero no afecta en nada a tu reciente operación de matriz -respondió.
____ O sea, a ver si yo lo he entendido. Si tú y yo, por ejemplo, ya sabes… no habría problemas, sólo un riesgo de contagio si tuviésemos una enfermedad venérea uno de los dos -le argumenté.

Mientras asimilaba mis palabras percibía que mi idea le había calado; primero por su lasciva mirada a mis tetas y mi pubis, segundo por un interés sexual más abierto, y tercero porque su bragueta se iba abultando.

____ Así es. Por cierto, conozco a algunas personas que gozan de buena salud que hacen intercambios de parejas. Si quieres te puedo presentar a...
____ No, gracias -lo interrumpí-. Lo que realmente quiero y me interesa más es conocer a algún hombre cercano a mí o a mi marido para hacer un trío entre los tres.

Esperaba ansiosa que al decirle esa premeditada insinuación se diese por aludido y mostrase reacción. Y reaccionó, encandilándosele los ojos, y vi en ellos más deseo que yo por follarme, pero que por mucho respeto a su profesión nunca se me insinuaba en mis periódicas visitas, que eran quincenales y que podían parecer muy excesivas, pero le visitaba con tanta frecuencia por mucha practicar sexo, pues también incluía a mi colección tres amigas, bisexuales como yo.

____ Anda, pillina, entra ahí -señaló u cuarto anexo- y desnúdate, que voy a hacerte una “buena revisión”.

Pasé y empecé a desnudarme, pero para no mostrar descaradamente mi acumulado deseo por él, por aquello del orgullo, sólo me quité el pantalón y la blusa y me bajé las bragas hasta las rodillas, quedándome en sujetador.

Pero entró y me ordenó que me quitase todo. Sonreí, feliz, y no tardé en obedecer. Me lo estaba ordenando el tío que más deseaba en los últimos meses.

Me tumbé boca arriba en la camilla y abrí completamente las piernas. Me miró y me sonrió y pronto vi que un dedo entró en mi coño hurgando, y la forma de hurgar no era precisamente lo que hacía en las revisiones. Sentía placer y soltaba quejidos. Pero lo que yo quería era que me follase, y sólo con pensar que pudiese entrar la enfermera y nos pillase, me ponía más caliente todavía.

Mientras continuaba tocándome, yo empezaba a abrirle la cremallera del pantalón y le sacaba la polla de la prisión que la retenía. Le pedí que se desnudase de la parte de arriba, mientras me agachaba y me metía la polla en la boca subiendo y bajando por todo su recorrido y apretándola con mi lengua. Mientras la succionaba, acabó de desnudarse, quitándose la bata blanca y el pantalón. Era entonces que dejé su polla libre, y enseguida me fui hacia su despacho. Me eché en el mullido sofá, y más deseosa que nunca, exclamé con énfasis:

____ ¡Métemela hasta el fondo, que estoy a punto ya!

Tumbada le vi venir hacia mí, completamente desnudo y con su miembro erguido, excitándome más al ver aquella hermosa tranca, y por saber que en segundos iba a estar dentro de mi dilatada vagina, follándomela él y follándome su polla yo.

Me dio un apretado beso en mis labios, abiertos; se me puso encima y me la metió con fuerza. Sentía que estaba caliente como yo. Mi coño, de par en par, y su polla, húmeda y lubricada con mis salivas. Lo sentía dentro, atravesándome hasta lo más hondo y saliendo para volver a hundirse en mis entrañas, con sexuales movimientos que me causaban sublimes rugidos. Mi obsesión por follar con mi ginecólogo venía de muy atrás.

Luego de lanzar rugidos, su boca, que hasta ahora sólo se había empleado en mordisquear mis pezones, tapaba mi boca, y su lengua hacía diabluras con la mía, iguales diabluras de su polla a mi coño. De pronto, dos de sus dedos se aceleraban en mi clítoris, con un saber y una maestría que iban más allá de sus técnicas ginecológicas.

Disfruté de lo lindo de dos corridas seguidas, y me habría corrido más si me lo hubiese propuesto. Un espasmo me llegó de improviso, haciéndole cerrar los músculos a mi vulva y retener aquella hermosa polla, lo que le causó una convulsión que a su vez hacía que mi espasmo se alargase más al sentir dentro un latigazo, causado por un chorro de semen caliente disparando a mi vagina.

En mi vida sexual me ha gustado siempre sentir los quejidos o los rugidos que emiten los hombres con los que me acuesto. Y más me gusta sentir cuando descargan su semen caliente en el pozo de mi vagina.

Cuando sentí su enorme miembro escaparse de mi interior y volver a su volumen de flacidez, me levanté y me puse entre sus piernas, abrí los labios y me metí su polla, apretando suavemente los huevos hasta que su ariete volvía a tener la dureza y el grosor necesarios para volver a penetrarme.

Con un deseo que superaba a la vehemencia, me puse a horcajadas sobre él y, bajando lentamente mi pubis, iba metiéndome despacio su glande hasta sentarme encima, siendo yo ahora la que subía y bajaba, y sintiendo su polla entrar y salir a la vez que le iba diciendo que llevaba mucho tiempo esperando para follármelo y comérmelo entero, que me acariciase, que me besase, que me abrazase, y que me comiese las tetas, el coño, el culo, y lo que quisiera y todas las veces que quisiera. Palabras llenas de lujuria, con la idea de excitarle aún más, hasta llegar al extremo de alcanzar juntos una, deseada por mí, sublime culminación.

Y después de aquellos benditos minutos en aquel “San Sofá”, descansamos un poco. Medio repuestos, le dije que le avisaría con tiempo para el trío y que, con independencia de esto, cada vez que viniese a visitarle en su consulta, podríamos repetir la misma “revisión” de aquella tarde-noche.



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