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Sólo escritos eróticos

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Sólo escritos eróticos - Página 3 Empty Re: Sólo escritos eróticos

Mensaje  achl Vie Ago 21, 2020 2:12 pm



Sólo escritos eróticos - Página 3 Escrit78


¡Viva la vida!

“Al fin y al cabo, sólo son tres días y medio los que estaremos por aquí”. Este dicho se suele decir jocosamente en la jerga de la calle

____ ¡Vente Currito, vente! -me dijo Pepelu.
____ No tengo muchas ganas, Maolito, y además estoy bajo de ánimo.
____ Bah. Tú te vienes, que esta noche lo vamos a pasar de puta madre.
____ A dónde?
____ A Sevilla a un sitio guay. Hoy mojamos. Vente, no seas lelo y déjate de tontería.
____ ¿Puedo ir con mis botines nuevos?
____ De eso nada. Te arreglas bien, y te lavas tus... bueno, ya sabes. Además, van a venir el Rafi, el José y el Luis. Verás tú qué fiestón nos montamos.
____ Eso lo hago todos los días, Maolito.
____ ¿Pegarte un fiestón?
____ No, lavarme los... eso, que pareces tonto. Sabes que siempre tienen que estar en perfecto estado de limpieza, que estás empanao.
____ ¡Así me gusta!

Y se fueron y llegaron...

____ Oye Maolito, qué te iba a decir, ¿estás seguro de que este sitio es guay? Parece un poco cutre, ¿no?
____ Bueno, visto desde fuera no parece gran cosa, y es porque estamos hablando de un guay tirando a casero. Pero cuando entremos, verás qué chavalas. Auténticos pibones. Qué te lo digo yo. Impresionante. ¡Mira, ahí están ya los compis!

Delante de una puerta de color morado, entre una carnicería y un videoclub con un cartel de “Cerrado porque no hay más huevos”, estaban el Rafi, el José y el Luis (éste como un Pitbull con gafas de sol a las cinco de la madrugada), con una americana negra y colección verano de bisutería, puesta estratégicamente en sus dedos, cuello y orejas, ah, y en una ceja. Estaba echado en el dintel de la puerta, controlando el percal. Me alegré porque eso quería decir que estábamos hablando de un local decente, donde se vigila la integridad física del personal. ¡Fenómeno este Maolito!

Se me acercó primero el José...

____ ¡Vaya, vaya...! ¿Pero cómo estamos? Como siempre por lo que veo, mu alicatao de cabeza a pies como un marqués. ¡Venga un abrazo joder! ¡Pero qué artista estás hecho! ¿Cómo va ese gimnasio? Te veo más cachas.
____ Ya no estoy en el gimnasio, José. Me borré.
____ Ah coño! ¿Y eso?
____ No había nivel.

El José desapareció detrás de una cortina llena a tope de mierda, con una rubia delgaducha. El Pepelu estaba detrás de un macetón, sentado al lado de una tía que tenía la cabeza entre sus piernas y la movía como si... bueno, no sabría yo cómo explicarlo...

A ver, que yo no quería pensar mal y ustedes me van a perdonar la grosería, vale, pero que vamos que así a bote pronto parecía que le estaba comiendo el nabo, con perdón. La cuestión es que al Pepelu se veía tras el macetón, con el gintóni en una mano y el Marlboro en la otra, y una cara de felicidad que pa qué.

Luego, el Luis, con una jamona con las piernas repletas de varices y las tetas cada una hacia un punto cardinal, se subió escaleras arriba (a saber, dónde). ¡Otro que triunfa!

Y por último el Rafi, bailando con estilo, cubata en la mano, sin derramar una sola gota, ¡cómo tiene que ser!, con dos tías que cada vez que se agachaban se les veía... vale. A esas alturas no estaba seguro del todo, pero como discoteca, desde luego, se me antojaba rarita. Qué pena no haber conocido lugares así cuando era chaval y tenía melena, con unas hembras tan aparentes.

____ Oye, papi, ¿tú quiere que nosotro do nos subamo a un sitio má romántico, mi amooolll?
____ Mujer, yo no quisiera molestar…
____ Para nada, mi amooolll, para nada. Si tú quiere, yo esta noche soy toa tuya.
____ Mira, papi, ¿no te gusta mi cuelpo? –agregó de pronto.

Dicho esto, y sin avisar, metió una mano dentro del sujetador y se sacó la teta más grande del mundo. Si esto no es amor, que venga Dios y me lo explique.

Arriba había un largo pasillo, lleno de puertas a ambos lados. Me metió por una de ellas a un cuarto donde hacía un calor pa reventá.

____ Ay papi tenemos este cualto pa nosotro, mi amoolll. Tiene el aire acondicionao estropeao, tú sabe. Espero no te importe.
____ No pasa nada, Blanquita. Tú no te preocupes.
____ Eres un cielo, mi amooolll. Voy momentito al lavabo, ¿ok mi amooolll?
____ Aquí te espero, reina.

Me quedé en pelota picada y me tiré en la cama. Crujió un muelle. Había un espejo enorme en techo y una caja de condones encima de la mesilla. Y también el mando de la tele. Encendí el aparato esperando que saliese alguna peli porno, para entrar en ambiente y eso, y en lugar de ello apareció en pantalla un tío con barbas, vestido de romano o algo así, con cara de mala leche, y que cogió y le metió una leche a un mulato, bien vestido, y lo tiró a un pozo. ¡Hostia, tú, esto me suena!

____ ¡Blanquita! -la llamo-. ¿Cómo se le sube el volumen a esta tele?
____ Ya salgo, mi amooolll.
____ Mira, así... -lo sube cuando sale del lavabo.

Blanquita estaba mirando hacia Cuenca. Y yo no sabía hacia dónde. Era la primera vez que un culo me cohibía, lo reconozco. Pero es que no estamos hablando de un culo corriente, joder. Eso eran dos enormes bolas de hormigón antiaparcamientos, pintadas de negro, claro. Fíjate que abrí completamente los brazos... y ni así podía abarcarlo entero. Eran dos montañas con un valle en medio. El triángulo trasero del tanga lo veía bien, pero la tira del tanga, inmediatamente después se perdía en las profundidades abismales de esas dos masas de carne compactas.

Porque esa es otra: tras un primer contacto manual, pude ver incrédulo que estaba duro como mármol; y por si fuese poco, respingón. Me agaché un poco para ver dónde estaban las vigas de soporte y... ¡no había ninguna! ¿Pero esto cómo se aguanta? Cosa de bruja era, claro. Le di un beso a mi medalla de la Macarena, me armé de valor y lo miré de nuevo en su total extensión; dos praderas oscuras que se perdían en el horizonte, divididas desafiantes por el Gran Cañón del Colorado, me devolvían la curiosidad, como diciéndome: 'tú, a ver si tienes huevos de no echarme cuenta'.

____ Blanquita, hija, ¿tú sabes que tu culo tiene un trabajo de tres pares de cojones?
____ jijijiji -se reía como una coneja la muy jodía.
____ Mira, vamos a hacer una cosa. Tú quédate quietecita, ¿vale?, porque para esto necesito coger fuerzas, ¿entiendes? Me quitaste antes media vida, y te aseguro que no me voy a dejar la otra media en esta cruzada. Vamos a estudiar la situación y a tomar las medidas pertinentes. Tú sabes lo que te digo, ¿verdad, Blanquita?
____ ¿Así estoy bien yo, mi amoooolll?
____ Perfecta. A ver... ¿hay teléfono en el cuarto?

Después de follar con mi Blanquita, perdí no menos de dos kilos, dos bocadillos de jamón, dos litronas y cuatro dulces. Chorreones de sudores caían de la frente de Blanquita. Ahora bien, hay que decir que todo eso lo perdí muy a gusto, las cosas como son. Más perdieron los espartanos, que no quedó ni uno vivo pa contarlo. ¡Qué les den por saco, por gilipollas! Mucha gloria y mucha leche, pero se les acabó el follar. Hay que ser estúpido. Pero bueno, sea como sea, hay que reconocer que debajo de las faldillas los tenían bien gordos, eso sí

____ Adiós, Blanquita. Dios te bendiga entre todas las putas de Sevilla -le dije y me encaminé hacia la puerta.
____ Ay, ¿pero aonde va, mi amoooolll? Tiene que pagarme, tú sabe. Son 100 pavo, pero a ti te lo dejo en 80 porque me has tratado bien.
____ Blanquita, los novios se tratan bien. ¿Tú no querías ser mi novia?

La enorme negra me miraba con ojos muy abiertos, sin saber qué decir. Desanduve mis pasos hasta la cama, la cogí por la barbilla dulcemente, como en las películas de amor americanas, y le dije:

____ ¿Desde cuándo una novia le pide moni a su amor por un revolcón? ¿80 euros? -continué- 80 pollazos te daba yo a ti, reina, puedes estar bien segura de ello. Pero va a ser que no.
____ Amoooolll, tú no te metas en follones. Yo te amo. Dame los 80 pavo y te hago feliz un ratito más grati. ¿Sí?
____ Tú también tendrás siempre mi amor empinao, como Dios manda, ya sabes… Gracias por tu oferta de todos modos. Otro día si eso vendré con una fiambrera y pastillas de vitaminas; más preparado, ¿sabes?, para ese culo que tienes, '¡qué quita to er sentío!'.

¡Ay, papi! ¡Pero tú antes de irte me va a pagá los 80 pavos, ¿verdá, mi amoooolll?!



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Mensaje  achl Vie Ago 21, 2020 2:27 pm



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Y ella puso música para avivar la cosa  


Era muy de noche ya cuando ella se lo llevó a su apartamento, para con él fabricarse una historia de música erótica clásica. Pero allí no había ninguna historia de música erótica clásica. Si acaso, sólo una historia. La música era… Bueno, ahora lo vamos a dejar, hasta el jadeo clásico del suspense final

Él tenía 19 años, y ella 39 años. Sigue siendo un clásico, no tan corriente, o sí, pero quizás más excitante por el hecho de ser ella mayor que él, bastante mayor, aunque muy conocedora de la mayoría de edad del guapo y bien hecho muchacho. Si no, presa iría por pederasta.

Ahí van seguidamente ciertos rasgos idiosincráticos de cada uno de ellos, pero sólo de una forma somera, aunque significativa:

Ella era una mujer tremendamente sexual, y tremendamente ardiente habituada y acostumbrada a la búsqueda de yogures, para así satisfacer su ansia de sexo, a la vez que iba apagando la constante fiebre que siempre había en su coño. “Con esta nueva presa, es ya excesivamente extenso mi listado”, pensaba

Él era un chico tremendamente sexual, y tremendamente ardiente acostumbrado y muy habituado a la búsqueda de yogures en bote, para así satisfacer con el envase su ansia de retaguardia, a la vez que iba encendiendo su perenne fiebre por detrás. Para él, una mujer así, como ella, significaba un descubrimiento, nunca antes visto y menos aún experimentado.

Ella era una mujer exageradamente guapa y exageradamente bien hecha, pero no era exageradamente paciente. Siempre usaba traslúcidas blusas, de esas blusas que entran ganas de pellizcar unos pezones rosados que asomaban puntiagudos, duros y erectos, mirando hacia “la África Grande y Larga”, por ausencia total de machos ibéricos verdaderos.

Él era un tipo exageradamente guapo y exageradamente bien hecho, e impaciente exageradamente. Su virilidad imaginaba pollas dentro de... Se mordía los labios, a la vez que movía su mano derecha dentro del bolsillo del pantalón, propiciando, en menos de un minuto, un desgarro de gusto. Hasta que de pronto… ¡ah!, soltaba un rugido, y sus vaqueros mojados aparecían en la parte delantera, la portañuela

Ella se sorprendía de la cara de gilipollas excitado que tenía frente a sí.

Súbitamente, él estiró el brazo derecho hacia el tocadiscos y detuvo la música, y, sin ninguna explicación, salió precipitadamente del lujoso apartamento de ella, ante la enorme extrañeza de la hembra, la cual gritaba al aire, con todas las fuerzas de sus pulmones, una especie de lamento impersonal…

¡¡¡Lo he seducido y me ha excitado, pero me ha dejado más caliente que una perra, y al final se ha hecho una paja, el hijo de puta, cabrón, mal parido del coño de su grandísima puta madre!!!

¡¡¡Odio con todas mis fuerzas haberte conocido!!! ¡¡¡No quiero volver a verla nunca más!!! ¡¡¡Maricona!!! ¡¡¡Maricona!!! ¡¡¡Maricona!!!

Pero, transcurridos como unos diez o quince, o quizás veinte o veinticinco minutos se tranquilizaba del todo. Total, ella ya se había masturbado dos o tres, o cuatro veces seguidas. Y ya no había ni ganas, ni música ni polla.



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Mensaje  achl Vie Ago 21, 2020 2:42 pm



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Y eso que no era mi fiesta

Era una radiante noche sevillana de finales de mayo, con luna llena y un cielo cargado de estrellas, y me encontraba yo en una fiesta. Observaba cómo bailaban los chicos y las chicas que habían sido invitados. Esa era una fiesta en honor y como homenaje a mi buen amigo Julio, campeón del “Motocross Sevilla”. Le entregaron una magnífica copa de plata y tres mil euros en dinero efectivo.

Festejaba Julio este título a sus 23 años. Yo tenía dos más. De pronto, me di la vuelta al escuchar las exclamaciones jubilosas de los chicos que miraban a sus parejas de baile, que se movían sexy.

Caminé hacia la terraza, para fumarme un cigarrillo, e iba recordando los buenos ratos con Julio. No era mi fiesta, pero estaba feliz por él. Toda aquella panda, de 21, 22 y 23, danzaba y cantaba. Pero yo no estaba en ese rollo, yo era más reservado.

Cuando acabé de fumar, vi a unos metros de mí a la madre de Julio. Hablaba con otra mujer, que más tarde supe que se llamaba Lola y que era la tía de Julio, hermana de su madre y que estaba recién divorciada. Yegua salvaje la Lolita; tan salvaje que era objeto del deseo de todo macho allí presente, incluido mi primo, que aquella noche me contó que había soñado que le robaba el tanga para luego masturbarse oliéndolo.

Lola era de alta estatura, morena frisando en los cuarenta. Aquella noche vestía sensual vestido celeste, sujeto por delante a sus firmes senos, y la parte de atrás tenía una larga cremallera. No era demasiado ajustado, pero lograba evidenciar las curvas de un buen cuerpo. Iba poco maquillada, que para mi gusto la hacía más bella. Sin poder ni querer evitarlo, mis flechados ojos se iban de su sabroso canalillo a sus descubiertos muslos. El vestido era de unos diez centímetros por encima de las rodillas.

Mientras hablaba con su hermana me miraba. Lo curioso era que al ver que la miraba no se inmutaba, y yo no pensaba retirar la vista. De niño jugaba a mirar a los ojos a las niñas de mi cole, a ver quién cedía primero, por lo que estaba entrenado para eso. Pero la fijeza de su mirada me desconcertaba, y no sabía por qué, pues a juzgar por su forma de mirar... “no, no puede ser una indirecta”, me dije. Había allí elegantes y atractivos señores de su edad, padres o parientes de los chicos, con quien coquetear. “Tal vez los tres Chivas que me he tomado son los culpables de esta loca idea mía”, pensé, y luego alcé mi copa hacia ella, como saludo. Al agotar mi copa, la dejé en la mesa y me fui al aseo de caballeros, con urgencia por aliviar un poco mi vejiga.

Por el momento olvidé a Lola. Pero, después de orinar, grande era mi sorpresa al verla entrar a mi aseo. Me quedé helado. Se disculpó diciéndome que se había equivocado y que deberían identificar mejor las puertas. Le dije que tenía razón, que a cualquiera le podía pasar. “Me da que esto es diferente”, pensé de nuevo, pero mi polla no era ajena a aquello, y ya empezaba a ponerse palo.

Me preguntó si tenía un cigarrillo. Saqué del bolsillo un paquete de LM, cogió uno, le di fuego y sus labios soltaron una bocanada de humo. Dio otra chupada, ahora profunda, se tragó el humo y tiró el cigarrillo al suelo y lo pisó. Argumentando súbito cansancio, se inclinó sobre el lavabo. Su vestido se iba subiendo a medida que bajaba las manos para descalzarse, alegando que los zapatos de tacón alto la estaban matando.

Me gustaban los pies femeninos, y los de Lola eran pequeños y delicados, con las uñas pintadas de azul. Seguía hablándome de algo, que nunca sabré porque no la prestaba atención. Mi atención se centraba en una visión grandiosa…. ¡aquel vestido azul estaba subido hasta la cintura! Podía verse en su entrepierna, sin bragas, un pubis depilado. Y mi polla iba a estallar. La tenía ya lujuriosamente dura y lascivamente al ataque.

Al notar ella que no le estaba prestando atención a lo que decía, me miró, y, creyendo que estaba mirándole los pies, me dijo que si me gustaban. Respondí que eran bonitos. Me preguntó si veía algo más en ella que me pareciese bonito. Mi respuesta fue la más insinuante que se me ocurrió, aun mi cortedad, que no podía evitarla ni con el alcohol injerido. Respondí que su vestido, aunque estaría mejor sin él. Sonreía, pícara, mientras llevaba una de sus manos a su espalda, y, de pronto, el vestido se abrió, porque lo que había hecho era bajarse la cremallera. Mis ojos se salían de sus órbitas.

En ese momento no sabía qué hacer, ni por dónde comenzar para coger la sartén por el mango. Pero fui listo, y práctico también; así que me coloqué en cuclillas y empecé a besarle los pies, mientras mis manos subían por sus piernas y ella se cogía una teta y la llevaba a los labios lamiéndose el pezón. A mil excitado, levanté mi boca y le metí la lengua entre los pétalos de su flor, a la vez que ella introducía dos dedos entre mi pelo, aumentando por esto la presión en su almeja, que no dejaba de palpitar, pidiendo ser pescada con la red de algún macho cabrío, que ahora era yo.

Subí hasta su cuello, alternando besos con mordiscos. Ladeó la cabeza para dejarme trabajar. Le dije que se levantase, pero se paró y, majestuosamente, dejó caer el vestido, para luego empujarlo con el pie. Su desnudez era un paraíso. Sus pechos, firmes y con pezones gruesos, parecían decir ¡cómeme ya! Su coño humedecido pedía guerra. Me abrí la bragueta, y a ella la empujé contra los azulejos. Saqué mi polla, y Lola abrió las piernas. Y antes de metérsela, ya emitía gemidos. Nos acoplamos a un ritmo frenético, hasta que descargamos a la vez, deslizándose seguidamente por los cuatros muslos un reguero de flujos y semen entremezclados.

No satisfecha la fogosa Lola con la primera corrida en común, se inició a hacerme, con maestría, un perfecto limpiado. Le rogué que no me hiciese eso, y menos aún de aquel modo, o me correría de nuevo. Pero como no me hacía ni puto caso, aparté su boca y volví a meterle el palo en su insaciable raja, experimentando esta vez un orgasmo por separado, y como hacía todo lo posible por no dejarme que se la sacase, sola se corrió dos veces más y seguidas, lanzando unos gritos bestiales. Y menos mal que los aseos no estaban cerca de la gente de la fiesta, aunque la música jugaba a nuestro favor.

Podía sentir, entre tantos rugidos, cómo sus fluidos corrían por mis piernas, y cómo las contracciones de su vagina presionaban sobre mi polla. ¡Es que ella se había corrido al menos cuatro veces!

Mientras se iba vistiendo le pregunté si usaba anticonceptivos, pues a pesar de su edad, todavía podía ser fértil.

Cuando acabó de vestirse, calzarse y arreglarse el pelo mirándose en el espejo de aquel “vicioso” aseo, me respondió algo que hacía que mi polla se empinase de nuevo:

____ Al igual que a mi sobrino, me excitan los riesgos. Te lo demostré antes cuando entré a este aseo y no apestillé la puerta por dentro.

Y sin más palabra, sacó de su bolso un bolígrafo y un papel; garabateó nueve números y dejó el papel encima de la base del lavabo. Y como si nada hubiese ocurrido, sin despedirse ni con un simple levantar de mano, se fue por donde había venido. Cogí el papel y en el acto imaginé que sería su número de móvil. Pasados unos minutos salí de los aseos de caballeros, con evidente alivio en mi expresión. Y la fiesta no había decaído, al contrario, seguía con más intensidad.



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Mensaje  achl Vie Ago 21, 2020 2:59 pm



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Y me dijo que sólo era universitaria

A nuestro edificio llegó una vecina nueva, y como presidente que soy de la comunidad de propietarios, me presenté a ella para explicarle las reglas de la vecindad. La nena era lindísima: rubia, alta y un culo, ¡oh!, tetas grandes y firmes y cara de muñeca. ¡Y caliente, que eso se notaba! Tenía 19 añitos, y me dijo que era universitaria. Aquel día vestía vaqueros ajustados y suéter beige. Se había traído a su nueva vivienda una bicicleta estática; sí, de esas bicicletas para mantenerse en forma. Se despidió de mí con un apretado beso en cada mejilla y me dejó… ¡uf, mamaíta… hirviendo!

Pero, a los pocos días, problemas. Resulta que durante las noches recibía a hombres en su casa. Las viejas del edificio eran quisquillosas y empezaban con sus cosas “que si gente rara en los pasillos, que si los coches ocupan los estacionamientos, que si el ascensor mucho sube y baja”. Mi “encantadora” esposa me dijo que antes que tener que soportar un desfile de vecinos reclamando, se iba con su madre.

Un día llegué más tarde de lo normal a casa, y andaba en mi busca un cuarentón. Cuando, por fin, coincidimos me preguntó por “la chica que atendía”.

¡Ay, que la muñequita es putita!’, pensé.

Hablé con ella.

Vestía ahora traje ceñido con escote "palabra de coño", lista para atender. Me rehuía mientras me decía que sí, que era puta de noche, pero para pagarse sus estudios. Seis meses llevaba en el puterío y ya se había mudado siete veces de piso, por lo mismo, por los vecinos.

Le sugerí, por su bien, que “lo hiciese” en otro lugar o que, en vez de recibir gente de afuera, se publicitase entre los vecinos del edificio. Sonrió y me respondió que no era una mala idea.

Súbitamente, alargó una de sus manos hasta mi polla y, mostrando ojos pícaros, me preguntó: “vecinito, ¿quieres ser tú el primero del edificio en degustar los productos de mi negocio?”.

Sin pensarlo, le bajé el escote y, dejando sus grandes tetas al descubierto, le chupé los pezones. Después, me llevó al sofá. Acabé de desnudarla, y allí gocé de lo lindo de su diminuto tanga. Se lo quité con los dientes, y sobre la marcha saboreé y comí por todos lados su almejita pobladita de vellitos rubitos rizaditos.

____ Ay, vecinito, esto no estaba incluido en los servicios.

Pero ya nadie, ni con metralleta en mano, retiraba mi fogosa lengua de su deliciosa raja. Poco a poco iba lamiendo todo al paso. Cuando llegué a sus hermosas mamas con sus pezones empitonados, le dije:

____ Qué cuernecitos más afiladitos tienes, vecinita.

Me desvistió entero, y me hizo una mamada de “Oro Olímpico”. Para sólo tener 19 añitos, sabía cómo sacarle punta al lápiz. Después, nos fuimos a su cuarto; aquello era un auténtico burdel. Había instalado espejos en paredes y techo, y luces rojas y azules intermitentes, además de una pantalla plasma con canal porno. Me puso el condón con la boca, y primero misionero, perrito después, y rematamos la faena con un sincronizado galope, mirándonos en los espejos.

____ Vecinito, espero me ayudes con los otros -me dijo, mimosa, al “acabar”.
____ Tranquila, vecinita. Será nuestro secreto.

Y comencé a vestirme de nuevo, pero siguiendo ella sin soltarme el palo, como si lo quisiese para sí. Es que además de ser una preciosidad con un cuerpo para hacerle la ola, también era más lista que el hambre.

La nena acabó con la gente de afuera y se inició con los vecinos del bloque incluido un abuelo que parecía revivir. Las viejas gruñonas ni piaban, de lo bien que nos lo montábamos con nuestro propio burdel, que disfrutábamos de sexo joven y oculto, y la universitaria se embolsaba sabrosos dividendos. De hecho, 50 pavos por barba, pero a todos les regalaba minutos extras. Y a mí, por ser el presidente, me lo hacía gratis una vez por semana. Claro, es que yo le había ayudado en lo de la publicidad y le compré seis de tangas picantes y también juguetes sexuales.

Los sábados después de almorzar nos reuníamos los vecinos puteros en el piso del único soltero del bloque, que mientras follaba con ella, nosotros bebíamos cerveza y veíamos el partido en la tele.

Las viejas creían que éramos fanáticos del fútbol. Y si las cosas se alargaban, por más gente de la prevista, poníamos vídeos con el sonido alto de viejos partidos de fútbol, para despistar. Y para follar con nuestra imponente vecinita, a veces sorteábamos el orden y así le dábamos más morbo a la cosa.

Todos éramos discretos, y jamás llegó a oído de ninguna esposa nuestros reiterados devaneos sexuales.

Y así, 3 años seguidos. ¡Qué delicia! ¡Qué placer! ¡Me la tiré tanto que conocía cada palmo de sus pieles, cada lunar, cada peca, cada pliegue de su increíble pero creíble anatomía...!

Y nuestra vecinita ganaba dinero y nuestra amistad. Un problema, aunque serio, y ahí estábamos todos a la vez. No tenía nada de qué temer.

Y en el último año “el no va más de los no va más”. Se implantó silicona en las tetas e incluyó el griego en su ya amplio menú.

¿Imaginan ustedes, por casualidad, quién fue el primero en colarla en aquel apretadito ojete?

Mucho lo sentimos todos los vecinos y clientes de la rubita universitaria, con grandes disgustos incluidos, cuando nuestro objeto del deseo más preciado terminó su carrera, se tituló y cambió de ciudad.



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Mensaje  achl Vie Ago 21, 2020 6:29 pm



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Todo empezó en una biblioteca

La Literatura tiene tanta fuerza que une, y no sólo en lo intelectual, también en lo físico, hasta incitar un deseo que haga que las personas se refugien en ella a través de una amistad, precisamente forjada por la propia Literatura.

Mis piernas se abren con irremediable soltura hacia las tuyas, enfundadas las cuatro en tan ajustados vaqueros que parecen parte de nuestras anatomías

Nos habíamos conocido dos meses atrás. No era en un lugar común, al menos para entablar una conversación de coqueteo. Pero ocurrió.

Me encontraba perdida entre estanterías llenas de libros. Como pueden imaginar, estaba en una biblioteca. Para ser más exacta, en una de las bibliotecas públicas de Sevilla. Acariciaban mis dedos numerosas encuadernaciones de diferentes colores, y leía detenidamente cada título, en busca de uno con la suficiente atracción que me llamase la atención para leer su pequeña reseña trasera.

Él me miraba anonadado, como tratando de explicarse aquel tan extraño ritual mío. Yo, sin embargo, tenía mi mirada clavada en la estantería, hasta que él, dulcemente cogía mi brazo, el que yo mantenía suspendido en el aire con el índice guiándose por los títulos, y empezaba a cambiar de rumbo mi extremidad, hasta dejar mi dedo posado en un libro de un aspecto viejo. Sus hojas estaban amarillentas, rozando el ocre, y al abrirlo se podía oler un olor a rancio.

Él me miraba y sonreía.

____ Ese te gustará. Cógelo. A mí me encantó.

A partir de entonces, debido a mi búsqueda de un libro, comenzamos una relación que no pasaba la barrera de la amistad. Nos telefoneábamos para comentar libros, los que comúnmente leíamos.

Pasábamos buena parte de nuestra tarde sentados en un café bohemio, de amplias vidrieras, removiendo el café, medio aguado, que nos servían. Pero qué decir, aun la poca calidad del café, tomarlo en compañía de aquellos ojazos grises hacían posible que su sabor mejorase a cada sorbo.

Corrían los días por nuestra amistad inesperada, comenzada por nuestra pasión por los libros; y a medida que iban pasando, más ganas surgían en mí por besarle y por rozar su cuerpo. Y quizá algo más...

De ese modo, llegamos al momento en el que ahora estamos.

Iba a ser una tarde de otoño como otra cualquiera: libro en mano, ojos puestos en los luceros grises de mi amigo, y una sonrisa en medio de una conversación que me incitaba hasta lo más recóndito del alma. Mis dedos largos, ornados con anillos de bisutería fina y uñas color pastel movían convulsivamente una cuchara, haciéndola rechinar contra el círculo interior de la taza, mientras mis labios se veían atrapados entre mis dentinas y mi mirada encadenada en parrafadas de letras. Enfrente, él me imitaba; sólo que sus ojos, de vez en cuando se posaban en mis pechos, creándose en su guapa cara una sonrisa que quitaría la cordura a toda mujer.

Una de las numerosas cosas por las que me había enamorado de él, era su sonrisa. Con sólo verla provocaba en mí la misma reacción, pero triplicada.

Cogía la taza, y sin levantar la mirada del libro que tenía en la otra mano, llevaba la loza a mi boca y bebía un sorbo, cálido, por no decir fuego. Un suspiro procedente de él me hacía levantar la mirada, ya que pensaba que la lectura del libro le había causado un espasmo. Pero, muy lejos de la realidad; el espasmo se lo había causado yo. Cerraba el libro con intrépida saña y lo apartaba en una esquina de la mesa. Y yo, sin poder salir de mi sorpresa, torcía el cuello y la mirada dejando reposar el libro en mi regazo.

____ ¿Estás bien? -su mano cogía la mía-. Dime que me quieres. Quiero oírlo de tus labios porque hasta que ellos no lo hagan, los míos no confesarán.

Desde aquel mágico momento sabía que nuestra relación había tomado un nuevo curso. Me encontraba confusa; no sabía si levantarme e irme bajo la nieve espesa, o quedarme con él y confesarle mi amor.

Obviamente, si repasamos el prólogo de este relato, es clara mi posición. Me quedé. Pero sin estar aún preparada, decía con palabras románticas lo que sentía en ese momento. En medio de mi discurso, con los grises de él radiantes de admiración y sus manos sujetas a las mías con fuerza, alzaba la mano y echaba la mirada atrás.

____ La cuenta, por favor.

Cuando se volvía hacía mí, de nuevo me cautivaba con su sonrisa.

____ No hables más. No vas a necesitar la palabra por hoy.

Se levantó, y yo, casi sin respiración, hice lo mismo. Me ajusté el gorro, los guantes y la bufanda, me abroché el abrigo y salí antes que él de la cafetería.

____ No sé para qué te abrigas tanto; total, vivo a tres manzanas de aquí y sabes de sobra que pienso desnudarte.

Ese último comentario hacía detenerme en seco, con mis mejillas llenas de rojeces. Una reacción que supongo que era por el cambio brusco de temperatura que mi cuerpo estaba sintiendo: frío gélido, y también un ardor confortable. Volvía pícaro y cogía mi mano, para tirar literalmente de mí.

____ ¡Venga, no seas boba, era una broma!

Suspiraba fuertemente, porque, siempre ingenua, me había creído su aseveración, cuando en realidad era una mentira demasiado obvia como para no ser vista. Pero sonreía y él volvía a regalarme su sonrisa.

Estábamos en su portal, mientras él desplumaba su guante de una de sus manos. Algo normal, pues debía tener más movilidad para manipular la cerradura y la llave. Nada más abrir la puerta, me hacía un gesto de que entrase. Caminaba como mi cuerpo me dejaba, pues la nieve cuajada me había congelado los pies, y mi corazón parecía salirse de mi pecho. Un estruendo, que salía de la puerta de la entrada, me sobrecogía. Pegué un salto. De pronto sentía unos brazos que me rodeaban, y una sonrisa calentaba el helado pasillo con el ascensor al fondo. Susurrantes varoniles palabras a mi oído me llevaban a estremecerme:

____ Te quiero por lo que eras la primera vez que te vi en la biblioteca, te quiero por lo que has sido todas estas tardes de amenas conversaciones, y te quiero por lo que quiero que seas dentro de cinco minutos en mi cama.

Volvía a dar un brinco. Todo empezaba a tornarse caliente. Sus brazos oprimían mi cuerpo y sus pies guiaban los míos hasta acceder al ascensor. Ya dentro, pulsaba la planta de su piso, se volvía y me besaba apasionadamente.

Y llegamos al punto inicial:

Mis piernas se abren con irremediable soltura hacia las tuyas, enfundadas las cuatro en tan ajustados vaqueros que parecen parte de nuestras anatomías

Sus manos empiezan a viajar por mi cuerpo en busca de exploraciones, de conocer cada milímetro de mi anatomía. Me abre el pantalón y sin preámbulo mete la mano. Mis suspiros acelerados le llevan a juguetear con mi clítoris. Le pido, le suplico que pare, pero él sigue moviendo su dedo y mi sexo se calienta y arde cada vez más. Mis piernas empiezan a moverse hacia adelante y atrás, algo que me permite ver cómo la cremallera de su bragueta va a estallar. Mis gemidos pasan a aullidos, dando con esto la bienvenida a una nueva faceta de él.

Coge mi cuello con firmeza y me clava suavemente los dientes en él, mientras hace amago de meterme dos dedos en el sexo, sin llegar a hacerlo, sabe que eso me va a desesperar, que me hará rogar que me lo haga. Mis manos, que hasta entonces no habían participado, empiezan a tocar su bulto, que ya está lo suficiente endurecido. Al hacer tal acción, se ensaya para bajar por mis pechos. Me echa en el sofá y me arranca los pantalones. Me besa con pasión, dulzura y con amor. Una mezcla de sentimientos en un solo beso. Sus manos aún siguen por ahí abajo, hasta que entre largos gemidos se lo pido; le pido que nos hagamos por fin uno. Empero, él, en su vena juguetona, me pregunta jocosamente:

____ ¿Qué es lo que quieres que te haga?

No puedo hablar, no me sale aliento para hacerlo, y antes de que pueda llegar a un orgasmo, deja de tocarme. Mis pulsaciones se aceleran y recobro el aire.

____ Dímelo o así te quedas.

Me dice, con tres de sus pelos mojados pegados a su frente.

____ ¡No, por favor, no me hagas decirte eso, que me pondré colorada!

Acaricia mis hombros y pone un puchero de lo más tierno.

____ ¡Pero si es eso lo que quiero, verte con los carrillos al rojo vivo...!

Cerrando los ojos fuertemente, pero con una excitación incontrolada, se lo repito e incluso con alto énfasis y más explícitamente:

____ ¡¡Penétrame, penétrame!!

Entonces vuelve a él esa expresión pícara que tanto me excita. Baja sus pantalones y sus calzoncillos y empieza a penetrarme. El sofá cruje al son de nuestros gemidos. Mis manos luchan por agarrarse a los cojines y mis uñas empiezan a resquebrajarse. Y todo ello en una mezcla de ambos.

Veo mis ojos marrones puestos en los suyos grises, o al menos los veía antes de aquel polvo tan sincero, tan imponente, y tan lleno de amor, de deseo y de pasión que me dejó marcada para los restos.



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Mensaje  achl Vie Ago 21, 2020 6:37 pm



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¡Cuánto me gustaría tocar el cielo!

Un sólo pensamiento reinaba en mi mente durante todo el vuelo. Con mi cabeza apoyada sobre el marco de la ventanilla de mi asiento, miraba cómo las nubes se iban alejando de la aeronave. Con dos de los dedos de mi mano derecha trataba de atravesar aquel compacto vidrio, para penetrar su textura y seguir hacia arriba. En mi boca se torneaba una suave sonrisa, mientras mi corazón suspiraba la ausencia de un deseo: “¡cuánto me gustaría tocar cielo!”.

De mi sueño, una voz despertó anunciándome la llegada del avión al aeropuerto. Con mi mano en movimientos me despedí de las nubes y volví a la realidad. Entre empujones y prisas, conseguí salir del avión.

Tras esperar casi veinte interminables minutos, pude recoger mis maletas y dirigirme al aparcamiento del aeropuerto, donde un coche de alquiler me estaba esperando. Siempre me había gustado conducir, y en aquella ocasión eran casi doscientos los kilómetros que me separaban de mi destino. No era tiempo perdido para mí, ya que las tres horas de carretera secundaria me iban a permitir poner en orden mi cabeza e intentar aclarar los sentimientos que me habían llevado a experimentar ¿aquella aventura?

Buscaba soledad, tranquilidad y olor a campo. Dos maletas; en una, dos minifaldas vaqueras, tres camisetas, ropa interior, un libro y este bloc. Y en la otra, sandalias, sábanas, toallas y accesorios para el baño y la cocina.

¿Una semana de meditación? Sí, de meditación donde esperaba hallar mi propio yo. Mi yo, que lo había perdido hacía mucho tiempo.

¿Cuántas veces me había prometido no volver a llorar? Pero, como siempre, estaba fallando mi promesa por dejar que unas lágrimas brotasen de mis ojos, deslizándose a través de mis mejillas.

Inútil seguir luchando contra mis sentimientos. Inconscientemente, pensaba en él, en un amor perfecto. Tan a mi medida y del que estaba huyendo, y que me había hundido una vez más en una desesperación. Quería con todas mis fuerzas dejar de creer en el amor, construir una fuerte coraza a mi corazón, protegerme a toda costa de sentimientos extraños que siempre me habían llevado a mi propio fracaso. Sin embargo, esta vez iba a ser todo diferente: “no había amor”.

Sentía el aire en mi cara. El ruido exterior del coche se mezclaba con el sonido de la radio, pero a pesar de esto, mis ojos conseguían sobrevivir a la belleza del paisaje que iba dejando a mi paso.

Nunca debimos permitir que nuestros juegos se nos escapasen de las manos. Creía haber hallado al hombre ideal, pero ahora reconozco que no fui justa con él. Por su carácter, pensaba que era una persona fría, capaz de controlar su corazón, de no enamorarse, y a la que no le haría daño y de la que no tendría que defenderme. No debí haber sido tan cruel con él. El hecho de que no me ofreciese sus sentimientos, no significaba que no los tuviese. Mi egoísmo me hacía sentirme injusta.

Como ocurrió aquel sábado de noche. No necesitaba un niño con quien jugar, yo necesitaba un hombre hecho y derecho y entregado a negarse a mis caprichos, un hombre con personalidad, la cual nadie podría destruir.

Le puse a prueba. Le dejé una nota pegada a la puerta de su casa.

Si quieres dormir hasta más tarde y deseas que te prepare y te sirva el desayuno en la cama, te espero. Si decides venir, pulsa el timbre de la puerta una sola vez, que yo estaré despierta y pendiente de la llamada

O no le apetecería dormir más tiempo, o no querría que le sirviese el desayuno en la cama. Él hacía lo que yo esperaba: no acceder a mis caprichos.

Era el hombre que buscaba. Pero lo veía todo demasiado claro: si uno no da lo que tú quieres, no pide nada. Era perfecto. Con él, yo lo tenía todo; cariño, ternura, sexo y... nada. Por primera vez en mi vida... nada.

Un contrato perfecto para dos que no esperan nada, que no quieren dar nada. Yo era feliz. Tenía ese espacio que no hay en una relación formal: caprichos tontos, salir sin control de tiempo de tiendas, pasear los finales de semanas con mis amigas... Es definitiva, todo lo que desparecía cuando el amor llamaba a mi puerta.

¿Qué pensaba él? Alguna vez estuve tentada de preguntárselo, pero no tenía valor para hacerlo, así que dejábamos que el tiempo pasase y que nuestros encuentros nocturnos amoldasen nuestras vidas.

Comenzaba a oscurecer. Estaba cansada. Desvié el coche y busqué un motel. Cené algo ligero y me fui a mi cuarto. Pero no podía dormirme. El silencio de las cuatro paredes parecía herir mis oídos.

Cerré los ojos intentando conciliar el sueño, pero mi corazón me llevaba al recuerdo de las noches en que nos convertíamos en amantes, fundidos en besos y caricias, y un sobrecogedor cariño nos extasiaba a ambos, y a la vez nos permitía, en un corto espacio de tiempo, eternizar el final de nuestra fusión hasta más allá del infinito, sin pedirnos nada y ofreciéndonos todo, y aceptando únicamente el regalo de nuestra mutua compañía.

No había eternidad para nosotros sin el calor de nuestras miradas, ni tan siquiera un momento que pudiese hacer olvidar el tiempo. No había secretos, ni un sueño, aunque pequeño que pudiese superar aquellos momentos.
Pero las noches acababan y durante los días sólo compartíamos enfados, reproches, rabia e incluso odio. Posiblemente era el miedo a descubrir que además de amantes podíamos ser... ¿amigos?

Debí quedarme dormida mientras amanecía, porque un dolor de cabeza me estaba matando. Me duché, me vestí, me desayuné y el coche recorrió los pocos kilómetros que aún me separaban del olor a campo, tan ansiado por mí.

Era una aldea poco habitada en casas viejas. Dejé mi equipaje en la casa que alquilé y me fui a pasear por sus calles. Demasiado grande era la iglesia en proporción a la aldea. Su puerta estaba abierta, así que entré y me senté en uno de sus bancos.

Y nuestras vidas continuaban. ¿Cuánto? Tal vez un año más. El tiempo pasaba muy rápidamente y nuestros secretos, de muchas noches compartidas, seguían riéndose del amor.

¿Cómo podíamos ser tan bobos e inconscientes? Nadie puede reírse del amor, a él nadie puede sobrevivir. ¿Por qué íbamos a ser nosotros que lo consiguiésemos?

Estoy cansada de recordar, de intentar encontrar una explicación lógica a algo que no la tiene. ¿De qué queríamos huir? ¿De nosotros mismos?

No era necesario continuar alargando la agonía de los recuerdos. El final de nuestra historia estaba sentenciado desde el principio.

“Te quiero”, me dije para mí.

Nunca había visto que él llorase, ni tampoco había sentido su cuerpo temblar entre mis brazos de aquella manera. Con su mano derecha me retiraba pelos de mi rostro, acariciaba mis mejillas tiernamente y me las besaba.

Besos eternos y cálidos que nos llevaba a fundir nuestros cuerpos en uno. Por única vez, no era sólo sexo: hacíamos el amor.

Me abrazaba, me besaba en la boca con los labios cerrados y luego se daba media vuelta. Me resultaba imposible quedarme dormida. Los pensamientos se agolpaban en mi cabeza. ¿Qué era lo que había hecho?

Ni más ni menos que romper nuestra promesa “nada de amor, ni un solo te quiero”. Aquel minuto de flaqueza había acabado con una amistad, una historia cargada de tiempo y de felicidad: un contrato perfecto.

Sentía sus brazos sujetándome fuertemente, su cuerpo desnudo rozando el mío, su respiración intensa pero acompasada y su corazón al ritmo normal, como siempre, sin experimentar ni vivir las emociones.

Yo lloraba. Aquella era nuestra última noche.
Mis lágrimas mojaban sus hombros. No podía permitirme que me viese llorar, que descubriese mi debilidad. Me alejaba, pero él me volvía a abrazar, me besaba en la boca y me decía, como si hubiese leído mis pensamientos:

____ Yo también te quiero.

Tampoco podía dormirse. Me sentía cómoda entre sus brazos, como si el tiempo se hubiese detenido en ese momento.

Pronunciaba mi nombre.

____ ¿Qué? –le contestaba.
____ Nada –agregaba él.
____ Lo siento, nunca debí… -no me dejaba acabar la frase.
____ Nunca debiste decirme la verdad. Somos sólo amigos, ¿no?

Amigos, amantes... Ni nosotros mismos sabíamos ya lo que éramos.

____ No sé -contestaba.
____ ¿Qué vamos a hacer ahora? -me preguntaba.
____ Sólo una cosa, lo acordado desde un principio: que ambos respetemos nuestra libertad.

Sabíamos que el amor no era el perfecto. El amor era el principio de todos nuestros problemas: “yo he dicho”, “tú has dicho”, “llegas tarde”, “de dónde vienes”, a dónde vas”, “prefieres antes a tus amigos/as que a mí”, “eres un/una egoísta”, “no, ahora no, me duele la cabeza...”. Problemas y más problemas que nunca habían existido entre los dos, hasta aquel momento.

____ Sólo podemos hacer una cosa –respondía, finalmente.

Volvía a abrazarme, tal vez por última vez. Se levantaba de la cama, se vestía y sin mirar atrás, antes de salir de nuestro nido, me decía:

____ Adiós.

Por primera vez desde que habíamos empezado nuestra relación no se quedaba conmigo el resto de la noche. Y eso que dicen que el amor no cambia nada.

Lloraba con desespero. No me quedaban fuerzas para seguir luchando, ni siquiera contra el amor. Así que decidí emprender este viaje para tratar de olvidar.

Qué linda es esta Iglesia, pero que frío hace aquí. Me habría gustado rezar algo que me sabía, pero mi indolente memoria se negaba a recordar. Si pudiese recuperar mi corazón con la misma rapidez que mi libertad, todo sería más fácil para mí.

Me arrodille y le pedí a Dios que me ayudase a entender, que me ayudase a saber tomar una drástica decisión, o que me ayudase a olvidar, pero dentro de mí, sólo se repetían dos palabras: “te quiero”.
Dos palabras que, repentinamente, grité con todas mis fuerzas, para así permitir que el eco me las recordase permanentemente.

Cerré los ojos, pero desde todos los interiores de aquellas paredes viejas y húmedas, parecía que una fuerte voz me respondía:


¡Yo también te quiero!


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Mensaje  achl Vie Ago 21, 2020 6:51 pm



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Agente 0069 con licencia para follar  

Me adentro en una calle, poco iluminada por la intermitente Luna, y además con niebla. Debo cumplir enseguida con esta entrega. No sé por qué acepté este puto trabajo. Sólo soy una chica universitaria, sin recursos económicos, pero que procura ser feliz con lo poco que tiene. Pero ahora, gracias a estos envíos, gano dinero por un tubo, aunque estoy corriendo el riesgo de vivir constantemente escondiéndome de la policía y también (lo peor) de la mafia que maneja este negocio.

Camino a pasos rápidos pero silentes, hasta que presiento unos ojos negros que me persiguen. Me giro y le veo... “¡Es él!”, me digo para mí. Él es un mito viviente, sicario de diez chicas, como yo; bello como dios griego y peligroso como navaja nueva. Me persigno, resignándome a mi destino.

Sin pronunciar palabra, me coge de la mano y me lleva hasta su coche. No opongo resistencia. ¡Para qué, si su fuerza es bestial, y su destreza y habilidad para eliminar a chicas, excolegas mías, son legendarias! ¡Estoy perdida!

Me acomoda en la parte de atrás y arranca el auto. Por el espejo retrovisor me mira, deteniendo sus guapos y punzantes ojos asesinos en mis pechos y en mis muslos semi desnudos, apenas cubiertos por una minifalda vaquera. Lágrimas caen de mis ojos. No puedo resistir el miedo. No sé por qué fui tan tonta para dejarme atrapar. Seguramente me equivocaría de ruta.

Llegamos a una mansión solitaria, alejada de todo. Entramos. Es oscura, pero tibia; acogedora, diría yo. Me invita a un trago; mejor dicho, me ordena que lo beba. Me mira y remira con lascivia. Subimos hasta un cuarto, con una cama pomposa, llena de almohadones. También hay estantes llenos de planos, y un arsenal de armas.

No tengo tiempo para inspeccionar nada. Me lanza a la cama. Se desnuda. Su polla está rígida, erecta, lista para todo. La miro admirada. Aun siendo un tío malvado, es precioso: alto, moreno, ojos verdes, torso pétreo… Imposible no extasiarse mientras se mira su anatomía, imposible no loar su durísima, larguísima y gruesísima boa. Es grandiosa, con curvatura natural. Única.

Me quita las botas planas, las medias, el liguero y la minifalda, quedándome sólo en tangas y sujetador. Se va alejando de mí el miedo, convirtiéndose en deseo. Sé que me va a matar, pero antes voy a gozar de su polla y trataré de alargar al máximo mi placer. Espero que sea el polvo de mi vida, para contárselo al sepulturero.

Se arrodilla en el borde de la cama, me coge de los pies y separa los muslos, y ahora, ahí viene lo bueno. Su sabia lengua recorre mi coño, jugoso, cálido, que se llena de sensaciones extremas.

Los primeros latigazos eléctricos me estremecen. Siento cómo saborea de abajo a arriba todo mi cuerpo, parándose deliberadamente en mi coño, y disfrutando mis jugos y mezclándolos con sus salivas calientes. Se dispone a metérmela. Me atrevo a tocar su pecho y su verga, dura y suave a la vez, llena de vellitos lisos. Exquisito, con un imponente olor a macho. Delicioso. Inmortal…

La luz de luna que aparece majestuosa por el ventanal, por encima de la cama, es la única testigo de una intimidad forzada en principio, pero de común acuerdo según me iba follando. Se sumerge dentro de mí en forma rítmica y placentera. Me cojo de sus nalgas, para poder aguantar las fuertes embestidas. Todos los mitos sobre él son verdad, comprobándolo yo ahora. Mis tetas topan una y otra vez con su cuerpo, y no puedo dejar de rugir. El control me abandona por tanto placer frente a cada una de sus estocadas carnales. Hasta que ocurre lo inevitable.

Su suntuoso cuerpo de hombre se va llenando de musculaturas, que se endurecen, transformando sus piernas en patas, y todo ello mientras aún me tiene a su merced. De sus glúteos emerge un rabo gordo y largo, que aterroriza. Su cuerpo se vuelve hacia mí, dándome un placer que me impide separarme de él. Veo ante mí que su boca se alarga hasta transformarse en hocico con afilados colmillos. Mi coño recibe también su cambio, creciéndose más su ya enorme verga dentro de mí. No puedo soportar y estallo de placer y dolor a la vez. Grito con desespero para desahogar mis sensaciones al ser atravesada por semejante semental.

Al meter su descomunal polla en mi pequeño coño emito gritos, pero más de dolor que de placer. Aúlla dolorosamente mientras descarga semen en cantidad dentro de mi coño, excesivamente dilatado ya. Se va muriendo por tan monstruosa, y tan repentina transformación, causada por una Luna llena, que era una de las novias despechadas de este monstruoso lobo sicario, que era el encargado de asesinar a las agentes intermediarias de la policía de Sevilla, como yo. Pero, por suerte, yo me he librado y además me ha follado y bien follada que he quedado.



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Mensaje  achl Vie Ago 21, 2020 7:04 pm



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Mi vecinita de arriba

¡Joder, en este puto junio en mi ciudad hace un calor achicharrante! Como me he cansado de dar vueltas y más vueltas en la cama y mi esposa se pega a mí como lapa en celo, me voy a levantar ahora mismo y me voy a ir a la terraza, y a ver si allí corre un poco el aire, porque por muy acostumbrado que se esté de vivir en esta calurosa Sevilla de mi alma, y sabiendo cómo se las trae los veranitos por estos profundos pagos, no hay diablo que aguante este fuego.

Ya en la terraza, me acomodo en una hamaca playera y después enciendo mi móvil Apple12 Mpx, con cámara dual de gran angular y teleobjetivo. Enseguida activo el aparato GPS y cargo el programa ese para ver las estrellas.

Mi granuja GPS apunta a la más cercana, a la más espectacular, a la que parece más asequible, y a la vez informa a mi miembro viril para que me diga inmediatamente el nombre de ella y la constelación a la que pertenece.

De pronto, veo una que brilla más que ninguna. No sé… no sé… Apostaría que no es una estrella. Tiene que ser... tiene que ser… ¡Claro, coño, una mujer!, mi vecinita de arriba, que está más buena que el jamón Jabugo. Por algo me ordena mi mujer que no la mire, ni siquiera de lejos…

Las mujeres son las que siempre mandan, y más aún la mía, que no me queda más cojones que obedecer, si es que no quiero verme castigados perennemente de por vida a catar su coño.

Mi vecinita, Estrella se llama, con rapidez de meteoro aparece en bolas; bueno, no exactamente en bolas, con blusa negra, tanga rojo, bajado, y sujetada la tira con las manos por detrás a mitad del culo. Con su coño y sus pitones mirando hacia África (por aquello de los negritos con descomunales nabos), me pregunta:

____ ¿Está usted mirando las estrellas, vecinito?
____ Sí, vecinita.
____ ¡Qué forma más tonta de perder su tiempo! Yo que usted lo emplearía en algo más adecuado, más de aquella manera, más excitante…
____ ¿Qué quieren decir sus palabras, vecinita?
____ ¡Ande, ande, suba usted que le voy a enseñar, tan pronto llegue a mi casa, una ardiente estrella en forma de coño que sé que es usted la única persona de toda la urbanización que aún no conoce!
____ ¿Y mi señora, vecinita? ¿Qué le digo?
____ Usted sabrá. Pero su recatada señora vino ya por aquí tres veces.
____ ¡No me diga!
____ Sí le digo.
____ ¡No me lo puedo creer, vecinita!
____Pues créaselo, vecinito. Ah, también han subido a mi casa su hijo y sus tres hijas y la novia de su hijo y los novios de sus tres hijas.

¿Quién dice que hay algo más rápido que la velocidad del reluciente y ardiente coño de mi despampanantemente maciza vecinita de arriba?



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Mensaje  achl Vie Ago 21, 2020 7:14 pm



Sólo escritos eróticos - Página 3 Escrit86


¡Alabado seas siempre, cabaré!

Gruesos cordobanes de cuero repujado ocultaban azulejos verdes y azules, hasta la altura de una cenefa con un tallado jeroglífico de plata y púrpura.

En un piano de nácar, Susi, con el cuello de un cisne negro, rodeado de granates brillan joyas chispeantes. Susi, con ojos como maldiciones y escorzo de garza negra tocando semi desnuda el piano, parece pantera con gargantilla de rubíes.

En el mismo piano, Lola, perla del folclore andaluz toca y tararea coplas. Aparecen libélulas de cristal, y la caja de música resuena por dentro como un ruiseñor. Lola tiene ojos azules y lilas en las pupilas y un cielo nipón constelado de nubes blancas. Cigüeñas huyen en sus ojos, y sus manos son blancas y amarillas como marfil.

Rosa, en tanga blanco como paloma blanca en nido blanco, lleva orquídea en pelo; parece somnolienta, sueña colibrí que liba sueño de ópalo y turquesa rodeada de tilos y almendros. Cojines son de seda oro, y sillones de terciopelo granate.

Lina, íntegramente desnuda, se abanica con un plumón de pavo real, lleva un único zarcillo con un jade verde translúcido engarzado en un cisne. Miles de ojos la miran, excitados, y los sudores en sus grandes mamas brillan como ámbar.

Curra se mira a un espejo dorado y se espolvorea en las mejillas blancas crema rosa, sus labios son fucsias con gota de miel. Da vuelta a marco de espejo, que brilla bajo lámpara de araña, que deslumbra.

A su lado Lida, sólo en tanga de bikini, coge frasco con perfume y espray con pera de goma gris, y se rocía cuello. Su cuello es arabesco y lleva un collar de esmeraldas que le aprisiona la garganta y le cae hacia sus tetas sudorosas que brillan como el Guadalquivir en Sevilla.

Carmen lee libro porno, uñas de gata en celo pasan páginas de porno grabado, hay en hoja un Apolo, víctima de Sodoma, y un rayo luz atraviesa vidriera cristal celeste.

Pepa, con hermoso lunar en su seno derecho, lee en un catecismo los sermones del Vaticano, se ve en sus ojos verdes un manantial de jacintos rojos, y sus implorantes labios descubren exóticos su jardín predilecto. Tiene un chucho en su regazo. En un jarrón de alabastro, rosa nívea exhala mariposas de alcanfor. En un brasero, furioso rubí quema semillas de alhucema y hojas de menta fuerte.

Conchi escribe poemas, tiene una pluma de águila con el cálamo gris, la moja en un tintero violeta que brilla como sus ojos, su melodía tiene cariátides gigantescas y atlantes de granito, majestuosa balaustrada y frontispicio de ángel esbelto, dragón mitológico lanza rayos, y una hecatombe derriba un muro ciclópeo. Conchi, con su taparrabos parece una luna en forma de serpiente, blanca y marmórea.

Un reloj de arena de oro acaba de soltar su último grano, es un reloj de platino con un dios falso esculpido en jade. Cati se da la vuelta y lanza al aire un hondo suspiro. Su boca entreabierta muestra labio carmesí y su pelo es tan rubio como sol. Vestida de seda colorada, borda en un pañuelo blanco un clavel rojo reventón.

Filo, lacia se entretiene con solitario, y el as de diamante se refleja en espejo granate de sus labios. En sus ojos, la noche oculta demonio fantástico que caza tigre de fuego que baila encima de ascua roja. Y en escena, toda envuelta en armiño, Luna, que saluda alzando mano enguantada en rojo.

Y el piano suena con más intensidad: ¡alabado seas siempre, cabaré!



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Mensaje  achl Vie Ago 21, 2020 7:36 pm



Sólo escritos eróticos - Página 3 Escrit87


El amor la llevó a lo que siempre quería ser

Pensaba ella que había perdido su odio, hasta que 16 años después lo volvía a recuperar, y era cuando entonces se desataba con intensa furia una enorme tempestad en sus adentros más profundos.

Era un día corriente como cualquier otro en la vida de una estudiante de un pueblo pequeño: levántate, despierta a tu hermanito, haz las dos camas, dúchate, vístete, achucha al enano para que termine el desayuno, mira que el perro tenga comida y agua, desayuna, vete al colegio, no pienses; sobre todo eso, no pienses... Ella misma se decía que estaba loca.

Su nombre clínico era una depresión crónica. Su madre solía decirle a menudo que simplemente era una paranoica. Eso era, más bien un improperio de aquella imbécil señora, que siempre hablaba más de la cuenta.

Hacía relativamente poco tiempo que ella, la hija, tenía relación sentimental con su mejor amigo, Carlos.

Buscando que la dejasen en paz y también a Carlos, se inventó esta relación, que no llegaba a nada. Y lo peor era que ambos lo sabían y, aunque trataban de fingir que se amaban, la verdad salía a relucir en el hecho de que siempre preferían calentarse las manos en bolsillos, en vez de ocuparlas en “otras cositas. En las noches dormían cada uno en su casa; en el cine, cada uno se sentaba, indiferentes, en su butaca y ni siquiera palomitas compartían; a ella le engordaban, y él era alérgico.

Perdón, aún no la he presentado...

Tiene muchos nombres, pero en el instituto todos la conocían como Tina. Carlos era el chico guapo y aplicado de último curso, y a ella aún le faltaban varias asignaturas del curso anterior. No se caracterizaban por ser una pareja armoniosa, ni siquiera en sus inclinaciones sexuales. Pero esto era algo que a nadie importaba y que pocos o ninguno conocían.

____ ¿Has visto a esa?

Mila, la amiga de Tina, se hallaba apoyada en la taquilla contigua a la de su colega, masticando chicle, y su efluvio se mezclaba de vez en cuando con su respiración y con el sonido de sus palabras.
Tina se giraba al ver pasar a la que aludía Mila, que era una chica del último curso. Tina la conocía porque estaba en la misma clase que Carlos.

____ No pareces contenta hoy -dijo la otra chica.

Tina volvía a su taquilla a buscar una cosa, haciendo caso omiso de lo que le decía su conocida, pero no apreciada.

____ Mila es heterosexual, es como darse contra la pared -susurraba entre dientes de nuevo la conocida.
____ Perdona, pero hay gente que ignora su condición -decía Tina.
____ Sí, esto pasa mucho en los políticos... -farfullaba, molesta.
____ No entiendo por qué te opones a mi relación con Samanta...
____ Sólo me preocupo por ti -respondía-. Odio más encontronazos. A este paso, todo el mundo se enterará de que somos... de otro costal -cambió el rumbo de la frase al ver qué pasaba un grupo de alumnas de la ESO. Mila arrugaba la nariz, en señal de protesta
____ No salir del armario te va a matar, nena -ahora se interpuso entre la dueña y la taquilla. Con gesto altivo le quitaba la llave-. No puedes vivir huyendo de continuo de lo que somos -añadía.
____ Mi terapeuta lo define como “rectificación de la propia imagen”. No me voy a convertir en lo que no quiero convertirme -agregaba.
____ ¿Dónde has leído tú eso? ¿En comecoco.com, quizás? No tienes ni idea. Tienes que dejar esas sesiones, no te hacen bien. Échale un buen polvo a Susi y verás qué pronto se te quitan las depresiones.
____ ¡Qué me dejes en paz!

Trataba de quitarle la llave, pero Mila la esquivaba y las tiraba lejos. Tina fue tras ella mientras su amiga quedaba parada de brazos cruzados. Al agacharse, topaba con una mano en torno a su llave.

____ Se te han caído -una cara excesivamente guapa de tez morena, un pelo negro lacio y unos grandes y bellos ojos verdes, todo ello en un cuerpo escultural, esa era Susi.

Quedó sin palabra; odiaba esa sensación y también a ella. Mutuo era el sentimiento. Pero después descubrían que el odio no es un sentimiento contrario al amor, sino algo apasionado que despierta fuego, un sentir que arrasa por dentro y acaba con todo. Un fuego eterno, un fuego de pasiones que revivió 16 años más tarde, para ocurrir lo que entonces pospusieron para mejor ocasión.

Oscurecía temprano, o tal vez llegaba tarde. 16 años con su conciencia dormitando, escondida en el muladar de los recuerdos. Casi todo lo había conseguido: una casa, un trabajo, su propia galería de arte: unos cuantos cuadros desgarrados por la tinta, algunas esculturas retorcidas en un orgasmo homérico en silencio…

En sus cuerpos se plasmaba toda esta pasión, toda esa carne que habían olvidado y evitado durante 16 años, 16 largos años con sus largas y húmedas noches, con sus paranoicas visiones de una desconocida mujer morena que le atrapaba el alma, que se comía su carne cruda, que la reventaba en sueño y que le hacía el amor una y otra vez hasta dejarla rota, seca, fuera de combate...

Se despertaba completamente empapada, y con ansia de una ducha de agua fría o de seguir durmiendo durante tres días más. Nunca supo quién era la desconocida, jamás la encontró, quisiera o no, aquella muchacha le recordaba su lado olvidado, su instinto primario le despertaba un odio hirviente, que no era sólo una máscara que ocultaba la verdad primigenia de una persona sensible y oculto dentro de su caparazón. La verdadera Tina pugnaba por salir a la superficie. Quería gritar, quería salir corriendo, salir de su cáscara, quería ser libre, quería volar, quería recordar lo que a base de medicamento había logrado olvidar. Aunque había sido ligeramente feliz, sentía en su interior que tenía una deuda pendiente. Algo estaba por ocurrir, que, sin duda, iba a cambiar el resto de su vida.

Su padre solía decirle que las personas van al teatro para escuchar lo que realmente ocurre fuera, porque sólo tras el escenario podrían vislumbrar un abismo de verdad, lejos de la falsedad y la hipocresía del vulgo. A veces, la única manera de decir la verdad es mintiendo como una bellaca. Tina estaba a punto de descubrirlo.

Hacía años que no iba al teatro, pero algo la llevó aquella noche, quizá la empujase el aburrimiento, las palabras de su desaparecido padre o el hecho de que alguien la invitase a ir.

Cuando puso los pies en el recinto supo de verdad el porqué de que había ido allí. Le bastó una simple mirada para ver de lejos el fruto de su inconsciencia, el objeto de sus pesadillas, sus fantasías ocultas, la propulsora de su auténtico yo, que, a cada paso que daba, hacia las gradas estaba más fuera de su cáscara.

Susi, allí estaba vestida con ligero atuendo blanco. Una rabia empezó a recorrer sus venas que pinchaba su sangre. Endulzaba sus labios con el hierro de la propia. Los labios se le resquebrajaban, debido al frío y la sequedad, su lengua se teñía de su escarlata, y ella se hundía en su butaca. Su vagina estaba humedecida, hasta llegar a resultarle molesto. Intuía lo que iba a pasar y sabía por qué había ido allí: a saldar una cuenta pendiente de 16 años atrás.

Una noche de mucho calor, a punto había estado de cambiar el odio por la pasión. La misma mujer que vestía de blanco y pronunciaba intrincadas y poéticas palabras, la bella y hermosa Susi. Si la viese Mila...

Todo se cubría de niebla, y aparecía la sombra que se hacía más nítida a cada paso que daba hacia ella. Las luces se iban apagando en forma intermitente, hasta dejar un leve destello que se paseaba a su antojo en la carne de la hermosa morena, que estaba quitándose el maquillaje, sin mirarse al espejo. La intuía, conocía el destino, sabía que estaban allí, solas de nuevo, pero esa vez sería para unirse de una vez por todas.

____ ¿Te gusta el teatro de mi padre?

Era su explicación directa por la ausencia de gente, tras la función. Dejaba a un lado sus dudas, dejaba por una vez que su odio saliese a flote. Susi la sujetaba mientras ella trataba en vano de descargar su rabia contra la culpable de todo de la absurda historia, la cual había ocasionado que su madre la hiciese ingresar en un hospital durante los mejores años de su vida, hasta que, queriendo o sin querer, olvidase lo único que de verdad siempre había querido. Susi vio en sus ojos su historia, en sus lágrimas su pecado, y en sus temblores su pasión, su deseo, su virginidad...

____ Eres virgen... -lo dijo casi sin darse cuenta.

Tina quedó paralizada, con su sexo palpitando, enloquecido y húmedo. Enrojecida por la vergüenza, intentaba zafarse y salir corriendo, pero apenas se sostenía. Susi la besaba tiernamente, a la vez que bajaba la mano por la espalda de ella, hasta llegar a abrazar la redondez de su culo.

Tina suspiraba. Su odio luchaba contra la pasión que hervía en su corazón, en sus venas, arrasándolo todo, quedando eclipsados aquellos 16 años de depresión. Sus palabras y sus caricias anestesiaban su mente. Quería a Susi, la única persona con la que quería morir de deseos, de orgasmos, de locas humedades...

Temblaba, pero Susi estaba convencida de lo que hacía, Tina se moría de ganas, de miedo. Sentía la mano de Susi recorrer su cuerpo por encima de la ropa. Apenas si respiraba, estaba acelerada y la angustia la mordía. Susi paraba y la miraba.

____ ¿Qué te pasa, cariño?

Tiritaba de amor frente a sus palabras. Se abrazaba más a ella con ansias de sentirse amada. Le decía dulcemente que estaba asustada, que muchas veces había soñado con ese momento, tantos años soñando que se hacía mujer entre sus dedos.

Susi acarició sus labios con sus largos dedos finos y después los besó. La cogió entre sus brazos y la condujo al escenario. Improvisó un lecho, que cubrió con pétalos de flores y una ligera manta. La desnudó lentamente, mientras Tina temblaba, la besó, la mimó y la acarició, mientras le susurraba bonitas palabras. Cogió entre sus manos sus pechos, turgentes y ávidos de besos, devoró su carne, recorrió cada curva de su cuerpo y hundió su lengua en la parte más sensible de su anatomía. Tina lloraba de placer. Sentía que su cuerpo se convulsionaba. Susi la alejó de todo y la llevó por fin a la paz que llevaba tantos años buscando. Por fin había tocado el cielo y Susi era su ángel de la guarda. Esa misma noche la hizo mujer, le quitó la pureza, y a cambio le brindó la libertad, le recordó todo lo olvidado, y le hizo aceptar lo estipulado en un contrato de una felicidad incumplida: aceptación, paciencia y entereza.

Al poco tiempo de aquello se casó con Susi, demostrando así al mundo entero que un verdadero amor nunca se olvida, y que el mundo juega sus cartas para hacernos topar con él todas las veces que quiera, y así darnos cuenta de que si encontramos el amor verdadero no debemos dejarlo escapar nunca.

Tina había permanecido dormida 16 años, que bastaron para entender que su odio siempre había sido amor, que de no haberlo aceptado se hubiese destruido. Pero con su aceptación, había alcanzado la paz y la visión entera de la vida, como nunca había sentido. Y ahora era feliz.

Y seguirían permaneciendo felices hasta la eternidad, si su corazón y el corazón de su único amor, su encantadora y encantada Susi, siguiesen palpitando el uno por el otro.



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Mensaje  achl Vie Ago 21, 2020 7:43 pm



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El hijo de mi hermana vino a visitarme


Mi sobrino se quedó a dormir anoche en mi casa, y ya me tenía con las patas abiertas. A decir verdad, me tenía cachonda desde el momento que le vi. No le veía desde que tenía 14 años, y ahora volvía a verle a sus 22, y fue una experiencia llena de morbo; tan varonil, tan serio él, y tan gracioso a la vez. Con su guapo aspecto a tope de masculinidad y con ese olor a macho y a pasiones ocultas.

Yo tenía 37 años, pelo rubio teñido en una melena por encima de los hombros, culo redondo y firme, y tetas, entre medianas y grandes, pero muy sensibles al contacto de una buena lengua.

No tenía novia, pero, según me contaba mi hermana, todos los findes se iba por ahí con alguna chica de su edad, por lo que le suponía ducho en tema sexo. Me ponía caliente con sólo imaginarme sus habilidades en la materia, humedeciéndoseme el coño cuando me hablaba con su grave y seductora voz.

Ese día hacía mucho calor. Era una primavera casi estival, y yo andaba por casa con camiseta transparente que dejaba traslucir pezones, y minifalda vaquera, debajo de la cual llevaba un tanga, del que salían algunos pelillos del pubis.

Estaba tumbado en el sofá, con su portátil sobre las rodillas insertando poesía en un foro de Literatura. Me acerqué más a él y vi que estaba dormido, o eso parecía. Para mi ilusión, esperaba que fuese lo primero.

Me senté junto a él y me quité la camiseta y la minifalda y me quedé sólo en tanga. Le desabroché despacio el cinturón. Y como el portátil estorbaba, se lo cogí de las rodillas, sigilosamente, y lo puse sobre la mesa de centro.

Una vez desabrochado, mi mano se metió entre sus calzoncillos cogiéndole lo que yo tanto deseaba. Y vi que era tan grande como suponía. Mi otra mano, llevada por el deseo se deslizó por el borde de mi clítoris, que ya estaba rabioso. Llevé la mano a mis tetas y empecé a pellizcarme los pezones.

Él entreabrió los ojos. “¡No puedo creer que se despierte ahora!”, pensé, y presurosa me retiré intentando arreglarme la ropa antes que despertase del todo. Pero no me dio tiempo...

____ ¡¿Tía Mónica qué me hacías?! ¡¿Por qué está mi pantalón desabrochado?! -me preguntó, mirándome, entre retraído y sin embargo deseoso.
____ No lo sé... Cuando vine al salón te vi así... -como pude respondí eso.

Me miró fijamente.

____ ¡Pero estabas vistiéndote! ¡¿Qué hacías?! -preguntó de nuevo.
____ Nada. ¿Qué piensas que estaba haciendo?

Se levantó del sofá y se quedó mirándome. Ni se preocupó en subirse la cremallera de la bragueta.

____ ¡Tía Mónica, yo no soy un tonto, me estabas tocando la polla; no mientas!

Por un momento tuve miedo, un profundo miedo y una creciente vergüenza. Al fin y al cabo, es de la misma sangre que yo, por lo que no debía hacer una cosa así.

____ No sé de qué me estás hablan...
____ ¡Calla! -ordenó interrumpiéndome, pero me cogía suavemente la cara.

Me dio un profundo beso en la boca, con su lengua buscando la mía.

Al principio no entendía, pero después me sentía desfallecer de gusto. El cabronazo de mi sobrino besaba de puta madre. Su lengua recorría la mía con desbordante deseo, volviéndome cardíaca de pasión. Queriendo me dejé caer sobre el sofá y él se echó a mi lado.

Sus dientes mordisqueaban mi cuello, lo ladeé para dejarlos hacer, mientras que un rugido salía de mi boca. Mi coño estaba a punto para una primera corrida.

Una de sus manos se paseó por mi vientre, apartándome la camiseta. Luego, subió lentamente, destino a mis tetas. Ese día no me había puesto sostén, por calor, y en ese momento me alegré de no haberlo hecho.

Júbilos de gusto salían de mi boca, mientras su índice tocaba mis afilados pezones. Me cogía una teta con el resto de la mano y la echaba hacia arriba. Le pedía más, entre jadeos y espasmos incontrolables. Mi tanga era ya una fregona.

Apartándome de él, me quité todo, quedándome totalmente desnuda, y enseguida le desnudé. Se quedó mirándome el coño, abierto, a la vez que yo deseosa su polla, que era larga y gruesa, con su glande suave y rosado, que ya estaba impregnado el meato de una pequeña cantidad de líquido seminal.

Se inclinó hacia mi coño, y yo me incliné hacia su polla, en un delicioso “69”. Luego, cogí su polla entre mis manos y, lamiendo sus huevos, me la metí entera en la boca, succionando con lentitud y fluidez. Él suspiró sobre mi clítoris, a la vez que lo lamía con la lengua, de arriba a abajo y de izquierda a derecha, chupando con fuerza. Me dejé ir, dando resoplidos de gusto. Hasta que más pronto de lo esperado una nueva y salvaje corrida aparecía, desembocando como río en su boca, que él tragaba cada gota de mis fluidos tibios.

Quité la polla de mi boca y, jadeando, le pedí que me follase, que yo quería su polla dentro de mi coño. Se irguió y delicadamente me la metió entre los labios, hasta el fondo. Dejé escapar un grito, anudando mis piernas a su espalda. Se echó sobre mí y chupó mis pezones, al mismo tiempo que ambos comenzamos a movernos con acompasada sincronía.

Pocos vaivenes bastaron para que alcanzar al unísono un nuevo orgasmo para mí, y el primero para él, gritando y jadeando.

Con los últimos espasmos de aquel interminable orgasmo, me acerqué a su cuello y le di unos mordiscos y le arañé la espalda, hasta causarle algunos hilos de sangre, que, lejos de quejarse, le hacían rugir de placer.

Y después, durante algunos minutos seguíamos besándonos, estirados uno al lado del otro para tratar de recuperar la normalidad en nuestras respiraciones. Y a la vez mirándonos a los ojos con una sonrisa de felicidad, y también de vergüenza por mi parte. Nos prometimos repetir. En ningún momento me dio por pensar que estaba cometiendo un acto de incesto, pero si lo hubiese pensado, me daba igual. Allí sólo había un hombre soltero y una mujer divorciada follando porque eso era lo que nos pedían nuestros sexos; el mío, necesitado de polla; y el suyo, simplemente porque que le gustaba follar coños, además de que veía que yo le hacía tilín.



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Mensaje  achl Vie Ago 21, 2020 7:59 pm



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Mi primo Javier

El teléfono fijo, reposando en la mesita del salón de mi casa, en Huelva, empezaba a sonar muy temprano insistentemente aquella mañana de sábado, cuando todavía estábamos acostados y dormidos

Desperté y, presurosa, le di al botón del supletorio sobre la mesilla.

____ ¡Paula, hija! -gritaba mi madre-. ¿Sabes que se casa tu prima Luchi?
____ Sí mamá -alejé el auricular de mi oreja como una medida terapéutica- Ya me ha llegado la invitación -respondí.
____ Se casa aquí, en Sevilla, en la Catedral, así que podrás parar en mi casa con tu...
____ Novio, mamá. Y se llama Julián.
____ Eso, hija, Julián. Y vendréis a la boda, ¿no? -notaba incertidumbre en su voz-. Aunque a ti no te va eso de los casorios...

Julián se incorporó y me miró con los ojos cargados aún de sueño.

____ ¡Joder, que son las siete de la mañana y es sábado! -airado, se dio la vuelta.

____ Viene tu primo “el Chulo” -seguía mi madre-. Y viene solo, por cierto. Se ve que la vida le va bien. Gana muchísimo dinero.
____ Mamá, mejor será que le vayas llamando Javier, no vaya a ser que se te escape “chulo” y vas a tenerlas con él -espeté, un poco molesta.

Luego de varios intentos fallidos por despedirme, logré colgar. Puse al tanto a Julián de la charla. Mi novio, que es gracioso –y lo digo con retintín-, se revolcaba entre las sábanas, como riéndose de la situación.

Javier era el único hijo de mi tío Josema. No teníamos relación estrecha con ellos. Habían emigrado a Madrid y desde su ida apenas si nos veíamos. De vez en cuando recibíamos noticias suyas. En Navidad, las felicitaciones del rigor popular: “angelitos gordos, virgencitas fluorescentes...”.

Cuando tenía yo 13 años, aparecían por Sevilla a pasar las vacaciones en casa de mi abuela. Javier me caía como un tiro desde que le veía. Era tres años mayor que yo, pero deslizaba sobre mí su mirada de “adulto condescendiente”. ¡Jo, que era ya casi una mujer!

Luego supe que me llamaba “pelotitas”, y sólo porque conservaba la redondez de la niñez. Y esto me jodía tela marinera, porque en plena adolescencia no sienta bien que te traten como renacuajo, sobre todo porque el que me lo decía era un “chulo” rechoncho con la cara picada por el acné.
No volví a verle hasta cuatro años después. Mi tío Josema llamó a casa y habló con mi madre, su hermana:

____ Ángela, al niño le ha tocado hacer la mili en Sevilla, y, como tú comprenderás no puede estar subiendo y bajando Sevilla Madrid y viceversa cada dos por tres. ¿Te importaría que pare en tu casa durante los permisos de los fines de semana?

Mi mami, que tenía vocación de Madre Calcuta, aceptó que Javier durmiese en casa siempre que quisiera. Pero no creo que la idea le entusiasmase a mi primo, pues mi madre era la que inventó el mote por el que todos llamábamos a Javier: “el chulo”.

____ ¡Vaya chulo que está criando tu tío Josema! Se cree alguien porque vive en la capital -se quejaba mi madre.

Un viernes se presentó en casa de mi madre vestido de militar. Estaba en Infantería y llevaba ladeada con chulería la boina negra de los Cuerpos Especiales.

Lo que nunca nos explicó él era que tenía un destino de chupatintas, en el que no tocaba un fusil ni por error. Pero Javier había cambiado físicamente. ¡Vaya si había cambiado!: estilizado remangada la camisa caqui marcando bíceps. Yo ya era toda una mujer y, sin modestia, a mis 17 años era un bombón.

Javier me miró de arriba a abajo un rato largo.

“Ahora sí me miras, ¿no chulo?”, me pregunté para mi interior, pero ante él sonreía con fingida amabilidad.

____ Bienvenido a tu casa, Javier -esto sí le dije a la vez que le daba los típicos besos, uno por mejilla.

Podía ser yo de pronto cínica e hipócrita, no bien me lo proponía.

Javier se hospedaba con nosotros todos los findes, y se comportaba conmigo como un hermano mayor: a veces, insoportable, o encantador cuando le salía de la polla. Jugábamos al parchís después de comer, arropados con el paño de la mesa-camilla, mientras mis padres dormían la siesta. Caída la tarde salía con sus amigos y volvía a casa antes de las doce.

Una tarde me excusé por ir al baño. Javier llevó sus labios a mi oreja, tan cerca que sentía su aliento, que me erizaba la piel.

____ Cuando bajes, “no traigas bragas puestas”.

No me atreví ni a mirarle. A mis 17 años era aún muy inocente. Sólo me dedicaba a estudiar y nunca acompañaba a mis amigas a discotecas. Mi relación con los chicos se limitaba a los intercambios de miradas, sonrisas o charlas tontas y breves, quizás por el atolondramiento de la edad, llamada “la edad del pavo”.
No le obedecía y él no hacía por averiguarlo, pero desde esa tarde no era capaz de pensar en otra cosa. El morbo de las cuatro palabras… “no traigas bragas puestas”, me tenía alterada, mientras él permanecía en el cuartel.

El sábado siguiente, en mitad de una partida de parchís amenizada por una sinfonía de ronquidos en estéreo de mis papás (dormían siesta en butacones, a ambos lados de la mesa), si yo subía a la planta de arriba a por algo, Javier repetía:

____ Cuando bajes “no traigas bragas puestas”.

Subí cual autómata los escalones que conducían a la planta superior, pues vivíamos en un dúplex.

“Paula, que te conozco, ni se te ocurra”. “Pero es que no dejo de pensar en eso todo el tiempo”, me decía y yo misma me respondía.

Hacer tamaña locura con mis padres cerca de nosotros, tranquilamente durmiendo su siesta, era la excelencia del morbo.

Pero me la metí. La locura en la cabeza, matizo.

Bajé nerviosa hasta el salón y me senté a su lado. Pero, de pronto, temblábamos los dos mientras veíamos la tele, cuando sentía su mano subiendo por mis muslos y con decididas intenciones de escalar a más...

Nunca había sentido algo así. Un anticipo que se veía venir me hacía jadear. Javier me acariciaba los muslos y seguía subiendo. Sus dedos recorrían todos los pliegues, que hasta ahora habían permanecido territorio virgen e inexplorado.

No sabía qué me estaba pasando. Yo era inexperta e ignorante en materia del sexo, porque mi educación en colegio de monjas había logrado que sintiese el peso de la culpa por “actos impuros”, que nos machacaba el cura a diario. Javier me tocaba y me retocaba por todos lados y se paraba en mi coño, lo que me hacía sentir como una descarga eléctrica. Oleada de placer sacudía de punta a punta mi anatomía, y si no gritaba era porque él ponía la palma de la mano en mi boca.

Esto se repetía cada sábado durante los dieciocho meses en los que Javier hacía su servicio militar en Sevilla.

Pensaba toda la semana y a todas horas en la mano lujuriosa de Javier -siempre la derecha- recorriendo la ruta peligrosa hacia mi coño. Nunca quería salir conmigo, nunca me pedía que le lamiese la polla, ni siquiera que se la tocase, nunca llegamos a besarnos. Cuando acababa mi dulce suplicio, subía a ponerme las bragas y bajaba y seguíamos con el parchís, tratándome como “su primita pequeñita”.

Acabó su servicio militar y regresó a Madrid, y pasaron un porrón de años, y ya no nos volvíamos a ver. Hasta el día de la boda de mi prima Luchi.

El seis de septiembre acudíamos toda la familia a la Catedral.

Yo, que siempre iba uniformada con mis vaqueros azules, elegí para la ocasión un vestido largo, rojo y ceñido. Estaba muy morena de playa, y las curvas de mi cuerpo se marcaban. Mi canalillo era objeto de miradas, tanto de pichas como de rajas. Mi Julián me follaba a diario y por eso me mantenía joven y feliz. Lo cierto y verdad era que yo estaba muy buena. Todos los que acudían a la boda me decían que a mis 36 estaba más guapa, y más hermosa que nunca.

Mi Julián, que tenía mucho de brujo, me miraba desde todos los ángulos posibles, y me decía, en forma de pregunta:

____ ¿Quieres que tu primo se cabree por la mujer que se perdió?

“No lo admitirá, aunque le claven astillas en las uñas y le quemen un huevo a fuego lento”, pensé. Y después respondí a mi pareja:

____ No me importa mi primo, sólo me he esmerado en todo para ti -ronroneé, en un vano intento de disimular mi azoramiento.
____ ¡Sí, sí, ya, ya! –exclamaba doblemente “sí” y “ya” sonriéndome.

Llegamos a la entrada de la Catedral. Saludamos a los familiares que no veíamos en años. Nuestras vecinas criticaban los modelitos de todos los chochos que pasaban frente a ellas. La Avenida de la Constitución se hallaba llena de chicos y chicas que bebían y hablaban alegres sentados en terraza de alrededores. Momentáneamente constituíamos una distracción para ellos.

Miraba entre el gentío sin hallar a Javier. Imaginaba al mismo hombre alto y guapo con algunos años más. “¿Será ahora un maduro interesante, sólo con alguna arruga y con las sienes plateadas?”, pensé.

Miré a mi Julián. No quería que se percatase de que el recuerdo de los magreos de Javier, bajo la mesa-camilla, seguían siendo una cosa atrayente para mí.

De pronto, alguien me tocó el hombro con delicadeza. Al principio no reconocía al hombre que intentaba llamar mi atención: estaba pasado de peso, y el botón de su chaqueta amenazaba con salirse disparado, si simplemente él tosía. Su cabeza era un poema falsete peinado con un horroroso flequillo que le cubría la frente y teñido de un rubio imposible. Bigote y perilla con pocos pelos, y una sonrisa de fumador dejaba ver unos piños desiguales que nunca se habían citado con el señor Colgate. Me largó dos largos sonoros besos, uno por mejilla:

____ ¡Prima Paula qué guapa vas, tú y yo nos lo pasábamos bien con el parchís! -me guiñó el ojo-. Debimos salir juntos. ¿No lo lamentas?

Miré desde lejos a mi Julián que, elegantísimo con su traje azul marino, hablaba con dos de mis primas, más jóvenes que yo.

____No, no lo lamento -respondía, me daba media vuelta y me alejaba de él.

Con la misma inercia me acercaba a mi Julián por la espalda, lo abrazaba por detrás, le daba dos mordisquitos en el cogote y le decía a sovoz, entusiasmada:

¡Macizo y guapo novio mío, ¿sabes algo?! ¡Hoy no llevo bragas ni sujetador! ¡Así que, cuando a tu hermosa y fogosa polla le salga de ella misma, puede follarme por detrás o por delante, o por ambas concavidades, una vez que encontremos por ahí algún rinconcito oscuro y solitario!


Y he aquí a mi primo Javier el día de la boda



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Mensaje  achl Vie Ago 21, 2020 8:06 pm



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Gente depravada

Tras la puerta cosecha la lascivia que coagula la pasión, rea en la mazmorra del deseo.

Escondido detrás de una mugrienta cortina de plástico de un herrumbroso y semi abandonado matadero, Aníbal fue testigo ocular de la despiadada violación a una adolescente de apariencia gazmoña y remilgada.

Lloraba a mares, mientras cinco mastodónticos la encadenaban a un desconchado pilar y profanaban la flor inexplorada de su inmaculada virginidad.

Cuando daban fin a la escabrosa parafernalia de aquella atrocidad inhumana que inventaban para vehicular su voracidad vesánica, se desprendían del mefistofélico halo para investirse de ínfulas de falsas y ufanas respetabilidad farisea

Sola quedada tendida como un pingajo, incapaz de moverse, ni de proferir palabra, como si con el ultraje a sus carnes los matones se hubieran quedado también con su voz desgañitada.

Aníbal la miraba durante las dos horas que permanecía en aquel sórdido matadero, sollozando, con su semblante mundano y trivial, anegado por las lágrimas.

Su enjuto cuerpo temblaba, cual junco mecido por brisa. Aquello había ocurrido en la Sierra Norte de Sevilla, hacía más de veinte años.

No la había ayudado, sólo era un niño pusilánime sobrecogido por el turbión de la ferocidad asoladora de aquellos cinco humanos, por llamarles de algún modo, que estaban plantados en sus facetas más monstruosa y degradada.

Aún recordaba su cabello rubio veteado de finas hebras ondulando su humedecida faz, distorsionada por el espanto. Era su pelo un velo que cubría una desnudez o un rostro poco agraciado que se ocultaba por pudor.

Desde aquel día era succionado por la intensidad de aquel instante, reteniéndolo, cautivo, reviviéndolo con una mezcolanza de fascinación y repugnancia.

Desde entonces se sentía hechizado, adicto a la obsesión del observador alienado; esclavo del recuerdo, evocando la desdicha de la plañidera colegiala, devastada por cinco energúmenos encapuchados, y hercúleos como titanes.

En Marta había encontrado su reverso perfecto; la mitad pútrida de la manzana que le ensamblaba. Ella gozaba del mercadeo que la denigraba a la nefanda condición de baratija intercambiable en manos de machos rijosos, sin escrúpulos ni moral.

Marta le permitía mirar, espiarla a hurtadillas, clandestinamente, mientras se retorcía desbocada, o gemía convertida en marioneta contorsionista, o cuando se convertía en piel fustigada y en carne expositora profanada y vejada.

Escondido tras paredes o murales de salón, oculto como espectro en el interior de un armario o bajo apaleados somieres, invisible tras puerta contigua de un cuarto, Aníbal volvía a ser el chico medroso que fuese testigo de tan brutal violación.

Marta rozaba el éxtasis con machos de identidades anónimas, sabiendo que Aníbal estaba cerca, mirando, como un mirón apadrinado, convertido en lascivia reprimida y pasión coagulada, prisionera en la mazmorra del deseo. Su relación consensuada se gobernaba estrictamente por dogmas y preceptos inquebrantables:

Aníbal jamás podría participar en las sesiones de doma y masoquismo, a las que ella se daba con diligente docilidad, cual sierva sumisa que pretendía ser para sus amos; dueños de su cuerpo, de su mente, y hasta de su vida.

Tampoco lo pretendía, porque su naturaleza era apocada. Su fruición emanaba de la estática observación, cual centinela de barro o efigie de hielo apostada en rincón, que sólo pudiese mirar con vidriosos ojos inertes.

Los privados ocasos sicalípticos de pletórica voluptuosidad le mantenían proyectado en un pasado encendido cual faro a medianoche, excitado y fascinado, vibrátil cual antena receptora de estímulos lujuriantes.

El Marqués No entraba a zancadas en sórdida sala de tortura, rebufando cual bestia encolerizada. Su aspecto torvo y despiadado le confería halo tenebroso de verdugo medieval que gozase con la execrable misión de infligir dolor.

Tenía un torso fofo y acolchado, como una almohadilla revenida. Su envergadura se asemejaba a la de un rinoceronte. Sus piernas eran achaparradas, y la testa, calva y ovoide se arrellanaba indolente sobre el pecho, frente a la ausencia de un cuello robusto que la sustentase.

El remozado y maloliente habitáculo del garaje, venido a calabozo medieval, estaba paupérrimamente iluminado por un único fluorescente parpadeante que pendía de un techo sucio cual tarántula mutante.

En el suelo se formaban infinitos charcos de aceite, los que a Aníbal se le antojaban regueros de sangre de una reyerta entre clanes enemigos.

Marta oscilaba en el techo, suspendida boca abajo cual res sacrificada. Si bien, de su semblante dimanaba expresión de beatitud estática, como si estuviese en medio de un trance de trasvase espiritual, su exuberante desnudo era como un pergamino de moratones y tumefacta piel bermeja supurante. Sólo su rostro permanecía incólume al sádico castigo del troglodita torturador.

Aníbal se removía inquieto, tras un bastión de bidones al apercibirse del sufrimiento que soportaba su aliada exhibicionista. Eran evidentes las rajas que habían dejado en su piel los infinitos latigazos que el inmisericorde le infligía con sátira bestialidad.
Marta aullaba de dolor a cada bofetón o zurriagazo con varas de metal, de madera o de plástico inflexible.

Pero no mutaba su expresión de sumisión y anuencia. Su cuerpo temblaba, oscilaba sostenida por gruesa cuerda que laceraba tobillos y muñecas de la pobre chica.

Sus piernas estaban tan separadas y abiertas en un ángulo forzado que parecía que se fuesen a romper en cualquier momento.

El Marqués No la miraba feliz. Se relamía los labios, cual si contemplase humeantes platos de gran buqué dispuesto sobre la mesa de un refectorio.

Se acercaba a una mesa, sobre la que reposaba un arsenal de cachivaches eróticos, de dimensiones inconcebibles y formas de lo más extravagantes.

Dejaba una ristra de bolas de plástico duro engarzadas a una respetuosa alineación a través de un cordel, cogía un raro artilugio mecánico con sus tentáculos metálicos que al juntarse producían sobrecogedores chispazos.

Aníbal temía lo peor, sentía como el gaznate se le constreñía, rea de pavor y placer.

El marqués No manipulaba con sus dedos de carnicero la tórrida cavidad pélvica de su abnegada sierva, que se retorcía de placer, a la vez que él aplicaba una pequeña descarga en su entrepierna.

Aquellos elongados brazos metálicos picoteaban su piel produciéndole chasquidos de tormenta, creando chispas azules y verdosas que parecían avispones eléctricos.

Donde aquel cuerpo adolescente se mostraba rebosante, proyectaba el artefacto su ira, aguijoneándolo, atormentándolo, mortificándolo con incisivas dentelladas.

Donde las descargas eléctricas desencadenaban sufrimiento y convulsiones, la piel quedaba tumefacta, carmesí como sanguinolento coágulo.

Marta empezaba a balbucear entre sollozos terribles; lloraba como cuando chiquilla adolescente era vejada en el matadero abandonado.

Aníbal no podía soportar más, debía ayudar a su amiga. El sadismo extremo estaba yendo demasiado lejos. No podía permitir que la matara. Marta sufría terriblemente.

Aníbal salía de su cueva vociferando mandatos imperativos, cual implacable jefe. El marqués No lo miraba, socarrón y presuntuoso, con lástima.

Le dejaba avanzar, le permitía que representase su papel de súper héroe al rescate de su princesita arrebatada.

Aníbal podía vislumbrar un segundo la cara de Marta. Lo que descubría en sus ojos, sin embargo, no era agradecimiento, sino enojo, vergüenza y decepción.

Aníbal no lo entendía. El Marqués No quería desgarrarla como si fuese una becerra sacrificable, y ella, por algún motivo, parecía satisfecha y anhelosa por seguir con su martirio voluntario.

Esos instantes de vacilación los aprovechaba el torturador para atenazarle con sus poderosas manos y propinarle un puñetazo espantoso en el estómago.

Aníbal quedaba en el suelo arracimado, cual ovillo de lana tosiendo, resollando con dificultad. Intentaba levantarse, escapar de aquel santuario de depravación y dolor, pero el Marqués No volvía a inmovilizarle con brazos duchos en liza.

De pronto, los tentáculos eléctricos le reventaban la espalda, simplemente con una sola descarga, aunque portentosa.

Cuando abría los ojos, mareado, exhausto, se apercibía horrorizado de que pendía de un gancho, boca abajo, desnudo, a merced de aquel despiadado carnicero.

Marta le espiaba tras la barricada de bidones, expectante y orgullosa de su amo.

El Marqués No hacía restallar en el suelo un pavoroso látigo de cuero, se relamía los labios y descargaba el primer correazo, y así hasta diez seguidos.

Pero en Marta podía más la valentía y arrojo de su defensor de siempre que el gusto que le daba su supuesto amo. Le estaba cogiendo cariño.

Con fuerza inusitada salida de lo más hondo de su ser, se quitaba como mejor podía sus correajes y cadenas, le daba un fortísimo empellón al Marques No, que caía en un agujero profundo. Desataba a Aníbal de sus ataduras, y juntos huían los dos corriendo sin rumbo fijo.



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Mensaje  achl Vie Ago 21, 2020 9:47 pm



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Las Alas de la Mente

La noche en la que el frío le era ajeno dentro de su habitación, el calor invadía cada poro de su piel, sintiendo humedad en sus partes más íntimas, ante la foto que tenía entre las manos, intentando ser parte de ella y de su entorno. Era él, estaba allí de nuevo entre los pliegues de su memoria, cabalgando entre sus deseos cual foráneo errante y romero, pero a la vez tremendamente familiar.

Sabía que no era posible, que no podía tenerle, pero tampoco quería reconocer que se había enamorado.

Su corazón le decía que se había enamorado del suyo, pero no echaba cuenta. Sólo quería limitarse a sentir, olvidar la cruel existencia por un día, una noche, y volcar de nuevo todas sus pasiones como en el pasado cuando no temía entregarse a aquel hombre por completo.

Se desvestía despacio y no quería evitar pensar en el hombre que ahora invadía su mente. Completamente desnuda miraba el cuerpo de él, cada tramo de su piel, y se iba hacia el cuarto de baño.

Entraba a la ducha, abría el grifo y sentía cómo el agua recorría su cara y bajaba por su cuello, regando sus tetas, acariciando sus pezones y endureciéndolos al paso, y seguía su recorrido más allá del espacio en el que se halla deseosa de ser poseída y amada por el hombre que sigue en su mente. Deja sus brazos a un lado, con la cara hacia el chorro de agua que cae, disfrutando de la lluvia, segundo a segundo.

Debajo de la ducha, su recuerdo era más intenso por vez, evocando la mirada de él, la sonrisa de él. Cerraba los ojos y lo veía. La boca de él, sin poder soportar las ganas de besarla, la sentía latente dentro. Sus manos se oprimían al contacto de la esponja recordando su pelo, húmedo como agua, húmedo como su cuerpo, húmedo como su clítoris… y éste tan duro como imaginaba estaría la polla de él.

Enjabona entonces sus manos, pasando la esponja con gel aromatizado de jazmín y rosas, refregándosela por su cuerpo. El contacto suave con agua tibia sobre su piel no le impide pensar que él es el que está tocando su cuerpo de joven amante, que tanto placer le había regalado y que hacía que perdiese los sentidos, sin controlar sus primitivos instintos de mujer ardiente.

Luego de unos minutos, se quitó el jabón del cuerpo, cerró la ducha y salió de ella, cogiendo de camino una toalla para secarse. Se escurrió un poco el pelo, todavía goteando de cristalina agua, y salió del cuarto de baño.

Con lentitud camina hacia su dormitorio, sus delicados pies dejan huellas húmedas a medida que avanza. Cuando llega se recuesta en la cama, mirando de nuevo la foto. Y allí está él, sonriente, vestido de traje, sentado cómodamente en el patio de su casa con su portátil sobre las rodillas. Pasa a la siguiente foto, y de nuevo está él, saliendo de la ducha con el pelo revuelto y el pecho desnudo, y húmedo también, como se siente ella. Con la yema del dedo acaricia su torso, sin poder evitar que un suspiro escape de su alma.

Dando media vuelta se pone boca arriba a todo lo largo y cierra los ojos, sonriendo. Sus manos se posan en su rostro, y siguen sus labios acariciándolos con los dedos; dos de ellos entran en su boca para luego salir lentamente de ella.

Siguen así bajando por su cuello, acariciándolo a ambos lados un buen rato, y bajan después hasta la línea de sus pechos. Se detienen un momento, y después giran acariciándolos en todo su contorno, hasta llegar a sus pezones. Una exhalación de placer escapa de su cara, que aún sigue con los ojos cerrados.

Los acaricia unos minutos en todas las direcciones. De vez en cuando, los dedos, índice y medio de una mano, se apartan para entrar en su boca y después bajar húmedos hasta sus pezones y fortalecerlos con nuevas pasiones, que por entonces su cuerpo ya había traspasado el umbral del éxtasis dos veces.

Sigue acariciándose las tetas, pero una de sus manos acaricia ombligo, estómago y vientre, con lentitud. Sus manos eran las suyas, pero el pensamiento era de él, y sólo disfrutaba con la ansiedad de llegar hasta lo más hondo de sí.

Finalmente, su mano derecha acaricia primero sus piernas, y luego sus pantorrillas, hasta llegar definitivamente al calor de la pasión, a lo más mojado y deseado.

Sus piernas se separan levemente para más libertad. Dos dedos de su mano abren los labios vaginales, empapados, calientes y suaves de una intimidad perfecta, hasta llegar al clítoris, erecto, sensible, sutil, como caricias que él le haría en persona.

Su respiración se dispara, su boca no resiste y deja libre los rugidos que sólo ella oye pero que él siente, y deja que su mano cobre vida metiendo primero un dedo, a dos pasando y finalmente a tres, que entran y salen arrancándole aullidos animalescos de placer y de felicidad.

Y allí está su mente en él y él en su cuerpo, incontenible hasta que pierde el control de su cuerpo, separa más las piernas y alza un poco las rodillas. Unas contracciones rítmicas de un potente y salvaje orgasmo la invaden, arrasando garganta y manos, empapadas en un deseo puro y perfecto.

Después de esto siente un leve pero agradable mareo de felicidad, pero el orgasmo sigue, interminable. Y cuando cesa, sólo se limita a abrir los ojos: esas dos esferas azules cristalinas que él tanto adora....

Finalmente, mira y remira de nuevo la fotografía de él, pero ahora la mira y remira con una jadeante sonrisa en los labios. Él está a miles de kilómetros de la casa de los dos, pero se ha producido el milagro de una mezcla del deseo carnal, pegados los dos, y un buen polvo telefónico en la distancia. Y así van sobrellevando su amor carnal hasta que él regrese nuevamente junto a ella.



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Mensaje  achl Vie Ago 21, 2020 10:01 pm



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Las Calienta... eso

¿Habéis conocido a alguna mujer de un aspecto realmente imponente y os habéis preguntado por qué no tiene pareja?

Las hay que siguen solas, Es un enigma saber por qué no tienen pareja. Algunas, porque así lo quieren ellas, pero existen motivos que explican esta situación.

A veces topamos con alguna que exuda erotismo por todos los poros su cuerpo, que nos dejan sin aliento, que atemoriza su atractivo. Sexy las llaman. ¿Pero por qué muchas de ellas están solas?

Podría ser porque estén comprometidas, aunque en la distancia, y es por esto, que no busque un hombre. Pero, a pesar de eso, nos da por inferir que las atractivas son superficiales y engreídas. Y si ambos casos son verdad, no deberíamos arriesgarnos a invitarlas a salir.

Es cierto que, en ocasiones, son abordadas por mentecatos: los únicos individuos confiados para acercarse a una mujer así. Estos pelmazos arrogantes, son los que en realidad consiguen que estas mujeres se cansen de interaccionar con hombres que no sean como ellos.

El inconsciente colectivo masculino dice que las despampanantes se hartan porque encuentran a demasiados atrevidos que sólo quieren una cosa de ellas: cama.

Las hay también que no quieren comprometerse, lo que nos invita a pensar que, si son tan seguras, tendrán estándares altos y querrán esperar al hombre perfecto, y no irse con el primer mercachifle engreído y guaperas que aparezca en su camino. En mi caso, de perfecto no tengo nada, más bien lo contrario. Me auto defino como el perfecto ejemplo de lo imperfecto.

Es cierto que existen las llamadas calienta... eso, que se podrían definir como las que tienen como conducta femenina la de provocar a los hombres, sin perseguir nada a cambio; es decir, por puro gustazo de poner en práctica su poder de seducción. Son de esa clase de mujeres que deliberadamente estimulan deseo sexual en hombres, sin ninguna intención de satisfacerlos. Generalmente, estas mujeres coquetean con todo lo que se menea, y son las mismas que te dirán en última instancia “disculpa, te has confundido”. Pero, seguramente, son las que dejan palabras insinuantes en las redes sociales que dan a entrever que “están dispuestas a todo”.

Desde la teoría de la biología evolutiva se especular sobre los comportamientos tan contradictorios en las mujeres, consistentes en llamar la atención con sus atributos, a la vez que renegar de la atención si sólo se basa en sus atributos.

Advierte la sabiduría popular (la jerga de la calle) que las mujeres en el fondo nunca se ponen guapas para gustar a los hombres, sino para salir airosas y triunfantes en sus permanentes competencias con las otras mujeres.

Pero es necesario añadir que el sexo, literalmente hablando, lo usan por motivos de conveniencia en busca de otros objetivos, siempre de interés personal.

No se han inventado todavía un antídoto contra las calienta... eso, pero me da que los hombres tampoco quieren que se invente.



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Mensaje  achl Vie Ago 21, 2020 10:06 pm



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Las Chicas Malas


Desde la observación de los comportamientos de las “chicas malas” se pueden sacar algunas conclusiones, pero matizando que en todas las reglas existen las excepciones.

A los hombres en general les encanta decir abiertamente que “las chicas malas” son difíciles y que les gustan los chicos malos.

¿Pero y ellos? ¿Acaso no hacen lo mismo?

La conclusión fácil es que a los hombres les van las “chicas malas” o por lo menos las chicas que los tratan mal. A éstos les gusta, hasta cierto punto, sentirse rechazados, porque ven en ellas como una “meta”; es decir, se esfuerzan más por conquistarla.

Ese dicho de que las chicas buenas van al cielo a veces resulta poco atractivo para el género masculino. Por eso hemos escuchado miles de veces que ellos prefieren a las “chicas malas”.

¿Cuál es el perfil de “las chicas malas”?

Las “chicas malas” se tratan maravillosamente bien a sí mismas, y sienten que tienen derecho a todo lo bueno. Si queda una última porción de tarta advierten “tiene que ser para mí porque al fin y al cabo soy la que más ansia tengo por comérmela”.

Las “chicas malas” se sientan a la mesa de un restaurante y eligen un menú por la columna de la izquierda (los platos), y jamás miran la columna de la derecha (los precios), porque esta es una costumbre de perdedoras.

Las “chicas malas” no piden perdón ni se excusan, y si meten la pata se disculpan, aunque nunca dan explicaciones de lo que han hecho.

Las “chicas malas” son gente divertida. Todos reirán por lo que ellas dicen. Pero que nadie ose reírse de ella.

Las “chicas malas” don dulces sin ser blandas; compasivas sin ser serviles; tolerantes, siempre y cuando no se espere que toleren cosas que las incomodan, y ante esto, no callan.

“Las chicas malas” son exigentes con los demás y consigo mismas, y sacan lo mejor de cada persona, porque los otros se esfuerzan en caerles bien, aunque sólo sea porque les temen. Bueno, eso de “les temen” es relativo.
“Las chicas malas” son independientes, inteligentes, listas…, y siempre se muestran fuertes. Es más, lo que más les gusta es precisamente mostrarse fuertes.

“Las chicas malas” saben de sobra que no existen límites ni trabas para ellas. Suelen decir: ‘los obstáculos están para sortearlos; los sueños están para cumplirlos’.

Y lo que es evidente para todo hombre que sea hombre es que “las chicas malas” son guapas y están muy buenas, aunque algunos no lo exterioricen y sólo se les queden en el pensamiento.



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Mensaje  achl Vie Ago 21, 2020 10:16 pm



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Lo que quieren ellas que les hagan ellos durante el sexo

A la mayoría de las mujeres le resulta complicado admitir qué es lo que más le gusta que le haga un hombre en la cama.

Sentirse sexy
Toda mujer necesita sentirse deseada. Pero sentirse sexy no es siempre tarea fácil. A veces, ellas se despojan de su propia sensualidad. Ocurre, por ejemplo, que se van a la cama como si fuesen a fregar. Se avergüenzan de su cuerpo o temen al ridículo de ser sexy. Pero los hombres tienen que colaborar para que se sientan sexy, que les digan cuánto les gusta su cuerpo, que les atraen, lo bella que la ven. Verán que el efecto es súbito: ellas serán más activas en la cama, y los dos lo pasarán mejor.

Tiempo
Tardan más. Es crucial que haya un clima propicio de caricias, palabras, besos En cambio, ellos en la mayoría de los casos sólo con pensar en el sexo alcanzan la erección. Pero ellas necesitan más tiempo para eso. Cuando los juegos previos son apropiados, logran la lubricación vaginal y la erección del clítoris, que es un órgano vital en la sexualidad femenina.

Besos, cariños, mimos

La realidad es que necesitan sentirse mimadas y consentidas. Les excita y se sienten reinas siendo besadas mientras copulan, que ellos les transmitan que ese momento es más que algo físico, que hay intimidad, que hay sentimientos involucrados…

Que descubran sus zonas erógenas

Todas tienen un lugar en su cuerpo que cuando son besados se les ponen los pelos de punta y les dan escalofríos. Para unas el cuello, para otras la nuca, y las hay que pierden el sentido con lamidas en pezones.

Sexo oral
Muchas quieren hacerlo, pero pocas lo piden. Se sienten en la gloria. La lengua del hombre lamiéndole el clítoris, es el preámbulo de una corrida segura.

Palabras de alto voltaje

Las palabras “sucias” en la intimidad son excitantes. ¿A qué mujer no le gusta que le digan cosas? Les fascina, las excita, las hace sentirse únicas. Una palabra, una frase dicha en el momento más oportuno, derrite a la más gélida o frígida.

Sentirse satisfecha

Para ellas es vital que para ellos sea importante su propio placer, y para esto que
ellos se esmeren en complacerlas, que las exploren.

Mirarlas
Que las coman con la mirada o las miren tiernamente, la sensación es sublime. Para la mujer que la miren es importantísimo. Y no sólo porque se ponen más calientes, sino porque necesitan “saber” que su macho está ahí, con ella.

Hacerle el amor
Para ellas, hacer el amor significa que se sienten realmente amadas. Trasciende lo meramente físico, y el placer es total: corporal, emocional y espiritual. Hay hombres que aman a sus parejas y no saben hacerlo, y esto ocurre porque que ellos están preocupados por su propio egoísmo, lo que les hace olvidar que un beso profundo, una sonrisa tierna o una caricia, o todo a la vez, las da muchísimo placer.

Ellos eyaculan y todo termina
Nada las hace sentir peor que cuando su hombre salta de la cama cuando descarga. Ellas necesitan que luego las besen, las acaricien, las abracen…

Ellas saben que ellos, una vez que han descargado, entran en ese período refractario que incluso pueden quedarse dormidos, y esto les causa ternura, pero también podría causarles rechazo si ellos, sin nada de verdadera urgencia que hacer, se levantan como un resorte y las dejan solas en la cama.



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Mensaje  achl Vie Ago 21, 2020 10:20 pm



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Lo recuerdo todo

Recuerdo un cuarto y unas batidas de sexo un lluvioso día de abril. Las gotas dibujaban etéreos paisajes en el cristal de la ventana. La nevera ofrecía rubias cervezas que anticipaban placenteros tragos, los cuales reducirían la resaca. Las blancas y negras teclas de un piano blanco repartían por todos los rincones la melodía de un “Me embrujaste” de ensueño

Recuerdo en especial un beso y un suspiro, y también los caídos pétalos de una rosa en el olvido. Y te recuerdo muy especialmente a ti, llegando al cuarto y oculta en los márgenes del tiempo, envuelta en la bruma de mis sueños.

Recuerdo tus sonrisas cómplices, tus insinuantes miradas de pecaminosa pasión, y la capacidad que tenías para hacer de un simple cuarto un palacio, donde la pasión y la lujuria eran las majestuosas invitadas de nuestros juegos de amor.

Bebíamos aquellas estimulantes rubias. Tus movimientos eran como una fascinante coreografía de una sensualidad, eran seductores hechizos que me trastornaban los sentidos, con la magia que sólo se desprende de una auténtica mujer: tú. Y sonreías ocultando la belleza en el enigma de tus labios, y en el negro absoluto de tus bellos y cautivadores ojos.

Sobraban las palabras, el silencio era el preludio de un altar, donde la piel y el alma se unían en una excitante plegaria al placer. Era testigo directo de cómo la brisa de tu aliento se iniciaba en las rutas de la pasión, de cómo el más leve o insignificante vaivén era el sendero por el que suministrabas la savia que alimentaba todo mi ser. Era entonces cuando entendía que podía pasar toda una eternidad atrapado en los brazos de la más hermosa de las mujeres. ¡Ironía de la vida!

Ahora no soy nadie, sólo la traza de días feos en un pasado y agobiante fuego de una angustia inmisericorde. Formo parte de un vacío que modela tu ausencia y de las inquietantes sombras, que se pegan al sufrimiento de un presente, que sólo se amamantan de las repulsivas mamas de la Parca.

Todavía continúas en mí, amándote. Todavía sigue mi pecho abierto, todavía siento mi desgarrado corazón, desangrándose en el tuyo, que se transformaba en un cáliz hermoso del que bebía hasta calmar la sed, y tu vientre de platino era el plato del que comía los más exquisitos manjares.

Realmente habías conmovido algún rescoldo donde únicamente cabía la diabólica presencia de la llama infernal, y sabiendo que mi lucha no era contra ti, me aterraba sólo con pensar que se había acabado nuestro sueño de amor.

Había permanecido varios años camuflado entre las pesadillas. A duras penas había soportado nuestros miedos, pero de nuevo, y con la mayor ansia, la sed y el hambre de ti me arrastraban a querer recuperarte.

Es por esto, que, a partir de ahora, te buscaré y también me expondré a todos los inconvenientes por buscar en la brisa de tu aliento el pasaje que burle al tiempo para que me permita regresar para saborear y recrearme después en las apetitosas carnes de tu despampanante anatomía.



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Mensaje  achl Vie Ago 21, 2020 10:36 pm



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Mi hermana y “su primera vez”


No podía dejar de mirar a José, el novio de mi hermana pequeña, Sol. Era alto, guapo, pelo moreno, atlético, simpático, elegante… y con unos ojos grises-verdes, ¡uf, madre mía! Si parecían dibujados.

Cada vez que iba a visitar a Sol a casa de mis padres y yo hacía por estar, me ponía excitada con sólo verle.

Aunque yo era nueve años mayor que él y estaba casada, e incluso con hijos, aquel chico me transmitía miles de sensaciones. Sus bellos ojos y su cuerpazo me hacían tartamudear siempre que cruzábamos palabra. Mi única defensa era ser pesada con él, algo que para ellos no era impedimento para seguir viéndose a hurtadillas en mi casa. Confieso que más de una vez me he sentido mal por haber hecho el amor con mi marido pensando en José.

Sol le esperaba con impaciencia esa tarde. De suponer era que a solas estarían, pero yo me quedaría escondida en un cuarto contiguo al de ellos, y para eso enviaba a mi esposo y a nuestro hijo a comprar al supermercado, que no volverían hasta por lo menos una hora, y yo estaría espiándolos.

De pronto escuchaba besos y pasos subiendo la escalera. Luego veía que la puerta del cuarto se abría y oía un sonido de pestillo que se cerraba por dentro. Sol estaba a punto de recibir la semilla del amor.

Me quedaba en el pasillo, y desde allí podía verlos. Estaban tumbados en la cama y mi hermana chupándole la polla. Me avergonzaba actuar como espía, pero estaba tan caliente que olvidaba eso, sólo me importaba ver a mis anchas lo que estaba ocurriendo en aquel cuarto.

Era “la primera vez” de Sol, y también la de José. Ella misma me lo había contado día antes. No sabía por qué me molestó tanto esto, o sí, cuando mi hermana me contó que José quería follársela. Pero ahora es cuando lo entiendo: envidia. ¡Pero ni sana ni leche: envidia pura y dura! Mi único consuelo era que quería a mi hermana y deseaba lo mejor para ella, y era por esto, que podía decirle que le dijese a José que tuviese mucha precaución. ¡Qué usase un condón, leche!

Entusiasmada y cachonda veía cómo el chico le retiraba la falda y el tanga a una Sol amedrantada. En esos excitantes momentos se humedecía mi coño. Miraba, con un interés inusitado, cómo él le separaba los muslos y cómo su lengua empezaba a escrutarle el coño, lamiéndole largamente el clítoris. Sol rugía, y yo me iba excitando por segundo ante aquel espectáculo sexual, y no podía ni quería evitar meterme un dedo en mi gruta ardiente. Sabía que estaba sisándole intimidad a mi hermana, pero la realidad era que esto pasaba a un segundo plano.
José se echaba sobre ella, hundiéndosela hasta lo más hondo de su coño, mientras yo embelesada me deleitaba con la imagen de dos jóvenes amantes follándose por vez primera, pero les seguía en sus acciones meneándome dos furiosos dedos en mi concavidad dilatada.

Seguían dándose gusto el uno al otro, sus inexpertos sexos se fundían con el fuego del placer carnal.

Por imperativo de la carne, buscaban el sabor del sexo. Soñaba con querer estar en el papel de ella. ¿Cómo podía debutar con semejante semental, al que yo deseaba tanto? Pero amortiguaba mis sentimientos, cuando mi coño, sirviendo mis dedos de polla, lograba correrme imaginándome que era yo la que estaba follando con aquel macho ibérico de una manera tan pasional y arrebatadora.

Pero hoy, siete meses después de aquello tan maravilloso, con masturbaciones mías pensando en José, sólo me queda por añadir:


¡Bienvenida al mágico mundo del sexo, querida hermanita!


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Mensaje  achl Vie Ago 21, 2020 11:40 pm



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Mi rasurada amiga disfrutó de lo lindo  


1,82 mt, 18 cm, tatuajes a tutiplén, todo mi cuerpo marcado con tintas. Dicen que soy tímido, pero después de tres cervezas, tengo la virtud o el defecto de hablar hasta por los codos. Ah, me llamo David y tengo 24 años.

Aún permanecía en casa. Había acabado de ducharme y me estaba preparado para salir. Era un sábado de junio, y había quedado con mi amigo Víctor

Mi amigo Víctor me había telefoneado para decirme que esta noche inauguraban una discoteca de lujo a las afueras de la ciudad. Al parecer, habían organizado una fiesta de apertura, y había que asistir de media etiqueta. Pero lo mejor de todo era una suculenta promoción de: ¡una cerveza 1 euro! Pensé que podía ser una buena ocasión para volver a catar carne, pues hacía dos meses que no follaba, y me tiraba los días masturbándome, viendo porno. Cuatro tíos se corrían en la boca de una tía, llenándole el buche de semen, y se lo tragaba todo, como si limonada fuese. Pero es sabido que la masturbación cansa más y desgasta más que follar con una mujer.

La música sonaba en mi cuarto. Estaba desnudo y me miraba en el espejo, mientras decidía qué ropa me iba a poner esa noche. Y ahí estaba yo, con un polo en una mano, y en la otra, una camisa de mangas largas. Cuando decidí la ropa y empecé a vestirme aprovechaba para darle ánimos a mi “amiga rasurada”: “espabila, tía larga, que esta noche puede ser nuestra gran noche, y si no, una buena borrachera está garantizada”.

Me puse pantalón gris marengo, camisa verde de mangas largas y zapatos negros, y me até un chaleco verde a la cintura por si tenía que echar mano de él, ya que la chica de la tele había anunciado que haría frío en la madrugada. Lo que la chica no sabía era que estaba en un error, porque esa noche iba a ser muy, pero que muy caliente...

Antes de salir de mi casa cogí 100 pavos del primer cajón de la mesilla de noche; del segundo saqué un paquete de chicle, un paquete de LM y tres condones. Me rocié con mi perfume, cuello, muñecas y pubis, recogí todo y salí rumbo a la calle.

Desde la distancia podía reconocer su chaleco rojo. No cabía duda de que era Víctor, mi amigo y colega desde el Instituto.

____ ¡¿Dónde te has metido?! –dijo, a cinco metros de mí, gritando como un loco, y lanzándome su típica frase: “¡te voy a matar, cabrón!”.

Ah, se me olvidaba decir que habíamos quedado tres cuartos de hora antes de que apareciese, de ahí su cabreo. Cuando llegué hasta donde estaba, me dijo:  

____ ¡A ver, ¿no quedamos a las 10 en ese bar?! –señaló con el dedo de la mano derecha. ¡¿Sabes que son ya las once menos cuarto?! -añadió.

____ Disculpa. Me distraje un poco y se me echó la hora encima. ¡Pero no te enfades, joder! Venga, te invito a una cerveza en la discoteca nueva.
____ ¡Claro, como están a un euro...! -refunfuñó.

“Pero es bueno comer algo antes. Alcohol en estómago vacío, mala cosa”, pensé.

Luego de zamparnos cada uno un bocata de jamón y de bebernos una caña, en el mismo bar donde me había citado Víctor, fuimos al servicio de tíos y nos metimos un chute cada uno.

Cuando llegamos a la fachada de la discoteca, los dos sacamos la misma conclusión: “esto no es precisamente el mejor lugar”.

____ ¡Vaya antro de mierda! –soltamos, casi al unísono.
____ Y eso que decía que era una discoteca de lujo -dijo Víctor.

En la entrada había dos “gorilas”. Sí, esos tipejos que no te dejan entrar si no llevas corbata, si llevas calcetines blancos y zapatillas deportivas, o eres feo y bajito. Víctor lo tenía realmente difícil: nunca destacó por guapo ni por alto, y si esto era poco, siempre calzaba deportivas.

____ Vamos a otra discoteca, David –me dijo Víctor.
____ Creo que lo mejor sería irnos a nuestro bar de copas de siempre.

Nos dimos media vuelta decididos a irnos. Pero entonces fue que ocurrió: ella chocó conmigo. Era preciosa: unos 20 años, 1,70, pelo rubio, mirada cautivadora. Surgido desde las entrañas de sus lindos ojos verdes, sus redondos mofletes daban ganas de pellizcarlos, de igual forma que una abuela ataca los mofletes de su nieto. ¿Y qué decir de sus tetas? Su suéter blanco marcaba afilados pezones, que merced al frío que la tele había pronosticado, estaban más tiesos que mi polla. Dos pitones empujaban de su prisión de tela.  Y sus pantalones vaqueros ajustados… ¡uf, pedazo de tía!

____ ¡A ver si miras por dónde vas, imbécil! -dijo, apretando los dientes.

Sonrojado quedé, pero sin poder apartar los ojos de aquella obra de arte que tenía frente a mí. Lo bueno de que me diese la espalda y se alejase, era que podía ver y recrearme en un redondo culo, escondido bajo los vaqueros. Y yo quería aquel culo para mí solo.

____ ¡Vanos ya! –me dijo el pesado de Víctor.

Pero como podréis imaginar, no podía irme. La discoteca ya no era un antro para mí, era el paraíso. Aquello tan despampanante con un cuerpo, como esculpido por eminente escultor, acababa de entrar a la discoteca.

Tardé en convencer a Víctor de que debíamos entrar. Pero le convencí, no sin antes hablar con un “gorilas” para que nos permitiese pasar tal como íbamos vestidos. “20 pavos contribuían grandemente”. Todas las luces parpadeaban allí dentro. Miré a Víctor, y en un segundo pensé cómo sería con la cara roja, azul o verde, mientras nos dirigíamos hacia la barra. En ese momento sonaba en el local Macarena. Me daban ganas, primero, de abrazar al pinchadiscos, y después de tomar una pastilla, incitado por la canción. Pusimos nuestros trapos en un perchero y pedimos dos cervezas, mientras empujándonos íbamos con la chusma, para hacernos hueco.

____ ¡Dos cervezas, 6 euros! –dijo con voz agria el camarero.
____ ¡¿Cómo?! -miré a Víctor, indignado.
____ A mí me habían dicho que... -empezó Víctor.
____ Yo pensaba que... –añadió Víctor.
____ ¡Te habían dicho…, te habían dicho…, pensabas…, pensabas…! ¡La próxima vez le mientes a tu tía la del pueblo! –y le lancé una mirada furibunda.

Las cogí y las pagué porque se lo había prometido, que, si no, ya podía ir él sacando su propia pasta.

Nos fuimos a la pista. Quería buscar a esa chica y la hallé: bailaba con otra al son de: "Y yo sigo aquí", de la rubia Paulina Rubio. No me importaba la música que sonase, yo sólo quería ver a aquel culo en movimiento.

Como dije, soy tímido, y sólo había bebido una caña, de modo que aún no pensaba acercarme a ella; y si lo hacía, mi cara se vería tan roja como el jersey de Víctor.

Me quedé mirándola, pero antes que pudiese darme cuenta, susurraba algo Víctor al oído de la que bailaba con ella. Se llevó un señora hostia, y volvió a mi lado. La consecuencia de aquello fue que mi Dulcinea nos vio, se percató de mi presencia y nos miramos. “Encima de toparnos, ahora me ve con este metepatas”, pensé. Pero cuál no fue mi sorpresa que, en lugar de recibir su desprecio, brotó de su cara una sonrisa; sonrisa que nunca olvidaré. Se me acercó trayendo consigo un cubata, casi vacío. “¿Me habrá reconocido?” “¿Me montará un pollo?”, pensé de nuevo.

____ Me llamo Rosa, pero para ti, Ros –me dijo a dos centímetros de mi boca.

Mi corazón empezó a latir a mil. Olía su perfume. Al quedarme más baja de altura, le miré el escote. Ella se percató y me sonrió, y también yo le sonreí; pero mi sonrisa era por los nervios del momento. “Venga, David, no hay vuelta atrás; ármate de valor e insinúate”. Eso me dije, y lo llevé a cabo:

____ Y yo me llamo David.

Nos besamos con los dos típicos besos en mejillas, como se hace en estos casos. Saqué del bolsillo un paquete de LM, llevé un cigarrillo a la boca y guardé de nuevo el paquete. Tenía que serenarme. Buscaba las cerillas en mis bolsillos, pero ella estiró la mano, cogió el cigarrillo de mi boca, se lo puso en la suya y se lo encendió, mirándome con ojos de “niña mala”.

Mientras, el pinchadiscos seguía en su línea, fiel a su música. Ros se fue sola a bailar, insinuante, sexy y seductora. Y yo seguía tratando de asimilar el hecho de que ella se hubiese acercado a mí.

Y para entonces, Víctor se había ido ya a la barra. Podía ver de reojo su diminuto cuerpo intentando ligar, sin éxito, con un chico de cabello largo, que confundió con una chica. Ros se me acercó de nuevo.

____ David, perdóname por el topetazo y el insulto de antes. He tenido un mal día y estaba cabreada.

Y fue que me percaté que me había reconocido. Y, además, me gustó el detalle de disculparse y de que se dirigiese a mí por mi nombre.

____ No tienes por qué disculparte. Todos tenemos un mal día –respondí.

Le inspiré tal confianza que me dijo que estaba pasando por una mala racha: sus padres se habían separados, mes atrás, y su novio le había puesto los cuernos con su mejor “amiga”, y justo antes de toparnos, acababa de salir de la discoteca para acabar la relación con él, en una violenta conversación a través del móvil.

Al poco, cambiando de persona, pero siguiendo con el tema novio, me preguntó:

____ ¿Y tú tienes novia? Seguro que te rifan las chicas.
____ ¿Yo? Solito y sin compromiso –respondí, pasmado por tan inesperada pregunta, y halagado a la vez por su espontáneo piropo.
____ Pues es difícil de creer; eres muy guapo, alto, y... ¡estás buenísimo, tío! -sus ojos verdes me inspeccionaban de arriba a abajo.
____ Tú me miras con bondad o quizás el alcohol te hace verme así -miré su vaso, que estaba vacío-. Ese no es tu primer cubata ¿verdad? -añadí con la misma valentía que me inculcaba su desparpajo.
____ No, con este llevo ya seis -y dicho esto, se fue de nuevo a la pista de baile.

Estaba feo quedarse solo mientras “tu chica” bailaba, así que la seguí. Ya en la pista, como si fuese un as del baile, empecé a mover piernas y brazos. La chica, que antes bailaba con ella, se acercó a nosotros. Ros me la presentó como “una amiga especial''. De pronto, empezaron a bailar las dos, pegadas y acariciándose las tetas por encima del sostén, a la vez que se besaban en la boca. Les daba por pasarse de boca a boca cubitos de hielo. “¡Eh, David, esta monada es bisexual! Si lo hubiese sabido antes, le habría ahorrado una buena hostia a Víctor”, me dije para mi interior.

De pronto pensé en Víctor buscándole con la mirada. No me lo podía creer. Estaba comiéndole los morros a una tía. Desde la distancia, que era poca, podía calcular que debía rondar en los 50 y muchos y, además, se veía que era una mujer poco cuidada: gorda, fea, desaliñada y con las tetas caídas.

Y, mientras, Ros seguía el juego con su amiguita. Hielos viajaban de boca a boca, y lenguas se devoraban en cada gélido intercambio. Una escena porno ante mis ojos. Tanto, que se me estaba poniendo dura.

Llevado de un arrebato de una excitación incontrolada, cogí a Ros del brazo, la atraje a mi boca y la besé, incluida lengua. Los seis cubatas no debían de afectarla, porque no me rechazó; por contra, deseosa e incluso ansiosa, me correspondió.

Estando nuestras bocas fundidas, aparté la mía y la llevé a su cuello; repté la lengua hasta llegar al lóbulo de una de sus orejas, el cual mordisqueé. Ros gemía...

La pista estaba llena, pero no parecía importarle a “mi conquista”, ni tampoco el que estuviera presente su amiga. Sólo Ros y yo existíamos en ese momento en la discoteca. De pronto, Ros bajó su mano derecha hasta mi polla.

____ ¡Jo, tío, qué pedazo de tranca tienes! -exclamó, mordiéndose el labio inferior.
____ ¡Ahhh...! Te invito a... ¡ahhh...! -quería follármela ya.

La cogí del culo. ¡Dios, qué culo!, y nos fuimos hacia la barra. Pero en el camino me arrepentí. Estaba a más de mil. Iba a explotar, así que le hice una propuesta.

____ ¿Y si nos vamos a follar al aseo de mujeres? -sonrió, me miró y se pasó la lengua por los labios...
____ ¡¿Y por qué no?! -me dijo sonriéndose pícara.

El servicio era espacioso. Tras cruzar la primera puerta hallamos una sala de espera con lavabo, espejo y máquina de condones. La gente hacía cola para entrar y comprar condones. Y más adentro, dos puertas: una a la izquierda, con un dibujo de un tío fumando en cachimba, y la otra, con una foto de una tía portandoel típico abanico.

La espera se hacía larga, y corta la paciencia. Situándome detrás de ella, puse la mano derecha en una de sus tetas y comencé a sobarla moviendo un dedo en círculo sobre el pezón. Estaba tan cerca de ella que sentiría mi miembro ametrallando su coño. La palma de mi mano, posada en la cremallera de los vaqueros, parecía tener vida propia; la bajó hasta colarse. Rozó su piel, tan cerca de su coño que sentía su calor. Debido a su terrible excitación, llevó su boca a mi boca.

Seguí hurgando hasta coger su tanga; lo eché a un lado y palpé los labios vaginales mojados. De pronto, una de las puertas se abrió, y un sujeto, con las pupilas dilatadas, salió dejando, para mi satisfacción, libre el aseo, Papelinas vacías, condones llenos de semen, rollos de papel higiénico y dos cuerpos con urgencia por follar, eran el inventario de aquel habitáculo, demasiado pequeño, para más señas.

____ Ros... -alcancé a decir, una vez que entramos.
____ Calla -me interrumpió tapándome la boca con su índice. Se puso pegada a mí, y yo, calzoncillos en rodillas. No había tiempo que perder...
____ ¡Mira qué tenemos aquí! -exclamó lascivamente mirándome la polla que estaba ya más dura que el acero. La cogió y la acarició mientras se metía un dedo en la boca. Sin más preámbulos, puse mis manos en su cabeza, que la guiaron a abajo.

____ ¡Chúpamela...!

Se la metió entera en la boca, succionando con ritmo. Su vaivén me proporcionaba más que placer. Sus labios y su lengua recorrían cada milímetro de mi polla con tal maestría que me sentía en la gloria. En ese momento, el tiempo no significaba nada para mí. Lo único que me importaba era lo que estaba pasando en aquel aseo. Se puso en pie y posó sus manos en la taza del retrete, quedándome de espaldas con el culo en pompa. Se bajó los vaqueros, hasta quedar el culo a mi disposición; y yo, con mis 18 erectos, sólo podía hacer una cosa: ponerle un forro. Le bajé el tanga hasta los pies y la cogí de la cintura.

____ ¡Métemela entera, métemela entera! –repetía, ansiosa.

Y se la metí hasta la bola, moviéndome ininterrumpidamente.

____ ¡¡Oh sí!! ¡¡Así!! ¡¡Ahhhh…!! -gritaba.

Mi polla entraba y salía frenética. En cada sacudida, sus tetas sincronizadas. Luego, cambiamos de postura; me senté en la taza y Ros se me puso encima, quedando sus tetas libres a la altura de mi boca. Para mí, el tiempo no existía, pero no para quien insistente golpeaba la puerta. Pero ni los minutos de impaciencia ajena hacían mella en el insistir de Ros, que se movía de tal manera que su son me hacía temblar. Cogí sus tetas y las lamí lascivamente alternando una con la otra, según mi primitivo instinto animal iba dictándome… Pero, de pronto...

____ ¡Me viene ya! –exclamé, extasiado.

Inmediatamente me puse en pie y Ros de rodillas. Me quité el condón y 'mi chica' se frotaba el clítoris y se mordía los labios, a la espera, sin duda, de lo que estaba por llegar. Apunté a su cara y...

____ ¡Ahhhh...! ¡Ahhhh...!

El líquido blanco condensado que salía de mi miembro regó la cara de Ros, que sonreía feliz.

____ ¿Un cigarrillo? -le ofrecí, después de “acabar”, y ya en la sala. Lo aceptó.

Nos fumamos tranquilamente nuestros cigarrillos, sentados en un sofá de la zona para fumadores. Intercambiamos los números de móvil y acordamos vernos otra vez, pero Ros me decía que tenía más ganas que yo de que llegase el próximo encuentro. Le dije que la invitaría con gusto a más cubatas, pero a la vez le hacía ver que había bebido demasiado, aconsejándole que parase. Aceptó mi invitación de acompañarla a casa; estaba medio borracha y había por ahí mucho delincuente.

¿Qué si nos gustamos? Eso ni se pregunta. Tanto nos gustamos y nos deseamos que en la siguiente cita llegamos los dos juntos ¡y dos veces al orgasmo! Pero ese sábado se lo había prometido a “mis 18 centímetros”.

Ya eran las 4 de la madrugada, y al día siguiente, domingo, tenía que salir temprano de viaje en coche a visitar a mis padres que vivían en Huelva, 95 km distantes de Sevilla.

Y ya sólo quedaba buscar a Víctor e irnos los tres hasta la casa de Ros, y después nosotros cada uno a la suya; y si el enano, pero amigo de Víctor no viniese con nosotros, acompañaría yo a Ros y después me iría a mi casa.

Extraño en mí, ahora que lo pienso: sólo me bebí un botellín y una caña en toda la noche; yo, que me bebía 6 cada sábado. Lo que no era tan extraño es que mis 18 centímetros habían tenido una nueva oportunidad.



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Mensaje  achl Vie Ago 21, 2020 11:59 pm



Sólo escritos eróticos - Página 3 Escrit98


Mis sueños nunca cristalizan

Sueño dormida y sueño despierta que alguien hace vibrar sin parar las cuerdas del violín de mi cuerpo, excitándose mi hermoso culo Y es un sueño que se repite a diario, y siempre a la misma hora: la una y media de la mañana; y siempre luna misma música: una música clásica; y siempre es el mismo instrumento: un violín, de la marca Stradivarius, y siempre está todo a oscuras Pero mis sueños se desvanecen mientras es de día.

____ ¿Quién eres?
____ ¿Quién quieres que yo sea?

Me doy la vuelta. No veo nada, pero siento una presencia, escucho una música y siento un arco de violín deslizarse por mi espalda.

____ Dime, ¿quién quieres que yo sea?
____ No lo sé. ¿Quién crees que quiero que seas?

Y de ahí no salía la cosa…

De pronto, una respiración agitada aparece junto a mí. Me giro de nuevo, pero no consigo ver a nadie, sólo sigo oyendo esa música de violín.

____ ¿Qué sientes?
____ ¿Qué?
____ ¿Qué es lo que sientes ahora mismo?
____ No lo sé… ¿Dónde estás? No puedo verte.
____ Inténtalo.
____ Lo intento una y otra vez, pero nada.

Y así una madrugada tras otra...

Más silencio, más oscuridad, más música... Un arco de violín no para de pasearse por mi espalda. Me giro por enésima vez, pero sigo si ver nada, sólo oigo música, parece que ahora más cerca...

____ ¡¿Quién eres?! ¡¿Dónde estamos?! -pregunto con desesperación.
____ Dímelo tú. Tú me has traído.
____ ¿Traerte? ¿Pero dónde estamos? ¿Y quién coño eres tú? ¡No soporto más esta extraña situación!
Unos brazos me sujetan fuertemente de la cintura. Después, me coge de la mano. Me aparta la cabellera, me aparta pelos de mi cuello y lo acaricia, y, de pronto, todo me da vueltas. Un torbellino de extrañas, pero de agradables sensaciones, recorre todo mi cuerpo. Empieza a besarme, y sus besos son peores que un martirio chino.

Baja lentamente por mi espalda y reconozco que soy incapaz de moverme.

Pero, de pronto, ya no escucho la música.

____ ¿Quién eres?

Silencio. No hay respuesta. Con mi respiración entrecortada me giro una vez más, y esta vez topo contra un violín. Lo siento, pero sigo sin ver a nadie. El arco acaricia mi cara y parece que su contacto incendia cada centímetro de mi piel.

Al fin, toco el arco, fabricado con crines de potro. Sin percatarme, estoy tumbada en la cama. Me quita la blusa. Suspira. Segundos más tarde, la parte más pronunciada de esta especie de batuta se pasea entre mis pechos. Y de nuevo regresa ese fuego abrasador. No puedo hablar. Mi calentón es monumental, y quien quiera que sea que toque el violín, parece divertirle. Suelta una risa y… desaparece.

____ ¿Dónde estás? -me levanto de la cama a ciega y tropiezo con él. Me alza en los brazos y me besa como si no hubiese un mañana. Me sujeta con firmeza. Me pone sobre una mesa. Me quita las bragas, y enseguida empieza a degustar mi apetitoso manjar ante sus ojos...

Creo morir. Este tío juega en otra liga. Mueve su lengua como pez en el agua. Come y muerde en el lugar exacto, y la comida exacta. Pero justo cuando estoy a punto... se detiene y desaparece de nuevo.

____ No me gusta esta clase de bromas -y apenas acabo la frase me tumba más, se abalanza sobre mí y devora mi boca. Una mano sujeta mi cabeza y la otra baja a mi vagina. Y otra vez el mismo juego. Recorro su espalda. ¡Menuda espalda! Llego a su culo. ¡Menudo culo!

Estaría tocándole todo el tiempo. Consigo colarme en su entrepierna, y cumple con creces con el pronóstico. Maravillosamente bien dotado; una polla enorme, larga y gruesa, que haría perder toda cordura a toda mujer De nuevo comienzo a perder el sentido, y otra vez un orgasmo a medias. “¡Será capullo!”, pienso. Pero sin tiempo de rechistar me penetra con fuerza todas las veces que le vienen en ganas. “¡No pares, no pares!” -grito para mis adentros.

Mi espalda se arquea y pide más y más, sin parar. Nota mi exigencia y me sujeta con fuerza. El ritmo aumenta a un grado enloquecedor. Nuestras respiraciones galopan como potro salvaje. No puedo evitarlo. Mis uñas se clavan en su espalda, sin control, sin medida, sin cesar. A él le gusta. Aprieto, y su polla crece descomunal. De nuevo, una llamarada lo incendia todo y estallo en mil pedazos.
Recupero el aliento y le pregunto de nuevo.

____ ¿Quién eres?
____ ¿Yo?
____ Sí, tú, ¿quién si no?
____ Yo…. Yo soy un sueño -responde al fin.

Bañado mi cuerpo en sudores, y mi vagina empapada en sus propios jugos, abro los ojos de par en par sentada en la cama. No, no estoy asustada, pero... ¡no, no puede ser! Miro el reloj: ¡las una y media de la madrugada! ¡Venga ya! ¿Otra vez un sueño? ¡No me jodas, cabrón!



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Mensaje  achl Sáb Ago 22, 2020 12:09 am



Sólo escritos eróticos - Página 3 Escrit99


Mío es todo tu cuerpo

Mi boca en tus pezones endurecidos, desbordantes, apetecibles. Quisiera mordisquearlos, pero no los mordisqueo porque quiero que sientas un delicioso sufrir. Me excitaré yo antes para que tú te mojes como nunca lo has hecho, pero ni conmigo ni con otro hombre u otra mujer. Me miras a los ojos y te das cuenta de mi excitación. Sientes que mi miembro roza tus muslos, tus nalgas…, lo sientes palpitar, caliente, grueso, vengador, con ganas de penetrarte, de meterse en ese exquisito manjar que tienes entre las piernas, esperándolo, humedeciéndose por el néctar que sale de tu placer líquido; un líquido que mi lengua ansía probar, y que, sin duda, va a catar de un momento a otro.

Mi mirada está fija en tus ojos, cuyos cierras cuando sientes que uno de mis dedos juega con tu clítoris. Un dedo travieso que se merodea por tu vulva y se desliza con facilidad por el jugo que la cubre. Juega con ella, la menea de un lado a otro, como si encontrar quisiera un punto que a ti te haga delirar más todavía…

La punta de mi lengua empieza a pintar círculos en tus pezones, uno primero, y el otro después, para que no se encelen. Siento un deseo de penetrarte, de sentir que estoy dentro de ti. Subo a tus labios y los muerdo. Recorro tu cuello suavemente, de extremo a extremo, mientras tú separas completamente las piernas. ¿Es que me estás invitando a entrar en tu flor?

Luego te digo perversiones, proclamando lo que quiero hacerte, lo que quiero que sientas, lo que quiero que disfrutes, porque lo que más anhelo es que te derrames en mí todas las veces que te apetezca. Soy ambicioso, pero quiero que disfrutes con todas tus ganas por todas las cosas que te hago y por las que seguidamente voy a seguir haciéndote…

Beso tus deliciosos labios, que estaban esperándome, mientras siento que tu vagina reclama mi virilidad. Aprieto tus tetas. Beso tu bajo vientre, que me descontrola, y, sin pensar, la punta de mi glande abre delicadamente tu vagina, percibiendo yo que se sumerge en un lago azul.

Mi lanza penetra en su vaina, y yo siento tus gemidos. Arañas las sábanas con tus uñas. Empiezo a moverme sobre tu cuerpo con toda la fuerza que me pides, porque eso es lo que me provocas.

Aprieto una de tus redondas tetas con la mano, y con la otra presiono tu hermoso culo, que me derrite. Quiero que veas detenidamente en qué me conviertes cuando estoy profundo en ti…

Nos revolcamos en la cama y caemos rodando al suelo. No nos importa, y a mí sólo me importa hacerte ver que todo mi cuerpo te pertenece. Te pones encima de mí moviendo las caderas, mientras mi glande se pierde dentro de tu selva poblada.

¡Qué lindura de movimientos! Mi polla permanece dura, provocada por tu entrega amorosa hacia mí. Escalo de nuevo la cima de tu montaña y busco tus pezones con mis dientes y, como si me ensañase con ellos, los devoro en forma desesperada.

¡Eres mía, y siempre mía! ¡Soy tuyo, y siempre tuyo!

Y después de decirte eso último, tú exclamas:

¡Qué sensación tan placentera siento siempre cuando me doy cuenta de que entra disparada hacia mis entrañas tu caliente y fértil semilla! ¡Una vez más, hemos triunfado, macho mío y de mi coño, que también es tuyo!


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Mensaje  achl Sáb Ago 22, 2020 12:14 am



Sólo escritos eróticos - Página 3 Escri100


Mis propios toques me excitan más


Me tiendo desnuda en el sofá, me saco mis tetas, prisioneras en una tela, y comienzo a tocármelas suavemente.

Me las aprieto, me pellizco los pezones, llevo mi lengua a ellos de vez en cuando, a más pellizcos, más placentero. Lentamente me meto la mano derecha bajo el tanga, imaginándome fantasías eróticas que me envuelven. Me chupo todo lo que pillo al paso y voy sintiendo que mi coño se va transformando en más jugoso.

Me gusta lamerme, olerme, saborearme, palparme…. Mis dedos encuentran inflado mi clítoris. No pierdo la concentración entre mis dedos, que moviéndose esperan la tensión, llegan a los sitios más enigmáticos buscando saciarme de placer.

Gimo cada vez más y más fuerte, siento calor en mi cuerpo, me tiemblan las piernas, mi cuerpo está tenso, ¡Y es ahora cuando viene lo mejor! Abro más mis piernas para que el orgasmo no sólo salga por mis labios, que también salga por mi hendidura húmeda, que palpita al sentir ese cálido líquido que embriaga mi culo. Mis dedos se vuelven más ágiles, más fuertes al contacto con mi clítoris. Siento que me viene ya, me bamboleo…


…hasta que grita mi boca y un orgasmo sale de mi coño



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Mensaje  achl Sáb Ago 22, 2020 12:24 am



Sólo escritos eróticos - Página 3 Escri101


Por fin llegó el ansiado día

Cuando las cosas tienen que pasar, pasan. El destino está escrito desde que nacemos, por más que nos empeñemos en luchar contra él, y por más que dudemos de que las cosas no sucederán.

Todo empezó una inolvidable noche. El que me invitase a cenar me resultó extraño, pero mis ganas por estar a solas con él olvidaban todo. ¡Cuántos sueños y fantasías pasaban por mi coño! Quería que ocurriese lo que tanto tiempo llevaba esperando. Así que me puse mi minivestido blanco con franjas grises en las partes de arriba y las de abajo, y salí presurosa hacia su casa, no sin antes rociarme con su perfume favorito para mí, el de “los 3 Quizás”.

Como si ansioso me esperase, me abrió la puerta al primer timbrazo. Nos sentamos en el sofá y antes de lo imaginado se me acercó y empezó a besarme suavemente, y salvajemente después.

Llevada por un contenido deseo desde muy atrás, mi mano se fue directamente a su polla, sintiendo que mis pezones se iban endureciendo. Acentuadas puntadas en mi clítoris hacían que notase su humedad. Bajó su mano a mi ombligo y luego fue deslizándola hasta llegar a mi coño, empezando a frotarlo, lo que me hacía hacerle lo mismo a su polla. Respiraciones iban creciendo y en rugidos se iban convirtiendo. Mi mano seguía en su polla, quería cogerla, pero sin ropa. Con sus besos excitantes sentía un palpitar en mi clítoris. Mi tanga y hasta mi vestido se humedecían, hasta que de pronto unos incesantes espasmos anunciaban que iba a explotar...

Como era de prever por mí, ansiosa de sexo, exploté, sin dejar de recibir sus besos apasionados, haciendo que mi clítoris siguiese palpitando.

Excitadísimo, sabía que tenía que seguir hasta correrse, así que cambié la mano por la boca, le succioné la polla hasta hacer que le saliese la semilla que tanto excita a toda mujer. Dejé que su blanca leche se esparciese por mi cara y mis tetas.

Descansamos y de nuevo a la carga, pero ahora con la idea incrustada en mi mente de corrernos los dos a la vez.

Con maestría propia de semental, me calentó de tal modo que él se iba calentando. Entre besos y abrazos hacía de mi cuerpo lo que le dio la real gana. Metió su lengua donde se le antojó, lanzando yo rugidos. Hasta que llegó el turno de follarme. Y me folló; lo mejor: que al fin la tenía dentro de mí; lo peor, que mi ansia no permitió una corrida en común; me corrí a su primera sacudida, pero gocé esperándole.

Cenamos y pasé toda la noche con él en su cama. De madrugada, follamos otra vez. A las ocho nos levantamos para acudir a nuestros respectivos trabajos. Él me dejó en el mío. Mientras caminaba rezaba para que noches así volviesen a repetirse. Me entrenaba en mi casa para saber contenerme la próxima vez.

Y llegó la siguiente cita. Y la tercera… y así con asiduidad. No queríamos ataduras ni convivencia; a los dos nos había ido mal con nuestras anteriores parejas. Cada uno en su casa con sus propios problemas. Y nos mantenemos así para no romper el hechizo que nos une. Y siéndonos fieles el uno al otro, vamos para dos años desde que follamos por primera vez.



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Mensaje  achl Sáb Ago 22, 2020 12:44 pm



Sólo escritos eróticos - Página 3 Escri102


¿Por qué amor prohibido si nos queremos
y nos compenetramos en todo?

Acabo de cumplir este mes los 20 años y estoy locamente enamorado de una mujer madura de 41, siendo “excesivamente” correspondido por ella. Hace seis meses que tuvimos un accidente de tráfico, del que mi novia salió ilesa, pero yo me fracturé un brazo y una pierna, y aún no estoy bien del todo. Nuestra relación sentimental es mal vista por mis padres, que me tienen ametrallado con consejos y controles, y más todavía desde aquel aparatoso accidente, que me pudo costar la vida. Nunca he faltado a dormir a mi casa. Hasta la pasada noche.

Era un sábado a las doce de la noche. Estuvimos bebiendo y divirtiéndonos en una lujosa discoteca nueva, a la que nos invitaron; o, más bien, a mi novia y a quien ella quisiese llevar de acompañante. A aquel local sólo acudía gente de alta escala social y de alto estatus financiero. Permanecimos en la discoteca hasta el alba. Llamamos a un taxi para que nos recogiese y nos llevase a la casa de ella.

El Sol entraba a raudales por la ventana, y mi postura en la cama era la misma que cuando mis párpados habían dicho basta ya, y se rendían antes de que el resto de mi cuerpo echaban las persianas.

Ella buscaba ansiosamente mi boca, pidiéndome sexo, mientras yo miraba el techo, rogando volver atrás para que hubiese ocurrido lo que no ocurrió. Como si los dos al mismo sueño de amor y sexo nos hubiésemos acogidos, pero no con un final tan desastroso.

____ ¿Qué hora es? -le pregunté.

Estaba aturdido. Aquel no era el sitio donde despertaba los domingos, en los que el sol hacía el rol de madre y te animaba a levantarte. Este no es mi cuarto, y en este momento no sé dónde estoy, pero tengo claro que no es donde suelo estar, y más un domingo a media mañana.

____ No lo sé -respondió.

Pero me habló sin abrir los ojos, esforzándose para que no se le notase la rabia tan descomunal que tenía.

A ella nadie la controlaba. A mí sí. A ella nunca le importaba la hora. A mí sí. Quizás era mejor que no le hubiese preguntado la hora. En su siguiente reacción respondí diciéndole las mil cosas que le hubiese dicho y hecho en su elegante dormitorio.

____ Tengo que irme ya. En mi casa estarán preocupados y yo lo estoy ya. Quizá no debimos beber tanto.

Abrió los ojos de repente. Algo de lo que dije parecía no gustarle.

____ Dices que bebimos demasiado, pero creo que simplemente estabas deseando de no hacer el amor conmigo.

Intenté inventarme una respuesta, pero acabé sonriendo con esa clase de sonrisas con las que sin decir nada das la razón; porque ella, tocante al sexo, es una mujer insaciable, hasta me arruga a mí, que soy un chico fogoso y joven. Pero esa noche estaba realmente agotado por tanto alcohol que había ingerido.

Se levantó.

____ Te voy a preparar un exquisito desayuno. Buscaré en la nevera y en la alacena. Yo no me encargo de estas cosas. Lo hace mi asistenta. Además, nunca tomo nada cuando despierto por las mañanas.

Mientras relataba todo eso, iba abriendo y cerrando puertas y cajones levantándose de puntillas para llegar a lo más alto de los muebles de la cocina. Claramente se veía que lo que me había dicho de que tenía una asistenta era verdad.

____ Deja de buscar. Me estarán esperando. Y me harán preguntas, y lo peor es que no tengo respuestas.

Pero no, tenía prisa por atenderme. Tenía prisa por saber cómo sería su vida sin mí, si finalmente no era aceptada por mis padres. El no haber hecho el amor durante la noche, la tenía impaciente al no saber cómo iba a responderle yo en adelante.

Soy de esos que suele hablarle al espejo, y lo hago con la esperanza de que me dé la razón a través del silencio. Al fin y al cabo, me cuento mis propios problemas ante él, y como se me da bien dar consejos, yo mismo me respondo.

____ Te dejarás influenciar por tus padres, y a mí que me den. Pero deben saber que te quiero de verdad y que lo de la edad es sólo un puto número. Además, soy una mujer libre, independiente y con dinero.
____ Nos obligan nuestros padres a lo que ellos quieren. Pero eso no me preocupa, porque mi memoria se lleva tan mal con el olvido que siempre acaban peleándose; nunca hay un vencedor, pero el olvido siempre golpea más fuerte. Y sé de lo que estoy hablando...

Cogió un cabreo tan descomunal que dejó de prepararme “el exquisito desayuno”, para decirme, “amablemente”, que me lo preparase yo si finalmente lo quería.

Sólo le había dado tiempo a verter la leche en una taza blanca, en la que aparecía el dibujo de una vaca que sonreía como nadie sonreiría con una horrible resaca. No soy de esas personas que se despiertan con muchas energías, con ganas de reír, de hablar, de contar cosas...

____ Respuestas válidas es lo que busco y nunca las encuentro.

Le dije eso anterior pensando en ganar tiempo para lograr respuestas ante las más que seguras preguntas al regresar a mi casa.

No quería desayunar ni tenía hambre, como de costumbre en noche de juerga vino y clavel. Es que ni sed tenía, cosa anormal en resaca.

Pero ella, sentada en el suelo del baño, con las manos en la cabeza cogiéndose el pelo y una copa con Coca Cola a su lado, estaría pensando que se sentiría una birria ante mis ojos y los de mis papás. Y todo por no haberse dado la pasada madrugada una sesión plena de amor y sexo salvaje, que tantas veces habíamos tenido desde que nos conocíamos año y mes atrás.



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